Capítulo 2. 🔗
"Soy un desastre
y eso es lo mejor que
tengo para ofrecer".
—Ron Israel.
Vanya
Aún después de tantos años podía recordar los golpes y el dolor que le seguía cada vez que nos masacraban a golpes hasta dejarnos sin aliento, llorando en el suelo suplicando que ya no más, no más golpes, no más insultos, no más sangre. Aún podía sentir el sabor metálico de la sangre en mi boca, encías y lengua cada vez que hacía algo mal y como correctivo me tocaba un puñetazo si bien me iba. Aún podía palpar el olor de la humedad en las paredes viejas y sucias, los gritos de los niños nuevos que tenían que pasar por todo el proceso de bienvenida, aún podía divisar las marcas de los piquetes de las agujas que introducían con quien sabe qué líquido para que resistamos un poco más. Aún, después de tantos años no olvidaba todo lo que pasamos en ese lugar, que sin importar si éramos unos niños no tenían piedad de nosotros. Lo odiaba, pero tenía que agradecerles que me hayan forjado a base de dolor y golpes.
Aún las pesadillas son constantes y me despiertan a media noche. La sangre, el olor de esta, los gritos lacerantes, suplicando que pararan, el lugar frío, los guardias en cada puerta asegurándose que nos fuéramos a escapar, porque eso es lo que todos queríamos hacer al final del día, huir de ese lugar y regresar a casa con nuestros padres.
Aunque fui entrenada para matar y defenderme de quien sea nunca quise esto, nunca quise manchar mis manos con sangre de los demás, sangre inocente de nadie que tuviera que morir a mis manos. No quería esta vida, aun así, tenía que aceptarla porque era mi destino vivirla y afrontarla con la cabeza en alto.
Cuando regresé a Nueva York fui bien recibida por mi familia, por mis padres y mi hermano y por los mellizos que eran mis hermanos también, aunque no lleváramos la misma sangre. Ellos me visitaron cuando estuve lejos de casa y ahora que había regresado junto a Diablo (mi serpiente rey mexicana), era mi adoración, le tenía mucho cariño, aunque mamá casi se infarta el día que la vio.
Solo llevaba un par de meses en Nueva York y mi hermano me estaba entrenando para esta nueva vida. Misha era un buen hermano, atento y dulce, rudo muchas de las veces, pero solo con quien se lo merecía. Conmigo era un sol que iluminaba todo a su paso. Era tan parecido a mi padre, los dos de cabello rubio oscuro, esos luceros azules, ese porte elegante y distinguido que solo ellos podían poseer. No es que yo no tuviera parecido alguno con mi padre, pero ellos eran como dos gotas de agua. Quizá cuando Misha tuviera la edad de mi padre iba a ser igual a él.
—Si sigues así te voy a romper un brazo y ni siquiera te vas a poder defender —espetó. Estaba en una pose de defensa.
—No me intimidas. No te tengo miedo —le respondí. Ya me había golpeado el rostro un par de veces y una de ellas me rompió el labio. Escupí sangre mezclada con saliva sobre el césped.
—Pues deberías tenerlo —sonrió perverso. Se acercó y soltó dos golpes que logré esquivar, pero su pie fue a dar a mi costado izquierdo y con ello recibí un buen golpe que me sacó el aire. Tuve que retroceder —. ¿Lo ves? Todavía no estás a la altura —Se irguió mirándome con seriedad.
—Sabes que no quiero nada de esto, Misha —apenas podía hablar, estaba agotada. Tenía la boca seca, el pecho me subía y bajaba. La verdad perdí un poco de agilidad cuando no estuve haciendo nada los meses que me tomé de vacaciones primero en Suiza, Países Bajos y finalmente Londres.
Misha también pasó por el mismo lugar por el que pasé yo, también recibió palizas que lo dejaron en el suelo sangrando, también pidió que pararan, también tenía cicatrices en todo el cuerpo, solo que él las cubrió con tatuajes mientras que yo las lucía como una pequeña victoria de cada vez que me derribaron, pero me puse en pie.
