04 de julio de 2025
En vez de terminar con mis deberes escolares, decidí leer un poco acerca del embarazo ya que tenía algunas dudas que no quería decirle a la ginecóloga por miedo a que me juzgara.
René estaba por salir nuevamente para comprar lo que hacía falta en nuestro pequeño hogar.
Él no quería dejarme y eso lo veía en los gestos que puso al comentar que necesitábamos hacer compras.
Los hechos ocurridos en su ausencia solo lo hacían pensar que si se iba, su novia podría tener problemas.
—Mi amor —clamé—. ¿Te parece si le pedimos a tu hermano que traiga las cosas por nosotros?
Mi Rey se arrimó hasta mí.
—Angie...
Instalé un dedo sobre su boca.
Él estaba sobre pensando y eso no estaba bien, él se dejaba invadir por pensamientos negativos.
—Ayer tuve un sueño —confesó—, pero no quiero hablar sobre él.
Fruncí el ceño, demostrándole que era importante que se sincerara conmigo si deseaba que nuestra relación prospera con éxito.
—Estaba aquí. Escuché que alguien silbaba como para adormecer a alguien —comenzó—.
»No dudé y seguí el ruido...
»Vi que Virginia estaba abrazando a dos criaturas a las que se refirió como nuestros hijos.
Él estaba mal.
—René, dirige tu vista hacia mí.
—Te traicioné.
—No, es solo tu mente diciéndote que, a pesar de las adversidades, ella sigue siendo un vivo recuerdo de tu juventud. No me traicionaste.
Sus ojos lo decían todo.
—¿Por qué estás siendo tan comprensiva?
»¡Soñé con mi exesposa!
»No se supone que deberías estar así de tranquila.
»Me haces sentir insignificante, que lo que me suceda no es importante para ti.
—Estoy ansiosa, no te mentiré. Sin embargo, creo que no debería de forzarme a tener pensamientos obscuros acerca de tu lealtad —toqué su pecho.
»Si la amaras, ¿estarías aquí, intentando contentar-me debido a que soñaste con ella?
Mi mano sintió que su corazón estaba latiendo demasiado rápido.
—No.
»Probablemente, estaría en cualquier otro sitio.
»Me encontraría pasando momentos de calidad con ella y me daría igual si te llegaras a enterar.
»Mi amor estaría con Virginia.
—¿Ves?
»Tú me amas.
»Tu pasado está tan arraigado a ti que te cuesta aceptar que las vivencias con aquella mujer no regresarán.
—Le diré a mi hermano que haga las compras.
Le pidió el favor a Cárdenas.
—Cuéntame, ¿desde hace cuánto tiempo que has estado teniendo esos deslices?
Decidió confesarse: —Desde que empezamos a salir después de haber descubierto que éramos vecinos...
»No dije nada porque sabía que heriría tu confianza y no dejarías de pensarlo.
—En alguna ocasión, lo pensé.
»Ahora mi mayor miedo es que no puedas lidiar con ella porque, se volverán a encontrar.
»Debes ser fuerte, René.
»Debes hablar con ella sin corromperte.
Pensó.
René se acurrucó conmigo, evitando que su cabeza le metiera ideas extrañas sobre Virginia.
—Esperaremos.
Estiró su brazo para rodearme.
«Mi dulce caballero de adoquín, ¿por qué no me dijiste antes? Hubiera llorado un poco, aunque, después me hubiera puesto las pilas para ayudarte porque eres muy importante para mí».
Un automóvil se estacionó en la casa.
El sonido del motor se nos hacía conocido.
El canto común de Cárdenas apareció: —Hermano, somos Ciro y yo. Llegamos con tus compras.
—No quiero levantarme, estoy cómodo —dijo René, mirándome.
—Trajeron las compras, mi amor —recordé.
—Me debes una —se levantó.
—Te debo varias, pero no me las cobras.
Comprendiendo mis palabras, se vistió y fue a la entrada para dejar que la familia entrara.
Ciro y Cárdenas se quedaron en la sala.
Partí del cuarto para saludarlos.
—Hola, gracias —sonreí con las palabras.
—No hay de qué, Angelica. Eres familia —Ciro se veía mejor de lo que recordaba.
Cerrando los ojos, René agregó: —¿Los estuvo persiguiendo alguien?
»La situación con Ramón sigue viva y no sabemos hasta cuándo continuará, así que les pedimos ser precavidos si salen a la calle.
—Esto es parte mi culpa —admití Angelica, sentándose junto a mi pareja—, si no hubiera abierto mi boca no estaríamos en esto. Esto me pasa por ser ho-nesta.
Extendió sus brazos para abrazarme y así, responder: —Tranquila. También quiero crédito al problema porque no usé las palabras adecuadas al despedirlo.
»Él nos agarró coraje por ser honestos.
—Además, Angelica —se entrometió Ciro.
»Era evidente que Ramón quería herir a René desde antes, sin embargo, como trabajaba para él no podía hacerlo ya que implicaba ser descubierto.
Miré la cortina de la ventana.
—¿Podrían retirarse? —me dirigí a Ciro y a Cárdenas—. Amo sus presencias, pero necesito hablar con René acerca de algo importante. ¿Nos dan un minuto?
Ellos asintieron y se fueron a la cocina.
Mi pareja cerró la puerta, preguntando qué pasaba.
—Estaba pensando en que deberíamos ir a una especie de terapia a pesar de no tener problemas amorosos.
»Sería para ver si no tenemos alguna inseguridad que puede generar uno.
Él esperaba que explicara acerca de lo que estaba diciéndole.
Luego dijo: —No creo que sea necesario.
»Si crees que eso nos vaya a fortalecer, está bien, aunque nunca he con un terapeuta.
»Me aterra saber qué es lo que podamos descubrir de nuestros pasados...
»¿Me seguirás amando a pesar de lo que pueda decir en presencia del doctor?
—Esto que acabas de decirme tiene relación con la necesidad de ir al psicólogo —espeté—. Tienes una fuerte dependencia a mí como con Virginia, pero a diferencia de ella, tú sabes controlarte.
—Tú también tienes una fuerte dependencia a mí, Angelica. No creas que no lo sé.
—Claro, no me lastima decirlo en voz alta.
»Quiero ir con un psicólogo y necesito que vayas conmigo porque tenemos asuntos que esclarecer.
Después de eso, me fui a bañar para que así pudiéramos continuar conversando sobre el tema.
Él se reunió con sus amigos para plantearles que no veía necesario ir a terapia de pareja.
No supe qué le dijeron porque estaba bañándome al mismo tiempo en que pensaba que debía mejorar.
Pasaron unos minutos tras mi salida del baño.
Colgué mi toalla y deposité mi ropa sucia en el bote.
Ellos estaban mangoneando a René, para convencerlo de que debíamos ir con un psicólogo para que lo nuestro se marchitara.
Cárdenas estaba molesto con su hermano ya que no estaba reconociendo que necesitaba la ayuda de un experto en el autoconocimiento.
Mi prometido estaba empeñado en hacer que sus amigos se pusieran de su lado, pero ellos estaban dándome la razón y eso desestabilizó a René.
—No entiendo, ¿están del lado de Angelica?
—Vaya —suspiró Ciro—. Creí que eras más accesible, mejor amigo... Angelica me cae tan bien que la considero una grandiosa amiga.
Ellos siguieron hablando hasta que mi prometido entendió lo que necesitábamos.
Ciro y Cárdenas salieron de la casa.
Entré a la habitación porque estaba atareada de la pregunta que había hecho René a su mejor amigo.
«Ella no es amiga de ustedes, es solo mi pareja».
Aquella frase había logrado romperme.
No sé qué estaba haciendo mi pareja, pero no me importaba porque estaba buscando quién podría ayudarnos con nuestros problemas.
—¡Encontré al terapeuta indicado! —grité—. El señor nos atenderá hoy mismo en dos horas.
Terminamos nuestros deberes.
Él se bañó.
—Hay que irnos ahora —dijo.
Me vestí mejor que en nuestras citas.
Él estaba alucinando.
—No sabía que ibas a impresionar al terapeuta —me reclamó, cruzándose de brazos.
Sonreí.
Me entristecí.
—No quiero ir. Me parece que esto es algo entre él y tú. Te espero aquí.
—Cómo gustes —pensé que quería sacarme una sonrisa porque creí que bromeaba.
Salí de la casa, subiéndome al primer camión que pasó por la colonia.
—Es una lástima que no estés aquí —murmuré—. No sabes cuánto quería que me presumieras.
Varias personas subieron y bajaron.
No me detuve a mirar mi teléfono por mucho tiempo porque debía tener cuidado.
El consultorio no estaba tan lejos, sin embargo, el objetivo no se estaba cumpliendo porque René no estaba conmigo.
Un sujeto se subió, sentándose relativamente lejos de mí y no le di relevancia hasta que empezó a soltar ruidos extraños como para llamar la atención.
No volteé hacia donde estaba.
El ruido me incomodó, así que pedí parada y descendí del autobús en lo que lloraba.
Ser mujer seguía siendo un riesgo, no podía salir sin que alguien quisiera saciarse solo con mi presencia.
Caminé de prisa, sin notar si estaba pisando el concreto de la banqueta o el de la calle.
Llegué a casa.
No tenía llaves.
Le pedí a René que me abriera.
—Mejor vete con ese idiota —dijo, agrediéndome verbalmente como si lo hubiera maltratado.
—¿Por qué estás tan molesto? —la tristeza me acuñó y lloré otra vez—. No sé qué te hice para que estés tratando de esta manera.
—Ya sabes —continuó—. Me molestó que te vistieras de esa forma solo para ver a un maldito terapeuta.
—René —me sentía mal conmigo misma—, por eso mismo me vestí de esta forma. Noté que tú siempre te arreglas para mí y yo jamás lo hago... solo quería hacerlo recíproco.
Mi espalda se deslizó hacia debajo de la puerta.
Me senté.
—Me vestí así para ti, no por alguna otra razón... Perdona, solo quería sorprenderte.
—Perdona haberte insultado —dijo—. Estuve bebiendo todo el tiempo que estuviste con el terapeuta.
Chillé.
—No fui... Subí al camión y después de unos minutos subió un hombre. Él se tocó y gimió. Me sentí tan mal que bajé lo antes posible para venir hasta aquí.
—Cómo lo siento —se disculpó, acercándose a mí para poder abrazarme.
René reconoció que estaba en peligro.
Me pidió que entrara a la casa.
Se las arregló con el sujeto.
El muchacho se fue corriendo porque me temió solo con mirarme.
—Gracias.
Esperamos antes de salir.
Íbamos a la terapia.
—Ambos estuvimos mal —acordó él.
—Sí.
Entramos al autobús.
Mientras estábamos allí varios hombres y mujeres acosaban a otras personas.
René se armó de valor para confrontarlos, logrando que los bajaran del camión.
Algunos lo juzgaron.
—Gracias —recibió de las víctimas.
Él les recomendó abogados para que la gente supiera de sus casos.
—Te confieso que armé otra firma de abogados, solo que esta no será con aquellos que estudiaron cualquiera de las ramas del Derecho Público, sino con quienes resuelven problemas que implican al Gobierno.
—Perfecto, cariño.
Nos sentíamos mejor.
Teníamos consciencia de lo que pasaría una vez con el terapeuta.
Se crearía una guerra de Troya que sería más para bien que para mal porque nos serviría para crecer.
No quisiera comentar qué sucedió con el psicólogo porque para mí debería permanecer como algo privado que pocas personas sabrían.
Terminando las dos horas y cincuenta minutos de la consulta, René y yo caminábamos hacia la casa.
Teníamos los ojos muy abiertos.
Acariciábamos la mano del otro como si eso fuera un tic nervioso que una muestra de cariño.
Nuestras cabelleras estaban hechas marañas.
No estábamos seguros de si seguía siendo un cuatro de julio como cualquiera de los años anteriores.
Las personas que pasaban nos preguntaban si estábamos bien y automáticamente movíamos nuestras cabezas para que nos dejaran seguir caminando.
Hubo un punto de quiebre cuando estuvimos cerca de la colonia, las emociones nos inundaban.
No teníamos idea de cómo calmarnos, así que nos dejamos guiar por las emociones un poco.
Reviví un comentario del doctor.
—Deben respirar —recordé—, para que antes de actuar estén relajados y al final decidan lo mejor.
—¿Y si mejor en vez de ir a casa nos refugiamos en casa de algún amigo? —propuse.
—¿A quién deberíamos pedirle asilo? ... No creo que sea bueno que nos vean así. Nos harán preguntas que probablemente no respondamos.
—A Cárdenas —respondí—. Él hará pocas preguntas sobre por qué decidimos estar en su casa.
—Cierto, pero recuerda que vive con sus parejas. No quiero que lo terminemos incomodando por interrumpirlo en algo importante.
Cambié de opinión.
Preferí que fuéramos a nuestra casa para evitar que nos encuestaran sobre si algo nos pasó y terminara como una plática incómoda.
—¿Recuerdas lo que dijo el terapeuta?
—¿Qué de todo lo que dijo?
—Tienes razón, dijo muchas cosas.
Callé.
Seguimos caminando después de haber tenido como ocho ataques emocionales de camino a nuestro destino.
¿Cómo fue posible que no cayéramos en la locura después de tantas revelaciones?
—Gracias, doctor —solté—, por perturbarnos más de lo que estábamos.
—Y todavía faltan cuatro sesiones.
Lo abracé sin temor.
Mirando mi pecosa nariz agachó su mirada y me la besé diciendo que era muy preciosa.
Agradecí, avalando que estaba contenta por haberlo conocido y que estuviera a mi lado.
—Te amo .
Se me acercó.
Me besó.
Estábamos teniendo nuestra escena romántica a mitad de la cera y nos importaba un comino los demás.
—¿Por qué estábamos tan tensos?
—No lo sé, cosas insignificantes.
Observamos que se oscurecía el adorado cielo.
El color que el cielo tomó hizo que René tuviera recuerdos de su infancia.
—¿Quieres que hagamos galletas?
—Sí, tengo hambre.
—Cállate, glotona.
Pajarillos negros y verdes revoloteaban sobre los cables de electricidad.
Algunos trataban de quitarles el lugar a otros.
Se escuchaban sus cantos de pelea que traduje como que uno decía: «Largo, este es mi asiento».
El que estaba allí desde hace minutos respondía algo similar a: «Vete si no quieres pelea».
—¿No son lindos los pájaros? Sería bello que tuviéramos una mascota cuando nazcan los niños, ¿no?
—Podría considerarlo. También creo sería bueno comprar un terreno para construir la casa de nuestros sueños. ¿Qué opinas?
—¿Invertir en un terreno para crear nuestra casa?
—Considéralo una inversión.
—Maravilloso —alcé mis brazos.
Golpeé su nariz.
Me disculpé.
—No importa —dije adolorido—, sigamos.
Caminamos hasta la casa.
Entramos y nos cambiamos de ropa.
Cocinamos a gusto.
Descubrimos que los dos sabíamos cocinar tan bien que no sería sorpresa que nuestros hijos heredaran el arte culinario de sus padres.
—Se deleitarán con nuestros platillos hasta el día en que decidan dejar el nido —sonreí.
—Sí, también heredarán nuestras peores actitudes —consideró René—. ¿Estás lista para que lo que se viene? Esos niños no cederán con facilidad.
—Lo harán porque no podrán con el sentimiento de culpa, eso es lo que nos hace mejores personas.
René estaba tranquilo con respecto a ello.
Tras la visita con el psicólogo comprendimos que el proceso tomaría tiempo, pero valdría la pena.
Mi pareja dijo que estaba calmado debido a que el conflicto con Ramón parecía haberse dispersado. Aun así, sabía que no podía cantar victoria.
Aparte de ese tema tan complicado, debíamos concentrarnos en la boda que queríamos tener porque no faltaba mucho para el nacimiento de Abigail y Homero.
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