Capítulo 9. 🔗
"La ves hermosa,
desconfiada
y orgullosa,
pero no ves, que es
una jodida superviviente".
—David Sant.
Seth
El demonio tenía el rostro de un ángel. Un ángel despiadado y jodidamente sexy. Con una sonrisa te ponía de rodillas y una sola palabra de su parte bastaba para hacer lo que ella ordenaba.
Cabello rubio y largo, faz pequeña y perfecta, nariz delgada y respingona, labios carnosos, una barbilla diminuta que completaba todo lo demás, haciendo de ella un demonio despiadado y cruel que fue capaz de matar a sangre fría y herir sin importarle matar a una gran mujer como mi madre.
Era la misma chica que vimos Nate y yo aquella noche en el Sky. De cerca se veía mucho más impresionante que de lejos.
Tuve que entrar a esta casa y fingir ser un trabajador más. Tuve que controlarme para no matarla en el momento que la vi, echarme en su contra y terminar con su vida. Por más que me decía que hacía esto para vengar a mamá y Jared no lo podía controlar, toda la rabia y el coraje eran mucho más fuertes que ese lado amable y razonable que me pedía retroceder y terminar con esto.
Se encontraba de pie observándome. Mientras yo la miraba y contenía las ganas de matarla. Quería enredar mis dedos en su delgado cuello y apretar su garganta hasta quitarle la vida. Sin embargo, había una parte de mí que se sentía de una manera algo extraña, cómo si su sola presencia succionara todo el oxígeno de esta habitación. Sentía las piernas débiles. Quería arrastrarme hacia ella y suplicarle que me mirara, que se fijara en mi presencia, que le era indiferente.
—¿Seth? —La voz dura y con ese tono ruso de Víctor me trajo de regreso a este lugar —. ¿Estás bien, muchacho? —preguntó el hombre que se encontraba a mi lado.
—Sí, señor —tuve que tragarme el coraje que ascendía por mi garganta y se quedó estancado en mi boca —. Estoy bien —puso una mano en mi hombro. Miré su mano en mi hombro. Exhalé conteniendo las ganas de arrancarle la mano.
—Como te decía, necesito de alguien que cuide de mi hija —prosiguió —. Estos últimos meses la han atacado aun llevando a mis hombres de confianza. Sé que te pido mucho, sin embargo, serás bien recompensado por tus servicios.
Lo tenía tan cerca y nunca, nadie de mi familia había estado así de cerca de uno de ellos, mucho menos dentro de su territorio. Todo era tan hermético cuando se trataba de los rusos, mucho más con su querida princesita, era la heredera de este imperio, de todos los negocios del viejo, la dueña de todo Queens. No solo manejaban negocios sucios, tenían una marca de ropa muy importante, su diseñadora asistía todos los años a la semana de moda en Nueva York. Una marca de zapatos y bolsos, restaurantes, cafeterías, autos, etc. Los rusos se pudrían en dinero.
Tenerlo a mi lado solo me provocaba querer enterrar mi navaja en su garganta para que dejara de respirar.
Aquellos pensamientos se tornaban mucho más oscuros y constantes. Debía tomar mi medicamento, sin embargo, me negaba a estar sedado de nuevo, solo quería dejarlo salir a como diera lugar. Anhelaba tener todo el poder para matarlos y sabía que con perseverancia y paciencia lo lograría, solo tenía que esperar un poco más. La espera siempre valía la pena. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío y quien inventó ese dicho no podía decir más que la verdad. Tenía que esperar para saborear mi venganza.
—¿Quiere que sea el guardaespaldas de su hija? —inquirí, curioso.
La pequeña rubia salió de la sala de tiros junto a la chica de cabello corto y tatuajes por todos lados. Miraba atentamente al ruso y no podía entender por qué le iba a confiar su vida a un completo desconocido.
—Pero... Usted apenas me conoce —comenté, nervioso —. Además, no creo que su hija necesite un guardaespaldas.
