22 de marzo de 2025
La convención de abogados iba de maravilla porque todo estaba saliendo como se planeó.
Faltaba poco para que diera mi discurso y que los presentes me felicitaran.
A pesar de que debía estar en otro sitio, me quedé con Angelica para no sentir tanto estrés.
Los organizadores no dejaban de molestarme acerca de mi comportamiento. Según ellos, debía convivir más con los demás y distanciarme de mi pareja.
Si ellos querían que conviviera más, mi pareja necesitaba estar junto a mí.
Inicié una discusión con ellos.
Ellos no podían aceptar comentarios negativos de mi parte así que tuve que pensar bien.
Angelica intervino: —Permítanos hablar.
Nos alejamos.
—Debes aceptar lo que te dicen.
—No, tú debes estar conmigo.
—Me encantaría.
»No los desobedezcas.
»¿Qué tal si sigues negándote y te sacan del evento antes de que puedas dar tu bello discurso.
—Bien.
—Iré con Spring.
»Cuando vayas a exponer, nos acercaremos.
Al acercarnos a los puercoespines mi prometida razonó con ellos.
Ellos sonrieron con su idea.
Restaban diez minutos para mi reconocimiento.
Valentina buscó a su hermana y se quedó con ella.
Sentía que el mundo estaba en contra mía.
Para relajarme salí a hacer lo que más me tranquilizaba: fumar hasta que el humo me nublara la vista.
Estando en la calle, con el cigarro entre mis labios, contemplé el desorden vial cotidiano.
Un cigarro, otro, uno más...
El humo me cegó.
Husmeé en la cajetilla sin mis salvaciones.
Boté la caja y disfruté del último recurso.
—Eres una porquería.
—Grítalo más fuerte, querida.
La mujer se molestó.
Ella se me acercó.
—Dejé a Angelica con François porque me quería saber en dónde estabas.
—¿Esto en serio? Casi tres meses saliendo con mi hermana y, ¿no has podido alejarte de ellos?
Exhalé.
—Me encantan.
Tosí.
Ella rompió el cigarro.
—Vas a entrar, darás tu estúpido discurso y hablarás con Angelica acerca de tu adicción.
—No tengo ninguna adicción, Spring.
A regañadientes, fui a recitar mi discurso, procurando que nadie percibiera mi olor.
Disfruté alentar a los jóvenes que apostaban por iniciar una firma de abogados.
Estaba por bajarme.
Alguien hizo una pregunta relacionada con el trabajo.
Respondí.
Más preguntas llegaron.
Había un balance entre cuestiones laborales y mi vida personal.
Mi boca no se separó para dar algunas respuestas.
Las personas que estaban apoyándome me vigilaban.
Fui con Angelica al acabarse las preguntas.
Estuvimos cuatro horas en el local.
—Estuviste estupendo, cariño.
«Vas a entrar, darás tu estúpido discurso y hablarás con Angelica acerca de tu adicción».
—Estuve fumando antes de dar mi discurso.
—Spring me lo dijo. Por favor, René. Ya basta.
—Sería bueno que me ataran las manos para que no me siga destruyendo.
—Vamos al zoológico.
«Cierto, te lo prometí», recapacité.
Acepté, sugiriendo que su hermana junto a Alfonso nos acompañaran.
Ella no se negó.
La nueva pareja condujo hasta allí.
—Cumpliste tu promesa —me abrazó.
—Y, seguiré cumpliendo mi palabra —admití—. Trabajaré con mi adicción a los cigarros.
»El alcohol no es problema, lo olvidé...
»Mira, algodón de azúcar.
—Quiero uno.
—Tienes suerte, tengo el dinero.
El vendedor alucinó a Angelica con el proceso de preparación del postre.
Su hermana y Alfonso nos encontraron.
—Bien hecho, campeón —dijo Alfonso—. Me gustó tu discurso tanto como las respuestas que dabas cuando la gente quería indagar en tu vida.
—Gracias, pero lo hice con mi ángel pelirrojo.
Alfonso abrazó a Angelica.
Él robó un poco del algodón de azúcar.
—Es mi algodón de azúcar.
—Solo fue un puño.
—Tu puño es más grande que el mío.
Caminamos por el zoológico que estaba un vacío.
Miramos los animales que estaban a nuestro par.
Angelica se fijó en una jirafa que cuidaba a sus crías.
Spring se burló de ella, diciendo que el embarazo activaba su instinto maternal.
—Y otras cosas.
Angelica se sonrojó.
—¿De qué hablas? —preguntó Spring.
—Nada —negué, protegiendo a Angelica—. Hay que esperar más meses para ver qué serán.
—Sí, me mata la espera —avaló Spring—, y es que no van a ser mis hijos.
Alfonso se paró.
—Si tanto lo deseas, ¿por qué no intentamos tener un bebé?
—Después.
—¿Después de qué?
—De la boda, en nuestra luna de miel.
—Acepto.
Continuamos caminando hasta que Angie se mostró con ganas de vomitar.
Spring la llevó al baño.
Los bebés odiaron el algodón de azúcar.
—Es difícil.
—¿Qué cosa? —quiso saber mi cuñado.
—Aceptar que tengo una adicción.
—Puedes ir a un grupo de apoyo.
—Buscaré uno.
Spring llegó con Angelica del baño para estar con nosotros.
Pedí a los prometidos que nos dejaran hablar a solas.
Era el momento de decirle.
—Angelica, tengo que decirte algo.
—Un grupo de apoyo es buena idea.
La abracé.
Hundí mi cabeza en su cabello.
—Por cierto, ¿cuándo será el funeral de Bruce?
—No sé. ¡Lima está embarazada! Bruce no lo sabía y eso la tiene sumida en el dolor como nosotros.
Lágrimas se colaron en mis ojos.
—Había cosas que quería enseñarle. A él le gustaba el béisbol e iba llevarlo a un partido.
—Tranquilo.
—Quiero irme a casa. Me duelen los pies.
Angelica limpió mi cara y me besó.
Los otros novios confesaron que debían irse.
—Hasta pronto...
Ellos se fueron.
Nosotros también.
Llegar a la casa fue más rápido de lo que pensé.
—Pasa —abrí camino a Angelica.
Una vez que entramos revisé todo.
Cerré la casa con seguro.
—Ya, sean libres —les grité a mis pies.
Me acosté en la cama.
Angelica se bañó.
Prendí el aire acondicionado.
Me metí bajo las mantas.
Sin querer me quedé dormido.
Tuve una mañana muy agitada.
Quería descansar y reponerme.
—René.
Desperté.
—¿Qué pasó? —bostecé.
—¿Tienes sueño? —preguntó, retóricamente en lo que se recostaba con su ropa para dormir.
Ella estaba llena de cansancio.
—Descansa —se acostó sobre mí, besando mis labios antes de dormirse.
Sonreí.
Ambos descansábamos hasta que...
Ella se puso de pie y jadeó.
—Angelica —salté de la cama.
Me puse a su lado.
—Doctor, ¡llámalo!
No me contestaba.
—No contesta.
Marqué a Spring.
Ella respondió de inmediato.
—¿Cómo que no contesta? —se enfadó ella.
—Vamos para allá —nos aseguró Ciro al otro lado de la línea.
Él estaba preocupado.
Ella colgó.
Cinco minutos pasaron para que ellos estuvieran en la casa para llevar a Angelica.
Nos vestimos como pudimos.
Tal vez nada combinaba, pero cómo iba a saberlo con tanta desesperación.
Subimos al auto de Alfonso.
Rogábamos por la salud de mi pareja.
Mejor dicho, ese ruego me pertenecía.
—Resiste —pidió Spring en el asiento trasero.
Yo: Virginia, por favor veme en el hospital.
6:22 p.m.
