Capítulo 38. 🔗
Seth
Dejé el celular en la cama y me levanté tan rápido que ni siquiera me dio tiempo a ponerme las pantuflas. Corrí en dirección a la habitación de Vanya y empujé la puerta sin pedir permiso, avancé hacia su cama y la agarré del brazo. Se exaltó y sacó un cuchillo debajo de su almohada. La filosa punta quedó a la altura de mi garganta. Si me movía un milímetro más me la enterraba.
—¿Qué quieres y por qué me despiertas así?
—Tienes que salir —tragué saliva.
—¿Me vas a dejar ir a mi casa? —el agarre en la empuñadura del cuchillo se afianzó.
—Ni loco —relajó el ceño.
—Entonces no pienso salir de mi cama —la jalé, sacándola de la cama. La filosa arma cayó en la cama.
—No es una puta pregunta, Vanya —tiré de su brazo y la obligué a salir de la habitación.
—No quiero.
—Si te tengo que llevar a rastras lo haré —mascullé.
—¡Déjame! —empezó a gritar —. ¡Seth, suéltame! —me enterró las uñas en el brazo. Grité y la estampé contra la pared sin soltarla.
—¡Estúpida! —la agarré con más fuerza.
—¡Te dije que me sueltes! —me quiso morder, pero antes de que pudiera hacerlo la empujé para que continuara caminando —. ¡Seth, por favor! —la puerta de la habitación de Nate se abrió y mi hermano salió aún dormido.
—¿Qué haces? Déjala —empezó a caminar detrás de nosotros.
—¡Tú cállate! —le grité.
—¡No le grites! —me gritó Vanya. Eso no me detuvo y aun con sus gritos y las súplicas de Nate la obligué a bajar las escaleras. Casi tropezó, pero la cogí antes de que rodara escaleras abajo. Caminamos por el pasillo que llevaba al sótano y lo abrí —. ¿Qué haces? —su voz cambió de un segundo al otro —. Seth —intentó zafar mis dedos de alrededor de su brazo.
—¡Seth! —gritó Nate y me detuve unos segundos —. ¿No la escuchas? Déjala.
—¡Jared viene para acá y sabes lo que le va a hacer si la ve aquí! —le respondí a base de gritos.
La empujé de nuevo y abrí la puerta. Frente a esta se encontraban las escaleras, después un espacio pequeño y en frente una puerta metálica con un panel digital.
—Seth, por favor —los ojos se le llenaron de lágrimas —. No me dejes aquí —la miré hacia abajo y por primera vez en todo el tiempo que la conocía pude ver miedo en su mirada. Era miedo real. Miedo que le carcomía por dentro. Tenía miedo y disfruté ver ese temor en sus ojos —. Por favor —de nuevo quiso zafarse de mi agarre.
—No voy a permitir que Jared te mate —la empujé dentro del sótano. Di un paso y ella quiso avanzar, pero se lo impedí —. Antes de que eso suceda lo hago yo —se quedó estática en su lugar con lágrimas en los ojos, mojando sus mejillas. Retrocedí sin darle la espalda y cerré la puerta. Vanya corrió en vano.
—¡Seth, por favor! —fue lo último que escuché, porque cerré la puerta y puse la contraseña sin que Nate viera para que no fuera a bajar por ella.
—¿Qué estás haciendo? —señaló Nate —. ¿No ves que tiene miedo? —se hizo a un lado cuando subí las escaleras.
—Me importa un carajo —mascullé.
—¡Seth, por favor! —me gritó. Me agarró del brazo y solo así me detuve.
—Es peligroso que Jared la vea —le recordé por si ya se la había olvidado —. La va a matar.
—¿Y no es eso lo que vas a hacer tú más adelante?
—No —respondí sin pensar en mi respuesta —. No sé —me solté de su agarre —. Deja de hacer preguntas —me adelanté y lo esperé a un lado de la puerta. Subió y antes de salir miró una última vez la puerta, como si esta se fuera a abrir mágicamente, como si Vanya fuera a salir con tan solo quedársele viendo la puerta.
Al salir del pasillo escuchamos que la puerta se abrió. Casi corrimos para que Jared no viera que salíamos de ahí. Entró y cerró la puerta.
—La próxima vez que vengas a mi casa avisa —le dije —. No me gusta que vengas y entres como si estuvieras en tu casa.
—Buenos días, Seth. Buenos días, Nate.
