Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

043


Con dedos temblorosos pulsé el vídeo para reproducirlo. Él caminó hasta ella con una sonrisa ladina que no podía ver por la venda de sus ojos, luego se acercó a su oído para susurrarle algo y volvió a alejarse para quitarse la camiseta. Sabía lo que iba a pasar después, pero aún así, con las lágrimas nublando mi visión, seguí viéndolo.

Cuando dejó la camiseta en el suelo y acercó la cara a sus labios no pude soportarlo más y apagué la pantalla antes de romper a llorar. Llevé una mano a mi boca en el intento de aminorar mis sollozos a la vez que con la otra me sujetaba el pecho, como si con eso el dolor que me cortaba la respiración fuera a irse.

En mi cabeza no dejaban de repetirse las imágenes de él estando a punto de besarla como si se tratara de un disco rallado. Hubo un punto en el que me empezó a fallar la respiración y tuve que tumbarme en la cama para relajarme un poco, pero no podía dejar de llorar ni siquiera por el dolor de cabeza que se me estaba formando.

Ahora entendía porque se iba temprano por la mañana y regresaba a altas horas de la noche. Él estaba todo el día con ella, dándole un amor que se supone me pertenecía a mí, pero yo solo recibía las sobras como el segundo plato que era. Con eso en la cabeza doblé mis rodillas y me acurruqué en la curvatura que habían dejado hasta quedarme dormida una vez más.

Me extrañó que para cuando me despertase todavía siguiera siendo de día. Al mirar la hora en el reloj que había colgando en la pared este marcaba las diez de la mañana, lo que quiere decir que había dormido hasta el día siguiente. Él no estaba, y por lo bien acomodado que estaba el otro lado de la cama dudaba mucho que hubiera pasado la noche aquí.

Intenté levantarme para hacer algo pero esa pesadez en el pecho lo evitó haciendo que volviera a acurrucarme en la cama. Ya ni siquiera sentía rabia, había sido sustituída por una tristeza profunda, una que te sumergía en un abismo oscuro y sin salida.

No sé cuántos minutos más pasaron hasta que la puerta se abrió, y a pesar de estar de espaldas supe que era él.

—Has dormido mucho. —señaló al estar frente a mí.

Cerré los ojos al tenerlo cerca, no quería verlo.

—¿Te encuentras mal? —mis labios temblaron reteniendo el llanto al sentir sus dedos en mi frente. —Lena.

Él se agachó estando ahora cara a cara conmigo.

—Dime qué te pasa. ¿Estás enferma?¿Te duele algo? —su voz era bastante suave y cautelosa mientras sus dedos fueron a mi mejilla dando lentas caricias.

Mis músculos adormecidos no me dejaban responder y el dolor de cabeza apenas me dejaba respirar con normalidad. Además de eso mi mente estaba ida, como si yo realmente no estuviera aquí con él y estuviera en otro lado.

Él terminó por alejarse al recibir una llamada.

Antes de irse dejó un casto beso en mi frente y yo me quedé un rato más tumbada en la cama, queriendo dormir otra vez para desaparecer aunque sea unos minutos y dejar de pensar.

Nunca ocurrió y el cosquilleo que se había quedado en mi frente me revolvía el estómago. Al principio pensé que no era nada hasta que me dió una fuerte arcada que me hizo ir al baño con urgencia. No comí nada desde ayer en el almuerzo así que no eché nada de comida en el váter, solo un líquido amarillento.

Al levantar la cabeza una idea se implantó en mi cabeza. No era la mejor de todas pero si me ayudaría a dormir un rato.

Rebusqué en los armarios colgantes de la pared hasta encontrar un bote de pastillas. No me molesté en ver qué tipo de medicación era o qué consecuencias tenía si la tomabas en exceso, simplemente cogí un par de puñados y me las tragué con ayuda del agua del grifo.

Después fui a la bañera y me metí sin quitarme la ropa, llené la tina de agua caliente hasta que el agua estuviera casi desbordando y me sumergí en el agua.


—¿Vamos? —habló Denis levantándose del sillón.

—Id yendo vosotros, estaré allí en una hora. —respondí antes de marcar el teléfono del médico de confianza.

Ella no estaba bien cuando la dejé y no era capaz de irme sin averiguar qué le sucedía primero y hacer que volviera a la normalidad.

Una en la que se encargaba de aniquilarme con sus dos diamantes verdes las muy pocas veces que conseguíamos encontrarnos durante el día, pero podría aguantar todo su enfado las pocas horas que quedaban hasta poder deshacerme de ellos dos de una vez por todas. Tenía la esperanza de que después de eso ella terminara de aplacar su cabreo conmigo.

Al finalizar la llamada subí al dormitorio subiendo las escaleras de dos en dos.

—¿Lyubov'? —solté al aire cuando no la encontré por ninguna parte.

La puerta del baño estaba abierta pero ningún sonido salía de él. A cada paso que daba mi corazón latía un poco más rápido y el estómago se me enredaba cada vez más.

—¿Lena? —susurré con el alma casi en el suelo al verla sumergida en la bañera.

Luego corrí hacia ella con pasos torpes y la saqué de la tina. Ella seguía sin reaccionar, ni siquiera abría los ojos y eso me asustó hasta la médula. Su pulso, que era uno no muy constante, fue lo que me mantuvo con la suficiente cordura.

—Abre los ojos —supliqué con un ardor incómodo en mis párpados mientras la llevaba de vuelta a la habitación.

Después la dejé en la cama y me senté a su lado haciendo de todo para que ella volviera de vuelta.

—¡Blyat'! —grité al aire llevando mis manos a la cabeza.

Con mis ojos desbordando desespero fuí una vez más al baño en busca del botiquín. Fijando mi vista nublada por el agua salada en el bote de pastillas desperdigado por el lavabo todo cobró sentido.

Al escuchar los toques en la puerta me apresuré en ir a abrirla. Del otro lado estaba el médico que no tardé en hacer entrar cogiéndolo del brazo.

No le hizo falta recibir una sola orden para empezar a revisar a Lena que seguía inconsciente sobre la cama y con la ropa aún húmeda a pesar de mis intentos por secarla.

—Ella ingirió un bote de pastillas, no sé cuántas. —murmuré en un hilo de voz sin dejar de mirarla un segundo.

—Entonces tendremos que hacerle un lavado de estómago urgente. —asentí escuchando las palabras lejanas del doctor.

Mi cabeza todavía seguía dándole vueltas al porqué había hecho eso y lo que hubiera pasado si no hubiera hecho esa llamada. De tan solo pensarlo mi corazón paraba por un momento y empezaba a latir despavorido dándome una punzada de dolor al pecho.

La llevé a la primera planta subterránea, donde teníamos una camilla y algunos materiales hospitalarios ya esterilizados, listos para usar.

Mientras el médico fijaba las sondas en su nariz yo sostenía su mano, dando suaves caricias a su palma queriendo transmitirle todo mi apoyo aunque ella aún siguiera dormida y no pudiera sentir nada.

—Estará bien. Ahora solo hay que esperar a que despierte. —habló el hombre quitando las sondas bajo su atenta mirada.

—¿Despertará pronto?

—Debería. Por suerte esta vez pude llegar a tiempo y no ha sido muy grave, pero la próxima vez ten más cuidado con ella. —sus palabras calaron en mis huesos haciendo que mi estómago se removiera con un tirón desagradable.

Sólo la dejé por cinco minutos.


Despertarme y encontrarme con él fue un muy mal recordatorio de que ya no estaba durmiendo. Tristemente.

Cerré los ojos queriendo dormir otra vez, la nariz me dolía y sentía un ardor desagradable en el estómago, pero todo eso era apenas comparable con el dolor que no había dejado mi cuerpo ni siquiera estando dormida.

—¿No vas a hablar? —soltó de la nada en un deje irritado.

Parece que mi silencio lo enfadó aún más porque con sus dedos sujetó mi rostro asegurándose de que lo mirara a él y solo a él.

