03 de abril de 2025
Era el primer día en que veía que René no tenía ningún tipo de ataque.
El nuevo jefe de la compañía le devolvió sus pertenencias y le informaba cómo iba todo por allí.
Cada vez que comía mi panza se inflamaba un poco, notándose así mi embarazo.
René me vacilaba con eso.
Él bromeaba era cuando preparaba postres y me los llevaba a la cama.
—Estás quedando gordita.
Tomé crema del pastelito.
Se la untó en la nariz.
—No te burles.
Agarró una servilleta para limpiarse.
—A las 6:30 salí a caminar y me duele el cuerpo.
—Y, ¿qué harás?
Devoré mi tercer pastelito.
Él se guardó bajo las sábanas de mi cama.
Él me miró.
—Eres demasiado atractivo... ¿Qué vamos a hacer con la boda?
—Nos esperaremos a que des a luz.
—Bueno.
Tenía cuidado al abrazarme porque no quería desconectarme de la máquina.
—Adoro estar contigo.
Nos besamos.
—Buenas tardes, René soy yo. Praga Muslino.
—Debes ir a ver qué quiere.
Me levanté para seguirlo.
Me detuve en la sala.
—Hola, Praga. ¿Qué te trae por aquí?
Praga lo besó en los labios y le dijo que vino a avisar que ella y su novia, Nina, se casarían.
—Pasa.
—Angelica, ella es Praga, mi mejor amiga.
—Hola.
Praga me besó y quedé confundida.
—Así saluda a todos. La razón por la que quería presentarles era para decirte, Praga, que mi pareja y yo no podremos ir a tu boda.
—Cuando estés mejor —me observó—, le avisas a René y hacemos la representación de nuestra boda para ustedes en esta casa.
Le di las gracias a Praga por su comprensión.
De inmediato avisó de nuestra boda.
—Estás invitada al igual que Nina.
Su mejor amiga nos dejó un recuerdo de su boda y se despidió dándonos un beso en los labios a cada uno.
—Jamás conocí a alguien que saludara así.
Él se alzó de hombros y guardó los pastelitos en el refrigerador mientras cocinaba al almuerzo.
—¿Qué almorzamos?
—Pide una pizza, por favor. Antojos.
Dejó de preparar mis albóndigas y las guardó en el espacioso refrigerador.
Llamé a una pizzería y avisó que en unos cuarenta-cinco minutos el pedido llegaría a mi casa.
Él comió un plátano.
Nos instalamos en el cuarto.
—Sigo pensando en la forma en la que tu mejor amiga saluda a las personas. No me siento cómoda con eso... Quiero que no se lo vuelvas a permitir.
—No, hay distintas formas de saludar. Además, no siento nada por ella. Si te molesta pídeselo tú. De todos modos no lo volverá a hacer conociéndote.
Nos acostamos en la cama.
Me crucé de brazos.
Él me otorgó su diario para que me desahogara.
Era un poco elocuente con lo que escribía.
Me puse sentimental.
Mis palabras fueron estas:
Me llamo Angelica Valentina y soy la prometida de René Cárdenas, el dueño de este diario.
En estos momentos, estoy embarazada y mis hormonas hacen que desee tener mucha intimidad con él estando muy consciente que no es posible.
Si tuviera la oportunidad de reivindicarme, iría a la iglesia con mi hermana; esto no es porque haya dejado mi religión.
Debido a mi enfermedad no puedo hacer ciertas actividades.
Me aterra recordar que moriré.
Sé que vivo en el cielo estando con René, el amor para mi vida.
La combinación de emociones que traía en mi garganta me hicieron seguir escribiendo.
Él salió para recibir la pizza que había pedido.
Oí parte de la conversación con el repartidor.
—Gracias, ¿está la pelirroja de la otra vez?
—Hasta pronto.
Se cerró la puerta.
—Angelica, ¡llegó la pizza!
—Gracias.
Aparecí.
Se sacudió y me ayudó con los trastes.
Me sirvió jugo.
—Cenaremos espagueti a la boloñesa de forma casera y no acepto prórrogas porque es lo único que queda.
Bebió agua.
Comí mi primer pedazo.
—Nadie te va a quitar tu comida.
Seguí comiendo.
—Me llené.
—¿Cuántos pedazos te comiste?
—Dos.
Lavé.
Limpió la mesa.
El chico de la correspondencia llamó a la puerta.
René recibió lo último que dejé en la oficina.
A mí me mandaron una carta por la universidad con relación a que no podía ir a las clases presenciales.
—Angie, una carta....
Leí la carta mientras él desempacaba.
—Estimada Angelica Valentina Quinsey.
»Para nosotros, es una pena que no pueda asistir a las clases presenciales, pero sino lo hace, reprobará.
»Sé que es la mejor en su salón, así que seré flexible.
»Sus profesores le mandarán todos los materiales utilizados en las clases además de todas las tareas.
—Qué grato oír eso —dijo René.
Me preocupaban muchas cosas.
—Lamentablemente, para las pruebas de conoci-miento escritas deberá presentarse a la hora y día que el profesor indique.
»Me es complicado entender su enfermedad.
»Comento que, usted hizo se comprometió con no-sotros antes de que empeorara su salud.
—¡Hipocresía!
»Debes decirles a tu doctor y a tus padres.
»Ellos verán qué hacer.
—Le deseo lo mejor, que se mejore.
»Con cariño, Lic. Monserrat Cortejo Espinoza.
—Angie.
Arrugué mi nariz.
Tiré la carta al suelo.
Cambié de máquina de medicina.
Me metí al baño.
El agua caía sobre mi cuerpo.
Quería maldecir a aquella mujer aunque sabía que no era correcto de mi parte.
Grité con fuerzas hasta quedarme afónica.
La ira me encontró.
Me deslicé por la pared antes de sentarme.
El frío me dañaba.
El agua comenzaba a colarse por la cánula.
No podía permitirme sentir dolor.
Aguanté la invasión del agua en mis pulmones.
Sentí que llegaba a mi garganta.
Tosí.
Entré en pánico.
René me ayudó a vaciarme.
Me dejó ducharme.
Puso la cortina e intentó hablarme.
Quería que conversáramos con respecto a lo que decía la carta... quería saber cómo me sentía pero no estaba dispuesta a hacerlo.
—Angelica.
—Ya no necesitas estar aquí.
Estaba molesta por lo malvada que actuó la directora en mi ausencia y las emociones del embarazo hablaron.
—¿Qué vas a hacer?
Él entró a la ducha en su estado más puro.
Oíamos el agua caer.
Le puse champú.
—Hablaré con mi doctor y veré qué podré hacer con ayuda tuya. Esto no se puede quedar así... es injusto.
—No estoy familiarizado con ese tipo de contratos pero podría intentar. No prometo nada.
Torcí mis labios de felicidad.
Eso necesitaba, que alguien me apoyara porque de lo contrario estaría tensa.
—Si no puedes me dices, tampoco busco que me mientas. No es bueno que te lastimes para ayudarme.
—Lo prometo, ángel pelirrojo.
Nos vestimos.
Me fui a cepillar el cabello.
Miré mis manos y creí que emblanquecí.
—Que relajante fue ese baño.
Me escondí bajo las sábanas.
—Ni que lo digas.
Me conectó al Rusin-94.
—No me juzgues. Tengo hambre.
Rio.
Pidió que esperara.
—¿Te gusta mi vestido? Es de flores.
—Lo amo... No volveremos a pedir comida. Es mejor que sigamos aprendiendo a cocinar.
Escalé sobre él.
Me puse lela con la televisión.
Mi delgada mano buscaba la de René.
Cuán rápido la encontré la tomé.
Pausó la película.
—Baja, ponte así.
Me colocó una almohada en mi espalda, una en mi cabeza y otra última detrás de mis rodillas.
—Me siento mejor.
Reanudó la película.
El sueño me traicionó.
No sé qué fue a hacer.
Solo supe que fue a preparar la cena y que esperaba que Spring llegara a nuestra casa para ir metiendo mis pertenencias a esta casa.
Terminando de cocinar, fue por algo para leer que habrá encontrado en "la biblioteca".
Su nombre era extraño e intenso: ¿Por qué sufro en el cielo?
Fue escrito por un autor desconocido y la trama era acerca de cómo un chico de piel morena trataba de evadir sus sentimientos hacia una chica blanca.
Ella nació y vivió parte de su vida en el psiquiátrico de Fresnia porque no era como los demás.
El problema inició con la inclusión de la muchacha en la familia del chico.
Ignoré lo que sucedía afuera.
Deseaba unos minutos para olvidarme de que la directora me demostraba odio.
Había gente más irresponsable y ella no le decía nada. ¿Por qué a mí sí?
Por estar sobre pensando me desperté.
Oí a René a lo lejos.
—Hacía cuatro años que aquella muchacha vivía con mi familia y conmigo, así que tenía que esconder lo que sentía por ella.
»Recuerdo que en un principio jamás le decía nada a nadie, a menos que se viera obligada.
Salí.
Escuché que pasó de página y cerró el libro dada la llegada de Spring.
Marcó la página en la que se quedé, lo dejó en la mesa de centro de la sala y le abrió la puerta.
—Hola.
Ella besó su mejilla.
—No hagas mucho ruido, se ha quedado dormida.
—No se preocupen, desperté.
Se sorprendieron al verme.
Ellos dijeron qué harían y lo supervisé.
—Hemos llevado seis cajas —arrogó Spring.
—Falta poco —dijo René.
Se permitieron descansar unos minutos.
Ella vio el libro en la mesa.
—¿Lo prestas?
—Tómalo.
Ella lo guardó en su bolsa y le preguntó cómo se sentía después de ser operado.
—Mejor, he tomado mis medicinas.
Fui a darle agua.
—Me llegó una carta de la facultad.
Spring me pidió que se la pasara y la leyó.
—¿Están locos? —exasperó—. Eres buena alumna... ¿Cree que inventaste tu enfermedad?
—Llamaré al doctor Ortega.
Spring se levantó con la carta agarrada.
Ella llamó a alguien que no sabía.
En eso, escuché que le contaba de mi situación.
Minutos más tarde, Marcel llegó.
René no quiso dejarlo pasar.
Si Spring le marcó fue por algo.
Él debía tener una solución.
—Mi tía está demente y querrá evidencias, que el doctor de Angelica hable con ella no la convencerá, debe de verla por sus mismísimos ojos.
—Gracias —agradecimos agrios.
Él se fue.
—¿Será una venganza? De serlo, es prueba de sobre involucramiento familiar.
—Conozco a esa mujer —dijo Spring—. Me quiere arruinar la vida por dejar a su sobrino.
René alzó las cejas.
Llamó al doctor Ortega explicando que el desarrollo académico de su paciente peligraba, le dio el número del otro doctor y le avisó.
—Esperemos.
La visita de los doctores hizo que Spring consumiera demasiado café del que podía soportar.
Le impedí que fuera por otra taza.
Los doctores dijeron que la tía de Marcel estaba loca por no creerme porque desde que entró a la carrera, todos la han visto usar el tanque de oxígeno.
—Tendrás que intervenir —le comentaron.
No negó que fuera más probable, suponiendo que la señora buscaba un tipo de venganza hacia mi familia.
Él iba a la oficina de la directora para dejarle claro las consecuencias de reprobar a una estudiante que fingía estar enferma para llamar la atención.
La realidad era que ella sí padecía algo e iba matándola paulatinamente...
No quería pensar en eso.
La vida era más valiosa si uno la vivía en el presente.
—Es una víbora.
—Le diré a mi exesposa que sea la abogada de Angelica. Lo mejor es que no me meta.
Ellos aceptaron porque sabían que era posible que la directora dijera que mi prometido me defendería.
Trataría de manipular a Virginia por ser su antigua esposa, pero no lo conseguiría porque la primera mujer que amó era astuta y siempre conseguía lo que quería.
René dijo que ella había estado en peores casos y los terminó ganando.
¿Por qué en esta ocasión sería diferente?
Él agregó que sabía que yo merecía respeto y que la señora tenía un carácter similar al de su exesposa.
Sería una de esas batallas en las que le gustaría estar presente porque la verdad no sabía cómo Virginia manejaría la situación, estando delante de una mujer que tenía su misma personalidad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro