Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

13 de febrero de 2025

Estaba sentado al borde la cama porque estaba pensando en si sería cierto que mi pareja estuviera embarazada a pesar de su condición.

No creía en Dios ni en los milagros, sin embargo, ahora estaba esperanzándome en ellos como si ellos pudieran ayudar a Angelica con su deseo.

Agaché mi cabeza para colocarla sobre mis piernas.

Mis manos tocaron mi cabello.

—¡René! —gritó Angelica a lo lejos—. ¡René!

«¿Qué pasará cuando reconozca mi edad?», me pregunté, «...¿Qué sucederá si nota mis canas?».

—¿René? —la pelirroja entró a la habitación.

No escuché el abrir de la puerta.

Tampoco le presté atención a los pasos que mi amada daba para acercarse a mí.

—Bajaré en un momento —avisé.

Ella se agachó para que la mirara a los ojos.

Tomó mis manos y susurró: —¿Qué es lo que osa dejarte tan depresivo, caballero del amanecer?

—No quiero ser padre, Angelica.

Salí del cuarto.

Ella fue por mí.

No quería estar cerca de ella para no decepcionarme.

Bajé hasta el comedor sin siquiera dirigirle la palabra debido a que no estaba en posición para conversar.

Desayuné en silencio, sabiendo que ella estaba ansiosa porque le diera una explicación.

La doctora Luz María le pidió que subiera para seguir con los análisis pero, Angelica se negaba dado que solo lo haría si yo respondía su pregunta.

Me levanté de la silla.

Le dije al oído: —No quiero ser padre, así que espero que me comprendas.

Se erizó.

Su cuerpo se tensó.

La dueña de la casa se la llevó.

Continué en lo que me había quedado.

Spring me encontró para preguntarme qué pasó.

Secamente dije: —Le dejé claro que no deseo ser padre. Esa etapa se terminó.

—¿Estás loco? —me regañó—. Ella ni siquiera sabe si podrá tener un bebé y tú ya le dijiste que te exentas de la responsabilidad de su crianza.

Puso sus manos sobre mis brazos.

—No te metas.

Me hice a un lado.

Fui al baño.

Grité con mis fuerzas.

Salí.

Ciro estaba esperándome.

Estaba serio cuando expresó: —Piénsalo bien... Tú le hiciste una promesa, amigo mío.

—Voy a salir para fumar.

Me apretó el brazo.

Se molestó conmigo.

Lo noté en su tono: —Creo que eres un desgraciado. Deberías ser más empático.

—¿Más, Ciro?

»¿Sabes que conseguí siendo amable con todos?

»Una mujer que me destruyó por completo, adicción al alcohol y los cigarros.

»¿De qué me sirve seguir siendo empático con la humanidad?

Él suspiró.

No quería discutir conmigo.

—Bien —me soltó—. Pero, hazlo por ella.

Me señaló la habitación que tenía la puerta entreabierta y se veía qué pasaba en su interior.

—Ella morirá en cualquier momento...

»Tal vez finja ante todos que no teme a la muerte, pero por dentro está aterrada.

»Ella quiere regresar el tiempo para no enterarse de que su vida empeoraría.

Me quedé estático.

Mis brazos se tensaron, mis manos sudaron y mis ojos estaban llorosos.

—Solo, piénsalo, René.

»Puede que no todo sea malo en esta vida.

»Algunos inconvenientes terminan siendo mejores experiencias que otras.

Se retiró.

Miré detenidamente a través de la pequeña franja entre la puerta y la pared.

Caminé.

Abrí más la puerta.

Entré.

—Quiero estar a solas con Angelica.

Luz María nos dejó.

Oí que la puerta se cerró.

Me paré delante de la cama.

Vi que Valentina estaba conectada al Rusin-94.

—¿Cómo te sientes?

—Un poco mejor... ¿Por qué no quieres ser padre?

Me acerqué.

—Siento que no hay por qué.

—¿Qué pasa con la promesa que me hiciste?

—Necesitarías de un milagro para convencerme...

La doctora entró emocionada.

Ella se disculpó: —Lamento tener que interrumpirles, pero les tengo maravillosas noticias. Su regalo de mañana se adelantó.

Angelica y yo nos miramos.

—Doctora, explíquese —dijo la chica de pecas.

—¡Felicidades! Van a tener un bebé.

La indiferencia me llegó.

—¿Está segura? —pregunté—. ¿Es su análisis?

—Sí —se emocionó—. Ayer le saqué una muestra de sangre y hoy me entregaron los resultados.

Ella nos dio los papeles.

Embarazo confirmado, decía la hoja.

Luz María se fue.

—Aquí está mi milagro —comentó Angelica, cediéndome el pedazo de papel.

La doctora regresó para decir: —Señorita Valentina, dada su condición es algo que pudiera ser muy probable que el bebé no nazca.

»Sé que quiere que no sea así, pero, solo el 0.000001% de los bebés que se forman completamente en mujeres con enfermedades crónicas, sobreviven...

»De hacerlo, las madres perecen después del parto porque las agota.

—Haremos lo posible para romper las expectativas, doctora —me dirigí a ella—. Angelica es una guerrera y superará esto. Ha tenido peores pruebas en la vida.

«Atento a lo que acabas de decir», reconocí.

—Sé que lo lograrán gracias a la máquina... Los dejo para que puedan hablar.

Se fue.

—Entonces, ¿sí aceptas a ser el padre de mi bebé?

—Lo haré si resultan ser gemelos.

—¿Qué? Todavía acaban de decir que puede morir y, ¿ahora esperas que sean dos?

Asentí.

Ella se quedó en silencio.

Me senté a su lado.

Besé su mejilla.

Pensé en una poesía.

—No dudes de mí, querida.

»Sé que mereces el cielo porque todos tenemos un pedazo de él con nuestros nombres.

»Tan solo esperamos a los indicados para juntar nuestras piezas con las de ellos para demostrar cariño.

—Qué ingenioso y romántico de alguien apático.

La abracé.

—No siempre soy empalagoso.

—Ya lo noté.

Rio.

—¿Qué vamos a hacer con esto?

Enseñó los resultados.

Pensé.

—¿Te acuerdas de la prueba que compraste? Puedes usarla en unos días para corroborar.

Ella sonrió.

—Es una grandiosa idea, pero...

—¿Qué sucede si aparece que no estoy gestando?

—Nos quedamos repartiendo amor al otro.

Me abrazó.

—Es una buena idea y, ¿qué sabes del evento?

—François me dijo que la Directiva de la convención quiere que R de C de motivación a los nuevos emprendedores y que debía preparar un discurso.

»Así mismo, comentó que tus ideas para el evento iban a funcionar y que requieren tu apoyo.

Ella gritó de emoción.

Su hermana subió rápido las escaleras.

Entró junto a Ciro.

—¿Qué pasó, Angie? ¿Por qué gritaste?

—René me acaba de informar que seré de mucha ayuda en la Convención de Abogados, la cual se hará en marzo...

»Además, Luz María nos dijo que estamos esperando un bebé de sexo indistinto.

Ellos se acercaron para felicitarnos.

La doctora entró al cuarto.

Ella nos dijo: —Angelica necesita descansar.

Spring y Ciro salieron de la habitación.

Me despedí.

—Luce increíble, señor Cárdenas —dijo la doctora.

No le tomé importancia a su comentario.

Abandoné el cuarto.

Bajé al primer piso.

Un "joven" apareció.

Por mi mente lo busqué hasta que lo encontré.

—¡Alfonso Jenkins! —saludé.

—¡René Cárdenas! —respondió.

Nos abrazamos.

Él se fijó en Spring.

—¿Quién es la muchacha atractiva de cabellera castaña clara con ojos color miel? Es bellísima —susurró.

—Es mi contadora, la señorita Spring Valentina. ¿Por qué preguntas? ¿Te llamó la atención? —contesté sorprendido—. No te juzgo, es solo que, ¿no tienes unos treinta y dos años? Ella es más joven que tú.

—Tu novia, la pelirroja tiene veintidós y tú estás a dos años de los cincuenta —ironizó.

—Spring —la llamé—, él es Alfonso Jenkins, será mi secretario a partir de ahora. Lo acabo de decidir porque Lina ya fue despedida.

Ellos tuvieron la chispa cuando se vieron.

El hermano de Ciro la invitó a cenar.

Spring titubeó antes de aceptar.

Después, él confesó que estaba regresando de un viaje de trabajo cuando se enteró acerca de la ubicación de su hermano.

Pasó a saludar.

Su presencia fue grata.

Tras unos minutos, Angelica bajó con ayuda de Luz.

Presenté a los desconocidos.

Mi pareja se escondió detrás de mí.

—¿Estás bien, Angelica?

—No confío en mi doctora...

Nos separamos del grupo para charlar.

—¿Por qué no, cariño?

—Creo que tiene intenciones contigo.

—Aunque lo intente, quiero que sepas que mi corazón se dirige a ti.

Tomé su cara para besar su nariz.

Regresamos con los demás.

Íbamos a seguir hablando con ellos hasta que...

La doctora dijo que iría por comida.

También, Ciro avisó que llevaría a su hermano a su hogar.

Nos despedimos de ellos.

Nos abandonaron.

Spring le confesó a su hermana que le interesó el hermano menor de mi amigo.

Ellas se sentaron en el sofá.

Permanecieron hablando con respecto a ello.

Subí para bañarme.

Spring estaba en la cocina.

Angelica me solicitó ayuda para ir al baño.

La acompañé.

Esperé.

Ella se estaba bañando.

Apenas terminó fuimos al primer piso rápidamente porque Spring nos llamó.

—¿Qué sucedió? —pregunté.

—Alfonso me acaba de decir, desde el teléfono de Ciro, que acaban de chocar y tenemos que ir al hospital de este pueblo.

Nos preocupamos.

Tomamos algunas cosas de la sala.

La doctora llegó y nos invitó a almorzar.

A pesar de que queríamos irnos, nos quedamos.

Comimos.

Estábamos preocupados.

Nos disculpamos con Luz María.

Salimos.



El taxi estaba llevándonos al hospital.

Durante el viaje, Angelica sintió estrés.

Ella no estaba acostumbrada a estar en ese tipo de situaciones.

El conductor se estresó.

Nosotros lo estresamos.

Llegamos al hospital.

Ellas bajaron y yo pagué.

Ingresamos al edificio.

Buscamos quien nos ayudara.

Alfonso nos vio.

Él abrazó a las hermanas.

No podíamos creer lo que pasó.

Él tenía leves cicatrices en la cara y se notaba desesperado por su hermano.

—¿Qué fue lo que sucedió? —investigué.

—¡Eso no importa! —masculló—. ¡¿Qué pasará con Samara y los niños? ¿Quién les dará dinero?!

—Ciro va a superarlo —sonrió Angie.

Preguntamos a la recepcionista por mi amigo.

Ella nos dijo que esperáramos a que su doctor saliera para recibirnos.

Durante eso, Angelica admiraba la pecera con peces coloridos (no quería no verlos).

Me puse junto a ella.

La rodeé con un brazo mientras veía a los peces.

Se recogió el cabello permitiendo que un mechón de su lindo cabello se escapara.

Ella me externaba lo preocupada que estaba por Ciro a pesar de no conocerlo tanto.

—Sé que no lo conozco, pero me es un poco difícil entender cómo una mujer o un hombre se puede hacer cargo de los niños y animales, si hay, con la pérdida de su pareja —me reveló—. Ha de ser triste.

—Pregúntale a mi madre —respondí—. Mi padre falleció de cirrosis cuando mi hermano tenía seis y yo nueve. Se volvió a casar porque así lo habría querido mi papá, pero no fue fácil.

El doctor de Ciro se presentó y dijo que él estaba bien, en lo relativo.

Podíamos visitarlo en su habitación.

El resultado del choque fue estar inválido durante un par de semanas, y leves cicatrices en la cara y en los brazos.

Pedimos permiso a las enfermeras para que pudiéramos verlo porque estábamos asustados.

Corrimos a donde nos dijeron que se hospedaba.

Su hermano tocó la puerta.

Ciro nos dejó pasar para estar con él mientras se hacía el trámite de su salida.

Spring salió para escuchar lo que Ciro debía hacer durante su recuperación.

—La Aseguradora Erickson acaba de llegar —nos dijo Spring entrando al cuarto.

—¿Cómo pasó? —pregunté—. Entendimos que te chocaron y quería huir el culpable.

—Sí —masculló recostándose.

