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21 de marzo de 2025

El doctor sí llegó a la antigua casa de la doctora Luz María y atendió a Angelica.

Él nos avisó que el bebé se esforzaba por acoplarse a su madre, así que se esperaba que el feto continuara formándose sin problema.

Había probabilidad de que naciera ciego, fuera de eso no habría inconvenientes.

Tras la visita del doctor Ortega, los hermanos Jenkins, las hermanas Valentina, Cárdenas y yo decidimos dejarle las escrituras de la casa a mi exesposa.

Resultó que la casa nunca estuvo a nombre de la loca Luz o de su esposo, sino de René Cárdenas Picksen, mi padre.

En ausencia de ese maravilloso señor, mi hermano y yo debíamos decidir qué hacer con la propiedad.

Debido al proceso legal por el que cruzaría Virginia decidimos donarle la casa en Lianda.

Otra noticia increíble era que Cárdenas cambió sus malos hábitos de salud gracias a que conoció a una chica que quería preservarlo.

Ciro regresó a su casa para reunirse con su familia y una grata sorpresa: sus cuñados le compraron una camioneta familiar de último modelo.

Spring y Alfonso anunciaron que se casarían en cuatro meses porque estaban seguros del amor entre ellos.

Angelica y yo estábamos de visita en casa de sus padres para hablarles de todo acerca de su mi niña.

Mencionamos detalles sobre lo que pasó con mi exesposa y cómo logró recuperar su dinero, además de la vida amorosa de Spring.

«¿Qué más podrían preguntar?», me cuestioné.

—¿Cuántos años tenías cuando te casaste con aquella mujer? No tengas pena de decirlo —el señor Valentina atacó mi vida personal antes de su hija.

—Veintidós —respondí, dando un sorbo al jugo de ciruela que preparó la señora Quinsey.

—¿Cuántos? —dijo Angelica tragando su comida.

—Escuchaste bien —confirmé—. Salimos por nueve años y después le pedí casarnos.

Su padre insistía en saber más de mi relación pasada.

La señora Quinsey le pidió que parara.

Me estaba incomodando.

—¡Basta, Gerónimo! —su esposa enfureció.

—Deberías ser más considerado con él, es el padre de mi hijo, TU NIETO —aclaró Angelica.

Gerónimo cerró la boca.

Él se limitó a comer lo que cocinó su mujer, después se levantó de la mesa y se fue a la cocina.

Él enfadó.

—Lamento lo que hizo mi esposo —se disculpó la señora Quinsey—. Soy Debie, por cierto. No tuve tiempo de prestarme antes.

Seguí dando pequeños bocados a la comida que sabía deliciosa.

Angelica terminó de comer y cambió de asiento para estar junto a mí.

—Él no es así siempre —confesó, limpiando mi boca porque estaba manchada.

Cuando bajó su mano, se la tomé.

Sonreí con malicia envuelta en ternura.

—Gané el premio mayor contigo —le dije, metiendo el último bocado a mi cuerpo.

Me puse de pie junto a ella.

Levantamos las cosas y las pusimos en la cocina.

Lavé los utensilios.

Sus padres estaban esperándonos en la sala.

Debie vio que su esposo no limpió y ella lo hizo.

La ayudé a terminar lo que empezó.

—¡Qué amable eres! —sonrió Debie.

—Mi madre no pudo sola con todo. Mi hermano y yo la ayudábamos siempre —admití.

—¿Era alcohólico? —asumió Debie Quinsey.

Negué con la cabeza.

Contesté: —Murió... Éramos unos niños.

—Siempre quise que mi padre viera que sus hijos se graduaron de sus carreras —me puse sentimental.

Cambié el perfil que le enseñaba.

Me metí al baño para limpiar mis manos.

—René —me llamó Angelica.

Me espanté.

—¿Qué ocurre, bomboncito? —pregunté.

—¿Quieres ver cómo era mi cuarto en esta casa?

Asentí con la mirada.

Subimos a su habitación.

El cuarto reflejaba colores pasteles combinados con posters de cantantes que le gustaba en su infancia.

Su cama estaba cubierta con colchas de algodón y adornos de flores.

—Hay que hablar —dijo, cerrando la puerta.

—¿Qué hice mal? —garanticé algo que no sabía.

—Nada, es más sobre el bebé. Mi padre no se lo está tomando tan bien como mi madre.

Acaricié su cabello trenzado para decirle: —Dale tiempo, se lo dijiste gritando.

Guardó su preocupación.

La ayudé con el tanque.

Se acostó sobre su cama.

La abracé al estar acostado de lado.

Se pegó tanto que casi podía oír mi corazón latir.

—¿Cuánto he logrado? —murmuró—. Algunas primeras experiencias fueron contigo y las adoré.

