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Capítulo 13: cualquier cosa podría pasar.

Duncan se encontraba sentado sobre su litera mirando hacia los barrotes de la celda, cubierto por una manta. Su compañero de celda, Barnie, se encontraba dormido. Seguramente era muy temprano en la mañana, eso indicaba por qué seguía durmiendo y no se molestó en despertarlo.

-¡Ven aquí, Foster! -exclamó el guardia de seguridad, golpeando con la porra que sostenía con una mano.

-¡Maldita sea, no hagan ruido! -se quejó Barnie, sin abrir los ojos.

-Ya viene siendo hora de despertar -protestó el guardián, viendo su reloj de pulsera-. Ven aquí, Foster ¿No escuchaste?

-¿Qué sucede? -quiso saber Duncan, mientras bajaba de la litera.

-Es tu día de suerte -le contestó el oficial: un hombre moreno y larguirucho, con pelo oscuro al ras-. Pagaron tu fianza.

-Oh mi... -Duncan no terminó lo que quería decir. Abrió la boca sorpresivamente a la par de sus ojos, que los abrió como platos y dirigió su mirada a su compañero-. ¿Puedes creerlo? ¿Lo escuchaste?

-Afuera, muchachón -anunció el guardia, abriendo la celda.

-¿Puedo tener un minuto? -preguntó Duncan conteniendo su emoción, hizo un gesto con su cabeza al oficial, para indicarle que necesitaba espacio para hablar con su compañero de celda.

-Adelante -respondió el moreno y se quedó frente a la puerta de brazos cruzados.

-Un poco de privacidad, por favor -pidió Duncan.

El guardia de seguridad suspiró y dio unos pasos hacia atrás.

-No intenten nada estúpido ¿De acuerdo? -El oficial tomó su radio de comunicación como advertencia-. Recuerden que puedo usar esto.

-Así que esto es un adiós... -dijo Barnie con aire lastimero, mientras se sentaba en la litera y tallaba sus ojos con el dorso de la mano.

-Es de no creer. -Duncan realmente estaba conteniendo la gran alegría que sentía. En el fondo veía la tristeza que embargaba el rostro de su compañero-. Oh, amigo... esto me recuerda lo tristes que son las despedidas.

Barnie se levantó del camastro y envolvió a su compañero en un abrazo. Duncan pudo sentir la fuerza que tenía y como fibras sensibles dentro de su ser se manifestaban.

-Sin lamentaciones, disfruta la libertad -dijo Barnie, y volvió a la parte baja de la litera.

-Nos vemos afuera, Barnie. -Terminó Duncan y salió de la celda.

El guardia de seguridad se acercó, tomó de su cinturón unas esposas y pidió a Duncan que estirara las manos, éste acató la orden y se vio arrastrado por el oficial a través de las celdas por un largo pasillo, miles de abucheos por parte de los demás reclusos se hicieron presentes.

Finalmente, llegó hasta una oficina en donde fue recibido por una mujer que le retiró las esposas y le puso de presente una caja.

Recordaba aquella caja, tenía la ropa que había usado la vez que fue arrestado; no había duda de que la ropa le quedaría pequeña, también estaba su viejo teléfono celular, una caja de chicles y unas llaves en su respectivo llavero. Suspiró. Ver aquellas cosas, revolvió en su mente aquella fatídica noche en aquella casa de campo. Sacudió su cabeza y se concentró en su presente.

-Firme aquí -pidió la mujer, pasando una hoja que contenía bastante información.

Trató de leer lo más que pudo. Según la hoja que tenía frente a él, decía que un abogado de nombre Arthur James había negociado con el juez que lo condenó, se mencionaba acerca del pago de una fianza; el valor sobre la hoja le hizo pasar saliva. Era demasiado dinero. Continuó leyendo, efectivamente decía que quedaba en libertad con dos condiciones: una; que no volviera a ser arrestado y dos; que se comprometiera a volver cada que el juez viera pertinente su requerimiento. También, pudo notar que las condiciones para que el juez accediera a ello, coincidían en que, llevaba tres años de condena, tiempo en el cual tuvo sesiones con una siquiatra debido al comportamiento psicótico que se desató un par de días luego de su llegada; durante su reclusión mostró buen compartimiento y colaboró con algunas tareas que el jefe mayor de seguridad le impuso; de igual forma, mostró haberse rehabilitado de la enfermedad mental que adquirió, producto de su reclusión y de situaciones anteriores; según informe de la siquiatra, situaciones que llevaron a que le concedieran la libertad.

