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Capítulo 4: morir en el intento.

Duncan arrastró el cuerpo inconsciente de Marion hasta la habitación ubicada frente a la entrada de la piscina; el golpe había sido fuerte, no tanto para matarla, pero lo suficiente para mantenerla inconsciente.

La habitación parecía un cuarto de trastes, había cajas de todos los tamaños; algunas empolvadas; otras parecían muy recientes. Había una mesa de madera que parecía llevar muchos años en esa habitación. Sobre la mesa, había una caja de herramientas y se podían ver algunas de las herramientas revueltas sobre la mesa, como si alguien hubiese estado trabajando recientemente. El blanco pulcro de las paredes, llevaba una fina capa de polvo y una telaraña en una de las esquinas. Se podía notar que se trataba una habitación algo descuidada, mas no lo suficiente como para dejarla cerrada con seguro.

Había una silla cerca a la mesa y, sobre ella, acomodó a Marion, quién por su aspecto, parecía estar muerta. Pero no lo estaba, solo era una chica inconsciente que no tenía idea de que se encontraba ahí, y tampoco sabía, ni se inmutaba en saber, qué cosas terribles le esperaban.

El joven revolvió entre las cajas. Algunas contenían libros, platos de diferentes tamaños, algunos pocillos y una vieja lámpara entre una de las cajas; finalmente, encontró una caja que contenía algunos trozos de madera, una cuerda gruesa, una muñeca de trapo y otras cosas sin sentido que Duncan pasó de largo.

Con Marion inconsciente en la silla, mandó los brazos de la chica hacia atrás del espaldar del mueble y ató sus manos. Con el cuchillo que llevaba, cortó lo sobrante de la cuerda y ató las piernas de la chica: un pie de la chica con el pie respectivo de la silla. Ella seguía dormida. Se veía tan vulnerable, tan accesible... era lo que él deseaba y no pensó que lograría.

-¡Vamos, despierta! -exclamó Duncan, dándole unas palmadas en sus mejillas.

La chica no parecía responder a los leves golpes. Aun así, continuó con la misma acción, esperando alguna reacción por parte de ella.

Marion abrió los ojos como cualquier persona que despierta de un sueño placentero, intentó incorporarse a la realidad, mirando a su alrededor. Distinguió una mesa a su izquierda, se veía rodeada de cajas y a Duncan frente a ella: cruzado de brazos, sonriendo triunfante.

La luz en la habitación era suave, se filtraba entre los orificios de la puerta, lo suficientemente clara como para ver lo que se encontraba en la habitación.

Intentó moverse, pero se dio cuenta de que tenía los pies y las manos, atados a la silla.

-Suéltame -dijo Marion, manteniendo la calma.

-Siempre eres una chica esquiva, siempre... -Duncan miró al techo intentando encontrar las palabras adecuadas-. Siempre pones una barrera entre las personas y tú, no te dejas tocar, no aceptas ninguna muestra de cariño; salvo por contadas personas, obviamente de mí no.

Marion no respondió. Las palabras de su amigo eran duras, pero ciertas. Después de haber vivido multitud de experiencias traumáticas en su vida, tomó el afecto humano como un camino para abusar de ella; sobre todo, si provenía de hombres.

Abusar de ella. Recuerdos de su infancia venían a su mente. Recuerdos que por más que enterrara y dejara atrás, siempre volvían, siempre en algún momento de su vida, regresaban a atormentarla...

La pequeña Marion se encontraba frente al televisor, sentada en el gran sofá de su casa viendo un programa de manualidades. Era un programa que daban a las dieciocho horas llamado "creaciones de Charlie". Marion miraba el programa con su madre todos los días, a la misma hora. Algunas veces lo veía sola mientras su madre preparaba la cena. Helen, la madre de Marion, amaba cocinar. Disfrutaba hacer cada día una receta diferente para deleitar el paladar de -en ese momento-, su única hija y, por supuesto, su novio. Aunque no era una chef profesional, sabía destacarse. La mujer realmente trabajaba como agente contable.

-¡Papá ha llegado! -anunció Helen bastante animada. Desde la cocina había una ventana que mostraba el jardín de la casa y parte de la avenida principal del vecindario.

«Él no es mi padre», repetía en su mente la pequeña Marion. A pesar de todo, lo llamaba "padre" y no entendía el porqué. Su verdadero padre y su hermana mayor habían muerto en un accidente de auto donde Helen había quedado con algunas heridas leves en su cuerpo. La herida más grande estaba en su corazón por la pérdida de su esposo y su hija mayor. Con el tiempo; unos años después del incidente, Marion y su madre habían pasado el dolor de aquella perdida y Helen había encontrado el amor en Patrick Morris un agente de bienes raíces que le había brindado ayuda consiguiendo una nueva vivienda puesto que, como Helen había dicho en algún momento mientras estaban en su antigua casa: «no podemos continuar en esta casa, muchos recuerdos están enterrados aquí, como la esencia de tu padre y tu hermana». La compañía de aquel hombre era agradable, aunque, por su aspecto desgarbado y mirada siniestra era algo que Marion no podía concebir.

La pérdida de su padre y su hermana mayor -sumado a los abusos de Patrick- suponían en la pequeña Marion una carga emocional demasiado grande. Situaciones como esa para una niña de seis años era algo traumático; se requirió de ayuda psicológica y con ello, pudieron encontrar la tranquilidad y estabilidad que necesitaban en su vida.

«Él no es mi padre», volvió a repetir Marion en su cabeza, sin despegar los ojos del programa de Charlie. En la pantalla, un hombre calvo con barba grisácea y anteojos mostraba a los televidentes una forma fácil y practica de crear una casa para aves. «No quiero que llegue» continuaba la mente de la pequeña. Le aterraba ese hombre, aunque su madre dijese que era un buen hombre y que podía asumir la figura paterna sin ningún problema. Helen se sentía amada y valorada. Patrick amaba la comida de Helen, contribuía con el pago de los servicios en casa y se ofrecía a llevar a Marion al parque o a la escuela, aunque siempre ella respondiera que no iría con él a ningún lugar.

El timbre de la casa sonó.

-Abre la puerta, cariño -pidió la mujer desde la cocina-. Tengo las manos mojadas.

-Estoy en el baño -mintió Marion. Se levantó del sofá y corrió escaleras arriba a su habitación.

-¡Marion! -gritó la mujer, pero al ver que había un segundo timbrazo en la casa se secó las manos con el delantal y fue a abrir la puerta-, esta niña... -continuó caminando hasta la puerta.

Observó por la mirilla de la puerta y efectivamente Patrick se encontraba a la espera con algunos paquetes en sus manos.

-Llegaste -saludó Helen, plantándole un beso al hombre en sus labios y rodeándolo con sus brazos.

-He llegado más pronto de lo que tenía previsto -respondió Patrick, a la vez que entraba a la casa-, el jefe nos ha dejado salir más temprano, es un alivio. -El hombre evaluó el lugar y sólo pudo darse cuenta de que, en la sala de estar, se encontraba el televisor prendido mostrando un comercial de Coca Cola-. Pasé por el supermercado y traje algunas cosas ¿dónde está Marion? Me gustaría saludarla.

-Ha dicho que está en el baño -le respondió la mujer-. La cena ya casi está.

-Iré a buscarla -habló el hombre, con una sonrisa.

Emprendió su camino escaleras arriba en busca de la pequeña.

Al llegar a la habitación de Marion, golpeó tres veces esperando aprobación de la pequeña para entrar. No había respuesta.

Marion sabía que ese hombre había llegado y ahora estaba frente a su dormitorio pidiendo entrar, tras dos golpes más, la pequeña no tuvo más remedio que darle entrada pronunciando un: «adelante».

-¿Cómo estás, hija? -preguntó el hombre mientras cruzaba la habitación y se sentaba junto a ella.

Hija. La palabra retumbaba en su mente, no podía creer que la escuchaba. Una palabra que significaba todo y a la vez nada. Simplemente se mantuvo callada mirándolo a sus penetrantes ojos negros. No sabía que decir, ni que hacer.

-No podía esperar para verte -pronunció el hombre y mandó su mano derecha a la pierna izquierda de Marion.

La chica comenzó a temblar. Su mente le advirtió lo que se avecinaba. El hombre seguía acariciando su muslo. Luego sin dejar de verla, subió su mano más, y más, y más. Marion era presa del miedo. Aunque la mano de Patrick estaba tibia, la sensación de ser tocada le llenaba su cuerpo de temor y la hacía temblar.

-Estás muy nerviosa -advirtió el hombre con una sonrisa-. ¿Le has dicho a tu madre algo de esto?

-No -respondió Marion crudamente sin dejar de temblar y ahora sus ojos parecían mares.

-No llores, pequeña -le pidió Patrick-. Soy muy gentil contigo. Eres hermosa como tu madre para la edad que tienes, seguro serás una mujer preciosa cuando crezcas.

Los ojos de Marion estallaban en lágrimas. No había palabras que pronunciar, no había acciones que tomar. Solo podía sentir la mano de aquel hombre pasando por sus pequeñas piernas y luego tocando su pecho.

-¡La cena está lista! -gritó Helen desde la primera planta.

-Hora de comer -anunció Patrick, saliendo de la habitación.

Marion frotó sus ojos con el dorso de su mano. Se acercó al baño de su habitación. Se echó un poco de agua en la cara. Mamá no podía saber que había llorado. Mamá no podía saber que Patrick era un pervertido. Mamá no podía saber que la misma situación se repetía noche tras noche. Mamá no podía saber que guardaba el secreto de ese hombre por casi veinte días. Mamá debía saberlo, la policía debía saberlo, pero Marion no estaba lista.

Los ojos de Marion se llenaron de lágrimas mientras miraba a Duncan. Éste, se sorprendió ante la expresión de tristeza que se apreciaba en ella.

-No llores, pequeña -pronunció Duncan, pasando sus dedos por las mejillas de Marion. Su rostro está tibio-, aun no te he hecho nada.

-¡Suéltame! -gritó Marion, moviendo su cuerpo intentando escapar, pero parecía inútil.

-No creo que puedas escapar -le aclaró volviendo a ponerse de brazos cruzados frente a ella-, me ocuparé de Erin y volveré contigo.

Volvió a escarbar entre la caja que contenía los trozos de madera y sacó algunas cuerdas más.

-Necesitaré esto -habló nuevamente Duncan, poniendo las cuerdas que había sacado de la caja en uno de sus bolsillos traseros del pantalón y salió de la habitación.

≪ •❈• ≫

Theo levantó el cuchillo del suelo. Al parecer, nadie se había percatado de ello y salió de la casa dejando a su suerte a Frankie; no sabía que horrores estarían pasando en manos de Duncan, ni quería pensar en eso. Por otro lado, Erin había regresado a la habitación donde se había escondido anteriormente y donde se sintió a salvo. Luego volvería a por ella.

La prioridad en ese momento era restablecer la señal y que volviera la luz. Con todo ello, buscaría la forma de subir al tejado, al menos -era la opción más válida que su mente le anunciaba- para así encontrar el aparato. Se percató por un instante de que su camioneta no se encontraba, había dejado las llaves y su celular en el interior del vehículo. ¿Algún ladrón, tal vez? No pudo pensar en eso, la camioneta contaba con tecnología de punta, si se arreglaba la señal, podía rastrear la camioneta desde el celular de uno de sus amigos y llamar a la policía. Estaban en medio de la nada, dentro de la casa las llamadas no entraban, por lo que su labor en esos momentos significaba mucho.

En el exterior, rodeó la casa girando hacia la derecha, allí se encontraban unas escaleras que daban hacia el tejado. Las escaleras estaban cubiertas por plantas enredaderas y musgos que le daban un aire especial a la casa. Sin ponerse a pensar en los detalles que pasaban por su mente, marchó cuesta arriba en busca del módem.

La luz de la luna, alcanzaba a iluminar su camino; la vista era bastante limitada. Al llegar al techo de la casa, comenzó a mirar a alrededor, agudizó su mirada para poder encontrar dicho artefacto con la luna como su linterna. Comenzó a caminar entre las tejas asegurándose de no caer ni dar un paso en falso. Ante cada paso que daba se sostenía de las demás tejas que tenía por delante hasta dar con el aparato que necesitaba. Maniobrar en tal estado de oscuridad era toda una hazaña; no obstante, confiaba en sus instintos y continuaba examinando la zona.

Finalmente encontró el aparato con la poca visión que tenía. Comenzó a examinar el aparato, luego de unos minutos, movió un interruptor que hizo aparecer una luz verde que seguramente indicaba que el módem había sido puesto en marcha; seguido a ello, tres luces más comenzaron a aparecer en el aparato. No reparó en verificar porque tenía tantas luces, ya que la visión era limitada.

Regresando de vuelta a la escalera de enredaderas, se alcanzó a resbalar. Una sensación de vértigo recorrió su cuerpo y reaccionó rápidamente agarrándose de una de las tejas. Su respiración se tornó agitada, si no moría en manos de Duncan, la posibilidad de morir cayendo del tejado era bastante grande.

Comenzó a moverse lentamente hasta llegar a las escaleras y, sin tiempo que perder, con miles de miedos apoderándose de él, se dispuso a descender de vuelta al suelo. No podía regresar por el mismo lugar que había tomado, por ello, siguió caminando por el frente de la casa y la rodeó hasta llegar a la zona izquierda de la casa, donde una puerta blanca, lo llevaba hasta la piscina.

Entre la oscuridad y teniendo como única compañía la luz de la luna, cruzó aquella zona. Era un manojo de nervios. A su alrededor todo estaba tranquilo, la piscina mostraba aquella mancha roja en medio del agua, que se iba extendiendo hacia las esquinas. «¿Dónde está Brittany?», pensó Theo. Era bastante extraño que la chica no estuviera -donde se supone que estaba hace un momento antes de que Duncan comenzara a perseguirlos-. Miles de teorías pasaron por su mente. ¿Alguien la había sacado? ¿Se trataba de una broma planeada entre Duncan y Brittany? ¿Ella sola se había levantado queriendo jugar con sus amigos, engañando incluso a Duncan? Esta última le quedó de manera permanente, al percatarse de un camino de sangre que iba desde la piscina hasta la puerta por donde llegó. Muchas ideas se apoderaron de su mente mientras seguía el camino de sangre. Llegó hasta dónde estaba su camioneta. A pesar de la limitada visión, alcanzó a ver las huellas del vehículo.

Decidió regresar sobre sus pasos y volver a la piscina. Se adentró en la casa y varios sonidos provinieron de la habitación frente a la entrada de la piscina. Su curiosidad podía más y decidió entrar. Notó como Marion se retorcía, intentando soltarse de una silla en la que se encontraba atada.

-Déjame ayudarte -expresó Theo y se acercó hasta ella, para soltar los nudos que tenía-. Estás muy bien atada.

Mientras la liberaba, se percató de que había llorado. Sus ojos estaban rojos, hinchados y su leve maquillaje estaba hecho un desastre.

-Gracias -dijo Marion dándole un abrazo, aun sabiendo que no era la chica más expresiva y bondadosa del mundo, sobre todo en su grupo de amigos.

-Debemos encontrar a Erin y Frankie -pronunció Theo, ambos chicos salieron de la habitación-, y tener cuidado, claro.

No sabían con certeza qué sucedía. De un momento a otro, el silencio que los rodeaba se vio obstruido por un sonido seco de algo pesado que cayó.

-¿Qué fue eso? -preguntó Marion con curiosidad.

-Parece que viene del exterior -respondió Theo-. Sígueme -dijo tomando a Marion de su mano izquierda y se vio arrastrada hacia la zona de la piscina por donde había pasado minutos atrás.

Ella no pronunció ni una sola palabra, todo pasaba tan rápidamente; se sorprendió al pasar junto a la piscina y verla vacía.

-La piscina está... -comenzó a decir la chica, mientras caminaba a paso rápido tras Theo, quien no la soltó de la mano.

-Luego averiguaremos eso, Marion -interrumpió Theo.

Cuando rodearon la casa, regresando por los pasos que había dado Theo; frente a la casa, una figura humana estaba tendida boca abajo y, bajo ésta, salía un charco de sangre. Marion puso las manos en su boca, aguantando un grito. Theo abrió la boca sin saber qué decir y sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa, luego miró hacia el balcón del segundo piso y después nuevamente el cuerpo; por la posición adoptada del cuerpo sin vida, dedujo y aseguró en su mente que Frankie había sido arrojado de aquel lugar.

-Está mu... mu... muerto -pronunció Theo quien no podía creer lo que veía-. Frankie está muerto.

Marion comenzó a llorar suavemente y se aferró al cuerpo de su amigo para seguir llorando sobre el hombro de Theo.

≪ •❈• ≫

Frankie había demostrado valentía al enfrentarse contra Duncan, aunque sabía que era una idea estúpida, siguió lo que decía su mente. Duncan le pisaba los talones. No pensó en volver a la habitación que había frecuentado, ni en las otras, simplemente siguió todo recto hasta el balcón del segundo piso, sin importarle siquiera si quedaba acorralado. Sin Theo, se sentía vulnerable; sin las chicas, se sentía indefenso. La valentía que demostró al salvar a Erin se derrumbó en un segundo, cuando su "yo razonable" le advirtió la realidad que estaba viviendo.

-Ya no hay escapatoria -le advirtió Duncan.

-Detente -pidió Frankie de manera pausada, conteniendo su miedo y sus ganas de ahogarse en lágrimas.

-Me tienes cansado -comenzó a decir mientras ponía ante la vista de Frankie el cuchillo que había sacado de su bolsillo-. Este mundo no está hecho para ti, eres un consentido, eres... débil.

Frankie llegó hasta en el balcón, sintió que el aire frío golpeaba su espalda y sus brazos, sintió la brisa boscosa mientras miraba a Duncan a los ojos. Las palabras que decía eran ciertas; aunque sus amigos entendieran su condición sexual, había mucha gente que lo bufaba, lo rechazaba y buscaban la forma de hacerlo sentir mal.

No tenía intenciones de llorar y, aunque lo hiciera, no tenía sentido, estaba acorralado. No había forma de retroceder o de escapar...

-Parece estúpido cómo descargas la ira que sientes por Brittany con nosotros -soltó Frankie con remordimiento y mostró una sonrisa sarcástica, pensó en su amiga que había muerto-. ¿Qué te hizo para que estés tan enojado?

Un tic hizo presencia en el ojo derecho de Duncan, soltó un gruñido ante la pregunta y empuñó con más fuerza el cuchillo.

-Es una... -le respondió, y enterró el cuchillo en el vientre de Frankie-, maldita manipuladora. -Terminó su frase, enterrando nuevamente el cuchillo en el vientre de Frankie.

Frankie no pudo soltar palabra alguna; había sido tomado con la guardia baja. Sus ojos se llenaron de lágrimas y cayó de rodillas. Sabía que Brittany tenía algunos defectos, sabía que era manipuladora, caprichosa; pero aun así la amaba, sabía que ella lo admiraba y lo respetaba. Sin tener en cuenta todo ello, Brittany era una verdadera amiga: su mejor amiga.

Una parte frágil de Duncan se reveló, ver a su amigo tan destrozado, hacía que ante sus ojos aparecieran lágrimas. La sangre comenzó a salir del vientre de Frankie a borbotones, mientras él intentaba calmar el sangrado con sus manos.

-Brittany... ella jugó conmigo, se burló de mí -dijo Duncan con sus ojos aguados-. No tomó en cuenta mis advertencias, creyó que estaba bromeando... ahora sólo debo encontrar ese maldito video -pronunció esto último como un susurro.

-¿De qué hablas? -preguntó Frankie, casi sin aliento e intentando levantarse del suelo. Duncan lo miró a los ojos. Duncan tenía una mirada siniestra y sin importar que pasara, continuó hablando-. ¿Sabes? tienes razón, este mundo no es para mí.

Duncan estaba colérico, estaba decidido a apuñalar nuevamente a Frankie, acabar con su vida de una vez; quería que se callara. Frankie se levantó torpemente y se acercó hasta el borde del balcón, casi no tenía fuerzas, pero ya tenía claro lo que debía hacer.

-¡Cierra la boca! -gruñó Duncan, quien se encontraba a milímetros de Frankie.

-Antes de que intentes algo, te ahorro el trabajo -pronunció Frankie.

Duncan abrió la boca sorprendido y abrió los ojos como platos al ver como el cuerpo de Frankie desaparecía por encima del balcón. Había decidido morir por su cuenta, antes de morir en manos de quien creyó que era su amigo. Frankie se había suicidado ante sus ojos.

De un momento a otro, Duncan soltó una carcajada. Reía sin parar y sin razón aparente, se sentó en el suelo e intentó detener su risa. Frente a él, había un charco de sangre que había dejado Frankie. Se quedó mirando la sangre con su mente en blanco, luego tocó con sus dedos el charco y se percató de la sangre en la yema de sus dedos. Suspiró.

-Menos uno -pronunció frotando la sangre entre su dedo índice y su dedo pulgar-, faltan tres.

≪ •❈• ≫

Duncan regresó a la primera planta, había recordado el lugar donde entró Erin en el momento en que Frankie lo había empujado en un acto de valentía. Ya se había encargado de él, o más bien él se encargó de acabar con su vida antes de que pudiese hacer algo. Ya había matado a dos personas. Con Frankie muerto, pensé que tenía que matar a los demás, poner sus cuerpos en la camioneta de Theo y lanzar la camioneta con los cuerpos en el lago más cercano a la casa de campo. Era la idea más inmediata que su mente le lanzaba.

Golpeó la puerta antes de entrar. Al otro lado no había respuesta.

-Abre Erin, es Duncan -le respondió-. Prometo no hacerte daño, sólo quiero hablar contigo.

No obtuvo respuesta. Tras unos minutos, volvió a golpear la puerta e intentó forzar el pomo; sus intentos eran inútiles.

-¡No me hagas entrar a la fuerza! -exclamó Duncan perdiendo la paciencia y, ante la negativa por parte de Erin de abrir, decidió darle de golpes con el costado de su cuerpo hasta que la puerta cediera.

Finalmente, la puerta se abrió de golpe y Erin se halló sobre la cama sentada, abrazando sus piernas. Duncan se sentía aturdido, cansado y le dolía todo el cuerpo por aquel esfuerzo. Parecía ser una noche agitada. Por lo menos, su brazo ya no estaba sangrando, el trozo de tela alrededor de su brazo llevaba una mancha roja de sangre coagulada.

-No intentes nada estúpido -le advirtió Duncan, a medida que se acercaba.

Erin estaba petrificada. Era tal su miedo que no se movió de su sitio, ni pronunció ni una sola palabra. Duncan se acercó hasta ella y la tomó de uno de sus brazos. La chica temblaba terriblemente ante el agarre, como si La Parca hubiera llegado a reclamar su alma.

-Lo siento -pronunció Duncan y luego le dio un cabezazo a Erin dejándola inconsciente. Tomó las cuerdas que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón, acomodó el cuerpo de la chica y ató sus manos al espaldar de la cama.

Por el golpe recibido, estaba seguro de que tardaría en despertar; en realidad, no tenía idea de cuánto tiempo permanecería inconsciente. Tal vez, tendría el tiempo necesario para encargarse de Theo, el cual, si no se encontraba fuera de la casa, podría estar escondido en cualquier lugar. Por fin su sueño se haría realidad, pero para ello necesitaba a Erin despierta. Plantó un beso en los labios de la chica y salió de la habitación empuñando su cuchillo.

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