Capítulo 44. 🔗
Vanya
Los azotes en mi piel eran cada vez más fuertes. La carne a flor de piel mientras la vara abría más heridas sobre las heridas que ya tenía. Sentía el sudor caliente que resbala por mi piel y provocaba que las heridas me ardieran más por el contraste de lo frío con lo caliente y lo salado con mi carne. Mi rostro se contrajo y apretaba los ojos con fuerza. Quería que parara ya y que se fuera, que me dejara llorar en soledad y que no disfrutara más de mi sufrimiento. Pero el hijo de puta no lo hacía. Se quedaba más tiempo del que debía y se burlaba de mí en mi cara. No se reía a carcajadas, pero verlo sentado en la silla disfrutando de mi sufrimiento me hacía enojar y la ira crecía más y más.
—Juro que te voy a matar con mis manos —mascullé. Algunas gotas de saliva salpicaron el suelo mientras hablaba. Se burló de mí y me ignoró —. Lo juro.
—Se te dijo que no te acercaras a él y no obedeciste. Sabes lo que se le hace a los que no obedecen las reglas. Yo sí las obedezco, por eso estoy aquí —apoyó el tobillo derecho encima de su pierna izquierda —. Soy un buen soldado.
—Sukin syn* —mascullé.
—No te escuché —levanté la mirada hacia su rostro.
—Sukin syn! —bramé. Me levanté con la ira palpando en cada hueso de mi cuerpo, en cada músculo. Me le fui encima enterrándole un cuchillo en el cuello. Abrió los ojos de par en par al sentir el cuchillo rasgar su piel y cortar su carne. Llevó una mano temblorosa al cuchillo que saqué de inmediato y me aparté dando pasos hacia atrás. La sangre empezó a chorrear entre sus dedos. Cayó al suelo y murió en pocos segundos mientras su cuerpo se retorcía —. Estúpido —le escupí.
No voy a negar que no disfruté su muerte, que no me dio gusto verlo muerto en el suelo desangrándose cómo el malnacido que fue y era hasta el día de su asquerosa y patética muerte. Sabía que lo que hice no pasaría desapercibido. No tardaron en darse cuenta de que el estúpido guardia no aparecía y cuando subieron a mi habitación lo encontraron muerto frente a la puerta. Me hicieron limpiar la sangre hasta que el suelo quedara reluciendo de limpio y además de eso me encerraron en la celda de castigo una semana sin ningún tipo de privilegio. Con tan solo una comida al día y sin ver la luz del sol.
Desperté de golpe abriendo los ojos de par en par. Exhalé llenando mis pulmones de oxígeno, como si lo hubiera estado conteniendo por mucho tiempo. Miré a mi lado derecho y me encontré con el hermoso, pero perverso rostro de Seth. Miré a mi lado izquierdo y ahí estaba mi querido Nate. Dormía plácidamente a mi lado, abrazándome cómo lo hacía su hermano.
¿En qué momento pasó esto? ¿Cómo llegamos a esta situación?
Tenía a los dos hermanos más poderosos de Manhattan comiendo de mi mano, haciendo lo que yo les pedía. Si les decía que quería verlos de rodillas no preguntarían, solo obedecerían sin rechistar y eso me hacía sentir poderosa. Eso cambiaba muchas cosas, pero sin dejar de lado lo que quise desde el principio. Estaba disfrutando esta venganza. El placer que sentía. Cómo me consentían.
Salí de la cama sin hacer ruido y miré a Zora, que dormía en la cama que Seth le compró porque la otra ya la había destrozado. Ella también estaba siendo consentida por ambos. Mi pequeña se había ganado su corazón y no le decían nada por las travesuras que hacía y todo lo que rompía.
Busqué dentro de la nevera la jarra con agua fría que metí horas atrás. Cogí uno de los vasos de la isla y me serví agua para refrescar mi garganta.
Habían pasado años desde que salí de ese lugar, sin embargo, las pesadillas me perseguían aún después de haberlo superado y continuar con mi vida. Pero parecía que no las podía soltar del todo si no terminaba con ellos de raíz. Tenía que matar el problema desde las entrañas y matar a Axel era la única opción. Sabiendo que él ya no andaba por ahí haciendo daño y lastimando a los demás yo podría continuar con mi vida sin tener estas pesadillas.
—Aquí estás de nuevo —escuché su voz medio adormilada. Llegó por atrás y me abrazó de la cintura. Mi espalda se pegó a su duro pecho —. ¿Qué pasa? —preguntó apoyando la barbilla en mi hombro.
—Tuve una pesadilla —le dije. Deslizó sus manos a la altura de mi estómago y enlazó los dedos.
—¿Puedo saber qué tipo de pesadilla? —indagó.
—Del tipo de pesadilla que no te deja dormir —musité. Seth lo entendió de inmediato. Llevé mis manos sobre las suyas —. ¿Entre tu tratamiento no tienes pastillas para dormir? —indagué. Seth dejó un beso en mi cuello.
—No, no uso pastillas para dormir —bufé.
—No quiero tener insomnio porque si no duermo bien me pongo de malas, me duele la cabeza y tengo pensamientos agresivos —dejó otro beso a la altura de mi mandíbula.
—Te sugiero darte una ducha con agua caliente, un te de hierbas y follar —murmuró en mi oreja. Me estremecí por su apresurada cercanía, pero me reí por su comentario, ya que pensé que estaba bromeando. Al verlo y darme cuenta de que no estaba bromeando me puse seria.
—¿En serio?
—Sí, no es una broma —bajó el tirante de mi pijama y dejó un beso en mi hombro —. Pasé muchas noches sin dormir y ese fue mi tratamiento, ya que tomaba muchas pastillas por el TEI, entre los antidepresivos, los ansiolíticos y los estabilizadores del estado de ánimo sentía que el estómago me ardía. Así que cuando no podía dormir seguía esta rutina y caía rendido —giré sobre el banco y quedé frente a él.
—De acuerdo —llevé mis brazos a su cuello —. Pero no va a ser tan fácil que me folles —le dije. Apreté mis labios contra los suyos —. Para hacerlo más interesante vamos a jugar y si ganas me follas, si yo gano me haces un oral —alcé una ceja. Seth me miraba con mirada retadora.
—¿Qué quieres jugar? —miré por encima de su hombro hacia la mesa de billar. Seth miró en la misma dirección y alzó una ceja —. Trato hecho —chillé y dejé un beso sobre sus labios.
Me ayudó a bajar del banco cogiendo mi cintura con sus manos y me dejó en el suelo. Cogí su mano llevándolo hacia donde se encontraba la mesa de billar. Cogí mi taco y Seth el suyo. Acomodó las bolas al centro de la mesa dentro del triángulo.
—La bola uno va en la tronera derecha y la bolsa quince va en la tronera izquierda —dijo y asentí.
Seth me dio el privilegio de romper y golpeé la bola blanca y las demás bolas rodaron por la mesa. La primera en entrar fue la bola lisa con el número siete, así que me tocaba meter todas las lisas en las troneras y a Seth las rayadas. Seth se acomodó y golpeó la bola blanca, metiendo la bola catorce. Seth golpeó de nuevo la blanca, pero no pudo meter la bola trece. Cuando fue mi turno golpeé y metí la bola cinco que golpeó la bola once de Seth, así que eso contó cómo un punto para él, estando empatados para ese momento. Observé la mesa con detenimiento. La bola tres que quería golpear se encontraba pegada a la bola doce, así que tenía que tener mucho cuidado de no golpearla o podía cometer una falta.
—Cuidado, ved'ma, no quieres darme la ventaja —pasó detrás de mí. Usó ese tono altivo que me gustaba escuchar en él.
Observé y me acomodé de tal modo que tenía la bola tres en la mira, golpeé la bola blanca y casi rozó la bola doce de Seth, pero entró sin problema alguno. Celebré aplaudiendo mientras Seth me miraba cómo diciendo que no iba a ganar. Golpeé de nuevo sin meter la bola seis cómo quería. Ahora fue el turno de él de golpear la bola blanca y al hacerlo metió la bola doce y la cuatro de las mías. Golpeó de nuevo y metió la bola diez, así que debía golpear de nuevo, pero esta vez no metió nada, así que era mi turno. Tenía en la mira la bola uno sin que hubiera más cerca de ella, no desaproveché la oportunidad, golpeé la bola blanca, le pegó a la bola uno y rebotó. La bola uno entró en la tronera derecha. Lo miré con suficiencia y me acomodé para golpear la bola dos que para mi fortuna entró en la tronera. Quise meter la bola seis, pero no entró y Seth se burló de mí.
—Lástima, mi amor —dijo con un tono burlón.
Resoplé y esperé que golpeara para que cometiera un error y burlarme de él en su cara. Y tal como lo predije sucedió. Seth golpeó la bola negra, pero esta fue a dar directo a la tronera, así que había perdido.
—Lástima, mi amor —dije con burla. Me subí a la mesa y crucé las piernas frente a él —. Perdiste —dejé el taco a un lado sobre la mesa. Seth terminó con la poca distancia que nos separaba.
—¿Crees que he perdido? —alcé una ceja. Se mojó los labios con la punta de la lengua —. Eso es un castigo para ti, no para mí —se metió en medio de mis piernas y me quitó la pijama de un tirón junto con la tanga. Dejó la prenda en la mesa y se acomodó en medio para devorar mi sexo. No preguntó, no me dio tiempo a procesarlo, ya que antes de poder pensar en lo que hacía ya tenía su lengua dentro de mí. Levantó mi culo para que quedara arriba del borde de la mesa y mi espalda acarició la suave tela de la mesa de billar.
Metió sus brazos debajo de mis rodillas para tener mejor agarre de mi cuerpo. Me devoraba sin pudor. Ni siquiera le importaba que no me hubiera depilado. Su lengua abarcaba todo mi sexo y limpiaba mis flujos para volver a subir y bajar pasando su lengua por toda mi vulva. Levanté mis caderas, acercándome a él, permitiéndole comerme por completo, tanto como le gustaba a él y cómo me gustaba a mí.
—Oh Dios —gemí. Mis dedos se enroscaron en el filo de la mesa. Mi pelvis subía y bajaba buscando mi placer y poder correrme en su boca una vez más.
—Es una falta de respeto que lo menciones a él y no digas mi nombre —se escuchó molesto. Me reí por sus estúpidos e injustificados celos.
—Seth, por favor.
—Seth y una mierda —masculló. Su aliento acariciaba mis labios y me provocaba escalofríos. Arremetió contra mí metiendo dos de sus dedos en mi interior. No lo hacía despacio, más bien me quería hacer sufrir —. Cuando te corras en mi boca vas a gemir mi nombre. ¿Entiendes?
—¿Qué pasa si no lo hago? —su mano golpeaba con fuerza contra mi adolorido y palpitante sexo. Contenía los gemidos lastimeros que querían brotar de lo más profundo de mi garganta e inundar el espacio con ellos.
—¿Entiendes? —insistió. Golpeaba con más coraje, con más celos posesivos. Golpeaba su mano mientras yo chorreaba deseo entre sus ágiles y endemoniados dedos —. ¿Sí o no? —masculló.
Ni siquiera podía articular bien. Las palabras se me atascaban en la garganta, sentía la boca seca. Las piernas me temblaban y un cosquilleo arañaba las paredes de mi sexo.
—Entiendo. Entiendo —siseé. Arqueé la espalda cuando los movimientos de sus dedos a la par con su lengua me torturaban. Me embestía con vigor, con un poco de coraje por llevarle la contraria. No le gustaba que abriera mi boca para hacerlo enojar, pero yo disfrutaba ver ese lado oscuro de él que el medicamento tenía sedado.
—Me gusta que me obedezcas, amor —Ese "amor" ya no se escuchó con burla, con ironía. Esta vez fue real. Fue lento, con sorna. Era real.
—Seth...—gemía entre palabras —. Por favor. Por favor —suplicaba. Le pedía que se apresurara. Que terminara de una vez y por todas con esta tortura —. Por favor —levanté mis caderas hacia su rostro. Sus dedos entraban y salían dentro de mí. Chupaba mi clítoris y lo lamía con toda su lengua.
—Me gusta que supliques —cerré los ojos.
—Más te vale que no me dejes con las ganas o te juro que te mato —amenacé. Seth rio y continuó con lo suyo. Me lamía por completo. Chupaba y succionaba cómo un maldito experto. Sus dedos me follaban con desespero. Los sentía completamente mojados de mi flujo y cada que chocaban contra mí me sentía en el maldito paraíso.
—Esta vez no te voy a dejar con las ganas, amor. Te vas a correr en mi boca y en mis dedos y lo vas a disfrutar tanto que me vas a pedir más.
—Deja de hablar y fóllame —le exigí. Solté la orilla de la mesa y llevé mis manos a su cabeza. La acerqué a mi sexo buscando más placer y lo obtuve. Movía las caderas al mismo ritmo que él lo hacía con su lengua y sus dedos. Mi cuerpo reaccionó a cada uno de esos estímulos y en pocos segundos el orgasmo que se había gestado en mi vientre estalló en miles de vibraciones que me hicieron gemir su nombre, empujar mi sexo contra su cara y cerrar los ojos para disfrutar de todas las sensaciones que atravesaban mi cuerpo y mis huesos.
Seth continuó lamiendo hasta que mis piernas temblaron y tuve que apartarlo de mi sexo. Cada roce contra mi vulva me hacía temblar. Me encontraba demasiado sensible. Me incorporé apoyando los codos en la mesa y Seth se deslizó hacia arriba besando mis muslos, después mi vientre, ascendiendo por el valle de mis senos.
—Sabes tan bien —murmuró sobre mis labios para después besarme. Me comió la boca con ímpetu, con deseo y pasión. La temperatura de mi cuerpo aumentó cuando rozó sus dedos en mi clítoris con toda la intención de follarme una vez más.
—Espera —le dije. Apoyé una mano en su pecho —. Seth —ignoró mis palabras y metió dos dedos en mi sexo. Sacó la mano y la metió dentro de su boca para chupar sus dedos bajo mi atenta mirada.
—Me gusta tu sabor. Podría hacerte un oral todos los días si me lo pides —cogí su camisa con mis puños.
—¿Qué te lo impide?
—Que no me lo has pedido —sonrió. Sonreí después de él y nos besamos. No me importaba que se hubiera bajado y que me haya lamido por completo. Me gustaba cuando me besaba con posesión.
—¿Si te lo pido, lo harías? —murmuré sobre sus labios.
—Todo lo que me pidas, ved'ma —respondió en un tono ronco y bajo. Nos separamos y lo vi mojarse los labios —. ¿Ya te dio sueño? —negué —. Te sugiero que te des una ducha con agua caliente.
—Me hubiera gustado que me follaras —hice un puchero.
—Dijiste que no tienes pastillas —fruncí el ceño.
—¿Te puedo preguntar algo? —apoyó las manos a cada lado de mi cuerpo. Mis manos continuaban en su pecho agarrando su camisa.
—Dime.
—¿No quieres tener hijos?
—No sería un buen padre. Padezco de una enfermedad mental y no me gustaría que ellos lo pagaran —todo tenía sentido. Al menos era responsable en ese aspecto.
—¿Pero te gustaría tenerlos?
—¿A ti no? Yo sí quiero tener hijos, pero no puedo.
—Pero estás en tratamiento —dije algo que era más que obvio.
—No es algo seguro. En cualquier momento puedo recaer. Si no tomo mi medicamento soy inestable, me enojo con facilidad y puedo romper lo que sea —puse dos dedos bajo su barbilla, ya que evitó mirarme a los ojos —. Incluso a ti.
—¿No querías eso? Querías romperme, querías hacerme daño. Querías que pagara lo que le hice a tu madre.
—Aún quiero eso —confesó. Llevó una mano y a mi garganta ejerciendo presión con sus dedos —. Que te folle no quiere decir que no quiero romperte en miles de pedazos para reconstruirte a mi manera —alcé una ceja.
—¿Y cómo te gustaría reconstruirme, cariño? —me atreví a preguntar sabiendo la respuesta que me iba a dar.
—Mía —dijo lento, pausado, saboreando cada una de las letras —. Solo mía y de mi hermano, de nadie más. Que sepas que nadie puede poner sus asquerosas manos en tu hermoso cuerpo. Nadie puede verte ni siquiera respirar cerca de ti.
—¿Quieres fidelidad? —lo acerqué a mi cuerpo. Sentí el duro bulto entre sus piernas. Erecto y apretado a la tela de su pijama —. De mi parte la tienes. Estoy encerrada en tu casa. Solo te veo a ti y a tu hermano. Pero dudo mucho que pueda confiar en ti y me des la fidelidad que me pides —me burlé.
—No he follado a nadie desde que te tengo en mi casa —dijo seguro. No titubeó y me miró a la cara en cada momento —. No quiero follar a nadie que no seas tú.
—Qué romántico eres —sonrió de lado.
—¿Romanticismo? Eso a ti no te gusta, mi amor.
—Sí, me gusta —confesé —. Pero solo de tu parte y de la de Nate —no sé si le gustó lo que dije o tal vez no, pero a estas alturas me importaba poco lo que dijera.
—Entonces tenemos claro lo que queremos. Te queremos a ti, desnuda, con las piernas abiertas para nosotros. Tocándote, disfrutando. Queremos tu cuerpo, tu coño y tu culo. ¿Te imaginas lo que va a pasar el día que por fin nos tengas a los dos cómo tanto lo sueñas? ¿Qué crees que sientas al tener a uno detrás y al otro frente a ti follándote duro? ¿Crees que lo puedas soportar?
—Lo haré. Te lo aseguro —sonrió y soltó mi garganta.
—Ya lo veremos —se apartó y recogió mi tanga y mi pijama. Bajé de la mesa y me puso la ropa, aprovechó para tocar mi piel con sus nudillos. Sus caricias se sintieron suaves y tiernas.
Subimos la escalera y entramos a la habitación. Nate continuaba dormido y Zora se subió a la cama para dormir al lado de Nate. Ambos se veían tan tiernos durmiendo uno al lado del otro.
—Creo que voy a tomar tu consejo y me voy a dar una ducha —le dije.
—Ve. Te espero para dormir —le sonreí antes de entrar al baño y darme una ducha para relajarme. Lo que sucedió allá abajo todavía me tenía alucinando. Me gustó lo que Seth me hizo y todo lo que me dijo me dejó pensando. Yo quería esto, lo ansiaba, lo anhelaba, pero ¿qué iba a suceder el día que los tres estuviéramos juntos para hacer el amor? Nunca le di importancia a este tipo de cosas, pero ahora lo pensaba mejor. Eran hermanos y no se veían molestos de compartir a la misma mujer y a mí me gustaban ambos. Iba a disfrutar lo más que pudiera sin olvidar mi propósito: salir de esta casa por la puerta grande.
Cami
Después de lo que ocurrió con la rosa estuve recibiendo mensajes de texto algo perturbadores. Imágenes que no sabía lo que eran, se veían distorsionadas y borrosas, como si ese fuera el propósito, confundirme y aterrarme. Estaba segura de que era él, mi acosador. Me mandaba fotos mías, saliendo de la casa, yendo a tomar algo, saliendo con mi familia y fotos de la casa, de todos los ángulos por afuera. Bloqueé todos esos números y aun así encontró la manera para continuar mandándome mensajes. ¿Cómo lo hacía?
Aquella tarde recibí un mensaje de él. Era una imagen mía de la noche que le reclamé a Seth y cuando lo enfrenté. Después de decirle sus verdades, regresé con mi hermano, Alek y Eli. Me tenía harta con sus malditos mensajes de textos donde me decía que lo cautivé la noche del ataque. Decía que lo deslumbré y que solo una vez se había sentido así de embrujado por alguien, pero que ahora es diferente.
—Maldito psicópata. Estúpido. Idiota —salí de mi habitación y bajé las escaleras, pasé frente a la estancia y entré al despacho de Víctor, donde mi hermano también se encontraba viendo unas cosas con él.
—Cami —dijo Víctor al verme entrar al despacho —. ¿Qué pasa hija?
—Es él, me mandó una imagen —les dije. Le entregué mi celular a Billy para que hiciera algo y ya no recibir mensajes de ese enfermo —. Tienes que hacer algo para que no me mande fotos. Ya no quiero recibir mensajes de texto —resoplé. Billy le pasó mi celular a Víctor.
—Billy —habló Víctor.
—Haré algo, pero tienes que darme tu celular. Tal vez se metieron a nuestro sistema —lo miré asustada.
—¿Puede hacer eso? —Billy asintió con pesar.
—Puede hacer eso y más. En este momento podría estar escuchando todo lo que decimos y ver todo lo que hacemos. Existe un software creado recientemente con el cual ven todo y escuchan todo.
—¿Lo puedes bloquear? —le preguntó Víctor y le regresó mi celular a Billy.
—Sí, sí puedo —dejó mi celular a un lado y empezó a teclear en su portátil —. Dame un par de horas y lo soluciono.
—Voy a dar una vuelta —Víctor me miró con una ceja alzada —. ¿No puedo?
—Claro que puedes, pero no es lo recomendable.
—No le tengo miedo —les dije.
—Él tampoco te tiene miedo —comentó mi hermano sin despegar la mirada de la pantalla de su portátil.
—No voy a detener mi vida por ese enfermo —escupí —. Eso le va a dar más poder sobre mí y no pienso dárselo. Además, me voy a ver con Cas —mentí.
—¿Va a ir ese chico? —preguntó Víctor.
—Sí, nos vamos a ver para comer.
Ni siquiera sabía si Cas estaba disponible para que nos viéramos y yo ya lo estaba comprometiendo para salir conmigo. Tendría que mandarle mensaje para saber si quería salir conmigo.
—Dile a Pete que te lleve —miré a mi padre con ojos entornados.
—No necesito niñera —zanjé.
—No vas a salir sin Pete —advirtió —. Ya dije.
—Está bien —bufé. Antes de salir de la casa le mandé un mensaje a Cas, le pedí vernos en una librería a las cuatro. Estaría ahí un buen rato comprando y aprovecharía para tomar un café y esperaba que Cas se me uniera.
Salí con Pete, ya que Víctor le había ordenado salir conmigo a todos lados por mi seguridad. Ahora todos sabían que tenía un acosador que estaba obsesionado conmigo y me mandaba rosas negras. ¿Por qué?
—¿Cómo te sientes con todo esto? —me preguntó Pete.
—¿Cómo crees que me siento? Esto es absurdo y estúpido —bufé —. No me iba a imaginar que alguien se iba a obsesionar conmigo —me reí —. Debe es tar demente.
—Cami, eres muy inteligente y valiente. Cualquiera podría enamorarse de ti. Mira cómo traes a ese chico Verner —lo miré —. Ha cumplido con todas las reglas que le impuso tu padre. Está haciendo lo correcto solo por ti. El otro es un psicópata —ambos reímos —. Y debería estar en un psiquiátrico.
—¿De dónde saldría ese sujeto? —pregunté —. Todo está muy raro —asintió.
—No lo sé, pero si no lo detenemos a tiempo se puede convertir en un gran problema.
Y tenía razón. Empezó con un regalo, un poco surreal, pero para él era un regalo y continuó con acoso, ¿qué le íbamos a agregar a la lista? Esperaba que se detuviera y que no continuara con más. Suficiente tenía ya con mi vida.
—Voy a comprar algunas cosas. Si me necesitas me llamas —dijo Pete —. Voy a estar aquí cerca —asentí.
—Ve con cuidado. Cas no tarda en llegar —bajé de la camioneta y cerré la puerta.
El centro de Queens era muy atractivo para los turistas. Había muchos locales de todo tipo, ropa, restaurantes, bares, etc. Caminé y compré algunas cosas que necesitaba y entré a la librería donde supuestamente vería a Cas. Ni quiera sabía si había visto el mensaje que le mandé para salir juntos y yo suponía que sí, que en cualquier momento llegaría.
Recorrí los pasillos buscando algunos libros que podría leer. Encontré algunos que me interesaron y los metí dentro de la canasta que cogí en la entrada. No había muchas personas dentro de la librería y eso que no era tan tarde, ya eran las cuatro. Me metí en uno de los pasillos buscando más libros y cogí uno, leí la sinopsis, sin embargo, lo dejé en su lugar, ya que no me llamó la atención. Di unos pasos y cogí otro.
—Ese libro es interesante —dijo una voz detrás de mí. No sé por qué pensé que era Cas, pero al ver al dueño de esa voz me di cuenta de que no era él. No le presté demasiada atención, así que continué con lo mío. Avancé más y me di cuenta de que venía detrás de mí. Al igual que yo estaba buscando que leer. Se estiró y cogió un libro —. Este te puede gustar —me detuve y lo miré. Lo observé detenidamente, cabello rubio, ojos azules, piel pálida, alto y delgado, pero con buen cuerpo. Es decir, que se ejercitaba. Lo detallé, pero me di cuenta de que no lo había visto nunca.
—Gracias —le dije y cogí el libro. Fue en ese momento que su mirada cambió en un parpadeo. Su pupila se dilató y sus iris tomaron un brillo que yo ya había antes. Tragué saliva. En un solo movimiento me quitó el libro y la canasta que sostenía con una mano. Llevó su mano libre a mi cuello y con la otra bloqueó ambas manos llevándolas a mi espalda —. Eres tú —musité.
—¿Te gustó mi regalo? —se acercó tanto que su perfume almizclado me acarició la punta de la nariz. Giré la cabeza para no verlo a la cara. Era atractivo. Demasiado. Pero estaba enfermo. Era un psicópata.
Su nariz rozó la línea de mi mandíbula, subió a mi mejilla e inspiró suavemente. Ascendió a mi sien y olió mi cabello con fuerza. Descendió de nuevo y me hizo mirarlo cogiendo mi barbilla. Sus dedos se hundieron en mis mejillas. Su agarre era demandante, dominante.
—Dime —exigió —. ¿Te gustó o no?
—Estás demente —mascullé. Lo miré a través de mis pestañas con todo el odio que destilaba de mi piel —. ¿Qué está mal contigo? —se rio. Era una sonrisa siniestra, para nada encantadora.
—Algo no va bien en mi cabeza —golpeó su sien tres veces y de nuevo cogió mi barbilla —. Me hicieron daño y ya no hay reparación. Rompieron algo dentro de mí —fijó sus ojos en los míos.
—Déjame en paz —mi pulso se aceleró. Las manos me sudaban y sentía su cercanía cómo una amenaza —. ¿Por qué yo? —indagué. Se mojó los labios y respondió.
—Eres cómo yo —me reí sutilmente —. Nos parecemos mucho.
—Yo no soy cómo tú —forcejeé con él, intentando librarme de su agarre. Fue más rápido que yo cuando solté mis manos y las atrapó con la suya. Me empujó contra el estante y apretó su pecho contra mis senos —. Déjame —mascullé —. Si me llevas todos lo van a saber y me van a encontrar —le decía mirándolo a los ojos. En ningún momento demostré tenerle miedo o repulsión.
—No te quiero llevar, Caperucita —su voz se escuchó igual como aquella noche en la construcción —. ¿Por qué querría hacerlo? —parpadeó.
—Tú dime, estás demente —olisqueó mi mejilla y se apartó.
—Esto no es estar demente, Caperucita. Tú no sabes lo que puede hacer un hombre demente. Tú eres la presa —sus dedos ejercieron más presión en mi mejilla —. Yo soy el cazador y a mí me gusta acechar. ¿No te gustan esos juegos? —me negué a hablar —. Dime.
—No —dudé un poco, pero no porque me gustara lo que él me decía, más bien me sentía incómoda estando frente a él. Su mano alrededor de las mías me lastimaba. La piel me ardía y me quemaba.
—Te va a terminar gustando —juró —. Ese chico Verner... —lo miré con odio, destilando por cada poro de mi piel, en cada mirada.
—No te atrevas a tocarlo —mascullé —. Si le haces daño me voy a olvidar de quién eres y te juro que te voy a matar —me solté de su agarre. No sé de donde saqué la fuerza para hacerlo, pero cuando estuve libre de sus manos lo empujé y esta vez fui yo quien lo amenazó a él —. Ni se te ocurra —lo señalé con un dedo.
—No me des motivos para matarlo —espetó.
—Y tú no me des motivos a mí para matarte, psicópata —una vez más me empujó contra el estante. Su mirada fría y vacía como si fuera solo dos pozos negros sin vida.
—No me amenaces, Caperucita —tocó mi mejilla y se apartó. Bajó la escalera y lo vi desaparecer con cada paso que daba.
Mi pecho subía y bajaba. Giré la cabeza en otra dirección y cerré los ojos. ¿Qué pasaba por la mente de este hombre para atreverse a hacer algo así? ¿Por qué no pude reaccionar cómo quería y golpearlo cómo tanto anhelaba?
—Cami —me negué a abrir los ojos, pensando que podría ser él de nuevo y que me iba a seguir atormentado —. Cami —escuché su voz más cerca. Abrí los ojos y me encontré con Cas frente a mí.
—Cas —me sonrió —. ¿Lo viste? —Cas frunció el ceño.
—¿A quién? —miró a ambos lados.
—Él. Mi acosador —Cas se puso alerta. Corrí dejándolo atrás y salí de la librería, pero ya era demasiado tarde porque él no se veía por ningún lado. Busqué con la mirada, cada rostro, pero ya se había ido.
—¿Te hizo algo? —Cas llegó a mi lado. Giré sobre mis talones y negué.
—No, pero... Me sentí incómoda —confesé. Cas extendió los brazos estrechándome entre ellos. Me aferré a su ropa y correspondí a su abrazo —. Cas —murmuré.
—No puedes salir sola, Cami. Lo mejor es que alguien te acompañe cada vez que salgas. En todo momento.
—No quiero que sea dueño de mi vida.
—No lo es, pero lo mejor es que no te encuentre sola. Hoy no te hizo nada, pero mañana no sabemos —asentí —. ¿Lo harás? —volví a asentir —. ¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Me voy a sentir más seguro sabiendo que no andas sola en la calle y que alguien está contigo en todo momento —sentí bonito en mi pecho cuando confesó que se preocupaba por mí.
—Gracias —musité —. Por preocuparte por mí.
—Te quiero, Cami —dejó un beso en mi cabello —. Me preocupa que ese demente ande suelto —me aferré a su ropa, pegándolo a mi pecho.
—Yo también te quiero, Cas —hundí mi rostro en su pecho. Contuve las ganas de llorar porque no quería hacerlo, aunque la garganta me ardía y picaba.
—Tranquila, todo va a estar bien —asentí.
Cas me hacía sentir segura. Se preocupaba por mí y me atendía cómo siempre quise. ¿Cómo pude haber dudado de él y pensar que tenía algo que ver con el secuestro de mi mejor amiga? Cas estaba demostrando que no era nada parecido al nefasto de Seth y eso me hacía quererlo más.
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