Alfonso subió la almohada detrás de su espalda

—Gracias.

—¿Qué estaba haciendo el otro conductor? —le quise sacar la verdad.

—No andaba viendo su camino por alguna razón. Una tontería, sinceramente —se molestó mi amigo.

Alfonso y Spring se enfadaron.

Angelica se sonrojó.

—No me imaginó lo que debió estar haciendo con su copiloto —se bufó Alfonso—. No me fijé.

—La pregunta correcta es —dijo Spring—, ¡¿quién en su sano juicio no ve su camino mientras conduce?!

Alguien más entró, un representante de La Aseguradora, y quería hablar a solas con Ciro Jenkins.

Lo dejamos solo con el asesor.

—¿Quién es él? —me preguntó Angelica.

Ella vio a un hombre tres años más joven que yo, con pocas canas, el cabello castaño, ojos grises y complexión delgada.

Ella no lo reconocía.

Ni en una foto mía lo había visto o lo mencioné.

—¿Cárdenas? —lo llamé.

Él me reconoció.

—Hermano —se acercó a mí—. Hola, ¿quién es ella? Luce muy linda.

«Ay Dios Mío», me dije.

—Angelica Valentina, pareja de René —se presentó Angelica a mi hermano.

—¿Te llamas Cárdenas o es apellido? —insistió en saber Spring después de presentarse.

—Me llamo Cárdenas con apellido familiar de Cárdenas, ¿no es así, René? —contestó.

Asentí con la cabeza.

No quería mirarlo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sin juzgarlo.

—Choque a un hombre con mi auto —afirmó.

«No lo digas», me contuve, «vas a hacer que sea incómodo que Angelica conozca a Cárdenas como el hombre que chocó a mi mejor amigo».

—Bueno —supuse—. Chocaron a mis amigos por un hombre en la carretera de regreso a Umiza...

»Me molesta saber eso porque mi mejor amigo tiene familia a la que cuidar.

Ciro Jenkins salió en silla de ruedas.

Él dijo: —Él es quien me atropelló por prestarle más atención a su copiloto que al camino.

Mi hermano se apenó al observar a quien había lastimado por loco, a mi amigo de la preparatoria.

—Lo siento —se excusó Cárdenas—. Te pagaré todo el valor de tu auto en 100%.

—Ciento diez por ciento —abogó Ciro.

—De acuerdo —accedió mi hermano menor.

Vi a mi pariente sentarse en una de las sillas con dos cojines en la parte de la espalda y en el asiento.

Se habían pasado varias horas en el hospital.

Le pedí a Alfonso que llevara a todos a comer.

Yo hablaría con Cárdenas sobre lo que pasó.

—¿Por qué querías prestarle más atención a ella? Te pudiste meter en problemas mayores... Hoy fue Ciro.

—René, lo lamento —se disculpó—. No tengo una buena vida como tú. Derrocho mi dinero en mujeres, alcohol y otras cosas que no diré.

—Qué raro —lo befé—. Tu empresa contra el maltrato animal es una de las más populares.

Mi hermano me miró decepcionado para después contestarme: —¿Cómo le hiciste? Tú te divorciaste y tienes una mejor vida que yo.

—Mi vida era fea antes de conocer a Angelica, así que decidí ir al psicólogo.

»Mi casa era un tiradero y tenía olor a whisky.

»Después de años me encontré con mi nueva vecina que resultó ser la chica con la que siempre me topaba en distintos lugares y fechas, Angelica...

»¿Soy afortunado? Sí, ella es mi ángel que ahora carga con mi primogénito, tu sobrino o sobrina.

—Vaya —me exclamó Cárdenas—. Eso suena un poco trama de película, pero te creo.

—Aún no es tarde —lo animé—. Solo necesitas un empujón con un cambio en lo más básico.

Cárdenas me sonrió.

Se levantó a abrazarme.

Angie vino hasta aquí para pedirme que fuéramos al restaurante porque no habíamos comido.

Me viré a mi hermano.

Él aceptó la invitación y nos acompañó.

«¡Qué novedad!, ¿no?», dijo mi consciencia.

Fuimos con los demás.

—Lo siento, Ciro —dijo Cárdenas.

—Descuida —lo reconfortó mi amigo—. Que no se repita, por favor. Eres buen hombre.

—Tomaré caso a tu consejo —dijo Cárdenas—. De casualidad, ¿no conocen a una mujer que quisiera estar para toda la vida conmigo?

Cárdenas se fijaba tanto en los hombres como en las mujeres atractivas que pasaban por el restaurante.

—¿Eres bisexual? —solté sin contenerme.

—¿Por qué lo dices? —me contestó, ignorándome y mirando a los hombres y mujeres que pasaban cerca.

—Prácticamente estás buscando a una presa sin importarte su sexo —bebió agua Spring.

—Sí, soy bisexual. He salido con personas de ambos sexos y no me arrepiento —respondió Cárdenas.

—Ten citas con ellos, así encontrarás al amor de tu vida —le dije para que supiese a qué me refería.

Mi hermano me hizo caso.

Se lanzó a enamorar a la gente.

Al regresar a la mesa, avisó que tenía más de doce contactos nuevos de personas que querían citas con él.

—Uff —suspiró—. Como que sí hay muchos que desean tener una relación estable.

—Les dijiste que... —comencé a preguntar.

—Sí —me confirmó—, les dije que soy bisexual y no me juzgaron. ¡Demasiado increíble!

—Creo que iré al baño —dijo Spring, levantándose de la mesa.

Los Jenkins la imitaron.

«¡Qué incómodo!», saboteaba una plática con mi hermano al que hace mucho que no veía.

—¿A qué te dedicas? —preguntó Angelica.

—Estoy en contra del maltrato animal —se felicitó.

—Por eso la Soledad del Mono —supuso ella.

Cárdenas asintió con la cabeza y le estaba tocando la mano a Angelica de forma inapropiada.

—No tienes que tocarla así —le dije tomando la mano de Angelica.

—¿Estás celoso? —se sorprendió Cárdenas.

—Claro que sí —admití—. ¿Cómo sé que no te quieres ligar a mi ángel guardián?

Cárdenas se quedó en silencio.

Él se fue al baño.

Me quedé con Angelica.

Desenlacé nuestras manos.

—¿Qué fue eso? —me miró Angelica—. ¿Son celos lo que percibo?

Apreté la mandíbula.

Di un sorbo al refresco de lima-limón que pedí.

—No quiero que conversemos de eso —refunfuñé.

—De acuerdo. Eres un oso celoso. No es malo, como no muerdes, es muy tierno viniendo de ti.

Me abrazó.

La abracé.

Por arte de magia mi exesposa apareció.

Ella estaba para burlarse de mí.

—Aléjate de mi hermano —gruñó Cárdenas.

—Cárdenas —fingió felicidad mi exesposa—, qué gusto verte de nuevo. ¿Qué tal tu choque?

—No lo hagas —me susurró mi ángel, separándose de mí para tomar mis manos.

—No tengo idea de cómo te enteraste.

»¿Qué quieres?

»No dudo que no sea la primera vez que sorprendes a René con su bella novia y te burlas de ellos.

»Te conozco tan bien que sé algunas de tusmanías.

—Quiero que me dé alimentos —soltó mi exesposa.

—¿Tu esposo no te da? —pregunté, sospechando.

Ella pidió sentarse frente a mí.

Lo permití.

Ella dijo que su nuevo esposo tenía un buen trabajo y era excelente pareja.

Pasó algo en donde trabajaba que lo endeudó.

—Te he estado dando apoyo económico, a pesar de que no tuviéramos hijos...

»Sé que no te permiten trabajar y te deposito setecientos cincuenta y dos kukis todos los miércoles...

»¿Dónde termina ese dinero?

—Mi cuenta bancaria dice que está en ciento y doce kukis —me mostró en su teléfono—. ¿Crees que haya sido él quien lo saca?

—¿Conoce tus datos del banco? —le pregunté.

Negó con la cabeza.

Alguien dentro del banco le avisaba cuando le depositaba dinero a mi exesposa, para que pudiera sacarlo de su cuenta y entregárselo en persona.

—¿Vas a demandarlo? Si es así, cuenta conmigo.

Mis amigos, Cárdenas y Angelica estaban confundidos.

Agregué: —Se están robando mi dinero.

—Te ayudaremos... Todos lo haremos —confirmaron ellos a mi exesposa.

