Capítulo 18: siempre y cuando paguen.
La primera semana con sus padres fue gratificante. Sentía que pertenecía a un lugar.
Se concebía como un ser agradecido, lleno de amor para repartir ante su familia y sus viejos amigos. Tan bueno fue su regreso que logró lo que parecía imposible: hablar con su padre.
Duncan se sentó una tarde a charlar con su padre, el cual, aceptó de mala gana. No estaba de ánimos de hablar con su hijo menor, tampoco los tuvo cuando estaba en la cárcel, ni cuando salió de aquel recinto; no obstante, se esforzó en lograr un diálogo. El hombre se desahogó, manifestado lo avergonzado que se sentía por haber permanecido aquellos años sin su hijo y, aunque Ned visitaba a sus padres continuamente, sentía que una parte de él le hacía falta, y esa parte que le faltaba, era Duncan. Se sintió frustrado y, a partir de aquel momento en que su hijo entró a la cárcel, decidió que un sentimiento de resentimiento se apoderaría de él y si algún día regresaba Duncan, no le volvería a hablar.
Algunas promesas se rompen, aunque con fuerza las mantengas; hay una fuerza difícil de comprender que te hará flaquear. Eso sucedió con Harold, el padre de Duncan, quien rompió aquella promesa que se hizo a sí mismo y decidió darle la oportunidad de lograr esa conexión que no tuvieron en mucho tiempo. Sumado al hecho de que, prometió acudir a un hogar para alcohólicos en donde podrían tratar su problema con el alcohol.
Cubierta esa situación, Duncan comenzó a pensar con mente fría cómo llevaría a cabo su venganza. Llamó a un viejo amigo de la universidad: Terry Blair. Le pidió que se encontraran en un parque cercano y, aunque le pareció extraña su invitación, accedió. Se comunicó con el hombre que tatuó al difunto Frankie: Miguel Molina, un puertorriqueño viviendo el sueño americano, sobreviviendo como tatuador, al parecer le iba muy bien, le dijo que se tatuaría a cambio de ayuda, incluso señaló que le pagaría mucho más de lo que él esperaba y lo citó en el mismo lugar que Terry. Miguel estuvo bastante animado con la idea, por lo que le indicó a Duncan que iría con un amigo para que le brindara ayuda.
≪ •❈• ≫
Su jugarreta había salido bien, o, por lo menos, así lo sentía. Aun no aparecían molestos policías en casa. Tampoco recibió llamadas de reclamo por las fechorías que había hecho recién salido de la cárcel. Pero ¿a dónde lo llamarían? Había deshecho el celular con el que mensajeó a Erin. Pensó que mientras ponía en marcha su plan, conseguiría un teléfono para comunicarse con aquellos olvidados amigos de la universidad y, por supuesto, con sus padres. No le interesaba retomar contacto con aquellos que lo llevaron a la cárcel, solo quería que ellos sufrieran, así como él sufrió en el pasado. Algunas heridas son difíciles de sanar. La verdad se albergaba en el rincón más profundo de su mente, sin embargo, ¿para qué tenían que saber la verdad?
Caminó hasta el sitio de encuentro. Fue bastante cumplido, pues buscaba que todo saliese a la perfección. Se sentó en una de las bancas del parque y esperó.
Un joven de cabello rizado de color azabache y ojos marrones se acercó hasta él. Por su silueta se podía observar su musculatura, a pesar de que llevaba un grueso suéter y una chaqueta de jean. Se podía notar como los dedos de su mano estaban tatuados. EYES en su mano izquierda, donde en cada dedo había una letra hasta completar la frase; y en su mano derecha la palabra OPEN, tatuados de forma similar.
-¡Miguel! -exclamó Duncan-. La última vez que nos vimos estabas rubio.
Miguel sonrió descubriendo una dentadura perfecta. Teniéndolo más cerca, Duncan pudo darse cuenta de que el tatuador llevaba una ligera sombra negra bajo los ojos. El joven estiró su mano derecha como saludo y aquel respondió el apretón.
-Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos -le contestó Miguel-, y eso fue hace... ¿tres años?
-El tiempo pasa volando -respondió a su turno-. Excepto por el cabello, sigues siendo el mismo.
-Lo único diferente es que tengo más tatuajes -sonrió-. El pequeño Micky vendrá en unos minutos.
-¿Quién es Micky? -quiso saber Duncan.
-Un viejo amigo, te ayudará en lo que necesites -contestó Miguel con entusiasmo-. Roba autos, consigue dealers si necesitas droga y no lo vas a creer ¡el tipo es artista! O bueno, está en la universidad estudiando artes. Es todo un personaje.
-Suena bien.
-Ya me urge saber qué estás tramando.
-Cuando llegue un amigo y este chico Micky lo haré saber -contestó Duncan y sonrió por primera vez desde que había llegado su viejo amigo-. Será algo grande.
Un hombre moreno de cabeza rapada, se agregó al grupo tan pronto detectó a Duncan.
-¿Terry? -preguntó Duncan, confundido.
-El mismo -saludó estirando una mano y saludó de igual forma al otro hombre-. Te ves más musculoso ¿eh?
-La cárcel suele hacer eso -contestó con una sonrisa torcida.
-Mucho gusto, Terry Blair -saludó el moreno al hombre de las manos tatuadas.
-Miguel Molina, amigo, por si necesitas tatuador... -le contestó.
-Es el mejor -le interrumpió Duncan.
-¿Qué tramas ahora? -Cuestionó Terry.
-Es lo mismo que yo me estoy preguntando -interrumpió Miguel a su vez.
-Calma, calma -pronunció Duncan con una sonrisa ocultando su impaciencia, ya estaba ansioso por revelar su plan, aunque a ciencia cierta, no sabía cómo reaccionarían-. ¿Qué tal la universidad? -Preguntó Duncan con su mirada sobre el moreno.
-Ya casi culmino, seré un arquitecto y papá me ayudará a entrar a la empresa en la que trabaja -le respondió-. Sin eso, estaría perdido. Algunos del grupo hablan de ti, cuando se enteraron de la noticia hace algunos años, bueno... fue toda una noticia.
Un joven de corta estatura se acercó. Llevaba una chaqueta de invierno y pantalones anchos, completaba su atuendo con zapatillas deportivas. De cabeza rapada que revelaba un cabello rubio pronto a crecer, unos ojos verdes medio abiertos que revelaban estar un poco drogado.
-¡Micky! -exclamó Miguel-. Eres un maldito incumplido.
El recién llegado sonrió, revelando unos dientes grandes como de conejo.
-Hola chicos -saludó con un apretón de manos a los presentes.
-Este pequeño granuja es Mac Rogers y es mi mejor amigo -habló Miguel con una sonrisa apretando al chico con un abrazo, lo que generó en Mac un leve sonrojo-. Le digo Micky porque... tiene cara de Micky ¿no? -Sonrió-. Comentaba a Duncan -continuó tocando el pecho de Duncan-. Que te arriesgas a cualquier trabajo.
-Así es -afirmó Mac-. Mientras haya una buena paga.
-Y la habrá -dijo Duncan, invitando a los chicos a sentarse en el césped.
Ninguno puso problema en hacerlo y así lo hicieron. Miró a cada uno, sin dejar de pensar en cómo reaccionarían.
-Recuerda alguno de ustedes ¿por qué fui a prisión? -cuestionó Duncan.
-Por la muerte de un chico que no recuerdo su nombre -contestó Terry-, y por intentar matar a esta chica rubia. Aunque no salió en las noticias, sabes que ese tipo de cosas se esparcen como salpullido.
-¿Estuviste en prisión? -intervino Mac divertido-. Tenemos algo en común, estuve un tiempo tras las rejas, me encontraron con una buena cantidad de droga. Mis padres me ayudaron a salir. Fue adrenalina pura.
-Bien -continuó Duncan-. Prometí vengarme de ella y de sus amigos: Erin, Theo y Marion. Ella se llama Brittany. Deben pagar, esa bruja...