—Padre —le dijo Nate.
—¿Qué quieres y qué haces aquí? —escupí la pregunta.
—Hablé con Hiro —me crucé de brazos y puse los ojos en blanco.
Nate fue hacia la cocina.
—Tenía que ir de llorón contigo. ¿Qué mentira te dijo? —Jared observaba la casa. Estaba buscando algo. Buscaba a Vanya o si había alguna pista de que ella se encontraba aquí.
—Dijo que no quieres hacer negocios con él.
—Sí, ¿cuál es el problema? No pienso hacer tratos con ese enfermo. Aquí no va a vender personas.
—¿Qué? —miré a Nate, tenía los ojos bien abiertos y la boca con un pedazo de manzana adentro —. ¿Vende personas?
—Vende y compra, niños y niñas —le dije mirando a Jared —. ¿Eso te parece bien? —encogió los hombros.
—Me da igual —algo enervó dentro de mí. Quería golpearlo. Lo iba a golpear si continuaba así.
—¿Cómo te da igual? ¡Son niños! Ellos no tienen la culpa de la mierda de mundo al que sus padres los trajeron.
—Son sus propios padres quienes los venden a estas personas, Seth. No pienses en ellos como personas, sino cómo lo que son; mercancía.
Wow. Me sorprendía el nivel de descaro y frialdad con el que se refería a ellos. Comprobaba una vez más que ese hombre frente a mí no tenía sentimientos. Qué bueno que pensé las cosas y escondí a Vanya de él.
—Vaya. No debería sorprenderme que seas así, pero... —tomé aire —. Eres un puto monstruo.
—No soy un monstruo —levantó el bastón el tiempo justo para señalarme —. Me respetas, imbécil.
—¡Te hablo cómo se me pega la puta gana! Estás en mi maldita casa y te largas antes de que te eche a patadas.
—¿Podrías sacar a tu viejo y cansado padre? —me reí. Era un sin vergüenza.
—¿Quieres verme hacerlo? —di un par de pasos.
—Quiero que lo intentes —se acercó dando dos pasos. Quedamos cara a cara.
—Lárgate. No te quiero ver aquí. No voy a hacer tratos con ese bastardo. Yo no soy ni cómo tú ni cómo él.
No me dio tiempo para defenderme, ya que con la mano que tenía libre me dio un puñetazo en el labio. Me lo rompió y me sacó un poco de sangre.
—¡Basta, basta! —no sé cómo Nate corrió tan rápido, pero en un segundo lo tenía en medio de Jared y de mí —. ¿¡Qué crees que haces!? —le preguntó a Jared. Después me miró a mí —. Y tú, baja ese puño —había formado un puño con mi mano con toda la intención de regresarle el golpe.
—¡Lárgate antes de que se me olvidé que eres mi padre! —le grité.
—Eres un imbécil. Vas a perder mucho dinero si no haces tratos con Hiro.
—¡Me importa una mierda el dinero! —estaba colérico —. No voy a traficar con personas para tener dinero en los bolsillos. Yo no soy cómo tú.
—Te equivocas —me señaló —. Somos iguales.
—Nunca —me limpié la sangre del labio con el dorso de la mano —. Nunca seré cómo tú. Antes muerto que ser el monstruo que eres y fuiste conmigo. Jamás le voy a poner un dedo encima a mis hijos.
—Quiero ver eso. No eres una buena persona y estás muy lejos de serlo. Tú solo sabes hacer daño y matar. Eres vengativo, oscuro. Estás tan podrido por dentro cómo yo —negué —. Sí lo estás.
—¡No! —me cubrí las orejas para no escucharlo.
—¡Estás tan podrido cómo yo o peor!
—¡Cierra la boca! —le di la espalda.
—Ya basta. Vete por favor —le suplicó Nate —. Déjalo. ¿No ves el daño que le haces? Seth sabe manejar bien los negocios, si él dice que no quiere hacer tratos con ese sujeto, déjalo. Tú pusiste en sus manos los negocios, solo confía en él.
Escuché que Jared bufó. Después sus pasos se alejaron hacia la puerta.
—Dile a tu hermano que cuando quiera hablar sabe donde buscarme —la puerta se abrió y a los pocos segundos se cerró.
—Ya se fue —Nate llegó a mi lado. Tenía la cabeza entre mis manos —. Seth —puso una mano en mi hombro —. Ya se fue.
—¿No va a regresar?
—No, no va a regresar —bajé las manos y miré hacia la puerta. Jared se había ido.
Caminé hacia la sala y me dejé caer en uno de los sillones.
Verlo me ponía mal. Sacaba lo peor de mí y lo odiaba. Lo odiaba a él y me odiaba a mí por ser tan débil y no enfrentarlo cómo tenía que hacerlo.
—¿Estás bien? —asentí —. ¿Seguro?
—Sí, estoy bien —Nate se encontraba a mi lado —. No quiero verlo por aquí. No quiero que la vea. No quiero que sepa que está aquí.
—Ordénale a tus hombres que no lo dejen pasar por nada del mundo. Ellos te obedecen a ti —asentí. Giré la cabeza lentamente para mirarlo.
—Vanya —me levanté y corrí hacia la puerta, la abrí y bajé las escaleras. Puse la contraseña en el panel y entré al sótano. Busqué a Vanya con la mirada, pero no logré encontrarla a la primera, hasta que me acerqué a la cama y la encontré en la esquina, escondida con sus brazos abrazando sus piernas —. Vanya —me acerqué lentamente a ella, con cuidado de no asustarla —. Vanya, perdón.
—¡Te dije que no me dejaras aquí! ¡Te pedí que no me encerraras en este horrible lugar! Te lo pedí —murmuró tan bajito que apenas la pude escuchar —. Te dije —al quedar frente a ella me agaché y la tomé entre mis brazos para cargarla.
—Perdóname —le dije. Me senté en la orilla de la cama. Aparté el cabello de su rostro que se pegaba a sus mejillas por las lágrimas que había derramado —. Lo siento tanto. No lo sabía —me levanté y subí con ella en mis brazos.
Estaba temblando y sudaba mucho. Parecía que se había metido bajo la ducha con la ropa puesta.
—¿Está bien? —preguntó Nate al vernos subir.
—No —respondí. Subimos a su habitación y la dejé en su cama. Se hizo bolita cuando la dejé sobre el colchón —. Discúlpame, no sabía que le tienes miedo a los lugares cerrados —me miró de reojo. Le quité los cabellos del rostro. Ya no era la mujer prepotente y grosera. No había ni una pizca de maldad en esa profunda mirada azul. Solo había miedo.
—Cuando estábamos en ese lugar nos encerraban en cilindros para sacarnos sangre y hacernos estudios. O a veces nos inyectaban cosas —su voz temblaba —. Nunca tuve miedo a ese lugar, pero un día... —tragó saliva —. Un día metieron a mi amigo ahí, antes de eso lo golpearon y después a mí. Lo hicieron a la fuerza —apretó los labios —. Esa fue la última vez que lo hicieron y agradecí que hubiera sido así porque no hubiera podido soportar una vez más —sus ojos se llenaron de lágrimas.
Nate se acercó del otro lado de la cama.
—Abrázame —le habló a Nate. Mi hermano no dudó en obedecer y se acostó a su lado abrazándola por la espalda —. Seth —musitó y la miré —. ¿Me puedes abrazar también? —miré a Nate. Ni él ni yo entendíamos por qué nos estaba pidiendo esto. No sabía qué hacer, así que dudé unos segundos en acostarme a su lado, mirándola de frente.
—¿Así? —asintió.
—Sí —cerró los ojos.
No me sentía incómodo ni mucho menos, pero era algo a lo que no estaba acostumbrado a hacer. Nunca había compartido a alguna mujer con mi hermano, pero parecía que esta vez no me quedaba de otra más que hacerlo, si es que quería que ella estuviera bien.
Camila
—¿Estás segura de que quieres salir? —preguntó Billy a mi lado mientras nos preparábamos para salir por un cargamento.
Desde la desaparición de Vanya no había querido salir para hacer nada, pero tenía que continuar con el trabajo que hacíamos. No podía detener mi vida por esto y permitir que la vida se me viniera encima, aunque a veces sentía que no podía más. Vanya no hubiera querido que detuviera mi vida por ella.
—Estoy segura —le dije. Me ajusté el chaleco, cogí mi arma y una navaja que procuraba llevar siempre conmigo. Por si las dudas.
—Sabes que no tienes que ir...—la mirada que le di a Billy fue suficiente cómo para hacerlo callar —. De acuerdo —alzó las manos y giró sobre sus talones. En ese momento Alek iba entrando ya preparado para salir.
—¿Por qué les gusta salir a estas horas de la noche? —preguntó Alek. Se revisaba de arriba abajo, asegurándose de que llevaba el chaleco bien puesto —. No somos vampiros.
—Murphy deja que Víctor haga de las suyas, pero que sea discreto —le dije. Cogí una de las pistolas y se la arrojé. Alcanzó a cogerla antes de que cayera al suelo.
—Oh. Entiendo —sonrió —. Estoy listo —puse los ojos en blanco. Avancé y pasé a su lado.
—Espero no nos maten por tu culpa —palmeé su hombro y salimos hacia la puerta principal. Dos camionetas esperaban con las puertas abiertas y los choferes adentro, listos para salir de la propiedad.
Mientras yo subí junto a Billy en la misma camioneta, Alek subió junto a Pete en otra de las camionetas. El chofer condujo por un buen rato hasta casi llegar al lugar donde nos esperaban con el cargamento para llevarlo a casa.
Era una construcción que en ese momento se encuentra abandonada. No había nadie solo el guardia de seguridad que cuidaba por las noches. Pero si éramos rápidos y silenciosos ni cuenta se iba a dar de que estábamos ahí. El lugar era grande, más adelante sería un centro comercial.
El chofer bajó la velocidad y avanzó poco a poco entre la herramienta, las varillas y el hormigón.
—Esto no me gusta —habló Billy a mi lado. Se asomó entre los dos asientos para tener mejor acceso de la vista al frente.
Las luces de las camionetas estaban encendidas para tener mejor visibilidad, sin embargo, había puntos ciegos donde no veíamos nada.
—Déjate de paranoias —le dije.
—No son paranoias —comentó —. A esta hora ya debieron haber llegado —miré la hora en mi celular y apenas pasaba de la media noche.
—No todos son puntuales cómo tú —negó y sacó su celular.
—Le voy a marcar a Víctor.
La grava debajo de las llantas crujía cuando pasábamos encima de esta. El polvo se levantaba provocando nubes que se dispersaban con el paso de los segundos.
—No responde —dijo Billy —. Voy a bajar —ni siquiera le dio tiempo a coger la manija de la puerta porque en ese momento una lluvia de balas impactó contra la camioneta. Rápidamente, miré por el espejo retrovisor y alcancé a ver la camioneta donde venían Alek y Pete antes que de la lluvia los golpeara a ellos —. Qué mierda.
Al estar blindadas contra las balas estas rebotaban y estrellaban los vidrios. No habían logrado atravesarla, pero no nos íbamos a quedar aquí.
—Sácanos de aquí —le dije al chofer. Asintió y quiso retroceder, pero parece que las llantas se atascaron con la grava —. ¡Sácanos de aquí! —le grité, cogí el volante para girar, pero las balas no cesaban de estrellarse contra la camioneta —. ¡Maldita sea! —golpeé el tablero.
Fue en ese momento que sentimos cómo nos empujaban hacia un lado. Al girar la cabeza y mirar hacia mi lado derecho me di cuenta de que alguien nos estaba empujando con una retroexcavadora. Me sostuve del asiento y del tablero.
—¡No te sueltes! —gritó Billy a mi espalda.
—¡No pensaba hacerlo! —nos movimos hacia un lado. La máquina nos empujaba más y más. No podíamos salir y si lo hacíamos quién sabe con qué nos íbamos a enfrentar después.
La máquina retrocedió, sin embargo, regresó para continuar empujándonos hasta que chocamos en contra de uno de los pilares de hierro. El chofer recibió todo el impacto, tanto que su cabeza chocó contra el vidrio y quedó inconsciente o muerto. Abrí los ojos de par en par al verlo así a mi lado.
—¡Tienes que salir! —los gritos de Billy me regresaron a ese lugar —. ¡Tienes que salir o nos van a matar! —reaccioné torpemente. Las manos no me respondían y se me dificultó quitarme el cinturón —. ¡Rápido! —sus gritos no hacían más que ponerme nerviosa.
—¡Cállate! —le grité. No podía pensar bien. Tuve que salir por la puerta del piloto y pasé arriba del chofer que efectivamente estaba muerto. Tenía los ojos abiertos y un gran golpe en la cabeza que de seguro fue lo que lo mató —. Perdón. Perdón. Perdón —salí por la ventanilla, ya que la puerta se encontraba atascada con el pilar —. Billy —rodeé el pilar y lo encontré del otro lado intentando salir por la puerta, pero no abría.
—¡Vete! —me exigió en un grito demandante.
—¡No te voy a dejar! —mientras él empujaba la puerta y le daba patadas yo la jalaba, pero esta no cedía.
—Hazte a un lado —con su arma golpeó el vidrio, pero al ser blindado no se rompió tan fácilmente —. ¡Camila! —escuché un grito desgarrador. Miré a Billy y seguí su aterrada mirada a mi lado izquierdo. Un sujeto se encontraba a unos tres o cuatro metros de distancia, apuntando su arma hacia mí. El primer disparo me rozó la pierna, me hizo caer al suelo y grité por el dolor que atravesó mi cuerpo —. ¡¡Corre!! —hice caso a los gritos de mi mellizo y me levanté del suelo para echarme a correr sin rumbo fijo. No había rastro de la otra camioneta y no se escuchaba nada más que el sonido del motor trabajando a marchas forzadas. El segundo impacto fue a dar a mi espalda. Grité y me detuve unos segundos para procesar el dolor. Continúe corriendo sin rumbo fijo.
Me detuve cuando escuché un disparo y pensé lo peor. Tal vez el sujeto le disparó a Billy o fue al revés. Me quise regresar, pero al escuchar pisadas que venían detrás de mí me eché a correr de nuevo. El dolor en la pierna me impedía correr rápido, me ardía y sentía que la sangre me recorría la pierna. Daba de tropezones y me quejaba por el fuerte dolor, pero en ningún momento me detuve. Corrí hasta meterme dentro de una bodega donde había más material y ese tipo de herramientas para una construcción así.
—¿Dónde estás? —aquella voz me provocó escalofríos. La piel se me enchinó y sentí miedo —. Sal de ahí, Caperucita —tragué saliva. Caminé sin hacer ruido y casi de puntitas. Todo se encontraba a oscuras. Los estantes se dividían en varias hileras que ocupaban todo el lugar. Lo escuché silbar y habló de nuevo —. No me hagas perder el tiempo. El lobo te va a encontrar y te va a comer —su acento era tan marcado que supe de inmediato que era ruso.
Toda mi vida viví con rusos y conocía perfectamente ese acento con tan solo escucharlo una vez.
Continúe avanzando, pero me detuve de golpe al ver una sombra moverse de un estante al otro. La sombra caminó hacia el lado derecho, del otro lado de donde me encontraba. Era alto y delgado. No alcanzaba a ver bien, pero llevaba ropa negra y unos visores con los lentes verdes, cómo esos que solo se ven en las películas.
—Caperucita —silbó —. No me hagas buscarte —habló más severo, más serio. Me quedé quieta en mi lugar casi sin respirar para hacer el menor ruido posible. Al no ver amenaza seguí avanzando. Saqué mi pistola para tenerle lista por cualquier cosa. Escuché un ruido a mi espalda y me detuve. Miré a todos lados, pero no logré ver nada. La pierna me dolía y me ardía cómo los mil demonios —. Nunca le des la espalda a tu enemigo —escuché muy cerca de mí. Giré rápidamente, pero no veía nada —. O el lobo te puede comer —grité en el momento que lo sentí a mi espalda. Me tomó desprevenida y me golpeó la cabeza contra el estante. La pistola resbaló de mis manos y rodó lejos de mí.
Caí al suelo con un fuerte dolor de cabeza. Me sentía mareada y aturdida. Me dio la vuelta para quedar arriba de mí y sus manos fueron a mi cuello. Reaccioné y lo golpeé en los testículos. Se quejó, pero no se apartó. Eso me confundió demasiado.
—Las niñas bonitas cómo tú no deberían andar solas por el bosque —me estaba quedando sin aire en los pulmones. Sus manos ejercían más presión. La cabeza me dolía más y la garganta me ardía. Con una mano intenté detenerlo mientras que con la otra buscaba algo en el suelo para golpearlo. No sé qué era, pero lo agarré con mi mano, lo alcé y lo estrellé en su cabeza. Los lentes con visor nocturno cayeron al suelo revelando una profunda mirada azul y un mechón de su cabello rubio. No alcancé a ver su cara porque llevaba una especie de máscara que cubría de la mitad de la nariz hacia abajo. Lo golpeé de nuevo en la cabeza y esta vez sí se apartó, lo que me permitió zafarme de sus manos. Tosí en busca de aire llenando mis pulmones. Me aparté de él arrastrándome por el suelo.
