Capítulo 4. 🔗
"Aprenderás que no importa en cuantos
pedazos tu corazón se partió, el mundo no
se detendrá para que lo arregles".
—Wiliam Shakespeare.
Vanya
—Sie sind nutsloz!—gritó el hombre blanco que mantenía las manos detrás de la espalda. Llevaba puesta ropa negra, desde los pies hasta la cabeza. Murray se encontraba a su lado, de pie y estoico, no movía ni un musculo, ni siquiera parpadeaba, parecía irreal —. Nutzloser Müll, Menschenscheiße, die nicht weiß, wie man etwas macht.
*¡Son unos inútiles!
*Pedazos de basura inservible, mierda humana que no sabe hacer nada.
La vena en su cuello se remarcaba con tanta fuerza que por un momento llegué a pensar se le iba a reventar y moriría desangrado en el suelo sin que nadie lo fuera a socorrer, porque de ser por mí lo dejaría ahí como la porquería que era.
No tenía más de doce años y a esa edad tuve que aprender que la vida es una hija de perra que hace contigo lo que se le da la gana. Me enviaron a este lugar, lejos de mis padres para ser entrenada hasta morir, hasta aprender a defenderme, para proteger a mi padre, para saber cuidar de los míos, a veces no quería esto, no quería nada de lo que estaba pasando.
Aquel día nos tenían formados en una fila, niñas y niños separados, porque así debía ser, solo nos juntaban para pelear, pero de ahí en fuera nos separaban hasta para comer, ellos del otro lado del comedor como si fuéramos radiactivas para ellos. No debíamos tener ningún tipo de relación con nadie, no podíamos formar lazos con ni uno de nuestros compañeros porque al final eran enemigos. Vi a muchos tener que golpear al que era casi su hermano, a la que consideraba su mejor amiga, los vi dejarlos en el suelo casi muertos así que lo mejor que podía hacer era obedecer y por un momento olvidar que la persona que se encontraba frente a mí era casi mi hermano.
—¿Qué van a hacer el día que regresen a casa y tengan que cuidar a su padre o a madre? —el hombre se paseaba frente a nosotros, en medio de las dos filas de niños y niñas. Su acento alemán era tan remarcado que te dabas cuenta a la primera en que país había nacido, además del hecho de que era alto, de piel blanca y cabello rubio —. Tienen que saber defenderse, defenderlos. Verdammt* —espetó molesto.
*Carajo.
—Son hijos de los mafiosos más poderosos, hombres y mujeres que corren peligro cada día —Axel (el dueño de este lugar) apareció arrogante, demandante, exigiendo toda la atención para él —. Sus padres los trajeron aquí para que aprendan a matar sin piedad —levantó el puño y lo apretó fuertemente —. Para que defiendan a los suyos de los enemigos, de cualquier persona que quiera hacerles daño.
Axel es esa clase de hombre controlador que le gusta que las cosas se hagan como él quiere. Se decían muchas cosas de este lugar, que hace muchos años, cientos de años atrás La fortaleza servía como psiquiátrico, pero que en realidad encierran a las personas para hacer experimentos con ellos, los entrenan para matar, pero antes de eso les habían inyectado no sé qué tipo de drogas que los convertían en bestias que harían lo que sea que Axel les pidiera.
La ficción no estaba alejada de la realidad ya que sí nos inyectaban algún tipo de droga que servía como estimulador, convirtiendo al chico más pacífico en una bestia capaz de matar a dos hombres con sus propias manos. Lo vi la primera semana que llegué a este lugar y no podía creer lo que estaba viendo.
—Si quieren salir de aquí con vida deben hacer lo que sea para sobrevivir. Este no es un campamento de boys scouts, es el maldito infierno y no todos van a salir de pie —espetó. Hizo una señal para que nos dispersemos y cada uno fue a dar una vuelta por ahí siendo vigilados por los guardias en las torres.
—Pts —entré al patio que era una gran extensión de terreno con algunas gradas y una cancha en medio donde de vez en cuando se nos permitía jugar futbol o algún deporte que nos entretuviera de toda la pesada rutina que era el entrenamiento.
Me acerqué con pasos firmes y me detuve frente a las gradas al ver a uno de los chicos detrás con un cigarrillo entre los dedos.
—Eres Vanya, ¿verdad? —asentí con la cabeza. El chico me hizo una seña para que fuera con él detrás de las gradas.
—¿Qué quieres? —pregunté seria. Me señaló el cigarrillo que sostenía entre sus dedos largos y delgados.
—Soy Noah —dijo sonriendo.
—No te pregunté tu nombre y no me importa saberlo —mascullé lo que por alguna extraña razón le hizo sonreír mucho más.
—Pero ahora ya lo sabes —volvió a señalar el cigarrillo. Estaba tentada a cogerlo y darle una fumada, pero no quería tener problemas, no los había tenido hasta ahora y no estaba dispuesta a meterme en ellos ni por este Noah ni por nadie.
—No pienso meterme en problemas por ti ni por nadie —hice el amago de darme la vuelta, sin embargo, su mano se enredó en mi brazo y me detuvo —. Lo mejor que puedes hacer es quitar tu mano ahora mismo —se apartó.
—Vanya —dijo en un tono de voz dulce que casi me derrite el corazón —. ¿No crees que nuestra vida ya es una mierda? ¿Por qué no hacemos que sea un poquito mejor?
—¿Y crees que fumando todo va a mejorar? —cogí el cigarrillo entre mis dedos y aquella sonrisa se ensanchó un poquito más.
—Tal vez no —encogió un hombro —. Pero lo podemos averiguar.
Le di una fumada al cigarrillo y estaba consciente de que fumar estaba mal porque uno solo esos cigarros tenía miles de químicos que me podían destruir los pulmones, pero en ese momento donde mi vida era una mierda no me importó, no me importó que Noah se acercara un poco más y que yo lo dejara hacerlo.
¿Me iba a arrepentir? Sí, tal vez lo haría el día que me pusieran a pelear contra él pero hoy me quería olvidar de la basura por la que estaba pasando.
****
Había algo dentro de mí que no me dejaba en paz. El pecho me dolía, sentía la garganta seca, y ese vacío no me dejaba en paz, cada vez que respiraba me punzaba, ardía. Ese sentimiento de pérdida se hacía presente a cada minuto, a cada segundo. Quería dejar de pensar en que algo podía salir mal, pero era imposible hacerlo cuando más de una vez mi padre llegó herido a casa, sangrando, gritando por el dolor de alguna herida o disparo que le hizo alguno de sus enemigos.
Me puse de pie y salí de la cama para darme un baño e intentar despejar mi cabeza de cada escenario catastrófico que se repetía una y otra y otra vez en mi cabeza. Al salir me puse ropa cómoda y me cepillé el cabello. Bajé al comedor, ahí estaban todos incluyendo Billy, me senté al lado de Misha que me regaló una sonrisa, de esas que por más gris que estuviera el día mi hermano lo alegraba tan solo con sonreír.
Me aterraba la idea de que algo le pasara a él, mamá o papá. Tampoco podía pensar en la posibilidad de perder a Cami o Billy, crecimos con ellos y mis padres nunca hicieron distinción alguna entre los cuatro, nos cuidaron de igual manera y nos dieron todo el amor que tenían para dar. El día que sus padres murieron, ganamos dos hermanos.
—Vanya, ¿pasa algo? —preguntó mi padre. Arrastré la mirada hasta él y negué un poco, pero la mirada que me echó me dijo que no creyó en mí. Era como un libro abierto para él, me conocía mejor que nadie en esta vida.
—Estoy bien —musité.
—Sé que estás preocupada por lo que pase esta tarde —puso su mano encima de la de mamá —. Todo va a salir bien —sonrió.
Hay algo que no me deja en paz.
No quiero que nada te pase.
No quiero que me dejes.
No quiero que me dejes.
Quise decirle lo que me preocupaba, pero ya tenía suficiente con todo lo que estaba pasando como para que ahora yo saliera con estas cosas. Ya no era la niña que temía a la oscuridad y que pedía a gritos a su padre venir para que la arrullara y así dormir de nuevo.
—Yo voy a estar ahí también —habló Misha.
—Y yo, ni crean que me voy a quedar aquí de brazos cruzados —miré a Cami y me sonrió.
—Ustedes no van a entrar, no quiero que se enfrenten a Beckett, lo mejor es que yo arregle esto, solo —recalcó esto último.
Mierda.
—No te vamos a dejar solo —insistí.
Papá no podía ir solo y enfrentarse a Beckett, así como así. Algo podía salir mal, no nos podíamos permitir perder al jefe de esta casa. No sabría cómo lidiar con el dolor de perderlo a él o a mi hermano. No podría soportar vivir cada día con este dolor, tal vez me iba a volver loca.
Seth
Jared se preparaba para la cita con Víctor, metía las municiones en el cartucho y se aseguraba que el arma estuviera limpia y no se atascara a la hora de disparar. Me echaba miradas de reojo, sin embargo, evitaba mirarlo a toda costa. Por más que me decía que no debía sentir esto por él no podía evitarlo, no le debía nada y tampoco se merecía ni una pizca de mi cariño o piedad.
—¿Por qué me miras así? —le pregunté. Metí el cartucho en la pistola, sin mirarlo a los ojos.
—Dice tu madre que te pareces a mí, aunque yo creo que eres más como ella —sonreí de manera burlesca.
—No soy como ella —respondí —. Soy más como tú —dije con rabia —. Y sabes cómo odio eso —mascullé. Metí el cartucho a la pistola y esta vez sí lo miré a los ojos.
—¿Tanto te molesta mi existencia? —fruncí el ceño.
—¿Tú que crees? —mi voz salió con ironía.
—No te puedes quejar, Seth, hice de ti todo esto y estás muy bien con eso —negué sutilmente —. ¿No te sientes orgulloso de lo que eres? —cuestionó.
—¿Crees que me siento orgulloso de esto que soy? ¿Crees que tomar pastillas de por vida es bueno para mí? No, tú no te puedes imaginar la mierda con la que vivo día a día —espeté. Lo miré con rabia y dolor, no podía entender como un padre podía tratar de esta manera a su hijo como si fuera su peor enemigo.
—Quisieras que estuviera muerto, ¿no es así? —no respondí —. ¿¡No es así!?
—¿Quieres que te mienta? ¿Quieres que diga que no? Nunca vas a escuchar algo así de mi parte, de Nate puedes esperarlo porque no recibió lo peor de ti, pero yo no —me guardé el arma —. Ser el primero de tus hijos fue mi maldición y desgracia, Jared.
—Seth.
—Terminemos con esto de una puta vez —di la vuelta y lo ignoré. Ya había tenido suficiente de él y no estaba dispuesto a escuchar más mierda de su parte. Solo quería matar de una vez por todas a ese ruso y sacar a mi padre de mi vida para siempre.
Subí a mi auto y salí primero, detrás lo hizo Jared con los hombres que le cuidaban la espalda día y noche. Sabía dónde quedaba el lugar donde se iban a reunir mi padre con el ruso, solo yo lo iba a acompañar ya que a Nate no le pedía venir o le exigía involucrarse en los negocios. Ojalá que así hubiera sido conmigo y no tener que soportar sus malditos insultos y golpes.
—¡Te odio! —golpeé el volante con ambas manos.
Llegamos por la parte de atrás para no tener que encontrarme con la gente de Víctor, mi padre iba a entrar solo con sus hombres mientras que yo me quedaría fuera por si alguien de su familia llegaba. Revisaría el lugar, asegurándome de que no hubiera nadie cerca para que él pudiera matarlo.
—Todos ya saben lo que tienen que hacer —nos recordó Jared una vez más, a mí y a sus hombres —. Cuando los disparos empiecen dentro ustedes deben deshacerse de los demás —asentimos ante su orden —. Seth.
—¿Qué? —respondí de mala gana.
—Confío en ti para que esto salga bien. Los demás ya tienen la orden de atacar si alguien se acerca por la carretera. Si nos deshacemos de ellos la ciudad será nuestra de nuevo —puso una mano en mi hombro y no dije nada. No tenía caso hacerle entender que no quería seguir en esta vida, que lo único que quería era alejarme de él y todo lo que representaba en la mía en ese momento.
Nate
Jared era mucho más accesible conmigo que con mi hermano. No me obligaba a ir con él, o estar de lleno en sus negocios, pero eso no me hacía sentir mejor porque mi hermano fue el que se llevó la peor parte de mi padre. Aún no entendía como es que mi madre seguía a su lado después de ver y saber todo lo que le hizo a Seth. Quizá lo amaba demasiado o era la costumbre.
—¿En qué tanto piensas? —la pregunta de Joey me hizo salir de mis cavilaciones.
Joey es esa clase de amigo que siempre está ahí, al pie del cañón. No importa que tan mal salgan las cosas o que esté pasando no se va, no se aleja si las cosas salen mal. Una de sus costumbres era fumar y beber Red Bull, llevaba consigo una chaqueta de piel color negro, esta tenía el olor del cigarrillo impregnado en cada hebra.
—En este momento papá y Seth se están reuniendo con Víctor Zaitsev —aquello no era lo peor.
—No veo nada raro que se reúnan y hablen —sacó un cigarrillo del interior de su chaqueta, lo encendió y guardó la cajetilla de nuevo. Inhaló fuerte llenando el auto de humo espeso que alejé con la mano.
—Lo malo es que quiere matarlo a él y a toda su familia —giró la cabeza hacia mí y frunció el ceño.
—¿Y Seth le va a ayudar con eso? —asentí —. Tampoco puedo esperar nada bueno de él, es como tu padre —odiaba admitirlo, pero era cierto. Seth era una copia de mi padre, aunque no se llevaban bien eran muy parecidos.
—Por desgracia ambos son iguales.
—Cosa que odia tu hermano —de nuevo asentí —. Debería cambiar eso, pero no, hace lo mismo que tu padre.
Seth tenía muchos problemas ya y lo mejor para él era estar lejos de mi padre, pero no todo se iba a resolver así, alejándose del problema, tenía que enfrentarlo y aceptar que tenía una enfermedad, cosa que nunca quiso hacer. Aceptó ir a terapia y tomar su medicamento, aunque rara vez lo hacía cómo tenía que ser, a veces se le olvidaba o de plano no lo tomaba porque decía que no lo necesitaba.
—Solo quiero que esta guerra absurda entre ellos termine ya, estoy harto de todo lo pasa entre los rusos y mi padre —apoyé el brazo en la ventanilla del auto —. Mamá ya está cansada de todo esto, solo quiero paz para ella.
Mi móvil empezó a timbrar a la vez que Joey fumaba y soltaba humo como si fuera una chimenea. Saqué el móvil, miré la pantalla y era mi madre quien llamaba.
—Hola, ma.
—Hola, Nate. ¿Has sabido algo de Seth y tu padre? —se escuchaba preocupada.
—Todavía no sé nada de ellos, ¿quieres que vaya a ver qué pasa?
—No, no, lo mejor es que te mantengas lejos de ese lugar. No vaya a pasar algo y no quiero que salgas herido —suspiró.
—Mamá, no va a pasar nada —dije determinado, pero ella no me creyó.
—No estoy segura, hijo. Siento que algo muy malo va a pasar.
—Si quieres voy a la casa...
—Yo te llamo, ¿sí? Cualquier cosa que pase yo te aviso.
Y colgó.
Ahora me sentía mal por no ir con Seth y mi padre, pero prefería mantenerme lejos de esos problemas. Suficiente tenía ya con ser el hijo de Jared Beckett y que esto trajera desgracia a mi vida como para agregarle el hecho de tener que pertenecer a la mafia neoyorquina.
Misha
Ser el hijo de Víctor Zaitsev era una gran responsabilidad. Cuidar su espalda y no permitir que nadie le hiciera daño era una obligación que estaba dispuesto a cumplir con mi vida de ser necesario. Ellos me dieron todo lo que tenía, y dejando de lado el peligro al que nos enfrentamos día a día teníamos una buena vida que no cambiaría por nada.
Hacía pocos meses que Vanya había regresado a casa después de pasar años fuera por su seguridad, tener un enemigo tan grande como Beckett era peligroso y mi padre no estaba dispuesto a poner la vida de mi hermana en peligro, era la luz de sus ojos y no sé qué sería de él si algo malo le pasaba. Era la pequeña de la familia, la princesa de todo este imperio, la más inteligente de todos nosotros y la que podía cambiar el rumbo de las cosas si se lo proponía. Estaba seguro que Vanya estaba destinada para hacer cosas grandes en esta vida y esta ciudad. La veía cómo la reina de la Bratva, la que podía liderar a las dos mafias más importantes de Nueva York. Solo tenía que cambiar un par de cosas y mover las piezas a su favor para que todo se pusiera de su lado.
Me encontraba frente a Jared, de pie al lado de mi padre, escuchando todo lo que el norteamericano tenía que decir, pero había algo que no me gustaba en él. No sé si era su mirada o la manera en cómo miraba su alrededor, o tal vez que su pierna no dejaba de subir o bajar. Estaba nervioso. Tragaba saliva cada dos por tres. Miraba con nerviosismo y sus dedos se movían de arriba hacia abajo.
Maldito americano de mierda.
—Es fácil, Víctor —habló —. Tú me pagas una buena comisión y yo te dejo meter tu mercancía en la ciudad.
Papá soltó una risotada burlona. Se pellizcó los lagrimales.
—¿Qué tontería estás diciendo? No te voy a dar ni un centavo por nada. Prefiero perder miles de dólares a darte algo a ti —Jared chistó con la lengua.
—¿Te das cuenta que tienes mucho que perder? —alzó una ceja con esa gesto arrogante que tenía impregnado en el rostro.
—Nueva York no lo es todo para mí, Moscú deja más que esta ciudad, allá también hay buenas ganancias.
—¿Entonces por qué no regresas con tu gente a Rusia? ¿Por qué no te largas de una vez por todas? Esta ciudad no te pertenece, Víctor.
—Tampoco es tuya, Beckett. Дурак*.
*Imbécil.
Se pellizcó el puente de la nariz y me miró de reojo. Tenía esa mirada que te hacía desconfiar hasta de cómo se movía, cualquier movimiento era seguido por nuestros hombres. Sabían que no debían permitir que mi padre falleciera.
—Mi padre inició con esto, fue él quien empezó con los tratos con otras mafias, con los capos en México, Colombia, la tríada, los Yakuza —espetó y dejó un golpe en el reposabrazos de la silla destartalada que yacía debajo de él.
—Y fui yo quien cerró esos negocios cuando tu padre murió. Traje gloria a esta ciudad que estaba olvidada por Dios. Sino fuera por los rusos nadie sabría nada de Nueva York —dijo determinado —. Nadie te conocería, no serías nadie —ese fue un golpe bajo para Jared. Tensó la mandíbula y cuadró los hombros a tal grado que parecía una estatua y no un hombre.
—¿Quieres que te agradezca porque llenaste mis calles con tu gente? —alzó una ceja. Se apoyó en el respaldo de la silla y nos miraba altivo.
—No voy a aceptar menos de lo que merezco, Jared. No voy a permitir que te lleves toda la gloria cuando eres un pobre diablo que no sabe bien lo que hace —Jared negó con la cabeza, con una sonrisa burlona sobre los labios.
Nos estaba retando y disfrutaba en demasía tenernos acorralados en su territorio.
Escuchamos el motor de un auto afuera. Aquello me puso alerta. Estaba consciente de que Vanya y Cami estaban ahí, esperando a que algo malo sucediera para poder entrar y matar a quien fuera.
—¿Quién más sabe de esto? —papá miró en dirección a la ventana.
—Nadie —respondió Beckett, un tanto distante.
Mi padre se puso en pie de inmediato sacando el arma que llevaba siempre consigo. Hice lo mismo al igual que Beckett y sus hombres. Sus armas apuntaban en nuestra dirección, la de Jared justo en mi cabeza, las demás a mi padre.
Pasé saliva. Estaba sudando frío. Las manos me temblaban, el estómago se me encogió, sentía que iba a caer de rodillas al suelo. Mi corazón latía a tal velocidad que en cualquier momento se iba a detener de golpe.
—Eres un maldito traidor —espetó mi padre.
—Nunca debes confiar en un Beckett.
Solo escuché el arma siendo disparada, después de eso todo se convirtió en un caos que desató una guerra que estaba lejos de terminar. Temí por mi vida, por no cumplir con la promesa que le hice a Cami un día, estar con ella siempre. Perdió a sus padres y yo juré estar con ella, le juré que no iba a perder a nadie más.
Le estaba fallando.
Vanya
La sensación de vacío se hacía cada vez más grande con el paso de los segundos. Miraba el arma que yacía sobre el tablero, tentada a cogerla y entrar para acabar con esta maldita sensación que no me dejaba respirar bien. Sentía que mi corazón se detenía por algunos segundos y que seguía latiendo, pero a un ritmo anormal.
—Ni se te ocurra —dijo Cami al ver que quería coger el arma y salir del auto.
—Pero...—sin mirarme a los ojos negó con la cabeza.
—Víctor dijo que por nada del mundo entremos, mucho menos ponernos en peligro.
—Pero no dejo de pensar en que va a pasar algo muy malo —me llevé una mano al pecho. Cami giró la cabeza hacia mí —. Cami...
—Haz caso y no desobedezcas a tu padre. Sé que eres su hija, pero yo he estado más tiempo en esto y te aseguro que él sabe lo que hace. Confía en él.
—Confío en él, mas no es Beckett y su gente —pasé saliva con dificultad.
—Entonces confía en que todo va a salir bien —negué mirando a través de la ventanilla.
Intenté hacer caso a las palabras de Cami, sin embargo, ese sentimiento no se iba, no me quería dejar en paz. Era una maldita tortura que no le deseaba a nadie.
Que esto termine ya, por favor.
Escuchamos detonaciones dentro de aquel lugar y de inmediato, tanto Camila como yo nos pusimos en alerta, cogí mi arma y abrí la puerta para correr hacia el lugar donde se estaba llevando a cabo dicha reunión.
Nos pegamos a la pared, agachadas para que nadie nos viera desde adentro. Los disparos se escuchaban por todo el lugar, retumbaban en nuestras orejas, los sentía tan cerca que me calaban la piel. Entramos al complejo, escondidas para que nadie nos viera, los disparos no cesaban, al contrario, se intensificaban con el pasar de los segundos.
Al llegar a una puerta nos detuvimos. Seguíamos agachadas, con las armas en alto. Cami venía detrás de mí, cuidándome, protegiendo a su mejor amiga. Puse mi dedo sobre mis labios para que no se moviera, que no dijera nada. La miré de reojo y asintió. Miré dentro del lugar y lo que vi me dejó con la boca abierta, los ojos se me llenaron de lágrimas al ver a Misha en el suelo y a su lado a mi padre. Retrocedí y pegué la cabeza en la pared. Apreté los ojos, quise retener las lágrimas en mi ojos, mar ardían y picaban. Negué sutilmente con la cabeza. Me estaba faltando el aire, sentía que no llegaba a mis pulmones y que estos iban a colapsar. Del otro lado se escuchaba la voz de un hombre.
—¿Qué pasa? —preguntó Cami. De nuevo miré dentro.
