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10 de junio de 2025

Perdonar era lo que solía hacer, pero no olvidaba. 

Cada misero detalle de mi vida se almacena en mi cerebro y allí se quedaba hasta determinado tiempo.

Me rehusaba a comunicarme con René debido al comportamiento que había tenido el día en que intenté que tuviera su cierre con Virginia. 

Él había actuado con malicia, aunque no lo reconociera.

Cuando creía que no podía estar peor, me enfermé.

Me dio un resfriado que combinó con mi enfermedad permanente y me generó fuertes síntomas.

Mi prometido me había dejado en el hospital mientras él remendaba los asuntos que no había atendido por velar por mi bienestar o el de sus queridos (Alfonso era el que más necesitaba ayuda).

Me apetecía apagarme por unos minutos, no aspiraba a más. Mis ganas de vivir se asemejaban a un pozo sin agua, que estaba completamente oscuro y no dejaba entrar ni un rayo de luz.

«¿Está bien lo que hago? Varias de las decisiones que he tomado me han conducido a malos caminos, así que un error más hará se extermine mi vida... No puedo permitirme romper las reglas».

La habitación era blanca, fría, monótona, con aparatos médicos y la cama en la que estaba se sentía como una piedra detrás de mi espalda.

Mi vista se encontraba tan cansada como yo, mis manos estaban temblando, mi respiración era lenta y mi deseo por volverme madre se desvanecía a la misma velocidad que un monto de polvo.

Llevé una mano a mi collar para acariciarlo, asegurándome de que seguía viva. Si en algún momento perdía el tacto sabría que era una señal de mi mal estado.

—¿Cómo te sientes? —el doctor se relacionó conmigo, mostrándome una sonrisa.

—¿Se supone que bien? —divisé la máquina a la cual estaba conectada.

Él me suplicó para que dijera la verdad ya que así podría dar un buen diagnóstico, pero no aporté.

—Me siento igual de mal que todos los días. No distingo la diferencia entre lo cotidiano y hoy... ¿Podría acabar con mi dolor? No siento...

El doctor Ortega llegó con otro doctor al mismo tiempo en que René se presentó junto a su hermano.

—Su enfermedad —comenzó el otro doctor—, hizo el intento de mutar con el resfriado.

—Tuvimos suerte que lo canalizamos —acertó el señor Julio Ortega.

—¿Sanaré algún día?

Ellos me miraron con tristeza.

Los doctores no atendían mi súplica.

Cárdenas les cuestionó con respecto al silencio que habían dejado en la conversación.

Una enfermera entró para avisarles que uno de los estudiantes de Medicina estaba vomitando en un bote de basura y debían atenderlo.

Se salvaron de mí, me había molestado bastante.

—Estarás mejor, Angie —enunció Cárdenas—. Descansa para que te recuperes por completo. Debes estar sana para...

—No sé si sea una buena decisión. Puede que me equivocara al haber aceptado ese papel.

—Quiero, con todo mi corazón, ser padre —replicó René con sencillez.

—¿Puedes dejarnos, Cárdenas? —pedí.

Él nos dejó hablar.

—La enfermedad empeora cada vez más —chillé—, y temo que avance tan rápido que nuestros bebés no logren ver la luz artificial de una habitación de hospital.

—Me gustan las estrellas —inició una reflexión—, porque ellas viven durante muchos años y luego se convierten en polvo estelar.

»Prácticamente, son como los seres humanos, pero no pueden pensar, solo actuar.

»El ser humano es una estrella poderosa, vive, actúa, piensa, se arrepiente, siente, daña...

»Esto significa que es tan importante que pocos pueden encontrar su verdadero valor.

»¿Comprendes, mi dulce rosa?

—¿Debería arriesgarme para sentir placer, a pesar de que eso implique sacrificarme?

—Siempre te arriesgas, Angelica. Sino fuera por eso, no estaríamos juntos.

»Tu historia será otra al igual que la mía.

»¿Por qué privarte de un sueño si el rompecabezas se resolvió?

»No te debes sacrificar.

Lagrimé.

—Quiero irme.

—Espera un poco, debo firmar algunos papeles.

Él se alejó.

—Dile a Cárdenas que me gustó verlo.

—La diré.

Desertó de la habitación compartida.

Regresó minutos más tarde.

Me colocaron en una silla de ruedas.

Carraspeé.

Vimos a la niña de doce años que conocimos hacía tiempo, estaba devastada y tenía ojeras.

Su madre la llamó Kathy, por lo que supusimos que así se llamaba la pequeña.

René pidió permiso a la mujer para hablar con su hija y ella accedió, comentando que se quedaría conmigo en lo que ellos platicaban.

—Hola —llamó René, agachado para estar a la altura de Kathy—, ¿quieres algo de la máquina?

Kathy lo abrazó y quiso que él la cargara.

Vigilé los movimientos.

La tuvo entre sus brazos.

—Un panqué y un zumo de manzana —respondió ella, poniendo sus frías manos sobre sus mejillas.

La niña pidió que le compraran comida a su madre porque tampoco había comido.

—Toma, mami —dijo la pequeña, entregando el envase con yogur a su madre.

—Gracias —suspiró la señora bebiendo el yogur.

La doctora de la niña llegó.

Mi futuro esposo la bajó.

—Hasta luego —se despidió Kathy.

Su madre la secundó para rectificar que no la sucediera nada durante el camino.

Cárdenas y sus parejas se nos acercaron.

Nos alegró la visita de la niña, nos recordó que nosotros seríamos padres.

—¿No trabajan?

—Angelica —me habló la novia de mi cuñado—. Esa no es una pregunta prudente... Pero sí, solo que queríamos acompañar a Cárdenas para verte.

Ellos se retiraron.

—¿Qué quieres desayunar? —me preguntó René, besando mi nariz y dándome su chaqueta.

—Unos waffles con huevo revuelto.

Caminamos a la plaza que estaba más cerca.

Buscamos un restaurante para comer.

Encontramos uno que tenía cinco estrellas y los precios eran accesibles para todos.

Tomamos dos camiones para llegar.

A la entrada, mi pareja me hizo una pregunta.

—¿Cómo es que siendo cinco estrellas los precios sean tan accesibles?

—Tal vez sea esa una razón y la otra es que tienen calidad, así como ningún problema de infraestructura o salubridad. Sencillo.

—¿Lo buscaste en Internet?

Un grupo de personas vestidas sospechosamente entraron al restaurante.

El recepcionista les pidió que se fueran a la parte de carnes, que allí les esperaban.

—Angelica, ¿los viste?

Pregunté qué.

—Entraron unas personas sospechosas —susurró.

Una mujer de pelo trenzado acechó, pero no vio nada anormal, así que alzó los hombros.

—Su comida —dijo la muchacha—. Disculpen la tardanza, acaban de traer las verduras.

Sin que René lo notara, la mesera me dio un papelito con algo escrito y luego se fue.

—¿Qué dice?

Vinieron para llevarse a la chica.

Rompí el papel.

Nos apresuramos a comer.

—Ramón...

Pagamos para ir a la casa.

René sacó su teléfono, fingiendo tomarnos fotos cuando caminábamos con la opción "selfie".

Nos detuvimos con mi miedo.

Mi pareja habló con Cárdenas para que nos recogiera nos dejara en nuestro hogar.

Su hermano respondió que su novia vendría por nosotros, así que debíamos esperar.

René afirmó tener respiración lenta mientras que yo intentaba no tener un ataque.

Caminábamos preocupados.

La gente que pasaba a nuestro par nos preguntaba por lo que nos sucedía, a lo que incómodamente respondíamos con que nos acosaba un convicto.

—¿Qué les pasa? —había dicho una señora con su hija andábamos vacilantes.

Tina Condel no llegaba al lugar de encuentro y nosotros tampoco.

En eso, René comenzó a sentirse mareado, se había estresado lo suficiente como para tener un ataque.

—¡René, Angelica! —nos gritó Tina.

Nos subimos a su automóvil.

Ella nos podría dar algunas respuestas acerca de los sujetos que nos seguían.

La muchacha que parecía un clon de Angelica trató de sacarnos plática, pero no estábamos dispuestos.

