Capítulo 45. 🔗
Eli
Aquella noche me arreglé y me puse el vestido que había comprado para esta ocasión especial. Me puse un hermoso collar y pendientes. Me veía cómo una reina. Con el cabello suelto y largo. No me reconocía por el cargado maquillaje que decidí ponerme.
—Eli —me dije mirándome al espejo —. Te ves hermosa —me sonreí feliz.
No recordaba haber estado tan feliz últimamente. Seth me daba lujos y dinero, pero me trataba mal y nunca me quiso cómo yo a él. Tal vez llegó a sentir cariño por mí, pero nunca fue amor verdadero. En ese momento no lo entendía, pero ahora sabía que todo pasó por algo y que las cosas estaban mucho mejor que antes. Alek me hacía sentir segura y amada. Me respetaba y me sentía bien a su lado, cómo siempre lo merecí.
Tocaron el timbre y supe que era Alek. Cogí mi bolso y salí de la habitación apagando la luz y cerrando la puerta. Abrí la puerta de la entrada y me encontré con un Aleksi vestido con un impecable traje negro. No usaba corbata o pajarilla, sin embargo, se veía guapo y atractivo.
—Qué hermosa te ves, Bambi —cogió mi mano y dejó un beso en el dorso. Le sonreí.
—Gracias. Tú también te ves muy guapo.
—Lo sé —dijo con ese ego por los aires —. ¿Nos vamos? —asentí. Apagué la luz y cerré la puerta de mi departamento.
Aún no me mudaba, ya que me faltaba dinero para pagar el arriendo de un buen lugar que no se estuviera cayendo a pedazos o que fuera un basurero. No es que el lugar donde viviera lo fuera, pero tampoco era lo mejor de Nueva York. Por no decir que las rentas estaban por las nubes.
—¿Cuándo vas a dejar ese lugar? —preguntó Alek. Abrió la puerta de su lujoso auto y me metí. Siempre olía a nuevo y a limpio. Alek rodeó el auto y subió del otro lado del piloto.
—Aún no tengo el dinero suficiente para salir de aquí —arrancó y abandonamos el penoso barrio donde vivía. La casa de los Zaitsev se encontraba en la zona más rica de Queens, así que era complicado para mí que tuviera que pasar por mí a este lugar.
—No mereces vivir en un lugar así. Lo que tú mereces es vivir en un palacio cómo la reina que eres —dijo. Lo miré y le sonreí.
—Me gusta vivir en ese lugar —dije y me miró entornando los ojos.
—No mientas, Bambi —masculló. Me reí y bajé la ventanilla. El aire frío de la noche me acarició las mejillas y agitó mi cabello.
—Ya sé que no es el mejor lugar del mundo, pero algo es algo. Al menos no vivo en la calle junto a las ratas —me estremecí.
—Si tú lo dices —no se veía muy convencido. Ya lo haría cambiar de opinión.
Me limité a escuchar la música y mirar la ciudad desde el cómodo asiento de su auto. Alek me miraba de vez en cuando y recorría mi cuerpo por completo. No entendía que le gustaba de mí. No tenía senos perfectos, ni que decir del trasero. Era una chica común y corriente que había encontrado a un guapo ruso con personalidad.
Alek detuvo el auto y miré a través de la ventanilla el lugar a donde me había llevado. Era uno de los restaurantes más famosos y por ende más caros de Nueva York. Hasta ese momento tenía tres estrellas Michelin y la lista de espera era larga.
—¿Cómo-cómo te dieron una mesa para esta noche? —le pregunté. Alek subió los vidrios y le quitó los seguros a las puertas.
—Víctor conoce al dueño —me hizo un guiño.
—Con razón —musité. Bajó del auto y me abrió la puerta.
Salí asombrada y extasiada por ver de cerca este lugar. Había pasado frente al restaurante algunas veces, pero nunca me imaginé que un día iba a entrar por la puerta grande y que sería una comensal y no una empleada.
—Vamos —Alek me ofreció su brazo y me enganché de él. Entramos al restaurante y nos acercamos a una mujer que iba vestida de negro.
—Señor Petrov —dijo la mujer. Se acercó y me pidió mi abrigo. Le hizo un asentimiento a mi acompañante y nos invitó a pasar dentro del lugar. Nos llevó a nuestra mesa y nos indicó que nuestro mesero no tardaría en llegar.
—Es hermoso —observé cada centímetro del lugar. Cada mesa, cada esquina y cada persona que se encontraba ahí.
—No hay nada más hermoso que tú —dijo y lo miré. Me hacía sonrojar con unas pocas palabras.
—Alek, siempre me tratas bien y me consientes —subí mi mano a la mesa y cogí su mano —. No merezco ese trato de tu parte.
—Claro que lo mereces, Bambi. Eres una gran mujer y ya has pasado por mucho. Ahora mereces ser feliz —le sonreí —. Déjame consentirte, amarte y adorarte cómo la diosa que eres —sostenía mi mano con sus dedos.
—Eres un ángel en mi vida, Alek.
—Tú eres el ángel que llegó a mi vida, Bambi —Alek miró por encima de su hombro y palmeó mi mano —. Él es el dueño del restaurante —musitó. Miré disimuladamente.
—Viene hacia acá —murmuré temerosa.
—No debes sentirte nerviosa —dijo Alek muy seguro de sus palabras y tranquilo.
—Señor Petrov —comentó el dueño cuando estaba a nuestro lado —. Es un gusto tenerlo en mi restaurante —Alek soltó mi mano para saludar al hombre quién también era el chef —. Señorita —cogió mi mano y dejó un beso en mi dorso.
—Es un gusto —llevó las manos a su espalda.
—Espero que la cena sea de su agrado.
—Lo será, chef —le dijo Alek.
—Me saluda a su tío y a su tía Vera. Espero verlos pronto por aquí —Alek asintió.
—Les pasaré sus saludos.
—Los dejo para que cenen tranquilos —se fue dejándonos solos y saludó a otros de los comensales.
—Qué hombre tan amable —comenté.
—Lo es —dijo Alek.
El mesero se acercó y Alek le pidió una botella de vino y dos copas. Además de apetitivos para antes de cenar.
Todo en ese lugar era hermoso y olía tan bien. Mi estómago rugía por algo de comida. No comí para poder cenar a gusto y disfrutar de la comida. Así que pedí algo de cenar porque si no haría una matanza aquí mismo.
—Quiero brindar por nosotros, por el negocio que tenemos juntos y porque la vida nos puso en el camino del otro —dijo Alek cuando llegó el mesero con el vino y las copas.
—¿Nuestro negocio? —alcé una ceja. Alek me miró y sirvió vino en la copa que después me entregó.
—Es de ambos, Bambi. Yo puse el dinero para que funcione y tú lo administras —olí el vino porque he visto que lo hacen en las películas y yo quise hacerlo también.
—Creí que solo soy una empleada —confesé. Alek dejó la botella de vino a un lado y negó.
—Eres más que eso y pensé que ya había quedado claro. No eres una empleada —chocamos nuestras copas y bebí del vino. No sabía mucho de vinos y los que llegué a probar eran baratos, pero este me supo rico —. ¿Entiendes?
—Entiendo —le di otro sorbo a la copa —. El club ha tenido muchos cambios, le está yendo muy bien. Hay más clientes y las chicas ya no se quieren ir. Dicen que el nuevo jefe es un bombón y que no las trata como basura —miré a Alek y se sonrojó.
—¿Eso dicen? —cogió uno de los aperitivos y se lo echó a la boca.
—Sí y tienen razón. El otro era un patán y nos trataba como si fuéramos basura —musité —. Tú las tratas bien y les pagas lo que les corresponde. No les robas cómo lo hacía el viejo panzón y apestoso ese —Alek se rio de mi comentario.
—Hablando de eso. Quiero hacerle mejoras al bar y pensé que me gustaría escuchar tus ideas. ¿Qué te parece? —subió los codos a la mesa y enlazó sus dedos bajo la barbilla.
—Sí, me gusta la idea. Deja pienso que podemos cambiar y te paso mis ideas —Alek me hizo un guiño y bebió de su copa.
Después de un rato de haber llegado pedimos la cena. No demoraron en llevarnos lo que ordenamos. Cenamos mientras platicábamos de nosotros, de todo lo que tuvimos que vivir antes de llegar a este lugar. Lo mal que estuvimos por mucho tiempo, pero que parecía que ahora las cosas iban mejor. Sin olvidar que Vanya seguía desaparecida y que no había ni una pista de su paradero, como si la tierra se la hubiera tragado. Pero no fue así, alguien se la llevó y la tenía en su poder. Alguien con malas intenciones la secuestró para sus fines malévolos. No la conocí mucho, pero nadie merecía perder su libertad por nada del mundo.
Al terminar de cenar le dimos las gracias al chef y salimos del restaurante. Pasamos a una tienda de conveniencia y compramos bebidas.
—¿A dónde me llevas? —le pregunté a Alek. Cerré la puerta y lo miré. Se había quitado el saco y lo arrojó a los asientos de atrás junto con mi abrigo.
—Es una sorpresa. Y no, no te voy a decir hasta que lleguemos —aclaró.
—Qué aburrido eres —resoplé.
Alek condujo por casi una hora desde el restaurante hasta Long Island City, uno de los barrios más ricos de Nueva York. No tenía ni idea de que estábamos haciendo aquí precisamente.
Detuvo el auto frente a uno de los edificios más lujosos de la ciudad. Subió las ventanillas y bajó del auto. Me abrió la puerta y salí.
—Hace frío —sacó mi abrigo y lo acomodó sobre mis hombros —. Gracias. Qué caballeroso —le sonreí.
—Todo por mi damisela —me entregó su mano cómo lo haría un caballero con una hermosa dama. Cerró la puerta y caminamos hacia la entrada del edificio. La entrada principal era de vidrio y se alcanzaba a ver el lobby y al hombre detrás del mostrador. Un hombre mayor con algunas canas pintadas en su cabello oscuro. Al entrar sentí el contraste de temperatura. Mientras que afuera hacía frío aquí adentro estaba calentito.
—Señor Petrov —le dijo el hombre y le hizo un asentimiento con la cabeza —. Señorita.
—Buenas noches —lo saludé.
—Marvin —le dijo Alek al hombre.
—Nos vemos, señor Petrov —nos alejamos hacia los ascensores dándole la espalda. Esperamos que al ascensor bajara y subimos cuando las puertas se abrieron.
—¿A dónde me llevas? —pregunté.
—Te dije que es una sorpresa —se limitó a decir. No tenía más opción que esperar y no impacientarme. El ascensor se detuvo (por fin) en el piso veinte y las puertas se abrieron revelando los lujos a los que yo jamás podría acceder por mi propia cuenta. Un departamento de estos costaba millones de dólares y mi cuenta bancaria solo tenía cien dólares en ese momento.
—Alek...—giré para verlo, pero se había acercado lo suficiente a mí que choqué contra su pecho. Miré hacia arriba y me encontré con su mirada.
—Vamos —indicó y cogió mi mano. Lo seguí por el pasillo hasta detenernos frente a una de las puertas. Alek sacó un juego de llaves dentro de su bolsillo y metió una de las llaves dentro de la cerradura. Giró la muñeca y empujó la puerta cuando esta se abrió —. Pasa —me indicó entrar al departamento y obedecí. Entré dando pasos lentos y temerosos.
Miré el lugar de hito en hito. La cocina era moderna y lujosa. La sala, el comedor desde donde se veía todo Long Island City. Me acerqué a la ventana y aprecié la ciudad de pie como si fuera una pequeña hormiguita en medio de una jungla de concreto.
—¿Te gusta? —Alek llegó por detrás y me abrazó por la cintura. Apoyó su barbilla en mi hombro. Solté un suspiro cansado.
—Es hermoso —fui sincera porque en verdad era hermoso. Todo. El departamento, la ciudad, la ubicación.
—¿Te gustaría vivir aquí? —me quedé pensando porque no sabía qué responder.
—¿Aquí?
—Sí. Aquí, en este lugar, en este departamento. Es mío.
—Qué buena inversión hiciste —le dije.
—Eli —me hizo girar sobre mis pies.
—Dime.
—Sabes que me gustas —asentí. Cogió mi barbilla y la levantó para que lo mirara a los ojos.
—Es obvio. Se nota. No eres nada discreto —ambos reímos sutilmente.
—Me gustas y quiero una relación estable contigo. Quiero que un día nos casemos, que formemos una familia y ser felices juntos —tragué saliva —. No tienes que decir nada.
—Pero...—colocó un dedo sobre mis labios para que guardara silencio.
—No quiero que tomes una decisión apresurada. Quiero que pienses bien las cosas de lo que quieres y si soy el hombre con el que quieres estar para toda la vida.
—¿Para toda la vida? —indagué. Alek asintió —. Eso es mucho tiempo —musité.
—No para nosotros, cariño.
Alek
Se veía confundida y con un poco de miedo, pero de ese miedo que te gusta, no que te asusta. Me miró por un par de segundos y se mojó los labios. No pude apartar la vista de sus labios y después subí a sus vibrantes ojos cafés. Se veía hermosa con ese vestido, el collar y el escote. Ella era hermosa por donde le vieras.
—Eli...
—Dime.
—Quiero besarte —le confesé.
—¿Y por qué no lo haces? —indagó.
—Porque no solo te quiero besar. También quiero tocarte, meter mis dedos dentro de tu vagina, hacerte el amor y que gimas mientras te corres en mi polla y me llenas con tu flujo —abrió los ojos de par en par.
—Hazlo —musitó trémula.
—¿Quieres que lo haga? —mi mano ascendió a su mejilla.
—Lo necesito —una sonrisa lasciva se dibujó en mis labios —. Termina con esto, por favor —cogió mi camisa con sus manos atrayéndome a su cuerpo. Mi mano descendió para tocar su trasero y amasar sus nalgas. La levanté y abrazó mi cintura con sus caderas. La llevé hacia el sofá donde me senté con ella arriba de mí.
—Demonios, mi amor —mis manos abarcaban su perfecto trasero mientras ella se restregaba arriba de mi evidente y dura erección. Le comía la boca con besos apasionados. Gemía sobre sus labios y hundía mis dedos en la tela de su hermoso vestido —. Te voy a follar —le advertí.
—No lo digas, solo hazlo —sonreí y la miré. Tenía los labios entre abiertos, rojos, hinchados por mis apasionados besos. Hundí el rostro en el hueco de su cuello y mis manos ascendieron hacia el cierre del vestido. Usé dos dedos para bajar el cierre. Dejaba pequeños besos sobre su piel, algunas mordidas y lamidas. Eli continuaba moviéndose arriba de mí, excitándome más. Llenando mis ganas de estar dentro de ella y correrme en su interior.
Terminé de bajarle el cierre y le quité el vestido de la parte de arriba. Sus tetas rebotaron frente a mis ojos. Eran grandes, redondos y perfectos. Se me hizo agua la boca al verlos. Los pezones un poco más oscuros que su piel, pero aun así eran hermosos. No tardé un meterme una a la boca. No me cupo todo, pero lo degusté y lo chupé sin pudor. Eli se movía más rápido, se apretaba a mi polla que estaba a punto de explotar dentro de mis pantalones.
—Joder —me aparté. Mi mano sostenía su teta mientras nos mirábamos a los ojos.
—¿Qué? —inquirió.
—Eres hermosa —sonrió.
Le chupé las tetas sin dejar de mirarla a los ojos. Las metía a mi boca, le chupaba los pezones y los succionaba. Ella continuaba con esa tortura, moviendo la pelvis de arriba hacia abajo. Me volvía loco cómo se movía, cómo se restregaba arriba de mí y me excitaba con cada segundo que transcurría.
—Quítate el vestido —le dije. Eli se levantó para quitarse el vestido mientras yo sacaba un preservativo. Rompí la bolsita plateada y coloqué el preservativo alrededor de mi pene —. Déjate la tanga —Eli asintió. Pasó su pierna encima de mí y se colocó a horcajadas mientras yo sostenía mi pene y lo introducía dentro de su sexo a la vez que ella se dejaba caer lentamente. La escuché gemir y contrajo el rostro —. Amor...—se sostuvo de mis hombros permitiendo que me introdujera dentro de ella —. Joder —apreté la mandíbula.
Eché la cabeza hacia atrás y maldije en el instante que me introduje dentro de ella. Eli se sostenía de mis hombros. Empezó a moverse lentamente arriba de mí. Sus tetas rebotando de arriba abajo. La cogí de su trasero para tener mejor agarre de su cuerpo y no soltarla. Su trabajo anterior le dejó una gran experiencia en esto, ya que se movía cómo una maldita diosa. Sus paredes vaginales apretaban mi pene con fuerza, lo soltaban y lo volvían a apretar. Maldecía en todos los idiomas y gemía sin descaro ni vergüenza. Aceptaba que me estaba gustando cómo me follaba, cómo mantenía el ritmo del vaivén de sus caderas. Apretaba sus nalgas con mis manos. Hundía mis dedos en su piel y lamía sus senos cuando los tenía cerca de mi boca.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Sí —respondí con la voz entrecortada. Mi pecho subía y bajaba. Sentía la boca seca y mi corazón latía frenético —. Dios, sí. Me encanta cómo te mueves —una sonrisa juguetona se dibujó en sus carnosos labios y los atrapé para besarla —. Me voy a correr —le advertí.
—Hazlo —musitó. Cogió mi cabeza entre sus brazos y hundí mi rostro en su pecho. Su piel olía tan jodidamente bien. Podía quedarme aquí para toda la vida.
Se daba de sentones mientras jadeaba y me excitaba un poco más con cada movimiento. Estaba aguantando, alargando el momento y disfrutando de cada maldito segundo que ella me estaba regalando. Eli me torturaba con cada movimiento, cada que se restregaba arriba de mí y movía mi pene al mismo tiempo que su pelvis. Me guiaba y me conducía a una espiral de deseo y éxtasis del que no sería capaz de regresar.
—Bambi... —jadeé. No paró de moverse, al contrario, sus movimientos aumentaron, fueron más rápidos, más letales. En el preciso instante que el orgasmo explotó dentro de mí solté un gemido que inundó la sala. Mi semen salió disparado dentro del látex. Cada maldita gota fue drenada por ella. A pesar de haber terminado ella continuaba moviéndose, buscando su orgasmo, su placer. El cual no tardó en llegar y brotó de cada poro de su cremosa piel. Sentí cosquillas en mi pene y no pude evitar reír mientras su vagina apretaba mi pene.
Besé sus hombros y su pecho. Dejé suaves caricias con mis labios sobre su piel. Soltó mi cabeza y me permitió observarla detalladamente. Tenía el cabello alborotado, las mejillas sonrojadas y los labios entre abiertos. Se veía hermosa después de follar.
Salí de ella y me quité el látex llevándome cada rastro de mi semen con él. Arrojé el preservativo al suelo, después lo llevaría al baño para desecharlo en el basurero.
—Dios, eres hermosa —subí mi mano a la altura de su mejilla y aparté un mechón de su cabello que se pegó a su piel —. Eres perfecta —murmuré. Se veía cómo una diosa que había bajado a la tierra y yo era un simple mortal que no podía dejar de admirar su deslumbrante belleza.
—Solo dices eso porque acabamos de follar —negué.
—Tú me follaste a mí y lo hiciste tan bien. Y no lo digo por eso, eres hermosa —sonrió. Se veía agotada. Su respiración era irregular. Bajó de mí e intentó cubrir sus tetas con el vestido, pero se lo quité y lo arrojé al suelo —. Espérame aquí —asintió.
Me subí el pantalón y los calzoncillos. Entré a una de las habitaciones y me metí al baño para desechar lo que quedó dentro de mí y limpiarme con papel de baño. Al salir saqué una frazada del closet. Abandoné la habitación y caminé hacia la sala. Eli continuaba acostada sobre el sofá boca arriba. Sus perfectas tetas lucían hermosas bajo las luces. Subían y bajaban cada vez que ella inhalaba y exhalaba.
Me acerqué a ella y dejé la frazada en el respaldo del sofá. Me quité los zapatos dejándolos a un lado y me senté a su lado.
—Hola —abrió los ojos perezosamente.
—Hola —rodeé su tobillo con mis dedos —. Iba a cubrirte con la frazada.
—¿Ya no lo vas a hacer? —negué —. ¿Por qué?
—Quiero hacerte algo más —alzó una ceja —. No preguntes —le dije.
Abrí sus piernas con mis manos en sus rodillas. La tanga negra apenas cubría su vulva y alcanzaba a ver sus labios y la capa de vellos que la protegía. Deslicé una mano entre sus muslos y llegué a su sexo. Eli no me quitaba la mirada de encima mientras acariciaba su clítoris por encima de la suave tela. Mi pulgar subía y bajaba rozando sus labios y su clítoris. Bajé un poco más y metí mi dedo sintiendo su humedad en mi piel. Me acomodé de rodillas frente a ella. Le quité la tanga con ambas manos liberando su sexo de la prenda que fue a dar al suelo. Bambi abrió las piernas. Sus labios rosados, su clítoris sobresaliendo entre sus pliegues, la capa de vellos cubriendo su monte de venus. Me aparté un poco para besar su tobillo y ascender con pequeños besos por su pantorrilla y sus muslos hasta llegar por fin a ese paraíso que guardaba en medio de las piernas. Las mantenía abiertas para mí, con su flujo deslizándose entre sus labios y chorreando hacia abajo.
—Estás muy mojada —me mojé los labios.
—Dijiste que querías meter tus dedos dentro de mi vagina y hacerme el amor mientras me corría en tu polla y te llenaba con mi flujo. ¿No dijiste eso? —dijo con voz seductora.
—Eso sí lo recuerdas, pero cuando te pido hacer el corte de cada semana se te olvida —le dije con tono divertido.
—Lo siento, mi amor —no podía enojarme con ella cuando se encontraba con las piernas abiertas para mí y su coño frente a mis ojos.
Metí mi cabeza en medio de sus piernas y lamí todo rastro de su flujo con mi lengua. Arrasé con todo a mi paso. Al subir me detuve en su hinchado clítoris que me pedía hacerme cargo de él con mi lengua. Lo lamí, lo succioné y lo chupé mientras introducía dos dedos en su interior. Estaba tan mojada que no me costó trabajo deslizarme en su vagina. Se encontraba mojada y caliente para mí. La embestía con mis dedos mientras me hacía cargo de su rosado botón con mi lengua. Eli se sostenía de mis hombros. Movía las caderas hacia delante y se restregaba en mi cara. El sonido que provocaban mis dedos contra su vulva era música para mis oídos, el chapoteo que emitía, su flujo me mojaba todos los dedos.
—Así —dijo en medio de un gemido —. No pares —levanté la mirada hacia su rostro. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Regresé a lo mío y continué chupando su clítoris. Mis dedos entraban y salían. Salían y entraban. Los saqué para lamer su vulva y llevarme en la lengua cada rastro de sus flujos en mi boca.
Volví a meter mis dedos moviéndolos en círculos en su interior. Mi polla reaccionó a cada gemido, a cada sensación que me provocaba escucharla tan caliente y deseosa de mí. Me bajé el pantalón y los calzoncillos. Mi polla palpitaba y me dolían las bolas por la presión que sentía. Me quería descargar una vez más. No podía soportar el dolor y los espasmos en mi cuerpo. Me quería masturbar, sin embargo, tenía las manos ocupadas haciéndome cargo de ella y de su placer.
—Alek...—se lamió los labios —. Me voy a correr —me aparté para hablar.
—Hazlo, mi amor. Córrete en mi boca —no dejé de chuparla y penetrarla con mis dedos. Mis ágiles movimientos se sincronizaron con los de mi lengua y ella no tardó en correrse en mi boca. Gimió alto y fuerte. Enterró sus uñas en mis hombros sin dejar de moverse buscando más placer. Cogí mi pene con una mano y lo moví de arriba abajo. Eli con las piernas abiertas como gelatina. Me acerqué y me masturbé frente a ella sin que le importara hacerlo. Me sostuve de una de sus rodillas. Apreté los ojos en el momento que me sentí desfallecer y me acerqué lo suficiente para que mi semen cayera en su vientre. Jadeé y lo disfruté, aunque no era la misma sensación que correrme dentro de ella —. Joder —maldije y abrí los ojos —. Esto es lo que provocas en mí —sonrió gustosa.
—Tú también provocas muchas cosas en mí —se sentó en el sofá. Cogió la manta y la pasó detrás de su espalda para cubrirse con ella —. ¿Puedo entrar a tu baño?
—Claro —dejé caer la espalda contra el respaldo —. Cualquier puerta del pasillo. Entras y ahí está el baño —se levantó.
—No tardo —asentí. Me quité el pantalón y la camisa. Quedé solo en calzoncillos.
Cuando salió del baño terminamos desnudos en el suelo de la sala, cubiertos con la frazada y con los cojines del sillón como almohadas improvisadas.
—Tu departamento es hermoso —tenía la cabeza apoyada en sus suaves tetas.
—Es tu departamento —le corregí.
—¿Qué quieres decir con eso? —saqué las llaves debajo del cojín y se las mostré.
—Es tuyo, lo compré para ti. Para que vivas aquí —me incorporé y la miré —. ¿No me crees?
—Alek... No debiste hacer esto. No lo merezco.
—Lo mereces y mucho. Mereces vivir en un palacio y tener a personas que te sirvan mientras te alaban. Mereces una vida plena sin preocupaciones —sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Eso crees?
—Lo sé —miró el juego de llaves en mis manos y después me miró a mí —. Deja que yo te cuide, que te consienta y te trate cómo a una reina. Cómo a mi reina.
—Alek...—se limpió debajo de los ojos —. ¿No te vas a arrepentir de lo que estás haciendo?
—Nunca. Sé que te amo y que quiero hacerte feliz.
—¿Me amas? —se deslizó hacia arriba y se sentó.
—Te amo —me senté a su lado —. Me cautivaste. Me gustaste desde momento que te vi. Me dije que te iba a conquistar y que haría lo que fuera para que seas feliz —sonrió aún con lágrimas en los ojos.
—Y lo hiciste —sostuvo mi rostro entre sus manos. Ambos reímos —. Tú también me gustas y mucho y también siento muchas cosas por ti —soltó mi rostro.
—¿Es amor? —levantó la mirada hacia mi rostro.
—Es amor, Alek. Yo también te amo.
—¿Me dejas hacerte feliz? Ven a vivir conmigo en este departamento. Formemos una familia y seamos felices juntos.
—Sí. Sí quiero. Quiero ser feliz contigo y quiero formar una familia y quiero vivir contigo aquí —saltó y se sentó a horcajadas y la tomé entre mis brazos —. Seamos felices juntos, Alek —la miré hacia arriba. Le quité el cabello de las mejillas y lo puse detrás de su oreja.
—Seamos felices juntos, Bambi.
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