Capítulo 6. 🔗
"¿Es mejor sacar el monstruo o ser
silenciosamente devorado?"
—Friedrich Nietzsche.
Vanya
Noah era un chico...puedo decir que dulce ya que solo estábamos rodeados de maldad y sufrimiento. No quería dejarlo entrar a mi vida porque sabía cómo iba a terminar esto, tal vez alguno de los dos podía morir en este lugar o cuando saliéramos de él, pero en ese momento de mi vida Noah era la única persona en la que podía confiar y sí, me podía dar una puñalada por la espalda, sin embargo, ya había recibido los suficientes golpes como para que una traición de su parte me tirara al piso.
—¿En qué piensas, víbora? —preguntó Noah, mirándome por completo.
Nos encontrábamos en la parte de atrás de la Fortaleza, nadie venía aquí ya que era un lugar olvidado y solo, cubierto de maleza, árboles secos y arbustos que crecían por todos lados. Mi espalda apoyada en la pared detrás de mí, sostenía un cigarrillo entre los dedos y miraba el cielo arriba de nuestras cabezas.
El día de hoy el sol había salido y las nubes se hicieron a un lado para permitirnos apreciar el bonito y azul del cielo. El cuerpo me dolía horrores, la piel de la espalda me ardía como si me estuvieran echando limón con sal en las heridas que aún floreaban y sangraban a mínimo roce de la ropa con mi piel.
—Al teniente se le pasó la mano, Vanya —le entregué el cigarrillo a Noah. Sin mirarlo a los ojos solté un suspiro, cansado, agotado, frustrado.
—No voy a poder, Noah, no voy a poder con todo esto —apoyé la cabeza en su hombro.
—Eres mucho más fuerte de lo que piensas y sí, vas a poder con esto y más. Yo creo en ti, Vanya.
Aquellas palabras de Noah retumbaban en mi cabeza como mil tambores, intentaba pensar que podía con todo esto, pero cuando recordaba a Misha todo se venía abajo. Mi hermano, mi hermano estaba muerto, ya no lo iba a ver, ya no hablaría con él. No vería su bonita sonrisa cada día al despertar. No se casaría con Cami, no habría una hermosa boda y no sería padre. Sus sueños se cortaron de tajo cuando esa bala penetró su cabeza y le quitó la vida.
Misha.
No tenía miedo, no estaba aterrada ni mucho menos. Quizá en otro momento estuviera cagada de miedo y ni siquiera podría sostener una pistola con las manos, pero en este momento la adrenalina corría por mis venas y mi piel, cómo ácido destruyendo todo a su paso. Mi corazón bombeaba sangre a todo mi cuerpo y aquello me daba el empujón que necesitaba para hacer esto.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Billy a mi lado. Me guardé una navaja entre los botines y los pantalones a la altura de mi tobillo. Giré la cabeza hacia él y le asentí sin temor.
—Estoy más que segura, no voy a dar un paso atrás. Nuestros hombres vigilan la casa y han dicho que Beckett está dentro junto a su familia —enarcó una ceja.
—¿Acaso conoces a su familia? —inquirió.
—No, ¿y tú? —negó.
—Tampoco.
—Y no me interesa saber a quién voy a matar —terminé de revisar el arma y la guarde en mi espalda —. Solo quiero terminar de una vez con todo esto.
¿Por qué siento que está lejos de terminar?
Subí las escaleras, al llegar arriba Cami junto a Pete y más hombres esperaban a un lado de la puerta. Le sonreí al ver el arma en sus manos y la determinación en su mirada. Chispeaba cómo mil fuegos artificiales estallando en el firmamento.
—¿Vas a ir conmigo? —me acerqué.
—¿Crees que te voy a dejar sola? Ni loca —exhaló con melancolía —. Si Misha estuviera aquí estoy segura que haría lo mismo, no te dejaría sola. Yo tampoco lo haré —le sonreí y la abracé.
Ella también estaba sufriendo, mi hermano era su novio, tenían planes juntos, pero yo era tan egoísta que no pensaba en el dolor que estaban padeciendo los demás, estaba más enfocada en mi estúpida venganza que en los sentimientos de mi propia familia.
—Vamos antes de que me arrepienta —dije.
—No creo que eso pase, eres tan necia como Víctor, digna hija de un Zaitsev —le sonreí y salimos de la casa. No podía estar menos equivocada. Venía de una familia mafiosa. Mi abuelo Vadim fue un cruel y sanguinario criminal de la Bratva. En ese tiempo era respetado y todos se ponían de pie cuando entraba a una habitación. Mi abuela no fue conocida ni nada por el estilo, solo era una mujer de clase baja que tuvo la mala fortuna de conocer a mi abuelo y engendraron un hijo; mi padre. Él era un mujeriego, conocido por tener muchas mujeres en toda Rusia, así que a nadie le extrañó cuando apareció otro hijo, mi tío Ivan, el mejor de los dos únicos hijos que engendró Vadim Zaitsev. Se hizo cargo de sus hijos, sin embargo, nunca se casó, no tuvo más herederos, así que, mientras mi padre se hace cargo de los negocios aquí en Nueva York, el tío Ivan lo hace en Rusia junto a su hijo Mikhail.
Subimos a la camioneta y esperamos que Billy se uniera. Vera se había quedado en el hospital con mi padre, tenía que encargarse del funeral de Misha. Su funeral. Que mal me sabía todo en ese momento.
Misha era tan joven y merecía mucho más que una muerte de ese tipo, terminar, así como lo hizo él. La vida no era justa y una vez más me estaba demostrando que cuando quiere te puede patear hasta dejarte en el suelo. Saldría de esto con la frente en alto, así como lo hice muchas veces, no me iba a dejar caer a pesar de que las cosas no se veían bien. Sentía que arriba de mí caminaba una nube negra cargada con desgracias y dolor. Que esta no se iba a ir, cómo si la tuviera pegada a mi espalda.
Pete condujo hacia Manhattan, tardamos un poco en llegar porque la ciudad siempre es un caos, muchas personas, muchos autos, mucho ruido por todos lados. A veces quería regresar a Europa y olvidarme de Nueva York para siempre. Nunca debí regresar a esta ciudad.
Maldita ciudad del pecado.
Bajamos de las camionetas al llegar, en la parte de atrás de la casa de los Beckett. La calle se encontraba desolada, no había ni un auto a la vista o personas ya que pasaban de las tres de la mañana.
—Las cosas están así —informó uno de los hombres que había estado cuidando la propiedad —. La familia completa está dentro, hay seis hombres cuidando la casa principal y el anexo que está apartado a unos metros del lado derecho.
—¿Qué tipo de armas usan? —pregunté yendo al punto. En este momento no me iba a detener para querer saber cosas que no me importaban en lo más mínimo.
—Armas largas y de largo alcance —dijo —. Cartuchos de alto calibre.
—Es riesgoso entrar por la parte de adelante, lo mejor es someter a los hombres y sacar al padre primero, después a los hijos —lo miré ceñuda.
—¿Hijos? —no me acordaba si ya me habían hablado de sus hijos, pero sí lo hicieron no recordaba nada.
—Creo que tiene dos —Cami se encogió de hombros —. No me preguntes sus nombres porque no me los sé y tampoco me importa —espetó.
—Bien —solté un largo suspiro e inhalé fuerte para llenar mis pulmones con aire limpio.
—Nosotros vamos a entrar primero —informó el hombre señalando a los otros tres que lo acompañaban.
—Pete —giró la cabeza para verme.
—¿Sí?
—Lo mejor es que te quedes aquí a vigilar —quiso negar, pero no lo dejé —. Sí, Pete, no nos podemos arriesgar a que alguien nos vea aquí y llame a la policía.
—Eres necia —le sonreí. Puso una mano en mi hombro y lo apretó sutilmente. Subí la mano para tocar la suya y cerré los ojos una fracción de segundo en el que me permití despejar mi mente y no pensar en lo que estaba a punto de suceder.
Pete era un hombre grande, alto y de piel oscura, parecía un matón, aunque no lo era, pero tenía el corazón más grande de todos. Más de una vez arriesgó su vida por mí, se interpuso entre las balas y yo, para que la niña a la que cuidaba no le pasara nada. Era una figura paterna para mí y lo quería tanto como si lleváramos la misma sangre.
—¿Por dónde vamos a entrar? —preguntó Billy.
—Hay un acceso a unos metros, nadie cuida ese lugar —asentimos y cada uno se separó para entrar a la casa de los Beckett.
—¿En serio no sabías que Jared tiene dos hijos? —me preguntó Cami.
—No, sabes que apenas sé nada de esta vida —íbamos pegados a la pared —. ¿Sabes cómo se llaman? —intercalé las miradas entre los mellizos.
Tanto Billy como Cami negaron con la cabeza.
—Al igual que Víctor te protege a ti, él lo hace con sus hijos y su esposa —en ese aspecto lo entendía, pero de nada le sirvió proteger a sus hijos porque yo misma los mataría a todos. Tenía que arrancar la mala hierba desde la raíz. Libraría a Nueva York de la plaga Beckett y esta ciudad sería nuestra nada más.
No fue difícil entrar a la casa, el acceso era pequeño, pero de un buen tamaño para poder pasar y no ser vistos por las cámaras que estaban distribuidas en la propiedad. Billy se alejó para apagar las luces e impedirles salir de la casa. Cami y yo esperamos la indicación que Aaron haría, sabríamos cuándo atacar, no antes, no después, en el momento correcto.
No pasó mucho tiempo para que las luces se apagaran y los disparos se escucharan en todo el complejo. Gritos, más disparos, salimos de nuestro escondite y quedamos frente a la puerta principal. No pasaron muchos minutos para que la puerta se abriera y detrás apareció Aaron con sus hombres, sostenía a Jared de un brazo y su esposa del otro.
Él de cabello castaño, alto, buen porte, tenía algunos golpes en el rostro, un hilillo de sangre se deslizaba por la comisura derecha de su labio. Ella rubia, bonita, sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas que no dejaban de salir de sus orbes y cada una recorría el camino de su antecesora.
—Jared Beckett —los obligaron a arrodillarse frente a mí.
Hice una seña con la mano y las luces se encendieron.
—Vanya Zaitseva —escupió mi nombre con sorna. No esperaba menos de él. Tampoco me sorprendía, odiaba a mi familia por lo tanto me odiaba a mí.
—¿Dónde están sus hijos? —pregunté. Aaron dio unos pasos para quedar a mi lado.
—No los encontramos —hice una señal con la mano, restándole importancia.
—No importa —miré directamente a la cámara que seguía cada uno de nuestros movimientos —. Ellos están viendo esto.
—¿Qué quieres? —bajé la mirada hacia él. A pesar de la circunstancia en la que se encontraban no dejaba de lado ese tono de voz altivo, la barbilla en alto y esa superioridad con la que te miraba.
—¿Creías que al matar a mi padre te ibas a deshacer de todos los rusos? —chiste con la lengua —. Te equivocaste. Solo avivaste esa llama que yacía pasible y ahora es un tornado de fuego que no podrás parar —la mujer gimoteaba bajito. Su cuerpo temblaba por el miedo que estaba sintiendo.
La entendía, yo también pasé por ese miedo que te paraliza, te impide hablar, te deja en shock, como si hubieras entrado en una especie de limbo lleno de oscuridad que te arrastra a lo más profundo. Lo sentí cuando Jared apuntaba su arma a mi padre, cuando le quitó la vida a mi hermano.
Los dos estaban de rodillas frente a mí, él mantenía esa arrogancia tan suya y ella tan sumisa. Me daba pena la pobre mujer, no me imagino como pasó tantos años casada con ese monstruo, como soportó toda una vida a su lado. La iba a librar de él de una vez por todas.
—Deja a mi esposa en paz —uno de los hombres sostenía su cabello para que pudiera verlo a los ojos —. Ella no tiene la culpa de nada, es inocente.
—Misha también era inocente y eso no te importó, lo mataste. ¿Por qué debería tener piedad por ti? —me paseaba de un lado al otro con las manos en la espalda —. ¿Sabes que es lo peor? Que mi padre sigue vivo —mi confesión le tomó por sorpresa, tanto que mantuvo los ojos abiertos de par en par —. Sí, mataste a mi hermano, pero no a mi padre —sonreí. La burla danzando en mis labios, tirando de las esquinas —. Ahora yo haré lo mismo con tu esposa.
Me detuve frente a la mujer, pasé el cañón de mi arma por su mandíbula y su mejilla, la punta descansó en medio de su frente. Giró la cabeza hacia su esposo que no decía ni una palabra, pero su mirada expresaba todo lo que de su boca no podía salir. Tenía miedo, temía que disparara el arma y acabara con la vida de su amada esposa.
—No te preocupes, Beckett —escupí su nombre —. Tú irás detrás de ella.
Me planté frente a ella con pies de plomo, la observé al rostro sin despegar mis ojos de su bonita mirada azul. Suplicaba con ojos llorosos, su labio inferior temblaba, agrietados, hinchados de tanto morderlos. Le pedí perdón con la mirada, le quité el seguro a mi pistola y disparé. Gotas de tibia sangre fueron escupidas con fuerza y solo algunas llegaron a mi rostro. Beckett gritó a mi lado, su grito retumbó en toda la propiedad, miró el cuerpo de su esposa caer al suelo. Di un paso para quedar frente a él y metí la pistola en su boca.
—Tus hijos están viendo esto, ¿no es así? —se negaba a decir nada —. Espero que lo estén viendo para que sepan que con un Zaitsev nadie se mete —le quité el seguro al arma. Me agaché y apunté el cañón de la pistola en la misma pierna en la que había disparado horas atrás —. Este solo es un recordatorio de lo que peligrosa que puedo ser . Que no se te olvide —empujé el cañón contra su piel. Tragó saliva. Me fijé en cómo su manzana de Adían bajaba y después subía. Levantó la barbilla con orgullo, esperando que le disparara en la cabeza o tal vez en el corazón. No era tan bondadosa cómo para regalarle una muerte tan digna. El día que muriera esperaba que sufriera mucho.
Un solo disparo en su pierna, contuvo un grito de dolor, pero su rostro se contrajo, apretó los dientes y estos rechinaron, su mandíbula se tensó y al final cayó al suelo desangrándose. Si no lo atendían cuanto antes podía perder mucha más sangre o le podían amputar la pierna, cualquier de las dos cosas me importaba menos. A estas alturas me daba igual que se muriera, me daba igual que los hijos de Beckett se quedaran sin sus padres, yo perdí a mi hermano y ellos perderían a sus progenitores. Estaríamos en las mismas circunstancias.
—Vámonos, no hay nada que hacer aquí —informé a mis hombres. Me erguí. Asintieron a mis órdenes y salimos de la propiedad. No miré atrás, porque no quería arrepentirme de lo que hice. Pocas veces en mi vida me arrepentí de una decisión, esta no sería la excepción.
Quería dejar atrás todo esto, olvidarme de lo que había pasado con esta familia y empezar de nuevo. Ahora que mi hermano estaba muerto y papá en el hospital lo más seguro era que mamá y yo nos íbamos a hacer cargo de este negocio mientras tanto.
Seth
El caos se desató en el momento que los rusos entraron a la casa, empezaron los disparos y todo se volvió confuso. Estaba seguro que Jared estaba en su despacho, Nate acababa de llegar, pero no sabía dónde estaba mi madre, tenía que meterla en la habitación que Jared mandó construir para casos como estos.
La parte de arriba se llenó de humo tóxico que me picaba los ojos, la garganta se me cerró cuando abrí la boca.
—¡Mamá! —grité. Apenas podía hablar. Empecé a toser repetidas veces —. ¡Nate! —no podía ver nada con todo el humo que envolvía los pasillos.
—¡Seth! —escuché a Nate de lejos —. ¡Seth! —se escuchaba mucho más cerca.
—¿Dónde está mamá? —apareció en las escaleras.
—No sé —tosía al igual que yo —. Quizá esté en su habitación —sin pensarlo corrimos hacia la habitación de mis padres, donde tenían aquel cuarto seguro.
Abajo los disparos retumbaron por los pasillos y las habitaciones, gritos y algunas palabras en ruso. De inmediato supe que esto tenía que ver con Víctor y su gente, no se iban a quedar de brazos cruzados cuando Jared mató a ambos hombres.
Entramos a la habitación de mis padres, avanzamos hasta llegar al closet. La puerta metálica de la habitación estaba abierta, entramos, pero ahí no había nadie. Giré sobre mis talones.
—¿Seth? —Jared apareció en el closet. Llevaba consigo un arma larga que sostenía con una mano y con la otra el bastón. El doctor ijo que la bala rasgó un nervio importante, hizo todo lo posible, pero no volvería a caminar cómo antes.
—¿Dónde está mamá? —pregunté.
—Se la llevaron —miró hacia el pasillo. En ese momento solo pude ver dolor y rabia, no había otro sentimiento en su mirada. Nos miró de nuevo y cerró la puerta metálica con nosotros dentro.
—¿Qué haces? —di un paso hacia la puerta, pero fue más rápido y tecleó en la pantalla táctil de la puerta, esta se cerró —. ¿¡Qué haces!? —aporreaba la puerta con mis puños, esta no cedía. Tecleé el nip que Jared le puso para desbloquearla, sin embargo, me decía que no era correcto —. ¡Déjanos salir! —repetí la acción varias veces, pero fue inútil porque él la cambió al salir.
Había cámaras en toda la casa y desde aquí se podía ver en las pantallas lo que pasaba allá afuera. Había una cámara más en la puerta y pude ver a Jared.
—Jared —levantó la cabeza hacia la cámara —. Déjanos salir —lágrimas ácidas caían por mis mejillas.
—No voy a permitir que les hagan daño —se alejó sin mirar atrás.
Corrí hacia las pantallas, pero las luces se apagaron.
—¡No, no, no! —golpeaba el tablero con rabia. Sentía que mis puños se rompían, mi corazón se agrietaba un poco más de lo que ya estaba —. Tenemos que salir de aquí.
Nate estaba a mi lado, en shock, no se movía, ni siquiera parpadeaba.
—Nate —sostuve sus hombros entre mis manos y lo agité para que reaccionara —. ¡Nate!
—¿Qué? —parpadeó. Miró el lugar de hito en hito. Al darse cuenta de donde estábamos me apartó y caminó hacia la puerta, jaló la manija, pero esta no cedía, la pateó un par de veces —. ¡Ayuda! ¡Estamos aquí! —nadie nos iba a escuchar, las paredes eran gruesas para que las balas no las penetraran, así que, por más que gritemos nadie allá afuera nos podía escuchar.
—¡Basta, Nate! Basta. No hay luz, cortaron la energía y la puerta no se puede abrir —apoyé las manos en el tablero.
—Mamá, ¿dónde está mamá, Seth? —mis hombros se hundieron al escucharle preguntar por nuestra madre —. ¿Quién está haciendo todo esto, Seth? ¿Quién tiene el corazón de piedra para tramar este tipo de cosas?
—Es la hija de Víctor, es ella. Jared mató a su hermano y a su padre —apreté los puños.
La rabia crepitaba por mis huesos, se sentía como miles de explosiones que invadían mi cuerpo, la cabeza me estaba doliendo, me estaba cegando y esto no me llevaría a nada bueno. Cuando algo así pasaba era inevitable no querer explotar y romper todo lo que tenía frente a mí.
—Cálmate —pidió Nate. Sus manos estaban en mis hombros —. Por favor. No es hora de que te pongas así.
—Ya sé, ya sé —tomaba largas respiraciones para alejar esos malos pensamientos que me estaban destrozando el cerebro.
—¿Qué vamos a hacer? —miraba el lugar, buscando una manera para poder salir de este lugar, pero la única puerta por donde podíamos escapar estaba sellada y no había luz eléctrica.
—Nada —me giré hacia él —. No podemos hacer nada.
—No estás hablando en serio —negó —. Dime que es una maldita broma —subió sus manos a la cabeza enterrando sus dedos en su cabello —. ¡Tenemos que salir, Seth! Tenemos que ayudar a nuestros padres.
—¡Entiende que no podemos hacer nada! La maldita puerta está bloqueada y no hay electricidad —espeté. Era más que obvio que no íbamos a salir de aquí.
—No puede ser.
Daba de vueltas por la habitación, mirando, buscando, intentando salir, pero se dio por vencido cuando los minutos pasaron.
—Me voy a volver loco —espetó —. Quiero salir de aquí.
—Eso ya lo dijiste un millón de veces —mascullé —. Cierra la maldita boca de una vez —me miró de reojo. Su mirada me dijo todo lo que sentía y ahora mismo quería golpearme. Yo también quería hacer lo mismo.
De repente las luces se encendieron al igual que las pantallas.
—Ya era hora.
Nate se puso de pie y se acercó a mi lado. Buscaba en todas las pantallas hasta que encontré a mis padres afuera de la casa. Ambos estaban de rodillas frente a una rubia que reconocí de inmediato como la hija de Víctor.
—¿Qué está haciendo? ¿Qué está haciendo? —sus dedos cogieron la tela de mi camisa.
—Lo mismo que hizo Jared con su hermano y su papá.
—No importa —dijo la rubia mirando hacia la cámara. Estaba segura que tanto Nate como yo estábamos viendo lo que estaba pasando —. Ellos están viendo esto.
—¿Qué quieres? —Jared no dejaba su arrogancia, ni siquiera porque estaba a nada de morir.
—¿Creías que al matar a mi padre te ibas a deshacer de todos los rusos? Te equivocaste. Solo avivaste esa llama que yacía pasible y ahora es un tornado de fuego que no podrás parar.
Mamá estaba de rodillas, gimoteando. La mirada de la rubia se centró en ella un par de segundos. Por un momento pude ver un atisbo de compasión en sus luceros, pero no me podía confiar en ella. Estaba dolida y llena de coraje, solo quería vengarse.
—Deja a mi esposa en paz —dijo Jared. Casi suplicaba —. Ella no tiene la culpa de nada, es inocente.
—Misha también era inocente y eso no te importó, lo mataste. ¿Por qué debería tener piedad por ti? —se paseaba de un lado al otro, mirándolos de reojo —. ¿Sabes que es lo peor? Que mi padre sigue vivo —abrí los ojos de par en par. No me esperaba esta noticia —. Sí, mataste a mi hermano, pero no a mi padre. Ahora yo haré lo mismo con tu esposa.
Se detuvo frente a mi madre, pasaba el cañón de su arma por su mandíbula, mejilla y la detuvo en su frente. Mamá miró a Jared, este ni siquiera podía hablar.
—No te preocupes, Beckett —dijo la rubia —. Tú irás detrás de ella.
Apretó el cañón contra su piel, su dedo osciló sobre el gatillo y sin parpadear disparó. Me tomó un segundo para procesarlo. El disparo. Di un paso atrás con las manos en alto. La sangre explotando milésimas de segundos después salpicando su ropa y su rostro. El grito desgarrador de Jared y por último su cuerpo cayendo al suelo.
—¡No! —grité golpeando el tablero repetidas veces —. No, no —sacudía la cabeza —. ¡Maldición, maldita! ¡Mil veces maldita!
Di un paso atrás, trastabille y Nate me sostuvo entre sus brazos para no caer al suelo.
—No, no —la garganta se me cerró —. Mamá —caí al suelo de rodillas. Nate cayó a mi lado sin soltarme.
—Tus hijos están viendo esto, ¿no es así? —su voz era un eco en mi cabeza —. Espero que lo estén viendo para que sepan que con un Zaitsev nadie se mete —se agachó para quedar a su altura y aun así se veía imponente frente a mi padre. Bajó el arma y la hundió en la pierna que ya tenía lastimada. No parpadeó cuando disparó, solo lo hizo y ya. Aquel sonido resonó en mi cabeza, se instaló como un pitido molesto que se queda ahí para no irse jamás.
—Vámonos, no hay nada que hacer aquí.
Levanté la cabeza hacia las pantallas y la vi dar la vuelta, ni siquiera se inmutó en mirar atrás. Se irguió tan alta y poderosa, llevó las manos a su espalda donde sostenía la pistola con detalles dorados.
—Me voy a vengar, te lo juro, Nate. Le haré pagar
—Ya basta, Seth. Ya no sigas con esta estúpida guerra que no nos va a llevar a nada bueno. Por favor —negué con la cabeza.
—No me digas que hacer —me aparté de él —. Ella mató a nuestros padres —dije lo que era más que obvio en estos momentos, por si él no se había dado cuenta. No sé si estaba drogado o borracho, si es que no entendía lo grave del asunto.
—¡Y Jared mató a su hermano! Su padre está en el hospital luchando por su vida —enterró los dedos entre su cabello —. Dios. Basta ya, por favor. Solo tú puedes terminar con esta guerra sin sentido.
—¿Sin sentido? —me pasé los dedos bajo los ojos. No quería llorar, no quería hacerlo, pero era imposible no derramar un par de lágrimas por mi madre —. No es una guerra sin sentido. Esto no se va a terminar y está muy lejos de hacerlo. Esa maldita niña rica va a pagar su osadía, se va a arrepentir de haber puesto un pie dentro de esta casa —señalé el suelo con el dedo —. Va a llorar lágrimas de sangre. Te juro que me va a pedir perdón de rodillas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro