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Vomitó sangre, cayó, y algo lo arrastró; escuchamos cómo sus huesos se quebraban.

Gritamos.

"El túnel"

"¡CORRE YA!"

Cogí, de nueva cuenta, la mano de la chica y la jalé hacia el interior del túnel de la cueva, el resto de campistas salían disparados hacia afuera de la cueva y otros tantos nos seguían.

Cuando perdimos visibilidad de la cueva, comenzamos a escuchar gritos de dolor, escalofriantes, que nos hacían echar hacia atrás, sobre nuestras espaldas. Mirando hacia la salida del túnel que daba hacia la salida de la cueva que daba hacia los gritos desesperados de dolor de nuestros compañeros.

Chocamos con una pared, metálica.

–El fin del túnel.

–No. El principio de... algo.

Honestamente, no sabíamos si voltear hacia la pared de metal, o mantener la mirada hacia la cueva; nuestros sentidos de supervivencia más ancestrales nos querían mantener atentos hacia la amenaza más urgente; pero, la amenaza más contundente, aún estaba por develarse.

La puerta metálica se activó y, justo detrás nuestro, un mecanismo abrió, sin que supiéramos cómo, el paso, de par en par.

–¿Vamos adentro –pregunto alguien?

El resto estaban muy asustados como para responder.

–Sí –contesté.

–¡No –arremetió ella–. Debemos ver si podemos rescatar a los demás.

"¡NO!"

"Hacia el túnel, imbécil"

Las voces me guiaban y yo traté de seguirlas; pero ella me jaló hacia el exterior del túnel, y, luego, al de la cueva y, por no querer quedarse solos, el resto nos siguió.

La temperatura bajó hasta crear escarcha y aguanieve en los lodazales.

–¿Qué no era de día –preguntó una chica?

–¿Qué no estábamos en contra de una trasnacional; qué carajos nos persigue?

Nadie me contestó; pero todos, instintivamente, guardamos silencio cuando un equipo de seguridad de Luxor, patrulló en cuatrimotos cerca nuestro. Luego, echamos a andar.

Fuimos descubiertos por un grupo de personas; intentamos correr; pero caímos en una especie de encharcamiento; quienes nos descubrieron, nos miraban asombrados y algo, semi-humano, semi-máquina, con una especie de lámparas dejó ver sobre qué caímos.

–Sangre... –dijo ella.

–Debemos ponernos a salvo, no tardarán en llegar por nosotros. Conozco un lugar –dijo el armatoste.

–Nosotros venimos de un túnel; quizás ahí estemos mejor –dije.

Sin siquiera valorar mi comentario, todos echaron a andar hacia donde el androide nos guiaba; el túnel.

De pronto, como analizando nuestro entorno, el androide se detuvo. Había detectado a algunos de nuestros compañeros.

–Debemos ayudarlos –sugirió.

Comenzó el debate sobre lo que había o no qué hacer cuando, de repente, alguien, no del grupo, pero de entre nosotros, dijo con voz crepitante:

–Me siento agobiado y perdido en un laberinto sin salida.

Una neblina nos cercó; sin darnos cuenta, nos dejó, apenas, percibir, de nuevo, las sombras a nuestro al rededor, al tiempo que, de los pies, nos fueron arrastrando a unos, criaturas que no alcanzábamos a distinguir, mientras los demás corrían o eran alcanzados por disparos; todo al mismo tiempo.

Al ser arrastrado, veloz, de las piernas; de mis manos me sujetaban ella y el androide.

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