¿Por qué lo hace?
¿Es que acaso sabe quién soy?
Si yo fuera él nunca dejaría a una de mis hijas con alguien cómo yo.
No, no, eso no podía ser posible, me aseguré de que nadie en esta maldita casa supiera quién era yo, solo sabían mi nombre y mi apellido lo tuve que cambiar por el de soltera de mi madre. Casi nadie en esta parte de la ciudad sabía algo de los hijos de Jared Beckett. Él, al igual que Víctor, se hizo cargo de mantenernos lejos del ojo público.
—Tienes las habilidades y eso es lo que importa —chisté. Me pasé los dedos por el cabello. No lo entendía.
—No, no sé —divisé un dejo de decepción en sus orbes claros —. No sé cómo hacer eso, solo soy un matón al que le pagan muy poco por su trabajo —su mirada se mantenía fija en mi rostro.
—Si haces esto la paga será muy buena —apartó su mano —. Ahora sube, vas a ir con mi hija a cobrar —dictaminó. Había algo en su voz que te ordenaba acatar cada una de sus palabras y no desobedecerle, ya que te podía ir muy mal.
—Sí, señor —giré sobre mis talones y subí las escaleras de nuevo. Víctor venía detrás de mí y se adelantó al terminar de subir para empezar a darle órdenes a sus hombres.
Al terminar de subir el último peldaño miré hacia la derecha cuando, con el rabillo del ojo, divisé dos figuras en la lejanía. La princesa rusa estaba pegada a los labios de un tipo alto y delgaducho, de cabello negro. Por cómo se escondían llegué a suponer que su padre no sabía nada de eso y se escondían de todos.
La princesa rusa haciendo algo que está mal.
Salí de la casa encontrándome con una caravana de matones siguiendo las órdenes del ruso. Pude reconocer algunos rostros de aquella fatídica noche y de nuevo los recuerdos me golpearon con fiereza y el odio se acrecentó mucho más. Tuve que tomar un par de respiraciones para alejar cada resquicio de odio y rencor, aunque este crecía con el paso de los días. No sabía si iba a poder soportar estar a su lado sin querer ahorcarla, sería difícil fingir que sentía un gramo de empatía por ella cuando la detestaba tanto como a Jared.
—Doch' —Víctor extendió el brazo recibiendo a su pequeña flor, le sonrió al verla y la puso a su lado —. Vas a ir con Pete y Seth a visitar a Marlon —la rubia asintió a su padre.
Me coloqué al lado de uno de los hombres de Víctor, fingiendo que era parte de ellos. Tenía que ganarme su confianza, más que nada, y lo que más me importaba era enamorar a su pequeña hija para hacerle pagar su atrevimiento. En mis manos iba a conocer el significado de la palabra sufrimiento y no iba a tener piedad de ella. Le haría pagar su insolencia y la de su padre.
—Pete —un hombre corpulento y de piel oscura se acercó a ellos —. Cuida a mi niña, por favor —dio un paso hacia el hombre que no dudó en tomar la mano de Vanya, a comparación de la del hombre era diminuta y pálida.
—Sabe que la voy a cuidar hasta con mi vida, señor —ella le sonrió, agradeciéndole.
Ahora tenía un problema, el tal Pete. Entendía que era como su perro guardián y al igual que Víctor no iba a dejar que nada le pasara a la pequeña víbora rusa.
—Cami, Billy y yo vamos a ir a los muelles —informó el Boss —. Ya sabes qué hacer si Marlon no te da lo que corresponde —dejó una grácil caricia en la mejilla de su retoño.
—Ya sé, papá, no tienes que repetirlo cada vez que salimos —el mismo sujeto con el que se estaba besando le entregó una Glock 17 5.ª generación, un arma elegante pero letal. Compartieron miradas cómplices y lo mejor que pude hacer fue alejarme e ir hacia la camioneta.
Ese tipo no iba a significar ningún problema para mí, era un don nadie, el problema radicaba en que la rubia no era una presa fácil y no la creía tan tonta como para caer en las mentiras de cualquier tipejo, así que cada uno de mis movimientos los tenía que ejecutar con la mayor precisión, tenían que ser lentos y bien calculados. Tenía que jugar bien mis cartas si quería que se enamorara de mí, quería que enloqueciera y así, solo así, dejar caer la trampa y atrapar a ese pajarillo para que fuera solo mío.
—¿Tú no hablas? —entró a la camioneta, en los asientos traseros. Solo estábamos esperando a que el tal Pete subiera.
—No tengo mucho que decir —dije serio.
—Podrías empezar por decirme tu nombre —se deslizó para quedar en medio de los asientos, apoyando sus brazos en los codos de estos —. Tienes nombre, ¿no? —giré la cabeza, encontrándome con dos pares de luceros, tan profundos como el mar, eléctricos, donde solo había maldad. Me encantaron tanto que me perdí en ellos un par de segundos que se me hicieron una eternidad. Nunca en la vida había visto unos ojos que proyectaran tanta malicia y oscuridad como los de ella, y entonces entendí que hacerla caer y enloquecer sería mucho más difícil de lo que pensé, mas no era imposible. Yo no conocía el significado de esa palabra.
Por primera vez no sabía qué decir, me encontraba estático en mi lugar, impresionado por una maldita niña a la que debía matar.
—Oye...—sacudió mi hombro cuando miré hacia el frente, rompiendo todo contacto visual —. ¿Te encuentras bien? Si no es así le puedo decir a papá que no puedes ir y....—la interrumpí.
—Estoy bien —me acomodé en mi lugar, recobrando mi postura.
—Listo —avisó Pete subiendo a la camioneta, cerró la puerta y se puso el cinturón —. ¿Nos vamos? —le preguntó a la rubia. Se dejó caer en los asientos y soltó un largo suspiro.
—Vamos —Pete obedeció, encendió el motor y puso algo de música.
Salimos de la propiedad que estaba resguardada en cada centímetro, había guardias en las esquinas, en la puerta principal vigilando, cámaras por todos lados. La casa era grande, pero el terreno que la rodeaba lo era mucho más, detrás parecía un bosque más que un jardín.
Llegamos a una zona en Queens, una de las más peligrosas de toda la ciudad. Bajamos de la camioneta, miré a ambos lados. El lugar era horrible y no entendía cómo es que una princesa como ella estaba haciendo el trabajo sucio de papi. Se veía tan delicada y frágil, pero dudaba mucho que lo fuera, esa solo era su apariencia, en realidad era una fiera indomable.
—Vamos —Pete se adelantó y Vanya lo siguió con cautela.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté. Nos detuvimos unos segundos en los que Pete le abrió la puerta y la dejó pasar primero, entré detrás y después el grandote.
—Marlon le debe dinero a mi padre —cruzamos un largo pasillo que olía mal. A lo lejos se escuchaba el golpeteo de la música retumbando por todo el lugar —. Siempre hace lo mismo, dice que el negocio va mal, pero cada noche se llena de viejos pervertidos —espetó. Tal parece que lo que se hacía aquí le repugnaba.
—Vaya —hablé bajo.
Se detuvo al llegar al salón principal, un horrible lugar con sofás de terciopelo, luces de color rojo chillante y la música le daba el toque a un prostíbulo de clase media donde solo venían depravados y desesperados. Nadie en su sano juicio querría follar con alguna de estas chicas, todo lucía mal y olía peor, podría contraer una infección. Pasé un dedo sobre la tela de uno de los sofás, fruncí el ceño y me limpié con el pantalón.
—Es un imbécil que se cree el rey del mundo y solo es un peón más —masculló. Desde este ángulo tenía una hermosa vista de su cuello, era delgado y su piel parecía terciopelo.
¿Qué se sentirá enredar mis dedos en tu garganta y apretar hasta que dejes de respirar?
Se dio paso entre las mesas, subió un escalón tras y giró a la derecha para subir las escaleras. Todo el lugar olía a cigarrillos, como si las paredes se hubieran impregnado de este peculiar olor. No se detuvo hasta que cruzó el pasillo y sin pedir permiso empujó la única puerta metálica que había en todo el lugar. Miré dentro y alcancé a ver a un sujeto barrigón sentado en una silla, en sus piernas había una pequeña que no tenía más que unos dieciocho años.
El tal Marlon se sorprendió al ver que Vanya entraba a su oficina como si esta fuera su casa. Le hizo una seña a la pobre chica que temblaba de los pies a la cabeza.
Pobre niña.
—Hola, cariño —se dirigió a la niña.
La pobre se encontraba sucia del rostro, con algunos hematomas en los brazos y las piernas desnudas. El cabello enmarañado y descuidado. Lucía aterrada. Retenía las lágrimas en las esquinas de los ojos. Le acompañaba una mirada triste y desolada, cómo si ya no esperar nada bueno de este mundo. Cómo si la vida le hubiese dado tantos golpes que esperaba la muerte para poder descansar.
Pete y yo entramos, cerré la puerta detrás de mí.
—¿Qué quieres, Vanya?
Marlon era un hombre de piel morena y panzón, cabello ondulado, una barba mal recortada y descuidada, a simple vista parecía un pervertido que abusaba de niñas inocentes que habían tenido la mala suerte de caer en sus sucias manos. Llevaba puesta una camisa tipo hawaiana con flores grandes de colores, el fondo era verde chillante y feo.
—Víctor te manda a decir que has tardado en pagar lo de cada semana —apartó algunos papeles que se hallaban sobre el escritorio. Se sentó acercó, obteniendo toda la atención del sujeto, aquel.
—Hablé con Víctor y le expliqué la situación —podía atisbar un acento portugués en su voz. Vanya cogió a la pequeña niña y la empujó lejos de Marlon, el panzón cambió de color de inmediato, su piel era cómo el papel.
—Ya sabes qué hacer con ella —le dijo a Pete. Este se encargó de sacar a la niña de la oficina y tardó pocos minutos en regresar.
¿La iba a matar por estar presente en este momento?
¿Cuáles eran sus planes para con ella?
Pete se hizo cargo de que la niña saliera de la pequeña y sucia oficina.
—¿Qué situación? —inquirió Vanya. No despegaba los ojos de aquel hombre y si yo fuera él tendría miedo de lo que esa víbora pudiera hacerme, porque estaba claro que la señorita era de armas tomar, peligrosa y letal.
—No hay muchos clientes —se acomodó en su lugar, mientras que Vanya tomaba asiento en la esquina del escritorio. Su frente perlaba en sudor, clara señal de que estaba nervioso, sin embargo, no se lo quería demostrar a la chica que le sacaba muchos años que claro está, era, por mucho, superior a él —. Las cosas no están funcionando bien —se aclaró la garganta y la miró de reojo.
—Ah, ¿sí? —su pregunta salió más en un tono de burla.
—Vanya...—habló con cierto miedo adornando su voz.
—No es la primera vez que haces esto, Marlon —sus dedos caminaban sobre la superficie del escritorio —. No es la primera vez que le niegas tu dinero, no es la primera vez que te metes en problemas con él y no es la primera vez que tengo que venir —esta vez se escuchaba más molesta. Quizá tenía ganas de golpearlo una y otra vez hasta dejarlo inconsciente. Yo lo haría.
—Vanya, por favor —suplicó, levantando las manos en señal de paz, pero la rubia fue más rápida, con una mano cogió la suya a la vez que con la otra sacaba una navaja de entre sus botines, apoyó la mano del brasileño encima de la mesa enterrando la navaja en esta. Sin piedad ni compasión. El grito de Marlon resonó por todo el lugar, lo podían escuchar hasta china —. ¡¿Qué hiciste!? —miraba estupefacto su mano enterrada en el escritorio.
—Te lo dije —se puso de pie acercándose por detrás, sacó la navaja de su mano y la puso en su garganta cogiendo un puñado de cabellos entre sus dedos. A estas alturas dudaba mucho que la rubia fuera una presa fácil y tampoco esperaba lo contrario, era rápida, ágil y letal. Todo esto, acompañado de un hermoso rostro, la hacía casi perfecta.
Marlon seguía gritando y ella ignorando sus súplicas.
—Por favor —lloraba cuál niño que se estaba cagando en los pantalones —. Por favor —sus lágrimas se juntaron con sus mocos.
—Tus súplicas no me sirven de nada —espetó. Acercó la hoja de la navaja haciendo un corte horizontal en su piel, una gota de sangre se deslizó hasta llegar a su camisa perdiéndose ahí. La frente del brasileño estaba perlada en sudor, se podía sentir el miedo en la atmósfera —. No lograrás nada llorando así. Ty chertova izvrashchenskaya khren'.
*Maldito pervertido de mierda.
—Lo mejor que puedes hacer es darle lo que te pide —opinó Pete a mi lado —. No dudará en cortarte la garganta —mantenía ambas manos frente a él. Su tranquilidad me producía miedo, pensar que era capaz de hacerlo, aunque tampoco me sorprendía, ya que, al igual que ella, yo también hice cosas horribles con tal de mantenerme con vida.
—El día de hoy amanecí de malas —espetó —. No me hagas matarte —sostenía la navaja con solidez, mientras que con la otra mano tiraba de su cabellera, dejando más expuesto su cuello.
—A-ahí —señaló el lado derecho del escritorio —. En el segundo cajón —su mano temblaba, temeroso de que, cualquier mínimo movimiento fuera a provocar que la rubia le cortara la garganta,
—Seth —sin levantar el rostro hacia mí me ordenó ir hacia el escritorio y sacar el dinero. Obedecí, me acerqué al escritorio y jalé el cajón revelando dentro de este algunos papeles y basura, rebusqué, miré al sujeto que seguía temblando en su lugar. Por fin di con un gran fajo de billetes de cien dólares.
—Revisa que sean diez mil —Vanya tenía bien sujeto a Marlon y no pensaba dejarlo ir hasta asegurarse de que el dinero estaba completo.
Pasaba las puntas de mis dedos entre cada billete contando mentalmente hasta llegar a la cantidad que la rubia informó.
—¿Está completo? —asentí. Soltó a Marlon, pasó la hoja de su navaja por la camisa floreada del hombre para quitar su sangre de esta —. Más te vale que la próxima vez no tenga que venir Víctor personalmente —chistó con la lengua —. Él no va a venir en son de paz —se apartó caminando hacia la puerta, la seguí, pero escuché a Pete decirle algo al pobre hombre que sollozaba en su lugar.
—No busques problemas donde no los hay —Salimos de ese lugar y subimos a la camioneta. Le entregué el dinero a la rubia y esta lo revisó por si yo había cometido un error, revisé bien y el dinero estaba completo.
—¿Por qué se supone que les debe pagar cada semana? —pregunté, con un poco de curiosidad.
—Es un préstamo —respondió Pete. Giró el volante para salir de este lugar —. Le pidió dinero prestado a Víctor y se ha retrasado con los pagos. Las cosas son así, muchacho, si no puedes pagar mejor, no pidas prestado. Con Víctor no se juega.
Ni con nadie de esa familia.
—Entiendo...—fue todo lo que dije.
No quise indagar más en el tema porque la verdad era algo que no me interesaba. Ahora mismo tenía que ganarme la confianza del Boss de la casa para que me dejara al cuidado de su hija, meterme entre sus piernas y llevar a cabo mi venganza, entonces Víctor Záitsev se iba a dar cuenta de que perder a su hijo significó nada a comparación de lo que le esperaba a su pequeña princesa.
Llegamos a la casa, pero antes tuvimos que pasar a una tienda a comprar chocolates caros, porque la señorita es adicta a ellos, a diario comía uno de ellos, a veces hasta dos. O eso fue lo que dijo Pete, que la conocía mejor que nadie en esta vida.
Al entrar en la propiedad bajamos de la camioneta y entramos a la casa.
—Pete —esperamos en el lobby —. Dale esto a mi padre —el hombre asintió yendo a otra parte de la casa —. Vamos —la seguí fuera de la casa, al jardín trasero, que era mucho más impresionante y grande que el que se encontraba en la entrada. Aquí había árboles en los alrededores de la casa, rosales, hasta un pequeño kiosco donde me llevó. A lo lejos alcancé a ver dos pequeñas cabañas, una de ellas era un gran gimnasio y la otra una sala de entretenimiento.
—¿Necesitas algo? —le pregunté. Tomó asiento en la silla frente a mí.
—Ahora mismo te pido que te sientes —señaló la silla vacía frente a mí —. ¿Quieres beber algo?
—Agua está bien —no pasó mucho para que una mujer un poco mayor se acercara a nosotros con una charola y dentro de esta una jarra con agua y dos vasos.
—Gracias, Nana —le sonrió a la mujer. Esta se alejó para entrar a la casa.
—¿Qué pasa? —pregunté, temeroso.
—¿Qué pasa de qué? ¿Tendría que pasar algo malo? —alzó una ceja.
—No —no me sentía cómodo con esta conversación. A veces pensaba que ella ya sabía quién era yo y lo que había venido a hacer a su casa. Me sentía expuesto ante Vanya.
—Solo te quiero conocer, Seth, es todo —encogió un hombro —. No tiene nada de malo, ¿o sí?
—No, para nada.
—Ahí está —señaló con un dedo —. ¿Cuántos años tienes?
—Veintisiete —cogí el vaso con agua para darle un trago, sin embargo, ella ya estaba haciendo otra pregunta antes de poder beber.
—¿Vives aquí en Queens? —negué.
—Vivo cerca de Manhattan —ambas cejas se elevaron.
—¿Tienes familia?
—A mi papá y a mi hermano menor —bebí del vaso para refrescarme la garganta.
Tenía una madre a la que tú mataste.
—Yo también tenía un hermano...—su mirada se perdió en algún lugar del inmenso jardín.
—Sí, lo sé —error. Ahora tenía que arreglarlo. Su mirada curiosa se quedó quieta en mi rostro —. Todos sabemos las circunstancias en las que murió el hijo de Víctor Záitsev —se incorporó y cogió el vaso para darle un corto sorbo con el que mojó sus labios.
—Fue algo... horrible, algo que no se puede superar —mis dedos repiqueteaban en el cristal del vaso.
—Me imagino —musité.
—¿Y qué haces aquí?
Buscando venganza.
—Necesito el dinero —mentí —. No es fácil mantenerse con vida en esta ciudad, todo es demasiado caro —asintió, dándome la razón.
—Cierto, no sé cómo mi padre vino a este lugar habiendo tantas ciudades mucho mejores que esta —soltó una exhalación.
—¿Rusia es mejor? —negó y me sorprendió.
—Para nada, es un asco también, cada ciudad tiene lo suyo. Yo por ejemplo amo Suiza y Noruega, son dos de mis ciudades favoritas, si tuviera que vivir en una de ellas sería Noruega sin dudarlo.
El calor de Nueva York era insoportable en esta fecha del año, tanto que apenas salías a la calle y ya estabas sudando. Eso le pasaba a la rubia frente a mí porque cogió su cabello en una coleta, se echaba aire con la mano. Echó la cabeza hacia atrás, dejando expuesta su garganta.
Se vería tan bonita con tu sangre mojando cada centímetro de tu piel.
Me quedé embobado mirando como agitaba la mano, intentando calmar un poco el calor, aunque era imposible hacerlo cuando el sol estaba en lo más alto en el cielo. Soltó su cabello y procedió a quitarse la chaqueta dejando sus hombros desnudos. Solo llevaba puesta una blusa de tirantes delgados y tal parece que ese día ni siquiera se puso sujetador.
—Odio el calor —su dulce voz me hizo salir de mi ensimismamiento, prestando atención —. Necesito un baño con agua fría.
—¡Vanya! —a lo lejos escuchamos una voz femenina. Al voltear la misma chica que estaba con ella en la zona de tiros se acercaba hacia nosotros. Vanya agitó la mano, efusivamente —. ¿Dónde carajos estabas? —se sentó a mi lado y cogió el vaso de Vanya sin pedir permiso, dándole un largo trago.
—Fuimos a hacerle una visita a Marlon —los ojos de la castaña se abrieron grandes.
—¿Esta vez sí pagó? —dejó el vaso frente a la rubia.
—Mi navaja y yo lo obligamos —sonrió perversa —. Por cierto, él es Seth —giró la cabeza para verme —. Seth, ella es mi mejor amiga, Camila.
—Es un gusto —la castaña tomó mi mano apretándola con delicadeza —. Te vimos en la zona de tiros y déjame decirte que eres muy bueno.
—Gracias —apenas sonreí.
—No seas tímido —sostenía mi mano.
—No lo seas, Camila es muy confianzuda —la castaña me hizo un guiño.
—Cuando alguien me agrada puedo ser muy molesta.
—Ya nos dimos cuenta —Vanya se llevó el vaso a los labios a la vez que su mejor amiga la miraba mal.
—¡Oye! —eso ofendió a su amiga porque le dio un empujón que casi la tira de la silla —. No permito que me eches de cabeza con nadie, mucho menos con alguien como él —me señaló sin vergüenza alguna.
—Como sea —le restó importancia —. Vamos con Víctor porque hay mucho que hacer —Sin decir más se puso de pie y se alejó. Nos quedamos Camila y yo en el kiosco, la vimos entrar a la casa.
—Que su apariencia de mujer ruda no te intimide, es una gran chica, linda y humana —dijo. La miré atento —. Solo está rota como todos nosotros.
Quería descubrir si eso era cierto, si era tan buena como decía su amiga o solo lo decía por la amistad que las unía. Quería averiguar qué tan apasionada podía ser y si esa capa de hielo era nada más que una máscara que escondía a una mujer apasionada y caliente.
En ese momento de la casa salieron varios perros, de todos los colores, tamaños y razas. Había dos border collie, un beagle, al menos tres bichones, un boyero de Berna, un hermoso Chow Chow, corgi, dóberman, husky, un pastor australiano y un pastor ganadero australiano, entre otros más. Conté al menos quince perros si no es que más. Cuando llegamos a la casa no los vi dentro y ahora estaban invadiendo todo el lugar.
—¿De dónde salieron? —le pregunté a Camila. La mayoría de ellos salieron corriendo, pero los más pequeños se acercaron a Camila y ella les hizo cariños.
—No suelen entrar a la casa —explicó. Fruncí el ceño. ¿Es que acaso los tenían en el jardín día y noche?
—¿Entonces dónde duermen? —indagué. El pastor ganadero se acercó a mí, era una niña por lo que vi. Pasé mi mano por su cabeza y bajó las orejas.
—Allá —más allá de las dos chozas se encontraba una más a donde los demás perros entraron moviendo la cola de un lado al otro, de arriba abajo —. Esa es su casa, la mandaron a construir especialmente para ellos —comentó. Cargó a uno de los bichones y lo sentó sobre sus piernas —. Son muchos, ¿no? —asentí.
—No había visto a tantos perros juntos y tan felices.
—Vanya los rescató de la calle o de sus dueños.
¿Qué?
Creo que mi rostro expresó lo que estaba pensando. Había una gran interrogante dibujada en mi cara.
Camila se rio.
—Ya sé, parece loco, pero es cierto. Ella los rescató de la calle o de sus dueños. En los pocos meses que lleva aquí les ha dado un hogar temporal en lo que busca uno definitivo. Se asegura que los adoptantes sean aptos para cuidar de ellos y que no los van a echar a la calle o maltratar. Por eso se los dan a amigos de la familia.
—Oh.
—Ella es Zora —se refería a la pequeña que tuvo la paciencia de sentarse a mi lado —. Deambulaba en las calles con las mamas hinchadas. Estaba desnutrida y lloraba por sus bebés. La usaban para reproducirse y vender a los cachorros. Creemos que escapó de ese lugar.
Miré a Zora y tenía una mirada bonita e inocente. Su pelo era negro con blanco del cuerpo, pero las patas y el pecho eran de color café claro.
—¿Encontraron a los cachorros? —Camila negó triste con la cabeza.
—No, pero encontramos el lugar y ya no había nadie.
—¿Por qué me dices todo esto?
—Mira, puede parecer que Vanya es una mujer ruda que no le tiene miedo a nada y tal vez lo es, pero también es una chica muy linda con un gran corazón. Nadie haría lo que ella hace, lo aprendió de su madre porque fue ella quien empezó a rescatar perros y gatos. Que no te sorprenda el día que se detenga para subir un perro o un gato al auto, y tienes que hacerlo, porque no quieres verla enojada —aseguró.
—Lo tendré presente —musité.
—Tampoco te metas con Diablo —giré a verla.
—¿Quién es Diablo?
—Diablo es su serpiente rey, la ama más que a cualquier reptil en este mundo. La trajo desde Londres y lo es todo para ella. No la toques o te puede cortar la mano —tragué saliva —. Lo digo en serio, Seth —el bichón se durmió en las piernas de Camila, mientras ella le hacía cariños.
Esta información que me estaba proporcionando Camila me hacían dudar un poco de quien era, en verdad, Vanya. La pintaba cómo una mujer con un gran corazón que protegía a los más indefensos, una chica ruda que escondía nobles sentimientos. Eso no quitaba el hecho de que mató a una mujer que no tuvo la culpa de nada. Estaba consciente de que Jared empezó esta estúpida guerra, pero no fue él quien disparó esa pistola, no fue él quien la obligó a mirar aquella escena antes de morir.
—Hace rato que fuimos con Marlon, había una niña con el degenerado ese, ¿qué pasó con ella? No la vi al salir de aquel lugar —le pregunté mirándola.
—Seguramente la llevaron a otro lugar lejos de ese pervertido —me sorprendió lo que dijo.
—¿También rescata niñas de pedófilos? —alcé una ceja.
—Hay muchas cosas que no sabes, Seth —negó con la cabeza —. ¿Vas a adoptarla? —con la barbilla, señaló a Zora. Bajé la mirada hacia Zora.
—No sé si pueda cuidar de ella —estiré la mano hacia su cabeza y se dejó acariciar —. No puedo cuidar de mí —Camila se rio —. Demandan mucho tiempo y paciencia.
—Te juro que no te vas a arrepentir si lo haces —se puso de pie y con cuidado dejó al bichón en el suelo. Este se sacudió y corrió junto a sus hermanos perrunos a su casa —. Vamos —señaló con la cabeza —. A Víctor no le gusta esperar.
Me puse de pie y entré a la mansión. Seguí a Camila hacia un tipo de sala que tenía una mesa con sillas, arriba de esta había un mapa y algunos planos. Al lado de Boss se encontraba Vanya, con el dedo índice señalaba un punto en uno de los planos. Mantenía esa mirada estratega y fría cómo el hielo. Me negaba a pensar que dentro de ese podrido corazón existían sentimientos puros. Ella es el diablo en persona. No tenía que olvidar eso.
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