Capítulo 24: hasta que el dolor se vaya.
Las pesadillas siguieron apareciendo cada noche.
Marion trataba de llevar una vida normal; aunque era complicado, pues aquellas pesadillas irrumpían su tranquilidad. Intentaba recordar aquel suceso que desató su constante nerviosismo; sin embargo, era una ardua tarea, era como si un día despertase sin memorias de aquella situación. Sabía que la habían intentado violar, pero no recordaba de qué forma, ni cómo lucían sus atacantes; lo que dificultaba las cosas como para formular una denuncia.
A pesar de que no tuvo iniciativa de interponer la denuncia por aquel terrible suceso, decidió finalmente llevar ante las autoridades la misteriosa caja que había encontrado en su buzón.
Estaba desilusionada por cómo trabajaban los policías. De cualquier forma, tenía esperanzas de que, con aquella caja, al fin hicieran justicia.
A raíz de aquellas pesadillas y de sus tristes intentos por recordar lo sucedido, con ello llegaban los arranques de ira. Al principio parecían pataletas de niño pequeño: lanzaba cosas, daba golpes a las paredes, destrozaba los lienzos y lloraba, lloraba la mayor parte del tiempo, como si le hubiese arrebato lo más preciado en el mundo.
Aunque Helen estabadispuesta a ayudarla, era como si tuviese una barrera en su habitación que laaislara del resto de la casa y del exterior. Una barrera que no permitía penetrarel sonido, que omitía la ayuda... cada día se mostraba más aislada.
Una tarde de octubre fue cuando finalmente explotó, todo su dolor se vio condensado en una simple manifestación de que ya no podía soportar ese dolor que la afligía, que necesitaba ayuda, aunque pareciese que no. No lo hacía a propósito, su cerebro la traicionaba y simplemente se negaba a salir de su zona de confort, de su burbuja que la mantenía a salvo. Lloró... y lloró tan fuerte que Helen perdió la paciencia, lloró tan fuerte que se unió al llanto de su hija; haciendo que ambos lamentos simularan una sinfonía de dolor.
-Siento que está volviendo a suceder -habló Helen para sí misma.
Cuando Marion era pequeña, tomó valor de donde no creía que tenía y le contó a su madre de los abusos que recibía por parte de su ex padrastro; le señalaba las partes donde aquel hombre la tocaba, las palabras que le decía y las amenazas de que, por más que lo quisiera, no podía contarle a su mamá. Ambas acudieron a denunciar los actos abusivos por parte de Patrick. Aquel hombre, permaneció doce años en prisión pues el abogado que lo defendió, luchó con uñas y dientes para que no le concedieran una cadena perpetua. El resultado: una década y un poco más por aquel abuso. Y aquellos crueles recuerdos volvieron a la mujer, como un balde de agua helada.
-Tendré que llamar a la doctora Marshall -dijo una vez más, la situación había empeorado con los días y requería de ayuda profesional.
No solo lloraba, gritaba y arrojaba cosas, su madre le dejaba comida en la puerta de su habitación y aunque tenía deseos de luchar contra aquel dolor, apenas y probaba bocado, sus intentos se reducían a masticar la comida y luego escupirla con frustración, era como si la comida hubiese perdido el sabor. A veces solo revolvía la comida y dejaba que se enfriara. Tal fue su desmejora, que duró nueve días sin probar bocado. Situación que fue el detonante para deducir que su situación iba empeorando.
Al intentar abrir la puerta de la habitación y brindar ayuda, Helen era recibida con gritos estridentes, a veces lanzaba objetos como aviso de que debía volver a cerrar la puerta.
De aquel cuarto se desprendía un olor nauseabundo, señal de que, así como no comía, tampoco se bañaba. Por la ligera abertura que dejaba la puerta, se podía vislumbrar a Marion con su pelo hecho un caos y una sombra de ojeras maquillando su rostro.
Marion supo que la única forma de librarse de aquellas pesadillas, era intentar no dormir; aunque su mente la traicionaba y, a veces cuando cesaba su llanto, sus ojos se cerraban sin previo aviso, para despertar al día siguiente aturdida por las pesadillas. Su semblante era lamentable, lo cual, generaba el pensar: ¿de dónde sacaba esa energía para gritar y llorar?
La preocupación no se hizo esperar. Helen llamó a la doctora Diana Marshall: la psicóloga que trató a Marion cuando era pequeña y esperó lo mejor.
-Buenas tardes -saludó una voz femenina al otro lado de la línea.
-Buenas tardes, doctora Marshall -saludó Helen de vuelta-. Soy Helen Hale.
La mujer aún conservaba el apellido de su difunto marido; se negaba a renunciar a él.
-Señora Hale, ha pasado mucho tiempo -señaló la psicóloga-. ¿A qué se debe su llamada?
-Temo... -Un nudo en la garganta se hizo presente-. Creo que Marion está pasando por la misma situación de hace unos años.
-¿Se refiere a que nuevamente...?
-No lo sé -interrumpió Helen a la doctora-. Pero su situación es terrible, no ha comida desde hace varios días, ha llorado y gritado demasiado. Arroja cosas cuando intento brindarle ayuda. Cree que... -En su mente sonaba como una idea absurda-. ¿Cree que haya enloquecido?
La psicología soltó una risa tímida. Había escuchado tantas veces en sus años de experiencia que algunas personas señalaran a otras de estar "locos". Era una situación entendible, catalogar a una persona de esa forma se volvió rutinario. Prefería llamar a sus pacientes como dementes o enfermos mentales, como de verdad debían ser llamados.
-El cerebro es un órgano tan complejo y a la vez tan interesante -soltó la doctora-. Puedo decir, con toda seguridad, que está pasando por un episodio que requiere de ayuda profesional, pero no ha enloquecido. -La mujer lucía bastante tranquila-. Con la información que me ha dado, temo que es algo... complicado, algo que no podría tratar yo.
-Es decir que no me va a ayudar -dijo Helen consternada.
-¡Todo lo contrario! -le reconfortó Diana-. Haré unas llamadas, me temo que su hija requerirá de apoyo psiquiátrico y con ello, reclusión.
-¡Oh, por Dios! -exclamó Helen, aquello no sonaba bien.
-Son solo suposiciones, señora Hale -explicó la psicóloga-. Pero sin duda, requiere revisión y un diagnostico más preciso. Como mencioné, lo mejor será que permanezca un tiempo aislada, pero con ayuda profesional.
-¡Mil gracias! -respondió de vuelta la preocupada madre y cortó la llamada.
≪ •❈• ≫
Así fue.
Los minutos se convirtieron en horas. Las horas parecieron eternas.
Finalmente, un par de hombres enormes de traje blanco llegaron a la vivienda y, antes de entrar, mostraron su identificación. Venían en representación de "Alma Servicios a la Familia" una fundación encargada de tratar enfermedades mentales; recomendación de la doctora Diana Marshall. Uno de ellos: el más delgado, pero no por ello debilucho, se acercó hasta la mujer y le entregó una serie de documentos.
-Como podrá observar -comenzó a decir el hombre-, en los documentos que les acabo de entregar, se manifiesta la autorización que ustedes como padres, darán para el tratamiento psicológico o psiquiátrico de la paciente.
-La llevaremos con nosotros y luego del diagnóstico que le dé el especialista asignado, le avisarán los hallazgos y el tratamiento a seguir -agregó el otro hombre-. ¿Dónde está el paciente?
-Es una chica -contestó Helen-. Se encuentra en el segundo piso, en su habitación, ¿le harán daño? -preguntó, con un tono de angustia-. Ella se rehúsa a salir.
-Somos profesionales, señora -contestó el hombre más robusto, de pelo al rape y ojos oscuros-. Le inyectaremos Benzodiazepina, eso la tranquilizará mientras la llevamos a nuestras instalaciones.
-Bien -pronunció Helen-. Síganme.
La mujer los condujo hasta la habitación de Marion. La habitación no tenía seguro, así que el hombre delgado abrió la puerta y ésta soltó un chillido.
Marion se hallaba en una de las esquinas de su habitación acurrucada en el suelo, abrazaba sus piernas con sus manos y su mirada estaba perdida; mirando en dirección a la pared junto a la puerta.
-Cariño -comenzó a decir la mujer-. Estos hombres vienen a ayudarte.
La voz la alertó y les regaló a los presentes una mirada inquisidora. Comenzó a gritar y arrojar lo que tenía más cerca de ella: pinceles, tarros de pintura, entre otras cosas.
Helen iba a hablar nuevamente, pero el hombre robusto la interrumpió.
-Relájese -pidió el hombre-. Hemos lidiado con esto muchas veces.
El hombre musculoso comenzó a acercarse a Marion; ella trataba de dar pasos hacia atrás, pero no había reparado en que se encontraba contra la pared, dio unos pasos hacia la izquierda para intentar evadir al hombre grande.
-¡Déjenme sola! -gritó Marion.
El hombre mantuvo su mirada fija en la chica para intentar acercarse y atraparla. A tan solo milímetros de distancia, Marion siguió chillando y lanzando golpes con sus manos al pecho del hombre; ella se defendía con pies y manos. El hombre muy profesional resistió aquellos golpes, tomó los brazos de Marion y luego con gran destreza, la rodeó y la mantuvo abrazada. La chica seguía gritando y pataleando.
-Ahora -pronunció.
El enfermero delgado se acercó con un pequeño morral que llevaba entre sus brazos desde que llegó. Sacó un tarro pequeño de vidrio con un líquido transparente, sacó una jeringa e hizo lo propio: con la jeringa absorbió aquel líquido y se acercó a la chica. Tomó su mano derecha e insertó la jeringa vaciando el líquido rápidamente.
-En un par de minutos hará efecto -habló aquel hombre que la inyectó.
Helen se mantuvo en silencio; observando como sucedía todo. La mujer trató de mantenerse calmada, pues en el fondo se sentía destruida. Tras unos minutos Marion se desvaneció en los brazos del hombre y cerró sus ojos por el efecto de aquel medicamento.
-Traiga la camilla, por favor -pidió el hombre musculoso, quien soportaba el peso de Marion.
La dejó tendida en el suelo por un instante y luego la levantó como si de un bebé se tratara. Caminó con la pareja hasta la planta baja y al cabo de unos minutos, su compañero regresó con una camilla. El hombre musculoso puso a Marion en la camilla y entre ambos la llevaron hasta el carro, el cual lucía muy similar a una ambulancia.
-Gracias por su ayuda -musitó Helen, cruzando de brazos.
-En el transcurso de la semana la llamaran -indicó el hombre delgado, el cual estaba acercándose a la parte delantera del vehículo, dando a conocer que era él quien conducía.
Helen asintió sin musitar ni una palabra y recostó su cabeza sobre el pórtico de la vivienda, soltó un suspiro augurando que la salud de su hija mejorara.
≪ •❈• ≫
Marion abrió los ojos y se vio rodeada por una habitación con paredes acolchadas. En su torso llevaba una camisa de fuerza y un pantalón de algodón. Estaba confundida, pero por alguna razón que desconocía, no estaba fuera de control. Frente a ella un hombre de pelo oscuro entrecano, llevaba unos lentes cuadrados que cubrían sus ojos azules y sostenía en sus manos una especie de agenda y un bolígrafo.
-Al fin despertaste -pronunció el hombre, cruzando una pierna sin perder su semblante de autoridad-. Mi nombre es Brandon Fox, seré tu psiquiatra.
-¿D-donde...? ¿Dónde estoy? -preguntó Marion manteniéndose de pie.
-Bienvenida a Alma, en este lugar te ayudaremos a solucionar ese "problema". -El hombre simuló unas comillas con sus manos-. Ese problema que te aqueja. Una enfermera te ha bañado y puesto la ropa que llevas en este momento. Estoy seguro que debes de tener muchas dudas y sentir muchas cosas, según la información aportada por la doctora Marshall, has pasado por dificultades las últimas semanas ¿no es así?
-Yo... -Marion giró en su sitio, tratando de encontrar explicación a lo que sucedía. Parecía un sueño. No de los malos que últimamente tenía, sino uno diferente.
-¿Puedes contarme que te ha sucedido? -El doctor Fox lucía bastante tranquilo.
Estaba dispuesta a decirle nada a aquel hombre; eran sus secretos, pero al revelar que era un psiquiatra y que se encontraba internada, se dio cuenta de que no había marcha atrás. Marion recayó en que, estar con aquel hombre era real, no se trataba de un sueño.
Se sentó en el suelo y comenzó a contarle todo lo sucedido, aquel encuentro en el oscuro callejón; que por más que tratara de recordar los detalles, parecía que habían sido borrados de su mente, expresó que se sintió como en su infancia; desprotegida, usada, indefensa. Explicó sobre las pesadillas: en ellas ella era perseguida por un hombre, la mayoría de veces lograba huir, en otras moría en manos de aquel desconocido, a veces solo era un ambiente de oscuridad y soledad que la hacía sentir vulnerable y asustada. Le contó al doctor que despertaba sudando, que tenía arranques de ira ocasionados por la furia que sentía al no recordar nada o, simplemente, por haber decidido aquella noche a llegar a casa caminando. Habló con los ojos envueltos en lágrimas la frustración que sentía por no entender que estaba pasando con ella, incluyendo su falta de apetito.
-Es un gran comienzo -manifestó el hombre cuando Marion finalizó su relato-. Ahora, la idea es trabajar en cada una de las cosas que me has dicho y, sobre todo, colaborar con el medicamento que te vamos a proporcionar.
No recordaba cuando fue la última vez que tomó medicamentos, ni siquiera quería pensar en aquellas sesiones que tuvo cuando era tan solo una niña, lo cierto era que aquel hombre y aquel lugar, serían la solución a aquello que la torturaba las últimas semanas.
-De acuerdo -soltó la chica finalmente, deseando tallar sus ojos.
Sin modo de hacerlo, dejo que sus lágrimas se secaran y mantuvo la mirada en el suelo.
-Luego de tu primera dosis, irás a una habitación -le informó el psiquiatra-. Por lo pronto, permanecerás aquí.
Las siguientes palabras le costaba pronunciarlas, mas no iba a quedarse con la duda.
-¿Cuánto tiempo estaré aquí?
-El tiempo es relativo, será... el tiempo que se requiera para que tu mente sane -respondió el doctor Fox con una sonrisa-. Será un camino difícil, pero con nuestra ayuda todo saldrá muy bien.
Marion asintió, intentó regalarle una sonrisa al hombre; aunque le costó hacerlo.
-Bien, te dejaré sola, intenta dormir -habló el hombre mientras se levantaba de la silla-. Más adelante te explicaré cómo funcionan las cosas por acá.
≪ •❈• ≫
El sonido del teléfono irrumpió el silencio que albergaba la vivienda. Helen se sentía retraída, era la llamada que esperaba y a la vez no, se sentía imposibilitada para contestar la llamada. Tras cuatro pitidos, finalmente se dirigió al aparato y contestó.
-Buenas tardes, llamo desde Alma para brindarle información sobre la paciente Marion Hale ¿Quién habla? -preguntó una voz femenina al otro lado de la línea.
-Sí, habla Helen, su madre, ¿con quién hablo?
-Un cordial saludo, soy la enfermera Rose Ford, la paciente será atendida por el doctor Brandon Fox. -La mujer hablaba rápido, que era complicada captar con detalle cada dato dado, pero la mujer se esforzó por retener toda la información-. El doctor Fox ha dado un análisis previo, le enviaremos a vuelta de correo la factura con los costos para iniciar el tratamiento, la ubicación de nuestra sede y los horarios de visitas.
-Perfecto -dijo la mujer de vuelta-. Pero... ¿cuál fue su diagnóstico previo?
-No es nada seguro -respondió la enfermera-. Al parece se trata de Trastorno de Estrés Postraumático.
Helen mandó sus manos a la boca, de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. Dentro de su mente se imaginaba algo peor; aunque el saber de qué se trataba -y no era el diagnóstico oficial- aquellas palabras le quebraron el alma. Finalmente contestó a la mujer.
-Gracias por la información.
La enfermera se despidió formalmente y les deseo una feliz tarde. Helen hizo lo propio, agradeciendo nuevamente y, tras finalizar, se entregó al llanto.
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