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Capítulo 40. 🔗

Seth

Entré a la casa. Todo se encontraba a oscuras a excepción del comedor. El tenue halo de luz apenas iluminaba mi camino. Encendí las luces de la sala. Algunas de las velas ya se habían derretido y algunas otras sobrevivían para mantenerse encendidas. Me quité la chaqueta y la dejé colgada en uno de los respaldos de la silla. Bufé. Después solté una risotada que se perdió en medio de la oscuridad.

—No puede ser —me restregué el rostro con frustración —. Hija de puta —mascullé.

Observé detenidamente cada plato, copa y cuchara. Terminaron de cenar, pero no probaron el postre. El cheesecake de fresa estaba completo encima de la mesa. Me serví una copa con vino y la bebí de golpe. Dejé todo cómo estaba y subí las escaleras. Caminé despacio sin hacer ruido y me detuve frente a la puerta de la habitación de Nate.

Quería abrir la puerta a patadas, entrar y destruirla a ella. Quería sacarla de la casa y que no pusiera un dedo en mi hermano, pero creo que a estas alturas ya había puesto más que un dedo encima de él.

Apoyé las manos sobre la madera y tomé respiraciones largas y profundas. Sentía una opresión en medio del pecho. Era una furia, dolor, rencor y mucha rabia. Rabia. Rabia caliente, ardiente, roja que me cegaba por completo.

—Cálmate, Seth. Cálmate —me aparté de la puerta y exhalé varias veces para tranquilizarme —. No los mates. No los mates.

Di un paso y cogí el picaporte, lo giré y empujé la puerta lentamente. Miré dentro de la habitación de hito en hito. Ambos se encontraban acostados en la cama. Nate la abrazaba y ella se veía tan feliz a su lado. Eso me hizo enojar. Yo no podía tener eso con ella. Solo discutíamos y nos odiábamos cómo los enemigos que éramos. Tal vez nunca podríamos tener algo así y eso me hizo sentir... mal. Tenía celos de mi propio hermano y me sentía cómo un imbécil.

Me acerqué con pasos lentos y discretos. Rodeé la cama y saqué a Vanya de la cama.

—¿Qué haces...? —cubrí su boca con mi mano.

—Grita y te juro que te voy a arrojar por la ventana —le hablé cerca de la oreja en un tono amenazante. Frunció el ceño. Me miraba con odio, el mismo odio que sentía yo por ella.

Sin hacer ruido, para que Nate no despertara la saqué de la habitación y la llevé a una de las que quedaba apartada de las demás. Ahí le podía gritar o matar de ser necesario y Nate no se daría cuenta.

—¿¡Qué demonios sucede contigo!? ¡Hija de puta! —la empujé contra la pared llevando mi brazo a su cuello, ejerciendo presión.

—¿Ahora me insultas? —alzó una ceja.

—Debería matarte —mascullé. La tenía a unos milímetros de mi rostro —. Lo hiciste. Lo que no quería que hicieras hiciste —hablé con los dientes apretados —. ¿Qué está mal contigo? —ejercí más presión. Quería matarla. De verdad quería matarla.

Pero no podía.

—¿Por qué no lo haces? Mátame de una puta vez y termina con esta mierda —me retó —. ¡Mátame maldito imbécil! ¡Cobarde! ¡Traidor! ¡Bastardo! —me empujó lejos de ella logrando que me apartara —. ¡Hazlo, mátame! Me quiero morir. Ya no soporto tener que verte todos los malditos días —se detuvo.

Me miraba con odio puro.

—¿Matarte? —indagué serio —. ¿Por qué debería matarte cuando puedo tenerte en esta casa el resto de tu podrida y asquerosa vida? —di dos pasos para quedar de nuevo frente a ella —. No te voy a matar, mi amor —murmuré sobre sus labios. Dejé caer mi peso contra su pecho. Me di cuenta de que en la parte de arriba no llevaba nada.

Vanya giró la cabeza. Respiraba agitada. Sus senos se apretaban a mi pecho. Acerqué mi nariz a su piel y olía jodidamente bien. Era una mezcla de su perfume y el éxtasis que Nate había dejado a su paso. Eso me puso muy mal. Lamí desde su mandíbula hasta el inicio de su ceja. Mi lengua arrastró a su paso sudor y el sabor de su piel.

—¿Te gustó cómo te folló? ¿Cuál de los dos te folla mejor? —bufó. Llevé mis manos a sus caderas con posesión —. ¡Responde!

—¡Estás enfermo! —cogí su barbilla, obligándola a que me mirara a los ojos.

—Responde o voy a dejar una bonita marca aquí —con mi dedo señalé arriba de la costura de sus bragas —. No quieres eso, ¿verdad? No quieres una cicatriz en tu suave piel.

—Yo ya estoy marcada, ¿no te has dado cuenta? —nuestros labios se rozaban cada que emitía una palabra —. No me importa que dejes una, dos o diez cicatrices en mi cuerpo —se sostuvo de mi ropa, cogiendo mi camisa con sus puños.

—No me respondiste —mascullé. Nos mirábamos intensamente a los ojos —. Responde.

—Él —dijo sin más.

—Ahora di la verdad —se mojó los labios.

—Me gustó más cómo Nate me hizo el amor.

—Mientes —se rio.

—¿Qué?

—Mientes. Estás mintiendo.

—¡Eres un imbécil! —me aparté.

—No creo.

—Pues me importa poco si me crees o no. Te dije la verdad. Tu hermano es delicado, es dulce, me cuida y se preocupa por cómo me siento —la tomé de nuevo de las caderas.

—Pero te gusta cómo te tomo, cómo te beso, cómo te follo. Te gusta que sea rudo. Que te agarre con fuerza porque no eres una dulce princesa. Tú eres el diablo —giró la cabeza. Lamí el inicio de su mandíbula hasta su oreja. Sentí un estremecimiento de su parte —. ¿Lo ves? Tu boca puede decir todas las mentiras que quiera, pero tu cuerpo es el único que dice la verdad. Y yo le creo a él —gimió en el momento que enterré una pierna en medio de las suyas. La elevé y restregué en su sexo. A los pocos segundos sentí su humedad mojarme la tela de mi pantalón.

»—Eres una mentirosa hábil —mi mano ascendió a su garganta. Enredé mis dedos alrededor. Me gustaba cómo se veían mis dedos sobre su piel, haciendo contraste con lo pálida que era —. Mientes al decir que no te gusta cuando te follo, cuando te toco —apreté su cuerpo contra el mío —. Mientes al decir que te gusta más estar con mi hermano. Mientes. Siempre lo haces porque te da miedo decir la verdad —mi corazón me delataba al palpitar tan rápido, tan fuerte. Menos mal que ella no podía sentirlo, si no sabría que se estaba convirtiendo en mi puta debilidad.

—No tengo por qué decir la verdad, menos a ti —me miró con severidad —. Si me quieres creer, bien. Si no, me da lo mismo. No vivo ni respiro para ti, Seth.

Me encontraba duro cómo una roca, con las bolas duras y a punto de explotar por la ola de sensaciones que esta maldita me hacía sentir. La odiaba tanto. Continúe restregando mi pierna. Su sexo ardía y pedía más. Más tiempo. Más duro. Más de todo.

Me detuve de golpe y aparté mi pierna. Destilaba odio de la mirada y sus poros. Sonreí gustoso por verla de esa manera, tan expuesta. Con el pecho subiendo y bajando. Sus senos a la vista. Los pezones duros. Las piernas abiertas.

—Esto me lo vas a pagar —advirtió. Su mirada estaba cargada de odio, de rencor y de ganas de arrancarme la cabeza cómo la víbora que siempre ha sido.

—¿Qué, me vas a matar? —me crucé de brazos y me burlé de ella.

—No, querido. Te voy a dar en lo que más te duele —se apartó de la pared y acomodó su cabello hacia atrás —. No digas que no te lo advertí —me señaló con un dedo.

—No toques a mi hermano —la amenacé.

—¿Crees que me dan miedo tus amenazas? —giró sobre sus talones para salir de la habitación, sin embargo, la detuve agarrándola del brazo, jalándola hacia mí —. ¡Suéltame, bastardo!

—¡No te metas con Nate! ¡Él no tiene nada que ver con esto!

—Tiene todo que ver —masculló —. Lo metiste en esto, ahora te atienes a las malditas consecuencias —me empujó.

—¡Estás demente! —la agarré de los hombros. La empujé y su espalda chocó contra la pared. El sonido me obligó a dar un paso atrás.

—¡Tú estás más demente! Aquí solo tienes opciones, Beckett —alzó un dedo —. Aceptas tus errores y haces de este infierno algo más ameno —alzó otro dedo enumerando —. O ves cómo voy consumiendo a tu querido hermano hasta que no quede nada de él y te dé la espalda —alzó una ceja. Tenía esa mirada altiva que me hacía enojar.

—¡Hija de puta...!

—¿No tienes un insulto mejor que ese?

La puerta se abrió estrepitosamente. Ambos miramos en la misma dirección. Nate entró. Se veía sorprendido.

—¿Qué sucede con ustedes? Otra vez están discutiendo —avanzó hacia nosotros y apartó mis manos de los hombros de Vanya —. ¿Qué haces? Déjala.

—¿Ahora la defiendes? —señalé —. ¡Ella se puede defender sola! No es una mujer débil, frágil.

—¿Puedes hablar sin gritar? —abrí los ojos de par en par al escuchar esa pregunta de mi hermano.

—¿Qué? —parpadeé.

—Siempre te la pasas gritando y es cansado —musitó. No me miraba a los ojos —. Deja a V en paz. Ella no te ha hecho nada —dijo tranquilo.

—¡Mató a mamá!

—¡Y papá mató a su hermano! —exhaló. Nate no gritaba, siempre moderaba su tono de voz, pero en esta ocasión no era así. Estaba molesto. Se encontraba cansado —. Estamos en medio de una guerra que no debemos pelear, pero ya estamos aquí, ¿no es cierto? No nos queda más que seguir adelante. Vivir así. Y si lo vamos a hacer quiero que sepas que no me importa lo que digas lo voy a disfrutar.

—¿Con ella? —lo vi apretar los puños.

—Sí, con ella. Quiero estar con ella —se interpuso entre Vanya y yo —. Así que tendrás que matarme a mí también —Vanya se colocó detrás de Nate. Dibujó una estúpida sonrisa de satisfacción. Cogió los hombros de Nate y él se derretía con cada caricia de ella.

—No sabes lo que dices —me restregué el rostro. Bajé las manos —. Te folló una vez y ya dices que quieres estar con ella. ¿También me vas a decir que la amas?

—No, no la amo. No todavía.

—Vaya —resoplé. Solté una risotada que inundó la habitación —. Qué mierda —me dejé caer en la orilla de la cama. No estaba derrotado, pero me sentía decepcionado por Nate. Vanya ya lo había embrujado y lo tenía en sus manos —. No puedo creer que con tan solo una vez que la follaste ya estás de su lado.

—Aquí no hay ningún lado, Seth. No hay buenos o malos.

—Ella sí lo es. Es malvada. Es cruel y tú no le importas —lo miré con severidad —. Lo único que ella quiere es ponerte en mi contra —Nate negó —. Y lo está consiguiendo —Nate volvió a negar —. ¡Entiende! —me levanté —. Es una asesina.

—Tú también lo eres —me enfrentó. Me miró con la frente en alto y me sentí orgulloso de él. Se estaba convirtiendo en un hombre. Sin embargo, las circunstancias en que sucedía no me gustaban.

—Qué golpe tan duro. Nunca pensé que precisamente tú me ibas a decir estas palabras. Pero sí, tienes razón, yo también soy un asesino, cómo ella. Por eso mismo te recuerdo que no es una buena persona. Te va a hacer daño. Te va a lastimar. ¿Y sabes quién va a estar a tu lado cuando eso suceda? Yo. Yo voy a estar ahí a pesar de todo —pasé a su lado y choqué mi hombro con el suyo.

—Seth...—no me detuve. Salí de la habitación dejándolos solos y me encerré en la mía para no saber nada de ninguno de ellos.

Tenía que pensar bien en lo que haría ahora que Vanya tenía embrujado a mi hermano. Si daba un paso en falso lo ponía en mi contra y todo se iría a la mierda. No podía permitir que Nate me diera la espalda. No tenía a nadie, solo a él. No quería perderlo.

Solo salí de mi habitación para beber un poco de café y revisar algunos documentos que tenía pendientes. No sé qué estaban haciendo Vanya y Nate y para ser sinceros tampoco me importaba. Ya había quedado claro cómo estaban las cosas.

—Seth —escuché su dulce voz a mi lado. Era cómo el canto de las sirenas que llaman a los marineros a la perdición —. Seth —me movió de un lado al otro para que despertara.

—¿Qué? —hablé medio dormido. Había tomado mis pastillas la noche anterior y a veces me noqueaban.

—Despierta —abrí los ojos con pereza. Mi corazón sufrió un vuelco al verla tan cerca. Se veía fresca, como si anoche no hubiera sucedido nada.

—¿Qué quieres? —le di la espalda.

—¿Sigues molesto? —resoplé.

—¿Tú qué crees? —apoyó su barbilla en mi hombro.

—Creo que eres un inmaduro, egoísta —bufé.

—Ahora yo soy inmaduro y egoísta —me reí con burla —. Yo soy el demente, ¿no?

—Ya te dije cómo podemos solucionar las cosas y no quieres.

—No te voy a compartir con mi hermano —bufó.

—¿Lo ves? Tú no pones de tu parte —giré y le encaré.

—Creo que no estás bien de tu cabecita. ¿Te estás escuchando? —parpadeó. Se colocó de rodillas sobre el colchón —. Quieres acostarte con mi hermano y conmigo.

—¿Nunca has hecho un trío? Yo sí.

—Entonces, ¿solo será sexo? —asintió.

—Si tú quieres más también se puede —sonrió. Era peor de lo que me imaginaba.

Mi celular empezó a timbrar. Lo cogí de la mesita de noche.

—¿Qué? —me froté los ojos con una mano.

Señor. La señorita Elizabeth está aquí y exige hablar contigo —abrí los ojos de par en par.

—Mierda —miré a Vanya —. No la dejes pasar hasta que yo te avise.

De acuerdo, señor —colgué y bajé de la cama.

—¿Dónde está Nate? —le pregunté.

—En el gimnasio —me puse la camisa con torpeza.

—Quédate aquí y no salgas. Si sales te puedes arrepentir —abrí la puerta. Sin embargo, me detuve cuando habló.

—No quieres que tu ex amante sepa de tu sucio secreto, ¿es eso? —giré y la miré.

—Nunca fue mi amante —zanjé.

—¿Y qué si no obedezco y salgo? ¿Qué crees que haga Elizabeth si sabe que me tienes aquí? Estoy segura de que va a ir corriendo para decirle a mi primo que tú eres mi secuestrador —me acerqué a ella. Deslicé una mano a la altura de su estómago y con la otra rodeé su garganta llevando su cabeza hacia atrás.

—No me retes, mi amor. Podría matar a alguien de tu familia. ¿Qué te parece si empiezo por tu linda y rubia madre? Sería lo justo, ¿no? Ojo por ojo —se molestó.

—No te atreverías.

—Desobedece y verás de lo que soy capaz —le robé un fugaz beso al que se resistió los primeros dos segundos, pero que después correspondió. Terminé nuestro beso mordiendo su labio inferior. Cogí el celular y salí de la habitación.

Le mandé mensaje a Duncan. Bajé las escaleras y a los pocos segundos Elizabeth entró a la casa.

—Eli —me acerqué a ella y nos saludamos con un beso en la mejilla.

Se veía bien. Repuesta. Bonita y feliz.

Eli

Una vez más regresé a la casa de los rusos, pero esta vez el ambiente se sintió más ameno. No me sentía tan nerviosa, presionada ni juzgada. Esta vez todo se dio mejor. Alek y yo estábamos bien. Nos entendíamos de una manera que no me sucedió con nadie. Alek era un caballero, aunque llevaba una vida difícil. Por así decirlo.

—Vas a usar este pequeñísimo micrófono —me dijo Billy.

Supe que habían tenido un altercado con otros mafiosos y que Billy y Cami resultaron heridos debido a ese encuentro. Alek temía que se volviera a repetir y no estar preparado para ello. Estaba consciente de que Alek era inteligente y muy hábil con las armas. No dudaba que sabría defender a los suyos perfectamente.

Billy acomodó el micrófono en mi blusa, lo escondió detrás de un pedazo de tela.

—Y la cámara va a estar aquí —me mostró un dije que colgaba de una cadena de oro.

—¿Ahí hay una cámara? —pregunté y asintió.

—No parece, ¿verdad?

—No —me sonrió. Alek se acercó y le quitó la cadena para ponérmela él mismo.

—¿Qué has sabido de lo que sucedió aquella noche? —le preguntó Alek a Billy.

—Nada —cogió su portátil y revisó algo —. Cuando nuestros hombres llegaron no había rastro de esas personas.

—¿Ni del hombre que se quedó en el almacén? —miré a Billy y negó.

—Lo único que había era una mancha de sangre en el suelo —se acercó y se aseguró de que el micrófono y la cámara funcionaran. Me pidió que hablara y que caminara de un lado al otro —. Perfecto —dejó el portátil a un lado —. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —asentí. Miré a Alek.

—Ella puede con esto y más —intervino Alek. Era la única persona que confiaba en mí. Ni siquiera yo estaba segura de que era buena idea meterme en la casa de Seth. Se podía dar cuenta de mis motivos para visitarlo y todo saldría mal.

—Gracias —le dije. Alek me abrazó y me hizo sentir más segura.

—Confío en ti, Bambi —apoyé la mejilla en su pecho —. Todo va a salir bien —dejó un beso en mi frente —. Si necesitas ayuda sabes qué hacer —asentí.

Teníamos una clave por si Seth sospechaba algo y así ellos me sacarían de ese lugar en pocos minutos.

—Vamos. Estoy decidida —les dije. Caminamos hacia la puerta. Pero antes de abrir, Cami nos llamó desde las escaleras. No se encontraba bien, por eso no debía bajar o subir escaleras, pero es Cami. Cómo pedirle al sol que no salga. No se le podían dar órdenes porque las iba a desobedecer. Aun si su vida estaba en peligro.

—Eli —giré para verla. Alek y Billy le ayudaron a bajar. No le gustaba sentirse una inútil sabiendo que podía hacer las cosas.

—¿Sí? —se colocó frente a mí.

—Gracias —musitó. Como si le estuviera costando todo su orgullo pronunciar esas palabras —. Por lo que estás haciendo. Gracias —por primera vez me regaló una sonrisa sincera y para nada forzada.

—Sabes que hago esto para ayudar, por todo lo que han hecho por mí —asintió.

—Con cuidado —nos dijo a los tres. Salimos de la propiedad en uno de los autos de la familia. Después de algunos minutos de trayecto nos detuvimos para que yo subiera a otro auto con un conductor que Seth no conocía para que no sospechara nada.

—Si te sientes en peligro sabes qué hacer —asentí. Alek se encontraba más preocupado que yo por esto.

—Sí —acarició mi mejilla con sus nudillos.

—Confío en ti y estoy seguro de que puedes con esto —le agradecí con una sonrisa.

—Eres la única persona que cree en mí. Ni siquiera yo creo en mí con la misma fe que tú lo haces —cogió mis manos y dejó algunos besos en mis nudillos.

—Yo siempre voy a confiar y creer en ti, porque sé de lo que eres capaz —apretó sus labios a los míos.

—Gracias —Billy se aclaró la garganta. Se encontraba en el asiento del copiloto.

—Deja de besarla, veo todo —se quejó. Alek y yo reímos por su comentario.

—Nos vemos en unos minutos —Alek asintió.

Bajé de la camioneta y subí al auto que ya me esperaba. No tardamos mucho en llegar a la casa de Seth. Tuve que bajar del auto y el conductor se alejó cómo lo habíamos acordado en el plan que repasamos una y otra vez.

Duncan me retuvo unos minutos y después me dejó pasar. Siempre fue así cada vez que venía a verlo, así que no se me hizo raro que esta vez no fuera la excepción. Ya había salido de su vida, no iba a tener consideraciones conmigo. Aunque fue él quien me orilló a tomar esa decisión y ha sido la mejor que he tomado en mi vida.

Caminé hacia la casa, pero antes de llegar a la puerta miré todo lo que se encontraba a mi alrededor. Me di cuenta de que había un pequeño invernadero dentro y antes no estaba. Quería que Alek y Billy tuvieran una imagen clara de toda la propiedad.

Me detuve frente a la puerta y la empujé. No tenía seguro.

—Eli —saludé a Seth con un beso en la mejilla. Llevaba la pijama puesta. Se acababa de despertar.

—Seth.

—¿Qué haces aquí? —preguntó. Miré el lugar disimuladamente y así de rápido no parecía que alguien viviera con él. A menos que la tuviera encerrada en el sótano cómo dijeron Cami y Billy.

—Pensé que tal vez te debía una explicación de lo que sucedió y porque me fui —Seth caminó hacia la cocina y lo seguí. Tomé asiento en uno de los bancos sin esperar que jalara el banco. Conmigo nunca se portó así y sabía que nunca lo haría. Yo no era la mujer de vida. Nunca me quiso.

—Creo saber por qué te fuiste. Y no tienes que darme explicaciones —se sirvió agua y la bebió de golpe —. Sé que estás con el ruso —alcé las cejas. Iba a preguntar cómo lo sabía, pero Seth tenía contactos y se enteraba de todo lo que sucedía en la ciudad. O casi todo —. ¿Te trata bien? ¿Te quiere?

—Me trata mejor de lo que tú me llegaste a tratar en todos los años que estuvimos juntos. Alek me quiere para algo serio —sacudí la cabeza —. A ti no te importa mi vida. ¿Por qué haces ese tipo de preguntas?

—Mereces a alguien que te quiera y respete.

—Lo sé. Por eso decidí sacarte de mi vida. Ya no aportabas nada a ella —asintió. No se veía preocupado o triste. A veces dudaba de que Seth tuviera sentimientos. Su rostro no expresaba nada. No había emociones que lo delataran. Parecía un robot.

—Entiendo.

—No creo que entiendas lo que es que siempre seas la segunda opción de la persona que quieres. Que exista alguien mejor que tú en todos los aspectos y que por más que te esfuerces nunca seas suficiente.

—¿Eso sentías cuando estabas a mi lado?

—Sí. Así me sentía.

—¿Cómo te sientes con Alek?

—Eso no te importa. Nada de lo que haga de ahora en adelante te importa.

—Fuiste alguien especial para mí —me reí.

—No te burles por favor.

—No lo hago —se cruzó de brazos —. De verdad. No podría jugar con eso. Por eso mismo te pido que tengas cuidado con Petrov —puse los ojos en blanco.

—No eres mejor persona que él, Seth —lo miraba a la cara porque si dudabas un poco sabía que mentías o que ocultabas algo. Podía leer a algunas personas y para mi desgracia me conocía bien. Pero esta vez no mentía. Todo lo que salía de mi boca era pura verdad —. Tú eres el diablo —se rio. No le veía gracia a lo que dije.

—Créeme cuando te digo que hay peores personas que yo.

—¿Lo dices por alguien en especial? —negó. Mentía. Sabía que me estaba mintiendo.

—No, solo digo. Entonces, ¿a qué has venido en realidad?

—Te perdono —alzó una ceja ante mis palabras.

—¿Me perdonas? Nunca te he pedido perdón.

—Por eso soy mejor persona que tú, Seth. Porque no necesitas pedirme perdón, te perdono por todo el daño que me hiciste.

—Te saqué de ese club de mala muerte para que dejaras de venderle tu cuerpo a esos cerdos. Te ayudé a buscar un buen trabajo para que le ayudes a tu enferma madre. Te cuidé y protegí.

—Me protegiste de la miserable vida que llevas —se restregó el rostro.

—No me tienes que perdonar por nada porque todo lo que hice lo hice por ti.

—¡Gracias! Por meterme a tu asquerosa vida y ponerme en peligro.

—¡Estás mal! —la sangre me hirvió dentro del cuerpo.

—¡Tú estás mal al pensar que te debo algo! Yo estaba bien —soltó una carcajada que me heló los huesos.

—¿Estabas bien siendo la puta de esos enfermos? ¿Estabas bien vendiendo tu cuerpo? ¿Crees que estabas bien? —alzó los brazos y los dejó caer a sus costados —. Y el que tiene una enfermedad mental soy yo —dijo con burla —. Nunca te voy a pedir perdón, Elizabeth, nunca —zanjó.

—Y aun así te perdono por todo el daño emocional y psicológico que provocaste en mí —me miraba con severidad. Tomé largas respiraciones.

—¿Lo dices en serio o estás jugando un estúpido juego que sabes no vas a ganar?

—¿Por qué desconfías de esa manera de las personas? —indagué. Me encontraba más tranquila.

—Estás con los rusos, Elizabeth. No soy pendejo —le sostuve la mirada para que creyera que no mentía. Una sola duda y me iba a matar ahí mismo.

—¿Puedo pasar a tu baño? —se encontraba en el piso de arriba, así que podría echar un vistazo por ahí.

—Tú te vas —señaló. Me levanté del banco. Rodeó la isla y me tomó del brazo —. No confío en ti. Ya no.

—Ves fantasmas donde no los hay —me arrastró fuera de la cocina.

—¡Eli! —para mi buena suerte Nate salió del gimnasio y Seth me soltó —. ¿Qué haces aquí? —sostenía una toalla con la que se secó el sudor de la frente. Se acercó y me saludó con un beso en la mejilla.

—Vine a ver a tu hermano —me acomodé el bolso en el hombro —. Pero parece que no me quiere aquí —Nate frunció el ceño —. No te preocupes, ya me voy.

—No tienes que irte —Nate puso una mano en mi hombro.

—Ya tengo que irme.

—Ya la escuchaste —le dijo Seth a Nate —. Se tiene que ir.

—Es Eli —le recordó Nate a su hermano mayor.

—Tiene que irse —de manera educada y sutil me invitó a salir de su casa.

Antes de salir por la puerta le eché una mirada al lugar. A la cocina, la sala, las escaleras y el comedor, sin embargo, no había pruebas de que Seth tuviera a Vanya secuestrada, o al menos no la tenía en la parte de arriba.

Caminé unos metros hasta sentirme segura y solté todo el aire que había retenido en mis pulmones. Seth me ponía nerviosa. Las manos me temblaban y mi corazón latía errático.

Subí a un auto y este me llevó con Alek. Con él me sentí segura y sabía que nadie me podría hacer daño. Ni siquiera Seth.

—¿Estás bien? —me revisó de arriba abajo como si temiera que me hubiera hecho algo.

—Estoy bien —sollocé —. Ya no quiero regresar ahí. No quiero —sostenía mi cabeza con una mano y con la otra rodeó mi espalda.

—No lo harás. No te voy a poner en peligro —estaba temblando de los pies a la cabeza.

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