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15 de enero de 2025

Abrí mis ojos.

Lavé la cara.

Hice el desayuno para los dos.

Esperé a que Angelica apareciera.

Ella se presentó, apoyada en la pared del comedor y permanecía conectada a su tanque.

—El desayuno está listo —la llevé a su asiento.

—Gracias, amor —dijo bostezando—. ¿Me ayudarías a quitarme la cánula?

—Con gusto —dije ayudándola antes de probar lo que recién cociné.

Angelica hacía gestos, evocando el mal sabor que le estaba dejando la comida.

Me dio un poco de pena por ella porque había perdido el gusto debido a su enfermedad.

Continué comiendo sin centrarme tanto en ella.

Terminé de desayunar.

Lavé mis dientes.

Me vestí como pude porque se me hizo tarde.

Me topé con la joven en la cocina.

Ella me preguntó si la dejaba preparar el almuerzo antes de ir a la entrevista.

Asentí.

Tomé mi maletín y el currículum de Angelica para examinar si debía contratarla.

—Nos vemos, René —se despidió la chica hermosa.

Caminé al paradero y esperé.

Tomé el mismo autobús a las 8:30 a.m.

Uno de mis trabajadores más antiguos, mi amigo y colega, Ramón Rodríguez se subió después de un rato.

Él se sentó a mi lado.

Me dijo que era necesario contratar a más personal en el sector de Publicidad y agregó que su hermano menor, Gabriel, quería el puesto de diseñador gráfico (el mismo puesto que Angelica).

Le respondí que conocí una chica que estaba interesada en el mismo empleo.

—¿Una mujer como diseñador gráfico? Eso es un mal chiste, René —se burló.

—Eso motivaría a otras damas a desempeñarse en esa área. He visto su trabajo y es impecable —dije bajando del camión para entrar al edificio.

—Solo digo que mi hermano tiene experiencia... Dudo que la joven haya terminado la universidad.

Él me respondió eso mientras me seguía.

—Deja de ser machista y un completo idiota —me paré enfrente de él—. Las mujeres son superiores a nosotros en algunas áreas, al igual que los hombres en actividades difíciles para ellas.

Ramón se calló la boca, pero no se retractó.

Inicié una reunión con los hombres sobre el suceso de mi empleado.

Ellos acordaron que Ramón reaccionó mal.

Sabía que varios pensaban de forma similar a él, sin embargo, mostraban ser más tolerantes.

Terminé la discusión.

—Señor Cárdenas —dijo la secretaria—. La señorita Angelica Valentina solicita hablar con usted.

—Dígale que pase —respondí—. Ya pueden irse, señores. No tengo más qué decir.

Mis empleados se esparcieron en sus oficinas.

La secretaria dejó pasar a Angelica a mi oficina.

Leí su currículum.

Ella movía sus dedos sobre su falda floreada, pero de vez en cuando, tanto su blusa blanca y su chamarra ladeaban.

Se maquilló para la entrevista.

Noté, con el rabillo del ojo, que se puso la cánula nasal y graduó lo que salía del tanque.

Solté la carpeta con sus papeles encima de la mesa.

Me eché para atrás, empujándome con mis manos.

Quité mis lentes y los deposité sobre la carpeta.

—Señorita Angelica —la llamé—, veo que tiene un historial muy variado. Pero, me preocupa es su experiencia en el área en el que espera desempeñarse.

Tomé aire antes de seguir.

—La firma de abogados R de C es muy reconocida y no está en disposición de aceptar equivocaciones, un error puede costar mucho... El antiguo diseñador fue despedido por falta de creatividad, así que, ¿qué oferta para la demanda?

—Con todo respeto, señor Cárdenas —se puso de pie—. Es cierto que no tengo experiencia como diseñador gráfico, sin embargo como habrá leído me he desempeñado en varios sectores y he podido descubrir las necesidades del target... Traje estos diseños para que sea analizados.

Me dio los bocetos de los anuncios.

No sabía qué esperar.

Me convenció.

Debía recibir a más personas.

Pedí que me dejara sus bocetos y currículum para compararlos con respecto a los demás que vinieran.

—Tenga —me dio mi almuerzo.

Comida tailandesa.

—Gracias —agradecí, despidiéndola.

Salió de mi oficina.

La acompañé hasta la salida del edificio.

Le indiqué dónde podía tomar el autobús.

Di media vuelta, girando la suela de mis zapatos.

Después de eso, vinieron y se fueron muchos interesados en el empleo como diseñador gráfico.

El hermano de Ramón apareció.

Era un hombre refinado, con clase y buenos modales.

Su currículum estaba más completo que el de Angelica, así mismo las ideas de ambos eran similares.

Despedí a Gabriel, acompañándolo a la salida.

Volví a encerrarme en mi oficina.

Terminé a las 2:15 p.m.

Tenía hambre.

Saqué de la bolsa los trastes con mi almuerzo.

No sabía qué era.

Angelica me había empacado hasta los cubiertos y complementos para comer el almuerzo que me hizo.

Me preparé para comer.

No me fijé en la apariencia ni en el sabor.

Solo deseaba alimentarme.

Sino fuera por Angelica, no estaría vivo.

Tenía la costumbre de pasarme varias horas sin comer porque me centraba en mi trabajo.

La pelirroja me recordó que eso no estaba bien.

Al no alimentarme a tiempo, podría generar alguna enfermedad en el estómago o el intestino.

Mientras almorzaba miré los papeles.

Uno tenía más experiencia, el otro creatividad...

Ambos eran creativos.

Mi decisión se complicaba.

Debía considerar qué pasaría si aceptaba a Angelica, muchos me juzgarían.

Igualmente lo harían si aceptaba a Gabriel, es hermano menor de mi amigo Ramón.

Sino contrato a ninguno, surgirían chismes.

«El Infierno te perseguirá a donde sea que vayas. El Diablo no pierde tiempo», pensé.

Di un sorbo de agua.

Terminé de comer.

Recogí mis trastes.

Gracias a los grandes historiales de los prospectos finales, tomé mi decisión final: darles a ambos el puesto.

Sabía que generaría chismes, pero no podía decidirme por uno de ellos.

Faltaba que los llamaran.



Esperé unos minutos para pedirle a la secretaria que solicitara a Angelica Valentina y a Gabriel Rodríguez.

El primero en llegar fue Gabriel a las 5:45 p.m.

Después, llegó Angelica (tenía su uniforme escolar).

Gabriel se impresionó por la cánula en las fosas nasales de mi amada y por el tanque.

Ella estaba un poco nerviosa.

La mirada de ambos comunicaban ansiedad.

Llegó el momento de comentarles.

—He tomado la decisión final —me paré—. Felicidades, Gabriel Rodríguez, eres el nuevo diseñador gráfico de la compañía.

Tendí mi mano.

Angelica se estaba yendo.

Ella no quería seguir aquí.

La entendía, estaba decepcionada.

—Creo tiene algo más que decir —explicó Gabriel a la chica para que ella se sentara.

—Dijo que tienes el puesto —replicó ella.

Ella no tenía paciencia.

—No es lo único que tengo decir. Señorita Valentina, felicidades ha conseguido el puesto.

Ambos me dieron las gracias.

Gabriel se alegró de que fuera ella con quien compartiría el trabajo (más creatividad).

Él se retiró.

Angelica se quedó.

—Gracias por considerarme —sonrió—, ¿puedo saber cuál es mi horario?

—Siendo una estudiante y dada tu condición, trabajarás durante las tardes de 4:00 p.m. a 7:30 p.m.

—Okey —aceptó acercándose a mí—. ¿Hay cámaras de seguridad en todo el lugar?

—Sí, puede irse —le pedí.

Angelica se fue, dejándome terminar mi trabajo.

Me quedé pensativo.

Ella se llevó, dentro de su mochila, la bolsa con los contenedores y cubiertos que me dio para almorzar.

Continué trabajando.

La noche llegó.

Apagué todo lo de mi oficina.

Atravesé varios pasillos.

Mi secretaria, Lina, me esperaba para cerrar.

Abandoné el edificio.

Eran las 9:30 de la noche.

Recibí mensajes de Angelica diciéndome que me esperaba en casa.

Cuando se cerró la firma, empecé a caminar.

Un autobús pasó cerca.

Me ofrecieron subir.

Rechacé la invitación.

Tenía un pasado.

No podía subir a un autobús si era para ir a casa después del trabajo.

Mi exesposa estaba en un recuerdo.

Ese recuerdo me hacía esto.