Me atrapó de los tobillos. Intentaba zafarme de sus manos dando de patadas. Una de ellas lo golpeó en la nariz y después en la boca.
—¡Muérete maldito bastardo! —sus manos se sujetaron a mis tobillos y me halaba hacia él. Me agarré de uno de los estantes, sin importarme que las cosas que tenía se cayeran al suelo —. ¿¡Por qué no te mueres!? —terminó de halar con toda esa fuerza animal que poseía y cuando creí que me tenía en sus garras escuché un disparo que convirtió el ruido en silencio. El sonido se fue disipando lentamente. La atmosfera olía a pólvora y su cuerpo cayó encima del mío. Levanté la mirada hacia mi salvador y ahí se encontraba Alek, con algunos golpes en el rostro y cansado, pero me había salvado de ese psicópata.
—Vámonos —se guardó el arma en la espalda y me tendió la mano para que la agarrara. Empujé al bastardo hacia un lado. Lo miré a la cara, pero solo podía verle los ojos y el cabello. Cogí la mano de Alek y me ayudó a ponerme de pie —. ¿Estás bien? —asentí. Aunque me dolía la pierna y la espalda.
—Sí —me cogió de la cintura y salimos de la bodega —. ¿Dónde está mi hermano?
—Él está bien —aseguró. No sabía si creerle o no.
—¿Dónde está? —insistí. Quería saber donde y cómo se encontraba.
—Tiene algunos golpes en el cuerpo, pero está con Pete. Ambos están bien —lo miré y asentí —. Tenemos que llevarlos al hospital. Billy tampoco se ve bien —me quejé cuando el dolor se hizo más fuerte en mi pierna.
—No te voy a decir que no —se rio.
Me sacó de ese lugar y nos encontramos con Billy, Pete y el otro chofer en un apartado callejón lejos de aquel lugar. Al llegar me di cuenta de que mi hermano tenía golpes en el rostro como si se hubiera peleado a golpes con alguien.
—¿Qué te pasó? —preguntamos al mismo tiempo.
—Salí a buscarte, pero me interceptaron dos sujetos que me golpearon —se levantó el chaleco y tenía un gran golpe a la altura de las costillas —. Creo que tengo una costilla rota —se quejó. Se encontraba apoyado de la pared.
—Ya vienen por nosotros —informó Alek. Mirábamos a todos lados, esperando que no regresaran a rematarnos.
—¿Cómo pasó esto? —pregunté y los miré. Ni uno de ellos sabía explicar lo que había sucedido minutos atrás.
—¿Estás bien? —Alek se acercó y me revisó el cuello y la garganta —. ¿Te duele mucho?
—Algo —respondí —. Es raro, ¿no? —Alek frunció el ceño —. A Vanya también la quisieron matar ahorcándola y dijo que fue un sujeto vestido de negro, con una máscara —los miré a los cuatro.
—¿Qué estás queriendo decir? —indagó Billy.
—Que este sujeto que me atacó también va vestido de negro, lleva una máscara y también me quiso ahorcar —la garganta me raspaba y ardía por dentro.
—¿Crees que sea el mismo? —encogí un hombro.
—Puede ser —me dejé caer al suelo. Ya no podía sostenerme por más tiempo.
—No hay que descartar nada, todo puede suceder —habló Alek.
—Entonces hay que tener mucho cuidado porque ya van dos veces que nos sabotean y nos quieren matar —comentó Pete.
—No sabemos si han sido más veces, pero de que alguien nos quiere ver muertos, nos quiere ver muertos —Alek me ayudó a levantarme en el momento que dos camionetas se estacionaron en la entrada del callejón. Me ayudó a caminar hacia una de ellas y subió a mi lado junto a Billy, mientras Pete iba con el chofer en la otra camioneta.
—¿Están bien? —preguntó Víctor.
—Necesitan ir al hospital —le dijo Alek —. Cami está perdiendo sangre y parece que Billy tiene una costilla rota —Víctor asintió y le hizo una señal al chofer. Esperó que la otra camioneta saliera del callejón y retrocedió para incorporarse a la calle.
—Tienes que mandar a tus hombres a ese lugar —le dije —. Alek le disparó a uno de ellos y se quedó en la bodega, tal vez siga ahí y podamos saber quién es —Víctor asintió, marcó algún número y mandó a sus hombres a revisar la construcción.
—El chofer falleció —le informó Billy —. Murió al instante —Víctor bajó la mirada y le asintió a Billy.
—Hay que avisarle a su familia.
Fue todo lo que dijo. La melancolía había hecho de las suyas y se apoderó de nosotros. Llegamos a un hospital privado en Queens y nos ingresaron de inmediato. Los que íbamos más lastimados éramos Billy y yo, Alek solo llevaba golpes al igual que Pete y el chofer, pero aun así los revisaron también. Nos ingresaron e hicieron todos los estudios necesarios para descartar fracturas o contusiones. Después de los estudios nos pasaron a limpiar las heridas y los golpes. A mí me ingresaron a una habitación y a mi hermano a mi lado en otra habitación. Vera y Lena llegaron unos minutos después aunque se les dijo que todo estaba bien y que nos teníamos que quedar uno o dos días.
Levanté la mirada al ver de reojo una sombra que se acercó a la puerta. Me encontré con que Sebastian se encontraba de pie bajo el umbral de la puerta.
—Me enteré de que tuviste un "accidente" —hizo unas comillas con los dedos.
—Ah, ¿sí? —me deslicé hacia arriba para acomodarme. Me dolían las nalgas de estar acostada —. ¿Y quién te dijo?
—Un pajarito —pidió permiso para entrar y no me quedó de otra más que dejarlo pasar. No podía hacer cómo que no me encontraba en la habitación —. Tengo que tomarte la declaración —jaló un banco y se sentó a mi lado. Me observó la pierna herida, los brazos, la garganta y el rostro. Debía verme terrible si me miraba de esa manera.
—Esto no fue un accidente y lo sabes. Es una guerra entre bandos rivales. Nadie se va a tragar el cuento de que fue un "accidente".
—Aun así tengo que tomarte la declaración a ti y a los que estuvieron involucrados. Ya había sucedido esto, ¿no? —me acomodé de nuevo.
—Sí, meses atrás con Vanya y la basura de Seth —alzó la mirada —. ¿Qué? ¿No es una basura?
—Me dijeron que parece ser el mismo sujeto quien las atacó a ambas —asentí.
—Eso parece —señaló mi garganta.
—¿Él te hizo eso?
—Sí —la mueca que formó con los labios me confirmó que aquello se veía muy mal. Menos mal podía hablar bien, aunque me ardía la garganta y me dolía la tráquea. Ya habían transcurrido unas horas desde el ataque y tal vez por eso me empezaba a doler más —. No me mires así, me ha ido peor —le dije.
Sebastian iba a decir algo, pero fue en ese momento que Castiel entró a la habitación llamando la atención de los dos. Se veía cansado, estaba sudando y respiraba con dificultad. Se apoyó de cada lado de la puerta e intercaló la mirada entre Sebastian y yo. El oficial no sabía qué estaba sucediendo ni entendía quién era el sujeto que parecía desesperado y aterrado.
—Castiel —le hablé. Su mirada se suavizó al verme y entró a la habitación sin pedir permiso.
—¿Cómo estás? Supe que te hirieron —me mojé los labios.
—¿Quién te lo dijo, un pajarito? —frunció el ceño.
—No, fue tu hermano.
Ese hijo de...
—Con que mi hermano —mascullé.
—Los dejo solos —Sebastian se levantó del banco —. Más tarde paso a verte —cogió mi mano dejando un suave apretón, un gesto que me sorprendió, pero más que nada a Castiel.
—¿Quién es ese? —preguntó Castiel. Siguió con la mirada a Sebastian hasta que desapareció de su campo de visión —. ¿Uhm? —me crucé de brazos.
—¿Estás celoso? —indagué.
—¿Celoso?, no —se sentó a mi lado en el banco —. Estaba preocupado por ti —cogió mi mano. Decía la verdad y para ese momento ya dudaba de todo y de todos. Tal vez me había equivocado con él y no sabía nada de Vanya. Tal vez él no estaba enterado de lo que Seth tenía pensado hacer.
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¡Hola! Espero les haya gustado el capítulo. No se imaginan lo que me gusta escribir este libro.
Todo muy raro, ¿no? Parece que esta "sombra" sabe muy bien lo que hace y de quien se quiere deshacer. Pero ¿por qué a Camila sí le habló y a Vanya no? ¿Teorías? 👀Quiero leerlas.
Nos leemos en la siguiente actualización.
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