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El armatoste, encaminándonos, nos contó su historia con Ada.

Nos comentaba su impresión sobre ella a lo largo de las investigaciones que crearon más androides, quimeras exóticas, enfermedades militarizadas y armamento que Luxor desarrollaba tras la fachada de una simple planta nuclear.

De pronto, se detuvo sin más. Como si hubiera hecho corto circuito o se estuviera actualizando; después, el suelo se cimbró, polvo y pedazos de escombro cayeron sobre nosotros.

Una explosión, a lo lejos.

–Hey, armatoste. ¿Qué pasa?

El androide volvió en sí y volteó su mirar vacío y frío.

–Luxor está cayendo. Las bestias se han liberado. Esto se hará global.

–¿Qué?

El armatoste continuó andando, obligándonos a no pensar sobre esto y seguirlo, a ciegas; mas las esquizofrénicas voces que me cuidan y protegen comenzaron a insistir en que abandonara al grupo, aprovechando un giro oscuro en el túnel, tomé de la mano a la chica sonriente y nos escondimos en la oscuridad que nos recogía.

–¿Qué haces?

–Si los seguimos, moriremos.

–¿Y los demás?

Las voces se carcajeaban en mi mente.

–Los demás, ya están muertos.

Una suerte de gritos y siseos se empezaron a escuchar; luego, disparos y un caos total gobernó por horas los túneles.

Sentíamos cómo pasaban cerca criaturas, androides, y miembros de seguridad de la planta, acribillándose entre ellos.

Cada vez que alguien pasaba cerca, ella, en un innato sentido de compañerismo, intentaba llamarlos para que se vinieran a refugiar con nosotros.

Pero yo la detenía.

Por supuesto que la detenía.

La apretaba fuerte, cerrándole la boca y obligándola a no moverse; no podía verla bien, pero un brillo apenas perceptible a mis ojos y las lágrimas que humedecían mis manos mientras la sometía al más estricto silencio me hacían notar la desdicha de nuestra solitaria salvación.

Yo la quería ayudar a sobrevivir; y, ella, sólo quería intentar salvarlos a todos. Pero eso era imposible; con suerte, sobreviviríamos ella y yo.

–¿Por qué no los ayudamos –susurró en un momento de calma en nuestro entorno?

–Ya te dije, los demás están muertos; sólo que no lo saben aún.

–¿Cómo sabes?

–La voces...

–Cuáles voces/

De pronto, una luz profunda nos alumbró con una blancura total que dolía.

No veíamos lo que nos iluminaba, pero sabíamos que nuestro fin estaba cerca.

"Aviéntala", dijeron las voces.

Sin dudarlo, pero con dolor, la empujé hacia la luz y una serie de humanoides con escamas se abalanzaron sobre ella, sometiéndola.

La luz la iluminó sólo a ella; yo me escondí entre la oscuridad y las sombras.

Un bicharajo de ellos se trepó sobre ella mientras sus garras se incrustaban en su piel y en el suelo, con un terror que le vaciaba el alma, me miraba y luego miraba al engendro y éste, a su vez, le miraba de vuelta.

Los ojos de la criatura se clavaron en los suyos.

Entonces, la devoraron viva. Frente a mí.

"Silencio"

"Silencio", repetían las voces en mi interior y yo, impávido en a oscuridad de mi escondite, callé.

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