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23 de abril de 2025

Hoy era mi cumpleaños.

Apareció el día que más me dejó una marca.

Desperté, pero no abrí los ojos.

Escuché los pasos de René alrededor de la casa.

Los bebés me decían que era momento de comer.

Ellos necesitaban alimento.

Al sentir la cálida presencia de mi prometido estiré mi mano para tocarle el hombro.

Él se incomodó por mi temperatura.

—Estás fría.

—El aire acondicionado sigue encendido.

Se dirigió hasta su escritorio.

Apagó el electrodoméstico.

—Sabe deliciosa.

Frunció su ceño.

—¿Qué dijiste?

El Rusin-94 seguía sonando.

—No me hagas repetirlo.

Él me levantó los platos.

Me desconecté para ir al baño.

—¿Estás preparada para hoy?

«Qué tonta tu pregunta», dije desganada.

Lo vi nervioso.

—Hiciste una promesa, Valentina.

—...Bien...

—Vendrán tus amigos y familia. ¿Qué más quieres?

—No importa.

Salí con mi vestimenta nueva.

«No podrás borrar la cicatriz en la piedra por más que quieras. Olvídalo».

Entré en shock, creo.

—¿Ángel?

La voz se hizo cada vez más vaga.

—Ángel.

Me brotaron las lágrimas.

—Diles que no habrá fiesta.

La sala fue mi espacio seguro.

Leí un libro que estaba cerca de mí.

—Ángel pelirrojo.

—¿Les avisaste?

—Sí...

Mentiroso.

Él me estaba mintiendo.

Agradecí que fuera así.

Cuando no tenía ganas de ver color en la vida, él me convencía de seguir haciéndolo.

—No debería revelarte esto, lo haré.

»Spring y Alfonso fueron a comprar el vestido de graduación que tanto querías, color turquesa con escarcha plateada.

—¿Qué hay de mi cabello y los zapatos?

—Virginia se encargará de ellos.

Entendí que todos los que me conocían participaron en mi cumpleaños, incluyendo a Marcel, pero el exnovio de mi hermana se limitó a apoyar económicamente.

—¿Es por mi mamá?

—Lamentablemente.

—Soñé que un ángel visitó a mi padre para llevárselo porque no debería seguir sufriendo.

—No pienses en eso.

—Es eso o recordar que no soy inmortal.

Las dos opciones eran terribles.

El señor Cárdenas tenía poder sobre mi mente y dejé que cambiara mi chip.

Las emociones que tenía era: miedo, felicidad, molestia, desagrado y tristeza.

Mis sentimientos estaban convergiendo en un desorden, por lo que debía reordenarlos.

—Tu vestimenta me agrada, pero dudo que sea agradable a la vista de nuestros primeros invitados.

—¿Invitados?

Alcé la cabeza.

—Tus amigos están por venir, Angelica.

«Me lleva la... René».

A mis amigos no les molestaría verme con una blusa larga y bermudas, me conocían de años.

Como un conejo en la tierra excavé en el clóset para encontrar el vestuario que quería usar para la fiesta improvisada con mis periquillos rojizos.

Elegí un pantalón caqui de maternidad con un estilo campanero de los ochenta, una blusa corta roja que dejaba ver mi panza y me maquillé.

Usé unos zapatos que eran centímetros más grandes que la de mi talla original debido al dolor que sentían mis pies con el embarazo.

Mi tanque era mi fiel compañero porque tenía los mismos componentes que la máquina ruidosa ya que fue lo que les pedí a los médicos.

René estaba hecho un muñeco, vestido casi formal para demostrar que así era su estilo aunque, en ocasiones deseaba que cambiara algunas de sus prendas.

Me enamoré de él con esa vestimenta y lo seguiré adorando, pero me cansé del mismo patrón.

—Vístete menos formal, señor.

—Hago el intento.

—Ok. Lo aprecio.

«¿Por qué ninguno de mis amigos me ha mandado alguna señal de vida? ¿ya no vendrán?».

—Olvídalo, panqué. No vendrán.

—Lo harán, seguro ha pasado algo que no podemos controlar. Apacíguate.

Jugué con mi teléfono.

Teclear a mi hermana me daba luz, sin embargo, no sabía cuánto aguantaría.

No le dieron una excusa, simplemente mencionaron que el tráfico de camino aquí estaba al medio y además querían cuidar que el pastel no se deshiciera.

—Gracias por venir —sonrió Angelica.

«Mis amigos se han olvidado de mí», dictaminé, «y tal vez quieran excusarse luego».

—Las langostas hemos llegado —pronunciaron diversas voces—, y no nos iremos hasta ver el chícharo de la avecilla pelirroja.

«¿Qué dijeron? ¿Langostas? ¿Chícharo? Esos tenían que ser mis amigos. Menuda manada de locos adquirí».

René les dio entrada.

—¡Avecilla!

—¡Periquillos rojizos!

Cerré la puerta.

Una de mis amigas se me acercó para preguntar por el señor que estaba conmigo: —¿Quién es ese anciano?

—Es gracias a él que vuelvo a celebrar mi cumpleaños. Él es la flama del fuego que Cupido me dio.

—¿Tú eres el divorciado que ahora es prometido y el padre de los hijos de Angelica? —preguntó Rita.

—¿Segura que no le dijiste? —murmuró René.

Meneé mi cabeza.

Rita era muy intuitiva.

Ellos se sentaron en el sofá.

Mi prometido fue a recibir a los demás invitados, presentándose como mi prometido y padre de mis hijos.

—¿Cuánto tiempo llevan saliendo? —quiso saber uno de mis amigos, el más atractivo.

—No preguntes. Goza que hay alguien que me ame con todas las imperfecciones.

Mis amigos rieron conmigo

René trajo bebidas.

—¿Podemos mirar tu panza?

—Claro.

Me acomodé para ser admirada.

—¿Falta alguien? Es para saber si les dejo los números de los restaurantes.

A mis loquillos les alegraba que alguien estuviera al pendiente de mí, porque ellos no podían siempre.

—¿Les sorprendería saber que fundé R de C?

—¿En serio?, entonces, ¿por qué alguien más dirige la compañía? —quiso saber un amigo.

—Tuve que jubilarme por problemas de salud y así puedo estar pendiente del ángel Angelica.

Rita tuvo un ataque de ternura con su contestación.

—Puedes dejarlos mientras —reconocí, refiriéndome a los números de los restaurantes.

—De todos modos, pediremos comida hasta que la cumpleañera quiera.

Cambié de lugar para estar al lado de mi querido.

Él me colocó sobre sus piernas y besó mi mejilla.

—Ya, René —reí.

—Es mi momento, silencio.

Mis amigos murmuraban.

—Pueden usar el karaoke —soltó Cárdenas.

Los demás jóvenes no perdieron tiempo.

Ellos encendieron la televisión y conectaron todo.

—¿Cantamos después de ellos?

—Sí, dulce de fresa.

—Me impresiona la cantidad de referencias que tienes para enfocarte en mí.

—Y las que faltan.

René confesó que mis amigos le recordaron a como Ciro y él eran en la preparatoria e inicios de sus carreras universitarias. Mucha nostalgia.

—Ven a bailar —dijo Angello.

—No, gracias.

Mi pareja me llevó al pasillo.

—¿Qué pasa entre él y tú?

—Él era el último chico que quedaba solo el día de la graduación y no me quiso llevar. Además, él siempre estuvo enamorado de mí y no entiendo por qué no me llevó al baile si tanto lo deseaba.

—Pregúntale, no perderás nada.

Volvimos.

La incomodidad se redujo.

Acepté la invitación.

Bailé.

Pregunté por el pasado.

—Si íbamos —respondió él—, no ibas a gozarlo. Los bravucones la arruinaron, querían hacerte una broma y al no estar tú, me la hicieron a mí.

—Disculpa aceptada.

No sé qué pasó.

Mi cuerpo se tensó.

Angello tocó mi mejilla de una forma distinta.

Su mano bajó a mi espalda baja.

Se inclinó.

Él, él, él...

Él iba a besarme.

Me besó.

—Es un vejestorio —enfadó—, te quiere para...

—No te atrevas a hablar así de René.

Le di una cachetada.

—Tampoco creas que por ser cercano a mí, tienes derecho a deslizar tu mano por mi espalda como si fuera un lienzo. Menos, puedes juntar nuestras bocas.

Angello se tocó la mejilla.

—Largo, estúpido.

Él se fue.

—¡Idiota!

El resto de mis amigos y me rodearon para bailar conmigo en el centro, después de que cerré la puerta.

René me acompañó.

«¿Por qué me pasa esto? Solo deseaba pasármela genial en mi cumpleaños».

—¿Angie? —me llamaron.

—Disfruten su estadía.

Me encerré en el baño.

Acababa de ser tratada como un objeto.

Vomité del asco.

—¿Angelica?

Abrieron la puerta por René.

Me aferré.

Nos quedamos así varios minutos.

—Me sentí usada...

—Bailemos.

Regresamos con mis amigos.

Danzamos.

Después de unas horas, el karaoke terminó y se decidió pedir carnitas para todos.

Necesitaba espacio para comer el exquisito pastel que me compraron.

René trajo botanas.

—Amo los nachos —dijo Mackenzie.

—Yo te amo a ti —repuso su novio, quien también era amigo mío.

Los novios se dieron un beso.

Rocé narices con mi futuro esposo.

—Carnitas Allison —dijo el repartidor.

Rita fue a pagar.

Mackenzie recibió la comida.

—Gracias —sonrió Mack, guardando el cambio de kukis en su sostén.

El señor canoso sirvió las bebidas.

El novio de mi mejor amiga buscó qué ver en la televisión: eligió una película de miedo.



Más tarde, mis amigos se fueron.

Hice la limpieza junto a René.

Mientras lo hacía me pregunté por qué mi hermana no me había felicitado ni por mensaje.

¿Sería que se olvidó de mí o estaba ocupada?

Spring y Alfonso se aparecieron con las cosas para personificar el baile de graduación que la vida me debía.

Estaba incómoda porque me sentí plástico, un objeto servible una vez.

Alfonso acomodaba todo para ambientar.

Mi hermana me ayudó a vestirme.

Virginia apareció para maquillarme.

Me sentía contenta por la ropa.

Tenía estrés por la apatía de mi hermana.

Apenas me presenté en la sala René se retiró.

Él usaba un traje...

Su ropa combinaba con la mía.

—Dios se excedió contigo.

—Rompimos el molde, amada mía.

Nos dimos un beso de esquimal.

—Esto es mejor de lo que imaginé.

—Es lo que mereces, rubí.

—Dirás jade.

—El punto es que eres una piedra preciosa.

Bailamos nuevamente.

Me cansé.

Casi me sentía mareada.

Me fijé en un espejo, era la primera vez que veía el vestuario en su esplendor.

—¿Lo robaste?

—No, lo compramos.

—¿Es mío, entonces?

Lloré de emoción y me cubrí la cara.

Un abrazo, una caricia, un beso.

—Su padre es magnífico.

Estábamos bailando el vals que siempre quise en el preciso momento en que anunciaron una tormenta.

—El hotel —soltó René.

—¿Sucede algo?

Detuve el baile.

—Vamos a entrar en mayo, la temporada de lluvias casi al nivel del huracán —avisó Alfonso.

—Mientras estemos juntos —acordó René, sabiendo que pagó mucho dinero por el hotel.

—Cambiaremos el perdón del hotel por una visita con nuestros hijos.

Por seguridad, ningún invitado podía irse de la casa.

—Estamos aquí, Angelica. Es tu momento. Que el clima no sea un impedimento para tu felicidad.

—Gracias, Virginia.

Alfonso metió su automóvil en la cochera de la casa que mi prometido usaba para colgar mis herramientas.

La conexión satelital estaba fallando.

Desconectamos los electrodomésticos.

—¿Tienes un generador? —preguntó Virginia.

—Tengo cuatro.

—Uno debe ser para el Rusin-94, consume mucha...

Los truenos se presentaron al igual que un incesante viento ruidoso.

René buscó la cinta adhesiva.

Spring y él pusieron pedazos de ella en las ventanas.

—¿Quedó carne?

Investigué la cocina.

El trabajo en equipo fue eficiente.

Virginia y Alfonso conectaron tres de los cuatro generadores de energía.

Mi exesposa pidió llevarse el que no iba a usar si es que los futuros esposos no lo querían.

—Llévalo, en mi casa tenemos dos.

—¡Feliz cumpleaños!

Nos sentamos en la sala.

Pregunté por qué este año la lluvia estaba molesta con los humanos.

—Todo empezó con Albert —reconoció Spring.

—Ese virus causó un desastre ecológico que se pudo componer antes que empeorara en Umiza, pero Eusa murió casi en su totalidad.

Mis ojos se pusieron blancos.

Sentí calor y me cambié.

René mi imitó.

Mi hermana dijo que escuchó de Eusa en la escuela.

La materia de Historia Pueblerina le enseñó que allí se dio la purga casi total de los humanos y que, a pesar de que el culpable falleció, la batalla no terminó así, continuó por la locura generada por el encierro obligatorio para proteger a los sobrevivientes.

—Me gustaría conocer ese sitio, me preocupa su clima y que pronto se extinga.

—Sería bueno si es que hubiera acceso —comentó Virginia—. Nadie puede entrar y si lo haces, jamás saldrás de nuevo. Es el pueblo más tóxico de Mezone.

—Es una tremenda lástima.

Mi hermana me apoyó para la desmaquillada.

Al regresar me limité a observar a René y a su antigua esposa.

Ellos estaban en su momento.

Virginia miraba a través de la ventana.

Ella preguntó a René si recordaba su primera cita como pareja.

—Estaba lloviendo.

»Salimos del cine.

»Tus padres no pudieron recogerte.

»Los míos se ofrecieron a llevarte a casa, pero tu-vieron que moverse al hospital.

»Cárdenas se sentía mal del estómago.

—Nos paramos bajo la lluvia y veíamos los carros pasar a nuestro alrededor.

»Tus mejillas estaban rosas por el frío del agua.

»Calenté mis manos y me metiste bajo tu chaqueta.

—Lo recuerdo bien —rio, mirando la lluvia—, mis modales siempre relucen.

»No sé si te dije.

»Esa noche, llegué a casa todo empapado por la lluvia y me bañé con agua caliente, pensando en si tú estabas bien.

»Te toqué las manos, mas no estabas fría.

Virginia abrió la boca y la cerró.

Mi amado estaba pensando en las posibles respues-tas de aquelle mujer.

—Quería que me abrazaras.

»Me molestó que miraras las luces nocturnas de los faroles, que estuvieras evitándome ver a los ojos.

—No podía hacerlo.

»Choqué con muchos muebles antes de conseguir tomar ropa de mi ropero, agarrar mi toalla y entrar al baño.

Tocó el cristal de la ventana porque estaba viviendo el recuerdo.

—Tenía problemas de visión...

»Había escenas de la película que no distinguía y fingía prestarle atención para que no lo notaras.

»Fue estúpido.

»Cuando mis padres y Cárdenas llegaron, observa-ron el tiradero que hice.

»Me buscaron hasta encontrarme intentando entrar a mi cuarto como si no supiera donde estaba.

Virginia se quedó estupefacta.

René continuó con su versión.

—Después de hacerme una prueba rápida, Cárde-nas les dijo que todo el tiempo le pedía ayuda para ubicar ciertos lugares que estaban frente a mí.

»Me llevaron al optometrista y luego al oftalmólo-go, ambos dieron lo mismo: «Necesita lentes».

Ella no podía entenderlo.

—Tiene suerte de tenerte.

»No te valoré y me arrepiento.

»Tú, sí me apreciaste.

Ella se acercó.

—Tengo frío.

—La vida da y quita, así que hay que adaptarnos.

»El pasado quedó atrás.

»Es feo porque no olvidamos, pero sí perdonamos.

—¡Qué bonito!

Ellos me miraron.

Él soltó a su primer amor.

Fue por pañuelos para mí.

—Ven.

—Mentiste para que estuviera feliz. ¿Por qué te castigó el cielo?

—Para regalarme un pedazo de él. Tú eres el cacho de cielo que tanto aprecio.

Hundí mi cabeza en él.

—Pastel —anunció Spring, enseñando el pastel para mi cumpleaños.

—Quisiera que estuvieran aquí.

Cantaron.

Actué como una niña emocionada.

Apagué las velas de su pastel.

La llamada con mis padres se cortó.

Spring se fue un momento.

—Angelica —me llamaron mis padres.

Los abracé.

Me dirigí a mi padre.

—¿Cómo te sientes? ¿Cuánto tiempo llevaban escondidos?

Su madre se alzó de hombros.

—Cortémoslo —dijo René, refiriéndose al pastel.

Tomé el cuchillo y corté un pedazo para cada invitado presente.

Puse merengue en la nariz de René.

—¿Con qué así nos llevamos?

Me mancharon.

Cuando terminamos de comer el postre, todos nos preparamos para dormir.

René me confesó, antes de dormir, que estaba preocupado por la situación de Ramón.

No quería darle importancia porque sabía que no era el momento. Aun así, debíamos estar alerta.

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