Capítulo 41. 🔗
Cami
Estaba cansada de estar acostada o sentada en mi cama o en el sofá. De por sí no tenía nalgas y estar así todo el día tampoco ayudaba. Junto con Vanya hacíamos ejercicio y entrenábamos mucho. Tener la pierna lastimada no estaba ayudando en nada. Odiaba esta situación. Odiaba tener que estar aquí echada sin hacer nada.
—Me aburro —le dije a Vera. Me pasó el control de la televisión y la miré.
—Ve algo en la tele. Tiene que haber algo que ver —me miró y entorno los ojos.
—Quiero salir a patear traseros —Vera me miró y negó con la cabeza.
—Tienes que cuidarte o se te puede abrir la herida —me encogí de hombros.
—Estoy aburrida, quiero salir —Lena se acercó y me entregó un tazón con frituras. Vera observó el tazón y después a mí —. Ya sabes que soy consentida —le sonreí. Lena se sentó a mi lado —. Gracias.
—No es nada —cogió el control y encendió la televisión —. ¿Saben donde está Alek? —intercaló la mirada entre Vera y yo.
—Debe estar con su novia —ambas me miraron. Tal vez esperaban que dijera algo en contra de ella, pero ya no era esa persona. Entendí que Elizabeth no era enemiga, eso no quería decir que confiara al cien en ella. Nadie que hubiera estado del lado de ese energúmeno era mi amigo. Elizabeth tenía mucho que demostrar para que al menos yo pudiera confiar en ella.
Los demás de la casa parecían estar encantados con su presencia, más que nada Lena que era feliz al ver a su primogénito feliz. A mí me daba un poco igual. Digo, no me hacía feliz, pero tampoco me molestaba.
—¿Qué? —Vera se quitó las gafas.
—¿Ya no te molesta que estén juntos? —encogí un hombro.
—Alek ya es mayor de edad y puede hacer lo que quiera. Debo reconocer que ella se ha portado bien y nos ayudó a entrar a la casa de ese bastardo —resoplé —. Aunque no sirviera de mucho. No obtuvimos nada —suspiré.
Me sentía mal porque no encontramos nada en las grabaciones de Eli, ni en el sonido ni con el video. No había nada para culpar a esa escoria. Si tenía a Vanya, la tenía bien escondida o en otro lugar. Era inteligente, no lo niego. De seguro la tenía amenazada con algo que a ella le importaba y de seguro era con su familia.
—Vamos a encontrar a Vanya —Lena cogió mi mano —. Ella va a estar bien —miró a su hermana que le sonrió, pero era una sonrisa triste.
Vera y Víctor no fueron los mismos desde que Misha falleció y con la desaparición de Vanya las cosas se complicaron. Habían perdido a un hijo por culpa de los Beckett. Meses después perdieron a su hija por la culpa de ellos también.
—Yo sé que mi hija está bien —musitó Vera —. Lo siento aquí —llevó su mano a su pecho y suspiró con melancolía —. Vanya es fuerte, es resistente e invencible. Nada la puede dañar. Es una guerrera —sonreí al escuchar las dulces palabras de Vera hacia su hija. La verdad es que sí, Vanya era todo eso y más. Poseía una gran fuerza y resistía lo que fuera.
No sé qué le hicieron o lo que tuvo que pasar en ese horrible lugar, pero algo hicieron en ella que se convirtió en la despiadada asesina que regresó a la ciudad. La manera en la que se recuperaba de los golpes y las heridas era alucinante. Me sorprendía cómo su cuerpo resistía una bala o un golpe. Vanya era mejor que cualquiera que haya conocido.
—Cami —Nana irrumpió en la sala —. Te buscan.
—¿Quién? —pregunté.
—El oficial Murphy —las miradas de Vera y Lena no tardaron en acribillarme. Las miré a ambas.
—Voy a la cocina —dijo Vera.
—Te acompaño —le siguió Lena y ambas desaparecieron de la sala en pocos segundos.
—¿Lo dejo pasar? —Nana se veía confundida.
—Déjalo pasar.
Tampoco tenía muchas opciones, ¿o sí? De seguro estaba ahí para tomar mi declaración de todo lo que sucedió esa noche. Menos mal que no dejó pasar más tiempo, ya que olvidaba todo y para ese momento los recuerdos aún se mantenían frescos. Después no podía jurar que recordara todo tal y como sucedió todo.
Nana entró con Sebastian a la sala, sin embargo, se alejó en el momento que él se acercó a mí. No preguntó, solo se sentó a mi lado. Lo miré con una ceja alzada.
—¿Disculpa? —levantó la mirada hacia mí.
—¿Qué? Te dije que iba a tomar tu declaración. Te fui a buscar al hospital y me informaron que te dieron de alta.
—Eso fue hace tres días —le dije.
—Estoy muy ocupado. Nueva York es una ciudad... —se quedó pensando —. Es algo difícil.
—¿Es difícil o lo que en verdad quieres decir es que la ciudad es una porquería? —pregunté. Sebastian levantó un dedo.
—Chica lista —sonrió. Tenía dos bonitos hoyuelos en sus mejillas.
Le invité unas papitas, sin embargo, no aceptó mis papitas. Eso me hizo sentir ofendida. Al ver que me molesté quiso coger papitas, pero aparté el tazón.
—No, ya no —dibujó una sonrisa en sus labios. Aparté el tazón para que no agarrara papitas —. Entonces...
—Entonces dime todo lo que recuerdas de esa noche —sacó un bloc para anotar todo lo que decía. Se deslizó hacia delante.
—¿Esto de qué va a servir? Sabes que de nada. Son criminales —Sebastian se rascó la sien.
—A Vanya le hicieron lo mismo aquella vez en la iglesia —fruncí el ceño —. Me lo dijeron todo —puse los ojos en blanco —. Parece que el mismo sujeto las tomó del cuello con toda la intención de estrangularlas. Llevaba la misma ropa, los emboscaron. A mí me huele a que son las mismas personas.
—¿Y quién crees que haya sido? —entornó los ojos como si yo fuera estúpida o como si yo pensara que él lo fuera.
—Ustedes tienen muchos enemigos, Camila. He escuchado hablar de un tal Valerik Kuzne... Kuznet...
—Valerik Kuznetsov —dije por él.
—Él —negué con la cabeza —. Parece que era la mano derecha del viejo Vadim Zaitsev y que lo hizo a un lado por Víctor, su verdadero hijo. Eso me hubiera molestado a mí también. Lo hicieron a un lado después de años de servicio.
—¿Sabes quién es? ¿Cómo es? A veces creo que es un mito —Sebastian negó con la cabeza. Fruncí el ceño, estaba confundida.
—He escuchado hablar de él. Ruso de casi dos metros de altura, rubio, mirada de psicópata.
—¿Qué? —comí más papitas.
—Eso dicen, a mí no me digas nada —sacó el bolígrafo para hacer sus anotaciones —. ¿Entonces...?
Le relaté a Sebastian todo lo que sucedió aquella noche, desde que llegamos a la construcción hasta que me sacaron de ahí con la pierna herida. Le dije todo acerca de ese desconocido, las palabras que usó y cómo me lastimó en el momento que nos tuvimos frente a frente. La ropa que llevaba puesta, el acento, el color de ojos y hasta el color del cabello.
Nunca iba a olvidar esa mirada tan oscura y vacía. Parecía que dentro de él no había nada, solo un profundo pozo vacío, carente de emociones y sin una pizca de remordimiento.
Sebastian me escuchó atento, cada palabra, cada pausa que me tomaba para pensar y aclarar mis ideas. La garganta aún me dolía y tenía la piel entre morada y azul. Ese malnacido tenía una fuerza animal que no había visto en nadie, solo en... Vanya.
—Eso sería todo —habló Sebastian —. Si necesitamos que amplíes tu declaración se te va a mandar a llamar al igual que los implicados.
—No me gusta esta basura, lo sabes —escupí.
—Lo siento mucho, Camila, pero así son estos procedimientos —resoplé.
—Víctor te paga mucho dinero cómo para que nos trates igual que los demás —se levantó. Hice el amago de ponerme de pie.
—No tienes que... —cogí las muletas y lo acompañé a la puerta —. Gracias por tu cooperación —giró sobre sus talones para encararme.
