Capítulo 49. 🔗
Vanya
Desperté y Nate no se encontraba a mi lado. Tuvo que salir temprano para atender los negocios de su familia. Ahora que Seth se encontraba indispuesto él tenía que hacerse cargo de todo, aunque no le gustara. No era fan de nada que tuviera que ver con drogas, armas o la mafia en sí. Despreciaba el imperio que construyó su padre a lo largo de los años a base de sangre, dolor y muertes. Entre más pronto se hiciera a la idea de que ese era su destino, más pronto lo iba a terminar aceptando. No podía escapar de esa vida por más que la repudiara o no le gustara esa manera de vivir.
Yo lo acepté a corta edad y me hice a la idea de que ese era mi destino y que no podía huir de él. Mi padre era hijo del Boss más temido en Rusia y mi madre de igual manera fue hija de un poderoso mafioso. Así que ese era mi destino y lo acepté. Lo abracé con amor y me acostumbré a esa cruel y sádica vida. Además de que me gustaba y lo disfrutaba. Los lujos, la sangre, las joyas, el sufrimiento impartido, el dolor, el dinero, la envidia, el egoísmo y todo el poder que te ofrecía el apellido y la posición. Quien diga que no es un idiota. El dinero es poder y el poder te da respeto o miedo.
Preparaba el desayuno para subírselo a Seth quien descansaba en su habitación. Ya habían transcurrido algunos días de la emboscada que sufrió y aún se encontraba algo delicado, pero ya estaba mejor. La herida no se infectó y estaba sanando poco a poco. El doctor dijo que si continuaba así en unas semanas podría retomar su vida normal.
Dejé la puerta abierta para que Zora pudiera entrar y salir a gusto sin que me estuviera esperando para que le abriera. Se encontraba feliz al estar aquí. Aunque debo decir que extrañaba a su manada y su vida en mi casa. Era evidente. Las personas que amamos a los animales nos damos cuenta de esas cosas. Mi Zora era feliz porque yo estaba aquí, de no ser así creo que se hubiera deprimido y no hubiera aguantado estar en este lugar.
—Buenos días —le escuché decir a lo lejos. Levanté la mirada y lo vi bajar la escalera con un poco de dificultad. Dejé lo que estaba haciendo y corrí hacia él para ayudarle a bajar. Lo miré desaprobando lo que hacía —. No me mires así —dijo.
—No te estoy mirando de ninguna manera en especial —terminó de bajar y caminamos hacia la cocina.
—Me miras desaprobando lo que hago —contestó. Jalé el banco y tomó asiento.
—No debes hacer esfuerzo —le recordé.
—No se me va a abrir la herida porque baje. Estoy cansado y harto de estar allá arriba. Necesito tomar aire fresco —cogió una manzana y la limpió con su camisa. Se la quité y la lavé con agua limpia y después se la entregué seca.
—¿Desde cuándo te gusta tomar aire fresco? —indagué. Corté la verdura para preparar el omelette.
—Desde que te veo desde la terraza en traje de baño tomar el sol al lado de la piscina —mordió la manzana —. Además, ya me siento mejor.
—Una cosa es que te sientas mejor y otra muy diferente es que ya puedas andar de aquí para allá —cogió una fresa y se la echó a la boca.
—Te ves muy sexy con ese delantal, preparando el desayuno. Te ves cómo una ama de casa —le mostré el dedo medio.
—Jódete —le dije.
—Jódeme tú cómo sabes hacerlo —me hizo un guiño —. Si no te conociera diría que eres el ama de casa perfecta. La que lleva a sus hijos al colegio, prepara postres, tiene mascotas y asiste a los festivales del colegio —entorné los ojos.
—Eso quisieras, ¿no es cierto? —me alejé y encendí la estufa para saltear las verduras.
—Me gustaría, sí —aceptó.
—Pues te vas a quedar con las ganas, mi amor —no dijo nada por algunos minutos en los que se dedicó a comer la manzana y la fruta que corté para desayunar —. ¿Y Nate dónde está? No escuché cuando se fue.
—Salió temprano. Dijo que tenía que resolver algunos asuntos —apagué la estufa y serví el omelette dentro de los platos. Zora entró corriendo para beber agua. Estaba agitada por corretear las mariposas y los pájaros que se acercaban a los árboles y las flores.
—¿Se fue solo? —preguntó.
—No, lo acompañó Duncan.
—Bien —fue todo lo que dijo.
Desayunamos en silencio. Solo se escuchaban las voces de los reporteros en la sala. Encendí la tele para saber qué sucedía allá afuera sin mi presencia. Cómo el mundo seguía girando mientras yo me pudría aquí.
—Revisé los videos que me pasó Duncan —le dije a Seth. Lo que dije le llamó la atención porque levantó la mirada a mi rostro.
—¿Encontraste algo? —cogió su taza y bebió café.
—Solo comprobé que la misma persona que nos atacó aquella noche en la iglesia es la misma que te atacó a ti y tus hombres —apartó la taza de sus labios y la dejó al lado de su plato.
—¿Qué?
—Es el mismo hombre. Ha de medir un metro ochenta y cinco, tal vez tenga unos veintiséis años de edad y es rubio. Es todo lo que pude ver. Hay varios puntos ciegos en las grabaciones, así que pudieron ir a donde sea —encogí un hombro —. No encontré pistas que te ayuden a llegar a él.
—Es ruso —añadió y lo miré.
—¿Es ruso? —asintió.
—Esa noche me habló y tiene un acento muy marcado.
—Tal vez con un programa de reconocimiento facial podríamos saber quién es y así encontrarlo y encontrar a la persona para la que trabaja —cogí la taza y bebí un poco de café.
—No tienes permitido usar celulares ni computadoras. ¿Crees que soy idiota?
—No lo eres por lo visto —continué comiendo, ignorando su existencia y que se encontraba frente a mí.
—Vanya...—dejó el tenedor dentro del plato.
—Ya sé que no me vas a dejar salir —musité —. Me voy a pudrir en este lugar —evité mirarlo a la cara.
—No puedo dejarte ir. No quiero —me atreví a mirarlo.
—No me puedes tener encerrada aquí por el resto de mi vida, lo sabes. Mi familia va a descubrir donde me tienes y va a venir a buscarme —apretó las manos y tensó la mandíbula —. En cualquier momento van a entrar por esa puerta y el día que lo hagan y me vaya no volverás a verme.
—Antes de que eso suceda te saco de la casa y te llevo a un lugar desconocido del que nadie sepa y donde no te puedan encontrar y si alguien se atreve a alejarte de mí lo voy a matar. Así que tú decides. Si quieres ser la responsable de la muerte de alguien de tu familia —espetó. La ira enervó dentro de mis venas. La sangre me hirvió cargada de enojo.
—¡No te atrevas! —golpeé la mesa con ambas manos. Mi enojo no lo distrajo y continuó comiendo —. Si tú te atreves...—lo señalé y me detuvo.
—Pruébame, ved'ma. Desafíame y serás testigo de lo despiadado que puedo llegar a ser. No me va a importar cortarle la garganta a tu madre frente a ti con tal de que nadie te aleje de mí —bufé. Bajé la mano y cogí el cuchillo que tenía al lado.
Con toda la calma del mundo cogió la servilleta y se limpió las esquinas de los labios.
—Eres mía, ¿no te ha quedado claro? —dejó la servilleta a un lado —. Te necesito a mi lado. No soy nada. No soy nadie sin ti.
—Mentiroso —espeté —. Maldito mentiroso. Todo lo que sale de tu boca son mentiras que utilizas para confundirme. Tú no me amas —mascullé —. Debería matarte —apreté el cuchillo con mi mano.
—Hazlo. Pero mátame de una manera que lo disfrute —dibujó una sonrisa burlona en sus labios. Mi agarre se aflojó sin soltar el cuchillo —. Tú y yo sabemos que disfrutas esto.
—Me gusta más mi libertad y no voy a descansar hasta obtenerla —alcé el cuchillo y lo señalé. No se inmutó ante ninguno de mis movimientos.
—Si no vas a usar ese cuchillo para matarme, te recomiendo que lo bajes. Vanya, tú y yo sabemos que antes de que salgas de aquí vas a tener que matarme —continuó —. Y antes de que por tu cabeza cruce la idea de matarme te vas a debatir en sí hacerlo o no. Sientes algo por mí. Algo tan podrido, egoísta y sádico que te impide pensar en hacerme daño.
—No te sientas tan seguro —me relajé y dejé el cuchillo para continuar desayunando. Seth se rio sutilmente.
—Lo estoy porque lo sé, lo siento. Aquella noche que llegué sangrando y a punto de morir vi el miedo en tus bonitos ojos. Vi enojo y rabia acumulada, y no era precisamente dirigida a mí —fingí ignorarlo, pero lo estaba escuchando —. Querías matar a quien me hizo esto y eso es más que suficiente para mí.
—Nadie más que yo te puede herir. Solo yo puedo herirte y destruirte si es necesario. No creas que siento algo por ti —soltó una risa socarrona.
—Cómo tú digas. Vamos a fingir que sí y que no sientes nada por mí. Finjamos que no te provoco cosas...
—Me provocas querer matarte —le dije, mirándolo a los ojos.
—Ni tú te lo crees. Pero sigamos fingiendo —dejé de mirarlo y me concentré en mi desayuno —. Finjamos que nos odiamos y que no existe deseo y cariño entre nosotros. También me refiero a Nate.
—A él sí lo quiero —mentí —. A ti solo te quiero ver muerto.
Me levanté y llevé el plato y la taza al fregadero. Salí de la cocina tras ignorarlo y fingir que no se encontraba desayunando y que lo dejé solo.
Lo odiaba porque me leía perfectamente y sabía bien lo que quería y lo que no. Lo odiaba porque sí me hacía sentir muchas cosas y entre ellas estaba el amor. Lo odiaba por todo y por nada a la vez.
Salí al jardín y jugué con Zora. Seth salió minutos después de haber terminado de desayunar. No quería hablar con él porque se iba a dar cuenta de que en realidad decía la verdad y que yo era tan cobarde que prefería evadir lo evidente y me gustaba llevarle la contraria.
Nate
No me gustaba esto. No me gustaba hacerme cargo de los sucios negocios de mi padre y de Seth. Pero Vanya tenía razón al decirme que tenía que hacerme a la idea de que esta era mi vida y que entre más rápido me hiciera a la idea, más pronto lo iba a aceptar. Ella tenía razón. No había más pretextos para no hacerme cargo de los negocios. Ahora que Seth se encontraba incapacitado y que mi padre ya no podía me tocaba a mí hacerlo.
Llegué a las oficinas que tenía Seth en el centro de Manhattan y bajé del auto con Duncan detrás de mí. Le dije que no tenía que hacerlo, pero me recordó que Seth no iba a dejarlo en paz por dejarme venir solo. Terminé aceptando porque no quería que Seth jodiera a Duncan por mi culpa.
Entré a la oficina y me encontré con Lidia, su secretaria. Al verme dudó unos segundos, pero después se levantó de la silla y se acercó a mí.
—Nathaniel —se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz.
—Dime Nate, por favor —sonrió sutilmente.
—Nate —corrigió —. ¿Cómo está tu hermano? Supe lo que sucedió y lo lamento tanto —dijo sincera.
—Se encuentra mejor, Lidia. Gracias por preguntar. No va a poder venir en unas semanas.
—Entiendo —musitó —. Lo que sea que necesites no olvides en decirme. Estoy para servirte.
—Gracias. Creo que sí voy a necesitar de tu ayuda —asintió —. ¿Me preparas café por favor?
—Claro, ya voy —le agradecí y entré a la oficina de Seth.
Al dar el primer paso me quedé bajo el umbral de la puerta observando cada esquina y detalle que había aquí dentro. Algunas fotos familiares reposaban encima de su escritorio. Obvio que no había ninguna de Jared, ni siquiera en su casa tenía una de él. Avancé y dejé el portafolio sobre el escritorio. Observé a través de la ventana la bonita postal que se dibujaba desde donde me encontraba.
—Toma —giré bruscamente y choqué con Lidia derramando todo el café encima de mi camisa. Traspasó mi camisa y me quemó la piel —. ¡Ay, por Dios! —cogí la tela para que no me quemara más —. ¡Perdón, perdón, perdón!
—Lidia...—le dije, pero me ignoró. Se veía apenada por el incidente y ni siquiera me miraba a la cara —. Lidia.
—Lo siento, mucho, Nate. No fue mi intención —con el puño de su blusa intentó limpiar los restos de café que ahora se habían impregnado en la tela que ya no era blanca. Tenía una gran mancha café en lo que fue mi impecable camisa blanca.
—Lidia —la cogí de las muñecas para que no continuara. Levantó la mirada y apretó los labios —. No pasa nada —sus mejillas se tornaron rojas.
—Lo siento —musitó con pena. Solté sus muñecas y una de sus manos ascendió a mi mejilla para limpiar unas gotas que quedaron en mi rostro —. Listo —observó el desastre que dejó y se agachó para coger la taza y el plato.
—¿Seth no tiene ropa por aquí? —le pregunté. Se levantó y asintió.
—Sí. Hay veces que llegaba sucio y dejaba ropa en el baño. Yo la lavo y la guardo en el armario —señaló. Tras decir aquellas palabras me quité uno a uno los botones de la camisa. Me deshice de la prenda y la dejé colgando del respaldo de la silla. Los ojos curiosos de Lidia me examinaron por unos segundos. Sus mejillas parecían un gran y rojo tomate —. Em... Yo... —caminó hacia atrás —. Tengo que salir —asentí.
—Lidia —no me hizo caso, giró sobre sus talones y chocó contra la puerta.
—Auch —se sobó la nariz. Me contuve para no reírme de ella porque sería una grosería, por eso apreté los labios y esperé que saliera de la oficina para negar con la cabeza.
—Qué mujer —murmuré. Abrí el armario y encontré algunas de las camisas de Seth colgadas perfectamente al lado de dos abrigos. Cogí una de ellas y me la puse. Menos mal que usábamos ropa de la misma talla. El olor del suavizante para telas me acarició la punta de la nariz.
Me puse a revisar los documentos en la computadora de Seth y los que tenía en las carpetas. Tenía que verificar que los números que le entregaban mes con mes coincidieran con lo que él tenía registrado. Revisar contratos y que todo fuera bien en los clubes. Seth tenía muchos negocios, tanto legales cómo ilegales, así que siempre había mucho que hacer aquí.
Tenía que contratar a alguien que se hiciera cargo de todo, pero era necio y prefería hacerlo él. Le gustaba trabajar aquí. Decía que así se distraía un rato.
Estuve trabajando un rato hasta el almuerzo. Le pedí a Lidia que me comprara un emparedado para no morir de hambre. Lo dejó encima del escritorio y se retiró para dejarme solo de nuevo. Más tarde tocó a la puerta.
—Pasa —levanté la mirada y abrió. Se quedó bajo el umbral.
—Hay un hombre ahí afuera que quiere hablar con Seth —señaló —. Le dije que no se encuentra, pero me dijo que no se va a ir.
—¿Sabes quién es? —negó.
—No lo había visto —me levanté y caminé detrás de ella. Lidia se quedó en su escritorio y yo avancé hacia el sujeto que esperaba sentado en uno de los sofás.
—Buscas a mi hermano —me miró y se levantó.
—¿Dónde está Seth? —preguntó. Miró detrás de mí, dentro de la oficina.
—Él está indispuesto, no va a venir por algún tiempo —bufó y se pellizcó el puente de su nariz —. ¿Necesitas algo?
—No, yo...—hizo una pausa —. ¿Eres su hermano? —miró a Lidia que no se había movido de su lugar. También la miré de reojo.
—¿Necesitas algo? —insistí. En ese momento Duncan entró y se acercó a mí. El tipo se intimidó ante el gran tamaño de Duncan y su imponente figura —. ¿Cuál es tu nombre?
—Quería hablar con Seth —ignoró mi pregunta —. Pero no está, así que mejor me voy —giró sobre sus talones y caminó hacia la salida.
—Síguelo —le dije a Duncan. Asintió y caminó detrás de aquel hombre. Me quedé en mi lugar mirando por donde se habían ido los dos.
—Qué hombre tan raro —musitó Lidia.
—¿Eso te parece? —asintió.
—Sí, no sé... Tal vez vino a comprobar que Seth está muerto. Pero no me hagas caso —corrí hacia la oficina y cogí el celular. Le marqué a Duncan y tardó unos segundos en responder.
—Nate.
—Dime que lo estás siguiendo —corrí las persianas y miré hacia la calle.
—Subió a una moto, lo perdí, pero lo voy siguiendo —dijo.
—Bien, no lo pierdas de vista. Si ves algo sospechoso lo traes aquí.
—De acuerdo —colgó y dejé el celular a un lado.
—¿Sí crees que vino a comprobar que Seth esté muerto? —giré para verla.
—No lo había pensado, pero ahora que lo dices es muy probable. Si no, ¿a qué vino exactamente? No venía a hacer tratos con él. Además, solo lo quería ver a él —asintió.
—Deberían tener cuidado. Digo, por si alguien le quiere hacer daño.
—Gracias —le sonreí. Me miró un par de segundos.
—Te dejo trabajar —salió y cerró la puerta.
Me dediqué a continuar trabajando hasta las seis de la tarde cuando ya no soporté estar sentado en esa silla y decidí parar e irme a la casa. Esto no era para mí. Este tipo de trabajo y esta vida. Prefería algo más relajado y tranquilo.
—Lidia —salí de la oficina y cerré la puerta. Lidia estaba recogiendo sus cosas para irse también —. ¿Nos vamos? —se acomodó las gafas y abrió los ojos de par en par.
—¿Nos vamos? —tartamudeó.
—Sí. No voy a dejar que te vayas sola. Con lo que sucedió hace rato —le indiqué que caminara. Dudó unos segundos, pero al final lo hizo y caminó hacia la salida. Ya afuera esperamos un taxi.
—Duncan ya no regresó —dijo. La miré unos segundos y desvió la mirada.
—No, ya no regresó. Si estuviera aquí te llevaría a tu casa en el auto, pero será en taxi.
—No tienes que hacerlo —un taxi se acercaba y parecía que venía solo. No traía pasajeros.
—Pero quiero hacerlo —le dije. Le hice la parada y el auto se detuvo a nuestro lado. Dejé que Lidia entrara primero y detrás de ella lo hice yo. Le indicó al taxista por donde ir y el hombre condujo en dirección a su departamento.
—Muchas gracias —dijo cuando le abrí la puerta y cogí su mano. Bajó y buscó algo dentro de su bolso.
—No es nada. Nos vemos mañana —asintió.
—Hasta mañana, Nate —le dije adiós y subí al taxi. Lidia entró al edificio y yo le indiqué al taxista a donde ir. Solo quería llegar a casa y ver a mi V. Quería abrazarla y besarla. Sentirme cerca de ella.
Bajé del auto y caminé hacia la casa. Abrí la puerta con las llaves que Seth me dio y entré a la propiedad. Vanya se encontraba sentada en la orilla de la piscina con los pies metidos dentro del agua. Zora se encontraba a su lado. Al verme ambas se levantaron y corrieron hacia mí. Vanya se impulsó en el momento que la cogí del trasero y rodeó mi cintura con sus largas piernas.
—Mi amor —dejó un beso en mis labios —. ¿Cómo te fue? —llevaba el cabello recogido, pero algunos mechones se le salían de la coleta.
—¿Cómo estás tú? —le pregunté. Zora me olía y caminaba en círculos alrededor de mí.
—Yo pregunté primero —hizo un puchero.
—Estoy bien —sonrió —. Me fue bien, a pesar de algunas cosas —frunció el ceño. Caminé con ella hacia la casa y no se bajó de mí ni porque Seth se encontraba en la sala.
—¿Qué sucedió? —caminé hacia la cocina y la senté en la isla, quedando en medio de sus piernas.
—Fue un sujeto a la oficina —dije llamando la atención de Seth —. Te fue a buscar.
—¿Quién era? —preguntó mi hermano.
—No sé, Lidia no lo conoce.
—¿Quién es Lidia? —preguntó, pero no le respondí.
—Mandé a Duncan que lo siguiera y aún no se comunica —Seth sacó su celular para marcarle. Regresé la mirada hacia Vanya.
—¿Qué? —tenía esa mirada seria, casi enojada.
—¿Quién es Lidia?
—La secretaria de Seth —entornó los ojos.
—¿Por qué traes una camisa diferente y hueles a perfume de mujer? —ni siquiera me había dado cuenta de que olía al perfume de Lidia.
—No es lo que te estás imaginando —le quise aclarar antes de que se hiciera ideas que no eran. Sin embargo, ya era demasiado tarde —. V...
—V, nada. ¿Crees que soy estúpida? —no me dejó responder —. No lo soy, Nate. No tengo ni un pelo de ingenua. Hueles al perfume de otra mujer.
—¿Celosa? —indagó Seth desde la sala. Estando separada la sala y la cocina se escuchó perfectamente la pregunta.
—¡Cierra la boca! —le gritó —. ¿Me vas a explicar?
—Esta camisa es de Seth —empecé a explicar. Aunque no estaba consiguiendo nada —. Pasó algo y Lidia me echó el café encima —se cruzó de brazos.
—Ajá, ¿y? —alzó una ceja.
—Me dijo que había camisas de Seth en el armario, cogí una y me la puse. No podía andar con la camisa sucia todo el día.
—¿Y dejaste que te viera sin camisa?
—No —mentí. Si decía la verdad me iría peor.
—¡Eres un mentiroso! ¡Lo hiciste! —me empujó y quise acercarme.
—¡Lo siento! No pensé que te fuera a molestar.
—Sabes cómo es la niña de tóxica y le das motivos para que se ponga celosa —habló Seth.
—¡Tú no te metas! —le gritó V.
—Gracias por la ayuda —le dije.
—Yo por eso no pongo mis ojos en nadie —añadió mi hermano. V no se sintió mejor con esas palabras.
—Y más te vale, maldito energúmeno —lo señaló.
—No te preocupes por Lidia —habló mi hermano —. No es nada especial. Es bonita sí, pero no se compara a ti —aseguró. V me miró, aun dudando de mí.
—¿Tú que tienes que decir? —esperaba una respuesta y esta tenía que ser buena para que no pensara mal o que había puesto mis ojos en otra mujer.
—No voy a dejar que ninguna otra mujer me vea sin camisa.
—¿Qué más?
—No estoy interesado en nadie. Tú me tienes hechizado —me acerqué poco a poco —. No me gusta nadie más que tú. Eres tú y solo tú hasta la muerte —sonrió satisfecha.
—De acuerdo, eso me hace feliz —se bajó de la isla —. ¿Quieres comer? —preguntó mientras se lavaba las manos. Miré a Seth y se limitó a negar con la cabeza.
—No la hagas encelar —sugirió y le mostré el dedo medio. No se inmutó. Continuó con lo que estaba haciendo y me ignoró.
—Huele muy rico —me lavé las manos y las sequé con un trapo. Me quedé al lado de V mientras ella servía la comida.
—El fastidioso de tu hermano me ayudó con la comida. Si sabe mal no es mi culpa —aclaró —. Preparamos pollo al bourbon.
—¿Qué estás diciendo de mí? —Seth se acercó a la isla —. Tengo una buena sazón —el gesto de Vanya decía todo lo contrario.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté a Seth.
—Gracias por preguntar media hora después —exhalé —. Pero estoy bien. ¿Cómo te fue a ti?
—Bien. ¿No te respondió Duncan? —negó. Sostenía el celular en una mano.
—No sé donde se pudo haber metido. ¿Qué le dijiste?
—Que siguiera al sujeto ese y si veía algo raro lo retuviera.
—¿Tú le dijiste eso? —indagó curioso.
—¿Por qué lo dudas?
—Tú no matarías ni a una mosca —V sirvió la cena y me senté en uno de los bancos.
—Lidia...—me callé y miré a V. No se veía muy feliz de que hablara de ella —. Dijo que tal vez este tipo fue a ver si estabas muerto. Quizá lo mandaron a eso. No sé —encogí un hombro.
—¿Crees que son tan estúpidos? —preguntó V —. Tal vez sí lo son —se sirvió vino y bebió de la copa.
—Había algo extraño en él —les dije —. Por eso sospeché también. Ojalá que Duncan haya encontrado algo —me dispuse a cenar y disfrutar de la rica cena que prepararon. Zora entró minutos después y se subió a uno de los sillones. Seth ya no le decía nada porque si lo hacía terminaba regañado por V y siempre se hacía lo que ella decía, así que no tenía caso discutir cuando no solucionaba nada.
—Hablando del susodicho —Seth mostró la pantalla de su celular. Duncan le estaba llamando. Respondió y puso el altavoz —. Dime.
—Tengo al sujeto que te fue a buscar —los tres compartimos miradas.
—¿Cómo que lo tienes? —pregunté.
—Lo seguí tal como me lo pediste —me dijo —. Entró a un edificio en New Jersey y lo detuve antes de que huyera. Está en el cofre y voy para allá.
—Mierda —musité.
—Ese imbécil —espetó Seth.
—Déjenlo que lo traiga —habló V —. Le vamos a sacar la verdad a base de golpes —amenazó —. Si está trabajando con la persona que te disparó le sacaremos el nombre así tenga que drenar su sangre y hacerlo sufrir hasta que pida que lo matemos.
Compartí una mirada con Seth y no sé si estaba igual de asustado que yo, pero pude ver algo en sus ojos. ¿Fascinación, satisfacción? No sé, pero algo sí sabía, Vanya iba a disfrutar mucho hacer sufrir a alguien.
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¡Hola! Espero les haya gustado el capítulo. No crean todo lo que dicen los tres personajes principales, puede que estén mintiendo o tal vez digan la verdad. Eso no lo sabremos pronto. Recuerden que todos tienen motivos para mentir y decir palabras para su conveniencia. Se acerca el final y los últimos capítulos son (para mí) los más importantes y relevantes. Aunque todos importan.
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