Capítulo 30. 🔗
Seth
Entré al departamento y me encontré con la desagradable sorpresa de ver a mi padre sentado en mi sofá favorito, bebiendo de mi maldito whisky. Su bastón descansaba a un lado y dos de sus guardaespaldas esperaban de pie detrás de él.
—¿Qué haces aquí? —cerré la puerta. Dejé las llaves en la mesita al lado de la puerta.
—Vine a ver a mi hijo por qué él no se aparece por la casa —bebió del vaso.
—No tengo nada que hacer en tu casa —me quedé de pie frente a la puerta. Jared me hizo una seña para que me sentara frente a él.
—Siéntate —ordenó, demandante. Me negué a seguir sus estúpidas órdenes. Un movimiento de cabeza bastó para que sus hombres se acercaran a mí.
—No me toquen —lo miré mal —. ¿Qué quieres? —me acerqué y tuve que sentarme en el sofá frente a él.
—Hablé con Charlie —explicó.
—¿Ya te vas a hacer cargo del negocio? —indagué.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —no respondió a mi pregunta, más bien formuló otra para responder.
—¿A qué te refieres con eso? —recargué los brazos en el reposabrazos del sofá.
—Con tu vida, con el negocio, con tu venganza —uno de sus hombres se quedó detrás de mí, mientras que el otro se acercó a Jared para servirle más whisky —. ¿Qué estás haciendo, Seth? —me crucé de brazos.
—Es algo que no te importa —mascullé.
—No sé qué estás haciendo o qué piensas hacer, pero necesito que te pongas las pilas con esto. Estamos perdiendo mucho por tu maldita culpa.
—Yo no te pedí dejarme a cargo de tus estúpidos negocios.
—Mis estúpidos negocios te han dado de comer y la vida que tanto te gusta. ¿Ya se te olvidó que mientras tú te dabas la gran vida yo me mataba con los rusos para que tuvieras comida en la mesa? ¿Ya se te olvidaron todas las veces que llegué a casa casi muriendo para que tú y tu hermano no pasaran la misma mierda que yo?
—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté, incrédulo. No podía creer que ahora me estuviera echando en cara que él eligió ese camino porque fue el más fácil y el que dejaba más dinero —. Toda mi maldita vida me lo has recordado. Me has echado en cara lo que has hecho por Nate y por mí —enfurecí —. Yo no te mandé a continuar el negocio de tu padre y tampoco te dije que tuvieras hijos para desquitar tus traumas —escupí. Me levanté del sofá y lo encaré —. Toda mi vida me has culpado por tus decisiones y ya no voy a soportar eso. Lárgate y déjame en paz.
—¿Si no me voy qué vas a hacer? —preguntó, ceñudo.
—No me provoques —me deslicé cerca —. No te gustará saber en lo que me has convertido —no se inmutó.
Cuando era niño me provocaba miedo esa mirada, esa sonrisa siniestra que se dibujaba en sus labios y que me hacía estremecer, ahora me daba cuenta de que nada de lo que dijera provocaba ese sentimiento cómo cuando era niño. Ya no le temía, ya no quería salir corriendo y encerrarme en el closet para no escuchar sus regaños y sus insultos. Ya no provocaba nada en mí.
—Lárgate. Cuando regrese no quiero verte aquí —me aparté —. Y no es una advertencia —escupí molesto, cegado por la ira.
Le di la espalda, caminé hacia la puerta y cogí las llaves para salir de este lugar. Mi padre podía hacerme enojar cómo nadie lo hacía. Nadie podía superarlo en ese aspecto, ni siquiera Vanya y eso ya era decir mucho.
Salí del departamento y cerré la puerta detrás de mí con un portazo. Me pasé los dedos entre el cabello y bufé. No sabía a donde ir, a quién acudir y siempre terminaba yendo con la única persona que sabía estaría ahí para mí y me iba a dar algunas palabras de consuelo. No la merecía, era demasiado buena para mí y aun así terminaba acudiendo a ella en mis peores momentos, porque siempre estuvo ahí y yo fui una basura con ella. Eli se merecía a alguien que la amara completamente por quién era y por lo que tenía para ofrecer.
—Eli —la llamé empujando la puerta. Encendí la luz de la sala y la busqué con la mirada —. Eli —la llamé de nuevo, sin embargo, no recibí respuesta de su parte.
Cerré la puerta y metí las llaves dentro del bolsillo de mi chaqueta. Caminé hacia la habitación. Cuando busqué en la habitación me di cuenta de que su ropa no estaba, se había llevado algunos de sus zapatos, dejando ropa y objetos personales.
—Eli, ¿dónde estás? Maldita sea —saqué el celular y marqué su número. Me mandó al buzón de voz —. ¿Dónde estás? Estoy en tu departamento y vi que te llevaste algunas cosas. ¿Fuiste con tu madre? Eli, márcame, por favor —colgué y salí de ahí.
Esperaba que hubiera ido con su madre y que no se fuera del departamento porque eso solo significaba una cosa. Eli ya no me necesitaba y cuando dijo que esto se había terminado estaba hablando en serio, no cómo las otras veces que discutimos y regresábamos a los pocos minutos u horas.
Saqué el celular y llamé a su madre. Bajaba por el ascensor para ir a otro lugar donde no estuviera mi estúpido padre.
—Martha —respondió la mujer.
—Hola, Seth. ¿A qué se debe tu llamada?
—Quisiera saber si has sabido algo de Eli.
—No, no he hablado con ella —bufé —. ¿Pasa algo? —indagó, curiosa.
—Espero que no. ¿Ni siquiera te ha mandado mensaje?
—No, pero me hizo una transferencia de mucho dinero. ¿Sabes por qué lo hizo? —me rasqué la ceja y resoplé.
—No sé por qué lo hizo —las puertas del ascensor se abrieron y bajé —. No he hablado con ella. Si te llama me avisas.
—Está bien, Seth. Lo que digas —colgué y salí del edificio. Subí a mi auto y conduje al club donde Eli trabajó algunos meses después de que su hermano falleció. La conocía perfectamente y estaba seguro de que regresaría a ese lugar de mala muerte para no tener nada que ver conmigo.
Nate
No le hice el amor aquella noche, pero lo que sentí cuando la toqué se podía comparar a ese momento y no me podía imaginar lo que iba a sentir en el momento que la tuviera entre mis brazos y me entregara a ella.
La sentí suave, tibia y húmeda en mis dedos. Su éxtasis me mojó los dedos y me incitó a probarla con mi boca. Sabía donde tenía que tocar y me dejé guiar cómo un súbdito ante sus plegarias. Esa mujer era la perdición de cualquier hombre y no me importaba quemarme en ese dulce infierno.
—¿Nate? —me llamó. Abrí los ojos de golpe y me incorporé con los codos. Se encontraba bajo el umbral de la puerta. Vestía una falda negra corta y una blusa blanca que me permitía observar sus pezones. Nada le daba vergüenza y eso me gustaba. Era tan atrevida y arriesgada.
—Estaba soñando —le dije, con voz adormilada.
—¿Estabas soñando conmigo? —llevó las manos frente a ella y se acercó con pasos lentos. Bajé de la cama, sentándome en la orilla del colchón.
—No —mentí. Me froté los ojos y la miré.
—Creo que mientes —entornó los ojos.
—¿Por qué lo dices? —indagué. Su mirada se dirigió a mi entrepierna y me di cuenta de que me estaba delatando frente a ella. Me cubrí la erección con ambas manos y sentí el rostro rojo y caliente. Caminó hacia mí y se sentó a mi lado.
—No debes sentir pena por soñar cosas sucias conmigo —me dio un empujón con el hombro —. Dime que soñaste —negué con la cabeza, avergonzado —. Anda, dime —negué de nuevo.
—No, no puedo.
—Nate —cogió una de mis manos y la puso sobre su pierna —. No podemos hacer las cosas bien si no confías en mí —la miré de reojo. Empujó mi mano bajo su falda y alcancé a tocar la tela de sus bragas —. Si quieres esto, tienes que decirme todo —me atreví a mirarla directamente a la cara. Aún sentía pena, pero su mirada me brindaba confianza —. ¿Lo harás? —asentí —. Dime —mantenía mi mano dentro de su falda.
—Soñaba que te hacía el amor —sonrió con dulzura.
—¿Qué más?
—Te gustaba —tragué grueso.
—¿Me gustaba mucho?
—Me pedías que no parara —soltó mi mano y la saqué lentamente para llevarla a su mejilla —. Me decías que te gustaba que te hiciera el amor —deslicé mis dedos sobre su mejilla, mi mano abarcó parte de su cuello y debajo de su oreja.
