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Capítulo 43. 🔗

Cami

Habían transcurrido unos días desde la visita de Sebastian y lo que le dije aquella mañana. Me halagaba que me hubiera invitado a una cita, pero cómo le dije, yo no soy mujer para un hombre cómo él. Éramos dos polos totalmente diferentes. Él pertenecía a la justicia y yo era el otro lado de la moneda. Tenía un largo historial criminal y no estaría dispuesta a cambiar mi vida por alguien cómo él. No estaba dispuesta a dejar de ser lo que me gusta por un hombre.

Aquella mañana me aseguré que limpiaran bien el terrario de Diablo. No tenía el mismo comportamiento de antes, cambió por completo después del secuestro de Vanya. Él, al igual que todas sus mascotas la extrañaban y por más que hacíamos de todo para distraerlos no lográbamos mucho. Se notaba más que nada en los perros.

Esperé a que Diablo terminara de comer. Lo observé y me quedé un rato en la habitación de Vanya. Todo seguía cómo antes, no habíamos movido nada de su lugar para que cuando regresara encontrara todo cómo ella lo dejó. La extrañaba demasiado, quería verla y abrazarla. Ni siquiera pudimos pasar su cumpleaños con ella.

—¿Cómo estarás? Espero que donde sea que te encuentres estés bien y le des guerra a quien te secuestró —me puse de pie y salí de la habitación dejando la puerta abierta. Bajé la escalera y Pete iba entrando.

—Cami —terminé de bajar —. Te llegó esto —fruncí el ceño. Pete sostenía una rosa negra en la mano.

—¿Para mí? —Pete asintió y leyó la tarjeta que venía junto con la rosa.

—Aquí dice que es para ti —me acerqué a él y cogí la rosa con dos dedos.

—Espera, no te vayas —le pedí. Leí la tarjeta y me sorprendió descubrir quién la mandaba.

Para mi Caperucita.

El lobo te vigila de cerca.

Atte. Tu acosador.

Me estremecí al leer las palabras anotadas con su puño en la pequeña tarjeta.

—Toma. No la quiero —le dije a Pete —. Tírala a la basura. Quémala o arrójala al triturador, pero no la quiero —Pete me miró y cogió la rosa negra con dos dedos. Me limpié los dedos y Pete se alejó hacia la cocina —. Maldito psicópata —dije.

Escuché una risa detrás de mí y al girar me encontré con Alek que iba bajando la escalera.

—¿Así que tienes un acosador? —dijo con tono divertido. Entorno los ojos porque yo no le veía lo gracioso a la situación. Me daba miedo —. Eso quiere decir que no murió con el disparo que le di.

—Es un maldito psicópata —espeté —. Lo quiero lejos de mí —me crucé de brazos —. ¿A dónde vas? —lo observé de arriba abajo.

—Voy a salir con Víctor, vamos a recoger armas y después voy con Eli a beber algo. ¿Te gustaría ir? —me quedé pensando.

—¿Puedo llevar a Cas? Tampoco me importa si me dices que no.

—¿Entonces para qué preguntas? —me pellizcó el brazo.

—¡Imbécil! —aparté su mano. Saqué el celular para mandarle un mensaje a Billy.

¿Quieres salir conmigo hoy por la noche?

Mandé el mensaje y guardé el celular.

—¿Nos vamos? —Alek me miró con ojos entornados.

—¿A dónde?

—No te hagas el tonto. Vamos por esas armas —negó con la cabeza con resignación —. Ya estoy bien y necesito algo de acción —a Alek no le quedó más opción que terminar aceptando.

—De acuerdo, ve por tu arma y te espero aquí —saqué la pistola de la espalda y se la mostré.

—Vengo preparada —no dijo nada. Salimos de la casa y afuera ya esperaban dos camionetas con las puertas abiertas. En una de ellas iban Víctor y mi hermano.

—¿Vas a ir? —preguntó Billy.

—Sí, ¿hay algún problema? —Billy miró a Víctor como si necesitara de su aprobación para salir a trabajar.

—No lo hay —dijo Víctor —. Vamos —señaló.

—Voy con Alek —Víctor asintió y cerró la puerta. Caminé junto a Alek, me dejó subir primero y después subió él cerrando la puerta. Avanzamos detrás de la camioneta donde iban ellos —. ¿Quién ha mandado las armas? —le pregunté a Alek.

—Iván —revisó algo rápidamente en su celular y procedió a guardarlo —. Ahora que su hijo tiene tratos con la Penose es más fácil transportar armas y hacer otros negocios —asentí.

—¿Qué sabes de Mikhail? —giré para verlo mejor.

—No sé mucho, solo que se está llevando de maravilla con Rykel y su familia. ¿Por qué la pregunta?

—¿Lo conoces?

—No, nunca lo he visto, solo en fotos. ¿Y tú? —negué con la cabeza.

—Tampoco y es el único primo que tiene Vanya. He escuchado cuando Víctor habla con él o con Iván, pero nada más. Sé que llevan bien los negocios allá en Rusia —encogí un hombro —. Es lo que importa, ¿no?

—Creo que sí —dijo.

Iván y su hijo estaban haciendo buenos socios en Rusia, tenían a los de la Penose de su lado, pero continuaban teniendo problemas con los Italianos, y si las cosas seguían así se vendría una guerra que nos podía perjudicar a nosotros también.

Me quedé pensando en mil cosas que me rondaban en la cabeza. Vanya, Alek, Cas y ese maldito acosador que ahora ya tenía mi dirección. ¿Cómo la consiguió? ¿En qué estaba pensando al mandarme esa rosa negra? ¿Qué se proponía con todo esto?

Lo único que sabía es que seguía con vida a pesar de que Alek le disparó en la espalda y cayó casi muerto en mis pies. Claramente, salió con vida de ahí y ahora se dedicaba a acosarme. Esperaba que no llegara tan lejos y me evitara la pena de mandarlo a la mierda yo misma después de propinarle una patada en los testículos. Suficiente tenía con todo lo que ocurría en mi vida cómo para tener que lidiar con un psicópata.

—Llegamos —informó Alek a mi lado. Miré a través de la ventanilla. Habíamos llegado a uno de los tantos clubes que tenían en la ciudad. Era un club, pero en la parte de atrás guardaban mercancía, desde armas hasta drogas. Víctor tenía todo en regla y a los policías comprados para que no metieran sus narices en estos asuntos.

Bajé y detrás de mí lo hizo Alek. Seguimos a Víctor dentro del club junto con los guardaespaldas que nos protegían cada que salíamos de la casa y dentro también.

Entramos al club y cruzamos la pista donde por el horario no había nadie, solo los trabajadores se encontraban limpiando, acomodando las sillas y mesas y preparando todo para en la noche que fueran a abrir.

Pasamos por un largo pasillo que nos llevó a una bodega donde habían llegado las armas. Había cajas y cajas de madera con inscripciones en letras rusas a las que poco les entendía. Las cajas decían la típica frase "Frágil". Más de sus hombres revisaban cada una de las cajas, sacaban las armas, las limpiaban y las dejaban sobre una mesa para después envolverlas en una bolsa de tela.

—Señor —nos detuvimos frente a una de las tantas y tantas mesas. Uno de los hombres de Víctor sacó tres cajas con tres armas distintas —. Su hermano nos mandó estos tres modelos —informó. Los cuatro nos colocamos alrededor de la mesa para escuchar —. Esta es la MPL (Pistola Modular Lébedev) se la diseñó a los altos mandos.

Cuando decía que fue diseñada para los altos mandos se refería a que eran para la Guardia Nacional de la Federación Rusa. Mikhail también les diseñaba armas a los militares, aunque ellos lo negaran.

La MPL era una hermosa arma ergonómica, con la posibilidad de instalar varios accesorios. Con un nuevo cañón de posición baja, que permite que el arma tenga un mejor retroceso más estable al disparar. La forma de la empuñadura que proporciona una posición más cómoda de la mano.

—Es hermosa —mis ojos se iluminaron al ver la letal arma en su caja con sus accesorios.

—¿Quieres una? —preguntó Víctor.

—¿Puedo tener una? —le pregunté mirándolo. Dibujó una dulce sonrisa en los labios.

—Claro que sí, mi niña —me encontraba feliz, como si tuviera ocho años y en lugar de regalarme un arma me estuvieran regalando una muñeca.

—Gracias —dejé un beso en su mejilla como agradecimiento. Víctor le hizo una seña al sujeto y este cerró el estuche y me entregó el arma.

—Esta es una Yarygin —sacó la pistola de su estuche para mostrárnosla —. 9x19 mm. Fiable, sólida y robusta —jaló el cartucho y apuntó sin apretar el gatillo. Guardó la pistola en su estuche —. Y esta es la Aspid. Calibre 9x19 mm. La parte superior está diseñada con aleaciones metálicas, mientras que la parte inferior está hecha de fibra de carbono. Es un arma firme y estable —Alek la cogió y la observó. También jaló el cartucho y apuntó sin apretar el gatillo.

—Yo quiero usar esta —le dijo Alek a Víctor quien después miró a mi mellizo.

—¿Tú cuál vas a usar? —le preguntó.

—La Aspid —dijo. El sujeto les entregó las pistolas dentro de los estuches a cada uno.

—Necesito que las guarden para dárselas a mis hombres. Les voy a indicar la fecha y hora para que vengan a recogerlas —el hombre asintió —. No quiero fallas —le advirtió —. Vamos a llevar un estricto control de a quien se las estás entregando.

—Yo me puedo encargar de eso —habló Billy —. Puedo llevar el control de los nombres de cada uno de ellos, un código para saber a quién ya se le entregó. Programar la hora y el día en el que deberán asistir a recogerla —Víctor asintió.

—Me gusta la idea. También haz un inventario con el número de armas que tenemos y cuantos hombres hay en nuestras filas para saber cuantas van a quedar y llevarlas a casa.

—Cómo digas. Eso lo vemos tú y yo —le dijo al sujeto que obedecía las órdenes de Víctor.

—Entonces le mandas esa información a mi hijo y ves con él lo demás.

—Sí señor —llevó las manos a su espalda.

—Me comunico contigo para acordar lo del inventario —le dijo Billy al hombre. Salimos del club y le eché una mirada. Era un club grande, moderno, con una zona privada y una pista muy grande para cuando los asistentes quisieran bajar a bailar. Una consola que el DJ utilizaba para amenizar y una barra con todas las bebidas habidas y por haber.

Esta vez me tocó ir con Víctor en la misma camioneta. Subí primero y detrás de mí subió él. Coloqué el estuche con mi pistola en mis piernas.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—¿A qué te refieres con esa pregunta? —lo miré.

—A todo. Por lo de Vanya, lo que sucedió la otra noche. Ya sabes —exhalé antes de responder.

—Ya no me duele tanto el cuello, pero aún se me ven los moretones. El doctor dijo que la herida de mi pierna está sanando, pero debo tener mucho cuidado para que sane por completo. Y con lo de Vanya, sabes cómo me siento. La extraño mucho —musité —. Quiero verla y decirle todo lo que ocurre, que estoy conociendo a alguien —le miré con un poco de miedo, ya que él era el padre de mi prometido y no sabía cómo se iba a tomar la noticia de que le había dado una nueva oportunidad al amor.

—Pensé que un día serías la esposa de Misha, que formarían una familia y que tendrían muchos hijitos que anduvieran corriendo por la casa diciéndome abuelo —sonrió con nostalgia —. Por desgracia esas ilusiones murieron el día que Misha también se fue —giró para verme —. Pero estoy seguro de que él estaría feliz al saber que te estás dando una oportunidad y que no le has cerrado las puertas al amor —dijo con sinceridad —. No tengas miedo y déjate llevar.

—¿Lo dices en serio?

—Sí, ¿por qué tendría que mentir? Te quiero cómo a mi hija y me hace feliz que tú seas feliz —parpadeé —. Tal vez no sea con Misha con quien formes una familia. La vida tiene maneras extrañas de hacer las cosas —puso su mano encima de la mía —. Pero no nos queda más que aceptar y continuar. ¿O no?

—Pues sí. Sabes que amé a Misha cómo no he amado a nadie y estoy segura de que ese amor no va a morir nunca, pero Cas me hace sentir algo. Por primera vez desde que Misha murió me siento en paz y bien. No siento que le esté fallando o lo esté traicionando —levanté la mirada hacia su rostro.

—Entonces quiere decir que estás haciendo las cosas bien —palmeó mi mano —. Deberías invitar a ese chico a cenar una noche de estas.

—No sé si acepte. Cree que pensamos que tiene algo que ver con lo que hizo Seth y no se siente cómodo —musité.

—Cami, si tú confías en él yo confío en él también. Lo que suceda con Seth es totalmente ajeno a lo que pase entre ustedes. De todos modos te voy a pedir que tengas cuidado, no por él, sino por Seth. Que no vaya a aprovechar esta oportunidad para hacer de las suyas —asentí.

—Voy a estar atenta a cualquier cosa —apoyé la cabeza en su hombro —. Gracias. Siempre has sido un padre para mí. No te importó que Billy y yo no llevemos tu sangre ni tus apellidos, nos has cuidado y amado como si lo fuéramos.

—Es que lo son. Desde que tus padres estaban vivos los quería cómo a mis hijos y cuando fallecieron supe que tenía una obligación con ustedes de cuidarlos y protegerlos de quien sea. En este momento aún me siento con la obligación hasta el día que ya no pueda hacerme cargo, hasta ese día no voy a dejar de protegerlos —palmeó mi mejilla.

—Te quiero mucho, Víctor.

—Y yo te quiero a ti, Cami —sonreí.

Cerré los ojos y disfruté de este momento, ya que no teníamos muchos últimamente. Víctor y Vera siempre fueron buenos padres. Nos cuidaron y educaron cómo lo hicieron con sus hijos y nunca hubo distinción entre uno y otro. Siempre les estuve agradecida por todo lo que nos dieron y el amor que demostraron tenernos. Billy y yo nos quedamos huérfanos, pero nos adoptó una hermosa familia que nos arropó y nos dio el mismo amor sincero que da una verdadera familia.

Perdimos a nuestros padres y dolió mucho, sin embargo, la perdida fue más tolerable al tenerlos a ellos a nuestro lado. Ellos nos dieron las palabras correctas que necesitábamos en ese momento. Víctor se convirtió en mi padre ese día y supo cómo hacerlo. Me aconsejó y me regañó cuando lo ameritaba y siempre le iba a agradecer por sus buenos consejos y por los regaños también.

Seth

Vanya me volvía loco. Poseía algo en ella que me hacía perder la cabeza y cometía locura tras locura por su maldita culpa. No podía controlar lo que decía o lo que hacía. Me sometía a sus exigencias a sus estúpidos caprichos de niña mimada. No podía decirle que no, aunque no mereciera nada bueno de mi parte. Siempre tuvo lo que quería a manos llenas y ahora no era la excepción. Nate y yo estábamos dispuestos a hacer lo que fuera por ella.

Aquella mañana desperté y lo primero que vi al abrir los ojos fue a Vanya. Dormía placidamente, sus pestañas se pegaban a sus pómulos y su expresión se mostraba relajada. Tal vez fue por los orgasmos que tuvo antes de dormir, además de que se dio una ducha antes de meterse a la cama. Abrazaba a mi hermano y él la abrazaba a ella al igual que yo. Recordaba que al irnos al dormir fue al revés, pero ahora ellos estaban abrazados.

Solté a Vanya y salí de la cama sin hacer ruido para no despertarlos.

—¿Te vas? —preguntó ella al abrir los ojos.

—Tengo que ir a trabajar —asintió y cerró los ojos. Me di una ducha y me vestí para ir a trabajar. Bajé la escalera y me preparé un café para despertar por completo. Necesitaba estar activo para trabajar y pensar con claridad.

—Seth —me llamó Vanya. Acerqué la taza a mis labios para darle un sorbo. Se acercó a mí. Llevaba puesta una pijama de color rosa pálido, se le notaban los pezones debajo de la suave tela de su blusa de tirantes.

—¿Qué? —dejé la taza mientras revisaba mi correo.

—¿Te puedo pedir un favor? —alcé una ceja. Se sentó a mi lado en uno de los bancos de la isla.

—Depende de que quieras.

—Me debes mucho por tenerme encerrada aquí.

—Te la estás pasando muy bien —me deslicé para observarla detenidamente más de cerca —. ¿O no? —la cogí de las caderas para sentarla sobre la mesa —. Dime que no te gusta lo que está pasando entre nosotros —me acomodé en medio de sus piernas.

—No me puedo quejar —llevó sus manos a mis hombros —. Pero me quejaré menos el día que los dos se entreguen a mí.

—Sucia —apreté mis labios a los suyos para morder su labio inferior —. Pervertida —bajé a su garganta —. Ambiciosa —chupé su piel —. Me gustas —sonrió altiva —. ¿Qué es lo que quieres?

—Necesito que mates a alguien —abrí los ojos. No me esperaba eso.

—¿Ya llegamos a ese punto de la relación donde nos pedimos matar personas? Creí que eso iba después —entornó los ojos.

—No seas estúpido. Me debes mucho y lo sabes —señaló. Le di otro sorbo a mi café.

—¿A quién quieres que mate?

—A un pedófilo. Me encargaron matarlo y lo iba a hacer, pero se te ocurrió la grandísima idea de secuestrarme, así que te toca a ti matarlo.

—No me queda otra opción, ¿o sí? —negó.

—No, no tienes otra opción. Además, sabes que te gusta complacerme en todo —me quitó la taza de la mano y la cogió para acercarla a sus labios.

—No te puedo negar nada —le quité la taza y la dejé a un lado sobre la mesa —. Me vuelves loco —la acerqué cogiendo sus caderas —. Haría lo que sea que me pidas.

—Entonces, ¿sí lo vas a matar? —asentí.

—Lo haré.

—Hazlo sufrir —rodeó mi cuello con sus brazos —. Quiero que suplique, que ruegue que lo mates. Necesito que llore y se desangre —cada palabra que recitaba me encendía un poco más.

—¿Qué más?

—Quiero que se retuerza de dolor y le bajes el machismo hasta el suelo —agarró mi camisa con sus manos y me atrajo a su cuerpo para susurrar cerca de mi oreja —. Quiero que lo castres —asentí —. ¿Entendiste cada palabra?

—Cada una de ellas, mi amor —me separé para mirarla a los ojos.

—¿Cuándo lo harás?

—Lo tengo que vigilar unos días para asegurarme de que esté en su casa —asintió.

—Bien. Eso me gusta —le sonreí.

—Esta noche voy a ir a beber algo con Gale —su expresión cambió y se puso seria.

—¿Ya me avisas que vas a salir con tus amigos? No me importa, puedes hacer lo que quieras.

—¿Entonces me puedo acostar con alguien?

—Ni se te ocurra —en un ágil movimiento cogió uno de los cuchillos que se estaban secando el lado del fregadero y lo acercó a mi garganta. Sentí la punta acariciar peligrosamente mi piel —. Tienes prohibido tocar a cualquier mujer. A menos que sea yo —me reí.

—Eres celosa —mi mano ascendió y rocé el tirante de su pijama —. Posesiva y egoísta. No quieres que vea a nadie ni que me acerque a ninguna mujer.

—Yo soy mucha mujer para ti y no necesitas a nadie más que a mí. Yo te puedo complacer en todos los sentidos —empujó el cuchillo más cerca de mi garganta. La piel me ardió ligeramente —. ¿Por qué buscar afuera lo que tienes aquí en nuestra casa?

¿Nuestra casa?

Ni siquiera me dejó procesar sus palabras porque arrojó el cuchillo al suelo y me besó invadiendo mi boca con su filosa lengua. La mía la recibió gustosa. Acercó las caderas a mi pelvis y se restregó con fuerza arriba de mi erección. La besé con la misma intensa pasión que ella. Le mordí el labio inferior sacándole un poco de sangre que lamí con mi lengua. Ambas danzaban al mismo ritmo, buscándose, encontrándose desesperados por un beso más y otro más. Queriendo encontrar la calma que tanto nos hacía falta. Aunque por dentro éramos fuego, lava hirviendo dentro de un volcán que estaba a punto de hacer erupción.

—Me fascinas —le dije al separarnos para tomar aire. Mi pecho subía y bajaba. Deslicé un dedo sobre sus labios. Vanya sonrió al mismo tiempo que apretaba mi camisa con sus manos —. Me vuelves loco.

—Y tú a mí —confesó.

—¿Es la verdad o una más de tus mentiras? —alcé una ceja. Abrió sus encantadores ojos azules y parpadeó agitando las pestañas.

—Tienes que adivinar si digo la verdad o miento —apretó sus labios contra los míos, pero esta vez sin cerrar los ojos —. Tienes que aprender a conocerme, mi amor —soltó mi camisa y se bajó de la isla —. Me avisas cuando lo hagas porque quiero fotos —me hizo un guiño. Estiró los brazos hacia el techo e hizo crujir su espalda.

—Cómo tú digas, vida mía —viró la cabeza y me sonrió con seducción. Subió la escalera y me tomé un momento para dejar de pensar en ella y en lo que había sucedido en esa mesa. Me tomé el café y salí de la casa para ir al trabajo. Al llegar Lidia me recibió con una taza con café y otra enorme pila de documentos por revisar.

—Seth —cogí la taza y me detuve a su lado.

—Buenos días, Lidia —iba a dar un paso, pero algo en su mirada me hizo detenerme —. ¿Qué pasa?

—Tu padre está ahí dentro —bufé —. Llegó hace media hora —asentí.

—Gracias —sonrió y caminé para entrar a mi oficina. Efectivamente, mi asqueroso padre esperaba sentado en mi maldita silla revisando documentos —. ¿Qué quieres? —dejé el maletín encima de la silla y el café en el escritorio.

—Buenos días para ti, hijo —no había expresión en mi rostro.

—No me vengas ahora con esta mierda, ¿qué haces en mi trabajo sentado en mi maldita silla? —espeté.

—Vine a ver cómo estás llevando los negocios de la familia. Supe que tuviste una reunión con los mexicanos. ¿Qué sucedió? —al ver que no se iba a levantar me tuve que sentar en una de las sillas frente al escritorio.

—Nos van a vender cocaína, la más pura que hay —asintió —. Quieren armas, pero nuestros proveedores no las tienen todavía.

—Dile a los chinos que se apuren porque esto urge —ordenó.

—¿Crees que no los he estado presionando para que las manden? Nuestro maldito gobierno no los deja meter nada y les ponen trabas tras trabas —Jared bufó.

—No me importa lo que tengas que hacer o a quien tengas que sobornar, necesitamos esas armas en nuestras manos —zanjó —. Los rusos se están llenando de armas que les mandó su hermano —alcé una ceja.

—¿Tú cómo sabes eso? —pregunté —. ¿Quién es tu contacto?

—No te voy a decir —masculló —. Pero es alguien importante que conoce todos los movimientos de los rusos. Sabe todo lo que hacen y donde está cada uno —dijo. No sé por qué, pero no le creía nada. O tal vez decía la mitad de verdad de todo lo que su boca pronunciaba. Jared nunca fue una buena persona, ni siquiera porque estaba herido y su vida era una porquería dejaba de ser una mierda de persona —. ¿Cómo está Nate? Hace semanas que no va para la casa.

—Está bien. Mejor que cuando estaba en tu casa —le restó importancia a lo que dije, cómo siempre que me pedía decirle algo y al final me ignoraba por completo —. ¿Te puedes ir de mi oficina? Me duele la cabeza de solo verte —espeté.

—Qué delicado eres —se burló. Cogió su bastón y salió de mi oficina.

—Te pido por favor que no regreses —cerré la puerta cuando ya había salido. Pocos minutos después la puerta se abrió —. Te dije que no quiero verte —miré por encima de mi hombro y me di cuenta de que era Lidia quien esperaba bajo el umbral de la puerta —. Lidia —giré apoyando las manos en el filo del escritorio.

—¿Te encuentras bien? —asentí —. No te hace bien ver a tu padre —negué —. Es una persona... nefasta.

—Lo es. Por favor cuando venga evítalo a toda costa. No quiero que sea grosero contigo o te haga sentir mal —bajó la mirada evitando mirarme a los ojos —. ¿Te dijo algo?

—¡No!, menos mal que no lo hizo porque suficiente tuve con su mirada despectiva como para soportar sus insultos —me acerqué a ella y cogí sus manos.

—No le hagas caso, es un viejo amargado cascarrabias. Está solo y desquita su frustración con los demás.

—Es tu padre.

—No se merece el título de padre —solté sus manos —. ¿Eso es todo el trabajo que hay?

—¿Quieres más? Te puedo dar lo que me toca a mí —sonrió.

—No quiero pensar, y la mejor manera para no pensar es meterme de lleno en el trabajo —expliqué.

—Eso es todo, pero te puedo ayudar —negué de inmediato.

—Suficiente tienes con tu trabajo, así que no. Yo lo hago —salió de la oficina y cerró la puerta. Me senté en mi silla y me dispuse a trabajar. Tenía demasiado trabajo acumulado y cada día se me juntaba más y más.

Más tarde recibí un mensaje de Gale informando que iría al club a beber algo. Me dio muchos motivos para asistir, pero tenía demasiado trabajo acumulado de semanas y semanas que no me hice cargo de los negocios y ahora estaba pagando las consecuencias. Al final terminó por convencerme y acabé en el club a media noche después de adelantar trabajo al lado de Lidia.

—Aquí estoy —le informé a Gale al subir a la zona VIP donde esperaba por mí.

—Creí que no ibas a venir —dijo. Palmeé su espalda y me senté a su lado frente a la barra.

—Estoy hasta el cuello de documentos que revisar. Tenía que beber algo —le quité la botella con coñac a la chica que atendía, al principio se molestó, pero al ver que era yo me entregó un vaso para servirme coñac.

—¿Cómo van las cosas? —musitó. Miró de reojo hacia la terraza, sin embargo, no le presté atención.

—Bien, en lo que cabe —me serví coñac y de paso le serví a Gale, que ya se había bebido el suyo.

—¿En lo que cabe? —alzó una ceja.

—No es fácil —respondí.

—¿Qué no es fácil, ella o la situación?

—La situación es fácil, pero ella me complica la maldita existencia. Es tan...—apreté los labios —. Y me hace sentir tan...—de nuevo me callé al no hallar las palabras correctas —. La odio —Gale se me quedó mirando demasiado tiempo para mi gusto —. ¿Qué?

—No la odias, la quieres y quieres odiarla, pero no puedes —de nuevo miró sobre su hombro —. Por eso te sientes así, estás confundido —me reí tan fuerte cómo pude.

—Estás mal. ¿Quién podría querer a esa mujer? —me bebí el coñac y me serví de nuevo —. Es caprichosa, berrinchuda, necia cómo una mula. Además de que siempre quiere que las cosas se hagan cómo ella quiere, sino se enoja —Gale negó con la cabeza.

—Es cómo tú, por eso te atrae tanto —le serví más coñac cuando vi su vaso vacío.

—No me atrae.

—Entre más lo niegues más te va a atraer, así que déjate de estupideces y solo acéptalo —miró de nuevo sobre su hombro en dirección a la terraza.

—¿Qué tanto miras? —miré en la misma dirección y me encontré con la grata sorpresa de que Cas estaba ahí junto a Cami, Billy, Alek y Eli —. Mierda —musité. Regresé a mi lugar y miré a Gale.

—No sabía que estaban aquí —se defendió —. Si quieres nos podemos ir.

—No —zanjé —. ¿Por qué nos tenemos que ir? Este es mi maldito bar y si alguien se tiene que ir son ellos —dejé la botella sobre la mesa —. Me pidió un favor —alzó una ceja.

—¿Tu mujercita? —asentí —. ¿Qué quiere la princesa?

—Que mate a alguien —no se vio sorprendido o asustado.

—¿Lo vas a hacer?

—Sí, se lo debo. Además, le estaré haciendo un favor al mundo.

—Ya llegaron a ese nivel de relación donde matan por el otro —alzó el vaso y me señaló —. Eso es amor —ambos reímos y chocamos los vasos —. Que no digan que no eres romántico y que no harías lo que fuera por tu mujercita.

—Nadie se puede quejar —negó.

—Nadie —sentí la presencia de alguien y al mirar a mi lado derecho se encontraba Camila. Con esa cara de culo que se cargaba siempre. Parecía que estaba enojada con la vida —. Camila, ¿qué se te ofrece?

—Eres un imbécil —espetó.

—Ya lo sé —que lo aceptara la hizo enojar más.

—¿Dónde está Vanya? —preguntó —. Sé que la tienes y es mejor que la dejes ir porque el día que regrese a casa Víctor va a descargar su ira contra ti.

—No la tengo, ya te dije. Tal vez tu amiga ya esté muerta —Gale puso una mano en mi brazo. Lo miré y negó —. Y tú sigues con la esperanza de que regrese a casa —me burlé.

—Hijo de puta —me dio una bofetada que ya me esperaba, sin embargo, no me aparté y no la evité, lo merecía, aunque ella no lo supiera —. ¡La vamos a encontrar y cuando eso pase te vamos a matar! ¡Maldito imbécil hijo de puta! —me escupió en la cara. Se me fue a los golpes dando de puñetazos en mi pecho y mis brazos. Me limpié el rostro con el puño de mi camisa.

—Cami. Cami —Cas llegó por detrás para agarrarla de la cintura —. Tranquila.

—No lo defiendas —masculló —. Es un desgraciado —ella quería soltarse de su agarre, sin embargo, él no dejaba que se acercara a mí.

—Lo sé, pero no arreglas nada con esto —la alejó de mí —. No lo merece —me miraba con repulsión —. Vamos —Cami se resistía a irse con Cas. Quería continuar descargando su ira en mi contra.

—Ojalá te mueras —me dijo. Respondí a su insulto con una agradable sonrisa lo que provocó más enojo de su parte y me mostró el dedo de en medio. Cuando Cas hizo el amago de irse lo cogí del brazo.

—¿Qué pasa contigo? —se zafó de mi agarre.

—Lo mismo me pregunto, Seth —le echó una mirada a Gale y se alejó con Cami y los demás que esperaban en la terraza.

Eli se acercó a ella, con mirada de preocupación. ¿Ahora se llevaban bien? ¿En qué momento sucedió esto? Ellos continuaron con lo suyo y nosotros con lo nuestro hasta que ya no quise continuar bebiendo y decidí irme antes de caerme de borracho. No quería seguir ahí y ver al que consideraba mi mejor amigo, aunque para él esa amistad ya no existía, para mí siempre sería uno de mis mejores amigos, casi mi hermano.

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