No continuó. Recordar lo ponía furioso. Saber que pudo tener mejor destino si hubiese estado preparado y, aunque sus padres hicieron lo mejor para ayudar, infortunadamente aquel abogado no hizo mucho por él para aquel entonces. Sabía que era culpable, las pruebas eran contundentes. Sí intentó matar a Brittany y a los demás, pero que lo inculparan por la muerte de Frankie... eso le heló la sangre.
-¿Dónde entramos nosotros? -preguntó Miguel.
-Quiero vengarme -enfatizó Duncan-, pero no me voy a arriesgar a volver a prisión, por lo que... y tal vez suene egoísta de mi parte, lo sé, pero de verdad necesito ayuda y ustedes son mi única opción. -Hizo una breve pausa y continuó-: les daré una serie de tareas, claro, si deciden aceptar.
-Yo estoy dentro -dijo Mac con seriedad-. Aunque no hayas dicho los detalles, quiero ayudar, sé lo que se siente... ya he estado en prisión y... ¡demonios, sé que debo cambiar! Pero cuando estás sumergido en ello, el dinero mueve el mundo y todos lo necesitamos, lo que hago, lo hago por dinero y, las drogas... ni qué hablar, mis padres están pensando en mudanza. No aquí, o a una ciudad cercana, quieren ir hasta Europa y es todo por mi culpa.
Terry le dio una palmada en la espalda al chico rapado. Lo que le hizo sentirse reconfortado.
-Gracias. -Sonrió Duncan-. Como mencioné, escribí una serie de tareas, justo aquí, un minuto -revolvió entre los bolsillos de su pantalón y pasó una hoja a cada uno-. Están al azar, solo hay uno que tiene trabajo extra,
Miguel levantó la mano.
-Theo y Marion -habló Miguel-. Lo que está aquí... ¡cielos! Es demasiado loco.
-Brittany -pronunció Mac con una sonrisa-. Así que debo molestar a la rubia...
-No es gran cosa, solo un par de tonterías; sin embargo, sé que los dejará un poco perturbados.
-Diablos, estás mal, amigo -intervino Terry-. ¿Matar?
Duncan sabía que él debía matar a Brittany, esa era la única forma de ponerle fin a su reinado de terror, debía evitar que siguiera hiriendo a más chicos, debía frenar su existencia para que aquella chica presumida -que algún día consideró su amiga- pusiera fin a su dolor.
También, sabía que gozaría haciéndolo, ver a la chica sufrir mientras se escurre bajo sus piernas. Verla agonizar, suplicando ayuda, pidiendo un minuto más de vida. Eso sería fantástico, pero que lo hiciese alguien más por él, también le reconfortaba. Además, debía evitar a toda costa causas estragos que le ocasionaran volver a prisión.
-El mío también -convino Mac, lanzándole una mirada al moreno-. No sé cómo esperas que logremos esto. -Miró a Duncan.
-¿Y si nos atrapan? -quiso saber Miguel-. No quiero terminar en prisión.
-Como mencioné hay una paga y será una buena paga, lo prometo -señaló Duncan-. Eventualmente, si son descubiertos, me encargaré de ayudarlos; mi familia dio con un gran abogado, si algo sucede... confíen en mí, no los abandonaré. Ellos deben pagar y solo de la forma en que está en las notas que les di... esa es la única forma.
-Haré mi mejor esfuerzo -dijo Mac.
-¡Al diablo, estoy dentro! -exclamó Terry.
Duncan recayó su mirada en Miguel y este último asintió. Sabía que el riesgo era grande; no obstante, consideró que dentro de Duncan había un dolor que solo de esa forma podía sanar. Estaba seguro que no podía arriesgarse a volver a prisión, por lo que haría lo mejor posible todo para con ello lograr la justicia que tanto anhelaba.
-Gracias, en serio ¡muchas gracias! -contestó Duncan, aliviado-. Yo también tengo tareas que hacer, pero será en su momento, así que les deseo buena suerte y... ¡en marcha!
-Un placer hacer parte de esta locura -contestó Terry, con un poco de humor en sus palabras.
Todos rieron y se dieron un apretón de manos.
-También hay tareas en grupo como podrán notar -recordó Duncan-. Solamente, no sean tan... crueles, quiero que sufran, pero no demasiado. -Sonrió.
-Bien, si eso es todo... comenzaré con mis tareas -habló Miguel.
Todos se levantaron del suelo. Intercambiaron un apretón de manos y cada uno tomó un rumbo distinto. Duncan se quedó quieto en su sitio. Una sensación de tranquilidad y alegría invadía su ser. Sonrió en sus adentros y se fue rumbo a casa.
≪ •❈• ≫
Miguel sabía las consecuencias que tendría el haber aceptado ayudar a Duncan. Lo supo desde aquel momento en que decidió aceptar aquella invitación al parque. Durante su trayecto a casa leía una y otra vez aquella nota que recibió. No mencionó en ningún momento cuánto tiempo tenía para llevar a cabo "su misión", tampoco se tomó la molestia de preguntar. No es que se sintiera presionado, pero si iba a realizar un trabajo bien hecho, requeriría tiempo. Además, pensó que eventualmente tendría que informarle a él sobre su trabajo, una vez haya culminado. Eso haría alguien entregado a su trabajo ¿no?
No quería darle más vueltas al asunto, ni parecer desesperado o sospechoso, por lo que aquel resto del día, se ocupó en otros asuntos del trabajo y de su vida en general.
Al día siguiente, ocupó su rutina en cosas del trabajo y cuando ya no quedaban clientes en su local de tatuajes, se ocupó de las tareas encomendadas por Duncan y optó por comenzar con la más difícil a su juicio. No pudo realizarla el día anterior, pues según el "instructivo" decía: «mañana será su graduación, déjale esté presente en una caja».
Sopesó que lo haría casi entrada la noche, momento que sería perfecto para no levantar sospechas. La primera tarea, era visitar un cementerio y debía hacerlo antes de que cayera la noche.
El cementerio Holy Cross era su destino; el más cercano que tenía. Llevaba un desgastado morral en donde guardaba una pala para jardinería (la cual pidió prestada a una vecina del edificio de apartamentos donde vivía), una navaja de bolsillo y un tarro de cristal. Jamás imaginó lo que estaba por hacer, pero no había tiempo que perder, ni momento para mostrar debilidad. Caminó por el cementerio revisando cada una de las lápidas, muchas de las cuales, eran antiguas. Siguió caminando hasta la zona más alejada y solitaria donde no pudiese ser descubierto. Sonrió al ver un montón de tierra fresca en medio de su trayecto y leyó un trozo de madera sobre la misma:
Aquí yace,
CLAUS KOCH
1987- 2018
-Murió tan joven -pronunció Miguel y se arrodilló sobre la tumba-. Esto es una locura, pero debo hacerlo rápido.
Sacó la pala, se arrodilló sobre la tumba y comenzó a excavar, miraba a ambos lados mientras lo hacía. Su corazón latía cada vez más rápido. La adrenalina invadía cada centímetro de su cuerpo, haciendo que su piel se enchinara.
-¡Vamos Miguel, tú puedes! -se alentó sin dejar de cavar.
Finalmente, un féretro de color caoba se mostró ante él. Siguió cavando hacia la parte baja del féretro de modo que pudiese abrirlo en su totalidad. Tras varios minutos de excavación, vio su misión casi culminada.
Limpió su sudor con el dorso de su mano y abrió aquella caja de madera. Un hombre joven con barba y pelo rizado se mostró ante él, con la piel pálida y sus manos sobre su abdomen; una sobre otra. Separó las manos del cadáver, lo sentía tan helado y un escalofrío pasó por su espalda. Subió la camisa del difunto para ver su piel. Sobre la altura del ombligo tenía la piel cocida, como si se tratase de un cierre de chaqueta.
Sacó del morral el tarro de cristal, el cual en su interior contenía hielo. Sacó la navaja y cortó una parte del abdomen del cadáver, aquella parte contigua a la cicatriz. Guardó el pedazo de carne en el tarro para posteriormente a ello guardarlo en el morral. Cerró el féretro y con la pala de jardinería tumbo la tierra rápidamente para poder acabar cuanto antes.
Sentía como su cuerpo nadaba en sudor, a la par que un ligero temblor se adueñaba de sus brazos. Puso su mochila sobre su espalda y caminó de vuelta a su moto. Notó que llevaba las manos sucias, así que decidió salir con las manos en los bolsillos de su pantalón para no levantar sospechas.
Sus piernas temblaban con cada paso que daba. Llegó hasta su moto, se puso sus guantes para conducir y se encaminó hasta su local de trabajo.
«Una vez lo hagas, tatúa sobre "eso" un cuerno de la abundancia a color, las frutas deben quedar a la derecha y entrégalo en una caja en esta dirección (...)». Miguel leyó varias veces la nota de Duncan, debía llevar "eso" en una caja hasta el sector de Jefferson. Sabía cómo llegar. Sin tiempo que perder, comenzó a tatuar sobre aquel pedazo de carne, el cual al sacarlo del tarro tenía un tono rosáceo con algunas marcas moradas y olía asqueroso.
-No sé si funcione, pero... -dijo finalmente en voz alta, aun cuando estaba solo.
Al parecer la tinta penetró aquel pedazo de piel, estaba seguro que no duraría mucho aquella jugarreta; su experiencia lo decía. Envolvió aquel trozo de piel con plástico y esperó a que cayera la noche para culminar su trabajo.
Sobre la calle veintinueve oeste, estaba la casa de Marion. Una vivienda de color blanco con techo marrón y con unas verjas que rodeaban el pequeño terreno del jardín.
Miguel se bajó de su moto, bajo un brazo llevaba aquella caja. Sobre la caja decía: «Marion». Se acercó hasta el buzón de la casa y dejó la caja en su interior, la cual, tampoco era muy grande: catorce centímetros de largo, doce de ancho y siete de altura. El tamaño perfecto para aquel trozo de piel muerta tatuada.
≪ •❈• ≫
Al día siguiente, revisó la nota una vez más, antes de embarcarse a la dirección allí plasmada. Sabía cómo llegar y usó su moto para llegar hasta aquel lugar: la casa de Theodore Reed.
Llegó hasta el sector de Brookside, una enorme casa familiar se extendía frente a él y se maravilló al ver un auto negro Honda Civic. Según las instrucciones, ese era su destino; no obstante, le faltaba algo más. Deambuló por el barrio en busca de una farmacia.
Pidió al encargado una docena de condones ¿eso le bastaría? Era una suma exorbitante, esa cantidad gastaba al mes, incluso menos. Llevaba una sexualidad activa, por lo cual, pedir esa cantidad de preservativos sorprendió al encargado, mas no dio reparo en dispensar lo solicitado por Miguel.
«Esparce los condones en su jardín, él lo entenderá. En el último, escribe en un trozo de papel la siguiente nota: los necesitarás».
Revisó la nota. No llevaba el conteo de cuantas veces la había revisado, tampoco reparó en si realizaría un buen trabajo. Sin tiempo que perder, volvió a la casa familiar y esparció los preservativos, ni muy lejos, ni muy cerca; pero distribuidos de tal forma que cuando llegara pudiese verlos en conjunto.
Abrió su mochila. Sacó una pequeña hoja de Post-it y escribió con su mejor caligrafía: «los necesitarás». No entendía muy bien por qué debía hacer eso y tampoco le preguntaría a Duncan. No esperaba detalles y él tendría sus razones. Pegó la pequeña hoja sobre el envoltorio del último preservativo y se perdió en su moto de vuelta a casa, no sin antes poner sobre la hoja entregada por Duncan, en un plumón rojo: «misiones cumplidas».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro