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Capítulo 12. 🔗

Seth

La tenía frente a mí y no creía lo que acababa de suceder. Había matado a un hombre y se encontraba cenando como si nada. Como si nada hubiera ocurrido dentro de esa iglesia y ahora mismo no fuera la escena de un crimen.

Debo aclarar que no tuve nada que ver con eso, no fui el responsable de llamar a esas personas y de matar a los hombres que le iban a entregar el dinero a Vanya. Ni siquiera se me había ocurrido la idea de hacerlo y ahora que había sucedido esto, menos lo haría.

Lo mío con Vanya era personal y el día que decidiera actuar lo haría en su contra, sin hacerle un solo rasguño y sin que tuviera que pelear por su vida. El día que la tuviera en mis manos lo iba a disfrutar cómo el mayor de mis logros. Anhelaba tenerla bajo mi poder y hacer con ella lo que quisiera.

—¿Por qué me miras así? —preguntó. Le dio una mordida a su hamburguesa, mientras la observaba con los brazos cruzados. La espalda apoyada en el respaldo de aquel sofá. Aun procesando lo que pasó minutos atrás.

—Sigo procesando lo que acaba de pasar —se chupó los dedos. Tenía un poco de queso en las puntas. Diría que era mucho queso.

—No lo proceses tanto porque no será la primera vez que pase esto —dijo, despreocupada. Como si ya estuviera acostumbrada a este tipo de sucesos —. Gracias —bajó la hamburguesa y la dejó sobre el plato.

—¿Por qué? —le pregunté. No había tocado mi hamburguesa desde que nos la trajo la chica que nos atendió al llegar.

—Por salvarme la vida. Si no hubieras llegado ese hombre me hubiera matado —la vi pasar saliva y desvió la mirada unos segundos.

—Para eso me paga tu padre —me limité a decir. Además de que no iba a permitir que nadie le pusiera un dedo encima antes de que yo lo hiciera. Era mía y lo sería hasta el día de su muerte. Nadie le haría daño antes que yo.

—De todos modos, gracias —en sus labios se deslizó una sonrisa sincera y procedió a continuar cenando. Había pedido una hamburguesa y una soda, junto con una orden grande de papas fritas que tenía queso y tocino.

—No fue nada —le dije. Cogí la hamburguesa y le di una mordida. Era la primera vez que comía una hamburguesa de este lugar y debo decir que estaba muy buena. No por nada Vanya la devoró en pocos minutos, además de que ya tenía hambre. Me robó un poco de papas y pidió el postre —. ¿Churros? —alcé una ceja.

Estaba babeando por los churros que tenía frente a ella.

—Son mis favoritos. Junto con el chocolate mexicano.

—¿No es el mismo chocolate? —negó rápidamente.

—Es una ofensa que compares el chocolate mexicano con el de otros países —la misma chica se acercó y le entregó una espumosa taza con chocolate. Ella la aceptó con una gran sonrisa dibujada en los labios y la puso sobre la mesa frente a ella. Se mojó los labios con la lengua y cogió uno de los churros.

—¿Entonces son tus favoritos? —asintió. Tenía que aprender de ella y conocerla mucho mejor. Saber que le gustaba y que no. Matar, por ejemplo, le gustaba y lo disfrutaba, pero creo que amaba más comer que hacer otra cosa. Y follar, tal y como ella lo dijo.

—Es mi postre favorito. Pasé unos meses en México y me enamoré de los churros —le dio una mordida al churro —. ¿Cuál es el tuyo? —preguntó.

—No tengo —dije, despreocupado.

—¿Cómo es posible que no tengas un postre favorito? —alzó una ceja.

—Bueno, sí tengo un postre favorito —musité —. Mi madre preparaba un rico panque de limón —en ese momento recordé las veces que mi madre preparaba el panque de limón y cómo ansiaba el momento para comerlo junto a un vaso con leche. Y ahora ya no iba a comer ese panque nunca más.

—Me gusta el panque de limón, a Nana le queda muy rico —la miré.

—¿Tu Nana? —asintió, feliz. Con una gran sonrisa en los labios.

—Sí, es una gran cocinera y prepara unos postres que te chupas los dedos de los pies —me reí y después lo hizo ella —. Un día de estos te voy a invitar alguno de sus postres y te vas a enamorar de su comida.

Era más que obvio que quería a esa mujer casi cómo a su madre.

Después de comerse la orden de churros y dejar limpia la taza con chocolate, salimos del pequeño restaurante al lado de la carretera y conduje en dirección a la casa de los Zaitsev. No tardamos en llegar, pero para ese momento lo sucedido dentro de la iglesia ya lo sabía toda la familia, así que no se me hizo raro que cuando llegamos, Víctor se encontraba enfadado porque en lugar de regresar a la casa nos fuimos a comer. Le dije a Vanya que regresemos a casa, pero ella insistió en comer primero y dijo que, si no lo hacía, podía matar al primero que tuviera frente a ella, el problema es que ese era yo.

—Te dije que era mala idea —comenté, apagando el motor de la camioneta.

—¿No crees que hablas mucho? —me aniquiló con la mirada.

Me quité el cinturón y bajamos del auto ante la atenta mirada de Víctor y Aleksei, quienes esperaban frente a la puerta y detrás de ellos Camila junto al tal Billy.

—¿Dónde estaban? —Vanya se acercó a la puerta y subió los peldaños. Víctor la abrazó efusivamente —. ¿Por qué no regresaste a casa después de llamarle a Pete? —la separó de él y puso las manos en sus hombros —. ¿¡Por qué no la cuidaste!? —apartó a Vanya con toda la intención de acercarse a mí y romperme la cara a puñetazos.

—¡Él me salvó la vida! —le gritó Vanya, agarrándolo del brazo, deteniendo su andar. Víctor la miró atento, después me miró a mí y de nuevo a ella.

—¿Eso es cierto? —Vanya asintió.

—De no ser por él en este momento estarían preparando mi funeral —fue fría y directa. Cómo una daga justo en el corazón —. Nadie tuvo la culpa de lo que pasó, ni siquiera sé en qué momento se dieron las cosas, pero Seth supo actuar cómo tenía que hacerlo y estoy aquí. Estamos aquí —corrigió. Me echó una mirada de reojo —. Lo que tenemos que hacer ahora es averiguar quién es el responsable de matar a esos hombres y del ataque —soltó a su padre y giró hacia mí —. Ve a descansar, Seth, es todo por hoy —me había quedado en mi lugar plantado cómo idiota, sin saber cómo reaccionar ante el enojo de Víctor y las palabras de Vanya hacia mí.

—Seth —me detuve cuando Víctor me llamó —. Gracias —hice un asentimiento con la cabeza y caminé hacia mi auto.

Me tomó unos minutos antes de salir de la propiedad. Me quedé pensando dentro del auto cómo es que las cosas se salieron de control en tan pocos segundos. ¿Quiénes eran esos hombres que atacaron a Vanya? Era evidente que la querían muerta y no lo habían pensado dos veces para irse en su contra. Eran muy rápidos y ágiles, además de fuertes y letales. Ella lo era también y, aun así, le costó trabajo tan siquiera hacerle un rasguño. Ese hombre y lo que sea con lo que se enfrentó era casi inmortal. Tal vez le suministraron ese mentado suero del que habló Vanya. Hubiera dejado que la matara él mismo y así ahorrarme muchos problemas, pero no soy ese tipo de sujeto que permite que los demás hagan su trabajo. Yo mismo me haría cargo de ella y hacerle pagar por haber matado a mi madre.

Cuando al final pude reaccionar y salí de la propiedad, conduje al bar donde trabajaba Eli cada noche desde que la saqué de ese horrible lugar lleno de lujuria y perversión. Los hombres solo la miraban cómo un objeto sexual al que podían tocar y meter mano solo por dejar unos cuantos dólares entre su tanga.

Cuando la conocí tenía miedo y se encontraba asqueada por todo lo que tuvo que vivir a su corta edad. Su hermano había muerto y no había quien llevara dinero a su casa, así que le tocaba a ella vender su inocente cuerpo para comprar los medicamentos de su madre y que esta no la dejara tampoco.

No sentía lástima por ella, más bien me sentía orgulloso de todo lo que tuvo que hacer para salir adelante, pero a pesar de eso el cariño que sentía por ella no era suficiente para mantener una relación sana donde hubiera amor y no toxicidad de parte de los dos. Quería que Eli entendiera que lo nuestro no era amor y que, por el contrario, solo era agradecimiento de su parte por sacarla de las calles y darle un lugar seguro donde vivir. Era solo eso, agradecimiento y no más. Ella lo confundía con amor, sin embargo, yo estaba seguro de lo que sentía por ella y no era amor.

—Es extraño que aparezcas por aquí —me dijo cuando se acercó. Ella del otro lado de la barra porque su turno todavía no terminaba.

—No es raro —cogí el vaso que acercó empujándolo con los dedos. Vertió el líquido de color ámbar dentro del vaso y de nuevo tapó la botella. Observé el líquido dentro del vaso de cristal y lo acerqué a mis labios. Bebí el contenido de golpe —. Sabes que vengo aquí de vez en cuando.

—Desde que andas metido en quien sabe qué asuntos ya no vienes —la miré. Quería aniquilarla con la mirada, pero ella no tenía la culpa de la mierda que era mi vida. Trabajar para los rusos demandaba mucho de mi tiempo. Bien podría hacerme cargo de los negocios de Jared ahora que él estaba pasando por la depresión, pero en su lugar me había metido a la boca del diablo. Solo pensaba en mi venganza y había dejado todo de lado. Tampoco es que me importara mucho. Verla sufrir me motivaba a continuar con esto —. No sé qué andas haciendo y estoy segura de que tampoco me vas a decir nada, pero lo que sea que estás haciendo te está drenando la vida —le hice una seña para que sirviera más whisky —. Deja que los demás se hagan cargo de eso —deslizó su mano por encima de la barra y la puso sobre mi mano.

Sus dedos eran largos, delgados y pálidos. Tenía las uñas cortas y bien cuidadas, algunas pequeñas cicatrices de cortes con cuchillos y cuando se muerde las uñas, pero de ahí en fuera nada relevante.

Apretó mi mano con sus dedos y le sonreí. Ojalá que las cosas fueran así de fáciles y que todo se resolviera dejándoselo a los demás, que alguien más se hiciera cargo de esa víbora, pero si quería que las cosas salieran cómo yo las quería, entonces tenía que hacerlo a mi manera para que todo resultara de acuerdo al plan.

—No puedo dejar las cosas en manos de otra persona —levanté la mirada hacia ella. Tenía los ojos más comprensivos para alguien cómo yo —. No es tan fácil como tú crees —dibujó una sonrisa triste en sus labios y soltó mi mano.

—Solo espero que lo que sea que estás haciendo ahora no tenga consecuencias más adelante.

Claro que iba a tener consecuencias, de eso estaba más que seguro. Después de que llevara a cabo mi plan me echaría encima a toda la mafia rusa y sus socios. Víctor iba a querer destazarme cómo a un siervo.

Vanya

Me di una ducha con agua caliente y solo así me pude relajar un poco. Lo que pasó horas atrás me tenía pensando en ese hombre que me atacó. Cuando salí de la ducha me miré en el espejo. Llevé mis manos a mi cuello que tenía marcas de sus manos en mi piel. La garganta me ardía un poco y me dolían los huesos. Cogí la toalla y la enrollé en mi cuerpo. Los golpes se profundizaron y ahora tenía hematomas en todo el cuerpo, además de algunas cicatrices que dejaron los días de arduo entrenamiento dentro de ese horrible lugar.

No sé por qué, pero después de dejar ese lugar me quedé pensando en Noah, él usaba la misma técnica para matar a sus víctimas. Muchas de las veces solo las dejaba inconscientes, pero si era necesario las mataba de la misma manera en la que ese hombre me atacó en la iglesia. No dejaba de pensar en él, si para ese momento seguía con vida o por su trabajo ya lo habían matado cómo a la mayoría de las personas con quienes vivimos todos esos años.

—Vanya —escuché golpes detrás de la puerta y la particular voz de Cami.

—Adelante —la puerta se abrió por fuera. Cami entró a la habitación y me contempló desde la puerta. Sí, tenía muchos golpes que ahora se estaban poniendo morados y azules.

—¿Qué te hicieron en ese lugar? —la miré a través del espejo. Tenía los brazos cruzados a la altura de su pecho.

—Nada de lo que te diga se compara a lo que en realidad pasa en ese lugar —le expliqué. Cogí una toalla para secarme el cabello —. Nunca lo creerías.

—Si no me dices lo que viviste, jamás lo voy a saber.

—¿Misha nunca te dijo lo que vivió en ese sitio? —rápidamente negó con la cabeza.

—Evitaba tocar el tema y cuando lo hacía por casualidad se ponía nervioso. Un día le dio un ataque de pánico —explicó, se encogió de hombros . — No sabía qué hacer o qué decir para que se tranquilizara. Me sentí una inútil en ese momento. No pude ayudarle a pasar ese calvario. Se aisló y dejó de hablarme por una semana.

—Es el efecto que causa ese lugar después de que sales de ahí —me acerqué al closet y saqué unas bragas y un sujetador que me puse a la vista de Cami, cubriendo algunas partes de mi cuerpo —. No importa cuando tiempo pase, no puedes olvidar lo que se vive ahí dentro y lo que tienes que hacer para sobrevivir.

—¿Por qué te hicieron eso? ¿Por qué tus padres permitieron que fueras a dar a ese horrible lugar? —encogí un hombro.

—Tradición familiar —rodó los ojos y bufó.

—¿Y por qué el idiota de tu primo no pasó por lo mismo? ¿Por qué Mikhail no fue a dar a ese lugar? —indagó. Se apartó de la puerta y se sentó en la orilla de la cama.

—Puede negarse si no quiere pasar por esa tortura —le miré por encima de mi hombro.

—Y tú, ¿acaso eres masoquista? —indagó, con una sonrisa traviesa dibujada en los labios.

—Algo así —respondí. Me puse ropa cómoda y terminé de secarme el cabello.

—De ahora en adelante no puedes andar sola por ahí. Tienes que ir acompañada por Seth, por mí o por alguien de la familia —giré sobre mis talones para enfrentarla.

—¿Crees que eso los va a detener? —inquirí —. La persona que me quiere ver muerta no va a pensarlo dos veces al matar a quien sea. No importa si me acompaña el mismo Papa, tendrá el mismo final que todos —solté una exhalación cansada —. No lo sabes, pero me hice de muchos enemigos en Europa, maté a violadores y traficantes de personas. Estoy consciente de que alguno de ellos me encontró y quiere cobrar venganza, por lo que hice —encogí un hombro.

—¿Y lo dices así como si nada? —preguntó, incrédula.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me esconda bajo la cama y me ponga a rezar? —me burlé —. Jamás en la vida me he escondido de los problemas, no lo haré ahora.

—No me refiero a eso, pero...—tomó una larga exhalación y me contempló por un par de segundos —. No puedo creer que hubieras cambiado tanto —su confesión me dejó sin palabras, que ella me lo dijera, lo terminaba por confirmar, aunque ya me había dado cuenta de eso desde tiempo atrás.

—Todos cambiamos, Cami —dije, despreocupada.

—No así como tú. Ni siquiera la muerte de Misha me hizo cambiar tan drásticamente. Contigo parece que —tragó saliva. Pensó muy bien qué palabras usar, que fueran las menos dolorosas de escuchar —. Parece que no te importara morir.

—Ya no le tengo miedo a la muerte, Cami —musité, tranquila —. Ella y yo nos hemos convertido en buenas amigas —le sonreí a medias, pero al fin y al cabo lo hice.

Cami sacudió la cabeza y se levantó de la cama.

—Solo vine a decirte que la cena está servida —giró sobre sus talones y salió de la habitación. La alcancé en el pasillo y bajé las escaleras detrás de ella. Antes de girar hacia el comedor me desvié al despacho donde mi padre y mamá se encontraban platicando de quien sabe qué tema, que me involucraba a mí.

—¿Crees que haya sido él? —la pregunta de mi madre se escuchó baja, como si temiera que alguien los pudiera escuchar hablar.

Me quedé escuchando detrás de la puerta, aunque sabía que era de mala educación hacerlo.

—No sé, pudo ser quien sea —respondió mi padre, moderando el tono de su voz.

—Sí, pero no es casualidad que ya van varias veces que la atacan precisamente a ella —insistió mamá. Tenía ese tono de voz duro y demandante —. Recuerda lo que te dijo en rusia —enfatizó —. Nunca olvides lo que te dijo aquella vez. Nunca lo olvides.

—Cariño —escuché movimiento dentro del despacho —. No va a pasar nada, vamos a cuidar de nuestra tormenta para que no pase lo mismo que a nuestro hijo —me los imaginaba a ella sentada en uno de los sofás y a mi padre detrás de ella abrazándola con cariño —. Te juro por mi vida que nadie nos va a quitar a nuestra pequeña.

—No hagas promesas que no vas a cumplir.

—No es solo una promesa al aire, lo juro, Vera —habló, determinado —. Lo juro por mi vida. Nadie nos va a quitar a nuestra bebé. Valerik no la va a tocar —insistió.

¿Valerik? ¿Quién era ese tal Valerik y por qué nunca escuché hablar de él?

—Espero que las cosas salgan bien y que Vanya no tenga que pasar por lo mismo. No podría soportar perderla a ella también —su voz se escuchó rota, desolada —. Nadie se puede imaginar el dolor que es perder a un hijo —continuó llorando —. Es la peor tortura por la que puede pasar un padre.

—No volveremos a pasar por ese dolor, Vera, nunca más —me aparté de la puerta en el momento que escuché ruido. Caminé hacia la cocina con la mirada perdida y los pensamientos en lo que dijeron mis padres.

Nunca había escuchado hablar de ese tal Valerik, pero por la manera en la que mamá habló de él supe que no era nadie bueno. Les hizo un juramento a mis padres y ese juramento tenía que ver con nuestras vidas, sin embargo, ahora que Misha no estaba, era yo la que pagaría las consecuencias. 


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