14 de febrero de 2025
El día no comenzó como quise.
Era la madrugada cuando me levanté.
Al ir al baño noté que no estaba en mi casa.
Casi se olvidaba que residía por el momento en el hogar de la doctora Luz María.
Angelica despertó.
Lo supe porque ella apareció junto a su tanque.
No quería estar en su cuarto debido a los fuertes sonidos que hacían el Rusin-94.
—Te sigo —le dije, caminando con ella hasta donde la máquina estaba.
La arropé bajo las sábanas.
Desconecté del tanque.
Cubrí los orificios de la cánula para que no se ensuciara, buscando la forma de apagar el tanque.
Después, la conecté al Rusin-94.
Me quedé con ella.
Besé su frente.
Pensé en dónde estaría ella ahora si no la hubiera saludado el día en que la descubrí como mi vecina.
¿La vida pudo haber sido más cruel con ella si es que no nos hubiésemos encontrado?
—René —me murmuró—, prométeme que si muero si nuestro bebé se llamará Homero si es varón, y si es niña se nombrará Abigail.
—No morirás —respondí, besando su mano pálida.
En mi cabeza estaba la idea de que un día no despertaría de su sueño.
—Aun así, ¿lo prometes? —insistió.
—Lo prometo —susurré, separándome de ella.
Me fui de su cuarto cerrando la puerta.
Luz María me esperaba cerca de mi habitación.
Hice caso omiso a eso.
La hice a un lado.
Entré en el lugar que me pertenecía temporalmente.
Cerré la puerta en su cara sin reírme.
—Es de mala educación cerrarle la puerta a quien sea, señor Cárdenas —repuso.
—No si la otra persona sabe que no quieres hablar con ella de nada —abogué, metiéndome a mi cuarto.
—Sino me deja entrar, mataré a Angelica —me retó.
«¿Qué mierda me dice?», pensé, «voy a mandarle un mensaje a Spring».
Tomé mi teléfono.
Le mandé un mensaje a Spring.
Yo: Perdona por despertarte a altas horas de la noche es que, Luz me está amenazando con matar a Angelica sino dejo que tenga intimidad conmigo. ¿Será que puedas venir? ... Tengo miedo por Angelica.
01:23 p.m.
Recibí respuesta.
Spring: Estamos en camino.
01:23 p.m.
Ellos aparecieron.
Spring y Alfonso conversaban con Luz María acerca de la amenaza.
Salí de mi cuarto para meterme en la plática.
—¿Hablabas en serio? —la cuestioné—, ¿acaso estás enferma psicológicamente?
—¿Me está llamando enferma mental? —se ofendió la doctora Luz María.
Angelica apareció detrás de todos.
Sus ojos azules se clavaron en la furia verdosa de los míos hacia su doctora.
Me daba pena que no supiera que esa mujer se me insinuaba en su ausencia.
Todo empeoró.
«Al menos Virginia y Ciro están descansando», pensé para tranquilizarme.
Pese a que tratamos de razonar, la mujer no parecía tomarle importancia a nuestras palabras.
La doctora trató de asfixiar a Angelica.
Mi exesposa y mi mejor amigo aparecieron.
Spring, Alfonso y Ciro la apartaron.
Virginia llamó a la policía.
Metí a mi novia en su cuarto.
Esperábamos que las autoridades llegaran.
—Policía —gritaron abajo.
Ciro les abrió la puerta.
Dos oficiales arrestaron a la doctora Luz María y uno subió a donde estaba con Angelica para ver cómo estaba y decirle que debía hablar en la corte.
El joven oficial creyó que era padre de mi novia.
Valentina rio previo a explicarle.
El policía dijo: —Podemos llevar la máquina a la casa en la que residan.
—Gracias.
—Haremos el papeleo para que sea de su propiedad —nos sonrió el oficial.
El grupo policiaco se retiró.
Minutos más tarde, un muchacho joven apareció.
Todos bajamos.
Él nos vio a todos.
Cerró la puerta y agradeció por hacer lo que hicimos.
—Esa mujer me estaba matando —reveló—. Si gustan les dejo mi casa. Las escrituras están en la alacena.
—No, es su casa —repusimos.
Nos dijo que él planeaba dejar a la doctora.
Nos trajo las escrituras de la casa, tomó sus cosas y nos dejó la casa a nuestra merced.
Salió de su antiguo hogar.
Nos quedamos impresionados.
—¿Qué vamos a hacer con esto? —dijo Spring, depositando las escrituras en la mesita de centro.
Meditamos.
Decidimos rentarla.
—Hemos llegado a un acuerdo —afirmó Ciro, pasándole un vaso con agua a su hermano.
No quisimos seguir con el tema.
Fuimos a descansar a nuestras habitaciones.
No descansamos tanto.
Despertamos como a las ocho de la mañana.
Con escasa energía desayunamos.
—¿Qué quieren hacer? —preguntó Virginia.
—¿Qué tal si nos sumergimos en la piscina? —me dirigí a los hermanos.
Las personas con las que estaba me aplaudieron.
Mi amada pareja se silenció.
Esperé a que los demás salieran de la planta baja para cambiarse de ropa.
Senté a Angelica a mi lado para que estuviese cerca.
—¿Tienes algún problema con la piscina? —me preocupé por ella.
—No sé nadar —admitió—. Mis padres no me enseñaron nunca y siempre quise aprender.
—Todos te enseñaremos. ¿Por qué no vas a buscar un traje de baño en el cuarto de la doctora?
—¿Cómo sabes que me vendrá su ropa?
—Tienen la misma complexión —dije seguro.
Me fui a limpiar los trastes que ella usó.
Al tanto que lo hacía Angelica me abrazó por detrás.
Riendo, le llegué a decir: «Me siento mujer».
Ella me volteó al ver que terminé de lavar.
—El bebé tendrá suerte de tener como padre —soltó sin una razón.
Su comentario hizo sonreír porque ese reconocimiento me agradó de su parte.
—Te amo —avisé, tocando su pecosa nariz y besándosela—. Cosita preciosa.
—Cambias mucho de personalidad —destacó.
—No —negué—, simplemente no soy muy afectivo con las personas. Solo tenga una personalidad fría.
Ella fue a vestirse.
Regresó un poco rígida.
Tenía un bikini color blanco que resaltaba sus ojos y cabello.
Sentía la necesidad de respirar hondo para que no apreciara que me quería sonrojar por lo atractiva que se veía con el traje de baño.
Titubeé.
Guiñé el ojo por accidente.
Los dos nos apenamos por lo que pasó.
—Te ves radiante —le dije sin alarmarla.
—Gracias —agradeció—, ¿vas a bañarte así?
—Ah, no —rasqué mi cabeza—. Iré a cambiarme.
Subí para ponerme el traje de baño.
Al regresar, Angelica estaba extrañada.
—¿Qué es esto? —dijo, sacando una caja con un anillo de compromiso.
—¿Tú qué crees? —insinué, colocando bloqueador sobre mi cuerpo medio flácido.
Se acercó.
Me lanzó la caja en la cara.
La recogí, la cerré asegurándome que el anillo estuviera dentro y la guardé de nuevo en mi maleta.
—Lamento haber abierto mi corazón contigo.
Nos separamos porque no queríamos discutir.
«Somos tan arrogantes», desvíe la mirada.
Fui hasta la piscina sin ella.
«No está bien que seamos tan orgullosos», medité.
Spring estaba por meterse y nos tropezamos.
Accidentalmente, nuestras bocas chocaron.
«Mierda», dije, «esto será costoso».
Todos estaban atónitos.
«El Infierno se desatará», pensé.
Nos separamos.
—Okey, entendí —alegó Angelica.
Spring fue tras su hermana para explicarle.
Por fortuna, mi pareja lo entendió.
Regresaron las hermanas.
La pelirroja se disculpó: —No debí suponer nada... Me sentí rara por lo del anillo, choque de pensamiento.
—¿Encontraste la caja? —Virginia alzó las cejas—. Me alegra. El siempre tan detallista.
Repliqué a mi exesposa: —Siempre, Virginia.
Mi antigua pareja le enseñó a Angelica cómo nadar.
Supervisé la lección, así como repartí bebidas.
No dispusimos más de dos horas al baño de piscina.
Al terminar, nos bañamos para hacer cosas distintas.
Alfonso y Spring salieron en una cita.
¡Es catorce de febrero!
Ideé un plan maestro con ayuda de Ciro.
Por poco se me pasaba la fecha especial.
Angelica yacía durmiendo en mi regazo después de haber visto una película romántica.
Ella me dijo que estaba pasando un buen catorce de febrero con alguien que la amaba tanto como a la Luna.
Me comentó que nadie la invitaba a salir el día del amor y la amistad más que sus amigos.
Le di una tabla con comida que le gustaba mucho y por ende, había yogur bebible.
Acomodó su cuerpo sobre una de las almohadas.
Probó lo que la había preparado para comer.
—Sabe delicioso —confesó, tragando un pedazo del pan tostado con mantequilla que le hice.
Pensé en decirle algo halagador.
Tomé unos segundos para pensar qué decir.
—Mereces el cielo —me senté a su lado robando parte de su comida—. Cuando termines, cámbiate. Tengo un día listo para nosotros.
—Oh, capitán —dijo, dejando la tabla encima de la mesa que estaba junto a la cama.
Se sentó sobre mí.
Me besó en los labios.
—¿Cómo hizo para lograr enamorarme en tan poco tiempo? —preguntó.
—No sé, la vida es un enigma.
Ella dijo que sería bueno que algunas cosas sí tuviesen respuestas porque así no nos tomarían con tanta sorpresa inmerecida.
—Puede que eso sea cierto, pero recuerda que la esencia del universo está en desconocerlo totalmente porque nos da la oportunidad de darle diferentes interpretaciones, de colorearlos como queramos.
—¿Por qué no tenerlas? —me cuestionó.
Me alcé de hombros porque no lo sé.
Tal vez solo estaba dando respuestas sin fundamento (una de las cosas que solemos hacer las personas).
—Porque no siempre van a satisfacernos. Algunas veces tendremos que aceptar que no queremos respuestas porque será malo para nosotros.
—Bueno —respondió.
—Porque no siempre van a satisfacernos.
»Algunas veces tendremos que aceptar que no queremos respuestas porque será malo para nosotros.
—Bueno —respondió.
—Sí, no te preocupes por eso.
»La curiosidad es lo que nos puede hacer crear galaxias en el planeta.
—¿Y eso qué significa?
»Siempre das respuestas que me hacen complicado comprender lo que me dices.
»Quiero que por una vez me des una respuesta.
La conversación no siguió porque noté que le estaba comenzando a dar sueño así que necesitaba dormir.
—Cuando despierte —murmuró quedándose sin energía—, quiero que me respondas porque requiero la solución a mi cuestión presente.
Ella se había quedado con los ojos cerrados, pero continuaba con la capacidad de hablarme.
La escuché decirme: —Sería muy bueno que fuésemos a la plaza para pasar este día especial juntos.
—Puede ser —divagué.
Ella fue absorbida por el placer del descanso.
Antes de que pudiese dormirse dijo: —Te amo.
»Creo que será mejor que me duerma porque me estoy quedando cada vez con más sueño.
»No quiero dormir por la estúpida máquina.
—Descansa un rato más. Iré a lavar los trastes para que después tengamos una cita.
Sonrió.
Se acomodó en la cama para dormir.
Durmió tres horas más.
Al despertar yo no estaba conmigo.
Angelica se puso un vestido blanco, tacones dorados y un collar con un dije en forma de corazón.
Se conectó al tanque con la cánula.
Avisé a nuestros amigos que saldríamos.
Ellos no hicieron mucho caso.
—Déjalos —me convenció Angelica—, están muy entretenidos en otra cosa.
—Como digas —me renegué—. ¿Lista para la cita de hoy? Creo que encontré a donde ir.
Me tomó del brazo.
Salimos a abordar el taxi.
El conductor al ver que Angelica era muy dulce conmigo se extrañó.
—¿Por qué trata como su novio a su padre? Digo, no quiero ahondar en detalles.
—No soy su hija —dijo apenada Angelica—, soy su novia y probablemente su esposa.
El conductor me miró por el espejo delantero.
Me sentí obligado a responder: —Nos conocimos en una plaza, señor.
»Son cosas de la vida que pasan de improviso, como iniciar una conversación con un desconocido sin saber si el otro quiere hablar con usted.
—De acuerdo —dijo.
Seguimos un largo tramo.
Pasamos minutos en el automóvil.
El auto se giró para estacionarse.
—Hemos llegado —avisé a Angelica.
Ella bajó.
Pagué la cuenta al taxista.
Después de que el taxi se fuera, ella nos metimos en la plaza para pasear.
Caminamos por varios sitios.
El ambiente era cálido.
Lo que más le llamó la atención era la ropa para las mujeres embarazadas y de bebé.
Cuando Angelica veía a niños pequeños, quería cargarlos.
Su sentido maternal surgió.
—Calma —le puse la mano en su pecho para que se controlara al ver los peluches de una máquina de regalos que estaba cerca.
—Solo una vez, por favor —rogó.
Saqué mi billetera.
Le di unas monedas para que jugara y sacó un oso muy lindo el cual tenía los ojos verdes —me recordó a mí.
Me impactó que vestía como abogado.
—Es como tú —dijo Angelica, poniendo una pata del animal en mi mejilla.
—¿Y él puede hacer esto? —repuse, inclinándola al piso para agacharme hasta ella y besarla.
—No —negó, parándose y abrazándome con el oso en sus manos—, pero es similar.
Paré de besarla.
Caminé detrás de ella mientras la abrazaba de la cintura.
Le di un beso en el cuello.
Ella rio porque era mucha ternura.
—¿Angelica? ¿Qué haces aquí? —dijo su madre.
Ella era una señora pelirroja como ella con los ojos color miel (como Spring), estatura de su hija, con pecas y el cabello ondulado.
—Él es René Cárdenas —me presentó.
Le tendí la mano a su madre.
—Mucho gusto, señora Quinsey —saludé a la mujer.
—El placer es mío —objetó la señora—. ¿A qué te dedicas, René? Recuerda que es el protocolo.
—Soy dueño de R de C, una firma de abogados.
La señora Quinsey se sorprendió y se puso muy feliz al oír eso, creía que su hija ganó la lotería.
Fue raro contarle cómo nos conocimos.
Acató nuestra atención cuando dijo que así fue como conoció a su esposo.
—Ven te abrazo —se acercó a mí.
Se lo permití.
No estaba listo para tanta cercanía con la familia de Angelica porque me sentía un poco extraño.
—¿Qué tienes? —preguntó, haciéndose a un lado al verme adolorido.
—Siempre es complicada la presentación —dije.
«Hay que decirle», me dijo mi consciencia.
—René y yo vamos a tener un bebé —reveló mi novia a mi suegra porque estaba emocionada.
La señora Quinsey abrazó a su hija y me tomó de las manos diciendo: —Son afortunados.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Angelica.
—Vine a comprar las medicinas de tu padre —respondió Quinsey.
—¿Viven a las afueras de Umiza? —dije confuso.
Mi suegra afirmó con la cabeza.
Preguntó por su otra hija: —¿Por qué no me ha dicho cuándo será la boda?
—Marcel la engañó —soltó Angelica—, con la secretaria de René. Ahora sale con el hermano menor del mejor amigo de mi pareja.
—Sabía que no tener peleas era porque le ocultaba algo. Odio tener la razón —confesó Quinsey.
Angelica se quedó perpleja, viendo al peluche que ganó en la máquina de garra.
—Los dejaré —avisó su madre—. Nos vemos más tarde, cuídense. Cuídala, René.
—Usted igual, señora Quinsey —la despedí.
La chica pelirroja levantó su mirada.
Ella no sabía si en algún momento lograría conocer a su bebé.
—Aunque sea por unos instantes, lo harás —le levanté los ánimos—. Te comento de nuevo que la vida obra de modos misteriosos, ¿qué tal si se apiada de ti?
Me abrazó guardando su cara dentro de mi chaqueta.
Lagrimó por estar enferma y por no ser capaz de tener una vida como la de cualquier persona de su edad.
—Hay un lugar al que quería llevarte —dije limpiando su cara mientras ella intentaba poner una palabra para responder a lo que le dije.
—¿A dónde? —preguntó.
—Ya lo verás —acaricié su cabello.
Caminamos hasta llegar a una pastelería.
Abrí la puerta.
Entró.
Bruce y Lima se asomaron para vernos.
Angelica saltó de la emoción para ir a abrazarlos.
—¿Cómo han estado? —quiso saber Lima.
Antes de responder Bruce dejó que nos sentáramos en una de las mesas para la clientela.
—Tendremos un bebé —dijo emocionada Angelica.
—Felicidades —nos felicitaron.
Bruce se sentía un poco incómodo.
Le pedí que fuéramos afuera para hablar de lo que estaba dejando a la sombra de su esposa.
—¿Qué tienes? —dije con los brazos cruzados sin querer que entendiera un regaño.
—Quiero morirme ya —dijo con los ojos hinchados.
«Dile algo», pensé, «pero, qué».
—Sigue con el procedimiento. Hazlo por Lima —le recomendé—, aun tienes tiempo.
Negó meneando la cabeza.
No entendía en qué etapa se encontraba.
—Avanzó rápidamente —confesó.
—Debes ir con un psiquiatra —dije sin ofenderlo.
Se acercó.
Me abrazó.
Empezó a llorar para pronunciar: —Tengo mucho miedo. No quiero que mi esposa se quede sin mí, no quiero que vaya a sufrir por mí.
Las muchachas me vieron reconfortar a Bruce dejando que llorara en mi regazo.
Le sobé la espalda.
Ellas salieron a preguntarme qué pasaba.
«Avanzó su enfermedad», susurré a Angelica, «está a nada de estar como tú y usar el tanque con la cánula».
—¿Le dijiste? —preguntó Lima.
Él asintió.
—Vas a estar bien —sonrió Angelica, mirando que Bruce se apartaba de mí—. Yo también tengo miedo e incluso eso me hizo dudar del amor de René...
»Tuve que ir al psicólogo de mi universidad para que pudiera entender mi situación.
Bruce se limpió las lágrimas de la cara y dijo que no sería mala idea hacer lo que Angelica le recomendó.
—Adiós —dijimos.
Lima nos dio una caja con mantecadas de vainilla.
Alejándonos de la pastelería rumbo a comprar ropa de maternidad Angelica, me reveló que Lima estaba retrocediendo con su enfermedad.
—Te voy a cuidar —dije deteniendo mi caminata.
Al notar que me entristecía, Angelica regresó hasta donde estaba para abrazarme y besarme las mejillas.
—Sí podemos —sonrió, acariciando mi nariz—. ¿Qué más tenías planeado?
Entramos a la tienda para embarazadas.
No le permitieron el acceso a Angelica y discutí con la dueña.
Divisé un puesto de helados.
Fui a comprar para los dos.
Angelica salió de la tienda y trataron de robarle.
Tomé los helados después de pagar para correr a socorrer a mi amada.
—Suéltenla y devuélvanle su mochila con su dinero, ahora mismo —amenacé a los ladrones.
Le di los helados a mi pareja.
Ellos se alejaron dándole sus cosas a Angelica que agarró los helados.
—¡Dije que le den todo, eso incluye su teléfono y sus tarjetas de crédito!
Como se pusieron a correr para escapar los perseguí hasta que Bruce los interceptó.
Él se lanzó sobre ellos para ayudarme.
—Gracias.
Él no dijo de nada.
Guardé en mi bolsillo las pertenencias de Angelica.
La gente al ver que acuchillaron por la espalda a mi amigo alertó a la policía y llamaron a la ambulancia.
—Quédate conmigo —puse las manos en el agujero de la camisa de Bruce para que dejara de fluir la sangre—. Quédate conmigo que todavía te falta por vivir.
Una muchacha donó su bufanda para que se cubriera la herida de mi amigo.
Sus hermanos les ataron las manos a los atacantes para que esto fuese menos feo.
Angelica lo vio todo y continuó comiendo su helado después de darme el mío.
Tenía sangre seca en mis manos.
Traté de no pensar en ello.
Por un rato, fuimos al hospital para ver cómo estaba el esposo de Lima.
Las enfermeras nos dijeron que él estaba en coma.
Aludieron a que habría muerto si no fuera por mí, sin embargo, le di créditos a la extraña de la bufanda.
Los bravucones fueron arrestados.
Los policías les dieron las gracias a los hermanos de la muchacha que dio su bufanda para salvar a alguien.
—Qué catorce de febrero —murmuró Angelica—, dónde están mis...
La interrumpí para devolverle lo que le quitaron.
—Vendremos a visitarlo luego —nos despedimos de Lima que esperaba al hermano de su marido.
Angelica y yo volvimos a la casa.
Nos bañamos sin revelar lo que sufrimos en la plaza.
Escuchamos que nuestros amigos comieron parte de las mantecadas y dejaron dos para nosotros.
—Qué calor hay —dijo Angelica, saliendo de donde descansaba con un pantalón y una blusa color amarillo.
Me puse una camisa negra y unos pants grises.
Nuestra segunda familia salió de nuevo al jardín y nosotros vimos una película romántica.
Angelica se durmió nuevamente en mi pecho.
Apagué la televisión para que descansáramos.
La cargué hasta su cuarto.
La metí bajo las sábanas, conectándola al Rusin-94.
Ella me tomó de la mano.
Me acomodé a su lado.
—Te amo —murmuró mientras dormía—. Eres un gran hombre.
—Eres muy linda—susurré, besando su mejilla.
Sentí que estaba ardiendo.
Entré en shock.
Le quité las sábanas de encima.
Le pedí a Spring que le tomara la temperatura a su hermana mientras buscaba con Cárdenas la forma de llevarla al hospital y que su doctor la atendiera.
—Treinta y ocho punto cinco —dijo Spring.
—Le pondré paños de agua fría —se ofreció mi exesposa.
Alfonso subió con ella para pasarle las cosas.
—Iré en camino —dijo el doctor Ortega, en la llamada con mi hermano menor.
Después colgamos el teléfono y esperamos.
—Tiene fiebre —gritó Alfonso—. Los paños no sirven, llegó a los cuarenta grados.
Spring empezó a comerse las uñas esperando a que el doctor Ortega llegara.
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