02 de junio de 2025
René estaba contra la espada y la pared.
Él quería apoyar a Ciro pero no estaba seguro de querer que le abrieran el cuerpo de nuevo.
Aquel debate le hizo recordar que en el libro Sangre de Campeón el personaje principal tenía miedo de que una mala persona fuera la única que pudiera donar parte de su médula ósea para salvar a su hermano menor.
Consternado al plasmarse en la trama de ese libro, supo cuál era la preocupación de Ciro, que un extraño sea el donador.
Se tendría que dar más confianza a que el cuerpo de Alfonso no rechazara el riñón del donante.
¿Qué tan inquietante sería apostar a que el extraño no escondiera en su riñón algo que le costara su vida?
Mejor sería no imaginarlo, no sabría cómo se estaría sintiendo su mejor amigo.
Mi prometido llamó a Ciro para decirle que iría al hospital para hacerse las pruebas prudentes o más bien para que le dieran las debidas instrucciones de cómo debía ser su vida antes de las pruebas.
Lo correcto sería que no se involucrara ya que recientemente perdió el apéndice y necesitaba descansar.
Espié su conversación.
—¿Ciro? ¿Recuerdas que ya no tengo mi apéndice?
Jenkins estaba en la llamada, aunque, se tomó unos minutos antes de responder.
—¿Eso es un impedimento?
Él estaba agresivo.
—En primera, me agrediste. Sí es un impedimento, estoy en tratamiento.
—Solo falta que la tía Arcelia confirme. Lo siento. Gracias de todos modos.
Ciro Jenkins colgó de repente.
René guardó su celular.
Me concentré en lo que hacía.
Lo saludé, asomando mi cabeza desde la cocina.
Besó mis labios.
—Debo seguir cocinando.
Nos apartamos.
Acarició mi glúteo.
Reí.
Fue a bañarse.
«¿Por qué es tan difícil que la gente cercana a nosotros que no siempre podemos ayudarla?».
Apostaba a que mientras se bañaba miraba la cicatriz de su sana baja y perdía confianza en él.
—¡Rápido, C! Las tortas de huevo no saben bien frías, aunque no encuentro diferencia.
Lancé mi comentario para cambiar su pensamiento.
—Ya llegué.
Apareció tras colgar su toalla en la soga del patio.
—Hice pan tostado con mantequilla.
Él amó mi comida.
Me felicité por ello.
No dejé de pensar en lo que pasó con Ciro.
La situación estaba un poco tensa.
Ahora yo era quien se preocupaba.
Terminamos el desayuno y a la marcha en que lavaba, me abrazó la cintura por detrás.
—Vistes deslumbrante.
Me sonrojé un poco.
—Gracias.
Detuve mi preocupación.
Esperé para ser conectada a la máquina.
—Nadie vendrá hoy.
—Lo sé.
Me conectó al Rusin-94.
Me separé de mi tanque.
No quería que él se sintiera mal con respecto a las reacciones de Ciro.
Hablamos acerca de lo bien que me sentía sobre nuestros avances, pero también necesitaba que se sincerara con lo sucedido con su mejor amigo.
Más tarde, los bebés reclamaron ser alimentados.
¿Cuándo pararían de exigirme comida?
Nunca. Debía aceptarlo.
René se levantó para ir a la cocina.
Fue por yogur con trozos de fresa, granola y miel.
—Traje tu tentempié.
—Alabados seas.
Comí para satisfacer a los bebés.
Me atreví a preguntar con cuidado.
—Spring vendrá por comida para Alfonso. ¿Sabes si hay donador?
—Tuvimos un choque y no me hablará hasta que se le pase. Creo que no entiende lo que le dije.
—Lo entenderá. Llevan muchos años siendo amigos. Una discusión no lo hará odiarte.
Ni siquiera yo estaba segura de lo que dije.
Él estaba ansioso, le faltaba hacer una actividad: trabajar hasta morir.
—¿Quieres volver?
Revisé, en mi teléfono, las tareas que debía hacer.
—Sí.
—Si es lo que deseas, está bien. Pero no te mortifiques si no lo consigues a la primera.
Asintió.
—Podrías trabajar de forma independiente —me aconsejó y continuó leyendo.
Ratificó en mi sugerencia.
Besó mi frente y salió de la habitación.
Saqué mi computadora de su estuche para trabajar en los deberes académicos.
Había actividades sencillas.
Empecé con ellas porque lo mejor para el final.
Durante la resolución de mis tareas oía las conversaciones que René tenía consigo mismo sobre el trabajo.
El sonido desapareció.
Supuse que salió a dar un paseo.
Seguí con lo que hacía.
Me incorporé para levantarme.
Me sentí mareada.
Volví a acostarme.
Cerré mi laptop y la puse a un lado.
—¿Qué me sucede?
Miré mis manos.
Mi vista se nublaba.
¿La medicina dejó de funcionar?
¿Se echó a perder la máquina?
Sentía que me asfixiaba.
Estaba asustada.
Rápidamente me desconecté para hilarme al tanque.
Me senté para respirar, pero mi acción no estaba surtiendo mucho efecto.
Carraspeé.
Hice una llamada.
—Ven...
Colgué.
Dejé caer mi teléfono al suelo.
Poco después llegó mi hermana.
Entró y vino al cuarto.
—Angelica, deberías estar conectada al...
—Casi me...
Ella revisó la máquina.
—Se ve bien. ¿Qué pasó?
Expliqué lo que sucedió.
Ella me ayudó a respirar.
Quiso saber dónde estaba René.
—Salió a dar un paseo. Se peleó con Ciro ya que no puede donar su riñón.
—Intentemos de nuevo.
Me tensé.
Ella me llevó a la sala.
—Prepararé algo para comer.
La esperé.
—Homero, Abigail. Resistan, por favor.
Una lágrima corrió por mi mejilla.
—Hice té. Bébelo. El pollo está cocinándose.
Sonreí.
Oímos que un hombre y una mujer discutían afuera.
Mi hermana se aproximó a la puerta.
—¿Virginia?
—Por supuesto —asintió René, cerrando la puerta.
Tuve un leve dolor de cabeza.
—Te traje algo de la plaza.
—Qué bonita.
Enredé la bufanda en mi brazo y olí su perfume.
—Exquisito.
Puso la bolsa en la basura y se sentó a mi lado.
—¿Qué hacías, Saltamontes?
Avisé de lo sucedido, comenzando con mis tareas de la universidad.
—Llevo seis hojas de diez —exclamé, quitándole la etiqueta a la bufanda—. ¿Puedes guardarla?
—Afirmativo.
Spring permaneció en la cocina haciendo lo que sería el almuerzo.
—Tuve un ataque.
—¿Cómo que tuviste una crisis?
Sostuvo mis manos.
—De un momento a otro sentí que la máquina me estaba lastimando.
—Quisiera que hablemos sobre.
La chica de cabello castaño claro le dio una cerveza a mi futuro esposo.
—Qué vida dichosa la mía.
Él miró al piso con preocupación.
—No sé qué planea esa la mujer que me hirió varias veces y quiere mi rimbombante tapiz.
Dio un sorbo a la cerveza y se la dio a mi hermana.
—¿Un vaso con agua?
Ella botó el contenido de la botella y dejó el recipiente en el piso.
—Aguas.
—No se va a rendir. ¿Qué voy a hacer?
René estaba desequilibrado.
—¡René!
—Estoy bien.
Ella sirvió el almuerzo.
Comimos, dejando a un lado la incomodidad.
—¿Bien?
Él jugó con su comida y el tenedor hacía bailar al brócoli que estaba junto a la carne.
—Bien.
Necesitábamos seguir con el tema de Virginia.
Eran las ocho de la noche.
Spring se fue.
Para ese momento ya me había bañado.
—Su mirada, sus labios sobre los míos, su cuerpo, su perfume. Todo me encantaba —reconoció René.
Él no conseguía sacarla de su cabeza.
Él debía tomar una decisión.
Oí que estaba mal.
—Ayuda, necesito ayuda.
Llegó el momento de apoyarlo.
—Ven.
Extendí mis brazos.
Lo senté en la cama.
—Necesito a un profesional.
Me puse mi sostén, unos pantalones azules, una blusa negra y zapatos de tacón bajo.
—Cámbiate —le tendí ropa para que se cambiara.
Me conecté al tanque y salí para esperarlo.
Se vistió.
Lo tomé de la mano, apagó el aire acondicionado y mi cuarto.
Pasamos a la sala para que pudiera meter su cartera, la mía, su teléfono y el mío en mi bolso.
—¿A dónde vamos?
Agarró dos suéteres.
Cerré la casa.
Caminamos, mirando los faroles encendidos.
—A un lugar que quería enseñarte.
Él estaba nervioso.
No sabía qué tipo de pensamientos tenía.
Creyó que estábamos perdidos.
—Cierra los ojos.
Recorrimos un camino que nunca transitó, así que tenía un poco de miedo.
—¿Cuánto falta? ¿Me podrías decir al menos?
—No mucho.
Seguí guiándolo.
No dejaba de preguntar.
—¿Ya llegamos?
—Sí, puedes abrir los ojos.
Miró a todos lados sin saber dónde estaba.
Confesé que en el observatorio del pueblo.
—¿René? —habló su exesposa.
Viramos hacia ella.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Angelica me pidió que viniera.
Di dos pasos hacia atrás.
Me senté en una mesa.
Los dejé en otra.
—¿Qué es esto? —preguntó molesto.
—Deben tener un cierre. ¡¿Entiendes qué sucede?! ¡Te ama! Pero no tiene el valor de dejarte ir y admitir que tuvo parte de la culpa.
Refunfuñó.
Giró y se sentó.
Él no la miró porque ella hizo que dudara de sus sentimientos hacia mí.
—Lo siento. No quería que tuvieras problemas con Angelica, solo comprende que para mí ha sido difícil, fuiste el primer hombre al que amé.
René tuvo más coraje porque recordó haber estado en este sitio con Virginia.
—Pasé muchos años tratando de olvidarte que tuve que ir con un psicólogo. Hice todo para olvidar que te amaba y todo fue en vano.
Mi plan no estaba funcionando.
Me levantó para intervenir.
Ellos se besaron.
—Tenías razón, aun la amas.
Tiré el anillo.
Rieron los desgraciados.
—No lo amo —dijo Virginia, regresándome el anillo—. Quería hacerte sufrir y me arrepentí.
Virginia salió del observatorio.
René alzó las cejas.
Me puse el anillo.
—Creí que te perdía.
—Ten cuidado con lo que haces.
Se acercó para besarme.
—Vayamos a casa.
Me cargó.
Accedí.
Regresamos a casa.
Entramos.
Pensamos.
Nos acomodamos en la habitación.
—Te amo —suspiré.
Me unieron a la máquina ruidosa.
En parte, estaba molesta con René.
Demostré mi molestia con él con mis acciones y él notó que debía disculparse.
Le di la espalda apenas me acomodé.
Él volvió a disculparse.
Ignoré lo que dijo.
Recordé, otra vez, que estábamos siendo acosados.
Ramón estaba vivo en mi mente y sus advertencias solo me hacían tensarme al dormir.
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