Capítulo 8. 🔗
"Ella es lo más parecido al cielo,
pero quema cómo el infierno".
—Omarr Concepción.
Seth
Llegamos a una pequeña comunidad italiana en el corazón de Nueva York. Un pequeño barrio que no llamaba mucho la atención a comparación de otros que eran más concurridos. No puedo decir que era el más bonito de todos, estaba repleto de malas personas, cómo algunos asociados a la mafia italiana, tanto de la 'Ndrangheta, la Camorra y Cosa Nostra, las cuales estaban en constante guerra desde que se establecieron aquí.
Bajé de la camioneta y miré a ambos lados. Un pequeño callejón con olor a orines, algunas ratas se paseaban de un lado al otro buscando comida, otras más corrían aterradas y se escondían en la primera coladera que encontraban a su paso. La calle casi solitaria, con algunas personas corriendo de un lado al otro protegiéndose de la lluvia que acechaba con cubrir la ciudad.
Charlie venía detrás de mí, asegurándose de que no pasara nada sospechoso. Desde que me hice cargo de los negocios de Jared tenía tantos enemigos que no los podía contar con los dedos de las manos, cuando anteriormente nadie se percataba de mi presencia, nadie sabía quién era Seth, nadie conocía mi rostro y por ahora me convenía que no se supiera, quería entrar con los rusos y que ellos supieran mi nombre no me ayudaba en nada con mis planes. Por el momento para todos Jared era el jefe de la mafia neoyorquina, sin embargo, era yo quien se hacía cargo de todo. El viejo no quedó bien después de los dos disparos que recibió por parte de la rubia, cojeaba y le dolía la herida.
—Adriano está dentro —informó Charlie. Le asentí y entramos al callejón maloliente donde estaba la única puerta para ingresar al club de mala muerte del italiano aquel. Charlie se adelantó y empujó la puerta para que pudiera pasar. No entendía cómo es que este sujeto que poseía tanto dinero con el club de mala muerte que Jared le permitió tener en este pedazo de la ciudad lo tuviera en estas condiciones. El lugar dejaba mucho de qué hablar, olía mal, las paredes se encontraban sucias, con manchas extrañas en algunas partes, algunas de las luces parpadeaban y el color de las bombillas no ayudaba mucho con la visibilidad, aportando una sensación lúgubre en las esquinas donde la oscuridad se cernía cómo una segunda piel.
Bajamos un escalón y me encontré con un gran salón iluminado de rojo, sillones de terciopelo, algunas mesas frente a estos y más allá una pista con un tubo metálico en medio. Nos dimos paso entre los sofás viejos y sucios, subimos las escaleras, arriba esperaban dos hombres que se encargaban de la seguridad de Adriano, pero al ver que era yo con mis hombres se hicieron a un lado dejándonos pasar a la pequeña oficina que tenía el italiano.
—Seth Beckett —espetó al verme entrar en su espacio. El lugar olía a colonia barata y a cigarrillo. El hombre fumaba tanto que parecía una chimenea —. ¿A qué se debe tu visita? —preguntó. Noté un deje de molestia en su fea voz. Tenía ese acento marcado que indicaba de donde provenía.
Jalé la única silla que se encontraba frente al viejo escritorio y me senté subiendo la pierna izquierda sobre mi rodilla derecha. Al ver que no decía nada enarcó una ceja. Hoy no estaba muy hablador en comparación a otros días. Me dolía la cabeza, me punzaban las sienes y tenía que tomar el maldito medicamento que mantenía las voces dentro de mi cabeza sedada.
—Vengo a hacer un trato contigo —dije sereno.
—¿Hacer tratos, tú? —se dejó caer en el respaldo de su sofá, enlazando los dedos unos con otros a la altura de su barbilla. Me causaba curiosidad cómo tenía el valor de dejarse esos cuantos pelos arriba de los labios, en la barbilla y arriba de la mandíbula, cuando era evidente que no tenía barba y que solo lo hacían ver ridículo. Quería agarrar una afeitadora y pasársela por la cara para que no se viera tan mal.
—Sí, ¿por qué te sorprende? —respondí de la misma manera.
—Porque tú nunca haces tratos, solo vienes y matas, rompes huesos o cortas gargantas, pero nada más —me sentía un poco ofendido porque si bien era cierto que tenía mala fama ante algunos de los socios de Jared, no me gustaba que se me señalara por un par de hechos que no estaban comprobados por los demás, por mí sí que lo estaban.
—Qué mala imagen tienes de mí —dije ofendido. Obvio no creía en mis palabras porque más de una vez le rompí esa gran nariz de tucán que tenía.
—Vamos al grano —movió la muñeca apurando el asunto.
—Bueno...—me estiré para coger un vaso y la botella de vidrio que tenía al lado de una lámpara. Me serví de aquel líquido y dejé la botella en su lugar bajo su escrutinio —. Le quedaste a deber un par de favores a Jared —asintió, consciente de que era así.
—Y vienes a cobrar esos "favores" —ahora yo asentí —. ¿Y qué quieres?
—Entrar con los rusos —no dijo nada por un par de segundos, pero después soltó una risotada que resonó en el pequeño espacio.
—¿Quieres qué? ¿Estás loco o que pasa contigo? No puedo hacer eso —estiré la mano para coger un portarretrato que mantenía a su lado izquierdo y lo giré hacia mí. En la fotografía se encontraban su esposa y dos hijos, una hermosa niña y un varoncito.
—¿Por qué no? —pregunté dándole un sorbo al vaso sin dejar de mirar la fotografía, cosa que se le hizo raro porque me la quiso arrebatar de las manos, pero fui mucho más rápido que él y la aparté de sus manos.
Tragué el coñac barato. Casi lo escupo. Jamás en la vida había probado algo tan horrible. ¿Cómo podía beber algo así sin querer vomitar o que le desgarrara la garganta?
—No puedo meterte con los rusos porque si hago eso y saben que fui yo me van a matar. Además de que no tenemos tratos.
—Pues ahora los tendrán. Vas a ir con ellos y les dirás que estás en la mejor disposición para negociar, que desde que Jared tuvo el accidente el negocio es una mierda y tienes pérdidas considerables.
—Pero si saben...—lo interrumpí.
—Harás tratos con ellos —apreté los dedos alrededor del marco de la fotografía —. Te vas a poner a su disposición y si es necesario que te arrodilles y les tienes que lamer el culo lo harás —dije mucho más serio y molesto.
Adriano se pasó las manos por el rostro con frustración y las subió a su cabellera.
—¿No quieres que le pase nada a tu hija, o sí? —sus ojos se abrieron de par en par, aterrado —. ¿Cómo se llama la niña? —me dirigí a Charlie.
—Olivia —respondió en tono seco, detrás de mí.
—No harías eso —el color de piel de Adriano ahora era pálido, había perdido todo el color en su rostro. Puedo jurar que hasta los labios los tenía pálidos. Parecía un muerto viviente.
—No, yo no lo haría, pero Charlie sí. Él no tiene problema alguno —lo miré —. ¿Lo harías? —no dudo en responder.
—Claro que sí, jefe —se hizo tronar el cuello y su mirada estaba fija en Adriano.
—Está bien, está bien —estaba hiperventilando —. Lo haré, pero no le hagas nada a mis hijos o mi esposa, por favor —suplicó —. Me arrodillaré de ser necesario, pero no les hagas daño.
—Quiero verlo —frunció el ceño —. Quiero que me supliques para que no les haga daño a tus hijos.
Dudó un poco, pero al final se puso de pie quedando a mi lado y se arrodilló.
—Por favor, Seth, haré lo que me digas —agaché la cabeza en su dirección.
—¿Lo harás? ¿Cualquier cosa? —asintió —. Eso espero —le hice una seña a Charlie, quien se acercó al hombre y lo tomó del cabello para dejar expuesto su cuello. Saqué la navaja que llevaba conmigo y la puse en su garganta —. Espero que así sea porque no sabes lo mal que lo vas a pasar, sino cumples con mis órdenes —espeté, apretando los dientes.
—Lo juro —pasó saliva y pude apreciar el sutil movimiento de su garganta al tragar.
Charlie soltó su cabello y este dio un suspiro de alivio. Dejé el vaso en su lugar y me puse de pie acomodando la chaqueta, pasé al lado de Adriano y salí de su oficina, pero me detuve bajo el umbral.
