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028


Buenas, buenas 💕 Si habéis llegado hasta aquí muchísimas gracias 🫶.

Este capítulo contiene contenido subido de tono y es más larguito de lo usual, si queréis os lo podéis saltar sin ningún problema.

Besitosss 🩷



—Vamos a entrar a esa de ahí.

Miro disconforme la tienda de lencería a la que quiere entrar.

—Yo ya tengo muchas de esas. Te espero aquí. —respondo mirando una de las bragas que tenía puesto un maniquí. ¿Eso qué veo es un agujero en medio?

Su brazo me obliga a cruzar el gran portón de la tienda.

—Se supone que estamos buscando ropa para ti, no para mí. —replico con una mueca, ella me da una mirada sonriente.

—Yo nunca dije eso, además, tu también necesitas verte bien hoy.

Rebusca entre unos sujetadores de encaje hasta coger uno negro entre sus manos.

—¿Te gusta este?

—No está mal. —vuelve a meter su mano entre las prendas rebuscando.

—¿Qué tal este?

—Mucho mejor, pero es demasiado revelador, ¿No crees? —ella sonríe.

—Yo no veo el problema.

Finalmente opto por quedármelo, tal vez algún día de estos me decida a usarlo.

—Iría como anillo al dedo con esto de aquí. —habla mostrándome una especie de tanga junto a un liguero.

Lo atrapo entre mis manos observando los agujeros que tiene el conjunto con desconcierto.

Estar desnuda y llevar eso es prácticamente lo mismo a mis ojos. Sin embargo, al estar a punto de decir algo Grace me lo arrebata de las manos.

—En cuanto te vea con esto no va a dudar en querer arrancártelo. —expresa con una voz cantarina yendo hacia la caja para pagar.

—¿Qué? Grace, no. Además no vamos a hacer nada, solo saldremos a algún lugar y ya está. —hablo siguiendo sus pasos.

—Nunca sabes cuándo se van a presentar esas oportunidades en la vida. Es mejor prevenir. No desperdicies más limones. —dice lo último levantando su dedo y uniendo sus rubias cejas.

Sacudo la cabeza y me muerdo el labio inferior dudando en si es una buena idea comprarlo. No soy una persona muy atrevida con este tipo de vestimentas, pero supongo que siempre hay una primera vez.

—Está bien. —me da otra mirada risueña.

Salimos de la tienda y nos dirigimos a otra bastante común, ambas ojeamos algunas prendas hasta que encontramos algunas que nos llaman la atención lo suficiente como para entrar a los probadores.

Intento ser lo más rápida posible probándome la ropa, miro con una sonrisa de autosuficiencia al ver cómo me queda el vestido negro y ceñido que he escogido. Después bajo la mirada encontrándome con un trozo de papel blanco en el suelo. Me agacho a cogerlo y enseguida me siento palidecer al leer lo que pone.

Si no eres mía no serás de nadie más. E.

Con el corazón acelerado aparto las cortinas buscando con la mirada a la posible persona que me hubiera dejado la nota, pero no encuentro a nadie.

—Ese vestido te queda estupendo.

Giro la cabeza bruscamente hacia la voz de Grace.

Rápidamente aparto la nota de su visión y trato de esbozar una sonrisa sintiendo mis músculos tensarse ligeramente.

—Creo que me lo llevaré. —respondo recogiendo las cosas del probador.

—Buena elección.

Intento distraerme mirando a los diferentes escaparates, pero mi cabeza no para de recrear una y otra vez la situación de antes.

Cuando regreso a la casa lo primero que hago es meterme a la ducha. Después voy a la cama donde tengo colocadas las prendas que me pondré. Me dejo el pelo suelto y me aseguro de ponerme perfume en cada parte de mi cuerpo.

Las horas pasan más rápido de lo previsto hasta que veo una camioneta que no es de las nuestras estacionarse al otro lado de la casa.

Bajo las escaleras casi corriendo, siendo lo más sigilosa posible. Una vez fuera le envío un mensaje a mis padres para advertirles de que estaré fuera. De esa manera me ahorro sus interrogatorios.

Frunzo el ceño al encontrarme a Sergey mirarme con desagrado apoyado en la puerta del coche.

—Hola. —saludo con una corta sonrisa.

Él solo me ignora ampliamente antes de abrir la puerta adentrándose en el auto.

—¿Siempre eres así de maleducado? —le digo abriendo la puerta y sentándome a su lado.

—¿Y tu siempre eres así de molesta?

—Yo solo te he saludado.

—Y yo solo te he ignorado. —aprieto los labios ante su tono irónico.

Dejando la conversación llegar a su fin desvío mi mirada a través de la ventana deleitándome con el paisaje natural.

—¿Puedo poner música? —pregunto cuando estamos unos metros lejos de mi casa.

Me incomoda el silencio que se ha formado entre nosotros dos.

Es tenso. De esos que ponen en las películas de terror cuando alguien está a punto de ser asesinado.

—No. —responde tajante sin siquiera darme una mirada.

—¿Por qué no? —insisto haciendo que suelte un bufido molesto.

—Porque no. —arrugo los labios en un mohín.

—Eso ni siquiera es una razón.

—¿Nunca te callas? —suelta mirándome de reojo.

—¿Y tú nunca eres un poquito más agradable?

—Contigo no. —levanto las cejas en una expresión incrédula.

—¿Qué se supone qué te he hecho para que te caiga tan mal?

—¿Te recuerdo lo tuyo y lo de tus amiguitos? —masculla entre dientes.

—Ya nos hemos disculpado... —musito con mis mejillas tiñéndose de rojo ante el recuerdo. —Además, si nos vamos a seguir viendo creo que estaría bien que tomáramos una tregua...

—No. —responde sin darme pie a terminar, y yo guardo silencio dando por finalizada nuestra conversación.

Es perder el tiempo y saliva.

Después de lo que parece una eternidad detiene el coche en un lugar lleno de árboles y césped.

—¿Dónde estamos? —pregunto al verlo bajar del auto. —Oye, te he hecho una pregunta. —reclamo bajándome del auto con rapidez cuando él comienza a caminar hacia algún lugar.

—Solo camina y cállate, ¿Quieres? Ya te he escuchado lo suficiente.

—¿Adónde me llevas?¿Vas a matarme y enterrarme aquí? —hablo con sorna tratando de seguir sus pasos.

—No tengo esa suerte. —responde sin un ápice de burla haciendo que me detenga abruptamente.

Yo solo bromeo, pero, ¿Él realmente no quería deshacerse de mí, cierto?

Con esas dudas reanudo mis pasos, esta vez a una distancia más prudencial. En pocos minutos me encuentro un helicóptero estacionado en una base, cuando mis ojos chocan con los suyos no pude evitar esbozar una sonrisa.

Apriso mis pasos hasta que estuvimos frente a frente y nos fundimos en un abrazo.

—Hola. —hablo con mis manos todavía en su cintura.

Él solo se inclina rozando nuestros labios hasta que me doy cuenta de que no estamos solos por una tos forzada. De reojo veo a Sergey darse media vuelta y marcharse por donde vino con una mueca en los labios.

Nuestros labios se funden en un apasionado beso, y al sentir su lengua introducirse en mi cavidad suelto un gemido ahogado mientras lo atraigo más hacia mi sosteniendo su cuello.

—¿Nos vamos ya o traigo un par de violinistas?

Con las mejillas ligeramente sonrojadas echo un rápido vistazo a mis espaldas encontrando el dueño de esa voz. Un chico de no más de treinta años, de cuerpo no muy atlético y con más pelo en la cara que en la cabeza.

Supongo que es el piloto.

—¿Adónde me llevas? —pregunto con mis manos aún en su cuello.

—Si te lo digo ya no sería una sorpresa.

Mis labios se estiran en una sonrisa que trato de ocultar mordiéndome el labio inferior. Sus ojos se oscurecen al desviar su mirada a esa parte.

Antes de dejarme en el suelo vuelve a besarme, haciendo que el hombre detrás nuestro resople con resignación y se meta al helicóptero.

Por dentro se ve lujoso y espacioso, los sillones son de cuero y la mesa en medio tiene unas decoraciones en oro. No puedo seguir observando más, pues sus brazos me sostienen y me colocan en sus piernas para abrocharnos el cinturón.

Ambos nos mantenemos en silencio durante todo el trayecto, los masajes que daba en la raíz de mi cabello y las vistas de la ciudad de Los Ángeles desde arriba no evitan que piense en aquella nota.

No sé qué hacer o a quién recurrir sin desatar un alo de tensión y preocupación. Y mucho menos quiero causarle problemas a él. No quiero ser una carga.

—¿Queda mucho? —pregunto con su mirada intensa fija en mis labios.

—No. —responde con una voz ronca acercando su rostro de forma casi inconsciente cuando es interrumpido por el piloto avisándonos de que estamos a punto de aterrizar.

Al bajar lo primero que me encuentro son unas vistas al mar. Al parecer hemos aterrizado sobre un edificio o una casa.

Después nos dirige hacia unas escaleras con enormes escalones hasta que llegamos a una sala bastante amplia y con unos grandes ventanales que reflejan las vistas a una playa.

Cuando estoy a punto de decir algo coge mi mano y me lleva fuera de la casa mientras yo observo con asombro las palmeras y otras vegetaciones que acompañan la arena y el agua cristalina del mar.

Todo está tan limpio que es como si nadie hubiera puesto un pie sobre la arena jamás. Me parece extraño que no haya nadie más aparte de nosotros dos pero es algo de lo que no me quejo. Para nada.

La suela de mis botas se hunde en la arena y la brisa del mar remueve mi pelo mientras vamos a una cama balinesa.  Sonrío al ver los pétalos rojos sobre el colchón y con cojines. En medio hay un bol de frutas junto a una botella de champán metida en una cubitera.

Me siento con cuidado de no poner mis botas sobre la cama al contrario de él que parece no importarle demasiado.

—Supongo que estamos un poco lejos de la ciudad. —hablo desviando mi atención del mar a sus ojos que no dejan de mirarme en ningún momento.

Él inclina la comisura de sus labios y pasa su brazo por encima de mis hombros haciendo que mi cabeza quede sobre su pecho.

—Estamos en una isla.

—¿Isla? —él asiente dejando su cabeza sobre la mía. —¿Dónde están los demás?

—Solo somos nosotros dos, lyubov'. Es privada. Nuestra. —explica con sencillez.

Mi nariz se arruga ante su declaración y mis órganos parecen darse la vuelta entre si.

—¿Nuestra...? —musito todavía navegando por sus palabras.

Estar a solas en una isla y sin saber con exactitud donde estoy es algo que me excita. Y mucho. No creo poder aguantar mucho más sin lanzarme sobre él.

—¿No te gusta? —sus ojos me miran inquietos.

—¡Si! Es precioso. Un poco exagerado tal vez. Que estemos aquí solos digo... En tu isla...

—Nuestra. —se apresura en corregir con el ceño fruncido. —Y no es exagerado. Quería toda tu atención. Es muy importante para mí. —admite comenzando a dar lentas caricias en mi mano.

—Ya la tienes, no hace falta que me traigas a una isla desierta. —respondo con una sonrisa socarrona.

Él niega despacio antes de sujetar mi cintura y dejarme sobre su regazo.

—Nunca es suficiente. —murmura entremezclando nuestra respiración al hablar. —Siempre quiero más de ti.

Termina por unir nuestras bocas en un beso desesperante y asfixiante.

Mis pulmones a duras penas pueden recuperarse cuando se aleja lo suficiente para dejarme respirar.

—Sé que suena ridículo, pero siento que te has metido en mis venas y no soy capaz de echarte. —sus manos tocan la piel desnuda de mi espalda baja, acariciando cada fibra de mi ser. —No creo poder vivir sin ti. Hacerlo sería como si me despojaran de cada gota de sangre que poseo.

—Te creo. —respondo tratando de ignorar los tirones en mi bajo vientre.

Porque aunque no lo admitiera y por más estúpido que fuese yo también me estoy empezando a sentir de esa forma.

Ambos volvemos a fundirnos en un beso que dura unos largos minutos, hasta que se nos empieza a ir de las manos y él se aleja con su corazón latiendo desenfrenado dentro de su pecho. Igual que el mío.

—Creo que deberíamos abrir esto antes de que se caliente. —murmura abriendo la botella con dedos torpes.

—Gracias. —musito cuando me sirve un poco del champán en una copa alargada con diamantes incrustados.

Vierte un poco en su copa, pero nunca llega a hacer nada más lejos que mojarse los labios.

El resto del tiempo estoy demasiado distraída en sus brazos probando algunas de las frutas, en su mayoría exóticas, y hablando de cualquier cosa mientras él presta especial atención a cualquier cosa de mis labios como para fijarme en los colores cálidos que ahora protagonizan el cielo.

La desilusión se apodera de mis entrañas y las frutas amenazan con darme una indigestión al decir lo siguiente.

—Tenemos que ir volviendo.

—No te preocupes por eso. Está todo bien con tus padres. —responde rápidamente en un bajo murmullo rozando mi nariz con mi mejilla.

—¿Qué quieres decir con todo bien?

—Quiero que pasemos la noche juntos.

Mi estómago da un retortijón al escuchar aquello y la sonrisa de mis labios es inevitable.

—Si quieres, claro. No haremos nada que no quieras. —añade trabándose con algunas palabras.

Sonrío al ver como sus mejillas se van cubriendo de un color rojizo.

Llevo esperando años por esto y todavía lo duda.

—Si quiero. —respondo sonriente interrumpiendo lo que sea que fuera a decir. Sus músculos se relajan.

No tarda mucho en levantarse conmigo en brazos, llevándonos a una cocina con grandes ventanales y muebles casi recién comprados que dejo a un lado para someterme al brillo de sus ojos y sus rasgos casi irreales.

Mi garganta se aprieta con el deseo de volver a tener sus labios entre mis dientes.

Cuando me deja en el suelo y va a abrir una nevera mi piel protesta por tener su cercanía otra vez.

—¿Qué te gustaría comer? —pregunta ladeando la cabeza, teniendo un mejor ángulo de mis labios.

En el rato en el que tardo en responder él se acerca a mí con el azul de sus ojos destellando más que antes, transformándose en un hambre feroz.

—No tengo hambre. Te quiero a ti, Alek.

Cierra la puerta de la nevera con una maldición entre dientes y se lanza a mis labios dando comienzo a un beso desenfrenado en el que él se encarga de absorber cada gota. El vestido termina por partirse en dos en sus manos.

Empieza a repartir húmedos besos por mi clavícula y cuello. Luego me posiciona sobre la encimera sin dejar mis labios. Ahoga un jadeo cuando paso mis dedos por el interior de su camiseta para deshacerme de ella.

Cuando siento su bulto frotarse con mi parte íntima los gemidos se vuelven más sonoros que antes. Él coloca mi cuerpo hacia el centro de la encimera a la vez que yo bajo la cremallera de sus pantalones.

Él es más rápido que yo al bajarlos junto a sus calzoncillos antes de ponerse entre mis piernas.

El sofoco se hace mucho más intenso cuando acerca su rostro al mío con parsimonia y los nervios se hacen presentes haciendo que evite de mirar allí abajo. No quiero tirar mi confianza por un caño al recordar el tamaño de su miembro erecto.

Sus dientes atrapan la piel de mi estómago antes de empezar a succionar varias partes de él mientras arranca el sujetador de encaje rompiendo la parte de atrás. Después empieza a morder y succionar mis pezones al mismo tiempo que lleva dos de sus dedos hasta el interior de mis bragas.

Sus dientes siguen atrapando cada pedazo de mi piel que se le impone por delante al comenzar a mover sus dedos en mi interior.

Mis gemidos se hacen incontrolables cuando su boca llega al lóbulo de mi oreja y la velocidad de sus dedos crece hasta tenerme pendiendo de un hilo, pero antes de que el orgasmo se apodere de mi se detiene y se acomoda mejor en mis piernas. Mi impaciencia no me deja esperar más y dirijo su miembro hacia mi intimidad con dedos temblorosos. Las bragas ahora están por algún lugar del suelo.

Aprieto los dientes al sentir su glande introducirse muy escasos centímetros junto a su piercing. Ya no soy virgen, pero el tamaño es más grande que el crucifijo de porcelana y la pistola.

—¿Te duele? —pregunta alarmado al notar la mueca de mi rostro. Yo niego rápidamente con la cabeza.

Roza nuestros labios al mismo tiempo que introduce más su miembro. Suelto un jadeo cuando siento una punzada de dolor estirando mis paredes. Es como si me clavaran un alfiler.

—Joder, lo siento. —musita con la intención de separar nuestros cuerpos.

Antes de que pueda hacerlo lo detengo enrollando mis piernas alrededor de su cintura.

—Está bien. Sólo ve despacio. —mi voz es apenas un susurro.

Él empieza a repartir besos por todo mi rostro hasta llegar a mis labios, donde la adoración de sus ojos se acentúa hasta darle un brillo único a sus ojos que me observan con detenimiento cuando su longitud termina por perderse en mi interior.

El dolor pronto es olvidado para dejarle paso a una amalgama de sensaciones que mantiene mi vista empañada. Sus caderas se mueven en un vaivén de leves estocadas. Su cuerpo se adhiere con tanta perfección al mío que me es imposible detener un par de lágrimas que se deslizan por los mejillas. Él consigue atraparlas con sus labios antes de que caigan a la encimera

El placer termina por nublarme hasta dejar de escuchar nuestros gemidos y el sonido de nuestras carnes chocando a nuestro alrededor. Mis uñas se incrustan en su espalda al mismo tiempo que trato de mantener los ojos abiertos y enfocarlos en su mirada.

Él aumenta el ritmo y esconde su rostro en mi cuello. Arrugo el ceño al notar algo húmedo y cálido deslizarse hasta mi clavícula, pero las palpitaciones de su miembro y las palabras poco comprensibles de después que salen de sus labios en una voz ahogada me distraen de aquello.

—No hemos usado protección. —musita todavía dentro de mi mirándome con unos ojos que mantienen la humedad de antes.

Ha estado llorando, pero ¿Por qué?¿Tan mal lo he hecho?

—Lo siento. —sus palabras me separan de mi mortificación interna.

—Estoy usando pastillas. —respondo con un intento de sonrisa. En seguida su mirada se oscurece con una sonrisa ladina.

—Entonces podemos seguir jugando un poco más. Soy incapaz de saciarme de tu cuerpo. —murmura lo último repartiendo pequeños besos por mi mandíbula. —Pero esta vez no seré nada gentil contigo. —añade mirándome a los ojos con una sonrisa ladina.

Su advertencia me toma sin cuidado. Todo lo que quiero en este momento es seguir disfrutando de su cuerpo.

Me coge entre sus brazos llevándome a un dormitorio bastante amplio. Está iluminado por unas velas aromáticas y en medio está la cama decorada con pétalos negros, en la mesita que hay cerca hay unos objetos que no logro distinguir.

Mis labios se estiran en una sonrisa al darme cuenta de que lo tenía todo planeado, solo que no tuvimos la paciencia suficiente para esperar.

Luego me deja sobre la suave y amoldada superficie, sus ojos vuelven a barrer mi desnudo cuerpo con esa mirada oscurecida, y yo no me quedo atrás inspeccionando cada centímetro de su piel volviendo a intentar descifrar algunas palabras que tiene tatuadas alrededor de su cuerpo, pero están en ruso.

Hundo las cejas cuando empieza a caminar hacia aquella mesita y sostiene unas esposas que después me coloca con cuidado bajo mi atenta mirada.

—Me gusta más la cadena. —estoy nerviosa como la mierda, pero trato de que no fuera visible al pronunciar mis palabras.

Mis ojos caen en su mano y esta vez mis palpitaciones son más fuertes al ver la elegante navaja bañada totalmente en oro y flores talladas en el mango.

Luego me fijo en ella queriendo buscar de dónde la había visto antes, hasta que se acerca quedando los dos tan cerca del otro que podemos compartir el mismo aliento.

Trago saliva intentando calmarme, pero su mirada depredadora no me ayuda.

—¿Confías en mí? —susurra en mi oreja al mismo tiempo que pasa la navaja por mi mejilla hasta llegar a mi cuello.

Es increíble que momentos atrás se estuviera preocupando por no hacerme daño y ahora me estuviera preguntando aquello sosteniendo una navaja en mi cuello.

—Si. —afirmé en un tono bajo.

Él se aleja unos pocos centímetros con una sonrisa y una mirada que no había visto jamás. Parece otra persona.

—Bien. —responde lamiendo mi cuello, saboreando cada pedazo de mi piel.
—Porque te hará sangrar.

Es lo único que dice antes de empezar a repartir húmedos besos por todo mi cuerpo hasta llegar a los talones, pero ni siquiera el placer hace que olvide sus palabras de antes. ¿Qué va a hacer con eso?

Suelto un leve jadeo cuando pasa la parte filosa por la piel de mi estómago hasta llegar a mi ombligo sin llegar a profundizar. Al ver los hilos de sangre que se deslizan hasta caer en las sábanas palidezco un poco, sin embargo todo aquello pasa a un tercer plano en el momento en que veo lo asombrado que parece al ver aquello.

Después pasa su lengua barriendo todo rastro del líquido rojizo con un gemido gutural al saborearlo. En cuestión de segundos vuelve a hacer lo mismo, esta vez cortando parte de mis muslos internos y acercando su rostro hacia allí succionando la piel ensangrentada.

El ardor que provoca la humedad de su lengua en mis cortes recientes me hace apretar los labios aguardando un gemido a la vez que siento mis pliegues palpitar de la extraña excitación que siento. Suelto otro jadeo al sentir la navaja enterrarse en mi vientre bajo.

Ahora la sangre sale en mayor cantidad, pero no ha sido un corte muy profundo.

Acerca su dedo manchado de sangre a mis labios, acariciando el de abajo con una demanda que no hace falta que formule para que consiga entenderla.

Al notar el espesor y sabor a hierro apoderarse de mis sentidos aprisiona su boca contra la mía, entremezclando ese líquido con nuestra saliva. No deja de pasar sus dedos por mi estómago y mis piernas tiñéndolas aún más de sangre, haciendo que sienta ese ardor entremezclado con dolor cada vez que acaricia las heridas.

—Sabe tan bien. —susurra en mis labios con una voz áspera.

No sé qué me perturba más, si la situación en sí o el hecho de que lo estoy disfrutando tanto o más que él. Es como si hubiese despertado una parte de mi que desconozco.

Cuando se aleja tiene sus labios llenos de sangre, al igual que sus manos y parte de su cuerpo. No me doy cuenta de cuando ahora en sus manos sostiene un bote con un líquido, que segundos después echa en mi orificio anal. Las heridas que ha ocasionado todavía siguen sangrando, así que el líquido tiene un color enrojecido.

Ahogo un grito cuando de una estocada introduce su miembro casi hasta el final.

Esta vez sus penetraciones no son nada lentas ni cuidadosas. Arrasan con todo a su paso ensanchando mis paredes sin importarle que pudiera partirme en dos llegando a lo más profundo de mi ser.

Cuando introduce uno de sus dedos en mi recto anal y lo empieza a mover suelto un quejido adolorido, pero pronto es dejado en el olvido para centrarme en las sensaciones de placer.

—Lo estás haciendo muy bien. —habla cerca de mi oído.

No me molesto en reprimir mis gritos cuando me siento a punto de explotar como no lo había hecho antes.

Sintiendo mis pliegues aún sensibles y palpitantes veo con ojos inseguros sus intenciones de introducir su pene aún erecto por mi recto anal, pero no lo detengo. Quiero sentirme llena y plena de todas las formas posibles.

Evitar el dolor es imposible, es como si la piel se me estuviera rompiendo por dentro.

—Ya casi está. Solo un poco más. —dice en mi oído con la respiración errática. 

El esfuerzo que está haciendo en no ir más lejos se siente en los brazos tensos que me rodean.

Pestañeo varias veces intentando deshacer las lágrimas que se habían formado por el dolor cuando lo tengo todo dentro.

Él echa la cabeza hacia atrás con una expresión de placer sacando su miembro muy despacio para después volver a meterlo de la misma forma antes de escupir en él.

En cuestión de unos minutos que me resultaron eternos el dolor desaparece para dejar paso a uno de los placeres más puros e intensos que conocí hasta aquel momento.

—Más. —hablé en un hilo de voz siendo incapaz de mantener los ojos abiertos por el placer.

Él solo aumenta el ritmo y fuerza de sus penetraciones con su mirada fija en mí rostro.

—Eres mía Lena. —murmura en mis labios con una voz siniestra sin detener sus estocadas. Luego su mano va a mi cuello pero no lo aprieta. —Mía para corromper, destruir, poseer. —añade entre jadeos en mi oído.

Muerdo mi labio con fuerza al sentir sus dientes clavarse en la piel de mi hombro hasta hacerlo sangrar acallando un grito.

Pronto los dos llegamos a nuestro fin. Él todavía lame la sangre que ha provocado al morderme mientras yo estoy totalmente exhausta y sin fuerzas para siquiera abrir los ojos. Pero aún así él no parece saciarse, porque en cuestión de minutos vuelve a acercarse a mí cuerpo empezando a succionar varias partes de él mientras abre mis piernas.

•••

Por la mañana abro los ojos a regañadientes cuando los rayos de sol caen sobre mi rostro. Trato de ignorarlos pero aún así no consigo recuperar el sueño, así que me incorporo en la cama tapándome con las sábanas. Me duele todo el cuerpo como los mil demonios, y mis partes arden como el infierno.

Busco por toda la habitación algún rastro de él, pero no está, así que solo me mantengo sentada en la cama esperando a que vuelva.

Las sábanas están ensangrentadas y hechas un desastre. Observo los cortes que tengo en el cuerpo y las otras marcas con mis mejillas sonrojándose por la vergüenza de querer más. No debería, sé que no es normal desear estar a su merced de esa forma otra vez.

Hago un esfuerzo por vencer las agujetas y estirar el brazo hasta coger el móvil y así distraer mi mente con algo más.

Mis ojos caen en el mensaje de un desconocido. Abro el chat con dedos temerosos encontrándome con una foto en la que salimos los dos subiendo al helicóptero y me siento palidecer al recordar aquella nota. Es obvio que es la misma persona, ¿Pero quién? Tiene que ser alguien que me conozca muy bien.





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