—Dios te agradecerá por tu ayuda.

Al cabo de unos minutos René rascó la tela de su pantalón con cuidado.

No desconfiaba de Tina, sin embargo, algo no le convencía.

—Conozco a Ramón —dijo Tina, con las manos en el volante—. Me pidió que me ofreciera para recogerlos y llevarlos a morir —dejó de hablar—. Los voy a dejar en casa y le mentiré.

—¿Por qué quiere matarnos? —expresé con pausas.

—Abre la guantera delantera —ordenó Tina.

Saqué una carpeta con imágenes de la familia Cárdenas Tritón.

—¿Qué es esto?

Tina detuvo el auto.

Habíamos llegado.

—Negligencia del hospital y odio porque no permitiste que su hermano se quedara en la empresa, así como su despido de esta —respondió.

—Gracias, Tina —sonreí.

La pareja de mi hermano avanzó dentro de su auto.

Abrí la casa.

Estaba como la dejamos, llena de amor.

—Me bañaré.

René sonrió.

No tardé.

Fui a la habitación.

Vi que él estaba pensativo.

—Sucio René.

—¿Qué habrá pasado? —se tocó la barba.

—Piénsalo después de bañarte.

Observó mis ojos, aceptando bañarse.

No quería decirle que también estaba aterrada de lo que pudiera pasarnos porque hacerlo implicaría que se estresara.

No sabía por qué nos sucedían estas vivencias.

—¿Qué hizo que me odiara? —salió del baño.

Apretó sus labios resecos.

Él vio lo mayor que era físicamente, se colocó sus anteojos y no se peinó.

Tomó su ropa sucia para ponerla en el cesto y la toalla para colgarla en una habitación vacía con el ventilador encendido.

—Arman Rodríguez Highs falleció por negligencia médica el 14 de octubre de 2023, a la edad de cuarenta, dejando una familia de cinco —leí de un artículo en internet—. Fue un famoso arqueólogo de Umiza que al estar en la investigación de la historia de Eusa, descubrió los papeles originales del Rs...

—¿Qué hizo el hospital? —preguntó, sentándose a mi lado y metiéndose bajo las sábanas.

—Era alérgico a la insulina.

—Los médicos no sabían —supuso, permitiéndome continuar con mis proyectos escolares.

—Me quedan dos proyectos por hacer, puedo descansar un poco.

Deposité mi teléfono en mi buró para recostarme sobre el pecho de René.

—Aplausos para los desgraciados que nos buscan para mandarnos a la morgue.

—¿Qué quieres que prepare para cenar?

—Spring y Alfonso vendrán con comida.

Al pronunciar el nombre de mi hermana, él se puso triste, incómodo y nervioso.

—Hay algo que debo decirte.

—¿Qué es, René? ¿Debo temer?

Negó.

—En la mañana, Spring no fue a verte porque no quería. Te lo digo por si necesitabas verla.

Cerré mis ojos.

Mi expresión facial dormida no era la normal con todo relajado, tenía fruncidas las cejas y se arrugó mi frente. Además tensé mis labios.

—¿Cómo que no quería verme? —reaccioné.

—Bueno, les avisé a todos.

»Solo Cárdenas fue con sus parejas.

»Ciro debía llevar a la escuela a sus hijos.

»Virginia ya sabes.

»Spring, no quiso, pese a que Alfonso estaba bien.

—¿Sería que no fue para cuidarlo?

—Es probable —objetó—. Ya no cuida de ti, pero creo que en su vida siempre debe de haber alguien a quien deba proteger y escogió a su prometido.

»Además, mi pequeña. Recuerda que se casan el día 24 del siguiente mes.

»Han de estar planificando su boda de ensueño, ¿no crees? Démosles tiempo.

No me visitó porque no le importaba como antes, no había qué discutir.

Ella me cambió por Alfonso Jenkins, su prometido.

Mi pareja fue por agua.

Me quedé acostada, sin ganas de levantarme.

Intenté dormir.

La idea de que no era amada por mi hermana no dejaba de perseguirme.

Oí que pasaba algo adelante, sin embargo, no quería averiguar.

Me moví como gusano, tratando de conciliar el sueño... era casi imposible.

Mi hermana tocó la puerta.

Ella quería hablarme, pero no había razones porque dejó en claro su pensamiento.

Entró porque no impedí que lo hiciera, no le dirigiría ni la mirada a pesar de sus intentos.

—Lo lamento, hermanita.

No me importaba su disculpa, ella me hirió.

—No me visitaste, así que no hay de qué hablar.

—Pero, Angelica... Por favor, entiende. No me sentía bien como para ir a verte.

«Egoísta e hipócrita».

Salió de la habitación molesta.

Ella le reclamó a René.

—Yo no hice nada —objetó mi pareja—. ¿Hiciste algo para ver si estaba bien? ¿Mandaste mensaje?

—No —se sensibilizó Spring—, no lo hice. ¿Tiene que ver eso con que me ignore?

No presté más atención.

Solo cuando me avisaron que estaba la comida, me levanté para ir al comedor.

Me senté, haciéndole la ley de hielo a mi hermana, sin saber las implicaciones.

—Angelica —dijo Spring enojada con ella misma.

Le dediqué una mirada tajante a mi hermana mientras daba bocados a la comida.

—Lamento no haber preguntado por ti, es que... ¿cómo explicarlo?

Ella miró sus piernas.

—Creo bien saben que Marcel era mi pareja y que con él compartí momentos que no puedo mencionar.

Alfonso puso los ojos en blanco y estaban conteniendo lágrimas dentro de ellos.

—No quise decir nada antes porque no quería arrebatarte tu luz, Angie. Nadie sabía de esto más que yo...

»Cargo al bebé de Marcel en mi vientre.

»No había presentado síntomas hasta hoy.

»Lo siento muchísimo.

—¿Por qué no se lo dijiste a Marcel?

—Lo invité a que viniera a tu casa para decirle.

—Felicidades —terminé de comer sin dejar sobras.

Ella quería conversar conmigo con respecto a su embarazo, debía comprenderme.

—Angelica —me buscó René.

Lloré desesperadamente, sentada en el piso, con el tanque a un lado, con la cara apoyada en el regazo de la cama.

—¡Demonios, Spring! —gritó ella—. ¡No es la primera vez que robas mi luz, ni la segunda, ni la tercera!

René se agachó.

—Ven aquí.

Nos abrazamos.

—¿Por qué es roba luz?

Seguí llorando.

—No fue a propósito, Angelica.

Me aparté para que me limpiara la cara.

Después, regresamos a ver cómo estaban los invitados.

Descubrimos que Marcel se volvió católico, los varones acordaron que el ex de Spring vería a su hijo, Alfonso sería el papá, y los prometidos sí se casarían.

Todo eso era un enorme relajo que me pareció prudente no intervenir tanto.

—Feliz boda —se despidió Marcel, posterior a decir que su novia se limitaría a no tratar de ser la madre del pequeño Raúl Alfonso Cortejo Jenkins-Valentina.

Si de plano el nombre completo del niño era complicado, no me imaginaba cómo lo llamarían sus maestros.

Me sentía mejor tras la plática con René.

Me disculpé con mi hermana porque ella no había hecho nada más que procurarme.

Me alegré de que ella fuera madre ya que sabía que ese era uno de sus mayores deseos de su vida adulta.

Desde pequeña sabía que quería ser madre de familia siempre que su pareja no decidiera escaparse de sus responsabilidades paternales.

El hermano de Ciro había demostrado ser buen prospecto y no había preocupaciones sobre si era capaz de viajar al otro lado del mundo para no cuidar al bebé.

La pareja fue a seguir con la planeación de su boda.

René me sonrió, con cansancio y miedo.

—Deberíamos huir, Angelica. No es sano que presentes muchas emociones fuertes.

—No somos cobardes, René. Lo resolveremos.

—Me asustas, a veces.

—Me confundes, siempre.

Carcajeamos.

Visitamos su librero, escogimos una lectura y leímos acerca de temas diferentes.

«Esta actividad es bastante reconfortante, con un par de palabras mi mente se tranquilizó», razoné antes de que mi cuerpo se aflojara.

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