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26 de marzo de 2025

Mi cumpleaños se acercaba.

No le había comentado a René qué deseaba hacer para celebrarlo porque...

Siempre he sido la primera en festejar muchos eventos, sin embargo, al tratarse de mi fecha especial.

Mi pareja quería saber qué me ocurría.

No le iba a comentar, no necesitaba saberlo.

Él solo debía respetar mi decisión tal y como lo he hecho desde el inicio de nuestra relación.

Aun así, él decidió llamarle a Spring para saber qué se escondía detrás de mi silencio.

Mi hermana le dijo que fue en uno de esos días que mi familia cercana y yo descubrimos que estaba infectada con Pulmón Frío así que, podría morir pronto.

Ese mismo día tenía un viaje escolar al que no pude asistir debido a mi condición.

Me deprimí.

No quise salir de mi habitación porque esperaba que la muerte me alcanzara.

Tuve que ir a terapia para cambiar mi pensamiento.

Me resistía, no quería abandonar mi tortura.

En la cuarta sesión murmuré varias veces: «Él desea verte, Angelica», para calmarme.

Fue así como logré desencadenarme.

Cuando creí que mi situación mejoró, caí de nuevo en una profunda tristeza.

Dos años después de mi diagnóstico, fui a casa de mis abuelos porque deseaba visitarlos.

Ellos abrieron la puerta.

Ellos estaban vestidos con trajes de plástico, con máscara y guantes.

Mis padre y hermana entraron.

Quise entrar, pero mi abuela se alteró.

Mi abuelo dijo: —¡Estás infectada! ¡Si entras nos matarás! Lo siento, mi pelirroja. No puedes entrar.

La puerta se cerró frente a mí.

Escuché que mi madre le reclamó a sus padres mientras me sentaba en el suelo para llorar.

—Es tu nieta, ¡¿qué rayos les sucede?! —les recordó mi madre a mis abuelos—. ¿Saben cómo la han hecho sentir? Ahora mismo está llorando. ¿Cómo se atreven?

—¿Quieres que perdamos la vida? —ese comentario lo hizo mi abuelo.

Esa fue la última frase a la que le presté atención.

Lloré con fuerza.

Mis lágrimas caían sobre mi tanque.

Pero en uno de esos llantos un par de lágrimas se colaron en el tubo.

Comencé a asfixiarme.

Gemí.

Pasaron minutos.

Alguien que pasaba cerca me atendió y llamó a mis familiares.

Mis abuelos se arrepintieron por su comportamiento.

Ellos me llevaron al hospital.

Estuve varios días inconsciente.

Ni siquiera sabría decir dónde estuve.

Al despertar, escuché: «Qué hipócrita es el ser humano, es capaz de dejar morir a un pequeño con tal de protegerse al mismo tiempo que se queja cuando alguien lo imita».

No hablé con mis abuelos hasta que los perdoné.

Gracias a mi condición nadie me invitaba a los bailes porque siempre encontraban a una chica sana.

El último muchacho que estuvo disponible no quiso ir conmigo porque temía que lo culparan de mi muerte.

Tantas fueron las situaciones que me ocurrieron en mi cumpleaños que termine odiando esa fecha.

El señor Cárdenas me habló.

—Mi niña, ¿estás aquí?

—Sí, René. ¿Por qué no te has ido a trabajar?

—¿Quieres que me vaya? Está bien.

—Quiero morir...

Ambos nos pusimos tensos.

¿Cómo fue que ese pensamiento llegó a mi mente si no estaba pensando algo que lo detonara?

—¿Qué hay de las actividades que dijiste que debíamos de hacer juntos? ¿Ya no quieres ser madre?

—No lo sé... No estoy segura.

—Angelica.

Trajo la silla hasta la cama y se sentó.

—¿Tiene esto qué ver con tu cumpleaños?

—Tal vez.

—Que no te importe el pasado. ¿Recuerdas que hemos hablado acerca de ello?

—No quiero que te deprimas si me voy.

—Por eso deseo irme antes que tú.

—...¿Cómo puedes decir eso?...

—Emocionalmente eres más fuerte.

Devolvió la silla a su sitio y se fue.

Aturdida por mis pensamientos intenté levantarme.

Caí de la cama.

René regresó para ayudarme.

—¿A dónde piensas que vas? Tienes que reposar, son las indicaciones del doctor.

Me acomodó.

—Estúpidas recomendaciones. Prefiero llevar mi tanque a todas partes que estar postrada hasta que mis bebés nazcan.

—Sé que te gustaría explorar el mundo, pero no podrás hacerlo si contradices a tu médico.

—Entonces quiero que te quedes.

—Necesito trabajar, tú más que nadie lo sabe.

—¿Te atreves a dejarme sola sabiendo que cualquier cosa podría pasarme?

—Tienes tu teléfono. Puedes marcarle a tu madre o a Spring y una de ellas vendrá.

—Lárgate, traidor.

Respiró hondo.

—No quiero discutir.

—Yo sí. No puedo creer que no me apoyes, he dado todo por ti.

—Sabes que eso no es cierto, nos hemos apoyado mutuamente.

—Vete.

Me miró.

—Que te vayas. ¡No te quiero volver a ver!

Cumplió mi deseo.

Durante varias horas me quedé en casa, mirando la televisión.

Me levantaba para ir al baño y comer.

Todas esas actividades eran difíciles.

Muchas veces me tropecé.

Poco a poco perdía la capacidad de caminar.

Perdí el interés de continuar intentando.

Me recosté en el suelo que unía la sala con la cocina.

Pedí perdón a mis pequeños.

Parpadeé.

Recordé cómo quedaron las cosas con René.

Me sentí culpable.

—¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Soy tan estúpida!

—¡Angelica!

Alcé levemente la cabeza.

René entró con desesperación.

—¿Qué pasó?

—Ya no quiero estar en cama.

Me cargó para llevarme a la habitación.

—Sé que no es lo que quieres pero necesitas hacerlo.

Estaba consciente que no podría salir de la cama porque los doctores me lo dijeron, ya me había cansado.

Él me arropó.

—¿Te bañaste?

—Sí. ¿No notas el olor a tu champú?

—Sí, hueles a canela...

—Gracias, René.

—Ya organicé todo para tu cumpleaños.

Tan solo me confesó que su empleado favorito arregló una visita en una reserva con hotel en donde nos hospedaríamos dos días y medio para que no estuvieran en riesgo los bebés ni mi salud.

Agradecí pero, no quería hacer nada.

Sabía que algo arruinaría mi fiesta.

Él siguió comentando acerca de lo que había planeado aunque no le estaba prestando atención.

Él dijo que me enamoraría de nuevo de mi día.

Me enfadé porque no se llevaría a cabo mi deseo.

Se sintió mal.

—Me siento muy mal todos los días —deliró—. Lo que más reconfortaba era estar con mi familia y amigos y vivir cada día como si fuera el último.

—¿Cómo le hiciste con tanta desgracia —lo cuestioné—. ¿Qué te motivó? ¿Qué te hizo darle un significado diferente a la vida?

—Tú —dijo callando mi boca.

—¿Tú crees que todo saldrá bien? —dije, desconfiando de lo bonito de mi cumpleaños.

—Solo no pienses en lo malo que pasará sino, en las cosas hermosas —respondió sin verme.

—Haré lo que planeaste —accedí nerviosa.

Me relajé con su aceptación y me puse a su lado.

Lo tomé de la mano diciendo que agradecía que hiciera tanto por mí pese a que lo herí en tantas ocasiones.

—Mi amor sabe que te arrepientes —murmuró.

Me besó.

Devolví el gesto.

—Pásame una de las ropas de embarazada que compré porque quiero usarla.

—¿Cuál?, ¿la de ositos?

Movió la cabeza.

Descubriría mi sorpresa.

—¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Parece que te estás escondiendo de mí.

Apareció al lado de uno de sus trajes.

Había una nota en ella: Feliz cumpleaños. Te ama, Angelica.

Él quiso llorar.

—Feliz cumpleaños.

Suspiró, arrancó la nota y me trajo el vestido.

—Gracias.

Beso y caricia en la mejilla recibí.

—Casi se te olvida.

—No se me olvidó, desde que me divorcié dejé de festejarlo.

—¿Por qué? Acabas de hacer que quiera celebrar el mío.

—Ese día fue el divorcio. Virginia quería que nunca lo olvidara... No quiero hacer mucho porque me preocupa más tu salud.

Me enternecí cuando vi que estaba por llorar.

—¿Por qué no sales con Ciro y Alfonso?

—Y, ¿quién te va a cuidar?

—Tengo a Spring. Vayan por los viejos tiempos.

Seguro recordó a qué se refería ese término.

—Regreso en unas horas.

Llamó a los hermanos Jenkins.

Me abrazó.

Confesó que estaba feliz porque tenía una hermana que se ocupara de mí.

Sin embargo, le daba porque se acostumbró a estar al tanto de mí y no de él.

Él avisó que se irían a los bolos.

Esperé a que llegara Spring.

Mientras tanto, le hablé a mis bebés para que supieran que estaba por reamar mi cumpleaños.

No me escuchaban.

Me tranquilizaba pensar que sí.

Sentí que estuve sola por muchos años.

Mi peor experiencia fue la de mis abuelos.

Ellos eran los únicos que no creí capaces de lastimarme de esa manera.

—Vendrán tiempos mejores, calma.

—Estoy asustada.

—Me alegra saber que siento.

Spring llegó.

Ella estaba feliz de estar conmigo.

Había llorado.

Se aferró a mí y no quería soltarme.

—Vales mucho, Angelica. Hay demasiadas personas que se preocupan por ti.

—Gracias por recordármelo.

El llanto me acuñó.

—René me dijo todo. No sabía que habías sufrido por las eventualidades negativas.

—Pero me alegra saber que te tengo.

Sus manos abrazaban mi cabeza y mi cintura.

—Iré a cocinar.

Cerré la entrada.

Estuvimos platicando.

Ella estaba preocupada por los amigos.

Mi hermana me afirmó que en repentinas ocasiones ha visto que René busca autodestruirse.

No quise hablar del tema.

Ella opinaba que debía cambiar.

Él estaba cambiando poco a poco y no lo presionaría.

La mujer joven parecida a mi madre también afirmó que deseaba que él no se concentrara mucho en mí o en el trabajo.

No me molestó su comentario.

Entonces, ella dijo que sería mejor que mi madre se quedara conmigo.

Le repliqué que podía sola, que no podía creer que desconfiaran de mí.

Ella se disculpó.

—Solo era una idea.

—Mi mamá debe centrarse en ella y en papá.

El clima cambió.

Una llamada entró.

Nos salimos apenas cenamos.

Mi amado se lastimó.

Él estaba rumbo al hospital.



Con mi voz dulce y tierna lo llamé.

No me respondía.

Me imaginaba lo que le había sucedido.

—René, despierta.

—¿Eres tú, mi ángel?

—Déjalo dormir. Recibió un golpe de una ambulancia. Necesita despertar lentamente.

—¿Dónde está Angelica?

Observé que abrió los ojos.

Me vio.

Se recostó y me abrazó.

—¿Qué haces aquí?

—Me avisaron que estabas en el hospital.

—Todo salió bien —afirmó el doctor—, solo fue sacar lo que lo lastimaba.

—¿De qué habla? ¿Qué hizo sin mi consentimiento?

El doctor Ortega le sacó su apéndice y lo diagnosticó con ansiedad.

Se lo dije.

—¿Qué tiene que ver mi apéndice con ansiedad?

—Nada, realmente —hojeó el historial—. Usted ya tenía apendicitis leve... Lo revisamos por el golpe, lo detectamos y extrajimos su órgano.

—La ansiedad te hizo estar alterado. En realidad, una cosa no tenía que ver con la otra.

—No tengo ansiedad, solo estaba preocupado por Angelica. No quería que nada le pasara.

Spring se metió en la conversación y dijo: —Tuviste un ataque de ansiedad, René.

—¿Estabas consciente de lo que te pasaba?

Movió la cabeza sin comprender qué le pasaba.

Tocó su frente con las manos.

Me quedé sentada a su lado.

Besé sus labios.

—Señor Cárdenas, hay un tratamiento que le servirá para bajar la ansiedad —aportó el doctor—. Se llama tomar vacaciones, y si gusta se las prescribo en papel.

—He vacacionado. Necesito estar con Angelica.

—Vacaciones desconectado de todo —acató mi atención Spring.

—¿Qué me pasa?

—¿A dónde me mandarán? Tengo una empresa que debo atender.

«Confía en él», le susurré.

—Olvídenlo, de acuerdo.

Seguía negándose.

El doctor Ortega dijo que debía permanecer en el hospital hasta que el dolor se redujera y tuviera la posibilidad de firmar su salida.

—Disfruta el viaje —desearon buenas nuevas Alfonso y Spring.

Los prometidos se fueron a ver cosas de la boda, así como Virginia y Ciro.

René salió.

Pensé.

Fui a buscarlo.

Lo vi ir por sus medicinas.

