Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 30: mejores días.

En el último piso del edificio a medio construir, Duncan esperaba a que sus amigos llegaran; aunque el sonido era débil, muy a lo lejos escuchaba su voz de aquella grabación. Era la señal que necesitaba.

En días anteriores, había hecho aquella grabación con una vieja cámara de video que encontró en el ático de la casa; la noche anterior a su llegada a aquel edificio en construcción, llevó su antiguo televisor y el reproductor que tenía en su habitación. Primero, tuvo que hacerlo de noche; puesto que, de hacerlo en el día, levantaría sospechas. Para llevarlos, se valió de un taxi, aunque el hombre sospechó de tal situación tan extraña, él le explicó al conductor que llevaría -tanto el televisor, como el DVD- a casa de sus tíos sobre la carretera Overland. El hombre se mostró dudoso, pero a la larga, si mentía o decía la verdad lo tenía sin cuidado.

Los chicos que le habían ayudado en sus travesuras, ya se encontraban aprehendidos, solo era cuestión de tiempo para que iniciaran los respectivos juicios. Muy en el fondo de su corazón, sentía que había obrado mal; no obstante, hasta no dar por culminada su venganza, no iba a descansar. Había repasado en su mente el plan un millar de veces y tenía que salir perfecto; aunque eso conllevara el volver a prisión y, si así resultaba, regresaría feliz y tranquilo de haber hecho un trabajo impecable. Dependiendo del resultado de su misión, pondría en marcha la segunda parte de la tarea: ayudar a sus amigos a salir de prisión.

Pensar en la cárcel traía recuerdos terribles, algunos felices. Suspiró mientras esperaba a por sus viejos amigos. El cielo retumbaba frente a él, poco a poco la lluvia se haría presente...

Sus sentidos, estaban alerta. Miraba de un lado a otro temeroso. Con un terror circulando su cuerpo, un miedo que le quitaba la calma que, más o menos, se respiraba tras los muros de la prisión. Le llevó un par de semanas darse un lugar en aquella jauría de bestias salvajes: conocidas comúnmente como reclusos. Posterior a ello, su mente le jugó una mala pasada: una entidad siniestra lo acechaba día y noche. Se bufaba de él; le exigía buscar una forma de salir de prisión; le exigía llevar a cabo su venganza. Un sinfín de peticiones a las que, por supuesto, no podía cumplir. Luchaba internamente por silenciar esa voz siniestra, apretaba sus ojos con fuerza cada vez que se aparecía sin previo aviso. El resultado: la visita de un profesional que lo pudiera ayudar.

A raíz de su enfermedad mental, lo dejaron un par de días en el ala psiquiátrica de la cárcel en cuanto hallaran a un psiquiatra que se ocupara de sus dolencias.

-Duncan ¿Qué experimentas en este momento? -le preguntó su psiquiatra, la doctora Magnolia Reynolds.

Duncan escuchó claramente la pregunta, pero aquella entidad -en la distancia-, le pedía no responder. Le susurraba en su oído, a veces desde lejos, que no podía confiar en nadie, que nadie debía saber sobre su existencia. Sin embargo, el terror era real, debía hablar o aquel misterioso ser, lo seguiría atormentando.

-Está aquí -respondió Duncan, sin dejar de mirar a su alrededor.

-¿Lo estás viendo en el consultorio? -Quiso corroborar la psiquiatra.

En un par de sesiones anteriores, Duncan le confesó a la mujer la presencia de aquella figura que acechaba día y noche. Aún, cuando aquel ser, le pidió irrefutablemente que no hablara sobre su existencia.

-Sí -contestó-. Justo ahí. -Con su mano señaló hacia la ventana.

La mujer miró a su derecha. En el exterior, un día soleado se hacía presente. Algunos pacientes tomaban una caminata ante los rayos del sol y, uno que otro funcionario, cumpliendo con sus deberes.

-Excelente, estás progresando mucho, ahora dime, ¿Cómo luce? -La mujer estaba tan interesada en su caso, en sus expresiones, en la forma en que relataba sobre la existencia de aquel extraño personaje.

Mantenía su mirada fija sobre su paciente mientras que, a su vez, tomaba atenta nota de cada palabra pronunciada por él y anotaba lo aterrador de su mirada cuando hablaba sobre aquella presencia.

-Es... soy yo -habló Duncan confundido-. Se ve... es como si estuviera... no sé cómo explicarlo.

-Haz un intento -pidió la mujer.

-Soy yo, pero viste de negro y... tiene una mirada siniestra, una mirada llena de... ¿rencor? No lo sé, es una mirada siniestra, y... cuando me habla, es una voz diferente. Una voz que nunca había escuchado antes.

«Esquizofrenia» anotó la doctora y subrayó la palabra dos veces. Desde que comenzó el tratamiento con Duncan, tenía una leve sospecha de lo que ocurría con su cerebro, pero con la confirmación de que tenía alucinaciones con un ser oscuro y siniestro que lucía exactamente como él, disipó sus dudas. Por lo general, las citas duraban poco tiempo y la mayor parte de la terapia se acudía al silencio. Al principio balbuceaba y señalaba que estaba "bien". Con el tiempo, encontró en aquella mujer la confianza y seguridad para confesarle sus mayores temores.

-¿Qué te dice? -preguntó ella.

-Siempre... él siempre me dice que no debo confiar en nadie, dice que nadie debe saber sobre él, él pide... él dice que es un secreto, nuestro secreto -respondió Duncan con temor en su voz-. Me dice que no olvide la promesa que le hice.

La mujer levantó una ceja y comenzó a apuntar más información en su libreta. «Una promesa que le hice» repitió su mente.

-Prometió hacer algo o tal vez ¿Guardar algo? -susurró la psiquiatra, carraspeó su garganta y habló en voz alta-. ¿Qué clase de promesa?

Duncan permaneció en silencio. Con su mirada fija en el suelo. Sus ojos abiertos de par en par, reflejaban un miedo más profundo del que ya tenía.

-¡Está furioso! ¡Está muy furioso! -exclamó Duncan y se tapó sus odios con ambas manos-. ¡Me está gritando! -Se levantó del sofá donde siempre se recostaba y comenzó a caminar de un lado a otro, sin dejar de taparse los oídos. Finalmente, se sentó en el suelo, en una esquina de la oficina y se hizo un ovillo-. ¡Lo hice enfadar! ¡Haga que se calle! ¡Por favor! -gritó al final y soltó unas gruesas lágrimas.

-¡Duncan! -La mujer se sobresaltó y se levantó de su silla. caminó hasta él y lo tomó de los hombros-. Mírame, todo está bien. No lo escuches y concéntrate en mi voz.

Atendió a las instrucciones de la mujer y le regaló una mirada llena de tristeza; sus lágrimas no dejaban de caer, tampoco dejaba de tapar sus oídos.

-¿Escuchas mi voz? Asiente o dime si escuchas mi voz -pidió la psiquiatra.

Duncan asintió sin dejar de llorar. Bajó sus manos lentamente y se concentró en la mujer.

-Está muy furioso -dijo con voz calmada-. Me castigará. Dijo que me castigará cuando estemos solos.

-Nadie te va a castigar, ni te va a hacer nada -refutó la mujer y se levantó del suelo. Estiró una mano hacia Duncan y continuó-: vamos, levántate.

Con dificultad se levantó por sus propios medios, dejando a la doctora con la mano extendida. La mujer volvió a su escritorio y levantó la bocina de un teléfono que reposaba sobre el mismo.

-Magnolia Reynolds. Oficina ciento diez. Sesión terminada -habló a través del intercomunicador-. Denle diez miligramos de Olanzapina; asegúrense de que la reciba. Tal vez se muestre reacio y sicótico en cuanto lleguen.

Mientras un enfermero llegaba, centró su mirada en Duncan, quien seguía en aquel rincón mirando a todos lados.

Salió de su ensimismamiento. Sentía voces que sonaban como susurros, voces que se hacían cada vez más fuertes. Mantuvo sus manos dentro de su pantalón; después de todo, era una tarde fría que pronto se convertiría en noche.

≪ •❈• ≫

Había varias bolsas de cemento y sacos de arena distribuidos en el edificio a medio construir; así como tarros de pintura vacíos, tablas y varas de hierro distribuidas a lo largo del suelo. A pesar de que ya casi caía la noche, esa ligera luz que les proporcionaba el exterior, los hacía avanzar.

-No puedo creer que Frankie haya hecho eso. -Brittany rompió el silencio, mientras subía los escalones-. Es decir, ¿En serio le vamos a creer?

-Creo que hablaba muy enserio -respondió Aiden, viéndola por encima de su hombro.

-Y tú que vas a saber, no lo conoces -refutó la rubia.

-Oigan, chicos, la idea es no pelear entre nosotros -intercedió Erin.

-Coincido con él -agregó Dong Yul-. No creo que mienta, no a estas alturas. O sea, su confesión dejó muy mal a Theo y no creo que...

-Gracias, Dong Yul -le interrumpió Theo con sarcasmo-. Tu aporte es valioso.

-¡Ya basta! -profirió Erin-. Eso es justo lo que él quiere, que nos peleemos entre nosotros.

-Realmente no sabemos que quiere, Erin. Por eso estamos aquí -apuntó Brittany.

Solo estaban a un piso de distancia de llegar a la última planta. El panorama era el mismo en todos los pisos. Cosas distribuidas y esparcidas desordenadamente, pero sin rastro de Duncan y con la oscuridad apoderándose de cada rincón.

-Tengo un mal presentimiento -habló Aiden.

Tras varios minutos de una caminata cuesta arriba, casi al borde del abismo se encontraba Duncan. Con la puesta del sol a su espalda, brindando sus últimos rayos de luz. Se podía vislumbrar con total calma y con sus manos dentro de los bolsillos de su suéter deportivo. Su cabello lucía más corto de lo habitual; casi al rape.

Alrededor de él, se presenciaban cuatro varas de hierro; una por cada esquina, las cuales en un futuro serían unas bigas de cemento sólido.

-¡Qué alegría volverlos a ver, amigos! -exclamó Duncan, desde la distancia.

-No podría decir lo mismo de ti -contestó Brittany.

-Brittany, tan servicial como siempre -bufó Duncan con una sonrisa ladeada-. Veo que trajeron compañía. Digo, tú debes ser el tal Aiden -señaló al chico de cabello alborotado-, te ves más intimidante en persona.

-¡Ten cuidado con las palabras que usas! -lo retó Aiden, señalándolo con una mano.

-Es un encanto -apuntó Duncan, sin dejar de sonreír y señaló al asiático-. Tú debes ser el novio de Theo, ¿O tal vez es de Erin? Veo una cara nueva entre nosotros.

-Es un amigo -le corrigió Theo-. Y sabe lo que es el respeto y la cordialidad, cosa que, supongo, olvidaste mientras estuviste en prisión.

Duncan arrugó la frente y luego volvió a sonreír.

-Amigo, claro -refutó Duncan y sacó las manos de su bolsillo-. Como sea, la situación es así: supongo que ya vieron el video, probé los aparatos antes de subir aquí, así que no hay excusa respecto a eso. ¿Qué opinan?

-¡Mientes! -gritó Brittany. La adrenalina recorría cada milímetro de su cuerpo-. ¿Piensas que vamos a creer eso de que Frankie se suicidó? ¿Qué te violaron en esa celda? Eres un maldito...-Y no pudo continuar, temía romper en llanto por la furia que se apoderaba de ella.

Tantos años sin mantener comunicación. Un corto tiempo acechando en las sombras para luego encontrarlo tan campante en medio de un edificio a medio construir, rodeada de sus amigos más cercanos y su novio. Era una situación irreal.

-¡Sigues siendo la arpía manipuladora de siempre! -chilló Duncan de vuelta-. Apuesto a que él no debe conocer ni la cuarta parte de quien realmente eres. ¡Ahora necesito que vengas aquí!

-No -intervino Erin-. Lo que tengas que decir, hazlo manteniendo la distancia.

Estaban separados por tres metros y medio de distancia. Distancia que era relativamente cerca, lo cual resultaba sospechoso que quisiera que Brittany estuviera más cerca.

-Verán -aclaró Duncan-. Hay una única forma de darle solución a esta situación. -Ante el silencio del grupo por unos breves minutos continuó-: o te mueres o morimos juntos.

-¿Qué? -preguntó Theo, a quien pareció costarle lo que estaba escuchando.

-No voy a dejar que le hagas daño -dijo Aiden, retándolo-. Por eso estoy aquí.

-Oh, así que eres el guardaespaldas -se bufó Duncan-. Déjala que decida por su cuenta, apuesto a que la obligas a hacer cosas que amas y ella odia.

Aiden apretó los dientes.

Tenía un plan de contingencia en caso de que las cosas salieran fuera de control. Por lo pronto, esperó a ver cómo avanzaba aquella cita. Brittany, por su parte, se aproximó hacia él con pasos cortos.

-¡No, Britt! -exclamó Erin-. No debes seguir su juego.

-Soy lo suficientemente adulta para tomar mis propias decisiones -habló Brittany, hasta quedar frente a Duncan, separados por una mano de distancia-. Y estoy dispuesta a "cooperar". -Simuló comillas con sus dedos y esperó respuesta.

-Eso me sorprende, debo confesarlo -dijo Duncan-. Espero no trates de burlarte de mí y, ustedes. -Sacó de su sudadera una cuerda y señaló al grupo-. No intenten nada, porque estoy dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que no saboteen mis planes. Date la vuelta.

Brittany asintió y dio una vuelta en su sitio, quedando con la vista hacia sus amigos y su novio. Duncan ató sus manos, no tan fuerte para lastimarla, pero lo suficientemente fuerte para que no se soltara. Luego, sacó de su sudadera una navaja. Puso la navaja en el cuello de Brittany, sin causar gran presión: algo que aprendió en prisión.

-Ahora -dijo Duncan, tras un breve silencio-. Decide, Brittany. ¿Quieres morir por tu cuenta o quieres morir conmigo? No hay punto medio.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro