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Capítulo 33. 🔗

Vanya

—Por lo que veo ya no te vas a ir —le dije a Seth. Se encontraba en la sala tomando café, con la televisión prendida y mirando la tablet que sostenía en una mano —. Creo que ya todos en mi familia saben quién eres.

Recargué la espalda contra el marco de la puerta. De perfil era jodidamente sexy. Tenía la mandíbula marcada y esa nariz perfilada me provocaba cosas en el vientre. Nunca negué que fuera guapo, pero no debía permitirme sentir más por él, era mi enemigo y cómo tal debía tratarlo.

—¿Te vas a quedar ahí? —alzó una ceja a la vez que cogía la taza y le daba un sorbo a su café.

—Estaba viendo lo feo que eres —se rio y giró la cabeza.

—¿Crees que soy feo? —Me aparté de la puerta y caminé hacia él. Me senté a su lado en el sillón ocupando solo un pequeño espacio de este. Seth me miró y no precisamente mi rostro, más bien mis piernas y mis senos. No acostumbraba llevar sujetador, no tenía muchos senos, así que prefería no usarlos.

—Eres el hombre más feo que he visto en toda mi vida —apoyé la espalda contra el reposabrazos del sillón y subí las piernas a las suyas. Alzó una ceja.

—¿Y mi hermano? ¿Él también te parece feo? —posó su mano en mi rodilla.

—No es feo, me agrada —apretó mi rodilla con fuerza —. Me agrada más que tú. Es adorable y sentimental. Es virgen también —cogí un mechón de mi cabello y lo enredé en mi dedo.

—Ni se te ocurra poner tus ojos en él —advirtió con ese tono de voz seductor.

—¿Qué me vas a hacer si no obedezco? —ejerció más presión en mi rodilla.

—No te atrevas a meterte con él —dibujé una sonrisa divertida en mis labios —. Dime que no has hecho nada —se levantó y se metió entre mis piernas ciñéndose a mi cuerpo, llevando una mano a mi garganta.

—Yo no he hecho nada, todo lo ha hecho él —entornó los ojos —. Si vieras lo bien que usa los dedos.

—Maldita perra —espetó. Lo cogí del cuello de su impoluta camisa y atraje su rostro cerca del mío. Sus labios rozaban peligrosamente con mi boca.

—Sí, soy una maldita perra y esta perra te hará pagar si no me dejas ir —su respiración se volvió errática.

Lo descubrí mirando mis labios y subió a mis ojos, pero bajó la mirada a mis labios de nuevo.

—No te voy a dejar ir.

—¿Por qué?

—No te voy a dejar ir porque no quiero. No puedo hacerlo sabiendo que mataste a mi madre.

—Entonces entrégame a tu padre, ya que él mató a mi hermano. Es justo, ¿no crees? —negó —. ¿No?

—Te entrego a mi padre, ¿y después qué?

—Después podrás hacer conmigo lo que sea por lo que le hice a tu madre.

—No confío en ti.

—Ya somos dos —lo besé sin esperarlo. Metí mi lengua furiosa dentro de su boca. Tardó en corresponder a mi beso, pero al final cedió y permitió que lo besara. Se dejó besar y aunque le costaba mucho de su fuerza de voluntad también me besó de una manera posesiva, demandante.

Se apartó abruptamente y me reí de su comportamiento, como si estuviera haciendo algo mal. Como si esto fuera un pecado. Como si con esto su alma estuviera condenada al infierno.

—No voy a caer en tus garras. Eres una arpía —dejé caer la cabeza, exhalé y lo miré.

—¿Son tus mejores insultos? Ya sé que soy una arpía, una perra y lo peor que te pudo haber sucedido. Te recomiendo que investigues más de mí a ver si así tienes claro con quién te metiste —sugerí. Me levanté del sillón y no pudo evitar mirarme las piernas.

—¿Vas así siempre, sin sujetador y casi desnuda? —preguntó.

—He andado sin ropa también —salí de la sala.

—¿A dónde vas?

—Voy a darle los buenos días a tu hermano —le hice un guiño y me alejé.

Subí las escaleras y lo escuché venir detrás de mí. Aceleré el paso y corrí escaleras arriba, pero Seth me agarró de la muñeca y me metió a una de las habitaciones que quedaban del otro lado del pasillo.

—¿Te da miedo que me acerque a tu hermanito? —indagué. Estrelló mi espalda contra la pared sin tacto alguno. Emití un quejido y llevó su mano a mi garganta —. ¿Te gusta apretar la garganta? ¿Es un fetiche?

—No te acerques a él. No lo enredes con tus sucias mentiras —señaló —. Solo haces esto porque te tengo aquí encerrada y te aseguro que sí le haces algo esto no será lo peor que te haré —masculló. Una vena saltó de su frente y se puso rojo del coraje.

—¿Qué me vas a hacer? —alcé una ceja —. ¿Me vas a secuestrar? —pregunté en tono irónico.

—Te voy a encerrar en el sótano y te voy a amarrar con una cadena y no volverás a ver la luz del día —hice un puchero con los labios.

—¿Crees que eso me da miedo? —lo agarré de los brazos y lo atraje a mí —. ¿Crees que no he pasado por algo así o peor? —mi expresión cambió de un segundo a otro —. Todo lo que quieres hacerme ya me lo hicieron, cada castigo, cada tortura, cada insulto. Tengo la piel marcada de golpes, insultos y humillaciones —espeté. Su rostro se mantenía impasible —. No le tengo miedo a nada, Beckett, ni siquiera a ti —escupí y lo solté.

Seth dibujó una sonrisa entre malévola y divertida en los labios. Acercó su rostro y llegué a tenerlo a tan solo unos centímetros de mis labios.

—Sí le tienes miedo a algo, ved'ma —se mojó los labios con la punta de la lengua. Algo dentro de mí se encendió. La llama aumentó de tamaño y quemó todo a su paso.

—No le tengo miedo a nada —sentencié. Apoyé las manos en su duro pecho.

—Le tienes miedo a enamorarte, ved'ma —alzó una mano y cogió un mechón de mi cabello. Mi estúpido corazón empezó a latir errático, como si nunca en la vida hubiera tenido a un hombre tan cerca —. Tienes miedo de sentir de algo que no sea solo adrenalina y excitación. Tienes miedo de perderte en el amor y que este te destruya —apretó su pecho contra mis senos y gemí sobre sus labios.

Soltó mi garganta y sus manos descendieron a mis piernas y las metió debajo del pijama que llevaba puesto. Sus manos se abrieron para tocar mi piel y ascendió hacia mis costillas. Abrió mis piernas con su rodilla y la enterró en medio de mis muslos.

—Estás demente —le dije.

—Nunca había estado más cuerdo —sentí un cosquilleo en la piel en el momento que hundió su rostro en mi cuello e inhaló con fuerza. Me agarró fuerte y me levantó con sus manos. Mis pies dejaron de tocar el suelo.

—No me toques —lo aparté y me soltó. Dio un paso hacia atrás y sonrió con burla —. No me conoces y no sabes nada de mí —se pasó el dedo sobre el labio inferior y metió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

—No te conozco y tampoco quiero conocerte. No vas a durar mucho tiempo con vida, así que tampoco me interesa —se apartó y salió de la habitación.

—Imbécil —mascullé. Dejó la puerta abierta. Apreté los puños y lo maldije mil veces hasta que me cansé.

Decidí salir de la habitación y para mi sorpresa me encontré con Nate en el pasillo. Se acababa de despertar porque se frotaba los ojos y bostezó. Al verme se detuvo y me contempló de arriba abajo, solo que él lo hizo con más disimulo.

—Buenos días, príncipe —llevé las manos detrás de mi espalda y caminé hacia él dando de brinquitos. Planté un beso en su mejilla cuando me detuve frente a él —. ¿Cómo dormiste? —Nate me miró con extrañeza. Enganché mi brazo al suyo.

—B-bien —se rascó la nuca —. ¿Y tú?

—No me puedo quejar —me encogí de hombros —. Tu hermano sigue en la casa —musité —. Creo que ya no se va a ir —Nate no dijo nada. Bajamos las escaleras y caminamos hacia la cocina sin voltear a ver a la sala.

—¿Qué te parece que esta mañana yo prepare el desayuno? —me solté de su brazo y me senté en uno de los bancos de la isla.

—No me malacostumbres —le dije. Nate se lavó las manos y las secó con un paño que después extendió sobre la encimera —. Sabes que soy una consentida —le sonreí.

—Puedo consentirte todo lo que quieras —musitó —. No es problema para mí —abrió la nevera y me miró —. ¿Te gustan los pancakes?

—Me gustan —regresó a lo que estaba haciendo y sacó leche, un huevo, mantequilla y todo lo necesario para preparar los pancakes.

—De acuerdo —se puso un delantal y se veía tan adorable con su camiseta sin mangas y su chándal gris.

Nate no era malo cómo Seth. Aunque siendo hermanos eran tan distintos en el carácter, la manera de pensar y actuar. Nate era agradable con un buen corazón y no se parecía en nada a su detestable hermano mayor.

—Nate —lo llamó Seth —. Voy a pasar más tiempo en la casa —ambos miramos a Seth.

—¿Quieres que me vaya? —le preguntó en el momento que le daba vuelta al pancake.

Seth me miró y levantó una ceja, después miró a su hermano.

—Por ahora no —sacó su celular del bolsillo de su pantalón —. Necesito que la cuides porque no confío en ella.

—Me ofendes —le dije, pero me ignoró.

—Eres capaz de hacer lo que sea con tal de salirte con la tuya —parpadeé de manera inofensiva.

—¿Yo? —bufó.

—No te acerques a mi hermano. No pongas tus asquerosas manos en él —me llevé una mano al pecho, ofendida por sus palabras.

—Yo no quiero hacerle daño a tu hermanito. Él me agrada —entornó los ojos. Visiblemente molesto por lo que dije —. Me agrada mucho.

—Estás advertida, ved'ma —me señaló —. Y tú —se dirigió a Nate —. No caigas en su sucio juego. Es una arpía —giró sobre sus talones y salió de la cocina.

—¿Siempre es así? —le pregunté a Nate.

Escuchamos la puerta y después de eso el suave rugido del motor de su auto.

—Si te refieres a que siempre está de mal humor, sí. Es por su carácter —explicó.

—Está amargado.

Nate sirvió dos pancakes en mi plato. Cogió una taza y vertió agua caliente dentro para que me preparara mi café. A los pocos minutos se sentó a mi lado.

—Me gustaría salir —le dije —. Ya tengo bronceado de morgue —se rio —. No estoy jugando —le advertí —. Necesito salir. No es justo que me pase todo el día encerrada en esta casa y solo vea el jardín desde las ventanas. Si voy a estar aquí al menos déjenme salir a la piscina o el jardín.

—Voy a hablar con Seth cuando regrese —asentí —. No te prometo nada, ya lo conoces y no da su brazo a toser —corté un pedazo de pancake y me lo eché a la boca. Estaba suave y la crema de avellanas le daba un rico sabor.

—Con que lo intentes me conformo —sonrió y continuó desayunando —. Ahora que ya no se esconde ¿qué va a hacer?

—Me imagino que hacerse cargo de los negocios de la familia. Los dejó abandonados cuando empezó a trabajar para tu padre —sentí un nudo en la garganta cuando me recordó a mi padre —. Lo siento —musitó y agachó la cabeza —. No debí mencionarlo.

Dejé la cubertería a un lado cuando se me revolvió el estómago. No era malestar, más bien una sensación de vacío, de soledad y tristeza.

—Los extraño y mucho —me sinceré con Nate —. Quisiera verlos y abrazarlos. Quiero decirles cuanto los amo. Me hacen falta —me tragué el nudo en la garganta. Nadie me vería llorar —. Extraño a Diablo —Nate frunció el ceño.

—¿Quién es Diablo? —indagó.

—Mi serpiente rey mexicana. La tengo desde que era prácticamente un bebé y a él también lo extraño —Nate cogió mi mano y le dio un apretón con sus dedos.

—¿Te gustan las serpientes? —asentí. Nate movió la cabeza como si estuviera pensando algo.

Cogí la cubertería y sin que me soltara continuamos desayunando. No quería pensar en lo que sucedía allá afuera mientras yo me encontraba encerrada en esa casa. No quería hacerlo porque me iba a dar más nostalgia, más dolor y no me podía permitir eso. No quería que Nate me viera débil, que Seth se diera cuenta de que sí tenía una debilidad y esa era mi familia porque lo podía usar en mi contra y si les llegaba a pasar algo ahí sí me moría. No podía vivir sin ellos, no veía la vida sin mi familia.

Al terminar de desayunar fue él quien recogió los platos de la mesa y los dejó dentro del fregadero.

—Yo me encargo de esto —me miró por encima de su hombro —. Puedes ir a dar una vuelta —se rio y yo con él.

—Qué buena idea me has dado. Voy a salir a tomar el sol —le dije en broma.

—Ya lo necesitas —bromeó también.

—Tonto —me levanté —. Me voy a dar una ducha.

—Ve —salí de la cocina y subí las escaleras para entrar a mi habitación.

Me di una ducha tal y como le dije a Nate, abrí las puertas del closet para buscar que ropa me iba a poner porque aunque estuviera aquí encerrada no podía andar en pijama todo el día. Siempre fui una mujer que se vestía bien y con ropa cara.

Nate me había comprado ropa, zapatos y joyería que yo misma elegí, así que esta vez todo lo que había dentro del closet era de mi agrado.

Escuché golpes en la puerta cuando me estaba poniendo un vestido y obvio que era Nate, no había nadie más en la casa que él y yo.

—Adelante —le dije y entró. Se quedó bajo el umbral de la puerta al ver que estaba casi desnuda ante sus ojos —. Pasa, que no te dé pena —dio un paso y cerró la puerta revelando lo que traía detrás de la espalda. Un bonito ramo de rosas rojas. Aún eran botones, por lo que no habían abierto, pero se veían preciosas —. Son hermosas —me acerqué y solté el vestido, la tela reveló un poco mis senos.

—No son tan bonitas cómo tú —me las entregó y las olí. El olor era dulce y suave.

—¿Me ayudas? —le indiqué la cremallera del vestido.

—Claro —lo empujé hacia la cama y se sentó.

—Eres un caballero, Nate, nunca cambies —me senté en sus piernas. Acerqué las flores a mi nariz en el momento que él subía su mano cogiendo la cremallera, se detuvo cuando terminó de subirla y sus dedos rozaron mi piel.

—Listo —llevó sus manos a mi cintura.

—Tengo una idea —giré para verlo —. Quiero preparar una cena para los dos y obviamente yo hago la comida —frunció el ceño —. Tu primera vez tiene que ser la mejor noche, príncipe.

—No necesito de esas cosas, yo...—siseé y guardó silencio.

—No me contradigas por favor. Quiero que tu primera vez con una mujer sea inolvidable —asintió —. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Dime qué necesitas y lo compro —le sonreí y dejé un casto beso sobre sus labios.

—Te haré una lista.

—Me parece bien —sonrió con dulzura.

Seth

Salí de la casa para ir directamente al trabajo y por fin hacerme cargo de los negocios que Jared había dejado en mis manos. Tenía un objetivo y ese era hacer crecer a esta familia más de lo que él lo hizo en sus días de gloria. Jared jamás me volvería a decir que no servía para nada y que nuca hice nada bueno. Un día se iba a arrepentir por todos los insultos y los golpes.

Tenía las oficinas en el centro de Manhattan y ni siquiera parecía que fueran las oficinas de un criminal. En este mundo siempre había que pasar desapercibido. Me metí al estacionamiento y dejé el auto cerca de la entrada. Caminé hacia el ascensor y subí al último piso. En los pisos inferiores había un bar que me pertenecía y otros locales, algunos vacíos.

Al entrar me encontré con Lidia, mi secretaria.

—Seth —se levantó de su silla al verme entrar —. Qué bueno que estás aquí —pasé a su lado y entré a mi oficina.

—¿Ya llegó Charlie? —caminó detrás de mí.

—No.

—¿Mi padre ha venido? —me senté detrás del escritorio.

—Una vez desde lo que sucedió —tragó saliva.

—De acuerdo —revisé las carpetas que se encontraban sobre el escritorio —. Tráeme una taza con café, por favor —asintió y giró sobre sus talones para salir de la oficina —. Y en cuanto llegue Charlie dile que necesito verlo —asintió y salió cerrando la puerta.

Mi celular empezó a timbrar y sonar, así que lo saqué dentro del bolsillo de mi pantalón. Miré la pantalla y era Adriano, el italiano que me metió con los rusos.

—Adriano, ¿cómo te va en la vida?

Los rusos van a venir por mí por tu maldita culpa —se escuchaba enojado.

—¿Mi culpa?

Y van a matar a mi familia y después me van a matar a mí —estaba preocupado y desesperado.

—Tranquilízate viejo, no te pongas así. A tu edad ya no puedes hacer este tipo de corajes —me burlé.

¡Eres un idiota, Seth! Te dije que no era buena idea meterte con ellos, son peligrosos y sanguinarios —respiraba con dificultad.

—Y yo te dije que no te iba a pasar nada malo.

Ahora que saben quién eres van a venir por mí, imbécil. Si algo le pasa a mi familia te juro que te vas a arrepentir.

—En primer lugar, a mí no me amenaces, idiota —mascullé —. Y en segundo lugar no te va a pasar nada, diles que te amenacé con matar a tu familia si no me metías con ellos.

¡Pero es lo que hiciste, idiota! Me amenazaste con matar a mi familia si no lo hacía —espetó.

—¿Lo ves? Te escuchas muy convincente —bufó —. Así te van a creer.

Eres... Despreciable. No te importa nadie más que no seas tú. Eres egoísta y despiadado —estaba fumando porque soltó el humo y habló —. Estás advertido, Beckett. Si algo me pasa a mí o a mi familia te culpo a ti y te juro que los italianos no van a ser tan condescendientes contigo —colgó.

Resoplé y dejé el celular a un lado. Me pellizqué el tabique de la nariz y cerré los ojos con fuerza.

Alguien tocó a la puerta.

—Adelante —la puerta se abrió y Charlie apareció detrás de la puerta. Entró y cerró.

—Estás aquí —dijo al sentarse en la silla frente a mí —. ¿Ya te vas a hacer cargo de los negocios? ¿Ya dejaste de acosar a la rusa? —enlazó los dedos frente a él.

—Ya no importa —moví la mano —. Necesito que hagas algo por mí —apoyó los brazos en el reposabrazos de la silla.

—Eres mi jefe. Dime que tengo que hacer —recargué la espalda contra el respaldo de mi silla.

—Necesito que investigues todo lo relacionado con Vanya Zaitseva. Todo. Desde el momento que nació hasta el día que desapareció. Sé que se hacía cargo de la basura y necesito saber cómo lo hacía —Charlie asintió.

—Va a tardar unas semanas.

—Lo sé y no importa lo que tarde, necesito saber todo de ella.

—De acuerdo. Hay algo que tienes que saber.

—Dime.

—Hiro te está buscando —alcé una ceja.

—¿Quién es Hiro? —indagué.

—Es el hijo del jefe de los Yakuza...

—¿Los japoneses? —Charlie asintió.

—Su padre está muy enfermo y ahora él se hace cargo de los negocios aquí en Norteamérica. Más que nada en Chicago —me quedé pensando.

—¿Devan Hawke no se hace cargo de Chicago? —Charlie asintió.

—Sí y dijo que las cosas no van bien. Hawke no quiere tener ningún vínculo con Hiro.

—¿Por qué? —me atreví a preguntar.

—Digamos que se dedica a vender y comprar mujeres. No es trigo limpio, Seth.

—Es un pedófilo —Charlie asintió —. No voy a hacer esto, Charlie, es asqueroso —espeté.

—Jared quiere hablar con él. Le interesó su propuesta —fruncí el ceño.

Me encontraba indignado por lo que dijo, aunque no me sorprendía de Jared fuera igual o peor que ese tal Hiro.

—¿Jared habló con él? —me deslicé al frente.

—Hablaron por teléfono, pero Jared le dijo que hablen en persona. Le aclaró que ahora tú estás a cargo, pero quiere saber más.

—Yo no quiero hablar con él —zanjé.

—Eso vas a tener que hablarlo con tu padre porque él está muy interesado.

—No voy a poner puticlubs en esta ciudad. Hasta yo tengo principios —espeté. El nivel de descaro de Jared era impresionante —. ¿Qué demonios piensa Jared? O no piensa —Charlie encogió un hombro.

—Tienes que hablar con él —bufé —. Sé que es difícil hablar con él y hacerle entender las cosas, pero es tu padre y te va a escuchar —negué.

—Sabes cómo es y no va a entender por más que le explique. Eso nos puede traer muchos problemas —eché la cabeza hacia atrás y exhalé —. De por sí estamos en la mira de la policía y con esto nos vamos a hundir. Jared no se pone a pensar, es un inconsciente. No voy a dejar que me hunda con él.

—Debes ponerle un alto a tu padre —sugirió Charlie —. Si no quieres que te meta en problemas es mejor que lo hagas —asentí.

—Haz lo que te pedí y cuanto más pronto lo tengas mejor —se levantó de la silla y salió de la oficina sin decir nada.

Lidia entró unos minutos después con la taza con café en las manos.

—Si pedirte algo dependiera de mi vida ya estaría muerto —le dije. Se encogió en su lugar y esperó que le dijera que avanzara y solo así lo hizo.

Lidia era pequeña, en todos los aspectos, baja de estatura, manos pequeñas, un rostro angelical y unas enormes gafas que la hacían ver más diminuta. Era una buena secretaria, eficiente y leal. Llevaba pocos años trabajando para mí y aunque parecía inocente no lo era tanto. Le gustaba el peligro y la prueba de ello era esto: trabajaba como asistente de un mafioso con moral gris y sin escrúpulos.

—Lo siento —se acomodó los gafas con la punta del dedo índice —. Escuché que estabas hablando con alguien y después llegó Charlie —dejó la taza a mi lado derecho y se quedó ahí con las manos frente a ella.

—No importa si interrumpes, cuando te pida algo lo necesito en cinco minutos —parpadeó.

—De acuerdo —sonrió.

—Te puedes retirar —hizo un asentimiento y salió de la oficina.

Al final de la tarde solo revisé la mitad de los pendientes que tenía y eso que Lidia estuvo ahí para ayudarme si no no sé a qué horas hubiera terminado de revisar todo. Me llevé parte del trabajo a casa para aprovechar el tiempo que pasaba ahí.

No había rastro de los rusos, pero eso no quería decir que no anduvieran por ahí vigilando y haciendo preguntas. En algún momento me iba a tener que enfrentar a ellos y estaba preparado para eso, sin embargo, para lo que no estaba preparado era para tomar una decisión acerca de Vanya. Todavía no sabía que hacer con ella o si debía hacer algo.

Antes de bajar del auto y con la puerta abierta mi celular timbró. Lo cogí y miré la pantalla, era Cas y no quería hablar con él después de todo lo que sucedió. Pero tenía que afrontar las consecuencias de mis actos y hacerles frente. No me iba a pasar toda la vida evitando a mi mejor amigo.

—Cas.

Eres un imbécil, Seth. Te he estado llamando para que hablemos y no respondes a mis llamadas ni a mis mensajes. Necesito que me digas la verdad.

—¿La verdad de qué? —indagué curioso.

¿Es cierto lo que dijo Camila? ¿Tú tienes a Vanya?

—¿Le crees a ella?

No me vengas con esto ahora —bufó —. Te conozco y sé cuando intentas evadir una pregunta. Te advierto que si tienes a Vanya debes pagar por lo que has hecho.

—Me conoces, Cas...

Por eso, porque te conozco. Estás advertido, Seth, no voy a permitir que tus estúpidas decisiones arruinen mi vida —espetó —. Camila me importa.

—Tú no le gustas —fui sincero —. No le interesas. Ella sigue pensando en su fallecido novio.

—Idiota —colgó.

Guardé el celular y cogí las carpetas con la documentación que tenía que revisar en esos días. Bajé del auto y cerré la puerta. Cuando entré a la casa me llevé la sorpresa de que mi hermano y la arpía de Vanya estaban jugando en la Play. Ella reía y se veía divertida, algo que no veía muy a menudo en ella y Nate, bueno él estaba bien al complacerla en todo lo que ella quería.

—¿Se divierten? —tenían el volumen de la televisión alto, pero aun así me escucharon y pausaron el juego.

—¡Ven a jugar! —Vanya me pedía que fuera con ellos, pero me negué en hacerlo.

—No, gracias —les di la espalda y subí las escaleras. Entré a mi habitación y dejé los documentos en una pequeña mesita que tenía en una esquina. Me quité los zapatos y la camisa. Ni siquiera tenía hambre y eso que pasé todo el día en la oficina.

Me di una ducha para relajarme y me metí bajo los cobertores. Me quedé dormido y ni siquiera me di cuenta en el momento que Vanya y Nate subieron a sus habitaciones.

—Seth —escuché una dulce voz a mi lado —. Seth —abrí los ojos con pereza y alcancé a ver un halo de luz atravesar la habitación antes de que la puerta se cerrara.

—¿Vanya? —miré la hora en el reloj y pasaban de las tres de la mañana —. ¿Qué quieres?

—¿Puedo dormir contigo? —en ese momento era más sueño que hombre, así que no me importó.

—Tienes tu habitación —murmuré.

—Ya sé, pero no quiero dormir sola —exhalé. Me hice a un lado y levanté los cobertores para que se acostara a mi lado.

—No te voy a follar —le dije y rio. Se acostó a mi lado, demasiado cerca de mí.

—No quiero eso, imbécil —metí el brazo bajo su cuello y ella apoyó su mano a la altura de mi estómago —. Hasta mañana, krasavchik.

—Hasta mañana, ved'ma —dejé un beso en su frente.

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