02 de noviembre a diciembre 2025
René estaba en casa conmigo.
Me tranquilizaba saberlo porque él me ayudaba con los niños en lo más que pudiera.
Su edad y su reciente cirugía le impedían hacer ciertos movimientos, pero se esforzaba.
Por mi parte, temía por algo similar: mi condición médica. Sabía perfectamente que podía morir en cualquier momento, así que evitaba recordarlo.
A René se lo notaba en la cara que hacía el intento para que no se convirtiera en una carga para mí.
Mi hermana y su esposo nos apoyaban porque había que recordar que ella aún no daba a luz a su querido Raúl Alfonso Cortejo Jenkins-Valentina (el hijo de su expareja y ella).
Spring dejó de venir, así como Alfonso.
Mi esposo y yo éramos el consuelo de los niños.
Las horas de los días se restaban cada vez que nos levantábamos en la madrugada para revisar a los bebés.
Después de la revisión, bostezaba y me conectaba al tanque, mientras sentía cosquillas cuando el oxígeno se combinaba con la modulación del medicamento.
Reía con eso porque me agradaba la sensación, me daba fuerza suficiente para seguir.
No pasaba mucho tiempo para que regresara al cuarto de mis hijos y me preguntara si mi medicamento no era dañino para ellos.
El doctor Julio Ortega me había dicho que era necesario hacer experimentos.
Él recomendó que dejara la medicina por un tiempo y así lo hice, pero me sentó mal.
Luego, los médicos vieron la posibilidad de modificar los químicos para que no afectaran las saludes de mis niños.
Así estuvieron por semanas hasta que el once de diciembre consiguieron el medicamento que ahora estaba dentro de mi nuevo tanque y en el Rusin-94.
Este me sanaba al mismo tiempo que protegía a los pequeños retoños que tenía.
Vaya qué funcionaba.
Un día, mientras amamantaba a Abigail, su hermano se despertó, pero no para comer.
Él lloró.
Sus chillidos se asemejaban a los de un cachorro.
René entró al cuarto y cargó a su hijo.
Creí que no se había dado cuenta que estaba sentada en la cama junto a su hija.
Él salió con su hijo para llevarlo a la sala.
Escuché que tocó el botón para prender la luz, se sentó y mimó al niño que ya no hacía ruido.
El bebé está feliz.
Abandoné el cuarto.
Caminé descalza para reunirme con René.
Me daba gracia que esto pasó de noviembre.
En diciembre —el frío atacó—, tuvimos que ser cuidadosos con la ropa que le poníamos a los bebés, así como con la temperatura de la casa.
Además, los llevamos a vacunar para que tuvieran sus vacunas completas.
Sus caritas eran felicidad y hambre.
Tanta hambre que al final, René terminaba haciendo mucha comida solo como tentempié.
No recordaba que sería tan sencillo prevenir algunas cosas en los bebés.
Creo que fue porque René y yo tomamos cursos de maternidad y paternidad antes del nacimiento de los niños, además de consultar los libros y escuchar los consejos de nuestras madres y mi padre.
No había problema alguno, sin detalles.
¿Cómo era posible?
¿Acaso mis bebés eran robots?
¿Por qué no era difícil criarlos?
Dudé de mi papel de madre.
Varias veces mi esposo lo vio en mi semblante.
—Lo estás haciendo bien —decía, sonriéndome—. Descansa y come algo. Yo me encargo... Haré lo que pueda porque todavía me duele.
Aunque sabía que era capaz, tampoco quería dejarle a los niños por su reciente cirugía. Menos, era justo que él no conviviera con sus hijos.
Con el cabello alborotado e inmensas ojeras solía salirme de la habitación de AbiHome para tomar siestas, comer y dedicarme a los estudios.
Las veces en que mi esposo me llamaba eran para alimentar a los bebés o para que los cuidara porque debía hacer las compras e ir a sus terapias.
Mi madre venía a vernos.
Mi padre descansaba y ella podía escaparse de casa.
—Angelica —había dicho René, bostezando—, el bebé tres se irá a dormir. Estaré fuera de servicio hasta que reponga energías.
René entró al cuarto y se acostó para dormir.
«Bebé tres», pensé, riendo internamente.
¡Qué ocurrencias las de mi esposo!
Me conecté al tanque.
Me puse las pantuflas.
Fui a la habitación de los niños.
Sentí miedo porque no estaban allí.
Corrí a mi alcoba.
René tampoco estaba...
¡¿Qué estaba pasando?!
Si era una broma, era de mal gusto.
Estaba triste.
Avancé hasta la sala.
Observé que René estaba con los bebés.
Ellos estaban dentro de la carriola compartida.
Tenía dos maletas con ropas nuestras y tres de los bebés...
¿Qué estaba planeando?
¿Por qué estaba vestido para salir de viaje?
Miré el sofá.
Él había escogido la ropa que usaría.
Tomé las prendas de vestir y me cambié.
René quería consentirme.
Esto era una muestra de ello.
Quería saber a dónde íbamos para las vacaciones de invierno.
—El taxi llega en cinco —aseguró.
El claxon de un auto llegó.
Empacamos las maletas.
Me iba a divertir.
Con razón no encontraba el Rusin-94, lo llevaron al hotel.
¡Qué buen hombre con el que me casé!
Una obra de arte.
—¿A dónde vamos?
Él cargaba a Abigail y yo amantaba a Homero.
El taxista me veía con morbo a pesar de que estaba cubriendo la escena de lactancia.
René miró tajantemente al conductor.
El asqueroso dejó de mirarme.
Mi esposo terminó colgando una sábana para dividir la parte delantera de la trasera.
El auto tenía donde colgarla y fue fácil.
Supuse que René se relajó ya que esto era un regalo de bodas, no la luna de miel.
—Se durmió.
René alzó la cortina.
Recibí a Abigail que ya exigía comer.
Homero era consentido por su padre, quien bajó la sábana a tiempo para que no me miraran de nuevo.
Mis bellos océanos se inclinaron para mirar el lucero de Abigail.
Ella hacía ruiditos al comer al igual que su hermano menor. Lo que más amaba era ver su carita.
Era bellísima.
¿Su madre lo seguía siendo?
Ahora poseía una inmensa cicatriz en mi vientre.
Tal vez eso haría que René me menospreciara.
Estuve pensando en ello hasta que llegamos al hotel.
Estaba en la habitación con las maletas y mis pequeños, pero yo estaba ausenté.
Las cortinas estaban cerradas porque era de noche.
René acomodó a los bebés en una de las dos camas. A esa le puso barreras.
Fue a ponerse su pijama.
—¿Soy bonita? —me infravaloré.
Entré al baño para cambiarme de ropa.
Estando allí examiné mi cuerpo, sobre todo la zona donde estaba la cicatriz.
De inmediato, me vestí con el pijama y dejé medio abierta la puerta para tener luz en la habitación.
René estaba dormido.
Me acurruqué a su lado.
Besé sus labios resecos, escuchándolo respirar.
Lo abracé.
Era bonita, todos éramos hermosos.
Además, eso no es lo que importaba, lo relevante era que René me amaba.
El llanto de un bebé me despertó y fui a ver quién era; sorprendentemente era Abigail.
Mi niña no lloraba, solo hacía pucheros, pero tenía sentido, me estaba viendo y yo estaba dormida.
Necesitaba llorar para ser atendida.
—Ya, ya —bostecé, mirando a mi bebé acomodarse en mi pecho.
Apestaba.
Busqué los pañales, pero no los encontré.
Tuve que despertar a René para que me dijera.
—¿Dónde están los pañales?
Abrió los ojos.
Con un bostezo dijo: —En la bolsa en la cual están sus prendas...
Revisé y allí estaban.
Cambié a Abigail.
No sabía si era coordinación de gemelos, pero apenas terminé con ella, su hermano chilló.
Olía terrible.
—¡Qué productores! —expresé en voz baja.
Puse a Abigail en la cuna improvisada.
Atendí al bebé que se rio al colocarle talco.
Ambos estaban limpios.
Tuve que cambiarles la ropa porque no tenían buen aroma y las lavé con las cosas que empacó René.
Él estaba preparado para salir de viaje con ellos.
Estaba demasiado preparado, diría yo.
Mientras lo veía dormido, los bebés estaban calmados hasta el punto en que se durmieron abrazados.
Terminé de lavar aquellas prendas de ropa, me lavé las manos y me metí bajo las sábanas.
—Buenas noches —susurré a mi esposo.
No me respondió y no esperaba que lo hiciera pues sabía lo cansado que estaba.
Así solía sentirme al tener mucha tarea.
Me fijé en lo cómodos que estaban mis hijos.
Ellos se movían con delicadeza.
«¿Qué sueñan, mis niños?».
Me empezó a entrar la nostalgia.
Entristecí porque pensaba que no era hermosa, aunque René me había dicho que era extremadamente linda y preciosa.
Agradecí que este fuera un hotel para vacacionar con los bebés desde recién nacidos.
Estaríamos locos porque si los llevábamos a cualquier sitio vacacional ya que los pondríamos en peligro.
Pronto tendríamos canas...
René se adelantó.
Perdóname, amor.
Ya estás un poco viejo.
—"Veterano de la nieve que acompañas a mis amores, ¿cuándo me dirás la verdad? Tengo miedo por lo que les pueda pasar y necesito saber si me amas o solo será mi canción angelical" —recité para dormir.
Me era imposible porque estaba teniendo conversaciones mentales.
—"Al abismo aquel sufrir que parí, martirio" —dijo René mientras dormía—. "¿Cuándo podré escaparme de lo que me ata a mi desgracia? ¿Por qué no he podido dormir cada vez que puedo? Mi corazón late por ti."
Algo en sus palabras me acuñó de felicidad.
Sentí el bajón de mis dudas.
Dormí junto a René.
Él roncaba mucho, pero me agradaba que lo hiciera porque así sabía que estaba vivo.
Mientras tanto, los vecinos luchaban para calmar a su hijo que estaba muy activo.
—Jerry, juega con él —decía un hombre a su pareja.
El otro sujeto respondió: —¿Where is Mariah?
—Aquí estoy —contestó la mujer.
Supuse que ella era la madre del bebé.
Las personas continuaron hablando toda la noche.
No sé cómo René le hizo no despertó con los gritos.
¿Estaba quedando sordo?
Tampoco se molestaría si lo despertaban, esa era una de sus mejores cualidades. Siempre quería ayudar a otros sin importar lo que tuviera qué hacer.
Imaginariamente, lo veía jugando con los niños.
No lo imaginaba como un ogro sino como alguien volátil tal y como una liga para el cabello.
Era bueno en algunas cosas, pero en otras no.
Él mejoraría.
Yo avanzaría.
Los dos creceríamos.
Tenía la intención de quedarme despierta por si mis hijos me necesitaban, pero me ganó el sueño.
Cuidar a los bebés era cansado y hermoso, sin embargo, no podía hacerlo todo el día.
El tiempo siguió corriendo.
Otra fecha relevante era la de la Navidad.
Me sentía emocionada de que los niños conocieran la festividad que tanto amaba.
Para eso, habíamos regresado a casa y estaba resolviendo pendientes escolares.
En algún momento tomé a Abigail para acomodarla sobre mi regazo.
Mi amado esposo vigilaba a Homero, quien estaba dentro de la cuna ubicada en la sala.
Mientras tanto, él decoraba el cuarto para entrar en el ambiente navideño.
Tuve hambre.
—René, ya que los bebés han comido quería saber si podrías cocinarme algo.
Él, dejando a un lado la cola de gato roja, fue a cortar un pedazo de pan de elote que Spring nos había traído.
Se apresuró a llevármelo al igual que agua.
Se llevó a Abigail a la sala.
Odiaba ser la única que no encendía su cámara en clase, mas, los maestros lo entendían.
—¿Quién quiere un poco de cariño? —oí que René les dijo a mis niños.
Contuve una risita.
No me aburría lo que me enseñaban, es más, pensaba en que eran genialidades y no sabía por qué sobrevaloraban ciertas licenciaturas si todas contribuían.
—Señorita Valentina —me llamó el señor Justo.
Encendí mi micrófono.
—Presente.
Lo apagué.
Me vi reflejada en mi laptop.
Mis pómulos estaban más rosados que antes y no estaba maquillada.
Se notaban los contornos de mis ojeras, mi cabello estaba hecho una maraña, y mis pecas relucían.
Alguien llegó.
—¿Cómo están, chicos? —preguntó René a Praga y a su familia que constaba de su esposa y tres pequeños.
Sus hijos eran varones, el mayor con dieciséis años se llamaba Miles, el de en medio y de doce años era Wilbert y a lo último estaba Cicerón con ocho años.
Podría jurar que Nina cargó a Homero porque era el que más se dejaba consentir por desconocidos.
Hasta cierto punto, eso me daba celos.
Por otro lado, me era factible que entendiera que había muchas personas que lo amaban y no eran familia.
—La clase ha terminado —avisó el profesor.
Fui de inmediato a ver los niños.
Miré a los hijos de nuestras amigas.
Ellos eran morenos, de ojos azules y cabello castaño.
Nina me vio.
—Hola, Angelica.
Me dio a mi hijo y fui al cuarto para alimentarlo.
Me daba pena hacerlo frente quienes no eran mis papás o René.
Las señoritas averiguaban cómo hacer que sus hijos no se comportaran mal con nadie.
—Feliz Navidad —llegó a decir René a los invitados.
Íbamos a celebrar con mi familia y la suya.
Me ponía nerviosa las conversaciones por tener.
Nos restaban cuatro horas para que comenzaran a llegar los familiares.
René decidió bañarse.
Me fui a sentar en la sala, admirando que él se esforzó con las decoraciones.
Todo estaba impecable.
Me sorprendí, él salió vestido con su típico traje oscuro que usaba para trabajar.
Sonrió y fue a colgar su toalla.
Vino hasta donde estaba para cuidar a los Cárdenas Valentina. Los niños estaban tranquilos.
Me metí al baño.
Al estar bajo el agua observé mi cicatriz y no dejaba de pensar en cuán doloroso fue sentir que me habían abierto después de media hora de la cesárea.
No fue lo mejor, pero era más riesgoso que no fuera de esa forma.
Intentaba ocultar que no tuve un parto natural.
Pensaba en que salí defectuosa o algo por el estilo.
—Angelica —me llamó René.
Salí.
—¿Qué opinas de estos renos?
Se veían espectaculares mis niños.
—¡Qué sexy te ves! —me guiñó el ojo.
Sorprendida, respondí: —Igual tú.
«Virginia tenía razón, eres muy atento», admití.
Me llevé la toalla.
Volví para cargar a Homero.
Tras esperar un rato mis padres llegaron con el puré de papa que mi madre cocinó.
—Hermosos bebés —avaló mi padre, cargando a la pequeña Abigail—. Ella se parece más a su padre.
Mi mamá se rio al tanto en que acomodaba los platos y cubiertos sobre la mesa.
Después llegaron Spring y Alfonso con el hijo no prójimo de mi cuñado.
—¡Feliz Navidad! —dijimos René y yo a nuestros invitados—. Esperemos que les guste la comida.
Cárdenas apareció con sus parejas, sentándose a comer porque se les hizo tarde.
—Lamento llegar tarde —se disculpó—, se tuvo un contratiempo relacionado con una huelga en la calle.
Mi madre probó la pasta que hizo René y se puso pesada sobre cómo le salió.
Tanto fue su mala impresión que hizo que la señora Tritón se molestara porque no estaba siendo considerada con la comida que su yerno preparó.
—¿Cómo se atreve a decir eso, señora Debie? —debatió la madre de René y Cárdenas—. Todavía que la invita a cenar y se viste guapo para usted. No puede ser que está con sus pesadeces, ¡menuda agradecida! Pero no importa, ¡a celebrar y estar con nuestros nietos!
Cárdenas comía en silencio al igual que René.
Ellos estaban incómodoss.
Divertidas todas esas experiencias que aparecieron diariamente después de Navidad.
Me impresionaba que René aguantara mucho, su paciencia era tejida por dioses porque se desvelaba por los niños. Me agradaba su compromiso con ellos.
Creo que era su sentido paternal.
Me sorprendía que no se sintiera a un lado como les pasaba a varios padres.
En una ocasión quiso pasar tiempo a solas conmigo y no se pudo.
—No pasa nada. Los niños son nuestro tiempo a solas. Ellos son nuestra meta del día a día.
No entendía su pensar.
Me desesperé.
Logré entenderlo una semana después.
Cada cosa que él me decía lo apuntaba en lo que se había convertido en nuestro diario.
—Debemos ponerle un nombre —me había dicho.
No queríamos ponerle Diario de René Cárdenas y Angelica Valentina porque sería algo trillado.
Meditábamos por el nombre.
Practicamos yoga, pero nada salía.
Pensar y pensar.
—Que sea algo más tipo libro —sugirió René.
Más tipo libro.
No se me ocurría nada.
Era como una hoja en blanco.
Tal vez algo que jugara con la vida y la muerte.
Sí, eso debía ser.
—¿Cuánto nos tardaremos en decidir? —René bromeó con respecto a esto.
Me alcé de hombros.
No quería alterarme porque no me serviría de nada.
Él y yo nos concentramos en crecer a nuestros hijos.
Los días estaban contados.
A una parte de mí no le gustaba ser parte de la cuenta regresiva de una persona.
Prefería gozar del presente y aceptar mi pasado.
El futuro era incierto.
—Te amo —decía René, interrumpiendo mi pensar.
Besé sus labios y dejaba que me abrazara.
—Viviremos lo que la vida nos permita —dije.
Acarició mi mejilla y continuamos el beso que se había convertido en algo más.
—Ellos duermen y no despertaran hasta dentro de unas horas —recordó René.
—No deben ver eso. No podemos.
—Sí podemos recostarnos.
—Cierto.
Toqué su pecho.
Nos fuimos al cuarto con nuestros hijos y nos recostamos mirando al techo.
Me temblaban las manos.
No sabía por qué si no me encontraba bajo estrés.
René me rodeó y la sensación se detuvo.
Era un tic de ansiedad porque comenzaba el temor al futuro... ¿Por qué pensábamos tanto en ello?
¿Por qué no podíamos disfrutar el ahora?
Había algo que me hacía cuestionarme acerca de mi presente, mas, no comprendía qué era.
Estaba pensando en lo peor.
Mi esposo estaba tan tenso como yo.
Aun así, logró contenerse.
Si titubeaba me iba a alterar.
Debía ir a terapia nuevamente porque todavía conservaba pensamientos y actitudes que reflejaban una dependencia a René y a mis niños.
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