—Te dije que venía a hacer un trato —me encaminé hacia la salida y por fin pude respirar tranquilo al saber que mi plan estaba tomando forma. Este era solo el principio del infierno que le esperaba a esa familia. Les haría pagar con lo que ellos más querían, y en estos momentos lo era su adorada niña. La pequeña Vanya, un demonio con rostro de ángel que era capaz de matar sin compasión.
Me desvié hacia mi casa que quedaba lejos de la ciudad y no en el corazón de esta como la de Jared. Prefería la soledad, el silencio que me recibía al entrar a esta, el olor a madera mojada y la humedad del bosque que yacía detrás de la propiedad. Prefería mil veces mi espacio que vivir rodeado de ruidos molestos y personas idiotas. El departamento en Manhattan lo usaba para mis encuentros con Eli, para las reuniones con Gale y Cas, pero de ahí en fuera prefería la soledad y la paz que este lugar me proporcionaba. Siempre iba a preferir vivir apartado de la sociedad.
Salí del auto y me encaminé hacia la casa, las luces encendidas eran la prueba de que tanto Cas como Gale estaban dentro y tampoco se me hacía raro, las últimas semanas habían estado al pendiente de mí. Ambos sabían lo mucho que quería a mi madre y que su muerte fue un duro golpe para mí. Pensaban que si me dejaban solo tal vez me iba a cortar las venas y así ya no tendrían que los molestara.
Fui directamente a la cocina donde ambos se hallaban preparando quien sabe que cosa, solo sabía que la cocina estaba llena de humo y olía a quemado, algo que no era raro en ellos porque ninguno de los dos sabía encender el horno y hasta el agua se les quemaba. Eran un asco para la cocina y me daban pena.
—¿Qué demonios hacen? —cuestioné. Ambos viraron la cabeza en mi dirección, los contemplaba desde el umbral de la puerta —. ¿Qué quemaron ahora? —me crucé de brazos, intercalando la mirada entre el castaño Gale y el rubio Cas.
Cas abrió las ventanas de la cocina para que el humo escapara por ahí y con un trapo mojado agitaba la mano. Gale dejó una bandeja dentro del fregadero y abrió el grifo del agua, una espesa nube de humo brotó cuando el agua golpeó la bandeja caliente. Emitió un burbujeo y el olor a quemado impregnó el lugar. No me quedó más que rodar los ojos.
—Quisimos calentar una pizza —habló el rubio.
—Y como siempre Cas no supo encender el horno —se quejó Gale. La mirada de Cas hacia el castaño fue de muerte, si sus ojos fueran pistolas el pobre Gale estaría muerto desde que se conocieron.
—¿Cas o tú? —inquirí burlesco. Fui hacia el fregadero y saqué la bandeja que tenía dentro, solo carbón que continuaba humeando.
—Sabes que no le entiendo a tu cocina —tosió.
—Ya, ya, hazte a un lado mejor —se apartó para dejarme espacio y me lavé las manos.
—Venimos a ver que pasó con eso —habló Cas. Cerré la llave y me sequé las manos.
—Bien —dije yendo hacia la isla de la cocina para quitarme la chaqueta y ponerla encima de uno de los bancos. Caminé hacia la nevera y saqué una pizza del congelador.
—¿Solo bien? —cuestionó Gale.
—¿Qué quieren que les diga? —encogí un hombro. Giré sobre mis talones y dejé la pizza sobre la mesa. Busqué otra bandeja que no estuviera quemada para poner la pizza.
—Queremos todos los detalles, por eso estamos aquí —Gale me pasó las tijeras para cortar la caja y sacar la pizza.
—Hablé con Adriano y le dije lo que tiene que hacer.
—¿Y aceptó, así como así? —miré a Cas, estaba apoyado en sus manos, mirando atentamente lo que hacía.
—No, es obvio. Nadie en su sano juicio va a querer acercarse a ellos —saqué la pizza de la caja y la puse sobre la bandeja. Encendí el horno para que se precalentara y regresé a la isla.
—Sí, por eso solo tú quieres entrar a la boca del lobo —opinó Gale.
—¿No hay otra manera? ¿Una en la que no tengas que entrar a su casa y arriesgarte a que sepan quién eres? —preguntó obvio. Pero Cas me conocía tan bien que sabía que no iba a desistir de este plan, aun así, esperaba que por alguna extraña razón cambiara de parecer. Lo que no iba a pasar, evidentemente.
—No tengo otra idea mejor —regresé al horno con la bandeja en las manos, abrí la puerta y dejé esta para que se empezara a cocer.
—No creo que enamorar a la hija de Víctor sea una buena idea —cuando miré a Gale solo se encogió de hombros —. Si se llega a enterar te va a colgar de los testículos y te pondrá a la vista de todos cómo trofeo.
—¿Tienes una idea mejor? —negó —. Entonces se hará y ya, no quiero que me digan nada más de este tema. Por favor.
—Yo solo digo que estoy de acuerdo con Nate y olvides de una vez por todas esta venganza, no te va a llevar a nada bueno —comentó Cas con un tono de voz bajo, como si temiera que en cualquier momento fuera a explotar y le arrojara una botella de algo en la cabeza.
Mi enfermedad no se trataba de eso, tampoco le haría daño a mi mejor amigo, el que era casi mi hermano.
—Sé que no me va a llevar a nada bueno, pero hay algo dentro de mí que me pide hacerlo, no detenerme y llegar hasta las últimas consecuencias.
—¿Estás dispuesto a lo que sea? —preguntó Gale —. ¿Qué harás con ella?
—Aún no sé —saqué tres cervezas de la nevera, las abrí y les entregué una a cada uno. Cas me miró mal, sabía que no podía mezclar alcohol con los medicamentos que estaba tomando, pero ahora estaba bien, tranquilo y no los necesitaba tomar todos los días. Lo que sentía antes de entrar con Adriano solo fue un momento, me controlé mejor de lo que hubiera esperado.
La pizza estuvo lista minutos después, fuimos a la sala donde pusieron una película. Ya no hablaron del tema y lo agradecía porque ahora mismo tenía demasiadas cosas en la cabeza como para que nada más me estuvieran hablando de ellos. Quería dejar de pensar en ese tema por un día.
La escena de la muerte de mi madre me iba a perseguir el resto de mis días. La tenía bien grababa en cada centímetro de mi piel y jamás iba a perdonar a esa rubia desalmada que le quitó la vida. Mi madre era una buena persona, nunca le hizo daño a nadie y tal vez tuvo algunos errores que supo arreglar a lo largo de los años, pero no merecía una muerte de ese tipo. No merecía morir.
Vanya
Mis nudillos estaban rotos y sangraban, la piel me ardía. Gotas de sudor frío recorrían mi piel caliente provocando un estremecimiento en todo mi cuerpo. Frente a mí se encontraba Aleksei con los puños en alto en modo de ataque, esperando el momento perfecto para atacar y retroceder.
Mi respiración era agitada, la garganta me ardía por el esfuerzo, sentía las manos entumecidas y los brazos me dolían. Estaba en una posición de defensa, esperando el siguiente golpe de mi primo. Una sonrisa ladina adornó sus labios y cuando menos lo esperé atacó por el lado izquierdo, sabiendo que me costaría repeler su ataque y fue así que el golpe llegó a mi boca haciendo girar la cabeza. El puñetazo que me propinó me llevó al suelo y reventó mi labio. Jadeé por el dolor que me recorrió la mandíbula y se estancó en mi estómago.
No quería parar, esta era mi oportunidad para sacar todo el coraje y rencor que sentía por él y por todo lo que estaba sucediendo en mi vida. Era mi oportunidad para hacerle pagar, por irse, por dejarme y por no haber llamado para preguntar por mí.
—Ya basta —escuché la voz rasposa de mi padre —. Ya es suficiente, Alek —le pidió a mi primo. Me ayudó a ponerme de pie, pero estaba tan agotada que no me podía sostener y por ende caí al suelo.
—Papá —le pedí —. Yo le pedí que continuara.
—Ya basta —rodeó mi cintura con su brazo para que me apoyara en él.
—Ya basta, doch'* —aseveró mirando con recelo a Alek —. Basta —me llevó hasta una de las bancas y me ayudó a sentarme. Me pasó una toalla y una botella con agua.
*Hija.
—Estoy bien —le sonreí. Tenía la boca cubierta de sangre, la sentía en la lengua y las encías —bebí agua y escupí esta mezclada con mi sangre. Moví la mandíbula de un lado al otro, la sentía adormecida.
—Lo siento —Alek se acercó trémulo, pero al ver que mi padre no le dijo nada se sentó a mi lado —. No fue mi intención hacerte daño.
—Yo te pedí que no tuvieras compasión —encogí un hombro —. Así que no te preocupes —me regaló una sonrisa tímida.
Me encontraba en una etapa de mi vida en donde solo el dolor me provocaba algo. Me hacía sentir viva. Me encontraba cegada por el dolor y la rabia, estos dos sentimientos se incrustaban dentro de mí y me era imposible sacarlos de mi sistema. Se aferraban cómo una garrapata que se entierra en la piel de su víctima. Tampoco quería que se fueran.
—Ve a darte un baño que no tardan en llegar los nuevos —dijo papá —. No serán muchos porque hay que mantener el control en esta casa. Solo necesito de alguien que cuide de ti —puse los ojos en blanco cuando dijo esto último.
—Ya te dije que no necesito de un niñero. Tengo la edad suficiente para saber cuidarme.
—Vanya, ya van dos veces que te atacan, una tercera no debe pasar —dijo serio. No había ni una pizca de diversión en su voz —. Por favor, hija, entiende que a ti no te puedo perder.
Su voz trémula y su rostro suplicando que por primera vez en mi vida le hiciera caso me hicieron aceptar lo que me pedía con tanto ímpetu. Papá tenía miedo de que esta vez alguien me hiciera daño y perderme cómo pasó con Misha, porque el dolor seguía ahí, presente en cada paso que daba, cada que abría los ojos o cuando se iba a dormir. A veces despertaba gritando horrorizado. Tenía pesadillas de ese día y yo no podía ser tan egoísta como para no hacerle caso y ponerme en peligro.
—Está bien —le dije, sonriendo —. Haré lo que me pides —sostuvo mis manos.
—Gracias —se puso de pie —. Ambos vayan a darse un baño que apestan a sudor —arrugó la nariz.
Salió del gimnasio. Me puse de pie con Alek a mi lado y juntos subimos las escaleras para ir a nuestra habitación.
—Víctor solo te está protegiendo de sus enemigos —habló a mi lado —. La muerte de Misha lo marcó de por vida.
—A toda la familia —enrollé la toalla y la puse en mi nuca. Subimos las escaleras.
—Vas a tener un guardaespaldas —nos quedamos al final de las escaleras, ya arriba.
—No creas que me gusta la idea, pero son órdenes del Boss —hice un encogimiento de hombros y reímos divertidos —. Solo espero que no sea un idiota que me quiera estar vigilando las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana —resoplé —. Odio esas cosas. Lo que me falta es que un imbécil me esté cuidando el trasero.
—Mejor ve a darte un baño porque si hueles mal —arrugó la nariz.
—Tupoy* —espeté. Giró sobre sus talones y fue a su habitación.
*Estúpido.
Entré a mi habitación que se encontraba a mano izquierda, cerré la puerta y miré hacia el balcón. Afuera se podía escuchar el canto de las avecillas que habían hecho sus nidos en los árboles alrededor de la propiedad. Dejé la toalla empapada en sudor en el sofá y me acerqué al terrario de Diablo. Sacaba su lengua bífida. Se enroscaba en el tronco y bajaba para subir de nuevo.
—A veces te tengo envidia —le dije —. No tienes mayor preocupación que comer y deshacerte de la piel muerta. De ahí en fuera toda tu vida es fácil —Diablo descendió. Solté una exhalación y me aparté para entrar al baño y darme una buena ducha que bien que lo necesitaba. La verdad si olía a sudor y el labio me ardía por el último puñetazo que me dio Aleksei. Todavía no lo perdonaba, pero eso no quería decir que no le diera una oportunidad.
Ansiaba relajar mis músculos y sentir el agua caliente, limpiar mi piel, estaba pegajosa por el sudor, tenía sangre en la ropa y me ardían los nudillos.
Al salir del baño me encontré con que Billy esperaba sentado en el sofá, me miró de arriba abajo, solo una toalla cubría mi cuerpo y mi cabello caía sobre mis hombros goteando un poco de agua.
—Supe que peleaste con Alek —sostenía la toalla que tenía un poco de mi sangre —. Te dejó en el suelo un par de veces —me acerqué al closet para sacar ropa.
—No fue nada, yo le pedí que no se compadeciera de mí.
—¿Por qué haces esto? Parece que te quieres morir. ¿Es eso? —indagó.
—No —dije indignada. Saqué la ropa que me iba a poner este día y la dejé sobre el colchón —. No quiero eso.
—¿Entonces? —se puso de pie con la toalla en las manos, la subió a la altura de mis labios y con cuidado puso la tela sobre mi labio inferior para quitar el rastro de sangre que no paraba de salir.
—Solo quiero aprender a defenderme y no tener miedo de agarrar un arma y disparar. Ese día me quedé en shock sin saber qué hacer, me paralicé al ver a mi padre en el suelo cuando debí disparar y matarlo de una vez por todas. Nos hubiera ahorrado el tener que ir a su casa para deshacernos de él —exhalé, molesta.
—Es normal que reaccionaras así —dejó la toalla a un lado —. No llevas aquí años como los demás, no eres una asesina —negué.
—Sí lo soy y lo sabes. No quieras suavizar las cosas cuando sabes mejor que yo, que mis manos ya están manchadas de sangre, ¿y sabes que es lo peor? Que lo disfruté y lo haría de nuevo si se diera la oportunidad.
Su mirada clara me examinaba con determinación. Billy no sabía nada de lo que hice cuando estuve en Europa, no tenía ni idea de que no solo me dediqué a estudiar, sino que también me deshice de algunos asquerosos que merecían. Me sentía decepcionada de mí misma porque no pude matar a ese bastardo, porque me quedé en shock, cómo una estúpida sin poder hacer nada. Fui una estúpida. Me sentía cómo una.
—Yo lo hubiera hecho también si algo malo te pasara —me puse de puntitas dejando un beso sobre sus labios.
—No me va a pasar nada —puse mis manos en sus mejillas.
—Nunca digas nunca —sostuvo mis manos para apartarlas de su cara —. Te dejo para que te vistas.
Se escuchaba molesto y entendía su malhumor, pero no podía venir a decirme que hacer o que no, no se lo permití a ningún hombre antes y no se lo iba a permitir a él tampoco.
Cuando salió de mi habitación cerró la puerta, dejándome sola de nuevo. Me puse la ropa que había sacado minutos atrás y me alise el cabello. Me puse una chaqueta negra de cuero y salí de mi habitación. Al llegar a la parte de abajo me encontré con mi padre, Billy, Pete y una hilera de algunos hombres que empezarían a trabajar para nosotros.
—Vanya, que bueno que has bajado —papá estiró su brazo hacia mí. Me quedé a su lado y miré a cada uno de los chicos que se hallaban frente a mí. Uno de ellos sería mi guardaespaldas y estaría todo el tiempo a mi lado cuidando que nada me pase.
Retuve las ganas de maldecir y le sonreí a papá que se veía más entusiasmado que nunca. Le preocupaba que alguien me hiciera daño por todo lo ocurrido meses atrás. Meses. Sí, ya habían pasado un par de meses desde la muerte de Misha y aunque las cosas no volverían a ser las mismas, intentábamos llevar nuestras vidas con normalidad. Hasta Cami estaba mucho mejor y ya se le veía más... ¿Feliz? Creo que esa era la palabra adecuada. La veía mucho mejor, sin embargo, no sabía lo que pasaba por su cabeza o lo que sentía, a veces no quería hablar, tampoco quería obligarla a hacerlo.
—Como les dije antes, vamos a evaluar las cualidades de cada uno de ustedes para saber en dónde meterlos, no todos saben disparar un arma y es algo que tendrán que aprender si no quieren morir en su primer día aquí. Se les asignará cuidar la casa o hacerse cargo de algunos negocios y lo más importante —dejó un apretón en mi hombro —. Solo uno de ustedes va a cuidar a mi hija —lo miré —. Mi princesa, la niña de mis ojos —de nuevo miró a los chicos —. Así que quien se encargue de eso tendrá una gran responsabilidad en las manos.
Su mirada se volvió severa y su voz pasó de ser tranquila a una seria, soberbia, molesta.
—Lo que deben saber de una vez por todas es que no voy a permitir que nadie me diga que hacer o que no —hablé —. Quien me proteja estará aquí para hacer eso nada más, no para imponer sus órdenes.
—Ya la escucharon —soltó mi hombro —. Vamos abajo de una vez.
Cami llegó a mi lado en el momento que se alejaban hacia las escaleras.
—¿Viste eso? —giré la cabeza en su dirección.
—¿El qué? —seguimos el mismo camino de los otros y bajamos las escaleras para entrar a la zona de tiro y ver que tal disparaban. Abajo de la casa era mucho más grande que arriba, tenía desde un gimnasio hasta una zona de tiro.
—El rubio te echó una mirada que me heló la piel —me mostró sus brazos.
—Alucinas —negó. Venía detrás de mí.
—No estoy loca —se defendió.
—No, solo ves cosas donde no las hay —al bajar las escaleras agarró mi mano.
—Vanya, no estoy loca. Te miró... Raro —musitó.
—¿De cuál rubio hablas? Había al menos tres rubios —enlazó sus dedos con los míos y juntas fuimos a la zona de tiros. Nos quedamos bajo el umbral observando a cada uno de los chicos que se preparaban frente a su estación, se ponían los goggles, y los protectores en las orejas.
—Chaqueta de cuero negra, pantalones de mezclilla azul y botas negras trenzadas, camisa blanca —musitó cerca de mi oreja.
—Oh —lo miré atenta —. Se ve... normal —encogí un hombro. Al mirar a Cami tenía los ojos entornados.
En ese instante los disparos resonaron por toda la habitación y tuvimos que mirar al responsable de eso. El rubio que Cami dijo sostenía la pistola con ambas manos y disparaba a su objetivo, justo en el centro de la lámina. Soltó esa pistola y cogió otra que no dudó en vaciar para dejarla a un lado y agarrar otra. Todos lo mirábamos entre sorprendidos y asustados de aquella audacia. Fue rápido y ágil al cambiar de pistola.
Víctor giró la cabeza hacia nosotras y alzó una ceja. Conocía aquella mirada.
El chico rubio dejó los objetos sobre la mesa que se hallaba frente a él. Víctor se acercó a su lado y hablaron un par de minutos.
—A tu padre le gusta —murmuró a mi lado.
—No —seguía mirando la escena entre mi padre y aquel sujeto.
—Sí, le gusta para que cuide de ti —chistó con la lengua —. Es demasiado atractivo y sexy para este trabajo —palmeó mi brazo —. Suerte con eso —papá se apartó del rubio y caminó hacia nosotras.
—Ese chico me gusta para cuidar de ti —los tres lo mirábamos atentos. Creo que se sintió cohibido porque al darse cuenta de que lo observábamos giró hacia el frente —. Su nombre es Seth, por cierto —indicó.
—¿No puedes escoger a otro? —le pedí.
—¿Qué tiene de malo? —nos miró.
—Dice Cami que es demasiado sexy para cuidar de mí —papá negó y se rio un poco.
—Si no veo a alguien más con potencial, se queda. Quiero a alguien que cuide de ti, que pueda dar su vida sin pensarlo. No necesito a un niño bonito que solo te mire, lo que hace falta es un hombre que sepa defenderte.
¿Él lo hará?
No creo.
Nadie en su sano juicio daría la vida por una persona a la que no conoce y sin importar la cantidad de dinero que se le pague lo haría. Supongo que aquella mentalidad era solo mía y había personas por ahí que sí lo harían, pero yo no, era demasiado egoísta para dar la vida por otra persona que no fuera alguien de mi familia o los pocos amigos que tenía.
—Así que vas a tener un sexy guardaespaldas rubio, serio y con mirada fría. Qué cliché —comentó burlesca.
—Cierra la boca —le di un manotazo.
—Se van a dar cuenta de que se aman y tendrán una trágica y romántica historia de amor, donde habrá mucha sangre y muertes —parpadeó con exageración —. Ya los vi.
—Ay, cállate. Nada de eso va a pasar porque para empezar yo no quiero tener nada que ver con nadie, mucho menos con un desconocido —la miré severa.
—Nunca digas nunca —levantó un dedo señalándome.
Observé al susodicho un par de segundos.
No me encontraba flechada por él ni mucho menos, solo me causaba un poco de curiosidad. Tuve a muchos hombres a mis pies rogando por un poco de atención y si me lo proponía a él también lo podía poner de rodillas suplicando por algo de mí. Pero en ese momento de mi vida eso era lo menos importante, mi único objetivo en ese instante era sobrevivir, no morir al otro día por uno de los rivales de mi padre y regresar a casa con mi madre. No pedía más.
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