Ella estaba desesperada porque el dinero que entraba a su cuenta no estaba apareciendo en ella.

—Después nos disculparemos —avaló Cárdenas—. Dime que no te casaste en el Registro Civil.

—Lo hice —afirmó—. ¿Por qué?

—Te divorciarás otra vez —ordené—, será tu primera en vez en el Registro Civil.

—¿No se casaron ante la ley? —nos cuestionaron.

—Ante la ley de Posty —respondimos.

Ellos asintieron con la cabeza.

Pagamos la cuenta.

Regresamos a la casa de la doctora Luz María.

Ella nos esperaba.

Buscamos un taxi.

En el taxi que compartía con Angelica y mi exesposa le contábamos nuestras vivencias aquí en Lianda.

Ella solo pensaba en suerte.

—Diablos, todo les pasa —nos exclamó.

—Por eso estoy embarazada —titubeó Angelica.

—Felicidades —nos sonrió mi exesposa.

Llegamos después de diez minutos a la casa.

Le pagamos al taxista.

Salimos del taxi.

Entramos al hogar.

—Por fin llegan —bostezó la doctora.

Cerré la puerta de la casa y le puse pasador.

—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó ella.

—Estábamos resolviendo unos asuntos —dijo Angelica sin querer entrar en detalles.

Mi exesposa se presentó.

Luz María no se incomodó con tenerla como nueva huésped temporal.

Nos relajamos un rato en la sala.

La dueña de la casa se fue a dormir.

Encontramos un juego de mesa y lo jugamos.

Virginia murmuró que no confiaba en Luz María.

Ella confesó que sus vibras eran extrañas.

En eso estábamos de acuerdo.

No podíamos hacer mucho porque ella estaba atendiendo a Angelica y estaba haciendo un buen trabajo.

Spring se preocupó.

Alfonso la abrazó.

La pareja que apenas se estaba conociendo nos dejó.

Ellos tenían mucho sueño.

Poco tiempo después, Cárdenas se fue junto a Ciro porque mi mejor amigo quería dormir.

Virginia subió tras una hora de la partida de nuestros demás amigos y familia.

Angelica me dijo: —¿Vamos a estar bien?

—Sí. ¿A qué viene la pregunta?

Ella me miró: —La vida nos ha puesto demasiadas pruebas que estoy asustada de que algo nos salga mal.

—Calma. Vamos a lograrlo.

Me besó.

Nos quedamos abrazados.

—¿En serio quieres gemelos?

—Una pareja de un niño y una niña sería increíble.

—...Me asusta pensarlo...

«No la obligues», murmuré.

Al final, eso no lo decidíamos nosotros.

La naturaleza tomaría esa decisión.

Angelica dijo por lo bajo: —Cárgame. Tengo mucho sueño que no puedo seguir más aquí.

—Me vas a romper la espalda.

Ella sonrió.

«Siempre tan simpática», sonreí al pensar.

La escuché bostezar.

«Te ves linda al bostezar», mi pensamiento cambió.

Me las ingenié para subirla con todo y su tanque.

En lo que subía las escaleras pensaba en el futuro.

«Ambos criando un bebé», pensé.

¿Cómo sería la vida al tener a nuestro hijo?

«Muy interesante», me respondí.

Solo de pensarlo me llenaba de emoción.

«Pronto», murmuré.

Valentina estaba a punto de dormirse.

—Pronto —bostezó Angelica.

Busqué su cuarto.

—¿Dónde estamos? —estaba dormitada.

Abrí.

—En tu cuarto. Te traje para que descanses.

Entramos.

—Está bien. Es mi linda camita.

La desconecté del tanque para conectarla a la máquina que hacía feos sonidos.

Iba a salir, pero la pelirroja me llamó.

—René. No te vayas aún.

Me despedí con un beso en su frente.

—Creo que ahora sí me puedo retirar, ¿no?

—Ahora sí.

Cerré la puerta para ir a mi cuarto.

Caminé.

Seguí caminando.

Entré a la habitación.

Me cambié de ropa.

Cepillé mis dientes.

Me acomodé en la cama.

—Siento que finalmente estoy viviendo la vida que merezco en esta mundo —dije, depositando mis lentes sobre la cómoda que estaba junto a la cama.

Apagué las luces.

Dormí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro