01 de junio de 2025
Después de mi cumpleaños, los días pasaron lentamente como si fueran perezosos.
La información más destacable era que con el paso del tiempo mi barriga se hacía más notoria y que las ganas de ver a mis niños crecían.
El mes iba transcurriendo de la mejor manera, porque nos estábamos llenando de sorprendentes noticias.
El hermano de René y sus parejas nos visitaron para decirnos que la lluvia les hacía imposible poner compresas de castores y ayudar a ese animalito.
—Nos retrasamos dos semanas —dijo Tigris, el novio de Cárdenas. Él estaba molesto.
Mi prometido me murmuró que creía que el novio rondaba en mi edad y su hermana casi por los treinta.
—Eso no importa —aclaró Tina, acomodando su cabello rojizo—. Da gracias que tenemos empleo. Hasta ahora hay personas que odian el medio ambiente.
René era un chismoso por completo, no dejaba de examinar a las parejas de su hermano.
Se fijó mucho en que la chica era clara de piel con cabello pelirrojo y ojos azules, y que su hermano era un tono más oscuro, con cabello rubio e iris oscuros.
—Miren —admitió Cárdenas—, jóvenes Condel. No es correcto que se pelean aquí.
Los hermanos pararon de pelear frente a nosotros.
Cárdenas tomó las manos de ambos.
Ellos abandonaron la casa.
Gracias a la visita, noté algo nuevo en mi prometido.
—Eres un chismoso.
—¿Quién?
—Tú, señor.
—¿Por qué lo dices?
—No dejabas de susurrarme al oído cada detalle que encontrabas en las parejas de Cárdenas.
—Tenía que examinarlas para saber si eran dignos de él. Es un protocolo.
—¿Qué acaso te dieron celos?
—No. Lo que me ocupa es que la felicidad romántica de mi hermano no dure.
Posteriormente, llegamos a la parte que más se repetía día con día: El momento de alimentarnos.
—Muero de hambre.
—¿Qué quieres comer?
—Lo que sea.
René cocinaba, limpiaba y yo lo escuchaba.
Un día la rutina se rompió porque François Guilla llamó a su exjefe para preguntar su fecha de cumpleaños.
Cuando el señor respondió, el nuevo director se sintió apenado por no haberle dado un regalo.
A pesar de que René se negara, François advirtió que junto a su esposa iría a buscar un presente para el hombre que lo había tratado excelente en la firma.
—Se sorprenderá —dijo Guilla con su acento natal.
—Lo creo —respondió René.
De ese momento pasaron más días para que se suscitara otro evento especial para nosotros.
En algún día de mayo mi hermana cumplió años y Alfonso la llevó a unas vacaciones en un hotel cinco estrellas.
Esto se dio por mi prometido, quien habló con el nuevo líder para que le diera vacaciones a Spring.
Mientras ellos estaban en el hotel, nos hicieron una llamada para contarnos un poco sobre cómo estaban.
—Amo trabajar en tu empresa, siempre estoy adelantando trámites —le había dicho René.
—Pienso lo mismo —concordó Alfonso—. François es un excelente jefe y agradezco que lo sea.
—¿Te gustó el regalo que te di, hermana?
—Amo la pulsera.
—Tengo memoria. Sé que era esa la que querías a los seis años y mamá y papá no te la compraron.
—Tantos años, Angelica.
—Y no se me pasa nada tuyo.
Hasta ese día todo iba bien.
Tres noches pasaron para que una mañana comenzara con un nuevo descubrimiento.
René se levantó dando maldiciones porque los lentes que tenía (contacto y con armazón) dejaron de servir.
Con intención de ayudarlo dije: —Vamos.
—No, debes quedarte. Los bebés.
—Estarán bien. Es momento de priorizarte.
Me desconecté de la máquina.
Nos vestimos, desayunamos y salimos.
—Tu tanque.
—Cierto.
Entré por mi compañero de viaje.
Esperamos para ir con el oftalmólogo.
Al llegar a la clínica, René estaba nervioso.
Él no quería que su vista empeorara.
«Debes ser cuidadosa y decirle que eso sucederá debido al avance de su edad», analicé.
«Él necesita estar más consciente de que la noticia será negativa porque es una realidad».
Me callé.
Él me miró, preguntándome de mi pensamiento.
Solté la verdad.
El señor de ojos verdosos y cansados no estaba a gusto con mi respuesta.
No esperamos tanto para ser atendidos.
Entramos al consultorio.
Le hicieron el examen de la vista.
El doctor estaba compenetrado con su papel.
Al concluir dijo: —Bueno, señor Cárdenas. Su vista ya no es la misma. La edad avanzada cobra territorio.
—¿Eso qué significa? —pregunté.
—Que necesita usar lentes progresivos desde el momento en que reciba el armazón montado.
—Gracias.
Buscamos el armazón perfecto.
Nos acercamos a caja.
—¿Cuánto cuestan estos?
La cajera nos prestó atención.
—Mil doscientos cuarenta-seis, si es con el aumento y en estos lentes.
—¿No hay alguno que esté en descuento?
Ella me lo negó.
René pagó en efectivo.
Él estaba haciendo un enorme sacrificio.
Caminamos a la parada.
«Mierda», masculló de camino a casa.
Él estaba desorientado.
—¿Qué te pasa?
—No veo nada, Angelica.
—¿Quieres que pida un taxi?
—No, dejémoslo con cercanos.
—¿Ah?
—Llama Virginia para que nos recoja.
«Virginia... ¿por qué ella?», me cuestioné.
Me acaté a su pedido.
Fuimos pacientes.
Ella llegó, salió del auto y levantó a René.
Las dos lo metimos en el automóvil.
Me quedé en el asiento trasero, detrás de mi hombre.
Ellos comenzaron una conversación.
Al inicio era normal, preguntándole por qué la había llamado con urgencia. Luego, me sentí mal.
Él habló acerca de que el perfume que usaba le recordaba los momentos felices que pasaron, entre ellos el día de la propuesta matrimonial.
—¿Lo recordaste?
Asintió René con la cabeza.
—Lo que uno hace por amor a alguien.
Se veían tan felices que pensé que el señor Cárdenas merecía estar con alguien más.
No lo merecía por completo.
Virginia no dijo nada.
Fue el momento en que más incómoda me sentí.
Descendí del auto con prisa.
Entré a la casa.
—Adiós, Virgie —René lo soltó con una sonrisa.
—Hasta pronto —dijo ella con dulzura.
Esa conversación me destruyó.
Me fui a llorar en la habitación.
—¿Angelica?
La tristeza me invadió.
Entonces, escuché la voz de mi hermana.
Ella estaba aquí.
—Hermana mía, ¿qué sucede?
René dijo que no sabía.
Ellos discutieron a lo lejos.
Su charla me dio igual, pero entendía algunas cosas.
—¿Dónde estabas? —me preguntó Spring.
—Fui a consultar. La visión me falla.
Ella preguntó si él tenía lentillas puestas.
Él dijo que no.
—¿Qué le pasa a Angelica?
—No sé. Entró a casa y se encerró en el cuarto.
—¿No se suponía que estabas de viaje?
—A Alfonso le detectaron piedras en los riñones.
Me levanté con torpeza.
Aproximé mi oído a la puerta.
—Nos cuidamos mucho —cuestionó Spring—, y no entiendo cómo pasó.
Ella se acomodó en la sala.
René venía hasta la habitación.
Me cambié para conectarme a la torpe máquina.
A mi pareja le costó llegar a la puerta.
—Estoy quedando ciego.
Lo sabía, pero no quería hablar.
Lo guie a la cama para que reposara a mi lado.
—¿Qué pasó?
—¿Todavía sientes amor por Virginia?
Él se silenció.
—¿Por qué lo preguntas? Sabes que no.
—Me pareció que sí. En el auto actuaron demasiado cariñosos que me cuestioné si era correcto que estuvieras conmigo y no con alguien más.
—Angelica.
—Preguntaste qué me sucedía. Ahora sabes.
Cambió de conversación.
—¿Tu parto será natural?
—Espero que sí.
—¿Vas a celebrar el Día de las Madres?
—Sí... Pero no invites a nadie.
El tiempo corrió otra vez.
La situación de Alfonso se complicaba porque él no quería hacerse la operación.
—Se está muriendo y no cede —replicó Ciro Jenkins en una llamada con René.
Mi futuro esposo se comprometió a hablar con el hermano de su mejor amigo.
No volvimos a saber de él después de ello.
Me sentía mal emocionalmente.
Virginia y René se encontraban por azares del destino sin pensar más allá.
Sabía que no pasaría nada, pero mi mente me decía que era posible que me traicionaran.
Me hería por mi pensamiento.
Salieron juntos un par de veces sin pretensiones.
Poco a poco los celos fueron dominándome.
—Debes alejarte de ella.
—¿Por qué?
—Porque me hieres al seguir siendo cercano a ella.
Él aseguró que exageraba.
Nos peleamos.
Salió del cuarto.
Nuestra relación estaba fracturada.
Nos remontamos a la fecha actual.
René me dejó sola en casa.
Él recibió una llamada de su madre.
Tuvo que ir a visitarla.
Antes de salir lo vi preocupado.
—Cualquier cosa te aviso. Nos vemos.
—Adiós... Cómprame algo de regreso.
El dolor era horrible.
Mi cabeza no dejaba de dar vueltas.
No llamé a nadie para que me escuchara.
Spring me visitó de improviso.
—¿Por qué tan triste?
La miré con cansancio.
—Siento que sigue habiendo chispa entre René y Virginia... Hoy fue a ver a su madre y sé que su exesposa estará allí con él.
—René te ama, Angelica. Confía.
Ella no los había visto, ellos parecían los jóvenes enamorados que eran a los veinte.
—¿Crees que él sea capaz de hacerte daño?
—Sí. Es capaz de herirme porque le di mi corazón.
Ella me abrazó.
—Angelica, solo esperamos a la ginecóloga y saldremos a dar un paseo. Necesitas despejar tu mente.
—Está bien. Tal vez tengas razón.
—Sí, hermanita. No quiero verte decaer.
Así lo hicimos.
Esperamos la consulta.
Me revisaron, dijeron que todo bien y nos escapamos de la casa para ir a la plaza.
Ella me llevó allí para hacer compras.
Mientras caminábamos sentía que mi mente estaba combatiendo con ella misma.
El dolor se aminoraba.
—Mira, una tienda de dulces.
Nos dirigimos hasta ella.
Entramos.
Me sentí como una pequeña.
Regresamos a ser las dos niñas que alguna vez se perdieron en la plaza por estar viendo caramelos.
Varios recuerdos regresaron.
¿Cuánto perdí por estar pensando en la muerte?
Muchos de los maravillosos recuerdos estaban bloqueados con malas pasadas.
—¿Cómo te sientes?
—Me siento como una Princesa.
Ella me abrazó por corto tiempo.
—Sigamos.
Recorrimos el lugar.
El sonido de la gente me agobió .
—Quiero ir a otra parte.
—¿A dónde? No vamos a casa.
—No, no. Quiero salir del local. Hay demasiadas personas que activan mi agorafobia.
Ella entendió.
Fuimos a un sitio menos concurrido.
La tienda en la que estábamos me hizo recordar que la había visitado con René.
—A veces creo que no me valoro lo suficiente.
—¿Por qué lo dices?
—Porque dudo que esté bien que él esté conmigo.
—Él te eligió por una razón, Angelica.
Tenía razón, sin embargo, las dudas estaban.
—¿Quieres ir por una crepa?
—Me encantaría, Spring.
Fuimos por dos postres.
—¿Te acuerdas cuando estábamos en los propedéuticos para entrar a la carrera?
—Cómo olvidarlo, teníamos tiempo para salir a deleitarnos con comida chatarra.
—¿Recuerdas que una vez dije que me iba bien en las pruebas diagnóstico?
—Lo recuerdo.
Ella dejó de comer.
—Mentí. Reprobé todas e incluso mis maestros me dijeron que no había esperanza de que entrara a la licenciatura que quería.
—¿Por qué no dijiste nada?
—Me importaba verte feliz... Las cosas que uno hace por amor al prójimo.
Nunca supe cómo es que sobrellevó la situación y se mantuvo tranquila en el proceso.
Indagué para saber si alguien lo sabía.
Ella confesó que solo su mejor amiga.
Anaís la ayudó a superarlo.
—Es una grandiosa persona.
—Al igual que René.
Sonreí para darle la razón.
—Es un hombre maravilloso.
—No cabe duda de que se aman demasiado.
Continué comiendo.
Él me amaba.
Yo lo amaba.
—Debo disculparme.
Ella me detuvo.
—Él nunca estuvo molesto contigo.
—Aun así, quiero disculparme.
Ella me comentó que no debía.
Accedí.
—¿A dónde iremos ahora?
Sugirió que fuésemos al cine.
—Es momento de que sigamos cultivando recuerdos juntas, ave pelirroja.
—No imites a mis amigos.
—Soy tu amiga. Además, yo inventé eso.
Caminamos de un lado a otro.
Mi mente no me detuvo.
Gané mi lucha interna.
Entramos al establecimiento.
Nos negaron el acceso.
Regresamos a casa.
Al llegar a la puerta vimos que René volvió.
Él estaba triste.
¿Qué pudo haber pasado para que estuviera así?
Mi hermana nos dejó.
Nos relajamos antes de conversar.
—Me odio.
—¿Cuál es el motivo?
—Aun la amo, Angelica.
Nos acomodé en el sofá.
—No te preocupes.
Acaricié su cabello.
Él lloró.
Por primera vez escuché su llanto de coraje.
—Te amo —murmuró.
—También te amo.
Besé su frente.
Nos movimos a la habitación.
—Lamento lo que sucedió hacía días.
—No fue tu culpa.
—No te apoyé cuando me necesitabas. Dejé que tu mente te venciera.
Nos disculpamos.
Pidió comida.
Nos bañamos.
Me mensajeé con mi hermana para agradecer el dulce gesto que tuvo conmigo.
—¿Qué tal me veo?
—Decente. Cenemos y luego el posible arresto.
Comimos.
Estábamos tranquilos.
Lavamos.
Nos metimos a la habitación.
—Dios Santo, no puede ser.
—¿Qué?
—Estás arrestado.
—Ah, bueno. Ven aquí.
Reí mientras me negaba.
Hicimos una pequeña persecución.
Nos acomodamos en la cama.
—Te amo.
—Yo te amo más.
Estábamos analizando la situación porque su exesposa nos estaba confundiendo.
—Podemos concluir que debemos prestarle poca atención a su comportamiento.
Él no estaba seguro de qué pasaba.
—Eres muy hermosa.
—¿Crees que te ame? —me preguntó.
—No lo creo. Puede que solo intente confundirme para seguir haciéndome infeliz porque sabe que una parte de mí todavía la ama.
Estábamos en nuestro momento.
No nos importó nada.
...Ciro entró a la habitación.
—¿Qué haces aquí?
René estaba molesto.
—Sería mejor que avisaras. Esta vez no estábamos más que hablando, pero la próxima no sabemos.
Ciro se disculpó y dijo que vino para decirnos que en dos días le sacarían el riñón a Alfonso, así como afirmar que faltaba donador.
—Pero, son familia. ¿Por qué no puedes donar?
—Me hice las pruebas y no soy compatible, tampoco Spring ni ninguno de mis padres.
Se sentó en la silla del cuarto
—Mira, me haré las pruebas mañana.
Ciro se fue.
—¿Estás seguro?
No lo estaba, pero no quería preocupar a su amigo.
Por su bienestar inmunológico, físico y psicológico, no debería estar estresada, lo estaba por tantas razones.
Recordé que Ramón estaba detrás de nosotros así que podría atacar en cualquier momento.
Él estaba mal.
Hoy se hizo evidente.
Debíamos atendernos lo antes posible.
No era bueno que siguiéremos acumulando emociones negativas en nuestros cuerpos y mentes.
Mañana deberíamos planificar algo para ayudarnos.
Por el bien de la comunidad y de nuestros bebés debíamos estar sanos y fuertes.
Tras la conversación sobre Alfonso tocamos el tema del exempleado resentido. Acordamos que debíamos buscar apoyo en nuestros conocidos.
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