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Capítulo 5. 🔗

"Esa mujer debió encontrar

algo tan salvaje dentro de

sí misma, que ahora es indomable".

—David Sant.

Seth

En cuánto vi que Jared salió herido y subió a la camioneta emprendí la huida, sabiendo que algo malo había pasado y que tal vez las cosas no se dieron cómo él las quería. Conducía a toda velocidad esquivando a los autos, casi choco con un tractocamión de no ser porque logré esquivarlo. Las manos me temblaban y sentía el corazón latir a gran velocidad, cómo si hubiera corrido un maratón y no pudiera ni con mi alma. Miraba a través del espejo retrovisor varias veces, asegurándome que nadie nos estuviera siguiendo. Me encontraba nervioso y preocupado por lo que estaba sucediendo. Las cosas se salieron de control y ahora todo era incertidumbre.

Llegué a Manhattan y bajé la velocidad del auto, me sentía menos nervioso, pero no menos tranquilo. Jared siempre pensaba que tenía las cosas bajo control y para su desgracia no era así, no tenía el maldito control de todo y tenía que darse cuenta de ello. No sabía si logró matar al padre y al hijo, pero de no ser así su furia sería implacable y le harían pagar su osadía con creces. No pensó en eso, lo tenía claro.

—¿Qué pasó ahí? —le pregunté a Jared en el momento que bajé del auto y él de la camioneta —. ¿Qué hiciste? —estábamos dentro de la propiedad. A duras penas bajó y fue Charlie quien le ayudó a bajar del vehículo. La pierna le sangraba y empezó a cojear cuando su pie tocó el suelo. Ni siquiera por eso podía borrar la estúpida y orgullosa sonrisa de los labios.

—Los maté, a los dos —sacó el arma y la sostuvo entre sus manos. La miraba incrédulo, estupefacto, sin poder creer lo que había hecho —. Te dije que lo haría y no dudé en matarlos —levantó la barbilla y sonrió de una manera maquiavélica. Me encontraba aterrado y sorprendido. No sé si más aterrado o sorprendido, pero no podía entender cómo es que se encontraba tan feliz cuando estaba sangrando y alardeaba de haber matado a los rusos.

Miré detrás y esta vez había muchos menos hombres de los que se fueron con él, algunos heridos y otros más en el suelo ya sin vida.

—Mataron a tus hombres —mi mirada se quedó fija en la suya, donde solo había oscuridad, eran dos pozos sin ni una pizca de luz, nada más que lobreguez absoluta —. ¿Eso te hace feliz? ¿Estás bien? —inquirí, sorprendido.

—¡Pero valió la pena, carajo! —le entregó el arma a Charlie que se quedó a su lado, su hombre más leal. Se pasó los dedos entre las hebras oscuras de su cabello —. Necesito que te quedes aquí, no vayas a tu casa —pidió —. Llévame dentro y llámale al doctor. Dile que venga con urgencia —Charlie asintió con la cabeza.

—Sí, señor —le dijo.

—¿Para qué? Ya pasó todo, ¿no? —le pregunté. Daba un paso y soltaba una maldición tras otra. Le indicó a Charlie que lo llevara a la sala y este no dudó en obedecer.

—No creo que se queden con los brazos cruzados, además había más personas ahí. Una chica me vio en el lugar —solté un bufido. Entramos a la sala y Charlie dejó a Jared en el sofá. Dejó un gran rastro de sangre que sería difícil de quitar. Pobre de mi madre que tenía que soportar este tipo de cosas. Charlie re retiró para llamarle al doctor y que viniera a atender a Jared. No era la primera vez que le llamaban de emergencia para que viniera.

—Dijiste qué harías esto sin problema alguno y ahora tienes miedo, ¿es eso? —se quejó y apretó los labios. Le dolía. Por primera vez en su maldita vida estaba viendo que algo le dolía a ese cabrón.

—¿Miedo? No conozco el significado de esa palabra, es precaución por ti y tu madre —apretaba la herida, sin embargo, la sangre no dejaba de sangrar.

—¿Y Nate? —enarcó una ceja.

—¿Lo ves aquí? Es un inútil que no sabe agarrar un arma. ¿Qué crees que pueda hacer si los rusos vienen por nosotros? Nada, no hará nada, es seguro que será el primero en morir —no podía creer que estuviera diciendo esto de su propio hijo. Estaba furioso.

—Es tu hijo, ¿cómo puedes hablar así de él? —fruncí el ceño.

—Es un idiota que no sabe nada de este negocio. Amo a tu madre —levantó un dedo —. Pero mira lo que hizo con Nathaniel, iba a hacer lo mismo contigo, pero yo te salvé, hice de ti lo que eres ahora —me señaló de arriba abajo, orgulloso. Bufé y cerré los ojos un par de segundos.

—No deberías sentirte tan orgulloso del monstruo que has creado porque este no dudará en matarte —espeté. La diversión bailaba en sus orbes verdes, destellaban con chispas de maldad pura y oscuridad que emanaba de su asqueroso ser.

—¿Matarías a tu padre? —preguntó incrédulo. Recargó la espalda contra el respaldo del sofá, que ahora se encontraba manchado por su sangre.

—No lo dudes. Puedes esperar todo de mí menos compasión —le di la espalda —. Voy a ver a mamá —No esperé que dijera nada y tampoco iba a esperar a que lo hiciera.

Me daba dolor de cabeza tan solo escuchar su voz. Soportarlo era una gran tortura para mí y mi poca estabilidad mental. Estaba jodido, roto por dentro. Era un maníaco amante de las pastillas que relajaban mi cerebro y mantenían esa rabia sedada, tranquila para que no pudiera escapar. Lo mejor era tener esa cólera contenida para que no se desatara el caos en la ciudad, cuando esta salía hasta yo tenía miedo de lo que podía hacer.

—¡Seth! —Subí a la sala que era el refugio de mi madre, donde leía o tejía en paz. Dejó su tejido a un lado al verme y corrió hacia mí para rodear mi espalda con sus brazos —. Estás bien, mi niño —puso sus manos en mis mejillas, revisando que nada me hubiera pasado.

—Estoy bien —cogí sus manos y dejé un par de besos en su dorso —. No me pasó nada.

—¿Y tú padre? —preguntó mirando detrás de mi espalda.

—En la sala —no quería asustarla con lo que le sucedió a Jared. Aunque ya estaba acostumbrada a que más de una vez llegó herido, todavía le sorprendía y aterraba que algo le pudiera pasar a ese monstruo —. ¿Has sabido algo de Nate? —le pregunté.

—Está con Joey, sabes que no quiere meterse en este tipo de cosas —suspiró. Le di la razón —. No te veo bien, hijo, ¿tomaste tus pastillas?

—En la mañana. Estoy bien —sonrió.

Al verla así no me quería ni imaginar perderla, me iba a volver loco si alguien llegaba a tocar uno de sus cabellos, si alguien le hacía daño vería lo peor de mí. Mi madre y Nate eran todo para mí, mi vida entera y perderlos no era una opción. Los mantendría a salvo a cualquier costo. Haría lo que fuera con tal de que ellos estuvieran bien.

—¿Qué pasa? ¿Pasa algo malo? —la invité a sentarnos en el sofá.

—Jared hizo lo que prometió, pero teme que los rusos vengan aquí —sus ojos se abrieron grandes —. No va a pasar nada. Él va a estar bien.

—¿Cómo estás tan seguro? Si tu padre hizo lo que prometió es obvio que ahora están enojados, buscando venganza. No me pidas que no me preocupe, tengo miedo, Seth. No quiero que les pase nada a ti o a tu hermano —habló rápido y preocupada —. ¿Dónde está él? —ahora se veía enojada.

—No nos va a pasar nada, a nadie. Jared está en la sala y no lo veo bien, pero saldrá de esta. Él mismo lo dice "Hierba mala nunca muere" —quise escucharme seguro pero la voz me temblaba y estaba aterrado, tanto que era imposible no pensar en que algo malo le iba a pasar.

Mamá era una buena mujer que no le hacía daño a nadie, al contrario, siempre ayudaba en todo lo que podía, aun sabiendo que su esposo era un mafioso que mataba personas a diestra y siniestra. Pero mi madre no era como él, ayudaba en orfanatos, iglesias, a las personas que no tenían nada. Ella más que nadie se merecía una vida plena y sin preocupaciones.

—Voy a ver a tu padre —asentí. Se puso de pie y salió de la sala para bajar a ver a Jared. Por mí podía morirse de una vez e irse al infierno.

Del interior de mi chaqueta saqué el móvil, lo sostuve con ambas manos y marqué el número de Nate.

Seth —respondió.

—¿Dónde demonios estás? —pregunté molesto.

Estoy con Steph, tiene un problema —me dejé caer en el respaldo del sofá y solté un bufido, pellizcándome los lagrimales con los dedos.

—Nosotros también tenemos un problema, Nate, necesito que estés aquí —escuché una especie de resoplido que no me gustó nada —. ¿Perdón?

Lo que sea que haya pasado con los rusos resuélvelo tú y papá. Yo no tengo nada que ver con eso —respondió molesto.

¿Ahora te pones a la defensiva?

—Maldito egoísta —me incorporé —. Tienes mucho que ver porque Jared mató a esos rusos y ahora teme que tomen represalias.

¿Y yo tengo la culpa? No, claramente les dije que no me metan en su mundo, no quiero saber nada de eso.

—Me cuelgas y te juro que cuando te vea te vas a arrepentir —mascullé —. Si Jared muere tú y yo tendremos que hacernos cargo de sus negocios, así que mueve tu maldito culo y ven ahora mismo sino me vas a obligar a ir por ti y no dudaré en traerte a la fuerza.

No dijo nada en segundos, pensé que me había colgado y tuve que mirar la pantalla, asegurándome que no se atrevió a hacerlo. Los segundos seguían corriendo en la pantalla.

Voy para allá —bufó y colgó.

—Idiota.

A veces lo entendía, porque bueno, apenas había cumplido los veintiún años y era más que obvio que se comportaba cómo un chico de su edad. Pero otras veces me hacía rabiar al punto de querer golpearlo para que entendiera que las cosas no eran tan fáciles y que esta vida era una perra, que tenía que aprender a defenderse porque esta era una jungla donde solo el más fuerte lograba salir sin un rasguño. Solo me preocupaba por él, aunque pareciera que no, que lo odiaba. No lo odiaba, lo quería y mucho.

Vanya

El odio es cómo un gusano que devora todo a su paso, se come los buenos sentimientos y solo te llena de rencor y mucha rabia. Te ciega y te hace pensar en cosas en las que jamás habrías podido imaginar en tu vida. En ese momento yo sentía que el gusano del odio estaba comiendo dentro de mí, caminaba e infectaba todo lo bueno que aún existía de mi podrida alma. No me resistía, solo dejaba que me consumiera, que tomara de mí todo lo bueno y lo convirtiera en maldad pura.

Sentía una opresión en el pecho que me impedía respirar bien. Los ojos me ardían, los sentía rojos e hinchados de tanto llorar. A lo lejos se escuchaban las voces de las personas que encontraban dentro del hospital, eran solo un eco en mi cabeza porque todo estaba distorsionado para mí, aún no podía procesar bien lo que pasó tan solo horas atrás. Las sienes me palpitaban, sentía que el cerebro me iba a explotar en cualquier momento. Estaba a nada de rendirme, de tirar la toalla. El dolor laceraba mi pecho, mi garganta, todo el cuerpo. Lo sentía pesado y las articulaciones me dolían, me sentía cómo si hubiera caminado mucho, como si estuviera enferma y fuera a morir.

Miraba mis manos cubiertas de sangre, las uñas, mis nudillos y mi ropa salpicada también. Me pasé la mano debajo de los ojos para borrar un poco el rastro de lágrimas que seguían cayendo sin parar. Me ardía la piel alrededor de los ojos de tanto llorar, pero me era imposible no hacerlo cuando mi padre estaba en el quirófano luchando por su vida y mi hermano muerto en la morgue del hospital.

En ese momento mamá llegó con Pete y los demás, dijo que algo no le gustaba de todo lo que estaba pasando y decidió ir a ver a mi padre. Lo que se encontró fue el cuerpo sin vida de su hijo y a su esposo muriendo en mis brazos. Llegamos al hospital horas atrás y era el momento en el que no sabíamos nada de mi padre.

—Vanya —levanté la cabeza. Billy estaba frente a mí con un vaso desechable en la mano. Negué de inmediato, no tenía hambre, ni siquiera podía sentir otra cosa que no fuera una inmensa rabia contenida dentro de mí. Quería que todo ardiera, matar a los Beckett de una vez y darle paz a mi vida.

—No, gracias —Billy miró a su alrededor y se sentó a mi lado.

—Vanya, llevamos horas aquí y no has tomado agua, no has querido comer nada.

—No tengo hambre, Billy, gracias —intentaba ser amable con él porque no tenía la culpa de lo que estaba pasando, nadie en esta sala de espera tenía la culpa, sin embargo, yo sentía que el mundo se me venía abajo en este momento.

—Por favor —puso una mano encima de mi brazo, pero me aparté con coraje.

—No me toques, no quiero tu lastima —espeté con los dientes apretados.

—No es lastima, nunca será lastima. Sabes que te quiero mucho y ahora mismo, lo único que quiero es que estés bien —tenía esa mirada tierna y dulce que me gustaba, pero que en este momento no provocaba nada en mí.

—Nunca voy a estar bien, Billy —mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo —. Misha está muerto y papá está en el quirófano, luchando por su vida. Lo único que quiero es matar a ese bastardo, proklyatyy sukin syn* —espeté apretando los puños.

*Maldito hijo de puta.

Mamá apareció en mi campo de visión, detrás de ella estaba Cami, agazapada en una silla con la cadena que Misha llevaba siempre con él. La mirada perdida en la nada, algunas lágrimas rodaban por sus mejillas, pero ella no se movía, estaba inerte en su lugar, quizá procesando lo que acababa de pasar.

—¿Qué te dijeron? —pregunté a mamá.

—No mucho, sigue en el quirófano. La bala rozó una de las arterias del corazón y perdió mucha sangre.

—Yo puedo donar la que sea necesaria —me puse de pie —. Con tal de salvarle la vida a papá —mamá hizo un puchero, asintiendo.

—Gracias, hija.

—Yo también lo haré y estoy seguro que Cami también —Billy se puso de pie a mi lado.

—Gracias, a los dos —exhaló con pesar. El dolor era más que evidente —. No sé qué vamos a hacer ahora.

—Yo sí sé, iré a ver a ese bastardo infeliz, le voy a quitar lo que más ama y después lo voy a matar —mis palabras sorprendieron a mi madre. Yo también estaba sorprendida por la violencia con la que hablaba, pero ahora mismo no podía sentir nada más que un profundo odio a toda esa familia.

—Vanya, no, lo mejor es que...—la interrumpí.

—Lo mejor que podemos hacer es matarlos a todos —espeté —. Papá lo haría.

—Papá está luchando por su vida, no puede decidir nada en este momento —masculló.