Había un hombre apuntando su arma a mi padre, miró en mi dirección. Su mirada verde se quedó fija en la mía y solo pude sentir escalofrío, miedo y horror. El hombre apuntó su arma hacía mí y cuando pensé que me iba a disparar todas las piezas se movieron a mi favor.
Afuera se escucharon más disparos, algunos autos, había mucho ruido allá afuera. Aquel ruido hizo que el hombre girara sobre sus talones y saliera corriendo del complejo junto a sus hombres. Salí de mi escondite y apunté en su dirección. Antes de que saliera de aquel lugar disparé y la bala fue a dar a su pierna. Se quejó y maldijo, pero no se detuvo, corrió afuera del complejo.
Mi mirada se quedó perdida en la nada, escuchaba a Cami, pero a su vez no entendía lo que decía. Me sentía cómo en el limbo, cómo si el dolor hubiera pasado a segundo plano, como si estuviera muerta en vida.
—Vanya —la voz de Cami se escuchaba como un eco lejano que me quería alcanzar, pero yo me alejaba más y más —. Vanya —sacudió mi hombro y por inercia me puse de pie. El arma que sostenía en la mano cayó al suelo, el metal de estrelló y sonó en la lejanía.
Di unos cuántos pasos hasta estar dentro de aquel pequeño espacio que ahora mismo tenía el olor a pólvora y a muerte. En el suelo yacían varios cuerpos, tanto de hombres de Beckett como de nuestros hombres. La sangre se esparcía por el suelo terroso, me dejé caer de rodillas al lado de ambos cuerpos. El dolor se instaló en mi pecho, aquel vacío que venía sintiendo desde la mañana se hizo más grande, explotó dentro de mí provocando un grito lacerante que me quemó la garganta, ardió y quemó todo a su paso. Estaba arrasando conmigo.
—¡No! —el grito desgarrador de Camila resonó por todo el lugar. Se dio paso entre los cuerpos y llegó hasta donde estaba Misha, con un agujero en la frente —. Misha, por favor. ¡Misha, mi amor!
Apenas pude coger la mano de mi padre, su piel seguía tibia.
Por favor no. Por favor.
Que esto sea una pesadilla.
—Mi amor —sostuvo su cabeza y la puso sobre sus piernas —. Despierta —le pedía. Rogaba para que mi hermano despertara. Me sentía devastada, tan dolida que puedo jurar el corazón me empezó a doler también. Las lágrimas mojaban mis mejillas y caían al suelo mezclándose con la tierra y la sangre derramada por aquellos hombres.
—V-Vanya —parpadeé y bajé la mirada hacia mi padre.
—Papá —aparté las lágrimas que caían en mis mejillas y acorté la distancia que nos separaba —. Resiste —puse una mano en su pecho, ejerciendo presión para que la sangre dejara de fluir —. ¡Ayuda! —grité desesperada —. ¡Alguien que me ayude!
Sostuve la mano de mi padre. Gritaba desesperada, esperando que alguno de sus hombres haya quedado con vida y viniera a nuestro rescate.
—No te vayas, no me dejes. Por favor —quiso levantar la mano para tocar mi mejilla, pero ya no tenía fuerzas para eso —. No me dejes.
Abrió la boca para hablar, pero un hilo de sangre espesa salió de esta. La sangre no dejaba de brotar de su pecho, se sentía tibia en mis manos, manchaba su ropa y caía al suelo.
—¡Ayuda! ¡Por favor, ayuda!
La garganta me dolía. Quería correr y sacar a mi padre de este lugar, quería encontrar a Jared y meter una pistola en su boca, tirar del gatillo y acabar con su vida. Lo haría. Juré al cielo hacerle pagar a Jared Beckett la muerte de mi hermano y que mi padre estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte.
Juré en silencio por la memoria de Misha que vengaría su muerte y le quitaría a Beckett lo que más amaba, después lo mataría a él. Iba a tomar su vida y mi arma sería mi compañera de crimen.
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Hola. espero les haya gustado este capítulo. Muchas gracias por el apoyo a este libro.
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