04 de febrero de 2025
Mi vida cambió con el paso de los años.
Mi vida se oscureció tras haber tenido hermosos momentos con alguien.
Mi vida, ahora, estaba renaciendo.
No me gustaba pensar en que viví en una mentira durante mucho tiempo, pero era un hecho evidente.
No debía tomarlo a mal.
Mi cabeza había despertado para analizar el pasado.
Lástima que no estaba listo para ello.
Todo mi cuerpo estaba estático porque estaba mortificado por mi pensamiento.
Sentía que cada una de mis partes se tensaba.
«Tranquilo», me aconsejé, «eso no volverá. Ella se fue y no regresará. Entiéndelo».
Eso era cierto.
Mi exesposa se retiró por su bienestar.
Sin embargo, yo quedé mal.
Aún tengo sueños en los que estoy junto a ella y miramos el amanecer.
«No te odies», me dije, «porque no vale la pena... Ella fue parte de una etapa».
La etapa terminó.
Me senté.
Miré al lado opuesto de la cama, esperaba que Angelica estuviera allí.
No se hallaba conmigo.
Casi olvidaba que anoche no se quedó aquí.
Mantuve mi mirada en el espacio vacío de la cama.
Me estiré antes de levantarme.
Al ponerme de pie, recordé que... se despertaba antes que yo y al abrir mis ojos, salía del baño para saludarme con una sonrisa.
—Me encanta verte despertar.
Ignoré el pensamiento.
—No volverá —declaré.
Pasé al baño.
Me lavé la cara.
Rasuré mi barba.
Salí para vestirme con mi traje.
—Siempre luces encantador —escuché que me dijo ella—, mi amor.
—Siempre sabes cómo alegrarme, Vir... —solté.
Terminé de ponerme la ropa.
—A veces creo que le falta color a tu guardarropa.
Fui directo a la cocina.
—¿No vas a contestarme? —se molestó.
Busqué qué desayunar.
—¡Tú solo eres un recuerdo doloroso!
Llamaron a la puerta.
Se formó mi sonrisa.
Abrí la puerta.
—¡Virginia! —dije sin ver a quien tenía por delante.
Me helé.
—Angelica, lo siento. No sé qué pasó —me toqué la cabeza.
—Yo sí —me respondió—. La extrañas.
Ella estaba tensa.
La dejé pasar.
Cerré la puerta.
—No quise insinuar nada —me disculpé.
—No tienes que justificarte —contestó, metiéndose a preparar el desayuno.
—Lo sé. Aun así me disculpo.
Calló.
Ella preparó la comida.
Nos sentamos a comer.
En su mirada había tristeza.
«Todo por recordar», me entristecí.
Si decía algo podría ponerla peor.
Suspiré y dije: —¿Cómo te has sentido?
—Más o menos. La enfermedad me ataca en los momentos menos adecuados. ¿Qué puedo decirte?
—Al menos sigues viva...
—Al menos...
—Angelica.
—No, no digas nada.
Ella se levantó de la mesa para ir a la cocina.
Ahora ella me estaba evitando.
—¡Angelica! —le grité.
Su piel se erizó.
Volteó para mirarme.
—No es fácil este proceso. Por favor, no te molestes.
—Sé que no es fácil, pero ponte en mi lugar. Vine a verte, a escuchar que uses mi nombre. No llegué a que me cambiaras.
«No te cambié», pensé, «... solo la recordé».
Angelica siguió lavando los platos, cubiertos y vasos que usamos.
—Soy un idiota, entendí —concluí, yéndome por mi maletín.
«La conversación no ha terminado», dije.
Ella no apartó la mirada de lo que hacía.
La escuché llorar.
Terminó de lavar y corrió la baño.
«Es mi culpa», me dejé llevar por lo negativo.
Me pegué a la pared de la sala.
«¡Maldita sea!», me reclamé, «¿Por qué no puedes hacer algo bien?».
—Rompí una promesa por segunda ocasión —solté—. Merezco sufrir.
La pelirroja se acercaba a donde estaba el anciano.
—Rompí una promesa por segunda ocasión —repetí—. Que venga el Infierno por mí.
Valentina se colocó a mi lado.
Ella había parado de llorar.
—...No sé...Lo siento...
Puso su cabeza sobre mi hombro.
—No seas tan duro contigo mismo —susurró—. ¿Cuánto tiempo estuviste con ella? No puedes matarte por vivir.