De un momento para el otro la tenía a horcajadas arriba de mí. Su falda se subió unos centímetros revelando sus largas piernas para mí. Llevé las manos a sus piernas desnudas.
—Antes de hacerme el amor tienes que aprender muchas cosas —asentí —. ¿Lo harás? —sus brazos rodearon mi cuello —. Te ves muy convencido.
—Lo estoy —empezó a moverse lentamente sobre mi pene. De adelante hacia atrás.
—¿Te gusta? —gemí cuando se apretó mucho más duro.
—Joder —no se detuvo, solo se movía más y más —. V —cerré los ojos.
—Dime.
—Podría eyacular en cualquier momento —se detuvo poco a poco.
—No queremos eso, Nate —dejó un casto beso sobre mis labios —. Cuando lo hagas quiero que sea dentro de mí —cogió mi barbilla con sus dedos de manera posesiva, obligándome a mirarla a la cara —. Quiero ser la primera mujer en tu vida —asentí hechizado ante sus palabras. Me encontraba cómo embrujado —. Vamos —se bajó y me cogió de la mano.
—¿Qué hago con esto? —me refería a la erección que se apretaba con fuerza a la tela de mi pijama.
—Va a bajar solo —la seguí fuera de la habitación.
Bajamos las escaleras y nos dirigimos a la cocina. Soltó mi mano y se encaminó hacia la nevera. La abrió y empezó a buscar dentro.
—¿Puedo saber qué te dijo Seth?
—Nada importante —respondió —. Ya sabe a lo que me dedicaba antes de traerme aquí —cerró la nevera. Dejó los ingredientes para preparar el desayuno sobre la mesa de la isla.
—¿Y a qué te dedicabas? Si puedo saber, claro —apoyó una mano en el filo de la mesa.
—Mataba personas —no me sorprendió, tampoco que lo dijera con esa tranquilidad.
—¿Lo hacías por gusto o porque te pagaban?
—Lo hacía por gusto. Disfrutaba matar a esos bastardos —lavó las verduras dentro de la tarja. Me levanté para lavarme las manos y ayudarle con el desayuno —. No merecían vivir. Eran la peor basura que puede existir en este mundo —dijo lo último con coraje.
—¿Seth sabe de esto? —giró y me miró como si mi pregunta le hubiera ofendido demasiado.
—¿Por qué tendría que decirle a tu estúpido hermano algo de mí?
—Le gustas —sacó la tabla para picar los champiñones y los pimientos —. Le gustas mucho.
—Si le gustara no me hubiera hecho esto. No estaría aquí encerrada.
—Le gustas a su manera retorcida y enferma.
—Gracias, qué halago —me entregó los huevos para que los batiera dentro de un bowl —. Eso me hace sentir mejor.
—Tal vez no lo sabes, pero Seth padece de una enfermedad mental.
—Eso ya lo sabía, es un psicópata —espetó. Terminó de picar la verdura, puso un sartén encima de la estufa y la encendió. Solo vertió un chorrito de aceite dentro del sartén.
—No, no es un psicópata —batía los huevos con un batidor de globo —. Padece una enfermedad que se llama trastorno explosivo intermitente —Vanya alzó una ceja —. Sí existe. Puedes buscarlo en internet —me arrepentí por decir esa estupidez.
—Ah claro, deja saco mi celular invisible y lo busco —dijo con sarcasmo.
—Yo lo puedo buscar y te vas a dar cuenta de que es verdad. Esta enfermedad hace que actúe de una manera diferente...—me interrumpió sin permitir que le pudiera explicar.
—No lo justifiques.
—No lo justifico.
—¡Lo estás haciendo! Nada justifica lo que me hizo. Mejor me hubiera matado y así nos ahorramos toda esta porquería —masculló. Continuó salteando las verduras.
—Si te hubiera matado no estarías aquí y no te hubiera conocido —apenas sonrió —. Tal vez no lo entiendas, pero Seth también está viviendo un infierno —con un dedo señalé mi sien —. Aquí en la cabeza —entornó los ojos. Se acercó y me arrebató el bowl de las manos para verter los huevos dentro del sartén.
No dijo nada en unos segundos y temí que estuviera molesta conmigo por hablar de Seth.
—Lo siento —me senté de nuevo en uno de los bancos de la isla —. No debí hablar de él, lo odias y tienes razón para hacerlo.
—Tu hermano me enferma y si por mí fuera lo mataría con mis manos. Pero no lo haré —se acercó y me sirvió omelette dentro del plato.