Exesposa: Cárdenas pasará por mí e iremos juntos. ¿Qué pasó esta vez?
6:24 p.m.
Yo: Angelica jadea y saca sangre, el maldito doctor no me contesta. La estamos llevando al hospital.
6:24 p.m.
Exesposa: Ya vino tu hermano por mí. Te veo allá.
6:32 p.m.
Deje así la conversación.
Me predispuse para lo peor.
El conductor parecía un loco.
La conducción era peligrosa.
Apenas llegamos al hospital, Spring y yo contamos todo a la secretaria.
Ella nos recibió.
Nos sentamos para esperar.
Las puertas eléctricas de abrieron.
—¿Llegó el doctor? —preguntó Cárdenas con su novio, la novia y mi exesposa.
—¿Poliamor? —lo miré.
Asintió.
Lo abracé al igual que a Virginia.
—Angelica entró a urgencias —dijo Ciro.
Él llegó solo poco después que nosotros.
El doctor se dignó a aparecer.
Todos nos molestamos con él.
—Estaba en cirugía, trasplante del corazón. Acabo de enterarme de lo que le pasó a Angelica.
—¿Qué tiene ahora? —lo cuestioné.
—El embarazo la está matando. Saben qué es mejor.
—Usted dijo que mejoró —debatió Spring.
El doctor dijo que así fue pero algo la perjudicó.
Para reducir su sufrir debía morir uno de los humanos en desarrollo.
—No —rogó Spring—. Debe haber algo más.
—Y la hay —interrumpió otro doctor.
—Díganos —le pedimos al otro médico—. ¿Hay otra opción? No nos tenga aquí esperando.
Nos explicó que debía permanecer conectada con la máquina de Luz María.
Ella no debía salir de donde vivía e incluso podría ser que su parto fuese en su hogar.
—¿Por qué no nos dijo eso? —alzó las cejas mi exesposa, abrasando al doctor Ortega.
—Porque no le gusta que usen lo que inventó la doctora Luz María —espetó el otro doctor—. Lo hace así porque no admite que lo nuevo nos está ayudando.
El señor Ortega se tensó.
Luego confesó que era cierto lo que decía su compañero.
—La chica no debe hacer nada más que quedarse en cama. Si ella entra en crisis, cálmela, señor Cárdenas.
—Lo haré. Ahora, ¿qué sigue?
—Le están haciendo un ultrasonido para ver cómo se encuentran los fetos.
Una enfermera apareció con un sobre en las manos y se puso a hablar con los dos doctores.
La jovencita.
Los médicos me entregaron los resultados.
Angelica estaba sana al igual que los bebés.
—Solo usted, señor Cárdenas, puede ir a verla —avisó el otro doctor—. Angelica dio esa orden.
—Esperaremos aquí —sonrieron familia y mis amigos del alma.
Seguí mi caminar hasta el cuarto de Angelica.
Pregunté si podía pasar.
Ella asintió con la cabeza.
—Mi niña —me senté junto a ella—. Los médicos...
Ella me quitó el sobre de mi mano y lo abrió.
—Son bellos —me aseguró, mirando las imágenes opacas del ultrasonido—. Nuestros hijos.
Sonreí.
Me fijé en las fotografías.
—Los médicos dijeron que debes permanecer conectada al Rusin-94 todo el día, hasta que ellos indiquen lo contrario. Podrías dar a luz en casa y ellos te asistirán junto a las enfermeras.
Angelica siguió viendo a los fetos.
—Si es lo que mantendrá vivos a los bebés y a mí, no me opongo.
—No vas a poder trabajar, pero te seguiré pagando, niña pecosa... Creo que tampoco podrás seguir asistiendo a tus clases en la universidad.
—Está bien —sonrió, pegando su cabeza en mi mano como un gato que quiere atención.
Besé en sus labios.
—¿Cuándo nos iremos a casa?
—Ya puedes irte, Angelica —reconoció el otro doctor al entrar al cuarto.
Angelica firmó su pase de salida.
Todos felices.
La tranquilidad brincó en casa.
Nuestra familia y amigos —incluyendo a Lima— nos visitaron en la que se volvió casa de ambos.
Angelica estaba en mi cuarto allegada a la máquina ruidosa que la salvaba.
—Voy a tener gemelos —le dijo a Lima.
—Yo trillizos —vaciló su mejor amiga.
Ellas se quedaron platicando en mi habitación.
Los "sanos" estábamos en fiesta, celebrando a la complicada vida humana.
—¿Me das otro trago? —preguntó Cárdenas.
—Voy por agua para ti —repuso el novio de mi hermanito.
La novia se puso a besar a Cárdenas.
Virginia convivía pacíficamente con los Jenkins y con Spring.
Regresó el novio de Cárdenas, dándole el vaso con agua y sugiriendo que los tres, acabando la reunión familiar, debían irse a un sitio más privado.
—Estoy a favor —aceptó la novia sentada sobre mi hermano.
—Agendé para mañana una mesa para los tres en Bill's —les dijo mi hermano.
Los otros sonrieron.
«Será un relajo que los tres se casen», reí.
Lima vino a la sala y se despidió para quedarse en casa de sus suegros.
Ciro Jenkins regresó con su familia sin olvidarse de darnos la gracia de Dios para que todo saliera bien con los bebés y Angelica.
—Nos vemos —dije, viendo que subiera a su camioneta con ayuda de Alfonso.
Alfonso volvió adentro con Spring.
El trío salió hacia un lugar más privado.
Mi hermano avisó que mañana vendría temprano para estar a merced de su cuñada.
—Gracias —agradecí, mirando que abordaran el taxi que el novio pidió.
Cerré la puerta.
Los restantes nos quedamos hasta que cayó la noche.
Nos nutrimos.
—Cocinas mejor —aludió Virginia.
—Me ofende que creas que no sé hacerlo. Tengo mis talentos ocultos... No pienses más allá de ello.
Spring quería ver vestidos de novia.
Virginia le comentó del lugar donde compró el suyo hacía años.
—¿Me acompañas?
—Con gusto, Spring.
—Hay dos habitaciones, una para el matrimonio no oficial y otro para ti, Virginia.
Mi exesposa recibió una llamada de su jefe y se tuvo que retirar de momento.
—Nos quedaremos—acordaron Alfonso y Spring.
—Se los agradezco.
—¿Qué pasa? ¿Qué te pone tan inquieto, René? Te ves bastante alterado, aunque quieras disimularlo.
No quise decirle nada a Spring.
Me fui a lavar la cara al baño, mirando mis manos siendo afectadas por la edad.
—Viejo —se asomó Alfonso.
Oculté mis manos.
—Eso —supuso Alfonso, mirándome—. Tus hijos te van a querer sin importar tu edad. Angelica te ama porque vio luz en ti y eso eres para ella.
Tragué saliva.
Al salir del baño cerré la puerta del baño.
Quise hablar con él.
—Estoy envejeciendo y jamás tuve hijos —admití mi miedo ante él—. Soy un anciano. ¿Qué pasará a su llegada?
—Nadie nos enseña a ser padres. Puedes ir a cursos de paternidad si te espanta tanto.
Me dio un golpe en el brazo derecho.
—Sé lo que un día puede pasarle a Angelica. Todos los días temo por ella y ruego que respire otro día.
Spring nos gritó que ordenó pasta para todos.
Nos fuimos a sentar con ella a cenar.
Cuando terminé mi porción, serví un poco para Angelica.
Me dirigí a la habitación.
Tenía la pasta y un vaso de agua con vitaminas.
—Traje comida —la saludé en mi cuarto.
Cerré la puerta.
Quité su vista de la televisión.
—Gracias a Dios, me muero de hambre.
Me senté a su lado.
—¿Qué ves? —pregunté al ver que comió un poco de la pasta y la glorificó.
—Un programa que da cursos para los padres primerizos, ¿quieres verlo? —reveló.
Asentí con la cabeza.
Tuve cuidado con los cables.
Me acosté bajo las sábanas.
—Ahora, les enseñaremos cómo hacer que el bebé saque su eructo —anunció la maestra.
—Eructo —se rio Angelica después de tomar del vaso con agua.
Retiré lo que usó.
Fui a lavar todo en la cocina y lo coloqué donde iba.
La pareja se metió a una de las habitaciones para descansar.
Mientras tanto, esperaba a que el programa terminara o que Angelica sufriera sueño.
—¿Qué haces? —me preguntó Angelica.
—Escribiré —sonreí.
Ella continuó viendo la televisión.
—Lo hago todos los días por las noches. Ahora quiero hacerlo para comprender que todo irá bien, que está mal que como padre cometa equivocaciones.
—Te amo.
—Yo también.
La tinta de la pluma y mi cabeza se unieron en el papel para redactar lo que se me pudo ocurrir para estar motivado ante las terribles tormentas de la vida:
Terminó el 22 de marzo de 2025.
Un día más, la niña Angelica hizo un nuevo despertar, así como el Sol que nos envuelve en su color.
Preferiría que ella fuera lo más duradera que se pudiera, sin embargo, eso no era posible porque las personas mueren y nacen todos los días.
Solo resta estar con ella y vivir cada momento como si fuera el último aliento.
Quizá el dulce hedor de la oscuridad nos azotará cada semana con algo diferente, pero ¿qué sería un ser humano sin enfrentarse a lo peor?
Probablemente nada porque entonces no tendría un propósito de vida y eso sería muy triste.
Acepté que el mundo es injusto porque eso me hará fuerte y ayudará a Angelica a no pensar en el caos.
Me da igual que más pase.
En mi casa hay un ángel que me apoyará en mis bajas, y yo lo haré de la misma forma porque las personas viven y disfrutan mejor en compañía de otras.
Quisiera seguir pensando en la belleza abstracta de lo horrible para darme fuerzas.
Ojalá que esto algún día alguien lo pudiera leer para que se llene de conocimientos.
Sin más creo que es todo por hoy, siento que me estoy quedando sin palabras.
Tal vez mañana pueda seguir documentando acerca de lo que viene a mi mente.
...Quisiera tenerlo cerca ahora...
Me aterra cometer errores, pero sino lo hago me convertiré en una máquina.
Hay demasiadas cosas que pasan en la vida gracias a actos fallidos...
Buenas noches, Abigail y Homero.
Algún día nos veremos en persona, aunque me desconozcan.
La clave de la paternidad y la maternidad es aceptar que está bien errar, mejorar y seguir adelante.
Detuve mi escritura.
«Sería bueno que Angelica tuviera más protagonismo», me afirmé, «porque solo he mostrado el lado A de nuestra compleja relación».
Sería adecuado que ella tomara más fuerza, que su presencia hiciera sonreír, llorar y gritar a otros.
—Angelica.
—Comenta, mi amor.
—En nuestra historia siento que falta tu participación. Parece algo muy monótono.
Ella me miró.
No comprendió.
—A partir de mañana escribe en mi libreta y cuenta todo desde tu percepción.
Valentina estaba en silencio.
—¿Me estás dando permiso?
—Sí, lo mereces.
Era un cambio necesario.
Nuestra historia no podía seguir siendo decodificada por mí, faltaba su esencia.
A partir de mañana, Angelica estaría contándoles a los demás su percepción de lo nuestro.
—Tengo que dormir para diseñar el formato que le daré a lo que escriba y cómo relataré nuestro amor.
Apagué la televisión.
—No solo seré yo quien esté emocionado de hacer que el mundo se entere de nuestra felicidad.
Mi pareja durmió.
Respiré antes de dormir.
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