»Estoy terminando la universidad, me embaracé, y tengo a un excelente novio.

»No en ese orden, pero esa es la idea.

—Te entiendo —contesté, acostándome de un lado para apoyar una mejilla sobre mi puño.

—Cambia de posición —apartó la mirada—. Tu... está animado... Me está poniendo nerviosa.

—Di cómo se llama, no tiene nada de malo —le debatí—. Solo necesitas decirlo.

Se sonrojó, emblanqueciendo los ojos.

Avergonzada dijo la palabra.

—No fue tan difícil de decir —continué.

La abracé otra vez.

Ambos nos relajamos ya que estábamos hablando con la claridad merecida.

—Soy pervertida y hay evidencia de ello —se puso los zapatos—. ¿Qué es lo que me pasa?

Me levanté descalzo, pidiéndole que dijera conmigo algo para que se calmara.

—Repite conmigo —pedí.

Aceptó.

—Yo...

—Yo —me siguió.

Me veía.

—Angelica Valentina —proseguí—, soy una chica.

—Angelica Valentina —repitió—, soy una chica...

—Que gusta tener intimidad con su pareja como cualquiera —finalicé.

Lo replicó a la perfección.

Posterior a eso le pedí que cerrara los ojos.

—Angelica —la nombré.

Abrió los ojos.

—¿Quieres que te despose, mi ángel?

Ella miraba que estaba hincado.

La caja estaba abierta.

Quedó perpleja.

Tal vez ella estaba pensando en lo que implicaba aquel compromiso, quería desposarla.

—No me importa cuáles sean los planes de este descuidado caballero, solo deseo ser feliz —recitó—, y por eso le concedo el honor de quedarse conmigo.

Me paré.

Cambié su anillo de promesa por el de compromiso.

Los dos estábamos felices.

Salimos de la habitación.

Su madre gritó.

—¿Ahora te llevas a mi niña lejos de mí? —me cuestionó el señor Gerónimo.

—¿Por qué tu hija no puede ser feliz con este hombre? —repuso Debie—. Mírala, está contenta.

Ella nos señaló cuando Angelica me abrazaba sin dejar de ver el precioso anillo.

—Te amo —me besó.

Fue un acto desprevenido.

Me quedé besándola delante de sus padres.

Sentí que bajó una de mis manos a su glúteo e hizo que se lo sobara mientras nos besábamos.

«Beso es algo más», agregó mi cabeza.

Callé la voz.

—¿Fecha para la boda? —pregunté.

—Antes de que nazca el bebé y me siga quedando el vestido que compré —alegó.

—¿Qué vestido? —mi memoria me falló.

—El que compramos hace poco y usamos para tomarnos unas fotografías.

—¡Ah! Tienes razón, ya sé cuál.

—¿Ya tienes vestido? ¿Lo viste René? —Debie hizo muchas preguntas.

Asentí.

Ella se alzó de brazos, aceptándolo.

—René, Angelica —nos llamó Gerónimo—, les doy una sincera disculpa.

—No se preocupe, señor Valentina —respondí, viéndolo directo a los ojos.

Angelica puso mi cabeza pegada a la suya, besando mis labios.

—Tus padres —dije en voz baja entre dientes.

—Vamos a estar en mi cuarto —avisó Angelica, metiéndonos a su habitación.

Ante los ojos de su padre ella era una niña.

Regresamos a su cuarto.

—Te amo —me besó con más intensidad.

Cerré la puerta de su cuarto.

Me pegué a la puerta.

Puse el seguro.

—Basta —dije a Angelica, tirándola a su cama.

—¿Se fueron? —me preguntó.

—Sí —contesté sin entenderla por el momento.

Ella fue a uno de los cajones de cómoda.

Sacó unas cartas que jamás envió, eran para mí.

—¿Para qué querías tanta privacidad solo para darle tus cartas al destinatario? —la cuestioné.

—Lee una y lo sabrás —dijo, entregándome una.


14 de febrero de 2011

Querido señor Cárdenas,

Hoy es catorce de febrero y ninguno de mis compañeros en la escuela me invitó al baile que se dará esta noche.

Me preguntaba si quisiera ir conmigo.

Sé que no lo conozco bien, pero quiero ir al baile, y no tengo quien me acompañe.

Por eso estoy triste.

He intentado todo para que mis padres no me fuercen a asistir sola en compañía de mi hermana mayor que estará la noche con su mejor amigo, Marcel.

Le pido que terminando de leer la carta me avisé como pueda porque tengo prisa.

Por cierto, la vez que nos vimos en la feria del pueblo, su traje lucía increíble bajo la luz de la luna.

Olvide que dije eso, solo son cosas que piensa uno.