—Gracias —sonrió. Se sirvió y dejó el sartén encima de la estufa para después sentarse a mi lado.
—No te perdono, solo te pido que no lo justifiques —asentí.
Procedimos a desayunar sin decir nada, ni siquiera me atrevía a mirarla a los ojos, ya que me sentía juzgado por su mirada y si decía algo lo podía arruinar todo.
—No estoy molesta contigo —habló después de terminar de desayunar. El omelette estaba muy rico y además preparó café —. Pero lo que tu hermano está haciendo no está bien —se acercó a mí bajándose del banco —. ¿Lo entiendes? Todos hemos cometido errores —llevó una mano a mi barbilla, tuve que levantar la mirada del suelo hacia su rostro —. Lo mejor hubiera sido que me matara porque ni tú ni yo sabemos qué va a hacer conmigo.
—No voy a dejar que te haga daño —sostuve su cintura con mi mano y la otra la llevé a su pierna, metiéndola debajo de su falda.
—No puedes hacer nada en contra de tu hermano, lo amas demasiado cómo para atentar en su contra —tragué saliva —. Nunca te pondrías de mi lado para hacerle daño.
—Yo...—puso un dedo sobre mis labios, haciéndome callar.
—No digas nada, yo sé que no lo harás. Al menos no por ahora —fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres con eso? —pregunté aún con su dedo sobre mis labios.
—Yo te puedo guiar a mi mundo lleno de oscuridad. Te puedo convertir en el rey de esta ciudad y podemos gobernar juntos —tragué saliva —. Y cuando termine contigo no quedará nada de este Nate, serás otro, uno totalmente diferente —apartó su dedo y me quedé sin palabras —. Te voy a corromper hasta el alma, Nate. ¿Quieres eso? —tenía su mirada fija en mis ojos y no dudé en asentir con la cabeza como si estuviera hipnotizado. No sé por qué le dije que sí cuando quería decirle que no, pero no lo controlaba, ella lo hacía.
—Hazlo, por favor —le supliqué.
Se deslizó cerca y me besó. Primero lo hizo lentamente, como si se estuviera tomando su tiempo para disfrutar de mi boca. Cómo sí quisiera marcar algo que le pertenecía. Me estaba destruyendo y yo ni siquiera me estaba dando cuenta.
Toqué su trasero con mis dedos y al ver no que no se apartó amasé su carne suavemente. Su beso se intensificó, llevando su mano a mi garganta, hundiendo sus dedos en mi piel. Involuntariamente, gemí sobre sus labios lo que provocó una sonrisa en los suyos. Se detuvo poco a poco y tiró de mis labios con sus filosos dientes, me mordió y después lo chupó.
—Necesito que me compres algo —abrí los ojos. No apartó su mano de mi garganta.
—Dime qué necesitas y te compro lo que sea.
—Necesito ropa y zapatos —parpadeé.
—Seth te compró...—negó.
—Esa ropa no me gusta, yo quiero otra. ¿Me vas a comprar lo que yo quiera?
—Todo lo que tú pidas, solo dime que necesitas —me sonrió.
—Niño lindo —apretó sus labios contra los míos —. Así me gustas más, obediente y sumiso.
—Tú tienes la culpa —musité.
—Lo sé y me gusta provocar esto en ti. Me deseas y mucho —mantenía mis ojos fijos en los suyos.
—Eres hermosa, toda una reina.
Sonrió satisfecha por mis halagos.
Cami
Me encontraba en la habitación de Vanya. Aún no superaba que ella no estaba y que no sabía cuando la vería de nuevo. La extrañaba demasiado, me hacía tanta falta y había noches que entraba a su habitación solo para llorar. Tenía que desahogarme y sacar este dolor que me estaba matando por dentro. Vanya había sido mi amiga toda la vida y ahora que no estaba yo moría cada día un poco más.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Billy cuando entró a la habitación. Él también venía algunas noches sin que nadie se diera cuenta para que no sospecharan que entre ellos había una relación. Tal vez ni Víctor ni Vera lo sabían, pero los demás sí y nadie diría nada de esa relación secreta.
—Lo mismo que tú —le dije. Entró a la habitación y se sentó a mi lado en el colchón. Ambos miramos a Diablo que empezaba a mudar su piel. Si Vanya estuviera aquí no se despegaría de su lado hasta ver que haya mudado por completo.
—La extraño.
—Yo también —le dije. Apoyé la cabeza en su hombro y exhalé.
—Es una perra —espeté —. Dependo emocionalmente de ella y ya no está —me contuve para no llorar frente a mi hermano.
—Ella no tiene la culpa —habló a mi lado.
—Ya lo sé, por eso la odio —me aparté y me crucé de brazos. Billy me miró y tomó mis hombros con sus manos.
—No la odias, es tu mejor amiga y siempre la vas a querer —no pude evitar llorar cómo Magdalena.
—¡Ya sé! —me eché a llorar —. Por eso la odio, porque no la puedo odiar. Y me odio por eso.
—Cami —rodeó mis hombros con su brazo para reconfortarme.
—La extraño demasiado y no sé...—sollocé —. No sé cuando la veamos de nuevo.
—Te aseguro que donde quiera que ella esté en este momento está planeando algo para salir de ese lugar. Ella no se deja vencer por nada ni por nadie —asentí.
—Lo sé, pero no sabemos quién la tiene y cómo la estén tratando —soltó mis hombros y se levantó para coger un pañuelo y entregármelo.
Me sacudí la nariz y me limpié debajo de los ojos. No acostumbraba llorar, pero cuando lo hacía me desconocía. Billy solo me miraba mientras me desahogaba con él.
—Estoy seguro de que la vamos a ver, no sé si sea pronto o no, pero la veremos de nuevo —lo miré mientras me limpiaba la nariz.
—¿Eso crees? —asintió.
—Lo sé —me sonrió.
—Gracias —murmuré aún con el dolor palpando en mi garganta —. Gracias por escucharme.
—Eres mi hermana, Cami y te quiero más que a nadie en este mundo —su celular empezó a timbrar y sonar dentro del bolsillo de su chaqueta. Lo sacó y miró la pantalla —. Tengo que irme —avisó. Se levantó.
—¿Sucede algo?
—No es nada malo, solo tengo cosas qué hacer —asentí. Nos despedimos y cerró la puerta detrás de sí.
Me quedé un rato más en la habitación de Vanya. Solo así sentía que no se había ido y que una parte de ella seguía conmigo. Solo así la tenía cerca cuando en realidad no lo estaba.
—Eres una maldita —le dije a la nada —. Te extraño demasiado, rubia —arrojé el pañuelo dentro del cesto de la basura y me levanté. Entré a su closet que era del tamaño de su habitación. Tenía mucha ropa y toda de marca, al igual que zapatos, bolsos, abrigos y joyería.
Vanya era una amante de la moda y tenía todo tipo de ropa, pero el color que más predominaba en su closet era el negro. Era fan de ese color y ella decía que combinaba con ella, que le quedaba perfecto y no se equivocaba.
Mi celular empezó a sonar y lo saqué mirando la pantalla. Era un número desconocido, así que dudé unos segundos en responder, pero al final lo hice.
—¿Hola?
—Cami —no reconocí la voz a la primera —. Soy Castiel —tomé asiento en un taburete acolchado que había dentro del closet.
—Ah, Castiel —dije —. ¿Cómo conseguiste mi número? No recuerdo habértelo dado.
—Tengo mis trucos y cuando algo me interesa no descanso hasta obtenerlo —no sabía cómo tomarme esas palabras así que lo ignoré.
—Eso se escucha a que eres un acosador —comenté. Castiel sonrió muy dulce.
—Te aseguro que no lo soy, no pienses eso de mí. Por favor. Solo quería saber si nos podemos ver —me rasqué la ceja.
No estaba muy segura de si estaba bien salir con él o no.
—No sé —exhaló —. No estoy lista para tener una relación. Todo terminó muy mal con Misha y...—Castiel me interrumpió.
—Entiendo —musitó —. ¿Podemos ser amigos? —fruncí el ceño.
—¿Quieres ser mi amigo? ¿Por qué?
—No sé, me pareces alguien interesante y me gustaría que me conozcas —observé la caja fuerte de Vanya en el momento que una lucecita roja empezó a parpadear.
—¿Y quién dice que te quiero conocer? —me escuché neutral.
—Te aseguro que te va a gustar conocerme, soy interesante —reí por lo que dijo —. ¿Lo ves? Te estás riendo —no pude evitar sonreír, pero esta vez lo hice bajito para que no me escuchara y que tuviera más motivos para insistir —. Entiendo lo que estás pasando, pero no me puedes negar una cita para ir a tomar algo. ¿Te parece?
Lo tuve que pensar mucho y no tomar una decisión apresurada para después no arrepentirme. No quería dejarme llevar por la emoción del momento y todas estas cosas que Castiel me hacía sentir cuando estaba a su lado. No era nada pasional o sentimental, pero me hacía sentir bien, él no me juzgaba.
—De acuerdo —le dije —. Pero no será una cita romántica —le aclaré —. ¿Está bien?
—Está bien, no será nada romántico, solo de amigos.
—Está bien —terminé por decir.
—Entonces, ¿te mando mensaje?
—Me parece perfecto.
—Entonces, hasta luego, Cami —se despidió.
—Nos vemos, Cas —colgamos y dejé el celular a un lado —. ¿Qué me diría Vanya si estuviera aquí? —la lucecita de la caja fuerte no dejaba de parpadear.
Ella siempre tenía la solución para todo y me daba buenos consejos que a veces ni ella misma seguía, pero era la mejor amiga que una chica cómo yo pudiera tener. Ella tenía muchas cualidades que me gustaban. Nos conocíamos desde niñas y nos criamos cómo hermanas, así que me hacía tanta falta.
Me levanté del taburete y me acerqué a la caja fuerte. Me agaché y puse el código para abrirla. En otra ocasión no lo haría, pero esa lucecita molesta me llamó la atención. Tal vez mi amiga no cerró bien la caja y por eso parpadeaba.
—¿Qué escondes aquí? —levanté algunas carpetas y fajos de billetes tanto, dólares como euros, libras esterlinas y rublos. Un sobre amarillo resbaló y cayó al suelo. En una de las caras decía Seth Thomas, con letra negra y cursiva.
Me di cuenta de que Vanya mandó a investigar a Seth, pero el sobre estaba sellado, no lo había abierto. Regresé al taburete y marqué el número de Pete. Este no tardó en responder.
—Cami, dime.
—¿Vanya te pidió que mandaras a investigar a Seth? —le pregunté.
—Sí, lo hizo semanas antes de que la secuestraran.
—¿Y sabes si leyó la información que le diste? ¿Tú sabes lo que hay aquí dentro?
—No lo leyó, se lo entregué la noche que desapareció y cuando se lo di lo guardó en la caja fuerte. Y no sé lo que viene ahí dentro. No quise leerlo.
—Gracias, Pete.
—De nada, Cami —colgamos y dejé el celular a mi lado encima del taburete.
Abrí el sobre y saqué las hojas donde venía toda la información de Seth.
Seth Andrey Beckett.
Casi se me sale el corazón del pecho en el momento que leí su nombre completo y su verdadero apellido.
—Ese hijo de...—me mordí la lengua para no ofender a la pobre mujer que parió a ese engendro.
Seth nació en la ciudad de Nueva York en el año de 1993. Sus padres Jared Beckett y su madre Margot Thomas, hija de un famoso mafioso en los años ochenta. Tenía un hermano de nombre Nathaniel Tobias, cinco años menor que él.
—Y todo este tiempo estuvo fingiendo.
Revisé cada uno de los documentos que venían dentro de ese sobre. Leí toda la información y me sentí decepcionada, rota y traicionada.
¿Recuerdas la película de Means Girls? ¿Recuerdas ese momento en el que Regina descubre que Cady le estuvo mintiendo acerca de las barras y estas, en lugar de ayudarle a adelgazar la estaban haciendo engordar? Así me sentí yo cuando descubrí la verdad de Seth, me sentí traicionada y estaba tan molesta.
Tenía que confrontarlo y exigirle que me dijera la verdad o sacársela a golpes a cómo diera lugar. Ese maldito bastardo tenía a mi amiga y estaba haciendo esto por qué ella mató a su madre. Ahora se estaba vengando por eso, estaba desquitándose con ella.
Las mentiras y los secretos habían salido a la luz y en el momento que Víctor supiera la verdad quemaría la ciudad con tal de encontrar a su hija.
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¡Hola!
¿Qué tal su día?
Espero que les haya gustado el capítulo.
Por fin alguien sabe la verdad de Seth y todo se va a descontrolar. Se viene el drama y con todo.
Tal vez no lo saben, pero este libro es muy especial para mí y ahora estoy escribiendo lo que tanto quise, está quedando cómo yo quería.
¿Ya vieron la nueva portada? ¡Está hermosa y la amo! Aquí se las dejo para que la aprecien ❤
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