—No tenía otra opción, ¿o sí?
—La verdad no —sonrió —. Lo de la cita...
—Sebastian, no voy a salir contigo —le dejé en claro de una vez y por todas —. Tú eres oficial de policía y yo una criminal —me sostuve de las muletas —. Allá afuera hay alguien mejor que yo para ti. Eres muy lindo, pero tú y yo somos cómo el agua y el aceite —asintió.
—Gracias por ser sincera —sonrió sincero —. Nos vemos después —dijo adiós y giró para salir de la casa.
La reja se abrió y un auto entró. No reconocí al piloto hasta que el rubio bajó del auto y caminó hacia mí. Castiel y Sebastian se encontraron, uno saliendo y el otro entrando a la casa. No se dijeron nada y solo cruzaron miradas. Cas extendió los brazos en el momento que llegó a mi altura. Me cogió entre sus brazos y levantó del suelo. Las muletas cayeron a mi lado.
—¿Cómo estás? —se quitó las gafas de sol con una mano y con la otra me sostenía con fuerza.
No voy a mentir, se veía jodidamente sexy y guapo con las gafas y la ropa que llevaba puesta. Siempre vestía bien, a la moda y con el porte y elegancia parecía un modelo de pasarelas internacionales.
No éramos nada formal, todavía, sin embargo, debo admitir que me gustaba su compañía y me hacía sentir menos miserable. Desde que Vanya desapareció mi vida se había ido al carajo una vez más. Apenas me estaba recuperando de la muerte de Misha y mi mejor amiga había sido secuestrada. Qué jodida es la vida, ¿no? No es perfecta, es cruel e impredecible. Pero con Cas sentía un poquito de alivio en medio de la tormenta. Él era cómo ese rayito de luz que necesitaba al encontrarme en la oscuridad.
—Ya me siento mejor —me soltó y recogió las muletas. Me ayudó a usarlas y entramos a la casa. Cas no se sentía cómodo de estar aquí, venir a esta casa no le agradaba, sin embargo, todavía no podía andar en la calle y salir con él —. Entra, nadie te va a arrancar la cabeza —le dije bromeando. Se rio nervioso.
—¿Tu padre no se encuentra? —negué. Cas cerró la puerta detrás de sí.
—Salió con Billy y Pete —apreté los labios. Cas, acortó la distancia.
—Nada de lo que me digas va a salir de aquí. Lo juro. No te voy a traicionar —lo miré con dudas.
—No sé. Eras el mejor amigo de Seth —vi un dejo de melancolía en ese par de ojos que siempre estaban brillantes y sonrientes.
—"Era" su mejor amigo. Tú lo has dicho —caminamos hacia la sala.
—¿No has visto a tu otro amigo? —me senté y dejé las muletas a un lado, apoyadas del sofá.
—¿A Gale? —asentí.
—A veces nos vemos. Pero no hablamos de Seth.
—¿Conoce el motivo del porqué ya no se hablan? —encogió un hombro.
—No le he dicho nada, pero creo que Seth ya le platicó —Cas no era el mismo desde que dejó de hablar con la escoria de Seth. Por más que intentaba disimular no era muy bueno haciéndolo.
—Lo siento —frunció el ceño —. Lamento tanto que tu amistad se haya roto con tu mejor amigo —sentía un dolorcito en medio del pecho.
—No es tu culpa —sostuvo mis manos entre las suyas —. Las cosas se dieron así. Seth es el único culpable —esta vez sonrió y su sonrisa era más sincera, más feliz.
—Eres un ángel —subí mis manos a sus mejillas —. No merezco nada de lo que estás haciendo por mí. Me porté mal contigo y no lo merecías, aunque... —me quedé callada a propósito para ver su reacción.
—Aunque, ¿qué? —indagó, curioso.
—Aunque no confío en ti. Todavía —entornó los ojos.
—Haré lo que sea, lo que me pidas para que confíes en mí —acercó mis manos a sus labios y dejó besos repartidos en mi dorso.
—¿Por qué? —indagué.
—Me gustas y me gustas mucho.
—¿Por qué?
—¿Volveremos a tener esta charla? —negué —. Solo déjate querer, Cami, también mereces ser feliz.
—¿Crees que lo merezco? No soy una buena persona
—Entonces yo tampoco soy una buena persona, Cami. También he cometido errores y he hecho cosas que no están bien —apresó mis manos y las apretó entre las suyas, cálidas y suaves.
—Tú no eres un asesino, no traficas armas ni drogas. Tienes las manos limpias —esta vez yo cogí sus manos —. Y debería seguir así. No manches tu alma por mí, Cas, no lo merezco.
Terminó con la poca distancia que nos separaba y solo nos encontrábamos a unos centímetros de distancia.
—Yo quiero esto, Cami —alzó su mano y cogió un mechón de mi cabello que dejó detrás de mi oreja —. Quiero todo contigo —le sonreí.
¿Qué de malo podía suceder si me dejaba llevar por esto que Cas me hacía sentir? Una vez Vanya dijo que su hermano estaría feliz de que yo encontrara el amor y fuera feliz. Y estaba segura de que así era. Misha hubiera estado feliz al saber que me estaba dando la oportunidad con alguien. Quizá no era cómo él y no llevaba la misma vida, pero no tenía que ser así para estar juntos. De eso se trata la vida de encontrar a alguien que nos complemente sin importar si ambos somos fuego o hielo.
Vanya
No voy a mentir al decir que no disfrutaba de esto. Jugar con ambos me daba una especie de placer que no había experimentado hace mucho. Creí que mi fuego se había apagado y que estaba muerta en vida, sin embargo, descubrí que no era así. Solo necesitaba una chispa que lo encendiera hasta ser un volcán en erupción. Seth y Nate encendieron esa chispa que se encontraba más viva que nunca.
Aquella mañana Seth salió muy temprano, casi de madrugada. Lo poco que supe es que tenía que ir por un cargamento de drogas que le habían vendido los mexicanos. Tenía alianzas con el cartel más poderoso y sanguinario de todos. Liderado por Naomi Coronado y Antonio Vega. Ambos tenían el control total de México. Nadie los podía parar y si continuaban así quién sabe que más harían con ese poder.
Mi familia necesitaba de esos contactos, de esas armas y esas drogas. Necesitábamos aliarnos con Naomi y Antonio, pero estando del lado de Seth eso sería casi imposible. Solo había que llegar a ellos y ofrecerles más que el bastardo Beckett y así le darían la espalda.
Si tan solo las dos familias se aliaran.
—No, no y no. ¿En qué demonios estás pensando, Vanya? —sacudí la cabeza alejando esos estúpidos pensamientos de mi cabeza.
Tomaba el sol en la orilla de la piscina. Usaba un sexy bikini que dejaba poco a la imaginación. Nate estaba siendo su tarea al ser mi esclavo por un día. Todo sería perfecto si tan solo pudiera salir de esta casa y ver a mi familia.
Pronto sería mi cumpleaños y no lo pasaría con ellos. Creí que este año sería diferente y estaría a su lado, comiendo una rica tarta de cumpleaños y celebrando mis veinticuatro años de edad.
—V —me llamó Nate. Me quité las gafas.
—Dime —se sentó a mi lado.
—Voy a salir a hacer unas compras —asentí.
—¿Qué vas a comprar? —curioseé. Me mostró la lista que había escrito. Era tan lindo.
—Hace falta líquido para el baño. Papel sanitario. Y carne para la comida y la cena —me miró serio —. ¿Te puedo dejar aquí afuera y no vas a intentar escapar? —miré a cada lado de la casa. Había francotiradores escondidos y matones en cada puta esquina, así que era imposible que intentara escapar sin terminar como colador.
—Ya te dije que no voy a escapar. No puedo —se acercó y dejó un beso sobre mis labios.
—De acuerdo —me quitó la lista de compras —. No tardo.
—Está bien —se levantó —. ¡Oye! —se detuvo —. ¿Puedes traer harina para hacer churros y chocolate para preparar un rico y espumoso chocolate? —le sonreí.
—No te puedo negar nada —estiré mi brazo, cogió mi mano y dejó un beso en el dorso.
—No, no puedes —soltó mi mano y salió de la casa. Lo vi subirse a uno de los tantos autos que se encontraban resguardados bajo el estacionamiento. Eran terriblemente millonarios. Se pudrían en dinero cómo mis padres.
Dejé la copa con bebida en la mesita, me bajé del camastro y entré a la casa. Le dije a Seth que me iba a pagar el hecho de que dos veces me dejó con ganas de un orgasmo y hoy era el día que me iba a cobrar por desafiarme. Pensaba que por estar aquí encerrada no podía hacer nada en su contra, pero se equivocaba. Me subestimó. Jugó conmigo y pensó que no haría nada.
Fue un idiota al pensar que me iba a quedar de brazos cruzados. Seth Beckett había provocado al mismísimo demonio y ahora pagaría las consecuencias de sus actos.
Entré a su habitación y saqué todos los pares de zapatos que guardaba con recelo. Ya había entendido que no le daban celos al verme con su hermano, así que mi mejor venganza sería esta. Quemaría todos sus zapatos y tal vez así podría ver un poco de ira en esa mirada vacía.
Saque todos los zapatos, los apilé uno arriba del otro y les rocié un poco de gasolina que robé de uno de los autos para que las llamas los consumieran más rápido. Acerqué el camastro frente a la pila de zapatos quemados, me serví vino para disfrutar de la hermosa vista que tenía frente a mí. Lo estaba disfrutando tanto, lástima que Seth no se encontraba aquí para verlo con sus propios ojos.
Seth
Recibí una llamada de Duncan informando que tenía que regresar a la casa cuanto antes. No me quiso decir que sucedía, pero dijo que era importante. Menos mal que ya había negociado con Romina y Antonio, así que podía regresar sin problemas.
—¿Qué pasa, Duncan? —le pregunté al bajar la ventanilla. Mientras la puerta se abría.
—No sé qué hizo la señorita, pero está quemando algo —fruncí el ceño.
—¿Cómo que está quemando algo? ¿Afuera o dentro de la casa?
—Afuera —informó. Miré dentro, pero no se veía humo.
—¿A qué hora fue eso?
—Poco después de que su hermano salió —asentí y entré a la casa. Estacioné el auto en su sitio y bajé. A lo lejos vi a Vanya acostada en el camastro, bebiendo vino. Frente a ella se encontraba una fogata de la que salía humo blanco. Me acerqué y quedé detrás de ella.
—¿Ahora qué locura hiciste? —metí las manos a los bolsillos de mi pantalón —. Me dijo Duncan que quemaste algo.
—Hola mi amor —bebió de la copa y la arrojó contra la pila de lo que sea que haya quemado —. ¿No te imaginas qué es? —me miró y alzó una ceja —. Te lo dije, Seth —fruncí el ceño.
—¿Qué hiciste?
—Velo por ti mismo —señaló la pila. Me acerqué y me agaché para apreciar lo que había quemado. Olía a piel quemada, plástico y tela quemados. Enfoqué mejor y logré apreciar un pedazo de zapato deportivo. Metí la mano y saqué lo que quedaba de uno de mis tantos zapatos —. ¿Creíste que me iba a quedar con los brazos cruzados? —habló detrás de mí —. No me conoces, Beckett. Soy rencorosa y vengativa. Nunca debiste desafiarme.
¿Con qué a esto se refería cuando dijo que me iba a cobrar el haberle dejado con las ganas?
Siempre creí que hablaba de mi hermano, pero ya veo que no es así.
—Eres...—apreté entre mis dedos lo poco que quedaba de la valiosa pieza —. Una hija de puta. ¡Te voy a matar! —me levanté y giré rápidamente hacia ella. No sé cómo ni en qué momento bajó del camastro y corrió dentro de la casa —. ¡Ven aquí, maldita sea! —empujé la puerta tan fuerte que uno de los vidrios se estrelló —. ¡No importa a donde corras te voy a encontrar, malnacida!
Subió las escaleras y fui detrás de ella. Ella corriendo, yo con pasos firmes y tomándome mi tiempo, saboreando mi dulce venganza. Al terminar de subir me saqué la navaja que llevaba conmigo y caminé hacia su habitación donde se había escondido cómo la maldita rata que era.
—Puedes esconderte, pero no escapar, ved'ma —escupí. La sangre me hervía, veía todo rojo y no me importaba de lo que era capaz de hacer con tal de desquitarme de ella. Tomé mis pastillas, sin embargo, el coraje era tanto que el efecto se esfumó en mis venas.
Tiré la puerta de una patada, la encontré sentada en la cama. Me abalancé sobre ella y la cogí del cuello.
—Ven aquí, maldita puta —mis dedos se hundieron en su piel. La llevé contra la pared y estrellé con fuerza su espalda contra el concreto. Soltó un jadeo. Cogió mi brazo y sonrió como si estuviera disfrutando esto —. ¿Te gusta que te llame puta? Eso eres, una hija de puta.
—¿Te dolió que quemara tus zapatos? —formó un fingido puchero —. El niño está enojado porque le quemaron sus zapatos —lloriqueó —. Yo te los puedo comprar tres veces más. Tengo mucho dinero.
—Te dije que no presionaras —levanté la navaja y la acerqué a su hombro, justo debajo del hueso —. Y lo hiciste, ved'ma. Ahora te atienes a las consecuencias —empujé la navaja contra su piel —. Tú tampoco me conoces.
No se resistió. No me detuvo y me sorprendió que en sus ojos brillaba el deseo y la desesperación para que lo hiciera de una vez.
—¿Qué me vas a hacer mi amor? —me mandó un beso junto con un guiño —. ¿Me vas a matar? Quiero ver que lo hagas.
—Eso es lo que voy a hacer, querida —la besé con tanta pasión y deseo, como si el mundo se estuviera consumiendo en llamas. Después clavé la navaja en su hombro. Vanya gimió, no sé si por la navaja o por mi beso tan apasionado —. No juegues con fuego, mi amor o te puedes quemar.
Empujé la navaja hasta la empuñadura. Creo que se incrustó en la pared. Me separé de ella y tenía la mirada fija en mí. Me senté en la orilla de la cama mientras ella intentaba quitarse la navaja del hombro.
—¡Hijo de puta! —gruñó con rabia.
—Si no quieres que la próxima vez entierre esa navaja en tu corazón, no toques mis cosas —le advertí.
—¿Sí puedo tocar a tu hermano? —se rio.
—Cierra tu sucia boca.
—Mi sucia boca te puede robar un rico orgasmo —se mojó los labios con la punta de la lengua. Ni siquiera herida dejaba de coquetear.
—Zorra —me puse de pie, me acerqué a ella y le saqué la navaja sin medir mi fuerza. Vanya contrajo el rostro por el dolor, pero soportó cómo la guerrera que es. Pasé la navaja por su piel para quitarle el exceso de sangre y la guardé de nuevo —. Voy a llamar a un doctor para que te cure.
—¡Vete al infierno! —me abofeteó tan fuerte que mi cara giró hacia un lado —. No necesito nada de ti. Yo puedo sola —no me inmutó ante su golpe.
—¡Te estás desangrando! —señalé. La sangre escurría por su piel y caía al suelo en gotas.
—¡Porque tú me heriste, bastardo!
—¡Si no me hubieras provocado esto no hubiera sucedido! La próxima vez que pienses hacer una estupidez como esta, ponte a pensar en las consecuencias —se llevó la mano al hombro e hizo presión en la herida —. Ven aquí —intenté cargarla.
—¡No me toques, estúpido infeliz! —no me importó lo que dijera, la cargué en mis brazos y la llevé hacia la cama —. ¡Suéltame!
—¡Cierra la boca! —apretó los labios —. Deja de ser tan berrinchuda y necia. Eres cómo una mula.
—¡Mula tu abuela! —me golpeó el pecho con los puños.
—¡Shhh! —la dejé sobre el colchón y le entregué una toalla para que presionara la herida —. Voy a llamar al doctor, así que cierra la boca.
Salí de la habitación y llamé al doctor. Dijo que estaba ocupado y le recordé que trabajaba para mí y que tenía que estar a mi disposición a la hora que se lo ordenara. Lo meditó y no le quedó de otra que aceptar venir. Tampoco es cómo que tuviera otras opciones.
—Ya viene —guardé el celular en mi bolsillo. Me senté al lado de Vanya —. ¿Estás bien?
—Por tu maldita culpa me va a quedar una cicatriz —masculló. Levantó la mirada hacia mi rostro. Se veía tan bonita enojada.
—Tus cicatrices son bonitas, cómo tú —relajó el ceño y sonrió. Pero después lucía molesta cómo siempre.
—Púdrete —escupió.
—Eres...—solté un grito de frustración —. Te odio.
—Ya somos dos, mi amor. Yo también te odio con la misma intensidad.
Me quedé en su habitación mientras llegaba el doctor y después de que entró esperé a que la revisara y la atendiera. Preguntó lo que había sucedido, sin embargo, no dijimos la verdad, porque ¿cómo íbamos a explicar que nos intentamos matar cada cinco minutos? Nadie lo iba a entender. Ni quiera yo lo entendía, pero lo disfrutaba.
—El dinero se ha depositado a su cuenta —le dije al doctor en cuanto salió de la habitación —. No le tengo que recordar que no puede decir nada de lo que vio aquí, ¿verdad? —negó.
—Sé que no, Seth. No soy estúpido —palmeé su hombro.
—Lo sé. Lo acompaño a la puerta —Duncan esperaba abajo de las escaleras.
—Conozco la salida —le hice una señal a Duncan y asintió.
—Gracias —le dije al doctor. Bajó y Duncan lo acompañó hacia la salida.
Regresé a la habitación de Vanya. Se encontraba recostada en la cama. Ya se había cambiado de ropa y usaba unos jeans holgados y una blusa blanca. No importaba lo que se pusiera siempre se veía hermosa.
—¿Te sientes mejor? —le pregunté.
—Sí, gracias. Casi no duele.
—No puedes hacer esfuerzo o se te va a abrir la herida —me miró con ojos entornados.
—Ahorita voy a cargar bultos de harina y jalar los muebles de la casa —dijo con sarcasmo.
—Qué graciosa eres —sonrió con coquetería.
—¡Vanya! —gritó Nate desde las escaleras —. ¡Vanya! —entró corriendo y solo se detuvo cuando estuvo frente a ella. Se sentó a su lado y la observó —. ¿Qué sucedió? Vi salir al doctor de la casa —Vanya y yo nos miramos con complicidad —. ¿Me van a decir?
—Vanya quemó mis zapatos y la apuñalé en el hombro —dije rápido si pausas. Nate abrió los ojos de par en par.
—¿Qué?
—¡No me mires así! —le recriminé —. Ella empezó —la señalé.
—¿¡Yo!?
—¡Sí, tú! Si no hubieras hecho lo que hiciste no te hubiera apuñalado —frunció el ceño.
—¡Si no me hubieras dejado con las ganas de un orgasmo no hubiera quemado tus zapatos! —respondió en el mismo tono de voz de enfado.
—¡Ya basta! —gritó Nate. Se levantó y nos señaló a los dos —. ¿Van a continuar así hasta matarse? —indagó.
—Sí —le dije —. Ojalá estuviera muerta —Nate me aniquiló con la mirada.
—Si me quisieras muerta ya me hubieras matado —Vanya habló y la miré —. Más bien creo que te odias porque en el fondo me deseas y sientes algo por mí. Algo muy retorcido que te quema las entrañas. Deseas mi cuerpo, mi alma y mi amor —se regocijó en sus palabras.
Hija de perra.
Muy bien jugado, Vanya Zaitseva. Muy bien jugado.
—No te he matado porque el día que lo haga será cuando menos te lo imagines. No te voy a decir cuando te corte la garganta y vea desangrándote en el suelo cómo la basura que eres —espeté —. No me toques los cojones o yo mismo haré de tu estancia aquí un puto infierno.
Su mirada se encontraba vacía, carente emociones. En eso nos parecíamos demasiado.
—Cariño, no te has dado cuenta de que ya estamos en el infierno.
Y con esas palabras abandoné su habitación. Si querían follar que lo hicieran, que aprovecharan su estúpido romance porque no les iba a durar mucho. Un día me iba a llevar a esa loca y Nate no la volvería a ver.
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