El suceso se repitió tantas veces que me marcó.

Tardé bastante.

Llegué a mi colonia.

Me acerqué a mi casa.

Abrí la puerta de mi casa.

Angelica. apareció detrás del arbusto.

Me espanté.

Lucía un vestido color carmín con puntos negros y usaba un suéter tejido azul.

La invité a pasar.

Sacó de su bulto mucha comida.

¡¿Me quiere encebar?!

Cada traste tenía una etiqueta que indicaba qué comida era: desayuno, almuerzo o cena.

Me dio instrucciones sobre seguir las etiquetas.

Eché un vistazo a donde sabía que estaba sucio y no lo estaba.

Ella se dedicó a limpiar mi casa.

No recordaba haberle dado mis llaves, ¿o sí?

No, no se las di.

Debía tener una copia.

—Me siento avergonzado por no hacer la limpieza —dije, ignorando que no sabía cómo entró a mi casa.

Probablemente, en la mañana limpió después de que me fui a trabajar.

—Cenemos. Te tengo una sorpresa —me confirmó.

Para mí, la comida fue exquisita.

Ella no lo notó.

Todo el tiempo tuvo puesta la cánula nasal.

No tuve el valor de preguntarle si fue al médico y cuál fue el reporte.

Me ahorré esa conversación.

Ella me contó: —El médico me dijo que la dosis ha bajado, pero debo tener el tanque todo el tiempo...

—Mientras sea por tu bienestar.

—Sí, eso es lo bueno. Quería decirte algo más.

—Dime.

—Mis amigos quieren hacer una fiesta y pienso ir.

—Empezarás la próxima semana. Necesito que trabajes el fin de semana, planeando los movimientos de publicidad. Debes mostrar avances el domingo.

—Rayos —se molestó—. Está bien, veré cómo me organizo. Les diré a mis amigos que no puedo.

—Está bien —asentí levantándome de la mesa.

—¿No te importa mi fiesta? —se levantó.

—Me importa tu salud y la empresa —dije.

No estaba viendo mi preocupación.

—¿Cuándo fue la última vez que descansaste?

¿Para qué quería saber eso?

—En mi luna de miel —respondí—. No quiero discutir. Haz lo que te pedí en cuanto puedas.

—Ayer me dijiste hoy —me cambió de tema.

—No me seducirás solo para zafarte de tus deberes. Tú querías el trabajo. Ahora, estás ligada a la empresa.

Lavé los platos.

Siguió intentando.

No le di prórrogas.

Hizo eso hasta que me metí al baño para ponerme la pijama.

Se cambió de ropa.

Entramos a mi habitación.

Cuando pensé que dormía lo hizo de nuevo.

—No es posible que... —la interrumpí.

Comencé a besarla.

—Está bien.

Me siguió el juego.

Acaricié su cabello.

—Tus manos son muy ásperas.

Se puso encima de mí para continuar el beso.

Volví a apagar las luces.

—Te amo.

Lo que escuchaba era que ella me amaba.

Angelica intentó quitarse la cánula y no la dejé.

La pasión que había empezado desató una de las facetas que nadie conocía de ella.

Noté varias cosas.

Su piel era muy blanca.

De su cuello colgaba una cadena dorada.

Estaba viendo una faceta nueva de ella.

Ella también notaba aspectos míos que escondí para terminar con mi duelo.

Apoyó sus manos a ambos lados de mí, susurrando que haría lo posible para evitar trabajar.

—Cállate —le dije tiernamente—. Tienes que hacerlo porque si no te quedas sin paga.

—Solo terminemos esto, ¿quieres? —me besó.

—Está bien, per trabajarás.

—Perfecto...

La noche se agitó más que el día.

No podía creer que pasó.

Me sentía extraño.

No sabía cómo describirlo.

Presentaba un sentimiento diferente.

Me dormí.

Me despertaba cada cinco minutos.

Debía revisar que ella estuviera bien.

Me importaba tanto que siguiese viva que, si se moría yo también lo hacía.

Esperaba que eso no sucediera.

No me gustaría verla detrás del cristal de una caja de madera. A sus veintidós debía vivir, a mis cuarenta y ocho, solo debía esperar no morir.

¡Te amo, Angelica!

¡Me has hecho afortunado!

...Vi, sentí y disfruté tu piel...

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