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10 de julio de 2025

Próximamente, entraría en labor de parto.

Ello me emocionaba bastante porque mi faceta como madre sería oficial y no habría vuelta atrás.

Gracias al nuevo negocio de René, el dinero no era un problema para nosotros. Teníamos buena estabilidad económica, así que quisimos aprovecharla.

Decidimos invertir en un terreno para que ese espacio se convirtiera en la casa de nuestros, en el lugar en donde los recuerdos no serían olvidados.

Sería un excelente espacio de relajación lleno de aprendizajes que les serviría a nuestros hijos e hipotéticos nietos, los cuales serían extraordinarias personas.

«Nuestro sueño se hará realidad solo si mis compañeros de equipo no son unos vagos y hacen las cosas bien», murmuré enfadada.

René pensaba en lo que almorzaríamos y lo que podría hacer para que me sintiera mejor.

Quería amenazarlos, pero no era correcto ya que dejaría una mala imagen de mí.

Entonces, tomé la decisión de decírselo a mi tutora para que ella dijera qué procedería.

Era la primera vez que eso sucedía en la universidad, así que, no conocía si había un protocolo para situaciones difíciles como esa.

—¡Mal... vagos! —bramé.

Solo tenían una tarea y, ¿no pudieron hacerla? Realmente, he llegado a pensar que no debería volver a trabajar con ellos ni con nadie más.

Mi cabeza me dolía de tanto estrés, mis pensamientos eran negativos, mi motivación por concluir mis deberes decayeron y, mi sonrisa se había esfumado.

Me defraudaron gravemente, incluso la persona que creí que sería responsable y podría apoyarme en lo que le pidiera con relación al trabajo.

Me dejaron a la deriva sin haber avisado que no tendrían tiempo o la valentía de poner un poco de información sin importar de que no fuera correcta.

Mi cuerpo estaba resintiendo las malas energías, así que debía actuar antes de que empeorara.

René regresó a la habitación después de ir al baño y me conectó al tanque para llevarme a la sala en lo que él buscaba un libro para que leyera y así mi mente se concentrara en otra cosa que no fuera la escuela.

La canción que había elegido como tono de llamada empezó a sonar con insistencia.

No iba a responder hasta que vi que quien me estaba marcando era uno de mis compañeros.

Tomé mi teléfono.

Uno de mis compañeros explicaba la razón por la cual no había podido hacer el proyecto y con honestidad, su historia era fuerte.

Supe que debía tener una segunda oportunidad, a pesar de que no fuera el más responsable de las otras cuatro personas que estaban conmigo.

—Lamento no haber podido ayudarte —me pidió disculpas el muchacho—. Recientemente me mudé... Mis padres me echaron de casa por negarme a ser el profesionista que querían, además, acabo de poner el módem del Internet.

—Entiendo, ¿le avisaste a la tutora?

El muchacho tomó aire y dijo: —Acabo de...

—Dime, en qué me puedes ayudar —fui más flexible porque me contó su historia.

—Pues, ¿qué no has hecho aún? Eso es lo que puedo hacer. No te frustres, compañera... Daré lo mejor de mí.

René me susurró que faltaba abordar tres temas en el documento y lo recordé.

—Haz la investigación de campo.

—Bien. Angelica, no te desconectes aún. Tengo que decirte algo con respecto a alguien del equipo.

—No, dime. Aquí estoy.

—Hace unos días vi a Pérez y me dijo que estaba haciendo su parte, pero su hermano menor le borró todo para descargar un videojuego, por lo que está rehaciendo el tercer tema.

—¿Castigaron al niño?

—Sí —avaló él—. Lo regañaron y no le permitieron salir a jugar con sus amigos otra vez. Ellos tienen una relación de hermanos complicada.

—Ya veo. Lo siento por él... Gracias por avisar.

Me reuní con el equipo en una videollamada para discutir los términos en los que se quedarían, después de que me aclararon la situación de dos compañeros.

—Solo falta que Fabio nos diga qué onda con su parte porque si no se presenta no voy a poner su nombre. No es justo que no avise como ustedes... Me choca.

Una chica dijo: —Lo visité hoy, la está haciendo.

»Su Internet le estuvo fallando toda la semana y rehízo todo lo que ya tenía, jefecita...

—Deberían mejorar la señal satelital —dijo uno de mis compañeros, mascando una manzana.

»La tecnología no debería ser inútil si tanto se esforzó para ser incluida en nuestras vidas.

Aimé le comentó: —Cierto, Juan Pérez. La conectividad no puede irse así porque sí.

—Solo llámame por mi apellido, no me agrada mi nombre. El bullying todavía me persigue —musitó él.

—Voy por comida, cariño —gritó René.

—Mucho cuidado, mi amor.

Mis compañeros sintieron ternura por mí.

—Sacaste la lotería —dijo Pérez.

Procuré no sonrojarme, pero fue inevitable y se notó en mi respuesta: —Sí, ajá. Sigamos hablando de la tarea, ¿quieren? Nos desviamos del tema.

—Solo cuéntanos un poco sobre tu relación —rogó Aimé—. Ya estamos organizados.

Avergonzada, acepté la sugerencia porque no había nada de malo con eso. Tal vez, mi mente no asimilaba mi realidad tanto como mi corazón.

—De acuerdo.

»René es un excelente caballero que siempre está pendiente de mí.

»Él está dispuesto a dar su vida para que, quienes lo necesitan vivan.

Aimé chilló, emitiendo un nivel de emoción que no había conocido de ella.

—¿Ya se casaron? —Juan se limpiaba los dientes con su lengua.

—No, queremos esperar a que nazcan nuestros hijos antes de hacerlo.

Ellos se sorprendieron al oír la palabra hijos.

—¡¿Estás embarazada?! —gimotearon.

—Sí, desde hace varios meses. Voy a tener gemelos.

Creí que a mi compañera le dio un micro infarto porque no volvió a responder hasta después de unos minutos de asimilación.

—¿Ya pensaron en los nombres? —ella sonreía.

—¡Abre la puerta! —alguien estaba frente a la puerta de la casa.

Mis conocidos estuvieron atentos y pusieron sus manos en acción.

Juan alertó a la policía, ya que la voz masculina que estaba llamándome no era conocida.

Esto era obra de Ramón, era su movimiento final para conseguir lo que quería o resignarse, en la cárcel, para el resto de su vida.

—La policía está informada —avisó Juan.

Aimé agregó: —Mis padres irán a verte, Angie. Mientras tanto, quedémonos en la videollamada.

—Gracias, chicos. No saben todo lo que he tenido que pasar para llegar hasta donde estoy.

—Estamos seguros de que nada relacionado con la mafia —bromeó Juan—. Si lo estuvieras, en realidad no sabría decirte si esta llamada se hubiera llevado a cabo o nos hubiéramos escrito.

—Juan, no bromees con eso —lo regañó Aimé.

»Estás hablando de cosas mayores...

»Angelica se encuentra en una situación de odio por alguna razón que no es clara para nosotros.

»Tú jugando con su vida es una estupidez.

»¡Cállate unos momentos antes de seguir charlando!

Mi compañero se disculpó conmigo porque no quería generar un impacto negativo en mí, considerando que mi vida no era la mejor.

«¿Cuánto tiempo más tendré que soportar esta condena? No he hecho nada más que disfrutar de la vida y ahora siento que mi dios me ha dejado sola para enfocarse en otra tarea», me desanimé.

—Valentina...

—Va-len-ti-na...

«¿Por qué me hacen esto? Mi corazón no puede lidiar con más dolor... Mi cuerpo me falla debido a la ansiedad que siento por vivir».

—Su pantalla no está congelada, algo le pasa —Aimé captó mi atención—. ¡Valentina!

—¿Sí?

—¿Qué sucede, compañera? Tu estado empeoró desde hace media hora, tiempo exacto en el que los llamamientos comenzaron afuera de tu casa.

—Alguien quiere hacerme daño porque cree que por mí su hermano y él fueron despedidos de R de C, la empresa que fundó mi pareja.

Ellos continuaron sacándome plática en lo que la policía o los padres de Aimé llegaban para cuidarme mientras René seguía de compras.

A los veinte minutos del acoso, los señores Errantes llegaron y discutieron con el atacante.

Terminé la videollamada para abrirles.

El padre de mi amiga encerró al agresor dentro del automóvil que estaba bajo llave.

—¡Angelica! —la madre de Aimé me abrazó—. Entremos. Mi esposo se encargará del sujeto.

Evitó que viera hacia el sospechoso para que no sintiera más estrés.

Mis manos me sudaban.

—Me alegra que estés bien —cortó acceso a la casa.

Sonreí con timidez.

—¿Quieres que te prepare alguna bebida en específico? No tengo problema con hacer una.

Miré mis manos.

—Sí, me gustaría una taza con té de manzanilla.

—Una taza con te manzanilla. ¿Hay galletas? Traje algunas en caso de que no.

—No, no tengo. Las suyas son bienvenidas.

—¿Por qué te persiguen? ¿eres parte de...?

—No, nada de eso. Alguien quiere hacerme daño porque cree que por mí su hermano y él fueron despedidos de R de C, la empresa que fundó mi pareja.

Ella abrió los ojos, poniéndolos en blanco.

La señora estaba preocupada por mí, por lo cual me pidió que buscara entre sus cosas para hallar el paquete con galletas que había traído.

—Son mis favoritas, sabor fresa. ¡Gracias!

Ella rio en lo que terminaba de hacer el té y escuchaba la discusión que su esposo mantenía con el aliado de Ramón, sin perder la calma.

La policía apareció (otra vez) en mi casa para llevarse al sospechoso, investigar si seguía con vida y rectificar que no hubo allanamiento.

Los padres de Aimé permanecieron como mi escolta puesto que, los oficiales sugirieron que no estuviera sola.

Al cabo de un tiempo, René llegó para presentarse y despedirse de quienes rondaban casi en su edad.

Después de la despedida, François y su pareja emergieron y los dejamos entrar debido a nuestra situación.

—Pronto, pronto. Un día de estos nos mudaremos a nuestra casita para que estemos a salvo.

Me escondí entre su suéter, confesándole que mi proyecto estaba por concluirse con éxito y que ya no aguantaba tener miedo.

Él, con mucha fineza, dejó las bolsas en la cocina para que pudiera escuchar mi experiencia del día y confesar que había pasado por una situación similar.

—René Cárdenas, abra la puerta —llamó alguien desde afuera de la casa.

«No de nuevo, por favor. Me estoy cansando de esto, quiero vivir como una persona normal», lloré internamente porque estaba entrando en desesperación.

Nos separamos.

—Voy en un minuto. Estoy guardando los suministros que conseguí en el supermercado.

Abrió la puerta para charlar con el sujeto.

Los observé desde el sofá que estaba enfrente de la entrada del hogar.

—¿Qué desea? —preguntó, pensando que no el señor no le haría daño.

Él abrió su boca y pronunció: —Acaba de morir mi jefe... Necesito trabajo. No vine a matarlo.

—Muy interesante, ¿cómo se esfumó si era custodiado por varios oficiales?

El desempleado suspiró: —El grupo Las Moscas lo golpeó hasta matarlo por ser mal ciudadano y eso, podía pasarle a cualquier reo que se metiera con ellos.

—No es a mí a quien busca, es a él.

Apuntó a François, quien amablemente atendió el señor y lo contrató como su guardaespaldas personal dado los antecedentes que vio conmigo como su jefe.

Cuando los oí hablando de lo que pasó, parecía que se estaban burlando.

René se aclaró la garganta para que supieran que los estaba escuchando y callaron, poniéndose incómodos con nuestras presencias.

Jamás me gustó que las personas se burlaran de otras porque parecía que no les importaba lo que sentían los demás.

Tanto la pareja del nuevo líder de R de C como nosotros estábamos molestos con el comportamiento de Guilla, así que lo miramos con molestia.

François nos miró, sobándose el brazo como si intuyera que estuvo mal.

Su pareja le dijo que no debía hablar así de René porque gracias a él que hoy era el jefe actual de la empresa, así como tampoco tuvo dificultades en encontrar un empleo después de graduarse en la universidad.

No debía arruinarlo, premios como ese no se daban dos veces en la vida y menos a la misma persona.

El nuevo empleado de mi empresa se me acercó a disculparse conmigo sobre lo que había dicho de mí a mis espaldas y en especial, bajo mi techo.

Su novia sabía que cometió un error con haber sacado toda esa información de su boca como si no nosotros no nos fuésemos a enterar.

—Tu as perdu un peu de mon respect (Perdiste un poco de mi respeto) —dijo René al francés.

François vio que me metí en la conversación.

—Perdóneme, señor.

—No tienes de qué disculparte —respondió mi prometido, sacando al hombre desconocido de la casa.

La familia Guilla Calmido salió de nuestro hogar.

Cerré la puerta para que mi pareja pudiera lavar la taza que usé para beber café.

—Está bien que te molestes. Recuerda que el terapeuta dijo que cualquier cosa nos haría salir de nuestros cabales. Siente esa emoción, pero no te la quedes.

—No estoy molesto. Claramente, es su opinión. Tampoco es que haya sido correcto que hablara así de mí. No tengo ganas de pelear con nadie.

—¿Eso no es enojo? —lo cuestioné.

Me atrajo hacia él, avalando que no estaba molesto sino desconfiado porque confió rotundamente en Guilla, un hombre que había sido de fiar.

—Está bien.

Me sentí mal.

Mi vista falló.

Me fui.

—Angelica, ¿estás bien?

Me desmayé.

No sabía si había sido la acumulación de estrés o que mi enfermedad evolucionaba.

Quería que mi hermana estuviera aquí conmigo o cualquiera de mis familiares, sin embargo, intuía que estaban ocupados con sus propios problemas y debían ponerse en primer lugar.

Oía lo que sucedía a mi alrededor, sin prestarle atención a lo que pasaba en la calle.

—Spring, si escuchas esto... Márcame, esto es de urgencia —pidió René por teléfono sabiendo que el mensaje iría a su buzón de voz.

Recuperé un poco de energías, pero ahora estaba retorciéndome del dolor, además el Rusin-94 estaba dejando de funcionar.

—¿René? —llamaron a la puerta.

El dolor era insoportable, ni las medicinas podrían acrecentar mi condición.

—¿Llamaste al doctor? —mi hermana se mostró ante mi prometido.

El médico que me atendía tomaría su tiempo, pero valdría la pena si es que con su visita no me desvanecería y podría tener a mis bebés.

Spring me abrazaba.

—Ya viene la ayuda, quédate conmigo.

—Señor Cárdenas, ¿está ahí? —saludó el doctor Ortega a la puerta para que lo dejaran entrar.

—De repente, ya no me sentía bien.

El doctor llegó al cuarto para hacer un diagnóstico. Pero como estaba estresaba oré para que no peligraran las vidas de nuestros hijos.

—¿Qué cree que sea?

El señor Ortega meneó la cabeza.

Pensaba que era mi culpa.

—No sé por qué me sucede esto.

—Es la enfermedad, está claro... Lo que tienes lo diré cuando tu hermana y prometido estén aquí.

—¿Mejoraré?

—Sí, aunque parezca imposible.

»Has demostrado ser una persona tan fuerte que dudo mucho que esto que tienes logre vencerte.

»Querida Angelica, rezo por ti cada noche porque sé que mereces cumplir tus metas.

—Gracias, doctor.

»Personas como usted no deberían ser tratadas mal por la sociedad.

»No sé por qué la gente no puede entender que su labor es importante.

Él sonrió levemente.

—Doctor, ¿por qué la enfermedad me escogió?

Él no supo qué responderme, la selección de los infectados era aleatoria y hacer una suposición sería peligroso porque se caería en el sesgo.

—No tengo idea, empero sé cómo retrasarla para que termines la universidad y tengas la calidad de vida necesaria para que seas alguien promedio.

Tal vez salimos libres de nuestras posibles muertes, mas no de nuestros pensamientos.

El que estuviera transitando este momento, me hacía cuestionarme acerca de lo que era relevante para mí.

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