Firmó como la mujer le indicó y entregó la hoja.

-Gracias -manifestó la mujer y guardó dicho papel entre un montón más de papeles que reposaban en una carpeta-. Su familia fue notificada de dicha decisión, así que asumo que llegarán en cualquier momento, si desea esperarlos puedes acercarse a la sala de espera que se encuentra por allá. -La mujer señaló un pasillo que se podía divisar desde la oficina donde se encontraban.

≪ •❈• ≫

Siguió las indicaciones de la mujer.

Minutos más tarde, Josephine: su mamá, había llegado en compañía de su hermano Ned. Se veían radiantes de alegría. La mujer se acercó hasta Duncan, el cual, se levantó de golpe de la silla en la que se encontraba esperando y ambos se envolvieron en un fraternal abrazo.

-Me hiciste tanta falta, hijo -manifestó la mujer, al oído de Duncan.

-Ustedes también me hicieron falta. -Duncan cerró los ojos y se dejó embriagar por tan dulce gesto-. Tengo muchas preguntas.

-Responderemos a ellas en el trascurso de vuelta a casa. -Se agregó Ned a la conversación, dándole un apretón de manos a su hermano y luego un abrazo.

Los tres caminaron sin rumbo aparente, simplemente disfrutaban la compañía de cada uno, era más importante y muy seguramente; poniéndose al corriente, llegarían a casa caminando. Bella metáfora. La verdad es que, cuando se disfruta de la compañía de alguien, no tienes conciencia de cómo transcurre el tiempo.

Ned comenzó la conversación, corroboró la información que Duncan había leído en aquel documento de libertad que firmó. Aseveró que su tío (el hermano de su padre) había vendido el taller de reparación de autos, donde él había trabajado antes de haber estado en prisión. Pago que en su mayoría sirvió para la fianza, el saldo que faltaba para cubrir dicho gasto fue sufragado por Josephine y Ned.

-¡¿Qué?! -preguntó Duncan consternado. Costaba creer las afirmaciones de su hermano.

-Así fue -contestó Ned quedamente-. A él no le importó. Buscará otro trabajo y tal vez en un futuro se haga a otro taller.

-Es que... siento... me siento culpable, él no debió hacerlo.

-No te sientas así, hijo -le reconfortó Josephine-. No podemos permitirnos estar alejados de ti veinte años... es decir... ¡Dios mío! Morirías en ese lugar. Además, aunque fue una suma irrisoria; pudimos hacerlo, encontramos un excelente abogado; nos dejó su tarjeta para que lo contactes en la menor brevedad, hay que agradecerle.

-Es cierto, pero... -Una sensación extraña lo invadía, estaba feliz por disfrutar su libertad; sin embargo, ¿A qué precio? Había trabajado con su tío por años, era como si le hubiesen quitado una parte de él.

-Afortunadamente, aún conservo el empleo en la universidad, juntaremos dinero para que puedas retomar tus estudios -le animó Josephine-, y Ned también ayudará a que eso se haga realidad.

La madre de Duncan trabajaba en la Universidad de California impartiendo clases de deportes. En sus mejores años, había sido una nadadora olímpica; con muchos premios bajo el brazo, infortunadamente un terrible accidente la dejó sin la oportunidad de seguir haciéndolo y con ese suceso, comenzó a ser maestra. Por otro lado, Ned se había graduado de la Universidad Cornell en Nueva York como ingeniero ambiental, eso ocurrió cuando su madre era nadadora. Ahora varios años después, se incorporó a una empresa enfocada al cuidado del medio ambiente, creando programas basados en el reciclaje y en el uso de las tecnologías para mejorar la calidad de vida de las personas.

-No deberían -intervino Duncan con sus mejillas ardiendo.

-Acéptalo, hermanito. Por un futuro mejor.

-Sí -se animó finalmente, el apoyo de su madre y su hermano eran suficientes para darle un nuevo giro a su vida. Empero, muy dentro de su ser conservaba la idea de vengarse de sus viejos amigos, no podía dejar esa situación así. Eso sí, tendría que ser muy cauteloso y no levantar sospechas.

≪ •❈• ≫

Un gran porcentaje de la población, usan las redes sociales para publicar su vida, compartir con el mundo: logros, viajes, momentos en familia, etc. Tal es su impacto, que día a día, se hacen virales dichas situaciones. Incluso algunas circunstancias graciosas, hacen más agradable el uso de dichas aplicaciones y páginas de internet.

Es así como Duncan se puso al corriente sobre la vida de sus amigos y conocidos más cercanos, desempolvó su vieja cuenta de Facebook; para sorpresa suya, sus amigos lo habían eliminado de lista. Con frustración, entró a Twitter, el cual le reveló más de lo que imaginó y comenzó a hojear publicación por publicación. Resultó ser una nueva interfaz, muy moderna. Tales eran sus descubrimientos, que un viejo compañero de universidad estaba viviendo en Canadá y gran parte de sus compañeros de los que sería su promoción, estaban a puertas de graduarse.

Llegó hasta el perfil de Brittany. Una foto con un hombre alto, de cabello ocre casi rojizo y unos ojos atigrados de color azul, con barba y bigote dorados como su pelo, se hizo presente. Tenía un aire desaliñado e intrigante. Comenzó a revisar ese perfil, para descubrir que llevaba un año con aquel chico: Aiden Godfrey. Las clases de medicina parecían marchan bien, aunque según veía, hubo ocasiones en las que tuvo que pasar horas en vela por estudiar para exámenes. Según leía, Aiden estaba pronto a graduarse como artista plástico de la misma universidad dónde estudiaba Marion. Por un comentario que vio; decía que, el jueves celebrarían -por las críticas positivas que recibió su exposición de grado en el Museo de Arte Contemporáneo-.

A su mente llegó Marion. Decidió buscarla entre su lista de contactos. Ahí estaba con su cabello totalmente oscuro y con un aire juvenil que le revelaba autosuficiencia. Un estado que publicó, le reveló que el novio de Brittany tenía alguna relación con Marion, seguramente compañeros de clase.

«Expo en el MOCA mañana, deséenme suerte». Decía en el estado.

Era lo último que había publicado. A grandes rasgos, se mantenía sumergida en sus estudios, no descuidaba su vida social, pero no había rastros de algún novio o algo parecido.

Siguió de largo y revisó el perfil de Theo. Había un par de publicaciones referidas a su difunto amigo Frankie. Al parecer, le sentaba bien ir continuamente a visitar su tumba, aunque era un largo proceso; un deje de culpa lo invadía, y encontró varios comentarios reconfortantes, con mensajes positivos referentes al tema. También vislumbró como Theo salía continuamente a vivir la vida nocturna, y un par de fotos en un escenario de teatro se hacían notar. Una foto en un estudio de televisión, una foto con un chico asiático, entre otras.

Por último, curioseó el perfil de Erin. Había muchas fotografías con un chico de ojos y pelo oscuro. Se veía bastante intelectual, con un aire geek, y con un semblante de ser joven y lleno de energía. ¿Su novio, tal vez? No lo parecía, en muchas de las fotos, no se hacía mención a que tuviesen algo más que una amistad. Samuel Griffin era su nombre, según leyó. Deportes extremos, cine, restaurantes. Básicamente en eso se resumían los encuentros de ambos. Era curioso. Si no era su novio, sin duda sentía mucha estima por él.

Tras curiosear más perfiles; varias ideas llegaron a su mente.

≪ •❈• ≫

Disfrutar tiempo con su familia era enternecedor, excepto por el hecho de que Harold: su padre, llevaba una vida de alcoholismo; y según mencionó su mamá, luchaba arduamente para que se sometiera a ir a grupos de ayuda para superar su adicción al licor.

Temprano en la mañana del día siguiente a su salida de prisión, llegó al MOCA. Un viaje de media hora en taxi. Entró al museo como cualquier asistente. Dio vueltas entre las diferentes exhibiciones buscando algún aviso que le indicara dónde se harían las exposiciones de grado, solo orientándose por lo que vio en los perfiles. Su atención recayó en un área protegida por cortinas con un aviso: «no entre sin ser autorizado». Un vigilante daba vueltas muy cerca de aquella área restringida y tuvo que esperar varios minutos a que el guardia de seguridad se descuidara para poder colarse en aquel lugar. Tras cruzar las cortinas, se puso un pasamontaña.

Llevaba consigo un pequeño morral. Caminó por un largo pasillo. Había muchas secciones. Cada sección pertenecía a una persona y cada sección, tenía una puerta que llevaba a algún lugar. Tras unos minutos de adrenalina caminando por donde no debía estar y con miedo de ser descubierto antes de tiempo, lo hicieron sentirse agitado. Finalmente, un letrero le anunció que había llegado a su zona de destino: «Exposición de Marion Hale: arte expresionista». Sonrió para sus adentros, el tiempo era vital. Se puso unos guantes para conducir moto que sacó de su morral y unas latas de pintura. Comenzó a realizar figuras sin sentido y escribir palabras insultantes; situación que no le llevó mucho tiempo. Finalizada su "misión", caminó hasta en final del pasillo, donde más áreas de exposición se hacían presentes. Antes de salir por aquellas cortinas, al otro lado del pasillo por donde había entrado, se quitó los guantes y el pasamontaña antes de ser descubierto y fue detenido por una voz.

-¡Oye! -habló una mujer con traje de seguridad-. No puedes entrar ahí, es área restringida.

-Lo siento -se disculpó Duncan-. Estoy buscando el baño.

-Debería ver la señalización -le reprendió la mujer-. Está por allá. -Señaló un largo pasillo.

-Es usted muy amable -agradeció y caminó a gran velocidad.

La mujer se asomó a través de las cortinas para cerciorarse si alguien se había colado, pero el lugar se vía oscuro y desierto.

Duncan salió en cuanto pudo del museo. A la salida, fue detenido por un hombre que le pidió inspeccionar el morral. Él lo abrió exhibiendo un montón de ropa deportiva.

-Vengo del gimnasio -se excusó Duncan con una sonrisa.

-Adelante, feliz tarde -le respondió el hombre de seguridad.

Sin tiempo que perder regresó a casa. Parte de su plan comenzaba a tener forma. Ya había saboteado a Marion, solo faltaban tres. De algo estaba seguro, y era que, tendría que quemar la ropa que había usado y enterrar bajo tierra las latas de pintura. Siempre su mente le decía que no debía levantar sospechas.

El almuerzo con su familia marchó bien, su compañía le reconfortaba y que su plan de venganza haya tenido un buen comienzo, lo hacía más feliz.

Luego de ello, decidió pasar por el cementerio Evergreen, su madre le había informado que su difunto amigo Frankie había sido enterrado en aquel lugar y por información de internet, supo que lo cerrarían en las siguientes dos horas.

Al llegar, caminó por entre las tumbas buscando a su amigo, había tantas, que resultaba una tarea ardua. Finalmente la encontró. Miles de pensamientos llenaron su mente. Recuerdos que deseaba borrar de su mente. Cerró los ojos y le dedicó unos golpes al epitafio, y antes de marcharse, dejó una nota en la parte baja de la lápida y puso una pequeña roca para sostenerla, así evitaba que el viento se la llevara. A simple vista, no se notaba y esa era la idea. Su plan era que Theo la encontrara cuando fuese a visitarlo. Era una idea algo tonta, pero por algún lado debía comenzar.

≪ •❈• ≫

El jueves supo que debía ocuparse de Brittany; y si esa noche saldría con su novio, sabía exactamente como sabotear su salida. Era un trabajo arduo tener que adivinar a cuál lugar irían, pero tarde en la noche una foto en Twitter le brindó la información que necesitaba. Una foto que publicó Aiden. Brittany y él sostenían, cada uno, una copa; sonriendo a la cámara. Basic era la ubicación. Recordaba esa discoteca. Había ido en una ocasión cuando estaba iniciando la universidad y no quedaba lejos de su vivienda. Revisó el perfil de Erin; sin novedades, salvo un video reciente que compartía, en el que un niño americano y una niña asiática jugaban; generando conciencia sobre entender a las personas de diferentes culturas, usando niños.

Tenía que esperar hasta que llegase bien entrada la noche. Mientras se preparaba para salir, perdió el tiempo viendo videos divertidos que compartían por su abandonada cuenta de Facebook. Finalmente, fue al baño antes de partir y mientras orinaba, una idea llegó a su mente. Caminó hasta la habitación de sus padres sin hacer demasiado ruido, buscó entre los cosméticos de su mamá; tras buscar con la linterna de su viejo celular, encontró un lápiz pintalabios, lo guardó en un bolsillo de su pantalón y se embarcó a su destino, no sin antes guardar entre su chaqueta un gorro de lana y sus guantes para conducir moto. Los necesitaría.

Durante su trayecto, le preocupó un poco el dinero que gastaba para llevar a cabo su venganza. Después pensaría en sus jugadas futuras.

Tan pronto entró a la disco, pudo darse cuenta la cantidad de gente que había, le sorprendía bastante, tratándose de un día jueves. Dentro del bolsillo de la cazadora de cuero que se había puesto, llevaba un gorro tejido, el cual se puso para no ser reconocido. Caminó entre los asistentes buscando el rostro familiar de Brittany. Caminó con cautela para no ser descubierto, situación que le ayudó por la cantidad de gente que había en el lugar y las luces estrambóticas que bailaban de un lado a otro.

A lo lejos, la divisó, riendo con su novio sobre algo en particular. Aiden dio un gran sorbo a su copa y Brittany imitó el movimiento de su novio y luego le susurró algo al odio, después se dio cuenta que la chica se había levantado de su silla y se dirigía a los baños de las chicas. Cuando vio que se perdió entre la multitud, caminó rápidamente hasta a la sección de baños y esperó. Una chica rubia con un vestido de lentejuelas salió del baño, Duncan se infiltró en el baño de chicas. Dos cubículos estaban ocupados. En uno de ellos debía estar Brittany. Sin tiempo que perder, se puso sus guantes para conducir moto, sacó el pintalabios que llevaba en el bolsillo del pantalón y dejó un gran mensaje en el espejo.

«¿También le arruinarás la vida a él?».

Aguantó una risotada y salió del baño. Se perdió entre los asistentes hasta la barra de la discoteca. Pidió una cerveza y celebró su victoria. Esperaba que lo viera Brittany, y si lo veía otra chica, eso poco le importaba. Su trabajo apenas comenzaba. A esa hora de la madrugada ya muchos estarían ebrios. Apuró su bebida, se quitó el gorro, los guantes y regresó a casa con la frente en alto y una gran sonrisa.

≪ •❈• ≫

Sabía que Erin era su trabajo más difícil. En redes sociales no compartía muchas cosas personales; excepto una fotografía con su abuela, que compartió desde temprano en la mañana donde escribió «los días sin nana serán diferentes, pero muy pronto volveremos a vernos». La conclusión que sacó de ello, si no es que había fallecido, era que se iba a vivir lejos de ella. Una de sus amigas preguntó en la foto a donde irá su abuela y Erin contesta: «de vuelta a Irlanda». No había nada más. Nada que le revelara si se vería con aquel chico llamado Sam. La última publicación que los relacionaba a ambos, fue alrededor de una semana atrás.

La situación en casa no era la más sobrecogedora la mañana del viernes. Su padre se negó a hablar con él desde su llegada. Según su mamá, estaba furioso porque su hijo menor hubiera ido a prisión. Se negaba a hablarle y peor aún, se regocijaba en la bebida desde que fue capturado. Josephine insistía día tras día, a que asistiera a reuniones que le ayudaran con su problema de alcoholismo y aunque él decía que lo haría, lo cierto era que nunca cumplía con su palabra.

Con todo ello, se excusó con su madre por que se ausentaría todo el día.

-¿Tardarás demasiado? -quiso saber su mamá.

-No estoy seguro -le contestó Duncan-. Trataré de llegar rápido.

-Hazlo -suplicó la mujer acongojada-. Es insoportable estar con Harold, no ha sido violento conmigo, pero a veces me insulta y dice cosas ofensivas, físicamente no se ha sobrepasado... de cualquier forma, no me gusta estar a solas con él y quiero que me prometas que intentarás hablar con él.

Duncan asintió y envolvió a su madre en un abrazo. Sin tiempo que perder, optó por caminar hasta la casa de Erin. El trayecto era de casi dos horas; a pesar de ello, era muy temprano en la mañana, dudaba que Erin se viera con ese chico a esas horas de la mañana.

La prisión lo mantuvo en forma. Tres veces a la semana se ejercitaba, por lo que caminar esa cantidad de kilómetros no suponía gran problema para llegar hasta Beverlywood. Si Erin seguía viviendo en aquel lugar, su plan se haría realidad, de lo contrario... Estaba seguro que su plan se llevaría a cabo y aunque aún no tenía definido que haría, ya pensaría en ello más adelante.

Efectivamente, una hora con cuarenta y cinco minutos gastó para llegar hasta la casa de Erin. Al menos, el lugar que Duncan recordaba. Llevaba consigo ropa deportiva: pantalones de gimnasio, un jersey de manga larga con gorro y zapatillas Adidas. Se sentó en diagonal a la casa de Erin y esperó. En su viejo celular tenía instalado un juego, el cual comenzó a usar para distraerse; tras dos horas de juego, guardó el teléfono en su pantalón y siguió esperando. Era bastante tedioso, aquella casa no daba señales de vida, aunque parecía habitada.

Posteriormente, alrededor de las once de la mañana un auto Honda Accord modelo 2015 de color gris llegó a la vivienda. Del vehículo salió un hombre enorme pelirrojo y a su lado una mujer embarazada de cabello negro. Duncan, miró con sus ojos abiertos de par en par y de la zona posterior del auto, salió Erin con otra chica un poco mayor que ella, que supuso era su hermana.

Se levantó del lugar donde estaba sentado y comenzó a caminar sin rumbo, mientras esperaba a que la familia entrara, para no generar sospechas.

Sobre el mediodía, Erin salió y se quedó esperando unos minutos a que llegara un taxi, durante esos minutos, se quedó con su gorro cubriendo su cabeza y revisó su teléfono para no resultar sospechoso.

Cuando la vio abordar el vehículo grabó en su mente las placas del vehículo y esperó a que pasara otro taxi para seguirla. El hombre que conducía, iba lo más rápido que pudo, para no perder de vista el taxi que transportaba a Erin. En un recorrido de cuarenta minutos llegó hasta la zona de Montebello, parqueando el vehículo en una hermosa casa familiar blanca de techo color vino tinto, ubicada frente a un parque infantil. Supuso que se trataba de la casa de su amigo Samuel. Duncan se quedó una cuadra atrás y caminó hasta aquella casa, sabía que Erin era bohemia y no optaba por hacer grandes cambios en su vida, por lo que intuyó que seguramente conservaba su mismo número celular, timbró una vez, para cerciorarse que tenía tono y al ser afirmativo, cortó la llamada. Seguidamente, envió un mensaje de texto. Seguramente tendría la suficiente confianza como para que él la invitara a su casa.

Su siguiente paso era desechar su viejo teléfono y conseguir un nuevo número. Pero lo más importante, era que necesitaba ayuda extra para sus siguientes movimientos.

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