Capítulo 17. 🔗
Nate
Pasaba de la media noche cuando llegué a casa. Odiaba salir y tener que hacerme cargo de los sucios de negocios de Jared y ahora de Seth. Nunca quise ser parte de esto, sin embargo, ahora que Seth se encontraba trabajando para los rusos, tenía que ser yo quien le ayudara con esto, eso sí, con la ayuda de Charlie, porque de ser de otra manera yo solo no hubiera podido con todo lo que hay que hacer.
Siempre detesté a lo que se dedicaba Jared y quise hacer las cosas diferentes, entré a la universidad y asistí casi dos años hasta que tuve que dejarla por los reproches de mi padre. Intenté trabajar para poder pagar mis estudios, pero al no tener experiencia nadie me quiso contratar, además de que Jared se encargó de cerrarme todas las puertas.
Hacía unos meses que había dejado de estudiar y esperaba retomar mis estudios antes de que pasaran años y ya no pudiera hacer nada. Aunque mamá siempre decía que nunca era tarde para empezar de nuevo y cumplir nuestros sueños. Esperaba que cuando Seth llevara a cabo su estúpida venganza me dejara en paz y pudiera regresar a la universidad. Es lo único que pedía en esta vida.
Entramos a la propiedad y exhalé más tranquilo de saberme a salvo en casa. Cada que salía tenía miedo de que uno de los tantos enemigos que tenía Jared me fuera a matar. Con todo lo que pasó con los rusos estaba paranoico.
Las luces fuera de la casa se encontraban encendidas, mientras que las de adentro estaban apagadas todas. Solo alcanzaba a ver un halo de luz que provenía de la sala donde Jared acostumbraba pasar más tiempo desde que mamá se fue. Charlie detuvo la camioneta y detrás de nosotros se detuvo la otra camioneta donde iban más de los hombres de Seth.
—Gracias, Charlie —le dije y me quité el cinturón.
—Oye —puso su mano en mi hombro, obligándome a verlo a la cara —. Apenas estás empezando por eso todo es tan complicado. Cuando lleves más tiempo todo será más fácil —solté el cinturón.
—No sé si pueda acostumbrarme a esta vida —musité.
—Seth empezó igual o peor que tú. Al menos ya sabes lo que hay que hacer, él no tenía ni idea de qué hacer o a donde ir. Yo le enseñé muchas cosas —le sonreí. Era una sonrisa triste.
No quería acostumbrarme a esta vida que no me gustaba y que odiaba. No me veía huyendo de mis enemigos y no quería tener enemigos. Tampoco quería estar pensando que en cualquier momento alguien me podía quitar la vida, así como así, cómo pasó con mamá. Solo quería tener una vida normal cómo cualquier chico de mi edad, poder estudiar, casarme y tener una bonita familia. No pedía nada más.
—No quiero acostumbrarme a esta vida porque no quiero vivir así siempre —le aclaré —. Cuando Seth termine con lo que está haciendo voy a dejar esto de lado y continuaré con mis estudios —zanjé.
—Esta es la vida que te tocó vivir, niño y entre más rápido te vayas haciendo a la idea de que es así, más fácil será todo para ti —lo observé por unos segundos. Quise responderle que no me iba a acostumbrar a esta vida porque no la quería, sin embargo, guardé silencio y bajé de la camioneta.
Entré a la casa y crucé el recibidor. Me detuve frente a la sala donde se encontraba Jared. Estaba sentado en su sofá favorito observando una foto de mamá, de fondo se escuchaban las voces de una película en blanco y negro a la que no le prestaba atención.
—Ya pasa de media noche —ni siquiera se había dado cuenta de que entré a la casa. Giró la cabeza lentamente hasta que nuestras miradas se encontraron —. ¿Qué haces? —me acerqué con pasos sigilosos y me senté en el sofá frente a él.
—Estoy pensando.
—Creo que últimamente piensas mucho —me fijé en la mesita frente a él y tenía una botella con whisky que ya iba por la mitad. En la mano derecha sostenía un vaso con un poco de líquido.
—No tengo nada más que hacer —acercó el vaso a sus labios.
—Podrías intentar salir, para empezar —sacudió la cabeza en negación.
—¿Para qué? —levantó la mirada hacia mí —. ¿Qué sentido tiene?
—Hay muchas cosas qué hacer en tus negocios, clientes con los que hay que negociar y socios que convencer de que no se vayan —recargué la espalda contra el respaldo del sofá.
—De eso se pueden encargar tú y tu hermano —le restó importancia. Ya arrastraba las palabras.
—Te llevo a tu habitación para que descanses —negó con la cabeza.
—Quiero quedarme aquí —me puse de pie y me acerqué a él. Le quité la fotografía de mamá y de paso el vaso con whisky.
—Tienes que dormir en tu cama y descansar.
—No, no quiero dormir en esa cama. Se siente tan vacía —se quejó cuando le ayudé a ponerse de pie. Apoyaba todo su peso en la pierna mala. Agarré el bastón y se lo entregué.
Por el olor añejo que desprendía su ropa me pude dar cuenta de que llevaba desde que me fui bebiendo como si quisiera morirse de una vez por todas.
—Tienes que acostumbrarte a dormir sin ella, a continuar con tu vida sin mamá —nos acomodamos de tal manera que todo su peso lo estaba cargando yo porque él ya estaba algo tomado —. Todos hemos continuado con nuestras vidas.
Empezamos a subir la escalera.
—¿Por qué la mató a ella y no a mí? —cuestionó como si yo tuviera la respuesta a esa pregunta —. Me hubiera matado a mí. Tu madre era tan buena y no le hacía daño a nadie, no merecía morir de esa manera.
—No hables de eso —le pedí. No quería empezar una discusión por algo de lo que él tenía la culpa y que pudo haber evitado, sino fuera tan necio y querer ver a Víctor muerto para recuperar terreno en Queens y seguir siendo el mafioso más temido de Nueva York y sus alrededores, nada de esto estuviera pasando.
—Sigues enojado, ¿verdad? —nos detuvimos unos segundos para que tomara aire —. Estás molesto conmigo porque por mi culpa mataron a tu madre.
—No toques ese tema, por favor. Olvidemos lo que pasó y continuemos con nuestras vidas —continuamos subiendo y no dijo nada por un par de segundos hasta que llegamos a su habitación y lo obligué a entrar. Le ayudé con la ropa y los zapatos. Me agradeció por ser un buen hijo y dijo que era demasiado bueno para este mundo y que tenía que ser un poco más cruel para que no me mataran a la primera. No sé por qué me decía esto estando ebrio y no sobrio. Me hubiera gustado más que se sintiera orgulloso de mí en sus cinco sentidos y no cayéndose de borracho.
Salí de su habitación y caminé hacia la mía. Entré y cerré la puerta. No tenía ganas de hacer nada y solo quería dormir una eternidad. El celular me vibró dentro del bolsillo de mi pantalón y lo saqué de inmediato. Observé la pantalla, era un mensaje de Joey. Se me hizo demasiado extraño que me estuviera mandando mensajes pasada la medianoche.
¿Ya viste lo que pasó en el Ébano?
Seguido del mensaje me envió una imagen. Afuera del club de Seth se encontraba la policía, paramédicos y ambulancias.
Abrí los ojos de par en par y me deslicé hacia arriba. No tardé en responderle. Mi mensaje se envió rápido.
¿Qué pasó? ¿Seth está herido?
La respuesta no tardó en llegar.
Él no se encontraba dentro. Hubo disparos y un hombre mató a otro.
No demoré en marcarle a Seth, sin embargo, él sí demoró en responder porque le marqué dos, tres veces hasta que atendió la llamada.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—Estoy bien, no te preocupes por mí. Sabes que me sé cuidar.
—Joey me mandó una foto, hay policías y ambulancias afuera del Ébano. Dijo que encontraron a un hombre muerto.
—Creo que fue un ajuste de cuentas porque fue directamente hacia él. Pero no sé qué más pasó, me fui de ahí antes de que llegara la policía —exhalé más tranquilo. Hablar con él me daba paz.
Del otro lado de la línea escuché la dulce voz de una mujer. Tenía un sutil tono ruso.
—¿Cómo me veo?
—Es ella, ¿verdad? Estás con Vanya.
—No tardo, espérame —le dijo Seth —. Sí, estoy con ella. Te veo mañana. No te preocupes por mí, estoy bien. Te quiero.
—Y yo te quiero a ti —colgó y me llevé una mano a la altura del pecho. Solté una larga exhalación y cerré los ojos un momento.
Seth seguía empeñado en continuar con esta venganza que no lo iba a llevar a ningún lado y yo seguiría insistiendo para que parara de una vez por todas, antes de que todo terminara mal para él y después se arrepintiera de las decisiones que tomó.
Vanya
Llegamos al centro de Manhattan y Seth condujo por unos minutos más. Me encontraba nerviosa y aterrada por lo que pasó minutos atrás y necesitaba saber qué pasó con Cami y los demás. Fue una estupidez ir a ese lugar e intentar convivir con personas a las que nunca había visto en mi vida. No me servía de nada arrepentirme, pero cómo me jodía cometer el más mínimo error y no prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor.
Entramos al estacionamiento de un edificio y Seth detuvo el auto cerca del ascensor. No esperé que me abriera la puerta porque bajé antes que él y me quedé mirando hacia fuera donde pasaban los autos. Seth se acercó y me entregó su chaqueta para que no pasara frío porque la verdad sí tenía frío, pero no quería decirle nada.
—Póntela, no seas necia —acepté de mala gana y me la puse —. Vamos —me condujo hacia el ascensor y lo seguí de cerca. Las puertas se abrieron y entré antes que él. Subimos en silencio hasta que el aparato se detuvo en el último piso.
Al abrir la puerta me encontré con un hermoso Penthouse lujoso y muy solo. Se sentía el frío de la soledad. Aquello era solo un espacio vacío, lleno de lujos y comodidades. No había fotografías, ni cuadros colgados en la pared. Esos indicios me decían que este no era su hogar, que solo venía de vez en cuando para pasar el rato o para acostarse con alguien. Pero él no vivía aquí, no consideraba este lugar cómo su hogar.
—Gracias —le entregué la chaqueta y la colgó dentro del armario al lado de la puerta —. Qué bonito departamento —le dije. Lo miré y sonrió.
—Gracias. Le voy a dar tus felicitaciones a la decoradora —comentó. Caminó hacia la barra en la cocina para servirse un poco de whisky en un vaso. Me invitó, pero decliné la invitación, no me apetecía beber nada en ese momento.
Me acerqué y me senté en uno de los bancos de la barra.
El departamento era muy bonito, los sofás en la sala, la cocina era moderna y elegante con acabados negros. Las paredes pintadas de un gris muy claro y otro un poco más oscuro. El suelo con una loseta negra muy cara.
—¿Este es tu lugar seguro? —le pregunté de repente. Levantó la mirada hacia mí y me encontré con ese par de ojos verdes tan enigmáticos.
—Sí, este es mi lugar seguro —mintió. Había algo en su tono de voz que me decía, estaba mintiendo —. Vengo aquí cuando necesito pensar y aclarar mi mente —apretó el puño que mantenía sobre la barra. Con la otra mano sostenía el vaso con whisky, lo acercó a sus labios y le dio un sorbo —. A veces es difícil ser yo.
No sé si no era consciente de que estaba hablando en voz alta o lo dijo para que yo le preguntara a qué se refería con eso. De todos modos, le pregunté.
—¿A qué te refieres con eso?
—¿No te pasa que a veces odias ser tú? Hay días en los que despierto odiando lo que soy, mi apellido y en lo que me he convertido a lo largo de los años.
—Somos la suma de nuestras decisiones —subí las manos a la barra.
—¿Nunca te has despertado queriendo ser otra persona? —le dije que no —. ¿No?
—No, nunca me he arrepentido de ser quien soy y no me arrepiento de las decisiones que he tenido que tomar porque todas y cada de ellas me han traído a este lugar.
—Eres una mujer increíble —soltó —. Cada cosa que conozco de ti me gusta más.
—Es lo que le has de decir a todas chicas que traes aquí —cogí un mechón de mi cabello y lo puse detrás de mi oreja.
—¿Crees que soy un mujeriego? —alzó una ceja.
—La verdad sí —respondí sincera —. Tienes toda la pinta de ser un mujeriego que hace lo que sea para meter a una mujer a su cama.
—A ti no te quiero meter a mi cama —dijo, ofendido.
—¿Estás seguro de eso? —le lancé una mirada retadora.
—Estoy más que seguro.
Y esta vez no mintió, sin embargo, había algo detrás de sus palabras que me hacía ruido y no me dejaba en paz.
¿Tenía que confiar en la paranoia de Billy? ¿Tenía que confiar en mis instintos que me pedían desconfiar de él?
—¿Entonces qué quieres de mí? Porque no creo que solo quieras cuidarme cómo te lo ha pedido mi padre —rozó su mano con la mía, pero la aparté por su repentino contacto.
—Quiero conocerte, Vanya, ¿es eso tan malo? —terminó de beber lo que tenía dentro del vaso, lo dejó a un lado y cogió mis manos con las suyas. Esta vez no me aparté.
—No sabes quién soy y es mejor que no me conozcas. He hecho muchas cosas cuestionables.
—No creo que sea tan malo —bajé la mirada a nuestras manos enlazadas. Sus dedos gruesos adornados por hermosos anillos de plata.
No sé si quería esto para mí cuando mi vida era un desastre y no sabía lo que quería. Nunca supe exactamente lo que quería de mí, tampoco sabía lo que quería de los demás. Tenía miedo de querer de nuevo y que esa persona se fuera de mi lado cómo lo hizo Noah años atrás.
—¿Puedo darme una ducha en tu baño? —soltó mis manos.
—Claro que sí, mi baño es tu baño.
Me indicó por donde ir y me metí a su baño para quitarme la sangre seca que tenía pegada a la piel. Le entregué mi vestido para que lo lavara y después lo pusiera a secar.
Me quité los restos de sangre que me salpicó en el pecho y los brazos. Me sentí más fresca, me lavé el cabello y cuando salí me puse una toalla que encontré en el baño. Solo me sequé las puntas del cabello y salí a la habitación donde Seth se encontraba mirando su celular.
En cuanto salí me observó de arriba abajo, su mirada se detuvo en mis piernas y ascendió a mi rostro donde se quedó unos segundos.
—¿Tengo algo? —me rasqué la mejilla mientras sostenía la toalla para no quedar desnuda frente a él.
—Tienes una belleza salvaje —me sentí apenada por una fracción de segundo. Algo que no me había sucedido antes con nadie.
Nunca tuve una relación formal, por ende, era raro que un hombre me dijera cosas lindas. Tenía sexo, eso sí, y lo disfrutaba mucho, sin tener que dar explicaciones a nadie y no estar atada a nadie.
—Tonto —sonrió. Se puso de pie y se acercó al closet para buscar algo. Sacó una camiseta para que no anduviera solo con la toalla en lo que se secaba mi vestido, si es que se secaba.
—Toma. Póntela para que no andes desnuda, aunque para mí ese no sería ningún problema —le di la espalda y entré al baño.
—Quisieras que me desnudara para ti —le dije antes de entrar al baño.
—La verdad es que sí —contestó.
—Para que eso llegue a pasar tendrías que hacer mucho más que salvarme la vida y prestarme una camisa —cerré la puerta y me puse la camiseta. Solo traía esa prenda y debajo estaba completamente desnuda.
Me sequé el cabello y lo peiné. Me miré al espejo y ya no tenía sangre salpicada en el pecho o el cuello. Cuando salí del baño. Seth hablaba por teléfono con alguien.
—¿Cómo me veo?
—No tardo, espérame —me dijo, volteando a verme —. Sí, estoy con ella. Te veo mañana. No te preocupes por mí, estoy bien. Te quiero —fruncí el ceño.
—¿Era Elizabeth? —curioseé. Seth giró sobre sus talones para verme.
—¿Elizabeth? No, no era ella —se acercó.
—Creí que era ella —dejó el celular en la cama y quedó justo frente a mí a unos pocos centímetros de separación. Me estaba acorralando, le gustaba hacer eso como si él fuera el cazador y yo la presa, lo que no sabía es que era al revés.
—Te ves muy bien —cambió de tema, no quería hablar de su "romance" con esa chica, Elizabeth. Mientras ella se encontraba perdidamente enamorada de él, él coqueteaba conmigo —. Pero creo que te verías mejor sin ropa —entorné los ojos.
—Ya te dije...—me calló de golpe poniendo un dedo sobre mis labios. Bajó la mirada hacia estos y la subió de nuevo a mis ojos.
—¿Te puedo decir algo? —se mojó los labios con la punta de la lengua.
—¿Qué? —mi estúpido corazón empezó a latir con fuerza. Mi cuerpo reaccionaba a su cercanía y mi respiración se aceleraba. No me podía permitir tener este tipo de emociones por él, no lo conocía y podía ser la peor persona de este mundo
—Me gustas y me gustas mucho.
—¿Y qué quieres que haga con eso? —alcé una ceja. Estaba evitando lanzarme a sus brazos y comerle la boca a besos.
—Podrías no hacer nada —su mano se coló debajo de la camisa que a penas me cubría el culo. Sus dedos inquietos ascendieron acariciando mi piel —. O podrías dejarte llevar por la pasión —con una de sus manos agarraba mi cadera y con la otra me estaba torturando, acariciando suavemente, acercando sus dedos a mi entrada.
—O bien podría darte una patada en los testículos e irme de aquí —sugerí. Una embestida de sus dedos bastó para que gimiera muy bajito. El muy maldito se regocijó en su victoria al escucharme gemir.
—Si quisieras irte ya lo hubieras hecho —sonrió.
—Estúpido —mascullé cerca de sus labios y lo conduje a mi boca para besarlo —. Ni creas que te has salido con la tuya —me aparté. Agarré el cuello de su camisa para acercarlo más.
—Yo creo que sí, ved'ma —dijo ese tonto apodo antes de aceptar mi beso y meter su lengua en mi boca.
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