A su lado pasó una niña de doce años.

Ella tenía cáncer.

Lo deduje porque era poco su cabello.

—¿Qué le pasa? —preguntó la pequeña—. Se ve muy cansado.

—Tuve un ataque de ansiedad y una cirugía.

—Le diré un secreto.

Él se agachó.

—Te escucho.

—Cuando pienso mucho en algo que me preocupa, como el hecho de que puedo morir, cuento hasta diez al tiempo que respiro. Si eso no funciona, tal vez escuchar música clásica lo anime.

—Gracias.

Él le compró algo de la máquina dispensadora.

Su madre agradeció por haberle comprado algo a su hija porque estaban pasando por problemas financieros.

René sugirió R de C.

—Comuníquese con François Guilla.

La señora de unos treinta sonrió y se llevó a su hija.

Nos topamos.

—Pensé que te fuiste.

—No lo hice.

—¿Qué has pensado con respecto a lo que dijo el doctor?

—Debo tomar una decisión.

—Piensa en las ventajas y en las desventajas.

—Si dejas tu puesto pasarás tiempo con tu familia y podrás hacer ejercicio sin preocupar del trabajo.

Sacó su teléfono del bolsillo.

—¿Hola? —preguntó François.

—Amigo, quería pedirte un favor que nos beneficiará a ambos.

—Dígame.

René confesó sus preocupaciones y la solución.

Su trabajador no podía asimilarlo.

—Tú serás el jefe y ganarás más de lo que ahora. Al ser el dueño también obtendré un porcentaje de las ganancias, un quince por ciento.

—¿Para mí?

—Para mí, François. Tú tendrás el cuarenta y nueve por ciento y el resto será la paga de los empleados.

—Es justo entonces.

—Felicidades, eres el nuevo jefe de R de C.

—¡Alía seré el director de la firma!

Su pareja se emocionó y le dio las gracias a mi pareja, avalando que la renta del departamento era difícil de costear mientras ella lactaba a su primera hija.

—Mañana iré a sacar mis cosas o me las mandas.

—Avisaré por mensaje grupal. Mandaré sus pertenencias a casa.

—Bien, excelente.

Terminó la llamada con aquel buen sujeto.

Divagó al tener el recuerdo de cuando tenía veinte años y creó su empresa a pesar de estar estudiando la licenciatura.

Fuimos a la parada.

—¿Van a subir? —preguntó el conductor del autobús que estaba esperando nuestra decisión.

—Sí —exclamé.

El camino fue corto.

En una hora llegamos a casa porque antes fuimos por unas flores.

Abrí la puerta.

—Me jubilé.

—¡Más calma!

Él buscó un jarrón en la cocina, lo llenó con agua y colocó las flores.

Corrí al cuarto.

Lo asentó en mi cómoda.

—Me parece demasiado valiente de tu parte considerando todo lo que ha pasado.

Asintió.

Se bañó y cambió.

—René.

Entró a la habitación.

—¿Qué deseas?

—Háblales. Todo el día me han escuchado y necesitan oír a su padre.

—Bien...

»Hola, me llamo René Cárdenas y soy su papá.

»Espero se la estén pasando bien ahí adentro porque su madre hace lo que sea para procurarlos y así seguirá al tenerme de respaldo para lo que necesite.

—¡Qué tierno! Sigue, creo que te escuchan.

—No sabemos qué serán, pero los amaremos sean lo que sean. Son una bendición...

»Su madre casi no creía que sería madre y yo jamás pensé en formar una familia, todo cambio.

Reí por las cosquillas que sentí en el momento en que besó mi pancita apenas hinchada.

—Bonitas palabras. Te amarán.

—Nos amarán.

—¿Me masajeas los pies?

—Buscaré la crema humectante —me besó.

Me estaba masajeando los pies cuando sonó mi teléfono celular y atendí la llamada.

—¿Bueno? —respondí sin nervios.

—Me las vas a pagar —murmuró alguien.

—¿Quién eres?

—Sabes quién soy, bruja.

Colgué el teléfono de inmediato.

Me espanté.

René me abrazó.

Esa voz era de...

—Quiere matarme.

—¿Quién?

Me quitó un mechón de cabello de encima.

—Ramón llamó de prisión para amenazarme.

Silencio, cansancio, desesperación y reposo.

Cuatro palabras que nos marcaron el día.

Cuatro palabras que nos dieron a entender que el despido de Ramón no había quedado en el pasado.

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