—Debes aprender a defenderte, Vanya —ahora se escuchaba preocupado —. No vaya a pasar algo y que vas a hacer sino te sabes defender —dio un paso hacia mí. Sin preverlo cogí su muñeca, apoyé los pies en el suelo, tomé impulso y con mi pie detrás del suyo logré derribarlo, le di vuelta a su brazo poniendo un pie en su pecho.
—¿Qué dijiste? —enarqué una ceja. Se rio y negó con la cabeza.
—Siempre das la puñalada por la espalda —le hice un guiño.
Lo solté entregándole mi mano para que supiera en pie. Cogió mi muñeca y tomó impulso.
Misha era alto, tan alto como lo es mi padre. Cabello rubio oscuro y un par de abismales luceros azules, delgado, pero con músculos bien definidos. Tenía tatuajes en el torso, brazos, cuello y espalda, decía que su piel era un lienzo que quería llenar de tinta donde se plasmaban momentos de su vida. A pesar de su aspecto rudo y algo frío era la persona más dulce y comprensiva de todo el mundo. Más que mi hermano era mi mejor amigo al igual que lo es Camila, quien por cierto era su novia y prometida. Se comprometieron días después que de regresé.
—Vamos a almorzar —rodeó mis hombros con su brazo —. Ya sabes que mamá se enoja —le di la razón porque era más que cierto.
En ese momento Billy iba saliendo de la casa y compartimos un par de miradas cómplices que Misha descifró en un segundo. Solo bastó una mirada para corroborar lo que tanto sospechaba, que Billy y yo teníamos una "relación" a escondidas. Si es que a eso se le podía llamar relación, el hecho de follar para mí no lo era, pero él tenía otro tipo de ideas con respecto a eso.
—Si papá se da cuenta de que te acuestas con Billy no dudará en echarlo a patadas a la calle.
—Cierra la boca —le di un golpe en el estómago —. Nadie se puede enterar. Además, tú y Camila son novios así que mejor no digas nada.
—Lo mío con Camila es diferente a lo que tienes con Billy.
—¿Diferente en qué? —enarqué una ceja.
—Lo nuestro es serio, no nos escondemos para hacer el amor...—pensó —. Follar, tú y él follan —aclaró. Chiste antes de que dijera algo más.
Era cierto que la relación que tenían mi mejor amiga con mi hermano era seria, formal. Misha estaba completamente enamorado de Camila desde el día que ambos llegaron a esta casa, el día que sus padres fallecieron. Papá se sentía culpable por la muerte de su mejor amigo y lo único que podía hacer era cuidar de sus hijos y amarlos como si fueran sus hijos propios. Mamá y papá los educaron, les dieron amor a esos dos niños que se habían quedado huérfanos.
Se decían muchas cosas de Víctor Záitsev, que era un monstruo, un demonio capaz de hacer lo que sea con tal de sobrevivir a este mundo cruel, pero lo que los demás no sabían es que Víctor no era un monstruo como tal sino un hombre que estaba dispuesto a cuidar y proteger a su familia a como dé lugar. Era amoroso, comprensivo, protector, el mejor padre que una chica podía tener.
Entramos a la cocina donde nuestra madre y nana esperaban para desayunar. Mamá ponía los platos sobre la mesa y nuestra nana estaba frente a la estufa.
—¿Dónde estaban? Billy ya desayunó y ustedes quien sabe dónde andan —entornó los ojos —. ¿Y Camila? —le preguntó a Misha. Mi hermano se lavaba las manos, se encogió de hombros.
—No sé dónde está, no soy su guardaespaldas —respondió.
—No, pero eres su novio, se supone que debes saber dónde anda —sacudió la cabeza en negación y suspiró —. No sé qué voy a hacer con ustedes.
Me puse al lado de Misha para lavarme las manos también. Me pasó un trapo para secarme las manos, en ese momento papá entró a la cocina, lo primero que hizo fue dejar un tierno beso sobre los labios de mi madre, le asintió a Misha y dejó un beso en mi frente.
—Tenemos que hablar —Misha y yo compartimos una mirada antes de sentarnos en las sillas y empezar a desayunar.
—¿De qué quieres hablar? —me senté al lado derecho de mi padre mientras que mi hermano lo hizo a su lado izquierdo.
—Es algo...importante —su voz salió baja, temerosa.
Esto no me gusta nada.
—Papá...—sostenía la cuchara con una mano, pero podía apreciar el sutil movimiento de esta. Estaba nervioso.
¿Cuándo Víctor Záitsev ha estado nervioso? Nunca, mi padre es de esos hombres duros cómo el acero, como un roble que se mantiene en pie a pesar de la tormenta. No le teme a nada, ni siquiera a la muerte, ha recibido a esta con los brazos abiertos. No por nada es el Boss de la Bratva en Norteamérica, uno de los hombres más crueles que he conocido.
—¿De qué se trata? —preguntó Misha. Mamá se sentó a mi lado, también miraba a papá con sorpresa, con miedo...
—Jared Beckett —la piel se me enchinó en el momento que escuché ese nombre. No lo conocía y tampoco quería hacerlo, pero por lo que mi padre y el mismo Misha nos habían dicho era un hombre sádico y cruel, tanto o más que mi padre. Mason también habló de él y por cómo lo hizo supe que era un hombre de temer.
Aparté la cubertería y cogí el vaso con agua para darle un sorbo. De repente tenía la garganta seca.
—¿Qué quiere ese hombre? —pregunté.
—Hablar —respondió papá.
—¿Hablar? —pregunté incrédula —. Ustedes nunca hablan, siempre discuten y casi llegan a los golpes, pero no hablan.
—Concuerdo con Vanya —opinó mi madre —. Cada que te reúnes con Beckett no hablan, nunca llegan a acuerdos, casi se matan, pero nada más —levantó un dedo —. No puedes seguir haciendo eso.
—Cariño...—habló papá —. Quizá este es el momento para arreglar las diferencias que tenemos...
—¿Y si no es así? —interrumpí —. ¿Si pasa lo mismo que las otras veces? —lo miraba atenta, esperando una respuesta que tardó en llegar.
—No va a pasar nada —sonrió. Fingió una sonrisa que ninguno de nosotros le creyó, conocíamos en demasía a mi padre y a nosotros no nos podía engañar.
—Yo voy a ir contigo —dijo Misha. Mamá arrastró la mirada hacia mi hermano que no hizo nada más que sonreír —. No va a pasar nada.
Puse la mano encima de la de mi madre y le di un apretón. Quería confiar en ellos, lo hacía, pero no confiaba nada en Jared Beckett, era un ser despreciable, o eso es lo que todos decían de él. Prefería saber de él por los demás que tener que conocerlo a él a alguien de los suyos.
Desde que mi padre llegó a este país se enfrentó más de una vez a Jared, todo terminaba mal entre ellos y por lo que sabía no iba a dudar en matar a mi padre para tener de nuevo el poder absoluto de Nueva York. A Jared solo le importaba el poder y nada más. Era el jefe de todo Nueva York, pero con la llegada de los rusos perdió poder y lo quería recuperar como sea, sin importar a quien tenía que matar y ese alguien era mi padre que tenía tratos con los mexicanos y otras mafias de otros estados lo que le restaba dominio sobre su propia nación.
Terminamos de desayunar en silencio, nadie quería tocar el tema de los Beckett de nuevo, me sabía mal y no quería hablar de ellos. Solo quería que esa reunión se llevara a cabo y que todo terminara de una vez por todas.
Subí a mi habitación para darme una ducha y despejar mi cabeza de lo que nos dijo mi padre en el desayuno. Había algo que no me gustaba, como si algo dentro de mí me dijera que las cosas iban a salir mal y por más que no dejaba de pensar en eso mi cabeza no dejaba de imaginar escenarios donde los Záitsev iban a terminar sangrando.
Revisé que Diablo estuviera bien y que ya hubiera comido, ero era tan glotón que nada más le daba de comer lo devoraba y no dejaba ni un pelo de su víctima.
—Hola pequeño demonio —le di unos golpecitos al vidrio del terrario llamando su atención —. ¿Cómo te sientes en este lugar? —le pregunté cómo si me fuera a responder. Me erguí y me sequé el cabello con una toalla. La puerta se abrió estrepitosa y Camila entró sin preguntar si podía pasar, solo cerró la puerta y se acercó a la puerta —. ¿No conoces la privacidad? —le pregunté mirándola.
—No —respondió. Cogió las bragas que tenía en la cama junto a la ropa que me iba a poner ese día.
—Encaje —alzó una ceja —. Tus braguitas son como tú —comentó burlesca.
—¿Sexys? —le arrebaté mis bragas. Llevaba puesta una toalla enredada alrededor de mis senos. Mi cabello todavía goteaba de las puntas.
—No sexys, más bien simples —se burló y le mostré el dedo medio.
—Tonta —deslicé mis bragas por mis pantorrillas y muslos hasta que quedaron en su lugar. Con Camila no existía la pena, podía verme desnuda y me iba a sentir cómoda.
—Con razón no tienes novio —prosiguió —, y no sé cómo es que Billy está loco por ti —se dejó caer en el colchón —. ¿Qué le diste? ¿Estás segura de que no lo embrujaste?
—Yo no le di nada —estaba ofendida por sus insinuaciones —. Le gusto, así como soy —soltó una risotada. Cogí una almohada y la arrojé directo a su rostro, dando de lleno en este —. Eres una idiota, Camila.
—Ya, ya —me puse el sujetador.
—No entiendo cómo es que mi hermano se fijó en ti si son tan diferentes —dejé la ropa sobre la cama.
—Me ama y nada más importa —se miró las uñas, orgullosa de tener a mi hermano a sus pies.
Cambié de tema porque lo que dijo mi padre en la cocina no me dejaba en paz.
—¿Has visto a Misha? —asintió —. ¿Te dijo lo de Beckett? —asintió de nuevo.
—No me gusta nada que de buenas a primeras ese hombre quiera reunirse con tu padre —se giró hacia mí, al mismo tiempo que me acomodaba el sujetador sobre mis pequeños senos.
—A mí tampoco me gusta —musité —. Pero no lo voy a hacer cambiar de opinión.
—Es necio —le di la razón —. ¿Qué piensas hacer? —me miró de lleno.
—¿Qué quieres que haga? No puedo hacer nada cuando mi padre ya ha decidido reunirse con ese bastardo —espeté.
Pasé saliva y esta se sentía en mi garganta como si fuera ácido que quemaba todo a su paso. Odiaba sentirme así, tan vulnerable, ansiosa.
Una de las razones por las que también salí de Nueva York fue porque una vez Jared Beckett intentó matarme. Por eso lo odiaba tanto, porque se atrevió a tocarme y amenazarme con hacerme daño. Aun recordaba su rostro y cada una de las palabras que dijo ese día. Papá nunca se metió con su familia, nunca pensó en herirlos a ellos para llegar a Beckett, sin embargo, a este no le importó meterse con una niña de tan solo ocho años. En ese momento conocí el miedo y el dolor, gracias a ese infeliz.
—¿Qué te parece si mejor vamos al Sky Room? —subía y bajaba las cejas. Casi niego con la cabeza, pero no iba a aceptar un no como respuesta —. No voy a aceptar un no como respuesta —entornó los ojos.
—Está bien, pero nada de beber de más —chilló. Se puso en pie y se quedó frente a mí.
—¡Sabía que iba a aceptar! Y lo de beber de más no prometo nada —me hizo un guiño y salió de mi habitación sin decir nada.
Camila es mi mejor amiga, mi hermana desde antes de que sus padres fallecieran. Es una mujer fuerte, aguerrida, fría en algunas ocasiones, pero la más linda de todas con las personas que ella quiere. Era obvio que Misha se iba a enamorar de ella, tenía muchos planes a su lado, quería casarse e ir a vivir juntos a otra casa. Mi hermano era tan romántico, eso fue lo que conquistó a Camila. Eran tan para cual. Se enamoraron desde que eran unos niños y juraron que un día iban a estar juntos, formar una familia y ser felices cómo tanto lo merecían. Ahora que eran grandes era el momento de cumplir esa promesa.
Seth
—Seth —mi nombre salió bajito, en un gemido. Su tierna voz me caló los huesos y la piel. Saqué mi rostro de su cuello, sostuve sus mejillas de porcelana entre mis manos obligándola a mirarme a los ojos.
—Dilo —arremetía contra su delgado cuerpo una y otra y otra vez —. Quiero escucharte, Eli —apreté mis labios contra los suyos en un beso salvaje que le arrancó un jadeo de lo más profundo de la garganta. Aquel sonido era música para mis oídos.
Su mirada de color avellana se quedó fija en la mía a la vez que entraba y salía de ella, mi pelvis se movía de adelante hacia atrás. Las piernas de Eli enredadas en mi cintura, sus manos en mis hombros desnudos, su delgado cuerpo debajo del mío, jadeante, caliente y sudoroso.
—Te amo —gimió una vez más. Sus uñas se enterraron en mi piel al mismo tiempo que un orgasmo era arrancado desde lo más profundo de su ser e inundaba la habitación con ese hermoso sonido que me hacía querer más de ella.
Elizabeth era una mujer encantadora, inteligente, una mujer que probó los golpes de la vida a su corta edad y tuvo que vender su cuerpo para sacar a su madre adelante después de la muerte de su hermano. La conocí en un bar de mala muerte al que Cas y Gale me llevaron una vez. Me encantó su manera de ser y folla muy bien, demasiado bien. De ahí en fuera lo nuestro era solo eso: sexo. Quizá había un poco de atracción, pero nada más. Estaba consciente de sus sentimientos hacia mí, pero no podía darle amor, no la clase de amor enfermo y sucio que había dentro de mí. Ella se merecía algo más que un hombre enfermo, podrido, hundido en su propia mente.
Me corrí en el látex y solté un sonoro suspiro, rodé a su lado con la mirada en el techo. Mi pecho subía y bajaba, las piernas me fallaban, las sentía como gelatina. Eli a mi lado estaba en la misma posición que yo. Miré un poco más allá observando la noche que se ceñía a cada rincón de la ciudad, algunas estrellas se negaban a desaparecer en el firmamento, otras más se escondían detrás de la nubes iluminadas por la luna redonda.
—¿En qué piensas? —Al mirar a Eli ya tenía la espalda apoyada en el respaldo de la cama, no cubría sus pálidos senos de mi mirada curiosa. Sus pezones de color canela pequeños y erguidos.
—En nada —dije seco. Me incorporé sentándome en la orilla del colchón y mis ojos viajaron rápidamente hacia el frasco con las pastillas que debía tomar diario, sino...No quería experimentar de nuevo esa sensación de vacío, de estar atrapado en mi cabeza.
—Seth —puso sus delgados dedos sobre mi hombro, pero me aparté de inmediato para coger un cigarrillo y encenderlo.
—No empieces —le advertí —. No me provoques —no dijo nada.
Tal vez me estaba observando con esa mirada tierna y dulce que tanto la caracteriza o con el ceño fruncido. Tal vez sentía un poco de pena por mí, lástima quizá, tampoco podía esperar nada bueno de ella cuando era un hijo de puta y no merecía nada más que su desprecio. Tampoco entendía como seguía aquí, porque no se iba si no era nada comprensivo con ella, no la quería y lo sabía, a veces la trataba mal sin darme cuenta y me odiaba.
—Lo mejor es que te vayas a tu casa —sugerí en un tono seco y frío.
—Sí, creo que es lo mejor. Hoy no estás de humor y no quiero estar aquí cuando explotes.
—Es lo mejor que puedes hacer —murmuré. Escuché que se puso de pie, pero no me fijé en lo que hacía.
Me pasé el pulgar por los labios aún con el cigarrillo entre los dedos. Cuando Eli regresó a la habitación ya estaba más tranquilo así que antes de que se fuera la detuve.
—Eli —mi voz se escuchó baja, apacible.
—¿Qué quieres, Seth? —me giré hacia ella.
Llevaba puesto su abrigo y el bolso colgado en el hombro. Peinó su cabello y lo hizo a un lado con una mano.
—No te vayas así —me terminé el cigarrillo y dejé la colilla dentro del cenicero. Acorté la distancia que nos separaba, cogí sus delgadas y pálidas manos entre las mías.
—No te soporto, ¿sabes? Es tan difícil hablar contigo y lo único que hacemos es follar, nada más. Quiero más de ti —pidió con la voz rota.
—No te puedo dar más de mí, no tengo nada bueno que ofrecerte —solté su mano. Pasé mi pulgar sobre sus labios en un suave y sutil movimiento.
—Yo te amo, así como eres...—mi dedo índice se quedó sobre sus labios.
—No sabes lo que dices, Eli, mereces a alguien mejor. No soy bueno para ti —murmuré mirando sus labios. Subí a sus luceros, estaban cristalinos —. No llores, es lo menos que quiero hacer.
—Eres un imbécil, Seth Beckett —me empujó lejos de ella —. ¿Qué quieres de mí? ¡Dime con un carajo, porque no entiendo nada!
En un arranque rodeé su garganta con mi mano, di unos pasos hacia delante y ella hacia atrás. Su espalda se estrelló contra la pared al lado de la puerta. Sostenía su cuello sin hacerle daño.
—Sabes bien lo que quiero de ti —me mojé los labios —. Lo sabes perfectamente y, aun así, no te has alejado de mí. ¿Por qué no lo has hecho? —indagué. Mi mano en su cintura la sostenía con fuerza, para que no se alejara de mí.
—S-Seth...—tartamudeó. Ni siquiera podía sostenerme la mirada, así que puse dos dedos bajo su barbilla para que me mirara a los ojos.
—¿Por qué no te alejas si sabes la clase de persona que soy? —mis dedos se hundieron en la tela de su abrigo —. Habla maldita sea.
—Te amo —desvió la mirada.
Mientes.
—Dime la verdad. No es nada más eso —evitaba mirarme a toda costa —. Dime la maldita verdad, Elizabeth. ¿Es por el dinero?
Mi pregunta la ofendió porque me miró ceñuda.
—Sabes que no es el dinero. Te amo y quiero estar contigo, sé que no me amas, sé que sientes nada más aprecio por mí y también sé que piensas que es agradecimiento por lo que hiciste por mí hace años —su voz se rompió cuando dijo esto último —. Pero no es eso, Seth, te amo de verdad —negué, sonriendo —. No te rías, no es gracioso.
—Es gracioso porque te aclaré que esto no llegaría a más y tú te enamoraste...
—Y tú no —musitó con dolor —. Lo tengo claro, Seth.
—Y aun así rompiste la regla más importante de todas —se mordió el labio. Retenía las lágrimas para no llorar frente a mí —. ¿Por qué? —se encogió de hombros.
—Nunca lo entenderías, eres como un imán de problemas. Tienes un letrero de advertencia, sin embargo, es imposible e irresistible no caer ante ti y tu oscuridad —apoyé mi frente contra la suya.
—Eli, no me digas estas cosas —me dolía el pecho. Eli se merecía mucho más que un imbécil que solo la trataba mal.
—Lamento no ser una niña rica que puedas presumir a tu padre. Solo soy una ex prostituta que tuvo que caer en ese mundo para comprar la medicinas de su madre enferma —me separé unos centímetros para apreciar su bonito rostro.
—Eli...
—No, Seth, seamos realistas, tu familia nunca va a aceptarme en su casa porque quieren para ti una buena mujer —podía sentir el dolor en su voz rota.
—No hables por todos, mi madre y Nate no son como Jared.
—Pero tú sí eres como Jared —aquellas palabras fueron como un golpe bajo. Me dejó sin poder hablar por algunos segundos.
Si había una cosa que me molestaba más que nada en este mundo era que me compararan con el cabrón de mi padre, no obstante, yo era una copia suya y me odiaba por eso. Hizo de mí una versión de él, me hizo a su imagen provocando en mí un odio hacia él que era tan grande que muchas veces lo quise ver muerto.
—Nunca digas eso —apreté mi cuerpo contra el suyo. Jadeó en el momento que mis dedos se asieron a su garganta —. No lo vuelvas a decir —mascullé.
—¿Me harás daño? —enarqué una ceja.
—¿Hacerte daño? —asintió —. Porque hacerte daño si te puedo hacer llorar de placer —estrellé mis labios contra los suyos en su beso salvaje que le hizo gemir en mi boca.
♡♡
¡Hola!
Espero estén disfrutando de este libro como yo disfruto escribir de nuevo de mis bebés.
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