—Pero la muerte sí puede hacerlo —murmuré.
—Sí, tienes razón. La muerte ama ver sufrir a los humanos.
—...Virginia me marcó, Angelica.
—Estoy consciente de ello. También te marqué y te sigo marcando.
«Esto es demasiado para los dos», analicé.
La ira se esfumó.
Me sentía perdido.
El pasado jugaba conmigo.
—Piensa en otra cosa.
Angelica me preguntó si iría al trabajo.
Le comenté que no estaba seguro.
Ella propuso que fuésemos a algún sitio.
—Debemos celebrar la vida —dijo ella, levantándose—. Es mejor que no vivirla.
Me extendió la mano.
—Ven, acompáñame a la universidad.
Me puse de pie.
Dejé el maletín en el suelo.
Esperé unos minutos.
Guardé en mis bolsillos mi teléfono, las llaves, mi identificación y mi cartera.
Salimos de mi casa.
Cerré.
Esperamos el autobús.
—Me odio.
Nos subimos al camión apenas apareció.
—No lo haces, solo estás llevándote por algo malo.
Pagamos.
Elegimos asientos.
Nos sentamos.
—Virginia te hirió. Tú puedes arreglarte.
En el trayecto, mis pensamiento fueron más nobles.
Mi mente estaba tranquila.
Esta era de las pocas veces en las que nada me preocupaba (ni siquiera mi edad).
Angelica me observó.
—Podemos resolverlo, René.
Sus ojos eran lindos.
—Sí, nosotros podemos. Estamos juntos.
Miré hacia el frente.
«La vida ha mejorado», recité como mantra.
El camino sería largo.
Fue largo.
Así lo sentí por mis pensamientos.
—Somos fuertes.
—La vida nos ha puesto mil pruebas.
—Todavía faltan varias.
Sonreímos.
La gente subía y bajaba del camión.
A veces, escuchábamos conversaciones privadas de algunos pasajeros.
Algunos temas eran muy privados, así que pretendíamos que no les prestábamos atención.
Dejamos de ser chismosos cuando Angelica desvió su visión a otra parte.
Angelica miró a través de la ventana.
Ella tuvo varios recuerdos.
Yo también recordé algunos eventos.
Me externó sus pensamientos.
Ella recordaba las ocasiones en las que sus padres la llevaban a la primaria.
«No le comentes nada, puede que se sienta mal».
Permaneció en silencio.
«¿Ni siquiera vas a contarle acerca de tu padre?», me cuestioné.
No encontré palabras y callé.
«Pero haz algo», me dije.
Sonreí levemente.
—¡Haz sonreído! —recalcó.
—Claro que sí. Me da gusto que te sinceres conmigo.
—Cuando me llamaste como tu exesposa me sentí mal, pero después de escucharte reclamándote por haberlo hecho entendí que fuiste sincero.
Me sentí aliviado.
Recargué mi cabeza en el asiento.
Angelica sacó su teléfono.
Me enseñó una fotografía.
«Dile acerca de tu padre».
En ese momento, ella acababa de ser diagnosticada con su desgracia.
No sabía qué decir.
—Y desde ese instante hasta hoy has demostrado ser una de las personas más valientes en el mundo.
—¿Lo crees así?
—Lo sé.
Su boca se fue de lado.
«Ella no está bien».
Besé su frente.
—Necesito dormir...
Besé su frente por segunda vez.
—Dormir...
Ella estaba tibia.
—...Dor...mir...
Lo primero que pensé era que le dio fiebre.
Ella no siguió hablando.
«Ella tuvo un ataque», me alteré.
Me paré de mi asiento para preguntarle al conductor cuánto faltaba para llegar al hospital.
—¡Tiene fiebre! ¿Falta mucho para el hospital?
Él me dijo que no mucho.
«Ya quiero que lleguemos».
Regresé con Angelica.
—Espera, no es tu momento.
Esperamos.
Pasamos tres semáforos.
—Resiste.
Pasamos frente al hospital.
Bajamos.
—Vamos.
Agradecí al conductor.
—¿Por qué estamos aquí?
Despertó.
No le respondí.
Entramos al edificio.
—Resiste, Angelica.
Tenía prisa.
—Hermoso.
Ella debía estar mejor.
Busqué a la secretaria.
—Necesito ver al doctor Ortega.
Pedí ver al doctor de Angelica.
Esperamos.
El señor Ortega estaba en cirugía.
—Resiste.
Senté a Angelica.
Seguimos esperando.
El doctor llegó.
—Gracias que apareció.
Le platiqué lo que sucedió.
—Acompáñenme —nos pidió.
Seguimos al doctor.
La pelirroja estaba estresada.
Ingresamos a un consultorio.
Angelica se acomodó en una silla.
El señor Ortega me preguntó por la salud de Valentina.
Quise tensarme.
Me sentía incómodo.
—Había estado bien hasta que nos encontrábamos en el autobús.
—La revisaré —afirmó—. Necesito que se vaya.
Asentí.
Abandoné la habitación.
Saqué mi teléfono.
Marqué a Spring.
—Tienes que venir al hospital.
Colgué.
A los pocos minutos llegó acompañada de su prometido.
—¿Qué le pasó a Angie? —preguntó el novio de Spring.
—Marcel, René. René, Marcel —dijo la hermana de Angelica.
—Un gusto, Marcel. Bueno, lo que sucedió es que Angelica tuvo fiebre.
—Es la tercera vez que le pasa en estos días —se molestó Spring.
—¿Tercera? —preguntó Marcel—. ¿Por qué no dijo nada?
La novia se quedó callada.
Angelica me mintió.
Nos mintió.
Me empecé a preocupar.
Esperamos.
Esperamos.
—Necesito que pasen —nos llamó el señor Ortega.
Lo seguimos hasta donde estaba la chica de ojos azules (mi guerrera).
Cerró la puerta.
—Ella no está bien —aclaró el doctor—. No sé qué es lo que tiene.
—Debemos irnos —se despidieron Marcel y Spring—. Nos avisan cualquier cosa.
Angelica entristeció un poco.
—Hasta luego —los despedí.
El doctor se quedó conmigo.
—¿Qué es lo que puede tener? —quise saber.
—No tengo idea. Los estudios mostraron que ella está bien... Esto es extraño.
—¿Qué sugiere, doctor? —preguntó Angelica.
—Mantenerte vigilada aquí.
Ella se preocupó.
Le pedí al doctor que me dejara a solas con ella.
—No quiero quedarme aquí —chilló.
—Pero debes hacerlo. Necesitamos determinar qué sucede.
—¿Vendrás a visitarme?
—Sí, te lo prometo.
Besé su mejilla.
«No sé si puedas resistir».
Me entristecí.
Salí del cuarto.
Me despedí del doctor.
Rocé la puerta, avistando a una mujer parecida a Spring.
«¿Será que sea Spring?», pensé.
Por un momento creí que era la hermana de Angelica, pero no era así.
«Si ella no te habla, no interactúes con ella».
Seguramente, era una pariente.
No me habló.
«Mejor que no interactuemos».
La ignoré.
Me fijé que fue a la habitación de Angelica.
«Sé que mejorarás, eres muy fuerte».
Dejé el hospital.
Tomé un camión.
Fui a trabajar para meditar.
«No va a servir de nada», dijo mi consciencia.
«Es eso o fumar», le reclamé.
El estrés me fue dejando.
«Prefiero que fumes», soltó mi otra parte.
Disfruté estar entretenido.
No iba a fumar.
Muchos trabajadores entraron y salieron.
Después de horas, llegó Spring.
Ella me dirigió la palabra: —Me enteré de lo que pasó con mi hermana.
—¿Fuiste a visitarla de nuevo?
—No, vine aquí después de que me fui con Marcel. ¿Por qué preguntas?
—Creí haberte visto cuando me iba.
Ella se quedó en silencio.
—Te aseguro que no fui yo.
Ahora lo sabía.
¿A quién vi?
—¿Te quieres quedar mientras termino de firmar?
—Sí, está bien.
Tomó asiento.
—¿Estás bien?
—No. Ella me preocupa.
—A mí también. Un familiar me dijo que la visitó y que la vio muy mal.
Esperaba que mejorara.
Si ella no avanzaba no sabría qué haría sin ella.
—Esperemos lo mejor, Spring.
—Sí.
Seguí trabajando.
Ella chateó con su pareja acerca de Angelica.
Cumplió su promesa.
Posterior a seis horas de trabajo fui a casa.
Spring se ofreció a acompañarme y al ver que entré a mi hogar se fue.
Tenía bastante en qué pensar.
Descansar no sería fácil.
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