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Capítulo 14: no dejes que te rompa el corazón.

El silencio de la estación de policía se vio interrumpido por los pasos fuertes de Marion. Caminaba rápido porque estaba ansiosa por saber los resultados de la investigación que había comenzado un par de días atrás.

Marion se acercó hasta el oficial más próximo, el cual, estaba frente a un computador tomando algunas notas junto a un cúmulo de papeles que reposaban sobre el escritorio. Ella se identificó y pidió amablemente charlar con el oficial a cargo de su investigación, el policía le indicó que se dirigiera hacia el cubículo dos. La primera planta contaba con cuatro espaciosos cubículos.

Haciendo caso a las indicaciones del oficial, se dirigió hasta allá.

-Gusto en verla, señorita Hale -saludó el hombre, extendiendo su mano derecha. Un hombre de mirada penetrante de ojos oscuros, pelo oscuro al rape y de contextura gruesa.

-Buenas tardes, oficial... -comenzó a decir Marion, dándole un apretón de manos y dirigió su mirada hacia la camisa del hombre-. Oficial Spears.

-Le tengo buenas y malas noticias, señorita.

Aquello era un mal comienzo, esperaba solo buenas noticias, gruñó por lo bajo y se cruzó de brazos para saber de qué se trataba.

-Okay -soltó secamente la chica.

-La buena noticia es que el museo nos proporcionó los videos de seguridad -expuso el oficial, se incorporó en su silla y continuó-: la mala noticia es que... por favor, acérquese para observarlo.

-Oh, por supuesto -respondió Marion, arrastró su silla hasta estar a escasos milímetros del policía y fijó su atención en el computador.

-Si presta atención -señaló el hombre en la pantalla-. En este ángulo se ve como un hombre encapuchado entra al área reservada por la universidad. En esta otra. -El hombre maniobró el teclado para revelar un video desde otro ángulo-. También se revela de espaldas, pero esta vez sin la capucha o gorro que lleva, uno de los guardias del museo mencionó que detuvo a un chico cerca de la zona con cortinas, infortunadamente se encuentra en un punto ciego y más adelante se ve su silueta y no es demasiado clara.

-Eso no me dice nada -le interrumpió Marion, concentrándose en las imágenes.

-En este otro -continuó el policía-, se ve que sale, pero va con la cabeza mirando al suelo por lo que su identificación resultaría un poco complicada para nuestros oficiales y como puede observar tiene puesta la capucha y solo se la retira cuando esta frente al oficial de la puerta de la entrada y salida del museo, es decir, debajo de la cámara; sin embargo, citaremos al guardia de seguridad que lo detuvo en la salida para que haga un retrato hablado del joven, así mismo, citaremos al oficial que lo detuvo en aquella zona.

-¿Y no hay una cámara en la zona donde se hizo las exhibiciones? -quiso saber ella.

-Sí, solo que apunta hacia las cortinas -se disculpó.

-Eso es... -comenzó a decir Marion, pero no tenía palabras para describir su gran frustración en ese momento-. Esta situación no puede quedar impune, me costó mi graduación.

-Le aseguro, señorita Hale, que estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo -indicó el policía.

-Eso espero, oficial Spears -indicó fuertemente la chica y se levantó de la silla-. Que tenga un excelente día. -Y se marchó.

≪ •❈• ≫

Los días posteriores a su visita en la estación de policía, trascurrieron sin gran novedad. La policía no avanzaba mucho con el caso y la situación en su casa era de lo más tranquila.

El día soñado había llegado. Lo anunciaba su calendario que se posicionaba junto a la cama, anunciando que el día de su graduación como artista plástica era una realidad. Desde temprano en la mañana, Helen y ella, pasaron prácticamente todo el día en el salón de belleza, luego en el spa y finalmente pasaron por la tintorería para reclamar sus vestidos.

El día se pasó demasiado rápido y cuando llegó la noche, un taxi la acercó hasta su destino: el centro de convenciones de Los Ángeles. Su maestro y jefe de grupo, le indicó que todos debían estar tras bastidores en el teatro del segundo piso. Allí le hicieron vestir la toga y el birrete, cubriendo así su elaborado peinado -que lucía en ondas muy bien elaboradas- y el vestido vino tinto que llevaba para aquella ocasión; levemente se veían sus tacones negros.
Desde el exterior, el edificio tenía un aire bastante moderno; futurista; de otro mundo. Había tantos adjetivos para describir el centro de convenciones de Los Ángeles, que no se podría elegir cual era el más indicado para representar su belleza.

El interior, también contaba con un aspecto que hacía pensar en un edificio del futuro. Tanto hierro y cristal que rodeaba a las personas, que aquellos que no conocían el lugar, resultaban maravillados. Un cúmulo de personas llegaban sin parar.

Una gran pancarta de esquina a esquina sobre las escaleras de la parte principal del edificio, rezaba: «Bienvenidos, Universidad Estatal de California».

Helen se acercó al salón indicado en la invitación «Salón 411. Teatro. Segundo Piso». Ella engalanada por un vestido largo azul oscuro; con joyería en su pecho y sus manos y con su cabello castaño recogido en un peinado bastante sofisticado; se sentía como una princesa en un cuento de hadas, y se sentía feliz por el logro de su hija. El teatro estaba a reventar, había espacio para casi trescientas personas y el 80% ya tenían ocupado un asiento. Una persona en la parte alta del salón probaba el sonido, mientras Nuvole Bianche de Ludovico Einaudi, sonaba desde algún lugar para ambientar mientras los demás invitados llegaban.

En la pintoresca pantalla del fondo se podía vislumbrar un agradable mensaje: "Felicidades promoción 2018".

La mujer ocupó un asiento en las primeras filas y acomodó entre sus manos una cámara digital para conmemorar cada minuto que pasara.

Un desfile de personas con toga y birrete caminaban desde la entrada del teatro hasta el gran escenario, en donde un hombre tomaba la vocería y con un micrófono anunció la llegada de los graduandos; la música de piano desapareció ante el anuncio.

-¡Démosle la bienvenida a la generación de artistas plásticos de la Universidad Estatal de California, promoción 2018! -exclamó el hombre, mientras el grupo de jóvenes iban ingresando.

-Estoy tan orgullosa de ti -pronunció Helen entusiasmada, aun cuando Marion no la oía y captó con sus ojos ambarinos la llegada de su hija hacia el escenario.

De fondo, la quinta sinfonía de Beethoven ambientaba la caminata de los recién llegados, después, se escuchó el himno nacional. Los aplausos no cesaban. Algunos lloraban conmovidos por la entrada. Era una velada bellísima. Aquellos que estaban graduándose solo se limitaban a sonreír y saludar a sus familias con un movimiento de mano.

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-Todos hemos conseguido dejar huella en el camino que hemos trazado a través de las aulas y fuera de ellas, mientras aprendíamos día a día nuevas cosas. Damos paso a una gran etapa: la laboral, con ello, adquiriremos experiencia y repartiremos nuestro conocimiento por el mundo, sea lo que sea que vayas a hacer a partir de hoy, hazlo con honestidad, respeto y con la seguridad de que el futuro que nos espera será maravilloso ¡Felicidades compañeros, nos hemos graduado! -Terminó de hablar una chica efusivamente, lanzando su birrete por encima de ella y los demás que estaban sentados en las primeras filas se levantaron de su silla y con un grito lanzaron su birrete hacia arriba.

-Con estas preciosas palabras, damos por culminada esta bella ceremonia -anunció un hombre de pelo cano, con marcadas arrugas, vestido de saco y corbata-. Los invitamos a la sala 409B para realizar un brindis y probar un pequeño aperitivo que ha preparado la universidad para ustedes. Gracias por su asistencia y felicidades.

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La velada preparada por la universidad había sido algo digno de admirar; no solo fue un simple capricho por parte de las directivas y los maestros, los asistentes habían sido sorprendidos con un vino blanco espumoso y entremeses: una tabla de quesos con diferentes tonalidades y sabores, acompañado con aceitunas, arándanos, pistachos y almendras; todo ello, para algunos de los paladares más exigentes.

Desde el restaurante Perch, con vista a la luminosa ciudad, Marion y su madre culminaban el día con una cena en celebración de su gran logro. Aunque al principio mantuvo el asunto de sus pinturas en el anonimato, a la final le contó a Helen lo sucedido, y ella mostró gran madurez respecto al tema. Si bien, de entrada, parecía una historia cruda y preocupante, lo cierto era que Marion había sacado su lado más rígido para controlar la situación y manifestar que las autoridades se estaban encargado de ello. Omitió que la investigación estaba estancada porque las pruebas no aportaban demasiado. Finalmente, Helen no ahondó en aquella situación para no amargar la velada.

-Petra, nuestra vecina, sugirió este lugar -dijo Helen con una sonrisa de complicidad-. La vista es asombrosa.

-No debiste tomarte tantas molestias, mamá -le recriminó la chica con sus mejillas sonrojadas, le regaló una sonrisa y continuó-: el lugar es maravilloso y tan elegante, debió costarte una fortuna.

-Es lo menos que puedo hacer, es así como tu esfuerzo se ve recompensado, somos tu familia y sabemos lo complicado que fue todo el trayecto -respondió su madre, alzando sus hombros con un deje de modestia.

-Y que lo digas -agregó Marion, soltando una fuerte exhalación, como si se hubiese librado de un gran peso.

-No olvides las fantásticas fotos que he tomado, desde que entraste hasta que saliste del recinto -añadió Helen a la conversación.

Eso era un hecho irrefutable. Había captado los mejores ángulos de Marion desde que salió de casa y, allí se encontraban, en aquel restaurante hablando de miles de cosas a la vez. Ante los regodeos de su madre, Marion pidió amablemente ver el resultado de aquellas tomas fotográficas. Su sonrisa hablaba por sí sola mientras pasaba las fotos, su semblante irradiaba alegría y tranquilidad. Esa felicidad no se podía comparar con nada.

-Ahora, solo hay un problema -dijo Marion, casi en un susurro.

-¿De qué se trata, cariño? -preguntó la mujer asustada.

-No sé cuál de todas las fotos me gusta más -contestó la chica con picardía.

-Me asustaste, Marion -le refutó poniendo su mano izquierda sobre el pecho, como si su alma se hubiera desprendido de su cuerpo.

Marion soltó una risa divertida y luego Helen se unió a la risotada.

-Sin embargo -soltó Marion-, me encantaría que Marnie y papá estuvieran aquí, que vieran mi esfuerzo, todo lo que logré.

El ambiente se tornó oscuro; como si hubiesen desenterrado un secreto sombrío. Traer a la mesa aquel tema del pasado, traía consigo un aire de nostalgia para los presentes. Marion suspiró, unas lágrimas brotaron de Helen y tomó la mano de su hija y la apretó como una señal de que todo estaría bien, como siempre lo estuvo desde la pérdida de su esposo Vincent y Marnie, la difunta hermana mayor de Marion.

-Vincent estaría orgulloso de ti, cariño -indicó la mujer con una sonrisa, aunque sus ojos se mantenían húmedos-. Al igual que Marnie, jamás los olvidaremos. Ahora estamos las dos solas enfrentado al universo entero, eres una heroína y yo soy tu aliada, mientras nos cuidemos juntas, nada malo pasará.

-Gracias -se limitó a decir Marion, con su mirada perdida en los recuerdos-. Sin tanto esfuerzo, no estaría ahora aquí.

Luego de los recuerdos y el ambiente de recordar personas amadas, la comida llegó a ellos con una botella de vino tinto para amenizar el ambiente y volverlo un poco más festivo.

≪ •❈• ≫

Un día lleno de emociones y sensaciones llegaba a su fin. Marion y su madre estaban de vuelta en casa. Antes de ingresar a la vivienda, Marion se acercó al buzón y sacó un montón de papeles que desde el día anterior no habían sido sacados, un montón de correspondencia acompañada de una caja pequeña que tenía su nombre escrito con rotulador. Simplemente un "Marion".

Miró alrededor, el vecindario estaba vacío para esas horas de la noche. Entró a casa, dejó el montón de correspondencia y se quedó con la caja.

-Buenas noches -anunció Marion desde las escaleras-. Ya me iré a dormir.

-Feliz noche, cariño -se despidió Helen.

Marion subió las escaleras aferrada a la pequeña caja. Se sentía tan liviana, como si la hubieran mandado vacía, una sensación de ansiedad se apoderó de ella hasta que llegó a su habitación. Se sentó sobre su cama y abrió la caja. El interior la dejó pasmada.

En su interior, un pedazo de carne -al parecer humana-, tenía un tono rosáceo característico de la piel humana, con la diferencia de que era un rosa que pasaba entre gris y morado. Solo era un trozo de carne y sobre el mismo, un tatuaje. Un tatuaje que, a decir verdad, se parecía mucho al que su difunto amigo Frankie se había hecho en vida. Un tatuaje del cuerno de la abundancia. Recordaba que Frankie se lo había hecho por haber superado su etapa de obesidad y, al ser un símbolo de la nutrición, le recordaba día a día la importancia de comer bien y hacer ejercicio.

Tapó su boca con ambas manos para ahogar un grito, la pequeña caja se mantenía en su regazo, viéndola con los ojos abiertos de par en par. No se atrevía a tocar aquel trozo de carne, le causaba asco y el olor que desprendía era nauseabundo.

¿Quién podría hacerle algo así? Teniendo en su mente a los únicos que sabían sobre la existencia del tatuaje, costaba creer que alguno de ellos hiciera eso, más importante aún ¿sería la piel de Frankie? Lo cual resultaba ilógico; llevaba tres años de muerto y un pedazo de carne no duraría tanto tiempo a la intemperie para comenzar a apestar, a menos que.... Pensó que se trataba de una broma, una horrible broma.

Tapó la caja, se levantó de la cama y la escondió debajo de la misma, donde no podía ser descubierta. Se asomó a la ventana, corrió las cortinas y pudo ver a su vecino de la casa contigua, se encontraba frente a su casa en compañía de su perro: un Beagle. El perro orinaba en el árbol del frente mientras el dueño desvió su mirada hacia la ventana de Marion. Ambos intercambiaron una mirada. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica, ante ella llegó esa sensación de ser observada, un pánico inundó su ser. Cerró la cortina y se metió entre su cama para olvidar aquel suceso.

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