—¿En qué estabas pensando? —su forma de hablar, aunque en un tono bajo era agresiva.

Su aliento chocaba contra mis labios por su cercanía, y yo solo enmudecí.

—¿Crees que puedes decidir cuándo vivir y cuándo morir según te venga en gana? —sus ojos eran como dos dagas que iban directas a los míos, como si con eso fuera a hacerme hablar.

Sus dedos apretaron más la piel de mi cara y mis ojos se humedecieron por el cúmulo de sentimientos acumulados en mi garganta, pero eso no le hizo cambiar su expresión furiosa conmigo.

No tenía derecho a estarlo. Mucho menos a reclamarme nada.

—Pues estás jodidamente equivocada Lena, aquí quien decide lo que haces o dejas de hacer soy yo, al igual que decide cuando te mueres. Tu vida me pertenece a mi, y si veo o llega a mis oídos que vuelves a intentar algo así otra vez seré yo el que te mate, y créeme que sufrirás mucho. —susurró con la rabia siendo cada vez más perceptible en sus ojos.

Sus últimas palabras me congelaron el cuerpo.

—¿Te queda claro?

—S-si. —respondí en apenas un susurro.

—Si, ¿Qué?

—Me queda claro.

No fue hasta que quedó satisfecho con mi respuesta cuando se alejó a la puerta conmigo en brazos.

Él aún estaba muy molesto, tanto que ni se atrevió a mirarme en todo el camino a su dormitorio.

Me dejó encima de la cama, comencé a negar con desespero al ver las mismas cadenas de antes, sin embargo, antes de poder moverme me había atrapado sujetando mi cuerpo con firmeza. Había sido lenta y supuse que fue por lo que sea que me hubieran dado antes.

—No me gusta estar atada.

—Lo estarás mientras yo no esté en la casa. No pienso tomar más riesgos contigo. —respondió tosco levantándose.

—Prometo que no haré nada.

Eso tampoco pareció convencerlo y yo me replanteé si lo hacía con el propósito de seguir con sus estúpidos juegos perversos o si de verdad le importaba tanto como para no querer dejarme marchar. Ni siquiera porque estaba a punto de casarse con otra.

Esa acidez volvió a formarse en la boca de mi estómago, pero esta vez dejé que un poco de ella saliera por mis labios.

—Espero que a tu futura esposa no le importen tus estúpidos juegos una vez estéis casados.

—No estoy jugando contigo. —habló a antes de besarlos castamente.

Contuve la respiración para no perderme más en su aroma y exhalé aliviada cuando por fin caminó hasta la puerta con pasos desentendidos.

Al final había hecho bien en atarme porque tenía muchas ganas de golpearle las pelotas tan fuerte que nunca fuera capaz de tener hijos

—Y aquí la poligamia es ilegal, así que más te vale que cierres la boca y dejes de hablar mierda de una vez. —soltó al aire antes de cruzar la puerta con ese tono irritado nuevamente.

¿Desde cuándo le importaba si algo era ilegal o no? Uno de los mayores, sino el mayor, delincuente de toda América me estaba recordando lo qué era legal y lo que no. Pensar en eso me hizo reír tanto que el estómago me empezó a doler. Tal vez estaba empezando a perder la cordura.


No medí la fuerza al cerrar la puerta del coche. Luego solté una maldición al ver la misma puerta ladeada por el impacto y fuí hasta la entrada del lugar en ruinas, donde me esperaba Denis con una sonrisa de oreja a oreja. Comenzaba a sospechar que le encantaba verme cabreado. Cada vez que lo estaba su humor mejoraba considerablemente.

En otro momento tal vez le hubiera quitado esa estúpida sonrisa, pero ahora mi cabeza estaba en ella como no lo había estado nunca antes. A cada segundo mi corazón se apretaba más, acentuando el dolor de mi pecho y costillas.

Jamás le pondría un dedo encima para herirla sin que su placer estuviera de por medio. Todo lo que le dije había sido una simple amenaza vacía, así que si volvía a repetir lo de unas horas antes no me quedaba otra opción que volver a rezarle a todos los demonios para que no me la arrebatasen. Era dueña no solo de su vida, pero de la mía también, y eso hacía que el pánico de no saber lo que me encontraría al volver apretara mi garganta.

¿Por qué lo había hecho?¿Era porque se sentía sola? Puede que pensara que no pasaba suficiente tiempo a su lado y eso hubiera implantado pensamientos estúpidos en su cabeza. No tenía una jodida idea, pero de lo que si estaba seguro es que no era por lo de mi boda con Bianca.

Se lo había dejado bastante claro y ni siquiera Sergey se creyó esa farsa cuando se lo conté teniendo poco tiempo trabajando para mi. Todavía no había tocado demasiado el tema por el bien de ambos. Si le revelaba lo que estaba sucediendo no tardaría en querer actuar en contra de Bianca, echando por la borda todo lo que había conseguido y arriesgando su propia cabeza.

Tenía suficiente con mi padre encima de nosotros como para también controlar la rabia desmesurada que desataría contra la italiana si se llega a enterar antes de que Bianca deje de respirar.

Solo estaba siendo una niña malcriada que le encantaba jugar con mi paciencia recordándome el tema cada vez que podía aún sabiendo que era mentira como excusa por haberla alejado de su familia a la fuerza y por estarle ocultando información. Odiaba terriblemente cuando le ocultaba cosas. El primer berrinche que me hizo unos años atrás en nuestra casa de Toronto fue más que suficiente para confirmarlo, aunque a mí tampoco me gustaba esconderle información.

Haciendo su rabia a un lado supuse que su tristeza se debía a la preocupación por su familia y eso era lo que más me estaba carcomiendo por dentro porque no podía hacer nada. Su seguridad iba por encima de cualquier deseo que ella tuviera y por encima de cualquier miembro de su familia. Por eso estos tres días me centré más en el entrenamiento de mis soldados y acabar con mi padre de una jodida vez. Esa rata seguía sin dar señales de vida.

Tampoco soportaba respirar en el mismo lugar que ella sabiendo que sus bonitas lágrimas eran causadas por mi. Solo por la noche se hacía más soportable y aprovechaba para verla dormir.

—¿Hasta qué hora sigo esperando a la princesa? El hombre se nos va a morir del aburrimiento, y yo con él. —replicó Denis moviendo una ceja.

En ningún momento pensé en acelerar mis pasos, aunque era el primero en querer acabar con todo eso para poder volver a su lado y volver a enterrarme en ella de una jodida vez.

Estaba harto de tener que aguantar la abstinencia que yo mismo me había impuesto al hacerme dos orificios más en el glande, esa era una de las formas que tenía para evadirme del dolor y el estrés. Me relajaban las punzadas de dolor que se hacían presentes a cada paso que daba.

—Por fin. —murmuró cuando estuve a su lado.

Luego atravesamos una puerta metálica que nos separaba de donde estaba Francesco. En cuanto nuestras miradas se encontraron sonreí complacido disfrutando de su rencor.

Sabía lo que estaba pensando. Que era un traidor de mierda. Poco me importaba. Su familia entera pagaría por lo que había hecho su hija. No era ningún estúpido, pero parece que a su querida Bianca se le había olvidado ese pequeño detalle.

Apoyé la espalda en una de las columnas viendo con hastío las lágrimas de desesperación cayendo por su rostro mientras mis hombres tenían sujetada su cabeza para que no pudiera apartar la vista de la pantalla del móvil.

Toda esa mierda de las torturas psicológicas me parecían un aburrimiento.

—Me largo. —murmuré un par de minutos después.

—¿Ya? Te pierdes lo mejor. —respondió Denis con una sonrisa divertida.

—Traedme el cuerpo cuando terminéis, lo quiero intacto. —respondí moviendo mi piercing, pensando en si quedaba suficiente espacio en la bodega para poner a otro más.

—A sus órdenes, mi lord.

—Deja de llamarme así. —protesté con el ceño fruncido antes de cruzar la puerta metálica.


Abrí los ojos al escuchar la puerta abrirse de par en par. Tenía algo de sueño, pero al verlo quitarse la camiseta se esfumó por donde había venido.

—Me duelen los brazos.

—Lo sé. Lo siento. —habló en un bajo murmullo.

La rabia que sentía antes se había transformado en una tristeza que no sé si fingía o realmente sentía.

De cualquier forma decidí creer lo primero por el bien de la estabilidad de mi mente.

Luego se acercó y me liberó de las cadenas, teniendo cuidado de no tocar mis muñecas. No estaban muy adoloridas, solo tenía una leve rojez.

Por sus ojos volvió a cruzar esa pesadumbre de antes al fijarse en ellas, pero no dijo nada y yo tampoco. A decir verdad no tenía ánimos ni de mantener los ojos abiertos.

—¿Te quieres duchar? —preguntó fijando su vista en algún punto de la cama.

—No. —respondí de vuelta sin molestarme en mirarlo a los ojos.

—¿Estás segura? —preguntó inclinando sus labios en una sonrisa ladina.

Solté una exhalación cuando acercó sus manos a mis bragas y tiró de ellas con tanta rapidez que no me dió tiempo a evitar que acabarán en sus manos.

—Yo creo que sí. —respondió con una sonrisa ladina.

Mis mejillas finalmente ardieron de vergüenza por haberle hecho saber de una manera o de otra lo que su ausencia había ocasionado en mi interior al haber puesto recuerdos y pensamientos indecentes en mi cabeza.

En ese momento odié ver su sonrisa, así que pensé en cualquier cosa que decirle que la arruinara.

—Tal vez haya estado pensando en otro mientras tú no estabas.

Por dentro tenía una gran sonrisa al ver cómo su cara palidecía ligeramente y luego se deformaba por la ira.

Bingo. Me encargaría de destrozar su orgullo y ponerlo celoso hasta que todo de él ardiera. De todas formas a estas alturas no tenía mucho que perder.

—Repite eso que has dicho. —demandó entre dientes con una mirada furiosa.

Después juntó nuestras bocas sin darme pie a formar alguna respuesta.

Mis labios se movieron al compás de los suyos y mis dientes mordieron sin piedad cada trozo de piel que se me ponía por delante hasta hacerlo sangrar mientras tiraba de su larga cabellera como una manera de transmitirle parte de mi ira.

Ira por permitir que me besara, pero sobre todo ira porque en lo más profundo de mi ser seguía necesitando de sus besos para poder respirar con normalidad.

Dejé que deslizara sus manos por mis piernas hasta llegar a tocar la humedad palpable de mis pliegues con sus dedos poco antes de introducirlos y arrancarme un gemido sonoro que se ocultó en su boca.

—Si veo que hablas o miras a otro con esas intenciones, lo mataré y usaré su sangre como lubricante para destrozarte. —murmuró contra mis labios en una voz ronca sin dejar de entrar y salir de mi cuerpo con sus dedos mientras que con su otra mano se encargaba de sujetar mi mejilla para que no pudiera quitarle la mirada de encima.

Sus dientes se adhirieron a la piel ahora sensible de mis labios hasta hacerlos sangrar mientras movía sus dedos cada vez más rápido.

Nuestras sangres entremezcladas y su mano deslizándose hasta llegar a mi cuello y apretarlo hacían que mi cuerpo vibraba a niveles que desconocía.

No sé cuántas veces me corrí en sus dedos y en el piercing de su lengua, lo que sí sé es que para cuando terminamos me sentía tan exhausta que me era casi imposible mantener los ojos abiertos.

Aún así hice un esfuerzo por mantenerme despierta al sentir el agua caliente arropar mi cuerpo en la bañera gigante que había en mitad del baño antes de que él empezara a restregar mi cuerpo con una esponja.

Cuando sus manos fueron a mi cráneo masajeando mi cuero cabelludo fue cuestión de pocos minutos para que cayera en un sueño profundo.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro