Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

20 de enero de 2025

Angelica y yo permanecíamos dentro del hotel, jugando ping pong.

Ella me iba ganando.

Durante el juego pensé en recuerdos.

Recuerdos felices con mi exesposa.

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba mientras estaba en la partida con mi nueva pareja.

Por un momento vislumbré a... jugando conmigo, del otro lado de la mesa.

Me sentí mal.

«No es ella, René. Ya no más», pensé al notar que estaba alucinando con la imagen de otra mujer.

La pelirroja me vio y preguntó si estaba bien.

«Claro que no estoy bien. Creí que quien estaba frente a mí era mi exesposa», me dije.

Asentí.

Ella sonrió.

Nos entró el hambre.

Decidimos parar el juego porque el marcador quedó seis a dos.

Para mí fue difícil, sin contar mi alucinación.

No sabía jugar ping pong.

Caminamos unos minutos.

Fuimos a recepción para preguntar la ubicación de algún restaurante.

La persona que nos atendió fue muy buena.

Después de darle las gracias nos dirigimos a comer.

Mientras avanzábamos pensaba en lo que me había sucedido en el hotel.

No estaba seguro de decirle a mi amada, sin embargo, debía hacerlo.

Seguimos caminando.

Llegamos al lugar.

Abrí la puerta.

Dejé que la joven entrara.

Ingresé al restaurante.

Buscamos dónde sentarnos y allí fuimos.

Apenas nos sentamos apareció un mesero.

—¿Qué desean comer? —preguntó el empleado.

—Ravioles para la señorita y para mí lasaña —contesté, mirando a Angelica.

—¿De tomar qué sería? —preguntó el joven.

—Lo que sea —respondió Valentina.

—En veinte minutos le traeremos su comida, así como sus bebidas —dijo.

—Te ves preciosa —comenté—. Cada día luces mejor que el anterior.

—Te ves adorable —respondió—. Eres una combinación entre un oso de peluche y un oso real.

No oculté mi risa.

Ella me la señaló.

Para Angelica era un descubrimiento.

¿No lo demostraba con mis acciones?

—No sabía que podías sonreír —se burló—. Te ves bien vestido como si hoy fuera un día especial.

—Todos los días son especiales, Angelica. Estar contigo es algo que se debe celebrar —dije.

—Me estoy muriendo —admitió—. Pensé que estando aquí contigo y de vacaciones olvidaría cómo me siento todos los días, pero no funcionó.

—De nada sirve que quieras olvidarlos, haz felices tus recuerdos —titubeé—. Hay algo que debo decirte.

Ella me dijo: —¿Qué pasa?

—Hubo un momento en el hotel, mientras jugábamos, que pensé que tú eras...

Ella se acercó y tocó mi mano con la suya.

—No fingiré que eso me duele —comentó—. Conviviste con ella durante muchos años... No te preocupes, lo vas a superar. Confío en eso.

—Gracias por comprender —sonreí, me entró una llamada—. Lo siento. Debo contestar.

Me levanté de mi silla.

Fui a donde no me podía escuchar.

Le respondí la llamada a mi gran amigo, Miguel, para retomar la planeación.

—Hola —saludé—, ¿está todo listo?

—Hola, René —respondió—. Estamos en los últimos detalles. Pueden venir apenas terminen de comer.

—Estoy muy agradecido —dije—. Prometo decirte lo que me diga, aunque sé que aceptará.

—Aceptará, las personas que me contratan solo tienen un sí y luego planean la celebración con mi hermana —comentó con mucha positividad.

—Adiós. Te marco luego —me despedí.

Regresé a la mesa.

La comida había llegado hacía poco.

Angelica no dio ni un bocado.

—Perdona, era del trabajo. François necesitaba un consejo sobre un cliente exigente —respondí—. ¡Probemos la comida porque me muero de hambre!

Se quedó en silencio, metiendo pequeños bocados del almuerzo en su boca.

Estaba nervioso de la respuesta.

Terminamos de comer.

Pagamos la cuenta.

Nos fuimos.

Se animó a ir de compras en el centro comercial en el que se encontraba el hotel.

Se lo permití.

Por lo tanto, regresamos a donde nos hospedábamos.

Tardamos en llegar.



Al entrar, Angelica buscó el sitio ideal.

Me limité a observarla.

Ella hacía las compras en lo que la esperaba en un puesto que vendía joyería.

Pregunté por los precios de los anillos de promesas.

Le compré uno a mi pareja.

Lo guardé en el bolsillo.

Entré a la tienda de ropa para sentarme en uno de los sofás.

Quería ver a Angelica, modelando en los diferentes atuendos que metió para probarse.

Fui paciente.

Ella me vio y se me acercó para decirme que había escogido qué comprar.

Me levanté para acompañarla hasta la caja.

Me preguntó si le podía prestar dinero.

—¿Cuánto necesitas? —dije sacando mi billetera.

—Cincuenta kukis —respondió.

Le di el billete y pagó sus compras.

Nos sentamos a descansar.

Le compré un helado de mora azul.

Posteriormente, le dije que quería que fuéramos a ver una película en un cine que estaba cerca.

Aceptó.

Salimos del hotel (nuevamente).

Pasamos dos pasos peatonales, dos semáforos y una iglesia para llegar a donde estaba mi amigo Miguel.

Abrí la puerta.

Las luces estaban apagadas.

Hice que se sentara en una silla.

Me hinqué.

Las luces se prendieron.

Todas las decoraciones se dejaron notar.

—Angelica Valentina —la llamé.

Ella examinaba el lugar donde estábamos.

—Dime, René —contuvo un grito.

—¿Quieres que pase el resto de tu vida a tu lado?

Saqué la caja con el anillo y la abrí.

—Yo —titubeó—, no sé qué contestar. Prefiero que olvidemos que esto pasó y nos larguemos.

—Angelica —dije riendo—. Este no es un anillo de compromiso, sino de promesa.

—Ah, en ese caso —respondió agachándose—. Sí quiero que estés a mi lado lo que me falte de vida.

Le puse el anillo en su dedo.

Besé su cabeza.

Nos abrazamos.

Era momento de volver al hotel.

Noté que de regreso se fijaba más en lo que adornaba su dedo que en otra cosa.

Dudaba en que se hubiese fijado en que se nos hizo de noche o que yo cargaba sus compras.

Volvimos a donde nos quedábamos.

Caminos un poco.

Subimos en el elevador.

Caminos un poco más.

Pasé la tarjeta y entramos a la habitación.

Dejamos las compras a un lado.

Cerré la puerta.

Me duché.

Salí.

Ella entró al baño.

Quería saber cómo se bañaba ella.

No estaba seguro de que no le entrara agua con jabón y champú a su tubo.

—Bellísima —le guiñé el ojo cuando salió de bañarse—. Bajemos a cenar.

—Yo elijo el restaurante —tomó liderazgo.

—Como gustes —dije dejando que ganara.

—Te amo —dijo acercándose a mí.

Rodeó mi cuello y yo su cintura.

La besé en los labios.

Nos besábamos pegados a la pared color crema que estaba enfrente de nuestro cuarto cerrado.

No nos percatamos que la gente que pasaba nos veía con confusión o con asco mientras que los demás adoraban la ternura que teníamos.

—Terrible —dijo alguien—. Es una pena que salgas con ella por su enfermedad.

Ignoramos a esa persona.

Al terminar de besarnos nos separamos para tomarnos de la mano.

Con ese acto divisé que era mi exesposa la que lanzó la basura de comentario hacia nosotros.

—¿Nos divorciamos para que te aprovecharas de la inocencia de la chica? ¡Qué asco! Es una deshonra que salgas con él —dijo molesta.

—¿A qué viene esto? —pregunté—. No viajamos para que lanzaran malas vibras a nuestra relación.

—Es un patán —se dirigió a Angelica—, solo está interesado en su trabajo.

—No sé qué pasó para que se divorciaran, pero al menos yo conozco casi todas las versiones de René... No quiero que sigas molestando —contestó Angelica.

—Nos vamos.

»Pasa buena noche con tu nuevo marido.