—Por eso lo haré yo y si no me quieren ayudar está bien, lo haré sola. Pero sepan una cosa; voy a matar a Jared Beckett —levanté un dedo.

Estaba decidida a hacerlo, terminar de una vez con su vida y acabar con ese bastardo que mató a mi hermano sin piedad. Aún podía sentir el miedo calar mis huesos al recordar esa mirada fría que se quedó firme en mi rostro.

Me alejé de ellos sin escuchar a mi madre que me pedía regresar. No quería escuchar a nadie, no quería ver a nadie más, solo anhelaba estar sola para acomodar mis pensamientos y que estos no me destruyeran. Tenía que estar alerta para todo lo que iba a pasar. Cuando estuviera segura que mi padre estaba bien iría a Manhattan para matar yo misma a los Beckett.

Caminé por un largo pasillo, frío y solitario, me abracé al sentir una corriente de aire que me caló la piel. Fui a lavarme las manos y refrescar mi rostro, necesitaba pensar con claridad. Levanté la cabeza asegurándome de que iba en la dirección correcta y al ver el letrero arriba de mi cabeza que decía morgue supe que iba por el camino correcto. Di la vuelta en la esquina y seguí de largo hasta llegar a una puerta de color blanco con una manija. Temía que esta estuviera cerrada y no poder entrar, pero para mí buena suerte esta cedió sin problema alguno y jalé la manija. Empujé la puerta y di un paso dentro. Entré por completo y cerré la puerta detrás de mí. Aquí era mucho más frío que allá afuera así que al suspirar un poco de vaho salió de mi boca.

Dos cuerpos yacían sobre mesas metálicas y esperaba que uno de ellos fuera Misha. Así que me di paso entre las mesas y levanté un poco la sábana blanca que cubría el cuerpo, en el dedo del pie tenía una etiqueta con el nombre y la fecha de aquel día, pero no era Misha. Caminé hacia la otra mesa y no tuve que mirar la etiqueta porque reconocí esos pies y ese particular lunar en su tobillo. Cubrí sus pies y caminé hacia donde estaba su cabeza. Con dos dedos aparté la sábana, retuve un jadeo al ver su pálido rostro, labios secos y ese agujero en la cabeza.

—Misha —musité con dolor. Aquella sensación se hizo más grande en mi pecho. Casi no podía respirar —. No tenías por qué terminar así. Tú no —pasé mis dedos por sus mejillas, estaban frías —. ¿Qué voy a hacer sin ti? Dime. No sé cómo voy a continuar ahora que te has ido —me agaché para quedar a su altura —. Solo necesito una señal que me diga que estoy haciendo lo correcto y que todo va a estar bien mañana.

Mi corazón se rompía más y más con cada palabra, el dolor crecía como lo hace un río desbocado, eran dagas que se incrustaban en mi carne, se enterraban más y más profundo. Era insoportable la sola idea de respirar, lo sentía cómo una tortura.

—Te juro que voy a vengar tu muerte, lo voy a matar yo misma para estar en paz. Lo juro —dejé un beso en su mejilla —. Ahora descansa, hermano, tvoy svet vsegda budet soprovozhdat' menya.*

*Tu luz siempre me acompañará.

****

Las horas se extendían y se hacían más pesadas, dolorosas e insufribles. Sentía que la cabeza me iba a explotar, las sienes me punzaban, mis manos temblorosas, mis ojos hinchados. Ya no podía soportar esta espera, si no teníamos información de mi padre me iba a importar poco estar en un hospital haría lo que fuera con tal de saber algo de él.

—Me voy a volver loca —me puse de pie —. ¿Por qué tardan tanto? —Estaba a nada de sufrir un colapso emocional.

—Vanya —me pidió Vera —. Tranquila.

—No puedo estar tranquila cuando papá está muriendo —les di la espalda.

Mi móvil empezó a timbrar, al ver la pantalla era un número desconocido con una clave que no lograba recordar.

—¿Diga? —pregunté molesta.

¿Vanya? —era un hombre, pero por más que intentaba recordar esa voz no podía, estaba bloqueada.

—¿Quién habla? —me aparté para poder hablar sin tanto ruido.

Soy Aleksei, tu primo —en ese momento todo hizo clic en mi cabeza. Por eso el acento, la clave de otro país.

—¿A-Aleksei? ¿En verdad eres tú? —una tonta sonrisa adornaba mis labios.

Sí, soy yo —se escuchaba serio y triste.

—Hace tanto que no sabía nada de ti o tu madre.

Desde que la hermana de mamá decidió irse de Nueva York y sacar a su hijo de nuestras vidas apenas supe algo de Aleksei, no lo conocía en nada y eso que crecimos juntos, fuimos como hermanos, pero ahora solo éramos un par de desconocidos.

Han pasado cosas...—musitó.

—Aquí también han pasado cosas —le dije con la voz rota.

Lo sé, ya sabemos lo que pasó con Misha y Víctor. Lo siento tanto, Vanya, lamento todo lo que están pasando —no quería llorar y romperme de nuevo, pero las palabras de Aleksei no ayudaban en nada.

—Gracias...—me mordí un dedo.

Voy a viajar a Nueva York de inmediato.

—¿Y tu madre? Se va a enojar.

No importa lo que diga, me alejó de ustedes hace años, pero somos familia, Vanya. Necesito estar con ustedes en este momento.

—¿Seguimos siendo familia, Alek? —pregunté.

—no dudó en responder —. Somos familia y debemos apoyarnos —apenas pude sonreír porque el dolor nublaba otro cualquier sentimiento de felicidad.

—Está bien. Te esperamos aquí.

Nos vemos —colgó y regresé con los demás. Al llegar un hombre con ropa de color azul y salpicada de sangre estaba hablando con ellos. Dio algunas indicaciones y se alejó por un pasillo.

—¿Qué les dijo? ¿Qué pasa con papá? —pregunté rápido, impaciente.

—Ya salió del quirófano, pero no está bien del todo. Perdió mucha sangre y está débil, no ha salido del peligro —mi corazón se comprimió cuando mamá dijo estas palabras —. El doctor dice que va a estar en observación, las siguientes horas son vitales.

Tragué saliva con dificultad. La garganta me ardía y tenía un nudo en medio que se quería desatar.

—Al menos ya sabemos que está mejor —guardé el móvil.

—No vas a hacerlo, ¿verdad? —preguntó Billy. Su hermana lo miró sorprendida.

—¿Hacer qué? —preguntó Cami.

—Quiere ir con Beckett y matarlo —respondió el mellizo sin mirar a su hermana.

—¿¡Qué!? —gritó bajo —. No puedes hacer eso, es cometer suicidio —enredó sus dedos en mi brazo, pero la aparté.

—Le juré a Misha que iba a vengar su muerte y lo voy a hacer —los miré a los tres, decidida —. Nadie me hará cambiar de opinión. Si quieren venir conmigo adelante, sabré que me apoyan en esta "locura". Pero si no es así ni se molesten en querer detenerme, lo voy a matar.

Me di la vuelta y caminé para salir del hospital. Iría a casa para darme una ducha, reunir a nuestros hombres y coger las armas necesarias para ir a Manhattan y matar a Jared Beckett. Quería verlo de rodillas, pidiendo perdón, suplicando por su vida y la de su esposa.

Era de noche así que era el momento perfecto para atacar sin esperarlo, porque ellos no esperaban que les regresemos el golpe, uno más duro del que él nos propinó, ninguno de ellos se esperaba que Vanya Zaitseva fuera capaz de enfrentarlos y herirlos. No esperaban que una mujer se atreviera a entrar a su casa y quitarle a alguien de su familia. Pero esta vez no iba a temer, ya no tendría miedo. Esta vez no tendría piedad.

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