Capítulo 23. 🔗
Vanya
Desperté perezosamente, como si hubiera dormido veinticuatro horas seguidas sin interrupción. Abrí los ojos lentamente acostumbrándome a la mortífera luz de la mañana que se colaba entre las cortinas. Pasé la palma de mi mano sobre la suave tela del edredón que cubría el colchón. Me asusté al darme cuenta de que no me encontraba en mi habitación. Me incorporé despacio hasta quedar sentada en la orilla del colchón. Observé la habitación de hito en hito y me llevé la mano a la cabeza.
—¿Qué hice anoche? —intenté rememorar lo que había sucedido la noche anterior, pero me di cuenta de que no recordaba nada de lo que pasó anoche. Ni siquiera sabía si llegué con Seth, si cenamos cómo habíamos acordado. No sé si bebí de más, sin embargo, estaba consciente de que nunca bebía de más porque era algo que no estaba en mi código. Nunca llegué a beber tanto hasta perderme de esta manera —. ¿Hola? —intenté ponerme de pie, pero las piernas me fallaron y caí de culo sentada en el colchón.
De nuevo observé la habitación. No reconocía nada. Las paredes eran completamente blancas, las almohadas del mismo color, el edredón de color amarillo, mi favorito. Las cortinas de un tono muy claro, casi llegando al blanco. Había un mueble debajo de una gran pantalla plana. Sobre de este se encontraba una jarra con agua y un vaso al lado. En la esquina de ese lado había una planta con grandes hojas verdes y de ese mismo lado se encontraba un balcón con puertas corredizas. Del lado contrario vi un pasillo que de seguro llevaba al baño.
Me puse de pie, dando pasos torpes. Me acerqué al mueble debajo de la pantalla y me serví un poco de agua. Salí de la habitación y me di cuenta de que llevaba puesto el vestido que me puse para la cita con Seth. Seguía sin recordar nada y eso me estaba preocupando.
Avancé por un largo pasillo. En las paredes había pinturas colgadas. Jarrones sobre unas mesitas y al final un pasillo. Bajé las escaleras con mucho cuidado de no hacer ruido. Me llegó un rico olor a tocino frito y café recién hecho. Terminé de bajar el último peldaño y descubrí que me encontraba en una casa. Desde donde me encontraba podía ver la sala, el comedor y la cocina. Una cocina muy bonita donde te daban ganas de cocinar.
—¿Hola? —me asomé —. ¿Hay alguien aquí? —no obtuve respuesta alguna.
Avancé hacia la sala. Había una chimenea al frente y un gran ventanal del otro lado. Avancé un poco más y me detuve de golpe en el momento que vi unas fotografías que llamaron mi atención. Cogí uno de los portarretratos y juro que algo bajó por mi garganta y se detuvo en mi estómago. Sentí una especie de frío helar mi sangre. Las manos me temblaban.
En esa fotografía se encontraban Seth, otro joven al que no conocía, pero que supuse era su hermano, su madre y su padre. La mujer a quien le quité la vida aquella noche y el hombre que mató a mi hermano a sangre fría.
—No puede ser —la voz me tembló. Dejé el portarretrato sobre la mesita y avancé hacia la ventana. Estaba protegida por grandes barrotes. Caminé hacia el ventanal y este no tenía barrotes, sin embargo, no se podía abrir, tenía llave —. Maldita sea —tomé largas respiraciones y miré a mi alrededor —. Ese hijo de perra —mascullé.
—Buenos días —lo escuché decir. Giré sobre mis pies descalzos y se encontraba en la cocina. Sostenía unas hierbas en una mano —. ¿Cómo dormiste?
—Eres un...—avancé hacia él con la rabia crepitando en mis huesos y mi ser. No esperé llegar a él porque le arrojé el vaso en la cabeza, pero el muy maldito lo esquivó moviéndose a un lado —. ¿¡Qué significa esto!? ¿Dónde estoy? —pregunté furiosa.
Seth me dio la espalda para continuar cocinando.
—Se dice buenos días —se burló —. Estás en mi casa —me detuve del otro lado de la isla. Mis ojos se fijaron en el cuchillo que yacía a un lado de una tabla donde había picado cebolla y tomates cherry's.
—¿Qué pasó anoche? ¿Por qué estoy aquí? —estaba temblando de coraje. Sentía que mi corazón latía con demasiada velocidad y en cualquier momento se iba a detener de golpe.
—Eres más inteligente que eso, ved'ma. ¿Aún no lo adivinas? —cogí el cuchillo con una mano y me acerqué violentamente hacia él. Antes de llegar giró y detuvo mi mano, cogiendo mi muñeca. Me hizo girar y elevó mi mano a la altura del gabinete. Tenía su rostro a tan solo centímetros de mi rostro.
—Eres un maldito hijo de puta —escupí —. ¿Cómo pudiste hacerme esto? —una sonrisa burlona curvó sus labios. Los mojó con la punta de la lengua y me miró a los ojos.
—¿Creías que me iba a quedar de brazos cruzados? ¿En serio pensaste que no haría nada en tu contra por matar a mi santa madre? —me removí furiosa, pero al ser más alto y más fuerte que yo no podía hacer nada. Tenía mi mano bien agarrada y mi cuerpo atrapado entre su cuerpo y la encimera.
—Tu estúpido padre empezó esto...—me interrumpió.
—Y yo lo voy a terminar —terminó con voz amenazante.
—Maldito imbécil —espeté.
—No te cansas de insultarme —bufé.
—Y no me cansaré de hacerlo —mascullé. Sonrió con burla —. Déjame ir y voy a olvidar lo que acabas de hacer.
—No es tan fácil —comentó —. No vas a salir de este lugar a menos que yo lo quiera. ¿Y sabes qué? —alcé una ceja —. No quiero que te vayas.
—Entonces atente a las consecuencias —amenacé —. Te juro que te vas a arrepentir de lo que estás haciendo —mi respiración se aceleró en el momento que acercó sus labios y tan solo un suspiro nos separaba. Giré la cabeza evitando cualquier contacto con él —. Haré lo que sea con tal de salir de aquí. Si es necesario matarte lo haré.
Apretaba mi muñeca con tanta fuerzo que tuve que soltar el cuchillo que cayó al suelo provocando un sonido metálico cuando chocó contra la loseta.
—No te conviene hacer eso —lo miré con el ceño fruncido —. Nadie sabe que estás aquí y si me matas aquí vas a morir —resoplé. Me soltó y se apartó. Avanzó hacia la estufa y cogió el volteador de plástico para mover el huevo —. No lo pienses siquiera, Vanya.
—Si lo que quieres es hacerme sufrir o a mi familia, mátame de una vez y te vas a ahorrar muchos problemas —sugerí. Seth negó con la cabeza —. ¿Por qué no?
—Prefiero que seas tú quien me suplique que te mate. No voy a disfrutarlo tanto si me deshago de ti en este momento —apagó la estufa y sirvió el huevo en dos platos —. Ya está el desayuno —pateé el cuchillo y pasé a su lado.
—Vete al infierno —chocamos los hombros.
—Querida, no te has dado cuenta de que ya estamos en el infierno —me detuve y giré sobre mis pies.
—Te juro que te vas a arrepentir por esto. Te juro que haré de tu vida un infierno y será mucho peor de lo que te puedes imaginar. Esto no se va a quedar así, Seth Beckett. Serás tú el que se arrepienta de esto —juré con determinación.
Me miró y parpadeó. Mis amenazas no hicieron mella en él. Se mantenía impasible en su lugar.
—El desayuno ya está listo —colocó los platos sobre la mesa de la isla.
—Maldito imbécil —le di la espalda y caminé hacia las escaleras —. Estúpido americano de mierda —empecé a subir —. Te juro que te vas a arrepentir de esto. Te lo juro.
—¿No tienes hambre? —preguntó desde la cocina.
—¡Púdrete! —le respondí.
Entré a la habitación y cerré la puerta. Cogí la jarra con agua y la arrojé contra el suelo. Quité la pantalla de la pared y también la arrojé contra el suelo. Rompí las almohadas, quité el edredón de la cama. Destruí todo lo que pude y aun así no me sentía bien. Tenía algo atorado en medio de la garganta que no me dejaba respirar bien.
Me encontraba sentada en el suelo cuando me di cuenta de que Seth se encargó de romper mi celular. Estaba destruido en el suelo al lado de la cama. Me puse de pie y recogí lo poco que había quedado de mi celular. Busqué mi bolso y cuando lo encontré descubrí que Seth sacó mis identificaciones y mis tarjetas, solo dejó dinero en efectivo y lo poco que tenía dentro.
—Maldito —apreté la mandíbula —. Pensaste en todo.
Arrojé el bolso al suelo y me senté en la orilla del colchón.
Tenía que encontrar la manera de salir de este lugar y regresar con mi familia. No quería quedarme en esta casa. No podía vivir aquí cuando mi hogar se encontraba en otro lugar, cuando mi familia debía estar preocupada por mí y debía estar preguntándose donde estaba.
Seth planeó todo esto desde el primer segundo en el que maté a su madre. Esperó paciente para ejecutar su plan y cuando tuvo la oportunidad lo llevó a cabo para cumplir su estúpida venganza. Jugó muy bien, pero yo sabía jugar mejor que él. Era mucho más inteligente, más astuta y letal. Le haría pagar con lágrimas de sangre su atrevimiento. Le daría en donde más le dolía por lo que hizo y no iba a descansar hasta verlo pidiendo perdón de rodillas.
—Eres una caprichosa —no pudo reaccionar porque le arrojé el bolso en el pecho —. Fallaste.
—Yo nunca fallo —le aseguré. Aquello lo hice con la intención de golpearlo en el pecho. Si hubiera querido el bolso hubiera dado en su estúpido rostro.
—Así están las cosas —entró a la habitación y dejó el bolso sobre el mueble debajo de la pantalla —. En el closet hay ropa, si necesitas algo me dices y te lo compro. Hay zapatos de todo tipo, pero cómo dije, si necesitas algo te lo compro. Ahí está el baño —señaló el pasillo —. Todo lo que necesitas.
—Lo único que necesito es salir de aquí —me crucé de brazos. Me ignoró y continuó.
—La casa está a tu disposición, pero para ti no hay celulares, computadoras, ni un aparato electrónico con el que te puedas comunicar con tu familia. Puedes salir al jardín, hay una alberca y un vivero con muchas plantas que puedes cuidar en tus ratos libres. Pero ni se te ocurra intentar escapar porque mis hombres tienen la orden de dispararte si lo intentas.
—¿Qué ganas con esto? —frunció el ceño.
—Hacerte sufrir y hacer sufrir a tu familia. Quiero romperte, quiero destruir tu alma, tu fuerza, tu esencia. Quiero que me supliques para que te mate y cuando lo haga voy a disfrutarlo tanto —solté una risa burlona.
—¿Eso quieres? Creo que te vas a quedar con las ganas de hacerlo porque nunca en mi vida te voy a suplicar por nada —juré en tono amenazante —. Nunca he suplicado y nunca lo haré, menos a ti.
—¿No suplicarías por tu vida? —alzó una ceja.
—Puedes tomarla si quieres, pero sin verme suplicar por ella. ¿Qué vas a hacer cuando mis padres empiecen a buscarme? ¿Vas a regresar a la casa y vas a fingir que no me tienes encerrada aquí? —cambié de tema.
—He fingido, muy bien, ¿no lo crees? —solté una risita
—No tanto, Billy sospechaba de ti y yo también. Por eso te mandé investigar, pero la información me llegó demasiado tarde —comenté. Se mantenía impasible en su lugar. Dejaba ver quién era en realidad.
Conocí a un Seth diferente al que me estaba mostrando en ese momento. Este era el real, aquel solo fue una mentira, una farsa para que yo cayera cómo una tonta, pero cómo no lo hice tuvo que adelantar sus planes y secuestrarme de una vez antes de que supiera quién era en verdad. Antes de que conociera su verdadera identidad y su nombre.
Este Seth era mucho más violento, más sádico, más despiadado. Este era su verdadero rostro. El rostro de la maldad y la locura. Tenía que ir con mucho cuidado con él si no era capaz de matarme en un arranque de ira. Tenía que encontrar su punto débil, porque todos tenemos uno y Seth no era la excepción, tenía un punto débil y lo tenía que encontrar para destruirlo.
Juré que se iba a arrepentir por lo que me hizo y lo haría pagar con sangre. Iba a lamentar el haberme secuestrado. Sería él quien me suplicara de rodillas, no yo.
—Tengo que irme —miró la hora en el reloj que adornaba su muñeca izquierda —. Voy a ver a tus padres y lamentar lo que ha ocurrido —apreté los puños —. Estás en tu casa —dijo en tono burlón.
—¡Bastardo! —azoté la puerta. Escuché su risa atravesar la pared —. Te juro que te vas a arrepentir —amenacé —. Lo juro, Seth Beckett.
Escuché que cerró la puerta y lo vi irse desde la ventana. Subió a su auto y salió de la propiedad.
Tal y como lo dijo la casa se encontraba custodiada por un centenar de hombres con armas largas que cuidaban hasta el último centímetro de la gran propiedad. Busqué algo de ropa en el closet para quitarme este maldito vestido que ya estaba odiando. Seth había pensado en todo, compró ropa interior, desde sujetadores hasta bragas y calcetines. Había blusas, pijamas de todo tipo, pero las que más abundaban eran las de tirantes delgados y pantaloncillos cortos. Compró jeans, vestidos y faldas, suéteres, sudaderas y chaquetas, abrigos y blusas de todos los colores y los tamaños.
No me quedó más opción que darme una ducha y desmaquillarme. Me puse unos pantalones de chándal junto a una blusa de color blanco. Intenté salir de la casa, sin embargo, todas las puertas estaban aseguradas y las ventanas tenían protección. Estaba encerrada en una lujosa jaula de la que probablemente nunca iba a salir.
Busqué lo que fuera para intentar comunicarme con mi familia, pero no había computadoras o teléfonos en la casa. Una de las puertas estaba cerrada y me imaginé que ese podía ser su despacho, ahí debía tener teléfono o computadora.
Era un maldito bastardo que pensó muy bien en todo para traerme aquí. Tenía que admitir que era mucho más inteligente de lo que pensé, pero también era un idiota al no pensar en las consecuencias de lo que sus decisiones podían ocasionar. Mis padres me iban a buscar hasta por debajo de las piedras, no descansarían hasta encontrarme y cuando supieran que Seth me tenía lo iban a matar o me darían la oportunidad de matarlo yo misma.
Escuché cuando Seth llegó, pero me rehusé salir de la habitación. Más tarde subió para decirme que la cena estaba lista, pero le dije que se podía meter la comida por donde no le daba el sol. Se rio y dijo que la que se iba a quedar con hambre sería yo.
Prefería comer vidrios antes que comer algo que él preparara. Ahora ya no confiaba en él, podía envenenarme o matarme mientras dormía, tenía que cuidarme de él y ser más cautelosa. Me confié de él cuando no tuve que hacerlo y ahora estaba pagando las consecuencias por eso.
Por la noche ya no soportaba el hambre, estaba acostumbrada a comer bien y ese día no había probado bocado alguno y mi estómago me reclamaba por algo de comida.
—Maldita sea, no me puedes estar haciendo esto —le reclamé a mi estómago como si fuera el culpable de que yo hubiera decidido no comer nada en todo el día.
Quería castigar a Seth al no comer nada, pero la única que sufría era yo y era una completa estupidez hacerlo.
Salí de la cama y de la habitación. Todo se encontraba a oscuras, Seth no andaba por ahí y supuse que se encontraba dormido en su habitación. Entré a la cocina y busqué algo para comer en la nevera, estaba bien surtida con carnes, verduras y todo tipo de bebidas. Busqué en la alacena y tenía todo tipo de especies, vinos y licores. Era un hombre muy excéntrico.
Saqué un pedazo de salmón, preparé pasta con verduras y me serví una copa con vino para completar el platillo.
—Creí que no tenías hambre —apareció frente a mí con un libro en la mano.
—Vete al diablo —espeté. Se acercó y se sentó en el banco frente a mí.
Apagué la estufa y serví el salmón dentro del plato.
—No eres tan orgullosa cómo creí —levanté la mirada hacia él.
—No soy tan estúpida cómo para quedarme sin comer para joderte —me serví más vino.
—Eso pensé —sonrió —. Tus padres están preocupados por ti. Sospechan que los Beckett te secuestraron. Me hicieron muchas preguntas —cerró el libro y lo dejó sobre la mesa.
—¿Creías que se van a quedar de brazos cruzados? —alcé una ceja —. Me van a buscar y me van a encontrar. Cuando lo hagan te vas a arrepentir por haberme hecho esto —zanjé.
Se sirvió vino en una copa que había dejado dentro del escurridor.
—Lo suponía, pero nadie sabe quién soy y donde vivo —dejó la botella a un lado.
—Por ahora.
—Y cuando lo sepan será demasiado tarde —fruncí el ceño —. ¿Qué crees que pase primero que te mate o te quites la vida? —acercó la copa a sus labios y le dio un sorbo sin dejar de mirarme.
—Ni en tus sueños haría eso. Primero te corto los dedos y te mato antes de que lo hagas tú —rio como si lo que hubiera dicho fuera tan gracioso. Lo miré molesta porque me estaba jodiendo la cena.
—¿Te he dicho lo bonita que te ves cuando te enojas?
—Púdrete y déjame cenar en paz —corté un pedazo de salmón y lo llevé a mi boca. La carne se deshizo en mi lengua en una explosión de sabores.
—No creo que eso vaya a ser posible, estás encerrada en mi casa sin la posibilidad de salir y yo soy tu única compañía, así que no tienes más opción que soportarme —se burló.
—Eso si no te mato antes —mascullé.
Seth negó con la cabeza y se levantó del banco. Se sirvió más vino y me dio la espalda.
—Eso ya lo veremos, ved'ma. Ya lo veremos.
Apreté la copa con mis dedos. El vidrio crujió y se rompió lastimando mi mano. Un pedazo de vidrio se encajó en mi piel, pero lo saqué con cuidado. Enrollé un pedazo de tela y continué cenando como si nada hubiera pasado. Ya tendría tiempo para pensar en un plan para salir de aquí. Solo tenía que encontrar una oportunidad y la tomaría para destruirlo.
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Hola, espero que les haya gustado el capítulo.
Muchas gracias por el apoyo a este libro. Sé que somos pocos aquí, pero eso me motiva a seguir escribiendo.
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