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Capítulo 13. 🔗

Vanya

Corría a toda prisa por aquel largo pasillo al que no le veía fin. Giré a la derecha y me encontré de nuevo en el mismo lugar donde todo empezó. Corrí de nuevo mirando hacia atrás, buscando aquella sombra que me dejó ese horrible estremecimiento en la piel.

—¡Vanya! —los gritos de Seth me detuvieron de golpe —. ¡Vanya! —miré a todos lados, pero todo se veía igual, las paredes, el suelo, el graffiti que había visto varias veces desde que empecé a correr.

—¡Seth! —le grité de vuelta —. ¿¡Dónde estás!? —caminaba, desesperada y aterrada por querer salir de aquí. Sentía que me ahogaba en mi desesperación y miedo. Me faltaba el aire y empecé a respirar con dificultad.

—¡Vanya! —de reojo vi pasar una sombra detrás de mí. No lo pensé dos veces y corrí detrás de ella, pero por más que corría no lograba alcanzarla. Giró hacia la derecha y la seguí, sin embargo, de un momento al otro apareció ese hombre, el que me atacó aquella noche en la iglesia. Se me fue encima y me agarró del cuello para apretar con todas sus fuerzas como aquella vez. Apreté los ojos y cuando los abrí tenía frente a mí a Noah, era él quien me quería matar. Era él el poseedor de aquella mirada cargada de odio.

—Noah —apoyé mis manos en sus brazos. Sus manos apretaban mi garganta con fuerza —. Soy yo, V —se encontraba hipnotizado, perdido en su mente. No me reconocía —. ¿Noah?

Intenté acariciar sus mejillas con mis manos, sin embargo, las apartó con enojo y su ira se profundizó mucho más, con más ímpetu, con más dolor, el mismo que vislumbraba en su mirada azul.

—Soy yo, V. Tu V —mis ojos se llenaron de lágrimas y el dolor carcomió mis huesos.

Él decía que yo era su V y que nunca me iba a olvidar, que siempre iba a pensar en mí sin importar la distancia y el tiempo. Noah fue mi primer amor y no me di cuenta hasta años después en los que seguía pensando en él y en todo lo que vivimos juntos. Me enamoré de él y parte de ese amor aún seguía conmigo, pero ya no con la misma fuerza, no tan dispuesto a hacer lo que fuera por él.

—¡Mírame! —le exigí —. ¡Mírame a los ojos! —sus manos ascendieron a mis mejillas y me tomó con tanta fuerza que sentía, me podía romper cada hueso del rostro. Estrelló mi cabeza contra la pared una y otra vez hasta que el dolor se volvió tan insoportable que me impedía ver con claridad —. ¡No! —grité y pegué un respingo en mi cama.

Me senté de golpe sobre el colchón y miré a mi alrededor, entre asustada y preocupada. Me encontraba en mi habitación, completamente a oscuras. Las cortinas se movían con la suave brisa de la madrugada. Me llevé una mano al pecho y respiré con dificultad. Había olvidado cuando fue la última vez que soné con Noah. Años en los que no se aparecía en mis suelos y ahora, de nuevo estaba pensando en él.

Me pasé la mano por la frente quitando la capa de sudor que cubría mi piel. Mi pecho agitado por la conmoción, subía y bajaba. Borré el rastro de un par de lágrimas traicioneras que amenazaban con salir de mis ojos.

Bajé de la cama y caminé hacia el baño para mojarme el rostro. Me miré al espejo y eché la cabeza hacia atrás para apreciar las marcas que tenía alrededor de mi garganta. Las marcas se veían entre moradas y azules. Me dolía muy poco, pero la garganta me ardía por dentro. Me recogí el cabello y salí del baño. Me detuve frente al closet y saqué ropa para entrenar. Necesitaba despejar mi cabeza de lo que había pasado horas atrás y de aquel sueño que me tenía confundida.

Me asomé por el balcón y el sol se negaba a salir, la luna se apoderaba del firmamento y las estrellas le hacían compañía.

Bajé al gimnasio y empecé a entrenar. Quería dejar de pensar, no sentir nada. A veces pedía no tener sentimientos para que estos no me atormentaran después.

Mucho tiempo me reproché por amar a Noah, cuando sabía perfectamente que lo nuestro no tenía futuro. No lo conocí bien, solo sabía su nombre y su edad. No sabía si tenía padres o era huérfano, si tenía hermanos o algún familiar. En ese momento debí entender que lo que sea que estaba sintiendo por él no iba a llegar a ninguna parte. Pero me aferré a un amor no correspondido y que me destrozó por completo.

Bajé a hacer un poco de ejercicio y golpear el costal un buen rato mientras sacaba toda la frustración que llevaba encima. Llegó un punto donde los nudillos me sangraron, pero el dolor no hizo mella en mi cuerpo, todo lo contrario, me pedía continuar con esto hasta donde ya no pudiera más. A esa hora de la mañana todos estaban dormidos, así que no tuve ninguna interrupción y pude entrenar cómo me gustaba. Tomé un poco de agua y me sequé el rostro con una toalla para quitar el exceso de sudor.

Cuando salí del gimnasio caminé hacia una de las salas que tenía algunos tiros al blanco. Cogí una de las dagas que se encontraban encima de una mesa metálica. Alguien se puso a entrenar y no guardó las dagas, dejándolas aquí.

Me concentré y arrojé la daga justo en la cabeza del tiro al blanco. Cogí otra y fue a dar al pecho, otra más y otra más que dieron justo en la garganta. Dos dagas más que dieron en el estómago y otra más en medio de la cabeza. Cogí otra daga, pero antes de arrojarla escuché unos pasos y giré sobre mis talones para encarar a la persona que estaba molestando tan temprano.

Giré y llevé la daga al cuello de esa persona. Cuando levanté la mirada me di cuenta de que se trataba de Seth, quien levantó las manos y abrió los ojos de par en par. En pocos segundos lo llevé hacia la pared y la hoja de la daga acarició la piel de su garganta.

—¿Qué demonios haces aquí a estas horas? —inquirí, molesta.

—¿Qué haces con esa daga? —acerqué la hoja a su piel. Esta se abrió un poco dejando caer una gota de sangre que resbaló por su cuello.

—Yo pregunté primero —fruncí el ceño.

—No podía dormir y vine a ver que estuvieras bien —tragó saliva —. Ahora veo que estás bien —bajó las manos en el momento que aparté la daga de su garganta.

—Ya puedes irte entonces —me alejé de él y arrojé la daga sobre la mesa. El metal chocó emitiendo un sonido molesto.

—Ya estoy aquí —me puse la toalla en el cuello.

—Vete —eché la cabeza hacia atrás —. No tienes nada que hacer aquí —mascullé. Le miré y me miró de regreso, un poco confundido y molesto.

—¿Por qué te portas de esa manera? —indagó —. A penas ayer me agradecías de haber salvado tu vida y ahora me corres de tu casa.

—No te pedí que me salvaras la vida y esta es mi casa, te puedo correr si no quiero verte aquí —espeté.

—No, no me pediste que salvara tu vida, pero por si lo olvidas tu padre me paga para eso y si no lo hago me mata —giré la cabeza en su dirección y fruncí el ceño.

—Entonces no tengo nada que agradecerte —di un paso, pero antes de avanzar más, me agarró del brazo deteniendo mi andar, me hizo girar sobre mis talones y estrelló mi espalda contra la pared. Solté un jadeo bajito y le miré con coraje —. ¿Cómo te atreves?

—No te entiendo ni un poquito y no me importa toda la mierda por la que has tenido que pasar —espetó —. Tu vida depende de mí y si no lo hago soy hombre muerto —confesó.

—Me cuidas solo porque mi padre te paga por ello, porque te aseguro que de ser diferente no me cuidarías con tanto ímpetu —puse mis manos en su pecho y lo empujé, sin embargo, no se movió ni un centímetro.

—Te cuido no solo por tu padre, me nace hacerlo —bajé la mirada a sus labios en el momento que se mojó los labios. Subí la mirada a sus ojos y me di cuenta de que tenía algunos destellos avellana en su iris de color verde. Sentí un cosquilleo en la boca del estómago.

—Mientes —lo empujé de nuevo. Esta vez puse mis manos en sus brazos y ahí se quedaron al darme cuenta de que no lo iba a mover de su lugar —. No tienes motivos para cuidarme que no sea el dinero que se te paga por ello.

—¿Y si te dijera que tengo más motivos para cuidar de ti mucho más importantes que el dinero que me paga tu padre cada semana? —alcé una ceja.

—¿Estás coqueteando conmigo? Te advierto que eso no va a funcionar —cogí la tela de su sudadera con mis dedos.

—¿Quieres ver que sí? —su mano ascendió a mi mejilla y con los dedos apartó un mechón de cabello húmedo. Lo dejó detrás de mi oreja y con el dedo índice recorrió mi mandíbula en una suave y tentadora caricia. Cogió mi barbilla con el dedo índice y pulgar.

—¿Quieres ver cómo te rompo las manos por tocarme sin mi permiso? —acercó su boca lentamente hasta que nuestros labios estuvieron a solo un suspiro de tocarse. Bajé la mirada a su boca. Sus labios eran pequeños, del tamaño perfecto. El labio superior bien formado con dos picos en forma de corazón y el de bajo, jugoso e hinchado. De nuevo levanté la mirada a sus enigmáticos ojos verdes y me di cuenta de que había miles de secretos en esa mirada, había miedo y rencor, mucho odio acumulado en ese par de ojos.

—Inténtalo —me retó. Su respiración me acarició los labios. Su aliento sabía a menta y un poco a alcohol. Whisky.

—Tú intenta ponerme un dedo encima y te juro por mi vida que no sales vivo de aquí —alcé una ceja.

—La que me está poniendo no solo un dedo encima, sino que todos eres tú —mi mirada bajó a mis manos agarrando con fuerza su sudadera. Solté su ropa y me aparté. Solté una risita nerviosa entre dientes.

Me di cuenta de que mi respiración era irregular y que mi pecho subía y bajaba frenético. Sentía la boca seca y tuve que mojarme los labios con la punta de la lengua.

—¿Nerviosa? —me colé debajo de sus brazos para alejarme de él, su presencia me perturbaba a niveles inimaginables. No entendía si eso era bueno o malo.

—¿Nerviosa yo por ti? —me reí —. Estás loco —sonrió de lado sabiendo que tenía razón y que por alguna tonta razón sí me puso un poco nerviosa.

—Eres una mala mentirosa —giré sobre mis talones y le di la espalda.

—No me importa lo que tú pienses de mí —mascullé.

—Pues creo que eres muy bonita —avancé por el pasillo. Fingí ignorarlo, sin embargo, sí había escuchado lo que me dijo y eso, por muy estúpido que parezca, me arrancó una sonrisa de los labios.

¿Qué pasa contigo, Vanya?

No te puedes gustar ese idiota engreído.

—¡Eres muy bonita! —le escuché decir una vez más.

—¡Y yo creo que eres un imbécil! —le grité de vuelta.

Seth

Cada día que pasaba a su lado me sentía mucho más confundido que el día anterior y me jodía sentirme así con ella, porque ni una mujer logró hacerme sentir de esa manera, ni siquiera Eli me hizo sentir así alguna vez. La conocía desde hace años y había estado con ella infinidad de veces, hasta podía decir que nadie la conocía mejor que yo, ni siquiera ella se conocía cómo yo lo hacía. Y con Vanya era diferente. Tal vez porque ella me rechazaba cada cinco segundos y mi vida le importaba una mierda.

No quería que me gustara y mucho menos enamorarme de ella porque eso sería la peor traición que podía cometer sobre mí mismo. Ella mató a mi madre a sangre fría, no le importó si tenía la culpa o no de lo que Jared hizo, solo quiso cobrarse la muerte de su hermano sabiendo que sería un gran golpe para el viejo. No le importó el dolor que iba a dejar atrás, el gran vacío que estábamos sintiendo Nate y yo. Cómo le iba a importar si solo pensaba en ella, era una niña mimada a quien le dieron todo en la vida y siempre estuvo rodeada de lujos y riquezas.

Sería difícil hacer que confiara en mí y conquistarla para poder acercarme a ella. Si nada funcionaba, entonces tendría que hacerlo sin que estuviera enamorada de mí. Pero sería más fácil si confiaba en mí y me permitía acercarme un poco más a ella.

Aquella tarde decidí ir a la casa de mis padres que ya había sido remodelada en su totalidad. No me gustaba venir aquí y recordar lo que pasó esa noche. Quería que las cosas se hubieran dado de otra manera y que mi madre no se hubiera ido. Le pedí al cielo un milagro que evidentemente no sucedió. Mamá era todo lo que yo tenía y por ella hubiera dado mi vida si Jared no nos hubiese encerrado en esa habitación sin darme la oportunidad de pelear y defender su vida.

—Hace semanas que no vienes —escuché la voz de Jared.

Me encontraba observando el jardín de mi madre. Los rosales que ella misma se encargó de plantar y se aseguraba de que los bichos no se comieran las rosas. Venía aquí todos los días para quitar las hojas secas, las limpiaba y les hablaba porque decía que eso les gustaba y crecían más bonitas. Ahora que ella no estaba, pedí que alguien cuidara de ellas y que no las dejara morir. No quería que sus rosales murieran también.

—No tengo nada que hacer aquí —le dije sin girarme a verlo. Escondí mis manos en los bolsillos de mi abrigo. La tarde empezaba a refrescar un poco.

—Soy tu padre y me has abandonado —solté una risa burlona.

—Ahora te acuerdas de que eres mi padre cuando toda tu vida me has tratado cómo la mierda —espeté —. Y no me digas que era por mi bien porque esa mentira ni tú te la crees.

—Seth —sentí su mano en mi hombro, sin embargo, lo aparté con rencor.

—No me toques. Un día te dije que no iba a permitir que me pongas un dedo encima —mascullé.

—¿Crees que no estoy sufriendo también? Tu madre murió y me siento solo en esta casa. Nate casi no está y tú me odias.

—¿Y por qué crees que Nate no quiere estar a tu lado y que yo te odio? ¿No te has puesto a pensar en que lo más probable es que te portaste cómo el peor padre de este mundo y por eso no queremos estar contigo? Deberías agradecer que Nate no se ha ido de la casa, porque si yo fuera él me hubiera largado desde hace años —mascullé.

Tenía los puños apretados dentro de los bolsillos.

—Soy su padre —giré para encararlo. Se apoyaba en su bastón, ya que quedó malherido después de que la rusa le disparara en la misma pierna dos veces. Eso tenía que agradecerle porque yo nunca pude hacerle un rasguño, aunque viví muchos años a su lado y siempre quise hacerle pagar por tratarme cómo a su peor enemigo.

—Eso se me olvidó el día que me golpeaste por primera vez —mascullé. Jared desvió la mirada unos segundos y de nuevo me miró.

—Sé lo que estás haciendo en la casa de los Záitsev —habló. No me sorprendía que lo supiera, tenía contactos en todas partes y sabía todo de todo el mundo —. ¿Vas a matar a esa zorra? —espetó.

—Para tu desgracia no es una zorra y lo que haga con ella te importa una mierda —Jared soltó una risa cargada de burla y diversión.

—No te vayas a enamorar de ella porque sería la más grande estupidez que puedas hacer en tu vida. Enamórala, fóllatela y después la matas cómo la zorra que es —escupió con desdén, como si Vanya fuera la peor de las mujeres. Tal vez lo era, pero no por eso tenía que referirse a ella cómo "zorra".

—Si me enamoro de ella no es algo que a ti te importe —mascullé. Me miraba como si me quisiera matar a golpes con ese bastón —. No te metas en esto y déjame a mí hacer las cosas a mi manera —le di la espalda y me enfoqué en mirar las rosas de mi madre. Sentí un escalofrío que me recorrió cada vértebra de la columna. Sentí el aire golpeando mi cuello y antes de que el bastón me golpeara uno de los costados giré y lo detuve en el aire —. Siempre me das una puñalada por la espalda —le quité el bastón —. Tampoco me sorprende que seas un cabrón —di un paso hacia delante, mientras que él retrocedió un paso —. Eres un hipócrita haciéndote la víctima cuando eres el victimario. Más te vale que no le hagas nada a Nate o te juro que me olvido de que eres mi desgraciado padre —escupí y arrojé el bastón al pasto.

—¡Soy tu padre y merezco respeto!

—Puedes meterte ese respeto por donde no te da el sol —lo señalé con un dedo en alto —. Ya no te tengo miedo, Jared. Me quitaste todo, hasta el miedo que sentía por ti —bajé la mano en el momento que una camioneta entró a la propiedad. Pasé a su lado y caminé hacia mi hermano que bajaba de la camioneta con Charlie detrás de él, siempre cuidándole la espalda.

—¡Seth! —extendió los brazos y me abrazó cuando estábamos frente a frente —. ¿Qué haces aquí? —rodeé sus hombros con mi brazo al momento de separarnos.

—Solo pasé a saludar —su mirada se dirigió a Jared, quien levantaba el bastón del suelo.

—¿Discutiste con papá? —preguntó, mirándome. Era seis años menor que yo, sin embargo, medíamos lo mismo.

—No, solo hablábamos de mamá —le mentí. Básicamente, toda mi vida le mentí a Nate para que no se diera cuenta de la mala relación que tenía con Jared.

Cada vez que él me golpeaba y Nate me encontraba llorando en uno de nuestros escondites, le decía que me había caído o que me golpeé para que no supiera que en realidad nuestro padre me molía a golpes por no hacer las cosas cómo él las quería. Escondía mis golpes debajo de la ropa y justificaba a Jared cuando nos veía pelear o cuando me llegaba a golpear frente a él.

Nunca quise que se diera cuenta de la vida de mierda que tenía a su lado y cuando tuve la primera oportunidad no dudé en irme de su casa para no estar a su lado y para no tener que soportarlo. Nate me rogó y me suplicó que no me fuera, pero para ese momento mi salud mental era una mierda y necesitaba estar lejos de la persona que me hizo tanto daño. No me importaba que fuera mi propio padre, no quería estar cerca de él. Pero sabía cómo someterme y obligarme a hacer lo que quería. Siempre supo que mis debilidades eran mamá y Nate, por eso usaba a mi hermano cómo escudo para que hiciera todo lo que me pedía. Me tenía atado de pies y manos, por eso cuando vi la oportunidad para dejar de hacer lo que él quería la tomé, sin embargo, las cosas no salieron cómo yo pensé.

—No te ves muy convencido —desordené su cabello con una mano y entramos a la casa. Entramos a la cocina que era el segundo lugar favorito de mamá y solté una larga exhalación de la cual Nate se dio cuenta.

—¿Tú donde andabas? —cambié de tema para que ya no preguntara por lo sucedido con Jared. Lo que menos quería era hablar de él. Me tenía cansado con su sola presencia.

—Jared me mandó a revisar un embarque de armas —se sirvió un poco de agua directamente de la nevera. Lo miré detrás de la isla y alcé una ceja.

—¿Qué? —apoyé mis manos en la orilla de la isla —. No tiene derecho a mandarte para revisar su mierda —escupí. Nate terminó por beber el agua del vaso y encogió un hombro.

—Dice que tú no estás haciendo tu trabajo y que alguien tiene que hacerse cargo de los negocios —dejó el vaso dentro del fregadero.

—Le dije a Charlie que él se haga cargo mientras yo me encargo de la rusa —apreté los puños.

—¿Creías que te iba a obedecer a ti y no a él? —alzó una ceja.

—Sí, ya veo a quien le es fiel.

Charlie me iba a escuchar y tendríamos una larga platica en la que él iba a quedarse callado y yo lo iba a poner en su lugar. Le dejé bien en claro que no quería a Nate metido en esta porquería, pero me di cuenta de que su fidelidad siempre iba a estar con el maldito de Jared y no conmigo.

—No le digas nada —comentó, resignado —. De todos modos, siempre se hace lo que Jared dice y tenemos que obedecer —el tono de voz que usó me rompió el alma. Se estaba rindiendo ante las órdenes de Jared y estaba dispuesto a obedecer en todo lo que él le pidiera y yo no lo iba a permitir. No iba a dejar que Jared hiciera con Nate lo mismo que hizo conmigo y le destruyera la vida cómo a mí. No quería que mi hermano perdiera su alma cómo lo hice yo. 

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