06 de abril de 2025
Tamborileé mis dedos.
Virginia le avisó a René que la junta se estaba poniendo muy intensa porque la directora quería hacer que su exesposa no me ayudara.
Al parecer investigó acerca de su vida amorosa y sobre él, así que intentaba dejarle mala reputación.
Ella estaba mal de la cabeza.
—Estamos por terminar —dijo Virginia mientras esperaba que la directora regresara del baño.
También nos contó que la señora tenía un abogado que estaba fascinado a su exesposa y se estaba dejando manipular para que Virginia ganara el caso.
Rogábamos para que fueran más amables conmigo con respecto a que no era posible que fuera a las clases presenciales.
—Volvió, te llamo luego.
El señor Cárdenas guardó su teléfono y me confesó dónde estuvo antes.
—Spring y yo fuimos a ver a tu padre porque tu mamá avisó que presentó los primeros síntomas de cáncer. Lamento haber desaparecido.
—Quiero ir a verlo.
Cumplió con mi moción.
Con un viaje corto llegamos con mis padres.
Mi madre me vio y lloró.
La abracé porque suponía cómo se sentía.
—Voy a llamar a su doctor —dijo la enfermera.
Mi hermana seguía aquí junto con Alfonso.
Ella caminó de un lado.
—Nena, para —pidió su prometido—, todo va a salir perfecto. Confía.
—Spring... Alfonso.
Ella se paró frente a su pareja externando: —Tengo miedo de la reacción de Angelica cuando se entere.
Notaron mi presencia.
Fui con ellos.
Mi hermana lloró con desesperación.
—Tuve que decirle, no puedo ocultarle todo —admitió René, quien no debió traerme.
Esperamos respuestas.
Mi madre estaba comiéndose las uñas.
—Calma, mamá. Me desesperas —le dije.
—¡Morirás si sigues aquí!
Le di la espalda.
Me senté en un rincón.
—No puede estar mucho tiempo sin el Rusin-94, señora Quinsey pero vino a verlos. No se ha dura con su hija, solo quiere que estén bien.
Mi mamá se calló.
René la debatió con razones.
Mi respiración se entrecortaba y no dije nada.
Sentí que merecía desaparecer.
Lo hice.
Me escapé de la casa de mis padres.
Caminé sin mirar por donde pasaba.
Sabía que mi cuerpo estaba esforzándose de más, pero no quería seguir en un lugar donde hacía daño.
—Lo siento —lloré, sentándome detrás de unos arbustos—. Lo siento, mamá. Te he fallado.
—No sé por qué me tratas así...
Escuché que alguien se acercaba.
Corrí.
Mis pulmones me pedían parar.
Hice caso omiso de las señales de mi sistema.
—¿Por qué está siendo grosera? —escuché que decía un hombre a una mujer.
—No me agradas —espetó la persona—. Mi hija no estaría así si no fuera por usted. Esto es en realidad su culpa porque es imprudente todo lo que ha hecho.
—¡Angelica!
Mi nombre fue pronunciado.
Por instinto seguí corriendo.
Me dolían las piernas y los pies.
Tropecé con una piedra.
Me levanté a cuestas.
Mi vientre quedó intacto.
No podía continuar así.
...La medicina...
...El contador...
Me desmayé.
Después de forzarme perdí.
Un pitido sonó.
Solo oía murmuro sin sentido.
Un par de lágrimas caían sobre mi rostro blancuzco y la luz solar me mantenía viva.
Me sentí una tonta.
Con las pocas fuerzas que tenía dije: —Lo siento, mamá. Debí quedarme en casa.
Mi respiración era más lenta.
Por unos instantes me creí...
Pero no, seguía consciente.
No podía hablar, escuchar sí.
—Gracias, Señor por entregarme a mi hija.
—Es tu culpa, mamá. ¡La acabaste!
—Cariño, no seas tan dura con ella.
La sombra de un hombre mayor se acercó para inspeccionar el tanque.
—Llegó a cero la medicina y el oxígeno está a 5%. Necesitamos llevarla a casa.
—¿Qué esperas? La perderemos si sigues explicando qué hacer.
—Con todo respeto —dijo el otro hombre—, René no merece ser tratado así.
Me cargaron tras desconectarme de la máquina.
—Solo hace que mi hija me dure menos.
—Si sigues así, ¡perderás a tus dos hijas!
—Angelica.
Una caricia sobre mi mejilla.
—¿Qué? —no tenía fuerzas.
—¿Por qué hiciste esto?
—Me duele la pierna.
—Mi ángel pelirrojo, no huyas de nuevo.
—¿Desapareceré?
—No. Todavía no.
El tiempo siguió corriendo.
Mis sentidos se fueron dispersando.
Después de hablar con la sombra de un hombre, mis oídos se fueron de vacaciones.
Perdí la audición por unos ¿segundos? ¿minutos? ¿horas? ¡¿días?!
Oí el abrir de varias puertas y visualicé muchos caminos hasta que dejaron de moverme.
La cuenta regresiva empezaba.
Me preparé para aceptarlo.
Las sombras movían sus bocas, pero no distinguía qué estaban diciéndose entre sí.
Dormí.
...¿Qué fue lo que pasó?...
Alcé la mirada y estaba en casa.
—¡Angelica! —mi hermana me abrazó.
La aparté.
—Quiero estar sola. No deseo compartir espacio con alguien que quería que me...
René los sacó a todos.
Él se quedó.
—Pudiste ser polvo.
—Tal vez quise que el aire me llevara.
—No quiero hablar sobre eso.
—Necesitas hacerlo. No comprendo por qué te fuiste y te pusiste en riesgo. ¡Fuiste una idiota!
—Gracias, me siento mejor...
—Me preocupaste. Tuve un ataque de pánico tras saber que no estabas.
—Codependiente.
—¿Qué hay de ti? Sino fuera por mí, hubieras sido nada. Eres más codependiente que yo.
Se cruzó de brazos.
Él estaba irritado.
—Tu madre...
—Sé lo que dijo, cree que es tu culpa.
Mi madre entró a la habitación.
Ella buscaba disculparse.
No sabía si quería escucharla.
Preferí darle el placer.
La mujer pidió ser disculpada.
—No medí mis palabras.
—Excelente disculpa. Me siento mejor... Ya no me siento mal conmigo misma.
Debie Quinsey no podía procesar lo que su hija dijo porque no quería aceptar que la lastimó.
—Por favor, Angelica. No te quedes con ese mal sabor de boca. Sabes que está mal tenerle rencor a la gente solo por un pequeño error.
—Quiero que te disculpes con René y entonces, te disculparé. Creo que has sido grosera con él.
—Amor, él te hace daño.
—No, tú me haces daño al no asimilar que él hace un gran trabajo al igual que tú lo hacías.
Intentó chantajearme, pero no lo logró.
Se disculpó con mi prometido.
—Te perdono.
Ella se tranquilizó e hizo una pregunta de la que se arrepintió tras escuchar la respuesta que le dimos René y yo: —¿Cómo fue que se enamoraron?
—Un juguete perdido, su devolución, el destino.
René resumió demasiado.
—Me acabo de enterar que mi hija de cinco años se "enamoró" por un hombre mayor —masculló.
—Tengo hambre.
Él fue por el almuerzo.
Cuando regresó dijo que mi hermana y su prometido se fueron para irse a sus respectivos empleos.
Almorcé frente a ellos.
Mi madre se tensó.
—Señora, cálmese.
—¿Por qué se fijó en ella?
Era una situación que incomodaba a la mujer.
—Las cosas pasan.
»Estaba casado con mi exesposa en ese entonces, pero tenía sospechas de que me engañaba, por lo que siempre iba a la plaza para pensar...
»Creí que ni una flor me amaba más que por dinero.
»Pese a eso, un día, una niña pelirroja que estaba conectada a un tanque de oxígeno dijo que aún no conocía al amor de mi vida.
»Confié en su palabra.
Tragué antes de hablar.
—A mí nunca me gustó ver a alguien triste.
»Sentí la necesidad de reconfortarlo...
»Tras decírselo varias veces y conocerlo, me enamo-ré y hace tres años se lo dije.
»Nos volvimos a encontrar hace meses dado que vio que era su nueva vecina y me llamó.
—Si eres feliz —tartamudeó mi madre—, está bien para mí, creo. Debo meditarlo.
—No hay que meditar, mamá.
Ella seguía tensa.
Pensó en algo para reanudar la conversación.
—¿Ya pensaron nombres?
—Sí. Si hay una niña será Abigail Margarita y con un varón Homero René.
Ella tampoco estaba de acuerdo con eso.
—¿Lo sabe tu madre? —debatió Debie—. Ella será abuela como yo.
—Vino hacía horas —dijo él, metiendo sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón.
Su teléfono celular sonó y nos pidió que le diéramos tiempo para atender la llamada.
—Cómo lo siento, hija.
—No tiene sentido que sigas hablando.
—¿Vas a seguir molesta?
Continué comiendo.
Le alcé las cejas para indicarle qué estaba haciendo.
—Lo siento.
Terminé.
Mi madre salió del cuarto.
—Te estaré vigilando —exclamó ella.
Se fue.
—Niña hermosa —me llamó René.
—Hola, sexy.
»Lamento todo lo que pasó hoy, incluyendo lo mío.
»Creo que me precipité.
Me hizo una seña con la mano para que no le prestara mucha atención a eso.
—Virginia ganó, la tía de Marcel buscará otra forma de que termines tu año escolar, Angelica. ¡Ganamos!
—Gracias, gracias, gracias.
Lo besé.
Sentí ganas de algo más.
—Que no —respondió.
»Acata las reglas de quienes cuidan tu salud. podía.
Regresó.
Acarició mi pierna mientras me acostaba sobre su pecho para que escuchara latir mi corazón.
—Al menos, ¿podrías no estar tan formal?
—Sí.
Se cambió de atuendo.
—Agradezco que me escucharas... ¿Qué tal si les hablas de nuevo?
Se escurrió para estar sobre mí.
Acercó su cabeza a mi panza.
—Soy yo de nuevo.
»Espero que estén cómodos con la televisión de cuarenta pulgadas que tienen dentro de su casa provisional.
—No te pases apenas tienen casi tres meses.
—Los voy a amar, pequeñines.
»Su madre y yo esperamos que en tres meses nos dejen ver sus sexos.
»Eso no importa porque los amaremos al final.
Paró de hablarles.
Besó mi panza.
—Mañana viene el ginecólogo, ¿podrías preparar pollito con cebolla y zanahoria?
—¿De almuerzo?
Asentí.
—¿Qué miras?
—Que no dejas de amarme.
—Próximamente, llegarán los otros amores de nuestras vidas.
Le di otro beso.
—Debes detenerte, Angelica.
»Es momento de que descanses.
—Cállate, aun no estoy cansada, así que quiero pasar unos minutos contigo antes de que me suma en sueño.
Bromeó con respecto a ello.
Reímos juntos.
—Siempre luces bella.
—Nunca se te va ningún halago.
Sabía que eso era cierto.
¿Por qué no elogiarme si le di permiso?
—Ya.
Se recostó de lado para dejarme descansar mientras veía si preparaba algo de comer o se esperaba a que hiciésemos las compras para ver si algo de ahí se le llegaba a antojar o deseaba comer otra cosa.
—René. ¿Te recostarás a mi lado?
—Sí, dame un momento.
Hablé con una de mis amigas porque le prometí enviarle una foto mía conectada al Rusin-94.
—Te la mando más tarde.
El hambre apareció.
—¿Qué vamos a cenar?
—Algo que sea muy exótico. Creo que los bebés quieren que consuma comida que jamás me atrevería a comer si no fuese por ellos.
—Por favor, tengo demasiada hambre. ¿Quieres hacerme enojar?
—Me haré la salpingoplastia.
—Muy bien, qué bueno que quieras.
—¿No estás en contra?
Negó.
—¿Por qué lo estaría?
—Se supone que digas que te harías la vasectomía, así debía de ser —dijo haciendo su pucherito.
—¿Por qué? ¿Por qué lo haría si no estoy de acuerdo? ¿Es porque soy hombre?
Se inició una discusión.
—¿Por qué me haría la vasectomía? No es que no quiera, pero ¿por qué no te haces tú la salpingoplastia?
—Porque tengo miedo de ligarme.
—En ese caso, creo que debemos pensarlo mejor porque ambos tenemos razón.
Él me abandonó en el cuarto.
—Odio estar sola.
—Buenas noches.
Apagó las luces.
—Descansa.
—Si me ligo, ¿dejarás de amarme?
—Pequeña boba, eso no quitará tu valor ante mis ojos, no estás rompiendo mi confianza.
»Si te ligas no eres menos mujer, tu valor aumenta.
»Tú eres espectacular.
»Una mujer no solo da vida a otros humanos sino que aparte, mejorar a la sociedad y al hombre.
—Siempre encuentras lo indicado para decir.
»Tampoco estaría mal queambos nos hiciésemos el procedimiento...
Dormí.
Quería aparentar dormir.
—Descansa, mi niña.
Me quedé a esperar a que me diera sueño.
—"Dulce niña de cabello rojizo", "el día en que me moría ¿dónde estabas?, ¿habías nacido si acaso?".
—"Mi hermoso caballero, todavía aprendía a caminar".
—Duérmete, debes estar despierta para la llegada de la ginecóloga. Necesitas estar de buen humor con ella.
Durmió.
Ingresé a su sueño como una intrusa.
Debía tener unos catorce años y estaba vestida con una manta rosada que realzaba sus bellos ojos azules.
Platicaba con una de mis amigas que rondaba en la misma edad.
Pasó junto a nosotras, mirando su teléfono celular solo para oír mi voz.
No quería acercarse a mí.
Vi que él miró el dedo donde se suponía iba su anillo de compromiso, pero al parecer ni casado estaba.
—Hola, ¿quieres venir con nosotras?
Accedió, moviendo la cabeza.
Cuando estuvimos al ras de una puerta de cristal, notó que teníamos la misma edad.
—¿Estás bien?
Respondió de forma asertiva.
Tomé su mano y lo llevé con mis amigas.
Había algo malo con nosotros.
Sentí una presencia maligna, Ramón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro