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Capítulo 22: completamente despierta.

Erin nunca tuvo la necesidad de trabajar.

Estaba completamente segura de que, con la universidad, ya estaba demasiado ocupada y estresada. El día de su graduación se acercaba, eso significaba que el mundo laboral se abría paso en su vida. Sin embargo, aquella tarde de jueves, una oportunidad de trabajo se presentó en su puerta con el sonido del timbre de la residencia Burke.

-¡Mary Ann! -saludó Fiona efusivamente al abrir la puerta-. ¡Cuánto tiempo!

-Buenas noches ¡Qué gusto verte! -saludó la mujer-. No sabía que habían regresado de Irlanda.

-Regresamos hace un mes -aclaró Fiona-. Ya era momento de hacerlo.

-Oh, la verdad es que poco me mantengo en casa, al igual que mi esposo y la última niñera renunció, al parecer Mandy y Arthur son unos diablillos -dijo la mujer con una sonrisa.

-Entiendo. Es difícil convivir con niños pequeños. -Fiona abrió la puerta en su totalidad y estiró su mano libre para invitar a su vecina a que entrara-. Por favor, sigue.

La mujer asintió con una sonrisa, entró y se mantuvo de pie junto a las escaleras.

-En realidad, no pienso robarte mucho tiempo -dijo Mary Ann-. Vine a buscar a Erin.

-¡Vaya! Tendrás que esperar un momento, aún no llega de la universidad -respondió Fiona.

-No hay problema, puedo esperar. -Sonrió su vecina.

≪ •❈• ≫

Terry había recibido un dinero inicial por parte de Duncan como garantía de que no se echaría para atrás. Venían tareas duras, eso lo tenía claro, pero tener dinero en su poder generó en él un aire de valor y superioridad que no podía desperdiciar.

Durante los días siguientes a la golpiza propinada a Theo, no se tocó el tema de que, casi mete la pata al haber mencionado a viva voz que aquella paliza era un «trabajo», lo cual, le generó tranquilidad. No se habló del asunto y durante un mes permaneció inactivo, al igual que sus compañeros de travesuras. Aquella inactividad se debía a que Duncan estaba consiguiendo el dinero restante.

Su siguiente tarea se trataba de acosar a Erin, ya sea en su casa o en el lugar que se encontrara aquella tarde, por lo que, en días anteriores a esa visita, tuvo que estar en constante vigilancia para así tener un panorama del horario que la chica manejaba.

No era una tarea sencilla, pues el tener que moverse de un lado a otro era complicado. Sumado al hecho de que debía ser bastante precavido para no ser descubierto. La tarea fue cumplida con éxito, así que se plantó muy cerca de su casa a la espera de que saliera. Y así fue, casi cayendo la noche, Erin caminó con una mujer a la casa contigua a la de ella.

≪ •❈• ≫

-Espero que los pequeños no se salgan de control -dijo la señora Mary Ann a la recién llegada.

-¡No hay ningún problema, señora Porter! -contestó Erin con una sonrisa-. Ya he hecho de niñera en una oportunidad anterior.

-Será solo por esta noche. -Le prometió la mujer-. Me aseguraré el fin de semana de conseguir una niñera permanente; sin embargo, muchas gracias por tu ayuda.

Erin sonrió nuevamente. Después de todo ¿qué más haría un viernes en la noche?

«Salir a tontear con Sam», le dijo la parte más racional de su mente. Hubiese preferido en un millar de años pasar tiempo con él a estar con aquellos dos terremotos, hijos de la señora Porter. Pero había dinero de por medio y necesitaba relajarse de aquella semana tan pesada que había tenido. ¿Qué tan malo podría ser pasar tiempo con esos pequeños?

-¡Chicos! -gritó Mary Ann en dirección a las escaleras que daban a la segunda planta-. La niñera ha llegado.

Erin torció los ojos en cuanto escuchó la palabra niñera y dibujó en su rostro una sonrisa torcida, que, para su suerte, no fue descubierta por la anfitriona.

Dos niños aparecían bajando las escaleras. Un niño de pelo rubio, tan amarillo como el sol y en su rostro se mostraba un semblante de inconformismo, su piel tan pálida, que le hacía pensar que nunca había salido al exterior a broncear un poco su piel, sus ojos marrones, vislumbraban tristeza. A su lado, una niña mucho mayor que él, de cabello castaño (extremadamente liso) atado a una coleta y unos grandes ojos marrones que revelaban estar más animada que su hermano.

-Te los presento, ella es Mandy -mencionó la mujer, mientras le tocaba la cabeza a la niña-, y este de aquí, es Arthur. -Imitó el mismo movimiento con su hijo-. Son un poco traviesos. -Rio tímidamente-. Pero estoy segura de que no serán un problema.

-Sabré manejar la situación -dijo Erin con un tono de voz risueño para darle tranquilidad a la señora.

-En serio ¡Muchas gracias! -La mujer besó a la niña en la frente y al niño en una mejilla y caminó en dirección a la entrada de la casa-. ¡Ah, casi lo olvido! Si tienes alguna emergencia, llámame a mí antes de llamar a la policía. Es un barrio tranquilo y no queremos ser el centro de atracción.

Erin asintió y se puso en medio de los pequeños, descansando sus manos sobre los hombros de los niños. Arthur movió su hombro para evitar contacto con la chica.

-Llegaré a las nueve -se despidió la mujer-. A la cama a las ocho y nada de películas de terror.

-¡Sí, mamá! -corearon los chicos al unísono.

-Descuide, señora Porter, están en buenas manos. -Fue lo último que emitió Erin, antes de que la mujer desapareciera de su vista.

-Ten paciencia con Arthur -dijo la pequeña Mandy-. No le gustan las niñeras.

-No son las niñeras -protestó Arthur-. Es mamá. -Y realizó un puchero.

Vio como el chico caminaba hacia la sala de estar.

-¿A qué se refiere? -quiso saber Erin, caminando en dirección a la sala.

-Mamá ha estado ausente los últimos dos meses, la oí hablar con papá el otro día y dijo que la habían ascendido -contestó Mandy, siguiendo a Erin-. Por esa razón debe trabajar mucho más tiempo y, bueno, hoy tiene una cena con los compañeros de trabajo. Por lo general se va en la mañana y regresa a esta hora.

-Entiendo -pronunció Erin comprendiendo la situación y se acomodó en una silla cerca al gran sofá-. ¿Qué hay de su padre?

-Papá está de viaje en Canadá -respondió Arthur, mirando al suelo-. Regresará para navidad.

-Es una pena que esté lejos -dijo Erin apesadumbrada y cruzó sus brazos-. Comienza a hacer frío.

-Puedes prender eso -señaló Mandy a un aparato con apariencia de acordeón: un calentador.

-Bueno ¿Qué quieren hacer?, ¿jugar?, ¿ver una película...? ustedes mandan.

Antes de darles tiempo a los niños para contestar la pregunta formulada por Erin, el timbre de la casa se hizo presente.

-Debe ser mamá que olvidó algo -habló Mandy-. Últimamente, le pasa todo el tiempo.

Erin caminó hasta la puerta. Puso su ojo derecho sobre la mirilla, pero para su sorpresa no había nadie.

-¡Qué raro! -exclamó la chica-. Parece que alguien se equivocó de casa, no hay nadie.

-Juguemos al escondite -sugirió Mandy-. Es el juego favorito de Arthur. La casa es muy grande y...

-Puedo notarlo -le interrumpió Erin, analizando el lugar que la rodeaba.

Estaba en medio de una sala de estar inmensa, con un televisor y un gran mueble repleto de libros. Al lado izquierdo de la casa; en la habitación contigua, un comedor para seis personas, junto a una cocina de estilo americano. Todo era tan moderno y el espacio era tan grande. Al fondo, donde se encontraba la cocina, había una puerta que daba a un pequeño patio de lavado, donde reposaba una lavadora y un espacio para colgar la ropa.

-¿Tú qué opinas, Arthur? -preguntó Erin, acuclillándose para quedar a la altura del niño.

Torció la boca y miró a Erin.

-Está bien. -Soltó las palabras con un bufido y se levantó del sofá.

Nuevamente el timbre de la casa sonó. Erin se acercó a la mirilla y había un hombre de espaldas. Por su cabeza, dedujo que era un hombre de piel negra; sin embargo, por la mirilla no se podía divisar claramente de quién se trataba. La chica quitó los seguros de la puerta y la abrió. No había nadie. Sacó su cabeza para ver a alrededor, pero el lugar estaba vacío, con la única compañía de la luz que iluminaba el umbral.

-Qué curioso -habló casi para sí misma-. Había un hombre frente a la puerta y... seguramente fue mi imaginación, ha sido un día pesado.

Se pudo percatar que Arthur ya no estaba. El chico estaba sin zapatos, por esa razón no pudo escuchar sus pasos al momento de huir.

-El juego ya comenzó -dijo Mandy-. Arthur tomó ventaja sin avisarte y... tienes que contar de cinco en cinco hasta cien y hazlo despacio.

-De acuerdo -contestó Erin sonriendo. Se acercó a una de las paredes de la sala, tapó su rostro con ambas manos y comenzó a contar-. Cinco... diez... quince... veinte...

Escuchó los pasos de Mandy al huir, a diferencia de su hermano, ella si llevaba zapatos.

-Huiste para el segundo piso Mandy, estoy segura -anunció Erin, después de haber llegado al número cien-. Iré por ti en cuanto encuentre a Arthur.

Era un hecho, que en la habitación que estaba, los niños no se habían escondido. Caminó a la habitación contigua, donde se encontraba el gran comedor y la cocina. El comedor se encontraba muy cerca de una ventana cubierta por cortinas blancas que contrastaban con el blanco de las paredes, lo cual, le daba al lugar, un aire de tranquilidad. Afuera solo se percibía oscuridad y la tranquilidad que irradiaba la casa.

De vez en cuando pasaba un carro o se oía el ladrar de un perro en la distancia. Erin miró bajo el comedor y no había nada. Un ruido de golpes en la ventana la sobresaltó. Camino hasta la ventana, corrió la cortina, pero no encontró nada del otro lado. Siguió hasta la cocina y tras el mesón no había nada. En la cocina había una ventana más pequeña de vidrio esmerilado, en ella, no se podía ver nada del exterior. Un nuevo golpe se presentó en aquella pequeña ventana, haciendo que Erin diera unos pasos torpes hacia atrás. ¿Acaso las sospechas de Brittany eran ciertas y alguien intentaba asustarla?

-¡Santo cielo! -pronunció para sí misma.

Ignoró aquel sonido y siguió con la búsqueda.

Resultaba una idea trillada, pero revisó el patio de lavado y -como era de esperarse-, no había nada. Solo el viento que se colaba desde arriba y los ruidos del exterior. La casa era tan silenciosa que le producía una sensación de terror e inquietud. Revisó bajo las escaleras que daban paso al segundo piso, pero sin resultado. Entró en una pequeña habitación, ubicada bajo la escalera, resultaba el lugar más absurdo para esconderse, la luz que daba la bombilla era débil y la habitación estaba llena de cajas y chucherías varias.

Subió al segundo piso.

Habían muchas puertas y todas estaban cerradas. Cuatro en total. Dos a la izquierda y dos a la derecha. No sabía por dónde comenzar. ¿izquierda o derecha? Optó por la izquierda. El pasillo estaba iluminado por una bombilla larga que se extendía de lado a lado. Caminó lentamente para no hacer ruidos, abrió la puerta que tenía a su mano derecha, encendió la luz y se encontró con una habitación muy bien ordenada, con una cama doble, un tocador, dos mesas de noche y un televisor sobre el tocador. Asumió que se trataba de la habitación de Mary Ann y de su esposo. Revisó bajo la cama y luego el interior del baño. Reviso el guardarropa y no encontró a ninguno de los niños. ¿Dónde estaban? El tocador constaba de un enorme espejo, dos cajones diminutos (donde Mary Ann guardaba sus joyas) y tres grandes cajones, debajo de todo. Con ello, descartaba la idea de un escondite bajo el tocador.

Dejó la puerta abierta y entró a la habitación que tenía en frente. Se trataba de un estudio, lo dedujo por el gran escritorio al costado izquierdo, una pequeña biblioteca en el frente junto a una ventana que daba al exterior, y un baúl grande a la derecha muy cerca de la ventana. La luz estaba encendida, lo cual le causó curiosidad. Entró lentamente y revisó bajo el escritorio, no había nada. Le pareció absurdo, pero quiso revisar el baúl.

-¡Boo! -gritó Arthur saliendo del baúl, sin darle tiempo de abrirlo por su propia cuenta.

La sorpresa, hizo que Erin se sobresaltara, abrió los ojos de par en par y al dar un paso hacia atrás cayó al suelo. Arthur soltó una carcajada poniendo sus manos en su barriga.

-Eso no fue gracioso -refutó Erin-. No creí que estuvieras ahí metido.

-La ventaja de ser pequeño -dijo en su defensa el niño y siguió riendo.

-De acuerdo, busquemos a tu hermana. -Erin se levantó del suelo, tomó la mano de Arthur y comenzó a caminar hacia el otro lado del pasillo. Había dos habitaciones más por revisar.

-Mandy debe estar en su habitación, sabe que si entra a la mía me enfado -habló el pequeño mientras caminaban.

-Bien, revisaremos la habitación de ella primero. -Erin sabía que debía tener mucha paciencia con ambos y, después de todo, estaban jugando.

En medio de su caminata, nuevamente el timbre de la casa sonó. Erin apretó con fuerza la mano del pequeño Arthur, éste no dijo nada por el agarre, pues entendió con ello que estaba nervioso. El timbre sonó una segunda vez.

-¿Es mamá? -preguntó el niño.

-Iré a ver -respondió Erin y se dirigió a la primera planta.

El timbre sonó una tercera vez. Erin se acercó a la mirilla de la puerta y nuevamente vio a aquel hombre. Aunque estaba asustada abrió la puerta. Para su sorpresa, no había nadie allí.

-Quédate aquí -dijo Erin a Arthur y salió al exterior.

Caminó a la derecha, pero no vio a nadie. Antes de que rodeara la casa, escuchó como la puerta se cerraba fuertemente. Erin apretó sus pasos y se dio cuenta de que la puerta de la vivienda estaba cerrada. ¿Había sido Arthur? Caminó hasta el lado izquierda de la casa, pero sintió temor, temor de estar afuera y los niños dentro. ¿Y si alguien había entrado?

Pensó en llamar a la policía, pero recordó las palabras de Mary Ann «si tienes alguna emergencia, llámame a mí antes de llamar a la policía». Mandó sus manos a la cabeza, no debía alterarse, pero su corazón aumentó la velocidad de los latidos. Se dejó llevar por su miedo y comenzó a golpear la puerta, su respiración se tornaba agitada, estaba perdiendo la paciencia ¿Y si algo les pasaba a los niños? Sería una insensatez, o una estupidez, pero tocó el timbre en espera de que alguien le abriera.

-¡No! -gritó Erin-. No, no, no.

Rodeó la casa en busca de aquel maleante, sus sospechas de que alguien la estaba saboteando, se hacían más y más reales. Su miedo incrementaba. Los minutos pasaban. ¿Sería buena idea llamar a Mary Ann? No, no podía hacerlo, si solo era paranoia suya, quedaría como una tonta y no ganaría ni un centavo. Volvió a golpear la puerta varias veces.

-¡Mandy! ¡Arthur! -gritó, presa del miedo que se apoderaba de ella.

Siguió dando golpes a la puerta, timbró dos veces, hasta que finalmente Mandy abrió la puerta.

-¿Estás bien? ¿Están bien? -Erin entró a la casa y abrazó a la niña.

-Sí -contestó la niña-. Arthur está en su habitación, dijo que un hombre le dijo que cerrara la puerta y que se escondiera. Al principio fue gracioso, pero después... bueno, aquí estoy.

-¿Alguien entró? -El miedo de Erin no había disminuido.

-No -dijo la niña y caminó hacia el segundo piso de la vivienda-, no que yo sepa.

Erin revisó su celular. Faltaban quince minutos para las ocho.

-Hora de dormir, Mandy -pronunció Erin.

Siguió a la niña y vio cómo se encerró en su habitación. Caminó hasta la habitación de enfrente y efectivamente Arthur estaba acostado mirando a la nada.

-Tu hermana dijo que un hombre te habló en la entrada -se aventuró Erin-. ¿Qué te dijo?

-Solo me pidió que cerrara la puerta con seguro y que me escondiera en mi habitación -respondió el niño-. Me pareció divertido, pero después Mandy se enfadó.

-¿No pasó nada más? ¿Estás seguro que no entró y te engañó?

Arthur negó con su cabeza sin levantarse de la cama.

-Será mejor que duermas ya -anunció Erin-. No querrás que tu mamá se enfade y nada de hablar sobre esto con tu mamá.

-Okey -soltó el pequeño sin voltear a mirarla.

Erin cerró la puerta y bajó a la primera planta.

Revisó cada rincón de la casa y finalmente puso los seguros a la puerta. Verificó también las ventanas y luego se acostó en el sofá. Si volvía a escuchar el timbre o ruidos en las ventanas, simplemente lo ignoraría y, si llegaba Mary Ann... ella tendría llaves para abrir la puerta.

Sacó su teléfono celular, unos audífonos que tenía en un bolsillo de su sudadera, cerró los ojos y se dejó llevar por las tonadas musicales. Pensó, que cada tres canciones subiría y verificaría el estado de los niños, después de todo, había dinero en juego.

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