22 de octubre de 2025
Pasó mucho tiempo desde que mi doctor me informó que la enfermedad se fortalecía y movería tierras y mares para combatirla con tal de que mi vida mejorara.
René estaba mal, recayó en el cigarro y en el alcohol porque no sabía cómo lidiar con la noticia de que su pareja se esfumaría antes que él.
Envejeció por no saber cómo reaccionar ante el estrés que tenía e incluso, visitar al psicólogo y al terapeuta no le estaba sirviendo.
Supe de su estado, por lo que lloré dos días seguidos.
Él pensaba que no lo sabía, que no percibía el olor a cigarro dentro de la casa y que para ocultarlo echaba mucho aromatizante a la casa, excusándose con que usaba perfume con aromas potentes para variar las fragancias la casa.
«Dios Mío», recé, «no me abandones. René te necesita, yo no... Por favor, ayúdalo. Sé que no cree en ti, pero no lo dejes dentro de la negatividad porque está rompiendo la promesa que me hizo».
Un día antes de la fecha actual, todo se puso tenso para la vida de René.
Ese día me levanté.
Caminé de puntillas hasta la sala para preguntarle si quería comer algo, pero él no aceptaba.
Eso me puso tan triste que me encerré en nuestro cuarto para idear un plan para ayudarlo.
Salí cuando me sentí mejor, para convencerlo de que necesitaba comer para que pudiera pensar con claridad acerca de lo que quería hacer después.
—Vete, Angelica —tosió dos veces.
—Sino me harás caso te llevaré con doctor para que él decida qué es lo mejor para ti.
Hablé con mi hermana para que junto con Ciro pudiéramos ingresar a mi prometido.
Ella estaba nerviosa, pero lograba mantenerse estable ya que sabía que alterarse destruiría a su cuñado, acabaría con el hombre que le había presentado al adulto con quien se casaría.
Aparecimos en el hospital, hicimos el registro e intentaron a René.
«Mejora, mi amor. Hazlo para que nuestros hijos conozcan a su padre. Recapacita para que tengamos la vida que diseñamos al inicio de nuestra relación».
—Señorita Valentina, ¿qué hace aquí? —me preguntó mi doctor—. No recuerdo que hubiésemos agendado una cita para hoy.
—Es René, doctor —murmuré—. Él se está destruyendo porque no puede equilibrar su mente...
»Posterior a que se enteró de que el Pulmón Frío me mataría en poco tiempo, volvió a sus malos hábitos.
»Lo trajimos para que lo curen o hagan cualquier cosa para que no termine perdiendo la vida.
—Está bajo buenas manos, señorita —el doctor tocó uno de mis hombros—. Se recuperará.
Él se fue, dejándome con anhelos.
Una de las enfermeras me llamó para avisar que René solicitó casarse conmigo de manera legal antes de los procedimientos y eso hicimos.
Las horas y días continuaron transcurriendo, el viento siguió corriendo con la misma velocidad, la luz en mi esposo desaparecía por ratos, hasta llegar a hoy.
Mi enfermedad dejó de darme problemas por ahora.
Mi embarazo no sería un impedimento para vivir, aunque, ahora me preocupaba mi amado.
Él tomó mi lugar como enfermo.
Mientras estaba en casa, analizando que los trabajadores del hospital ayudaban a René, terminé de conversar con mi mejor amiga acerca del presente.
Me levanté de la cama y fui al baño.
El sonido de llamada apareció con tanta insistencia que, al regresar al cuarto, contesté con molestia.
—¿Diga? —atendí.
—¿Me comunico con la señorita Angelica Valentina? Es para informar acerca de los resultados del estudio realizado en René Cárdenas.
—Sí, un segundo —cubrí el micrófono—. ¡Spring, Alfonso! ¡Hay noticias!
La pareja que se había quedado conmigo se acercó, avisé que estaba lista para escuchar lo que tenía René puesto que el problema de las adicciones se resolvió y le encontraron un detalle.
—Él tiene el Síndrome de Sil, un tubérculo...
»Perdón, cúmulo de sangre en forma de hongo, cerca de su corazón y necesitamos extirparlo.
Es una cirugía complicada.
»Requerimos de su permiso para operarlo.
»Él afirmó que estaba de acuerdo, mas, nos pidió preguntarle.
—No, es muy arriesgado —susurró mi hermana.
—Es mejor que se haga el intento, cariño —debatió Alfonso—. Si sale bien, René será padre responsable.
—Háganla.
Colgué, abrazando a quienes me acompañaban porque parecía que tomamos la decisión correcta, pero no era certero que fuese efectiva.
—Mamá debe estar informada sobre esto. La llamaré sin contarle todo a detalle —Spring sacó su teléfono—. Al fin y al cabo, René es parte de nuestra familia así que no podemos quedarnos con la noticia.
—Angie, preciosa —el joven Jenkins jugó con mi nariz—. Ciro querrá saber qué tiene su mejor amigo, ¿hay algún problema si en un par de horas lo llamo para comentarle sobre lo que dijo la enfermera?
—No, tonto. Hazlo. Se conocen de años y ocultar información como esta terminaría preocupando de más a tu querido hermano —arrugué mi cara—. Sin embargo, creo que quien debería decirle soy yo, su esposa.
—Acepto... ¿Cómo te está yendo en la escuela? He escuchado que algunos de tus compañeros te tienen miedo porque eres exigente y no te gusta la irresponsabilidad —cambió de tema de modo abrupto.
—Vaya reputación —dije con sarcasmo—. Me va bien, gracias a la intervención de Virginia. Aun así, la directora no deja de tenerme rencor por la decisión que tomaron Marcel y Spring con respecto a su relación.
Alfonso se alzó de brazos antes de ir con su prometida para estrujarla con cariño.
René vino a mi mente.
«Si me escuchas, René. Dímelo, solo quiero que te encuentres bien y que la cirugía tenga buenos resultados para que puedas conocer a Homero y Margarita».
Serví agua en un vaso, sintiendo que alguien estaba detrás de mí y me abrazaba por la cintura.
Al voltear hacia atrás vi que no había nadie, era mi cabeza haciéndome revivir un recuerdo con René, era mi mente esforzándose para calmar la ansiedad que sentía por la enfermedad de mi esposo.
—Te extraño, René. Mi aura necesita de la tuya. Mis manos desean entrelazarse con tu áspera piel... Mi corazón requiere de tu presencia.
—Angelica, Alfonso irá por comida. Me quedaré contigo en lo que regresa —voceó mi hermana.
Me acosté en el sofá, enseñando la bola de piel que tenía al frente.
Spring sonrió previo a lanzar un tierno comentario acerca de mi panza. A ella le gustaba bufarse sobre mi apariencia física, olvidando que así estaría ella.
—Uy, creo que en poco tiempo es la expulsión —bromeó mi hermana—. ¡El parto! Una disculpa, hermana. Tu vientre estiró tanto que parece una bomba.
Ella sacó los platos, vasos y jugo para acomodarlos en la mesa en lo que la comida era traída por su prometido. Ella, silbaba en el quehacer.
«A veces eres tan extraña».
«A veces no sé por qué sigues aquí, es decir, cuidarme es una tarea difícil y siento que sería prudente que siguieras con tu vida».
De nuevo, el teléfono sonó, pero no atendí.
Mi hermana contestó, lanzando murmuro para que no escuchara la conversación.
Gritó después de colgar como si tuviera buenas noticias para la familia y para mí.
—El doctor llamó para pedir que hagamos horarios para las visitas. René entrará a cirugía pronto y pidió que lo veamos para que no sienta tan nervioso.
—Quiero comer —solté—. Vamos después de comer. Mis bebés exigen alimento cada determinado tiempo y no perdonan su hora de comida.
—¿Has tenido otro ataque? Entiendo que la enfermedad se detuvo, pero ha dejado secuelas.
—Eres mala, Spring. ¿Cómo se te ocurre hacer ese tipo de preguntas? Estamos felices porque René está mejor y tú aquí con tus cuestiones agresivas.
—¿Eso es un no? Te pido que seas lo más clara posible porque no tengo poderes.
—Sí, hermana. No he tenido nada tras las múltiples intervenciones de los médicos, sin embargo, como tú dices, hay secuelas. El tanque será mi compañero-
Spring evadió el tema porque su prometido llegó con la comida, fue informado de la visita que haríamos en el hospital para ver a René.
No perdonamos el almuerzo y acabamos con las porciones que tenía cada paquete de comida. ¡Parecíamos unos muertos de hambre!
Los platillos fueron exquisitos porque cada ingrediente fue percibido por mi sensible paladar que solo conocía los medicamentos recetados.
Homero, Margarita, aquellos nombres eran como el canto de las golondrinas en primavera.
Mis niños llenaban a la familia con dulce esperanza sin quiera haber nacido.
Nuestras estaban en constante cambio y este ciclo se repetiría hasta el día en que las segundas generaciones nos encontremos dentro de cajas de madera.
¡Me convertiría en madre de familia!
¡René sería el capitán de este barco!
Mis pensamientos no eran negativos, estaban fundamentados en la felicidad de lo que sería.
—No le digas nada —oí de mi hermana—. Está relajada y así debe permanecer, Jenkins.
—En la misericordia de cada humano, hay un leve viento que le emociona sentirse honrado ante sus semejantes, que desea ser aceptado, así como disculpado por los pecados para expiar su culpa del pasado —filosofó.
—Gordura del alma —asentí—, eso es lo que ata al hombre a lo que conoce como planeta Tierra.
»La fuerza de gravedad es la explicación básica que las personas inventaron y negar la parte más espiritual.
—Oh, por favor. Bastos son sus pensamientos.
—Al hombre le pesa su espíritu —agregó Alfonso al escuchar la queja de su amada—. Tanto así que, se une con la naturaleza que asesina...
»Eso conecta al malvado con su víctima, el hecho de que su consciencia se ensucia y el herido mira la cortina de humo del culpable.
—Cállense, hacen que René no pueda disfrutar de sus cortas vacaciones en el hospital.
«Me preocupas, Spring. Tu cuñado está a punto de ser operado y tu comportamiento no es correcto».
Me puse en modo zen.
—Lo lamento, cariño. Quería hacerle un tributo a mi amigo... Ciro ya está con él.
—¡Qué alegría! Ver a su mejor amigo lo pondrá de mejor humor. Mi querido caballero de plata se recuperará rápido gracias al amor que le damos.
—Lo que lo pondrá de mejor humor es verte, hermanita. Ciro será su amigo del alma, pero tú eres su esposa. El rol que tienes es más importante.
—Cierto, ya nos casamos —analicé mi anillo—. Han ocurrido tantos sucesos que casi me olvida que él y yo somos un matrimonio... Espero no perder la memoria tan joven.
Tras la visita de Ciro, Alfonso, Spring y yo decidimos ponernos en marcha para visitar a René. Para ello, compramos flores de distintos colores.
Me quedé en la sala de espera porque tenía miedo de verlo.
Los prometidos entraron a la habitación donde residía mi esposo en lo que cogía fuerzas para verlo.
Algunas enfermeras me vigilaban ya que creían que estaba esperando al doctor Ortega o a la ginecóloga. Eran dos sus opciones: la enfermedad o mi embarazo.
Spring y Alfonso salieron al mismo tiempo en que Cárdenas apareció con sus parejas.
Quienes me trajeron se quedaron porque no iban a dejarme sola en un lugar donde sabían que mi corazón latía con demasiada velocidad.
Mi cuñado se retiró junto a sus novios.
Praga y Nina llegaron.
Ellas le dieron regalos, ánimos y sermones a René.
Finalmente, después de tres horas, entré al cuarto para abrazar a mi pareja.
Estaba angustiada por lo que podría pasarle en la cirugía. Sin embargo, él me dijo que mi preocupación no se haría realidad porque estaba en manos de profesionales.
No le iba a pasar nada malo.
—Niña, estaré bien. Estoy cansado, pero feliz de que la espera esté por terminar.
—Ya quiero verlos —comenté acerca de los bebés.
Acarició mi pecosa mejilla.
—Angelica, seremos buenos padres. Cometeremos errores, mas, no nos abstendremos del amor.
—No quiero interrumpir —reconoció mi doctor—. Pero, necesito decirles algo con respecto al parto de la señorita Angelica Valentina.
—Díganos —pedí.
—Tu parto no será natural... La cesárea es la mejor opción para no hacerles daño a los bebés.
—Gracias, ¿nos deja?
René y yo estuvimos hablando media hora hasta que lo llevaron a quirófano para la operación.
Lo encomendé con mi Dios para que tuviera la protección de una entidad divina y no pudiera ocurrirle nada malo como quedar paralítico.
La cuenta regresiva comenzaba para que llegara el día en que tendría a mis bebés entre mis brazos.
René me había dicho que lo peor de la cirugía sería que le pondrían medicamentos intravenosos y que estaría consciente en ese lapso.
Aparecí en casa, con las ganas de meterme debajo de las mantas de la cama, pero decidí leer un rato para que mi cabeza se mantuviera en orden.
«Si la espiritualidad no existiera no sabría decir qué sería ahora de algunas personas. De alguna forma, la fe ha hecho que haya un orden en la oscuridad de la sociedad y que las personas no desaparezcan».
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