»En serio, mereces ser más feliz de lo que fuiste al estar casada conmigo.

Bajamos por el ascensor hacia el restaurante.



Angelica se la pasó diciendo que tanto mi exesposa y yo tuvimos la culpa del final de nuestro matrimonio.

Ella no debió hablar así de mí.

—Solo digo que debería concentrarse en su felicidad y no en arruinar la tuya.

Ella tenía razón.

Debía comentarle una analogía que había pensado desde hacía tiempo: —No es feliz, Angelica. Si lo fuera no haría lo que acabas de ver...

»No he sido el mejor lidiando con el divorcio porque la amé e incluso fui al psicólogo. 

»Me estoy esforzando.

—Sé que lo haces, René. Relajémonos.

—Vayamos al restaurante y bebamos vino.

»Necesito un poco de alcohol.

Fuimos al restaurante.

Éramos los primeros clientes que tenían.

El recepcionista nos llevó a nuestra mesa.

La mesera se acercó para darnos los menús.

Se fue, dejándonos elegir la cena y las bebidas.

—¿Vino tinto dulce? —ofertó Angelica.

—Sí. Voy a querer espagueti a la boloñesa. ¿Qué piensas pedir? —respondí.

—Una ensalada con pollo —dijo—. René.

—Dime, ¿qué sucede? ¿Te sientes mal?

—No. ¿Estás listo para casarte de nuevo?

—Aún tengo mis dudas. Lo descubriré en el camino.

—El doctor Julio me dijo que sería riesgoso que me embarazara dada mi condición, no es imposible.

¿En qué momento cambiamos de tema?

—¿Quieres ser madre?

—Siempre he querido hijos, René. Es solo que... Vivir con una enfermedad crónica te hace pensar en lo que es más importante.

—Y, ¿qué es importante para ti?

—No negarme a cumplir mis sueños. Solo tengo una vida y quiero que sea la razón de que alguien comience la suya... Además, quiero casarme.

—¿Qué quieres primero el hijo o la boda?

Se silenció con el regreso de la mesera.

Angelica respondió en ausencia de la señorita.

—El bebé —dijo sonrojándose—. ¿Es mucho pedir?

—Si fuera tú, pensaba primero en la boda —dije—. No hay problema, solo es cuestión de eficiencia.

Le guiñé un ojo para que me entendiese.

—¡¿Qué cosas dices?! —se puso nerviosa.

—Bromeo, Angelica —contesté, viendo que la mesera se acercó a nosotros con nuestras cenas.

—Aquí tienen —bostezó la mesera al dejar la comida en la mesa.

Me estaba preparando para comer.

Terminamos los platos fuertes.

Angelica tuvo ganas de un postre compartido.

Ella quería un brownie y yo una rebanada de pastel de limón.

Le pedimos a la mesera un cheese cake de fresa ya que, a ambos nos gustaba.

Vimos a una pareja conocida.

—¡Bruce, Lima! —saludé a nuestros amigos.

—¡Hola! —me contestaron—, ¿podemos sentarnos con ustedes?

—Adelante —contestó Angelica—. Estamos esperando el postre para irnos.

—No se preocupen —dijo Lima—, también nosotros esperamos el postre. Vinimos porque hacen los mejores helados de tiramisú en toda la plaza.

—Ya cenaron, entonces —deduje—. ¿Qué harán luego de tomar el postre?

—Admirar las estrellas de Orión —respondió Lima.

—Que vengan con nosotros —sugirió Bruce—. Iremos a la playa. ¿Qué opinan?

—Aceptamos —dijo Angelica sin dejarme debatir.

—Aquí tienen su rebanada de pastel —dijo la mesera, asentando el plato con las cucharitas.

—Gracias —le dijimos—, que tenga buena noche.

La mesera se fue por la orden de nuestros amigos.

Al atendernos la primera vez se mostraba muy triste, ahora estaba más animada.

Comimos el postre al lado de Bruce y Lima.

Pagamos.

Los cuatro salimos del restaurante.

Seguimos a nuestros amigos que iban a la playa.

Caminamos bastante hasta que llegamos.

La luna iluminaba nuestros pasos en la arena fría.

Bruce dijo que ellos no usaban el tanque porque su enfermedad apenas comenzaba.

—¿Cuántos años llevas con el Pulmón Frío? —le preguntó Lima a Angelica.

—Diecinueve años —dijo Angelica—, ¿ustedes?

—Bruce dos años y, yo año y medio —respondió Lima—. Nos estrenamos en esto.

Mirábamos las estrellas titilar.

La constelación de Orión se notaba a la lejanía.

Angelica se recostó en mi pecho y cerró los ojos.

Nos dio la madrugada.

Nos despedimos de la pareja

Nos fuimos al hotel para descansar porque al día siguiente regresaríamos a nuestro pueblo.



Nos metimos bajo las cobijas de la cama con las ropas de dormir puestas.

Ella se puso sobre pecho.

Llegó a decirme que le tranquilizaba oír mis latidos del corazón.

Angelica tenía un plan diferente al mío para pasar lo que restaba de la noche.

—¿Podemos intentarlo? —preguntó viéndome.

—¿Qué cosa? —pregunté recostándome sin moverla de lugar porque no sabía que quería.

—Hacer al bebé —se sonrojó—. Realmente me es urgente concebir vida en mi vientre porque no sé en qué momento no vuelva a mirarte a los ojos.

—Acércate —le pedí.

Le besé los labios para comenzar lo que según algunos sería la prueba de amor.

Pasó lo que debió pasar para que se cumpliese con el primer intento.

Para todo eso consulté con ella.

Era Angelica quien podría salir herida en el proceso de cumplir su deseo.

Oí como se estaba quedando sin oxígeno aun teniendo la cánula puesta.

La detuve.

Ella me susurró que no le tomase importancia.

Su piel agarró color después de que decidí ponerle su cánula.

Continué besándola hasta que llegamos al punto en donde todo estaba dando muchas vueltas.

Angelica estaba alentándome a ser menos respetuoso con su situación.

Preocupado le dije: —Te estás poniendo pálida. Eso no está bien.

—Se me pasará —se aferró a mi espalda.

—¿Segura? —me cercioré de su salud física.

—Sí —contestó, poniendo mi boca en sus labios—. Conozco mis límites.

»Sé cuándo no debe terminar algo por mi salud...

—No quiero herirte —suspiré.

—Te avisaré cuando necesite detenerlo. Sigamos.

Accedí.

Confié en ella, pese a que estaba seguro de que algo pudo haber salido mal.

Era tanta mi preocupación que no dejé de pensar en la idea de perderla por la imprudencia de ambos.

—Sí pude —respiró con el corazón agitado.

—Tuve miedo —admití—. Te estaba perdiendo en lo que no debe ser cruel para nadie... Necesitas no confiar tanto en que todo saldrá perfectamente.

—Confía en mí —se calmaba de lo agitada que estuvo—. Conozco mis límites.

Tal vez fuese cierto.

El miedo de perderla me hacía estar aterrado.

—De acuerdo —bostecé—. Estoy agotado y ahora debo dormir... No hay trabajo, pero estoy seguro de que querrás seguir explorando Posty.

—Descansa —dijo acostándose a mi lado.

Los pensamientos acerca de perderla estaban pegándose a mis neuronas.

Eso me mandaba señales de que ella no sería tan eterna como decía.

Sabía que eso era cierto.

Me gustaba no pensarlo porque así valoraba la vida.

¿No es así como debía ser?

¿Debía aceptar que en cualquier momento puedo morir y por eso debía vivir mi día al máximo?

Esperaba a que fuese así debido a que, los días de Angelica estaban tan contados como los míos.

No sabía si me moriría antes que ella o sería al revés.

¿Para qué me quedaba pensándolo y no mejor me concentraba en que estábamos vivos?

¿De qué me servía ser tan negativo?

No servía de nada comportarme tan negativo.

Debía comentarme que la vida nos daba lo que necesitamos y si lo necesario era pasar por este tipo de situación lo aceptaría, aunque no estuviese de acuerdo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro