Capítulo 34. 🔗
Vanya
Tenía que jugar bien mis cartas si quería salir con vida de este lugar y no podía estar discutiendo con Seth todo el tiempo. Necesitaba que bajara la guardia y me permitiera empezar a salir al jardín y buscar una posible salida de esta prisión. Aunque por lo poco que lo conocía me daba cuenta de que era muy previsor y nada se le escapaba de las manos. Estaba atento a cada detalle siempre.
Sabía que mi familia me estaba buscando y que en ese momento sospechaban que Seth estaba detrás de mi secuestro. Pero no podía esperar que ellos hicieran todo para sacarme de aquí, yo también tenía que buscar la manera de enfrentar a los hermanos Beckett, poner a Nate en contra de Seth y que lo traicione. Tenía que ganarme la confianza de ambos, enamorarlos y usar eso a mi favor para huir de esta mansión.
—Lo de anoche...—abrí la boca y él me hizo callar alzando la mano. Veía algo en su tablet.
—No fue nada —asentí.
—No fue nada —repetí.
—Solo un momento de debilidad —me reí.
Nos encontrábamos desayunando, ya que él se tenía que ir temprano a trabajar. Ahora sí lo estaba haciendo y estaba al pendiente de los negocios de su nefasto padre.
—Yo no tengo momentos de debilidad, krasavchik —cogí la taza con café y le di un sorbo bajo su mirada.
—Eso dices tú, pero tu cuerpo dice otra cosa cuando me acerco. ¿O es que acaso estás tan necesitada que me buscas para que te folle? —bebió de su taza y alzó una ceja al mismo tiempo —. El otro día te dejé con las ganas.
—Las ganas me las puedo quitar yo sola y no creas que ya lo olvidé —dejé la taza a un lado —. Me lo vas a pagar.
—¿Qué me vas a hacer? No te tengo miedo, ved'ma.
Ya lo verás, Seth. Ya lo verás.
No dije nada y terminamos de desayunar. Seth subió a cepillarse los dientes y cuando bajó traía consigo unas carpetas que trajo la noche anterior.
—Si te portas bien podría considerar la opción de que salgas al jardín —lo seguí hacia la puerta. Llevé las manos a la espalda. Seth se detuvo y giró sobre sus talones. Casi chocamos al dar la vuelta —. Solo si te portas bien y dejas tus sucias manos lejos de mi hermano.
—¿Es una amenaza?
—¿Quieres salir o no? —bufé y puse los ojos en blanco.
—Sabes que sí —alzó la mano y colocó dos dedos bajo mi barbilla.
—Debes portarte bien.
—Si no me vas a llevar al sótano y me vas a encerrar ahí sin comida ni un lugar decente donde dormir —entorné los ojos —. Ya sé.
—Qué bueno que lo entiendas, bonita —me dio un toquecito en la nariz con la punta de su dedo.
—No es justo, ¿sabes? —dejó las carpetas encima de la mesita al lado de la puerta donde acostumbraba poner las llaves de su auto.
—La vida no es justa, ¿lo sabías? —llevó sus manos a mi cintura y me acorraló contra la pared. El concreto acarició mi espalda y cogí sus hombros con mis dedos —. Eres una perdición —se mojó los labios y seguí el movimiento con mis ojos. Levanté la mirada hacia sus ojos verdes —. Eres letal y hermosa. Llevas el mal dentro. Eres el diablo en persona y debería cuidarme de ti.
—¿Y por qué no lo haces? —hablé sobre sus labios.
Me di cuenta de que por más que se resistía sí tenía poder sobre él y le provocaba algo más que odio y desprecio. Seth me deseaba, lo hacía de una manera enferma y retorcida, pero lo hacía. De no ser así no me agarraría cómo lo hacía. No me vería de esa manera. Y su respiración no estuviera tan agitada cómo esa mañana.
—No vas a poder conmigo, Vanya —se apartó unos centímetros. Todavía su presencia me afectaba —. No voy a caer en ese juego.
—¿Cuál juego? —sus dedos se hundieron en mi piel.
—Sabes bien cuál juego —una vez más se mojó los labios. Esta vez se apartó poniendo una distancia considerable entre nosotros.
Giró la cabeza y nos encontramos con Nate frente a las escaleras, observándonos.
—Ya te dije —me señaló —. Hola, Nate.
—Buenos días, Seth —se despidió y salió de la casa. Se aseguró que la puerta estuviera bien cerrada y subió a su auto.
—¿Pasa algo? —preguntó Nate. Se veía un poco confundido. Quien sabe que tanto escuchó o vio.
—No pasa nada —le dije —. Ven aquí —lo cogí de la mano y lo llevé conmigo hacia la sala —. Te necesito.
—¿Me necesitas? —lo empujé contra el sillón y cayó sentado. Me acomodé a horcajadas arriba de sus piernas y me sostuve de sus hombros.
—Te necesito y sabes de qué manera —tragó saliva.
Acerqué mis labios a los suyos y lo besé de una manera lenta y dulce. Me separé para quitarle la camisa y descubrí que debajo de esa ropa se encontraba un escultural cuerpo bien tonificado. Pasé mis dedos por cada uno de los cuadritos de su abdomen y los acaricié con las yemas.
—Tócame, príncipe —cogí su mano y la llevé a uno de mis senos —. Tócame cómo solo tú lo haces.
Lo besé una vez más mientras él estimulaba mis senos con sus dedos. Su otra mano bajó a mi trasero y lo amasó suavemente. Me movía sobre su miembro que no tardó en ponerse duro y firme.
—No tengas miedo. Ya lo hiciste una vez, puedes hacerlo dos veces —asintió y pasó saliva.
—No te quiero lastimar —murmuró temeroso sobre mis labios.
—Nunca podrías lastimarme, mi amor —su respiración se agitó y me miró por un par de segundos que se me hicieron interminables.
Me bajé los pantaloncillos y cogí su muñeca llevándola hacia mi sexo. Metió dos de sus dedos mientras yo me movía de arriba hacia abajo. Me sostenía de sus hombros para no caer hacia atrás.
—V —la voz le falló —. ¿Cuándo voy a hacerte mía?
—Pronto, principie. Muy pronto —musité.
Me dejé llevar por el deseo que me consumía. Besé su garganta y lamí su piel. Dejé una evidente marca para que Seth la viera. Nate jadeó y echó la cabeza hacia atrás. A él también le estaba gustando, también lo disfrutaba cómo yo. Pero a diferencia de mí todavía no le iba a dar lo que tanto quería y necesitaba. Lo haría sufrir un poco más hasta que me pidiera de rodillas ser la primera mujer en su vida.
En el momento que sentí un cosquilleo lo besé con tanta pasión que dijo mi nombre en medio de un gemido y lo disfruté tanto. Disfruté que hubiera dicho mi nombre, que solo estuviera pensando en mí. Jadeé sin contenerme y me corrí en sus dedos. Terminé mi beso mordiendo su labio inferior y lo chupé tirando con mis dientes.
—Me encantas —cogí su rostro con mis manos —. Eres tan inocente y dulce —apreté mis labios contra los suyos.
—Y tú eres tan perversa —salió de mí con cuidado y cogió mis caderas —. Eres una...
—Dilo —me mojé los labios —. Quiero que lo digas. No me voy a ofender.
—Eres una maldita —acerqué la punta de mi nariz a la suya.
—Lo soy y no te imaginas cuanto —Nate jadeó y dejó salir todo el aire de sus pulmones.
—¿Por qué me gustas tanto? —apoyó su frente contra mi mejilla —. No deberías gustarme de esta manera. ¿Qué me hiciste?
—Yo no he hecho nada, Nate.
—Ese es el problema —me apartó de él, empujándome hacia atrás —. Que no has hecho nada —lo miré y se mojó los labios —. Necesito hacerte mía y sentirme dentro de ti —una de sus manos subió a mi nuca y afianzó su agarre con los dedos. Me sujetó con posesividad —. Necesito saber lo que se siente tener a una mujer cómo tú en mi cama —apretó sus labios contra los míos en un beso diferente, más demandante —. Necesito estar dentro de ti. No me tortures por favor.
Su mirada bajó a mis labios y subió a mis ojos. Me mordí el labio y lo besé despacio.
—Yo también te necesito tener en mi cama —nos separamos. Nuestras respiraciones se sentían pesadas y agitadas.
—Mira cómo me tienes —nuestras miradas bajaron a su evidente y duro miembro. No sé por qué pensé tenerlo en mi boca cuando nunca le había hecho un oral a un hombre. Había recibido muchos, pero ningún hombre había tenido la fortuna de tenerme de rodillas frente a él —. ¿Por qué me haces sufrir? —indagó.
—No lo hago, solo quiero que tu primera vez sea especial —asintió —. No quiero que la olvides.
—Entiendo.
—Y con tu hermano aquí va a ser más complicado.
—Lo sé.
—Pero lo podemos arreglar —me bajé y me acomodé el pijama y las bragas —. Ven para que desayunes —cogí su mano y lo llevé conmigo. Nate agarró su camiseta y juntos entramos a la cocina.
—¿Tú ya desayunaste? —indagó mientras se lavaba las manos.
—Con tu hermano —me lavé las manos para después secarlas y prepararle el desayuno.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Dime —cogí una fresa y la mordí.
—¿Qué relación tienen tú y Seth?
—Ninguna. No hay ningún tipo de relación entre tu hermano y yo. Nunca la hubo.
—¿Y por qué Seth te mira de esa manera? —lo miré.
—¿A qué te refieres con eso? —preparé waffles.
—Seth te mira como si te deseara, pero al mismo tiempo como si te odiara.
—Tu hermano me odia —le aclaré —. Es lo único que él podría sentir por mí y yo por él —le serví los waffles para que él le pusiera crema de avellanas o chocolate líquido con frutas.
Me senté en sus piernas y se apartó unos centímetros de la isla de la mesa.
—¿Estás segura? ¿Tú no sientes nada por él? —fruncí el ceño.
—¿A qué vienen todas estas preguntas? —me enganché de su cuello para sostenerme —. ¿Te preocupa algo?
—Me preocupa meterme con la mujer de mi hermano.
—No soy la mujer de nadie, ni siquiera de tu hermano.
—Tengo muy claro que no le perteneces a nadie —asentí —. Pero podría ser diferente. Tal vez yo...—puse el dedo sobre sus labios.
—Tal vez tú podrías hacerme cambiar de opinión —miré sus labios —. Podría ser —dejé un beso en su mejilla —. Desayuna antes de que se enfríe.
Asintió y desayunó conmigo sentada en sus piernas.
No sé por qué con Nate me sentía diferente que con Seth. Obviamente que los dos lo eran y eso también cambiaba mi comportamiento con ellos. Pero había algo que me gustaba de los dos, la inocencia de Nate y la maldad de Seth. Los dos me complementaban de una manera que no podía explicar.
Cami
Aquella mañana el oficial Murphy llegó a la casa tal y como Víctor se lo había pedido. Tenía que hacerle saber lo poco que sabíamos y que descubrimos en esos días. Sebastian era el encargado de la investigación, así que cualquier pista era importante para la búsqueda y localización de Vanya.
—Así que Seth Beckett estuvo aquí y creen que él pudo haber secuestrado a Vanya —Vera asintió. Nos encontrábamos en la sala de la mansión.
—Eso pensamos nosotros, pero no podemos descartar que Valerik esté involucrado también —Sebastian se rascó la ceja y nos miró.
—Los dos tiene motivos para haberla secuestrado.
—Lo sabemos —respondió Vera.
—O pudieron ser los dos —dijo Alek.
—Tampoco podemos descartar una alianza. Mis contactos me dijeron que no saben mucho de ese tal Valerik. Apenas se le ve en la ciudad y no le gusta llamar la atención. Como si no existiera. Tal parece que fuera un fantasma.
—Pero no lo es —zanjó Víctor —. Yo lo conozco y conviví con él por muchos años. Ahora está lleno de odio y rencor. Lo creo capaz de hacer cualquier cosa con tal de vengarse de mí.
—Y Seth no se queda atrás —hablé por primera vez desde que Sebastian llegó a la casa. Me miró por unos segundos y anotó algo en su bloc de notas.
—Tenemos que rastrear los pasos de Seth desde que entró a esta casa y saber en donde ha estado y con quién ha hablado —se rascó la ceja —. ¿En este momento saben en donde está? —indagó.
—En su casa —habló Víctor —. Solo sale para trabajar, a veces va a un bar en el centro de Manhattan y regresa a su casa.
—Hasta ahora esa es su rutina. Pero es el jefe de los negocios de su padre, así que en cualquier momento podría cambiar —Sebastian, asintió.
—¿Y su hermano? —preguntó Murphy.
—¿Él qué tiene que ver con esto? —lo miró Víctor.
—¿Saben algo de su hermano menor?
—No creo que él tenga algo que ver. Esto lo planeó Seth solo —insistió Vera.
—De todos modos hay que vigilarlo.
—De eso nos encargamos nosotros —habló Víctor —. No confío en que la policía haga un buen trabajo —Murphy lo miró mal.
—Tenemos gente capacitada para eso —comentó Alek a mi lado —. Somos más sigilosos —le hizo un guiño al oficial.
—Ustedes los mafiosos —anotó algo —. ¿Tienen algo más que decirme? —nos miró a todos y cada uno —. Deben de pensar en la posibilidad de que Seth tenga a alguien dentro —Víctor negó de inmediato —. No podemos descartar nada.
—Eso no puede ser —se levantó —. Nuestra gente es de confianza. Llevan años trabajando para nosotros.
—"Con dinero baila el perro" —dijo Sebastian. Víctor alzó una ceja —. La fidelidad pasa a ser nada cuando te ofrecen una buena cantidad de dinero. No estés tan seguro de que todos tus hombres te son leales. Piénsalo —se levantó —. Si tienen más información me lo hacen saber.
Sebastian se levantó y detrás de él lo hice yo. Lo seguí hacia la puerta y antes de que subiera a su auto lo llamé.
—Oficial Murphy —giró y me miró —. ¿Por qué dijo eso? —me invitó a salir de la casa. Tras hacerlo cerró la puerta.
—Qué bonita casa tienen tus padres —fruncí el ceño —. Sé que Víctor y Vera te adoptaron a ti y tu hermano cuando se quedaron huérfanos. Eso habla bien de ellos.
—No fue eso lo que le pregunté —llevó las manos a la espalda.
—Lo sé —comentó —. Mira —se detuvo y se rascó la ceja —. Las personas cómo Seth siempre tienen un plan o dos o tres. No van por la vida sin pensar en el futuro. Te puedo decir que ese chico es mucho más peligroso de lo que tú y tu familia se pueden imaginar.
»A los trece años ya había matado a uno de los enemigos de su padre. Le disparó en la cabeza y continuó con su vida. A los quince años lo detuvieron por primera vez y que más te puedo decir que no te hayas imaginado —metió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de vestir.
—Seth no es una buena persona.
—Eso lo descubrí en el momento que supe que nos mintió.
—Lo mejor que deberías hacer es mantenerte alejada de él. Destruye todo lo que toca y pudre todo a su alrededor. Si tu amiga está con él ruega que no la haya matado —tragué saliva.
—¿Sabes a cuántas personas ha matado? —negó.
—Es imposible hacerlo cuando no hemos encontrado ni un hueso o algún resto de las personas desaparecidas. Lo que sí sabemos es que les corta la garganta y deja que se desangren.
No me sorprendí cuando Sebastian me dijo eso. Era bien sabido que Jared es un hijo de puta, entonces lo normal es que su hijo fuera igual o peor de despiadado.
—¿Qué sabes del hijo menor?
—¿Nate? —asentí.
—Buen chico, estudiaba y tenía buenas notas. No se mete en problemas. Nunca ha estado detenido, ni siquiera lo han multado.
—Eso dice mucho.
—Las apariencias engañan, Camila —alcé una ceja.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Tú eres el claro ejemplo —me señaló —. Te ves muy ruda con tus tatuajes y tus perforaciones. Usas una máscara para que los demás no vean quién eres en realidad.
—¿Quién se supone que soy en realidad? —indagué.
—Eres una joven que se siente sola desde el día que sus padres fallecieron a manos de esos criminales. Puedes estar rodeada de personas, pero te sientes abandonada. Eres dulce y te gustaría encontrar a alguien que te haga sentir cómo lo hacía Misha —la sangre me enervó cuando mencionó su nombre —. Tienes miedo de no poder amar a alguien cómo lo amaste a él. Por eso no te quitas el anillo de compromiso —señaló mi mano —. Aparentas algo que no eres —fruncí el ceño.
—No me analices. No puedes estar más equivocado. No soy nada de lo que dices —mascullé —. Y ni se te ocurra mencionar su nombre, no tienes derecho —mis dedos rozaron el frío filo de la navaja que llevaba conmigo, la saqué y se la mostré llevándola a su garganta.
Al ser más alto que yo, tuvo que levantar la barbilla, alzó las manos y sonrió.
—Tranquila —resoplé.
—No me digas que me tranquilice. Poco me va a importar enterrarla en tu garganta.
—Te creo —tragó saliva.
—Haz lo que tengas que hacer y busca a Vanya, encuéntrala y mata a ese bastardo malnacido —escupí.
—¿Estás segura de que quieres que lo mate?
—A él y a toda su gente —guardé la navaja y palmeé su hombro.
—No eres cobarde. Tienes los pantalones bien puestos y eres linda —me crucé de brazos de bufé.
—No coquetees conmigo. No va a funcionar.
—¿Por qué? —metió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón —. ¿Está prohibido?
—No, pero debería estarlo. No salgo con nadie y no me interesa tener una relación —se mojó los labios.
—¿Y quién dijo que quiero tener una relación contigo?
—Eres un cerdo —se rio. Pasé a su lado y antes de dar un paso más me cogió del brazo, deteniendo mi andar. Lo quise matar con la mirada.
—Eres bonita, Camila. ¿Te parece que te invite a cenar?
—No —respondí tajante.
—¿No?
—No.
—¿No me vas a dar una oportunidad?
—Eres un policía y yo una criminal.
—No serías la primera criminal con la que saldría —alcé una ceja —. Solo una cena —iba a responder, pero Alek apareció en la puerta.
—¿Todo bien? Cami —lo miré. Sebastian me soltó.
—Todo está bien, Alek —le dije. Me aparté —. Deberías irte —le sugerí.
—Voy a tomar tu consejo —hizo un asentimiento en dirección a Alek y giró por completo para caminar hacia su auto, subir y salir de la propiedad.
—Así que...—subía y bajaba las cejas. Pasé a su lado y caminó detrás de mí —. El oficial Murphy, eh.
—Cierra la boca. Me invitó a cenar y le dije que no.
—¿Por qué no? —se adelantó y caminó dos pasos frente a mí —. No es feo —subí para ir a mi habitación.
—No me interesa tener una relación con nadie —le aclaré por si no le había quedado claro.
—¿Y Cas? —venía a mi lado.
—¿Él qué?
—Exacto, ¿qué con él? ¿Te gusta o no te gusta? —solté una exhalación.
—¿Por qué me preguntas eso? ¿A ti qué te importa? —me siguió hasta a mi habitación. Entré y él entró detrás de mí —. ¿No tienes cosas que hacer cómo ir a supervisar el asqueroso bar que compraste solo por esa chica? —me quité el suéter y lo arrojé a la cama.
—Esa chica tiene nombre y es Elizabeth. No sabes por lo que ha tenido que pasar.
—Era la amante de Seth —le recordé por si ya se le había olvidado.
—Ya lo dejó. No tiene nada que ver con ese parásito.
—¿Y si regresa con él? ¿Qué te dice que un día no va a querer regresar a esa vida de lujos y comodidades que le daba? ¿Qué te dice que no te va a traicionar? —indagué.
—Ella no haría eso. Nunca lo haría. Confío en ella.
—Confías en las personas equivocadas —su rostro se contrajo.
—Y tú no confías en nadie —escupió —. Eres cruel, mezquina y desagradable. ¿Quién te hizo tanto daño para que seas así? —se acercó a mí para encararme.
—No hables de lo que no sabes.
—¡Por eso te pregunto! No eres la misma chica que conocí hace años.
—¡Esa chica murió el día que me quitaron al amor de mi vida! —aparté las lágrimas de mis mejillas con furia —. Tú no sabes lo que se siente que te quiten a una de las personas que más amas y con la que tenías tantos planes a futuro y que ese futuro sea incierto y doloroso.
—Mataron a mi padre, Camila, ¿no lo recuerdas? Yo también sé lo que se siente, pero no me convertí en la mierda que eres. No tienes corazón, no te importa nadie.
—No hables cuando te fuiste desde niño y no tuviste que hacer lo que sea con tal de sobrevivir. La vida para ti fue fácil. No tienes las manos manchadas de sangre y no cargas en tu espalda la muerte de personas inocentes —mascullé.
—¡Era un niño y tenía miedo! Había perdido a mi padre y mamá decidió que no quería esa vida para mí. No la puedes culpar por no querer que su único hijo no termine cómo su esposo —nos miramos por interminables segundos. Con la respiración agitada —. No te haré cambiar de opinión —negó —. Y tampoco me importa. Solo no te metas con Eli si no quieres ver lo que puedo hacer por las personas que amo —me amenazó con un dedo en alto.
—Púdrete —le dije antes de que saliera de mi habitación.
—Púdrete tu primero —respondió a mi insulto.
Lo odiaba tanto. Era un cobarde. Un maldito cobarde que no sabía en lo que se estaba metiendo. Cuando Seth supiera que su mujer estaba con uno de los rusos los iba a matar a los dos, pero a Alek eso le importaba una mierda y podía morirse si tanto quería estar con ella.
Si quería morir a manos de un Beckett entonces podía continuar con esta estupidez. Me importaba un pepino lo que pasara con él.
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No les puedo exigir que dejen un comentario por más que me gustaría que lo hicieran. Aquí nadie va a obligar a nadie a hacer algo que no quiere hacer. Pero si les soy sincera me desanima mucho ver que no les gusta este libro o los personajes o ambos. Van a decir que exagero y que si hago esto por amor a la escritura debo conformarme con no recibir comentarios o votos y tal vez tengan razón.
Este libro no es para todos cómo le he venido diciendo desde el inicio y si las cosas siguen así lo más probable es que no continúe con la segunda y tercera parte. No le veo el caso.
De todos modos gracias por leerme.
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