Capítulo 19: como si no doliera.
En el peor de los escenarios, ella se imaginaba siendo un cliente de Patrick Morris. En su búsqueda de un hogar para ella sola, se cruzó con miles de empresas inmobiliarias y, en esas muchas oportunidades, luchó por evitar consultar con la empresa a la que trabajaba su ex padrastro. No porque sintiese rencor por él, más bien era un sentimiento de "evitar sentirse incomoda con él", al final, prefirió seguir buscando mejores alternativas. Le manifestó a su madre la intención de dejar el hogar y ella le había dicho que no había inconveniente con que se independizara, eso era parte de su proceso de convertirse en adulta.
Aquella mañana, Theo se aventuró con ella a buscar un departamento para los dos. Después de aquella acalorada disputa con su madre, él estaba más que dispuesto en alejarse de sus padres. A estas alturas, lo más seguro era que Artie (el padre de Theo) se hubiese enterado de tal afrenta; sin embargo, su padre seguía hablándole como si nada hubiese pasado, situación que dejó confundido a Theo.
Frente a ambos, una amable mujer de pelo corto, negro y de ojos verdes con un traje de dos piezas hecho a la medida, les explicaba las particularidades y beneficios de vivir en aquella zona. Se vieron rodeados por un apartamento pequeño con dos habitaciones, un espacio para adaptar una sala de estar y un comedor, más un cuarto pequeño como cocina. El lugar se encontraba en perfectas condiciones y daba vista a la tumultuosa avenida. Tal vez el ruido de los carros al pasar sería una molestia si algún día necesitaban concentración y silencio; por lo demás, era un sitio encantador.
-Como podrán notar, tiene una muy buena vista -comenzó a decir la mujer, con una sonrisa revelando unos dientes chuecos-. Además, entra muy buena brisa, cuando regrese el calor a la ciudad será muy beneficioso, eso teniendo en cuenta el hecho de si deciden quedarse. Disculpen la pregunta ¿son novios? -preguntó la mujer, sin desdibujar su sonrisa.
-No -contestó Marion-. Somos amigos. Tenemos planeado vivir juntos una temporada.
La mujer volteó a ver a Theo y éste sonrió con un deje de complicidad.
-¿Podemos...? -preguntó Marion, señalando a su compañero. Señal que le advirtió a la mujer los deseos de hablar en privado.
-Por supuesto -contestó la mujer, efusivamente-. Estaré en el cuarto del fondo.
La mujer desapareció ante la vista de ellos. Theo se encontraba viendo por la ventana la fila de autos que desde allí se podía notar.
-¿Qué opinas? -quiso saber Marion, acercándose a él-. Podríamos ir cincuenta, cincuenta.
-Sí -dijo Theo a su vez-. Respecto a eso... ¡el lugar es grandioso! Eso no lo puedo negar, es justo lo que necesito... necesitamos, quiero decir. Por el ruido, ya encontraremos una solución, ¡pero el apartamento es perfecto! No es muy grande, ni tan pequeño como otros que hemos visto. Y por el dinero... ¡se viene algo grande! Te aseguro que a fin de mes te daré mi parte.
-Eso quiere decir que ahora no tienes dinero. -Se aventuró a decir Marion, cruzando sus brazos. Parecía molesta, pero era la posición que asumía en asuntos serios.
-No, quiero decir, sí. -Theo se tornó nervioso. Aquella mirada penetrante de su amiga lo intimidaba de cierto modo-. Lo que quiero decir es que... tengo algunos ahorros, no es suficiente para cubrir el cincuenta por ciento que pides, pero como mencioné, a fin de mes tendrás mi parte. Completa.
Marion dio vueltas alrededor del espacio que les rodeaba, quizá en un futuro se podía convertir en una bonita sala de estar. Pensó en aquella situación, podía vender algunos cuadros y juntar el dinero suficiente para cubrir su parte y completar lo que faltaba para cubrir el aporte de su amigo.
-Bien -dijo finalmente-. Es un poco complicado, pero estoy segura que en menos de quince días tendré el dinero. ¡Además, es una ganga!
-¡Lo sé! -exclamó Theo con una sonrisa, mientras extendía los brazos, haciendo énfasis en el lugar que les rodeaba-. Es justo lo que necesitamos y... ¡debemos desayunar, ya tengo hambre!
-De acuerdo, cerraremos el trato e iremos a desayunar -Marion soltó una sonrisa y volvió a su semblante de seriedad, subiendo un poco más el volumen de su voz-. ¡Señorita Carter!
Se oyó un taconeo de pasos acercándose a ellos. La mujer de bienes raíces se detuvo frente a ellos, con esa sonrisa que mostraba ser una afable mujer.
-¿Tomaron una decisión? -preguntó la mujer.
-Sí -respondió Marion-. Mi amigo y yo tomaremos el apartamento.
≪ •❈• ≫
En horas de la tarde, antes de que el sol se ocultara, Marion decidió pasar a la estación de policía. Había recibido un llamado del oficial Spears, su llamado requería que fuese a la estación para reconocer al culpable -de los posibles sospechosos- del crimen cometido sobre sus pinturas.
En la estación de policía, vio al oficial encargado de su caso salir de la puerta junto al tablón de «servicio a la comunidad». El hombre llevaba unos papeles en sus manos, tenía las mangas de la camisa recogidas hasta el codo y lucía bastante afanado.
-Señorita Hale -pronunció el hombre, recayendo su atención en la recién llegada-. Es un placer tenerla por acá. Cortés, por favor deje esto en mi escritorio. -Terminó de decir, dirigiéndose a uno de los policías más próximos.
-Sí, jefe -le respondió aquel tomando las hojas y se perdió rápidamente traspasando la baranda de granito.
-Bien, sígame, señorita -dijo el oficial Spears, mirando a Marion.
El hombre traspasó nuevamente la puerta por donde había salido. Marion le siguió, casi pisándole los talones. Caminaron por un pasillo que llevaba hasta una habitación que parecía una sala de espera, luego, encontraron dos puertas. Una a la derecha que en su puerta anunciaba «sala de reconocimiento» y una al fondo de aquella habitación en la que se leía «calabozos».
Una gran curiosidad invadió a Marion, saber cómo lucían los calabozos de aquel lugar, hacía que agudizara su mirada. La voz del oficial la hizo salir de sus pensamientos.
-¿Ya está todo listo? -preguntó el oficial Spears a una mujer morena con traje de policía.
-Sí, señor -le respondió la mujer y tomó rumbo hacia el pasillo por donde ingresaron.
-De acuerdo. -El hombre se dirigió hacia la chica, antes de ingresar a la sala-. Adentro habrá seis sospechosos. Los guardias de seguridad vinieron esta semana e hicieron un relato sobre el hombre que se vio en las cámaras. Por lo que, su trabajo al ingresar, será señalar cuál de esos hombres se le hace familiar o es conocido suyo.
-Perfecto -respondió Marion, intentó sonreír, pero al final decidió no hacerlo.
Ambos ingresaron a la pequeña sala. A través de un cristal se podía ver a seis hombres. Uno junto al otro. Lo que les relacionaba, era su pelo marrón, cara alargada y ojos oscuros, todos lucían altos, superando el metro setenta de altura; sin embargo, había unos más altos que otros. Eran tan diferentes entre uno y otro, pero a la vez tan parecidos.
-¿Alguna cara conocida, señorita Hale? -preguntó el oficial.
-No -respondió la chica instantáneamente-. Ninguno luce conocido para mí.
El hombre se rascó la barbilla sin dejar de ver tras el cristal. Después volteó a mirar a Marion.
-Estos hombres han llegado por el trabajo que hizo el dibujante al tomar el testimonio de los guardias de seguridad -le comentó el oficial-. ¿Está segura de que ninguno le es familiar? Mírelos bien -insistió-. Tal vez si alguno se acercara y pudiera verlo mejor.
-No, me temo que no, lo siento, pero no conozco a ninguno -respondió Marion frustrada-. Eso quiere decir...
-Eso quiere decir que tendremos que archivar el caso, incluso buscamos proveedores de pintura, y... la demanda es alta, sin pruebas contundentes o algún indicio fuerte... -El oficial volteó a mirar al cristal-. Me temo que no iremos a ningún lado. Lo lamento mucho, señorita.
Marion suspiró, mirando nuevamente a la fila de personas. Seguido a ello, regresó su atención al oficial Spears.
-Gracias de todas formas -contestó Marion, sentía deseos de llorar, pero se contuvo.
-Gracias a usted por colaborar con la justicia, hicimos nuestro mejor trabajo, lamentablemente este caso es solo una broma de alguien lo bastante inteligente para no dejarse atrapar y, aunque hagamos un esfuerzo por mantener el caso abierto, no quiero sonar egoísta, tenemos casos más importantes.
Marion abrió la boca lista para la réplica, pero resultaba inútil, no podía discutir en contra de ello. Cualquier cosa era más importante que unas pinturas arruinadas con grafitis. Asintió con su cabeza y le regaló una sonrisa sincera al policía.
El hombre le pidió salir de la sala, abrió la puerta caballerosamente y salió después de que la chica lo hiciera. En la sala de espera, nuevamente apareció la mujer morena de hacía unos minutos.
-Ya se pueden ir, no tenemos culpable -dijo el oficial a la mujer policía.
-Oh, lo siento -habló la mujer, dirigiéndose a Marion-. Los haré irse, entonces.
La mujer volvió por el pasillo. Marion se despidió con un apretón de manos del oficial, salió de la estación de policía y comenzó a llorar. Aunque se graduó con honores, un sentimiento de frustración se apoderó de ella. Quiso culpar a la justicia por mantener un hecho impune. Pero sus quejas eran infundadas, pudo haber sido cualquiera de sus compañeros de facultad, alguien que no quería que Marion se graduara. ¿Quién? Tomó una gran exhalación y caminó sin rumbo fijo, soltando el aire, sintiendo un sinfín de emociones.
≪ •❈• ≫
Finalmente, recayó en el hecho de que, quejarse por la justicia y de la triste conclusión de sus obras, era tiempo perdido. Sabía que podía pintar más y debía hacerlo para poder hacer el pago inicial del departamento que había adquirido con Theo, tenía quince días por delante, un plazo justo para conseguir el dinero.
Le habían recomendado sitios de internet donde podía vender sus obras, sitios en los que la demanda de obras de arte era alta, lo cual, la alivió un poco.
El aire se tornó frío, su camino se vio iluminado simplemente por la luz de las farolas y, de vez en cuando, por la luz de la luna. No era muy tarde por lo que caminar a esa hora hasta su casa, no parecía una idea trillada.
Se encontró sumida en lo difíciles que habían sido las últimas semanas: llenas de búsqueda de empleo, salir a trotar en las mañanas, pasar tiempo con su familia y amigos, etc. La idea de ir al gimnasio con Erin, se esfumó. En días anteriores, ella le manifestó su deseo de "ya no querer hacerlo". Pensó en la enigmática caja, ese regalo seguramente se trataba de alguien más que la intentaba sabotear. Quizás la misma persona que saboteó sus pinturas. Entre sus pensamientos no descartaba a Aiden o cualquiera de sus excompañeros de facultad, pudo ser cualquiera; lo mejor sería dejar de pensar en el culpable y pensar en el futuro.
Resultaba una maravillosa idea pensar en su propio estudio, necesitaba dinero, demasiado dinero; sin embargo, más adelante se encargaría de ello. Por lo pronto, hacerse a su apartamento y unos cuantos muebles le bastaba, por ahora.
Sumirse en sus pensamientos no le hizo recaer en la idea de que ya iba bastante lejos, los minutos pasaron en un santiamén. Después de todo, la estación a la que había acudido estaba cerca de su casa. Una caminata de treinta y cinco minutos sobre la Avenida Normandie y luego tomar la calle diecinueve oeste.
Tres casas antes de llegar a la suya, un chico moreno y alto le habló, aunque no le dio mucha importancia. En muchas ocasiones tuvo que lidiar con borrachos que transitaban en el barrio; no obstante, ninguno se había sobrepasado con ella.
-¿A dónde vas, guapa? -le preguntó aquel desconocido.
Marion ignoró aquellas palabras y apretó el paso.
Un chico rapado y bajito salió por sorpresa de un callejón en medio de dos casas. La tomó del brazo y la atrajo hacia él con fuerza.
-¡Suélteme! -pidió Marion, forcejeando.
-Buen trabajo, Micky -soltó el moreno alto, acercándose a ellos dos.
Había un tercero que la tomó del brazo sobrante, haciendo que soltara su bolso de mano. El tercero tenía el pelo rizado, pensó que era guapo para ser un hombre malvado.
El rapado y el de rizos la mantuvieron atrapada en aquel callejón al que la luz de una farola llegaba levemente. El moreno quedó frente a ella y pasó una mano por su rostro, y luego tocó su busto por encima de la ropa. Marion se estremeció. Sabía lo que vendría, pero ¿Cómo podía luchar? Eran tres contra ella sola; un nudo en su garganta se formó, lo que le complicó pronunciar alguna palabra.
-Por favor... -comenzó a decir Marion, mirando al suelo, no podía sostenerle la mirada al hombre moreno, de cierto modo le perturbaba su semblante.
-No haremos nada que no quieras -dijo divertido y tomó las mejillas de la chica para poder verse, frente a frente.
Los otros dos soltaron una risa divertida.
-Es más hermosa de lo que dijo... -pronunció el rapado.
-¡Cierra la boca! -le interrumpió el de rizos. Había enojo en sus palabras.
El moreno soltó las mejillas de Marion y bajó la mano hasta su pecho nuevamente, sintió el temblor que se apoderaba de la chica y como su corazón latía sin parar, pero era justo lo que le encomendaron. No sobrepasarse, pero darle un buen susto, lo que, a todas luces, resultaba bastante fácil. Suspiró y siguió bajando su mano hasta rodearle la cintura con sus dedos gruesos. Lágrimas comenzaron a caer sobre el rostro de Marion, intentó hablar, pero solo salieron sollozos.
-Te dije que debía hacerlo yo -dijo el chico de rizos-. Las chicas no le temen a los chicos guapos.
-¡Eres un maldito engreído! -le refutó el moreno.
El de rizos reaccionó al comentario y comenzó a reír. Con su mano libre pasó sus dedos sobre la cara de Marion para quitarle las lágrimas.
-Eres hermosa para llorar -dijo y se acercó hasta el cuello de la chica-, y hueles delicioso.
-¡Oigan! -gritó una cuarta voz, atrayendo la atención de aquellos desconocidos y de Marion.
La chica abrió la boca consternada. Era su vecino, el de la casa contigua a la suya, estaba a solo unos pasos de ellos con su perro Beagle. El perro comenzó a ladrar descontroladamente.
-Déjenla en paz -dijo el recién llegado, acercándose al grupo.
Ante la distracción, Marion intentó librarse del agarre. Sacó fuerza de su interior e intentó soltarse. El vecino estaba cada vez más cerca.
-¡Corre! -exclamó su vecino, soltando a su perro.
El perro se abalanzó al joven de rizos, mientras su vecino se acercaba y asestaba un puño sobre el chico rapado. Marion se soltó de sus captores, tomó su bolso de mano del suelo y salió corriendo sin mirar atrás.
Ni siquiera tuvo chance de dar las gracias, pero eso era lo que menos le importaba, buscó entre su pequeño bolso las llaves de la casa con manos temblorosas, cuando las encontró, abrió la puerta y subió hasta su habitación sin avisar que había llegado.
-¿Cómo te fue en la estación, pequeña? -preguntó Helen, pero al salir de la sala de estar no vio a la chica-. Marion, ¿estás bien?
Ante el repentino silencio tras azotar la puerta de la casa, volvió al gran sofá donde ella estaba viendo televisión.
Marion se lanzó sobre su cama y comenzó a llorar, un sentimiento de ser invadida se apoderó de ella, aunque realmente no se sobrepasaron con ella, sintió como si le hubieran arrebatado esa leve tranquilidad que tenía en su vida. ¿acaso fantasmas del pasado la querían perturbar? O ¿Eran nuevos fantasmas que atormentaban su paz interior?
Dio vuelta en la cama para quedar boca arriba, secó sus lágrimas, tocó su pecho y se abrazó a sí misma. Todo estaba bien. Su vecino la ayudó, de no haber sido así... se estremeció, no quería ni imaginarse que hubiese pasado después. Se quitó su ropa y se metió a la cama, solo quería dormir y olvidar aquel amargo momento.
≪ •❈• ≫
Solo sabía que estaba corriendo, corría con un vestido blanco y con sus pies descalzos. Se encontró atravesando un bosque y sabía que no podía detenerse; era esa sensación de ser perseguido lo que no le permitía disminuir la velocidad. Empero, debía frenar, de lo contrario, su cuerpo sería arrastrado por el río que tenía frente a ella.
Estaba oscuro, solo tenía como guía en su camino la luz de la luna. ¿Qué alternativas había? ¿Qué podía hacer en un lugar que no conocía, y, sobre todo, en medio de la noche? Quien la perseguía, finalmente se reveló: era un encapuchado. Su cuerpo vestido en ropa deportiva y, por la oscuridad que le rodeaba, no se podía descifrar el rostro tras aquella capucha. Si tomaba a la izquierda, tendría que escalar una montaña. Si tomaba a la derecha, seguiría el curso del río y no sabía a dónde la llevaría.
El hombre estaba cada vez más cerca y traía consigo un cuchillo que sostenía con manos enguantadas. Era su vecino y estaba dispuesto a matarla. La furia en sus ojos se lo revelaba. Dio unos torpes pasos hacia atrás y sintió el borde del río. El hombre la tomó del cuello y estaba listo para asestar el golpe final.
Se levantó de la cama bañada en sudor. Miró a la habitación que la rodeaba, seguía en su habitación. Solo había sido una pesadilla. Talló sus ojos con su antebrazo y salió de la cama.
Se acercó hasta su pequeño estudio de pintura. Tomó una paleta, un pincel y se sintió dispuesta a pintar sobre un lienzo en blanco, el cual había estado ahí varios días sin usar. Tomó un trozo de tela y sacudió el leve polvo que había sobre el lienzo, antes de comenzar a pintar.
Primero un toque de azul claro que atravesaba de lado a lado; un poco de marrón al lado derecho como si fueran montañas; verde oscuro y negro para hacer que parezcan árboles; toques negros y verdes bajo aquel azul para simular el camino que lleva al río. A simple vista parecía un bosque; con unos toques de colores claros para dar luminosidad, luciría como un cuadro profesional.
Se sentía inspirada. Tenía deseos de plasmar el bosque de su pesadilla en un cuadro. Tras unos minutos, sonrió con satisfacción.
-¡Perfecto! -pronunció, al ver su pintura terminada-. Es... tal cual...
No terminó su frase. Le costaba decir que tuvo una pesadilla. No había tenido pesadillas desde que era una niña, lo cual, le resultaba bastante curioso.
≪ •❈• ≫
Su mañana fue tranquila, le contó a su madre y a Patrick lo sucedido en la estación de policía, lo cual, resultó siendo una triste noticia. Sin embargo, ambos demostraron estar comprometidos en brindarle su apoyo para que su plan de ser una chica independiente se cumpliera.
El cuadro que pintó en la mañana, lo envolvió en papel Kraft. Pensó, que resultaba ser una buena idea regalarle a su vecino aquel cuadro por lo sucedido la noche anterior. Esperaba que todo hubiera marchado bien, de lo contrario, se sentiría terrible.
Marion se acercó a la casa vecina, tocó el timbre y esperó lo mejor. Antes de ser atendida, escuchó el incesante ladrido del perro desde algún lugar de la casa.
De cerca, resultaba ser un hombre guapo: alto, de abultado cabello color chocolate, de ojos negros, labios delgados y, por su contextura, era alguien que se ejercitaba. Vestía un pantalón de pijama a cuadros y una sudadera verde.
-Hola -saludó el hombre-. Disculpa recibirte así, ha sido una mañana movida.
Reparó en que, bajo el ojo izquierdo de su vecino, tenía una ligera mancha morada. Lo habían golpeado por defenderla. Tomó aire fuertemente y estaba decidida a encontrar las mejores palabras para agradecer por lo que hizo la noche anterior.
-Lamento mucho interrumpir. -Marion señaló el pantalón de pijama-. Lo que sea que hayas estado haciendo. Quise traerte un presente por... por lo de anoche. Gracias.
-Es una suerte que hubiese estado cerca, de lo contrario... -El hombre no terminó su intervención. Sabía tan bien como ella lo que hubiese sucedido.
-Sí -le respondió-. Resulta que soy artista y... te traje esto. -La chica extendió el cuadro envuelto en papel Kraft y el hombre lo recibió.
-Qué modales -respondió su vecino con una sonrisa-. Me llamo Hank y, gracias por esto, de verdad, no te hubieras molestado.
-Debía hacerlo, tenía que dar las gracias y... espero seas alguien que aprecia el arte, soy Marion.
-En efecto, me gusta el arte, ¿pasas a tomar un café? -El hombre señaló el interior como invitación.
Marion asintió y cruzó el umbral. El hombre tocó el hombro de la chica y le indicó que se podía sentar donde deseara, situación que puso a la chica en alerta al sentir su mano sobre ella.
-Creo... creo que otro día será, recordé... recordé algo que olvidé hacer.
-Oh -respondió Hank desilusionado-. De acuerdo, ya sabes dónde encontrarme.
Marion asintió y regresó sobre sus pasos de vuelta a casa.
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