Al pie que escribo esto para usted, me arrepiento de hacerlo porque no estoy segura de si nos volveremos encontrar para mostrarle el nuevo vestido que me compré hace dos días.

También depende si me enfermedad no continúa avanzando rápido.

Finalmente, déjeme confesarle que, cuando no encontró a su esposa en el centro comercial, era porque estaba besándose con otro hombre. 

Me apenaría que siguiera con ella, no quisiera que este sufrimiento lo matara.

Por favor, abra los ojos y sea libre.

Lo están encadenando a sufrir una condena.

Un cordial abrazo y fuerza de ángel,

Angelica Valentina.


Terminé de leer la carta y se la devolví a Angelica.

No deseaba revisar otra.

Estaba tan tenso que apreté los puños.

Quería llorar de impotencia.

—¿Por qué jamás enviaste la carta? —pregunté sin mirarla.

—Tenía miedo de que me rechazara —dijo arrepentida—, era por mi bien que no lo hice.

—Está bien —suspiré, sentándome en el borde de la cama para mirar lo que estaba a través de la ventana.

Angelica se sentó en mis piernas, abriendo mis puños y tomando mis manos.

—Te amo, René —besó mi mejilla.

Una lágrima mía se reveló contra mí.

—Llora si lo deseas.

—No lo entiendo, ¿jamás me amó? —dudé de mí.

Mi pareja me abrazó, ocultando mi cara en su pecho.

—Todo fue por algo, ¿no? —me consoló, acariciándome el cabello.

—Tienes toda la razón —alcé la mirada—, estamos juntos, ¿no? Vamos a casarnos.

—El destino es cruel, pero certero —me besó la mejilla por segunda ocasión.

—Me voy a acostar, ¿me acompañas? —pregunté, quitándome los zapatos.

Asintió con la cabeza.

Ella se quitó sus sandalias.

Nos acostamos al lado del otro estando abrazados.

No supe cómo no lo vi enseguida.

Llamé a sus padres a gritos.

Les abrí la puerta.

Salimos corriendo de la casa.

Ellos subieron a Angelica en el auto de su padre.

«Angelica, por favor. No me dejes», pensé.

Las ganas de fumar aparecieron.

No tenía las armas.

Intenté relajarme.

El estrés aumentó porque me dieron el permiso de conducir hacia el hospital.

Aun sabiendo que ellos confiaban en mí, mis manos no dejaron de entorpecerse.



Conduje hasta el hospital, maldiciendo a cada alto que me tocaba.

Llegó un punto en que me relajé.

Gracias a ello, le di un enfoque diferente al meollo.

—Dios, gracias que estabas con ella —dijo Debie, mirando a su hija quedando pálida.

No desvíe la atención del camino.

Quería observar a Angelica.

—Te debo una disculpa —avaló el señor Gerónimo—. Cuando ella salía sola regresaba bien.

»Al preguntarle cómo lo hizo, contestaba que fue alguien vestido de traje...

»Nunca supe quién era ese sujeto.

Entramos al estacionamiento del hospital.

—Según usted, ¿a qué se refería? —pregunté, estacionando el auto al encontrar un espacio vacío.

—Creí que fue un ángel o algo místico —respondió el padre de Angelica.

Bajamos a Angelica con cuidado.

Me alegraba que no olvidara nada de lo que llevamos a casa de sus padres, a excepción del orgullo.

—Buscamos al doctor Ortega —dijo Debie.

Nos sentamos para esperar a quien iba a atender a Angelica.

Dije que ella comenzó a perder color de la nada.

Aquello me preocupaba tanto que, no podía permanecer más tiempo aquí.

Esto era por mi pareja, por el amor.

—¿Qué estaba haciendo? —preguntó.

—Nos abrazábamos, doctor —respondió Angelica sin energía.

—Ven conmigo, Angelica —pidió el doctor, dirigiendo a su paciente a un cuarto.

Mis conocidos llegaron.

—¿Qué pasó? —preguntaron Ciro, Alfonso con Spring, mi hermano con su novia y mi exesposa.

—Soy la exesposa de René —se presentó Virginia.

—Soy el hermano de René, y vine con mi pareja —saludó Cárdenas a mis padres.

Spring presentó a Alfonso.

Ella explicó por qué Ciro estaba en silla de ruedas.

Cárdenas sintió pena.

—¿Qué pasó? —repitió Virginia—. Spring llamó a mi casa diciendo que algo le pasaba a Angelica.

El doctor Julio Ortega nos dio la noticia de nuestras vidas en relación con Angelica: —No se estaba alimentando adecuadamente y los fetos lo resintieron.

—¡¿Fetos?! —gritamos todos atónitos.

—Sí, fetos —aclaró el doctor—. ¡Gemelos!

Mis amigos y Virginia estaban emocionados al igual que mis suegros.

No podía creerlo.

—¿Podemos ir a verla? —pidió Spring.

El doctor dijo que sí.

Nos llevó directo a urgencias.

—Angie —toqué la puerta del cuarto.

Ella nos dejó entrar a todos sus cuidadores.

—¿Me dan un minuto a solas con mi prometido?

Familia y amigos accedieron.

Nos dejaron solos en el cuarto blanco del hospital.

Ellos fueron por comida, dado que el doctor dijo que Angelica debía quedarse unas horas antes de salir.

—Siéntate —rogó, sentándose sobre la almohada.

—De acuerdo —dije sentándome a su lado—. Primero, al parecer el embarazo sí es real. En segunda, ¿tú sospechabas que eran dos?

Negó con la cabeza.

Ella agregó: —Sí, el embarazo es real...

»De niña jugaba algo que revelaba a qué edad, con quién y dónde te casarías y cuántos hijos tendrías.

—Continúa —pedí, aceptando que así descubriéramos información pasada que impactó en el presente.

—La prueba afirmó que me casaría a los veintitrés con alguien llamado René, la boda sería en la playa y tendría dos hijos —confesó.

»¿Sabes cuánto miedo me dio cuando te conocí y descubrí tu nombre?

Me reí con ella.

La abracé, diciéndole: —Mi lindo algodón de azúcar, te amo. La vida decidió.

—Quiero un algodón de azúcar —ordenó.

—Iremos al zoológico, después del evento que es mañana —confirmé.

Murmuró que estaba cansada.

—Trabajo —supuso—. Bueno, estaré contigo.

Spring entró, diciendo que también asistiría a la convención por si su hermanita necesitara más ayuda.

Angelica le contó la historia que me reveló.

Spring la miró.

Ella tenía los ojos abiertos.

Comentó: —Escribiste tu futuro.

Me despedí de ellas.

Esperé por un autobús.

Para ese momento todos se fueron.

No fui a la oficina, quise estar en casa.

Llegué a casa.

Me bañé.

Se había hecho de noche.

Busqué un par de cosas para Angelica.

Comí de camino a casa, olvidando que en el refrigerador había comida.

Limpié y lavé los objetos que usé.

Metí las pertenencias de mi amada en una mochila, incluyendo el peluche que ganó en aquella máquina y su libro favorito.

Usé el transporte público.

El tiempo de viaje fue de media hora.

Entré al hospital y rastreé la habitación donde estaba Angelica.

Ingresé al cuarto.

—Traje esto —dije a Valentina, entregándole la mochila que usaba para ir a la universidad.

—Trajiste a tu versión peluda —se emocionó.

Me senté a su lado, viendo la televisión.

El doctor Ortega y dos enfermeras aparecieron.

—Venimos a ver cómo estabas. Hemos bajado la dosis de los medicamentos y subimos el oxígeno —avisó una de las enfermeras.

—Te ves mejor —admitió el doctor—. Creo que esta dosis es la indicada, la consulté con otros doctores. Me comentaron que a las mujeres con Pulmón Frío, el embarazo las beneficia.

—¿Qué insinúa? —preguntó Angelica—. ¿Podré curarme de la enfermedad?

—Bajarán los efectos durante el embarazo y si todo va bien, así se quedará hasta el punto en que solo necesites oxígeno —afirmó el doctor.

Esa era la noticia que habíamos estado esperando.

Lo consideraríamos un milagro.

Le dije del evento de abogados.

El doctor sonrió porque ya podíamos irnos a casa.

Abandonamos el cuarto.

Pasamos a recepción.

Angelica firmó su pase de salida.

Mis suegros nos recogieron.

Volvimos a nuestra (mi) casa.

Agradecimos a los Valentina.

Al entrar, fuimos al cuarto principal.

Fui a poner el seguro de la puerta.

—Mi amor —me llamó Angelica acostada.

Me reencontré con ella.

—Dime, cariño —respondí, acostándome a su lado.

—El evento saldrá mejor de lo que piensas, no estés nervioso. Tu discurso es perfecto —me felicitó.

—¿En serio? —la cuestioné.

—En serio —repuso, dándome ánimos—. Conozco tu compromiso con el trabajo, es impecable.

—Tienes razón, soy bueno en todo lo que hago.

Angelica se puso sobre mi pecho para dormir.

Avisé que debíamos cenar.

Ella aceptó y cenamos en la habitación.

La conecté a la máquina más ruidosa tras ser alcanzados por el sueño.

En sus ojos, se le notaba que necesitaba descansar, a pesar de que no quería.

Me costó convencerla para dormir, pero lo logré tras un par de intentos.

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